¿Cuáles partidos?
Por: Gustavo Páez Escobar
Los recientes sucesos registrados en el Partido Liberal al retirarle el apoyo a su candidato a la Alcaldía de Bogotá y adherir a otro movimiento político, indica la profunda crisis por que atraviesan las ideologías y los principios. Ante esta situación, el doctor Fernando Londoño Hoyos, ministro del Interior y de Justicia, manifestó que los partidos en Colombia están muertos y que “lo que no ha habido es un notario que levante el acta de defunción”.
Frente a las elecciones que se avecinan, no se necesita ser mago para adivinar que la mayoría de ganadores, comenzando por la capital del país, no serán los que representan a los partidos tradicionales sino los inscritos en movimientos independientes. Este panorama subsiste desde hace mucho tiempo. Me he acordado, a propósito, de un artículo que hace 23 años escribí en estas páginas y que pinta, con asombrosa exactitud, la misma realidad que hoy se vive. Impresiona esta dramática radiografía sobre la apatía nacional hacia todos los dirigentes de la vida pública. Dice así aquella columna:
Seamos sinceros. El país está cansado de los políticos. Nada nuevo le ofrecen, y menos le cumplen. En vísperas electorales se escuchan los más diversos planteamientos y los más halagadores. Pasada la algarabía de las urnas, todo queda lo mismo y a veces peor. Pero se había prometido el cambio total. Todo lo que el ciudadano tenía que hacer era abrir bien el ojo para no dejarse engañar. ¡Cuidado con votar por el candidato equis, que es godo! Los godos no dejan avanzar al país. Otra voz advertía: ¡Mucho ojo a los liberales! Son apasionados y por eso estamos como estamos. ¿No ven que López Michelsen fue una frustración nacional y Turbay Ayala nos pintó un paraíso y nos salió con un régimen de carestías? El de más allá exclamará: Belisario, que anunciaba educación gratuita y vivienda sin cuota inicial, tampoco hubiera cumplido. ¡Para eso se necesita el comunismo! Es el único que entiende los dolores del pueblo y que conseguirá el equilibrio social...
Pero el pueblo no cree. La palabra de los políticos está desgastada. Han pasado los tiempos en que se era conservador o liberal por familia, y acaso por ideas, para llegar a los tiempos presentes, donde los postulados de los partidos son letra muerta. ¿Habrá alguna diferencia en nuestro país entre ser liberal o conservador o comunista? Los hechos son los únicos que cuentan. Lo demás serán frases vanas e inútiles banderías. Y existe algo curioso, que debería alarmar a nuestros dirigentes: la inmensa mayoría del pueblo no tiene partido. A la gente le da lo mismo que gane el rojo o el azul, y ni siquiera le tiene miedo al comunista, que antes era símbolo del terror.
Gastan el tiempo nuestros líderes incitando las pasiones sectarias de un conglomerado amorfo y apático que sólo cree en la causa del estómago. Con el estómago vacío, y los hijos sin educación, y la familia sin techo y sin salud, no se puede pensar en colores. El hambre es negra. Dejen, pues, los políticos de esforzarse en zumbones discursos que a nadie convencen y acuérdense que al electorado sólo lo conmoverán las causas grandes. No le hablen con lenguaje demagógico, porque éste se volvió intraducible.
El pueblo recela de quien habla mucho en las campañas, porque se acostumbró a la charlatanería política, o sea a las mentiras sociales. Lo mismo en el panorama nacional que en el marco de la provincia, el verdadero político es el que hace obras. No le interesa que sea conservador o liberal o socialista. Los electores buscan gente capaz, gobernantes honestos y progresistas, y al no encontrarlos, se abstienen.
El maestro Echandía, un filósofo de las ideas liberales, se avergüenza del liberalismo colombiano. Los más enardecidos de la política de su partido estrellan contra él guijarros de todas las dimensiones y lo condenan por blasfemo. Pero ha dicho la gran verdad colombiana (que actualiza hoy, 23 años después, el doctor Londoño Hoyos, del partido contrario), verdad común a los dos partidos, porque las banderas de auténtica transformación social de nuestras colectividades están recogidas. Se necesita quién las agite, pero sobre todo quién convenza a estas inmensas legiones de gente descreída.
Cosa seria le está sucediendo a nuestra democracia cuando no vota siquiera la mitad de los electores. La representación popular está ausente porque no consigue quién la conmueva. Entre tanto, quiérase o no, no hay quórum en Colombia.
El Espectador, Bogotá, 23 de octubre de 2003.
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