Dolor en Chita
Por: Gustavo Páez Escobar
A Chita nunca había ido un presidente de la República. Es uno de esos muncipios olvidados que la gente casi no sabe que existen. Sólo ahora, cuando un atentado dinamitero mató a 8 personas e hirió a 15, llegó el doctor Álvaro Uribe dentro de su conocido plan de hacer acto de presencia en los sitios más castigados por la violencia. Si no hubiera sido por este golpe despiadado contra la población civil, los habitantes -¡qué ironía!- seguirían excluidos de la honrosa visita presidencial. Golpe que hoy sucede en Chita, y mañana en cualquier lugar del país. Este estallido de la dinamita repercute en la provincia ignorada y se siente en todo el país. Y una población desconocida como Chita, por donde apenas pasan de tarde en tarde los políticos que buscan votos y reparten abrazos y sonrisas, adquiere notoriedad y salta a la primera página de los periódicos.
Debo hacer una rectificación a la noticia de que a Chita nunca había ido un presidente: por allí pasó nada menos que Bolívar en los días de la campaña libertadora, hace casi dos siglos. Desde entonces ningún otro mandatario se había atrevido a remontar aquella geografía abrupta y glacial, rodeada de precipicios por toda parte, hasta que el doctor Álvaro Uribe -llamado por el dolor de la patria ensangrentada- tomó su helicóptero y aterrizó en la plaza del pueblo. La diferencia con Bolívar reside en que el Libertador tenía que escalar aquellas cumbres a caballo, durante largas y penosas jornadas.
De todas maneras estuvo en Chita un presidente de la Colombia actual, y esto quedará grabado para siempre en los anales del pueblo. ¿Cuándo volverá el próximo? Quizá dentro de 200 años. Los 8 muertos y los 15 heridos tuvieron, por desgracia, el poder publicitario, en medio de las lágrimas de todos los chitanos, de llamar la atención oficial sobre el desamparo en que han vivido.
Era un desastre que se veía venir. Desde hace varios años operan en los alrededores del Nevado de El Cocuy grupos sediciosos que siembran el terror en esa provincia y en las vecinas. Hace cerca de dos años fue dinamitado el puente Pinzón, situado a pocos kilómetros de Soatá, y aún no ha sido reparado. El tráfico vehicular sigue interrumpido y son enormes, por supuesto, los perjuicios que reciben aquellos pueblos marginados. La pregunta es elemental: ¿por qué no se ha dado al servicio un puente que es primordial para el desarrollo de la región? Está bien que viaje el Presidente cuando escucha el estruendo de la dinamita, pero es más importante que haya soluciones efectivas y prontas para reparar los daños causados.
La sevicia con que actúan los malhechores es inaudita. En el caso de Chita, utilizaron un caballo cargado de papa, en el que ocultaron 100 kilos de anfo. La explosión, fuera de la cifra ya mencionada de muertos y heridos, dejó 25 viviendas inservibles y rompió todos los ventanales del pueblo. Los 68 policías que habían llegado un mes antes, luego de 12 años de ausencia de la fuerza pública, nada pudieron hacer. Otro municipio destruido, mientras la patria entera se eriza de terror y rabia.
Chita es uno de los pueblos más antiguos del país: su fundación data de 1532, y su erección como municipio, de 1769. Allí moraban los indios laches, de gran ferocidad, los cuales se transformaron en los pacíficos habitantes actuales -alrededor de 20.000-, dedicados a la agricultura y los tejidos. La historia registra un importante pasado patriótico: los chitanos formaron en las huestes de los comuneros, aportando buen número de hombres y de recursos materiales. Los laches adoraban las piedras con la creencia de que ellas habían sido seres humanos. La palabra chita, en lengua quechua, quiere decir cabra, nombre que se me ocurre muy apropiado para aquellos desfiladeros impresionantes.
Región montañosa por esencia, esto ha facilitado la instalación de las fuerzas apátridas que pusieron a correr al señor Presidente. Desde luego, la demencia de los guerrilleros no se detiene en pasados históricos: lo único que les interesa es destruir. Por eso, el país los repudia. Y se solidariza con los sufridos chitanos, que simbolizan a la provincia escondida. La que no vemos y nos duele: esa es Colombia.
El Espectador, Bogotá, 18 de septiembre de 2003.
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