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Ventisca

La campana estuvo tocando toda la noche a muerto. Chiras, presente en todo acontecimiento, entró repetidas veces a la iglesia, donde dos cirios cuidaban la soledad del difunto, pero no se amañó. Alborotado por las calles desiertas, se quejó a la luna, que no asomaba por ningún cerro. Ladró hasta que despuntó la primera luz de la alborada.

 

Prólogo

JORGE ENRIQUE MOLINA MARIÑO
Rector Universidad Central

Un fragmento de la obra

Continuaba bajando la niebla. Eran nubes inmensas que cubrían las pocas casas del poblado. Apenas sobresalía la torre de la iglesia, que apuntaba hacia lo más alto del monte. La Serranía se fue ensombreciendo con la negrura del atardecer. Al día siguiente habría muerto fresco, una manera de mantener activa la crónica municipal.

La campana estuvo tocando toda la noche a muerto. Chiras, presente en todo acontecimiento, entró repetidas veces a la iglesia, donde dos cirios cuidaban la soledad del difunto, pero no se amañó. Alborotado por las calles desiertas, se quejó a la luna, que no asomaba por ningún cerro. Ladró hasta que despuntó la primera luz de la alborada.

Nunca Ofelia había sentido tanto miedo. A las doce y media abandonó el templo y se encaminó a su casa. Sus pisadas retumbaban en la quietud de la noche. Subiendo las escaleras de la casa se encontró con los ojos del mendigo. Se horrorizó y siguió su marcha. Pero el espectro no la abandonaba. La campana seguía doblando. Una lechuza se descolgó del naranjo y hendió el silencio con su sonido agorero.

"Hay pueblos que son peores que los muertos", pensó. Llegó tambaleando hasta su lecho. Estiró una pierna, muy despacio, y se quitó la media. Después hizo lo mismo con la otra. Cubrió la cara de los espejos para no ver fantasmas, y se metió entre las cobijas. Pared de por medio escuchaba los ronquidos de su padre. No lo despertaría por nada del mundo, porque era capaz con su propio miedo. Además, le guardaba rencor en ese preciso momento. Había sido indolente con el limosnero. Y de continuo experimentaba resquemor. Por él permanecía solterona. No le perdonaba que le hubiera ahuyentado quince años atrás al novio con que debía ahora compartir un lecho tibio, en lugar de la cama pegajosa que la entristecía.

Comentarios

Fragmentos

Se trata de una gran novela. Bien trabajada. Incisiva, penetrante, hermosamente escrita. La historia en Ventisca es descarnada y dolorosa. Una parábola trágica. Pero Gustavo respeta a sus personajes. No habla por ellos. Los coloca bien parados y deja que ellos se expresen con fuerza y con naturalidad. Horacio Gómez Aristizábal, Dominical de La República, Bogotá, 17 de junio de 1990.

No importa que los hechos ocurran en un perdido pueblo y que se hable otra vez de las pasiones ocultas, pues el relato es llevado de tal manera, que uno no puede dejar el libro a un lado y ponerse a echar chistes. Me gusta Ventisca, no importa que a veces el autor pretenda moralizar o alterne al omnisciente narrador con un intento de diálogo al lector que de pronto es plural y acto seguido se vuelve uno solo. Es un relato claro y directo. Eduardo Yáñez Canal, El Espacio, Bogotá, junio 1990.

Cada personaje es una convulsa tragedia, secreta, que al final revienta en público como revienta la misma aldea estremecida por un terremoto. La Serranía es cualquier Macondo latinoamericano, una aldea de falso pudor. En todos los personajes hierven las pasiones represadas. El fruto del embarazo clerical de Ofelia es una incertidumbre, quizás el principio de una nueva generación más podrida que la anterior. El fin de la obra, condenar la beatería, la falsa moral, se logra. Es una obra que agarra al lector. José Antonio Vergel, Agencia de Prensa Novosti, Moscú, junio 1990.

El real protagonista de la novela no es Ofelia, ni el padre Carlos, ni el joven abogado Rigoberto, ni tampoco la mulata Diana. No. Es el amor. El amor que mueve el sol y las estrellas, como lo definió Dante Alighieri. Es el gran motor de la novela, y al final, la fuerza vencedora sobre los prejuicios sociales, los escrúpulos religiosos y hasta sobre el empuje ciego de las fuerzas telúricas que borraron el pueblo. Vicente Landínez Castro, Dominical de La República, Bogotá, 24 de junio de 1990.

Es un relato contra la hipocresía y que muestra el deseo al desnudo, en una sociedad que, como la nuestra, ha defendido tradicionalmente la gazmoñería y la pudibundez.Carlos Núñez Westendorp, El Espectador, Bogotá, 24 de junio de 1990.

Ventisca es un viaje por el laberinto insondable del alma humana. Allí, Páez Escobar explora sus pasiones positivas y negativas en medio de un universo ensordecedor y represivo. Recuerda en algunos de sus pasajes los esperpentos de Gorki y los purgatorios abismales de Rulfo. A la trama creciente, Páez Escobar agrega la sabia reflexión, la magistral narración de un hombre que ha observado por años el comportamiento de los hombres y, desde luego, la madurez de quien ha leído cuidadosamente las mejores novelas para escribir él también una. José Luis Díaz Granados, Revista Consigna, Bogotá, 30 de junio de 1990.

Justo afirmar que las huellas de Rulfo se manifiestan desde las primeras páginas de Ventisca, en una de las cuales incluye estas palabras del autor de Pedro Páramo: "Vivimos en una tierra en que todo se da, gracias a la providencia, pero todo se da con acidez. Estamos condenados a eso". Luis D. Salem, Excelsior, Méjico, 30 de junio de 1990.

Ventisca deja la sensación de una obra bien lograda en la que sin duda alguna lo que mejor consigue el autor es la construcción del ambiente, el clima, el sabor, el gusto de esa atmósfera pueblerina en la que la existencia transcurre sin que pase nada, en donde la nota predominante es el tedio. A Ofelia le falta más condimento, mejor elaboración sicológica. José Chalarca, Consigna, Bogotá, 15 de julio de 1990.

Sus personajes son de una vitalidad nada común y han de lograr que el nombre de Gustavo Páez Escobar sea recordado por quienes han leído y lean este texto narrativo. Germán Vargas, El Heraldo, Barranquilla, 19 de noviembre de 1990.

Páez Escobar cuenta una historia recta, sin discordancias argumentales, entretejida con lugares, escenas, personas y temas que nada tienen de especial en sí mismos pero que, gracias al tono, al nervio, al sentimiento y al lenguaje que el narrador combina con atinado estilo, adquieren universalidad y profunda dimensión humana. Humberto Senegal, El Quindiano, Armenia, 28 de marzo de 1991.

Me gustó muchísimo Ventisca. En ella manifiestas el magistral manejo de todos los elementos que deben asomar en la novela. Para que otros escritores disfruten de tu calidad literaria, dicha obra la he cedido en calidad de préstamo. A todos les ha encantado. Henry Kronfle, Miami Beach, Florida, 27 de febrero de 1992.

He tenido la emoción de vivir su apocalíptica novela Ventisca, cuyo electrizante argumento me devoró en pocas horas, dejándome sacudido y aniquilado por esa naturaleza vengadora y fatídica que termina por obliterar a La Serranía. Asimismo, me pareció detectar, en el tono espiritual de la novela, ráfagas de tempestuosidad pardogarciana, con sus vértigos y desolaciones de inmenso páramo; de lo cual pude concluir que la afinidad del autor con el poeta de la brizna y el cosmos trasciende lo meramente objetivo para llegar a posarse en las genuinas inextricabilidades del corazón. Roberto Pinzón Galindo, corrector de la Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 3 de abril de 1995.

 

 

Gustavo Paéz Escobar © 2009