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Las muñecas de la mafia

viernes, 20 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

El morbo de los televidentes se alimenta con series dramatizadas como la que Caracol Televisión pasó hace pocos años con el título de esta columna. Dicha escenificación obtuvo excelente rating, toda vez que el público goza con la frivolidad, las extravagancias, las ambiciones, los apetitos de comodidades y de sexo en que se mueven las bellas mujeres que cambian la vida sencilla para volverse compañeras sentimentales de los narcotraficantes.

Los reinados de belleza constituyeron uno de los motivos más genuinos de regocijo y emoción del país, como que en ellos se rendía homenaje a la mujer colombiana dotada de virtudes y radiante de encantos y se ponía a competir a las regiones en busca del trofeo nacional. A lo largo de los años, estos eventos fueron cambiando su esencia y se desviaron hacia la belleza artificial y los atributos ficticios. De pronto, el dinero corrupto hizo su aparición en estas fiestas del donaire y la gracia femenina y trocó la autenticidad por la artimaña.

Más adelante se sabría que narcos poderosos entraban a comprar reinas. El arma más efectiva para lograrlo era la seducción del dinero. El primer caso conocido fue el de Martha Lucía Echeverri, señorita Colombia 1974, que cayó en las redes de Miguel Rodríguez Orejuela, capo del cartel de Cali.

María Teresa Gómez Fajardo, señorita Colombia 1981, se casó con el rejoneador Dayro Chica, antiguo peón de la familia Ochoa, la que obsequió a la pareja un ajedrez de oro con la siguiente leyenda: “Para que usted vea cómo un peón se puede comer a una reina”. Más clara no puede ser la entrega de la mujer frágil, de la mujer fatua, a quien el mafioso seduce con el aroma de su fortuna. Ya lo dijo Jardiel Poncela: “Es más fácil detener un tren que detener una mujer, cuando ambos están decididos a descarrilar”.

Uno de los hechos más sonados en la crónica nacional es el de Maribel Gutiérrez Tinoco, señorita Colombia 1990, que renunció al título para casarse con Jairo Durán –alias el ‘Mico’–, su fuerte financiador en el mundo de la belleza. Ella se dejó deslumbrar por el derroche que surgía a su alrededor. La danza de los millones se hacía sentir también en las pasarelas. A pesar de que el nombre de la candidata tenía bajo perfil, resultó la ganadora. Y el concurso quedó desprestigiado. Dos años después, el ‘Mico’ caía abatido en una vendetta entre mafias.

Otro hecho que impresiona es el de la atractiva presentadora de televisión Virginia Vallejo, famosa en los años 70 y 80, que un día cambia su mundo de éxitos para unirse a Pablo Escobar. Muerto el capo, y cuando ella pasaba por serias dificultades económicas, publicó en el año 2007 el libro Amando a Pablo, odiando a Escobar, que se convirtió en Estados Unidos en el best seller número uno en español. La sombra de Pablo la ayudó a enderezar las cifras, pero no la honra.

Natalia París se casó a los 22 años con el narco Andrés David Mejía –alias ‘Julio Ferro’– y a los pocos años se produjo el asesinato de su esposo. Hoy dice en la revista Bocas que no se arrepiente de ese episodio, pues de dicha relación nació su hija Mariana. Y agrega: “Fue un capítulo en mi vida de niña rebelde y necia (…) Solo me importaba estar con el chico de moda, el guapito”. Desde entonces la persigue el fantasma de aquel suceso sombrío, por más que pretenda ignorarlo.

La lista es interminable y no se detiene. ¿Qué queda de todo esto? Un horizonte de ruinas morales y materiales y una Colombia desvertebrada. Falta preguntar en qué sociedad vivimos, cuando resulta tan fácil cambiar las normas de la compostura, del recto proceder y del camino correcto por el dinero fácil y la vida arrebatada, que solo dejan pesares y desgracias.

El Espectador, Bogotá, 22-VI-2013.
Eje 21,
Manizales, 21-VI-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 22-VI-2013,

* * *

Comentarios:

Se trata de esas mujeres que seguramente quedaron con dinero pero señaladas socialmente, con amistades derivadas de su relación de pareja. Creo que se convirtieron en mujeres superficiales, acostumbradas a vivir en mundos irreales «que solo dejan pesares y desgracias».  Amparo E. López, colombiana residente en Estados Unidos.

El Quindío actualmente pasa por esta terrible situación porque el narcotráfico no sólo ha contaminado a sus mujeres sino también a un amplio grupo de nuestra sociedad, la cual, ávida de riquezas fáciles, se entrega a los lavadores de turno. Raquel Martínez Aguirre, Armenia.

Ante  estas letras, el tema bien tratado y el mensaje bien logrado, solamente puedo decir: “de todo hay en la viña del Señor”. Pero el alma femenina  no deja de estremecerse ante una realidad tan cruda, que logra ilustrar semejante realidad. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Qué recorrido tan triste el de esas bellas mujeres. Cada vez que me entero de desaciertos por parte del género femenino me siento casi que avergonzada, y en cualquier área que se presente: en los cargos públicos, en la banca, etc. Es indignante que la mujer actual no valore los sacrificios, humillaciones y falta de reconocimiento que padecieron millones de mujeres en el mundo, aun nuestras abuelas, y no hagan uso correcto de las inmensas posibilidades que hoy en día tenemos. Tantas mujeres que tuvieron, y algunas aún tienen, como únicas fronteras la cocina de sus hogares. ¡Da pena! Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Siempre he creído en el trabajo honesto de una mujer, y siempre me han asqueado estas niñas modificadas a bisturí que se venden como ganado en feria, pero cada quien elige su vida. Le escribo también para decirle que le faltaron las mises de aquí de Venezuela que se han vendido a capos colombianos, y que luego se hacen las víctimas y los familiares salen llorando por tv. Lic. Dayana Castillo M., Venezuela.

Fácil es criticar a estas niñas cuya única salida de una vida de pobreza es su atractivo físico, ¿pero qué hay de banqueros, constructores, comerciantes, colegios, universidades, iglesias que se están enriqueciendo lavando los activos de los narcos? Ar mareo (correo a El Espectador).

Lo tremendamente triste es que los medios transmiten, a través de esas telenovelas, la idea de que esa es la ruta del éxito. La dignidad, la honestidad, la cultura, la rectitud, como dice el columnista, no quedan ni de últimos. El atajo es el camino, como ya se impuso también en el ejercicio de la política. ali cates (correo a El Espectador).

Al ver una reinita de turno sabemos que no ganó por su belleza y menos por su inteligencia, sino por el padrino o politiquero o mafioso que le compró el título. Las pobres niñas de este país quieren ser ricas y vivir entre lujos por la vía fácil. Los niños quieren ser lo más fácil, o policía o traqueto, o peor, futbolista, nada que tenga que ver con estudio y sacrificio. antónimo (correo a La Crónica del Quindío).

Con razón las llaman “chicas CDT” (carne de traqueto). Pablo Mejía Arango, Manizales.

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Los destrozos de la selva

lunes, 28 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando en julio de 2008 fue rescatada Íngrid Betancourt de su prisión en la selva después de permanecer seis años en poder de las Farc, dijo que lo que allí hubiera podido ocurrir en el terreno sentimental, allí se quedaba. A partir de ese momento iniciaba una nueva vida. Esto equivale al borrón y cuenta nueva que en determinadas ocasiones es preciso ejecutar para olvidar los actos, disgustos o errores del pasado, y seguir camino adelante como si nunca hubieran existido.

No sé hasta dónde sea posible lavar la mente y la psique para prescindir de los recuerdos incómodos que en el presente caso giran alrededor de las experiencias selváticas que vivió la protagonista. Lo que sí sé es que la selva no es un mundo común, sino un mundo lejano y misterioso, a veces fantástico y otras tétrico, que solo pueden definirlo las personas que allí han morado. Cuando esas personas han estado sometidas a los vejámenes y las torturas de que fueron víctimas Íngrid y sus compañeros de cautiverio, la situación toma contornos mucho más dramáticos.

Antes de caer en poder de las Farc, Íngrid llevaba un matrimonio feliz con su esposo Juan Carlos Lecompte. Así lo sostiene ella en la declaración que dio a la revista Bocas, en la edición de febrero. Pero el amor se acabó en la selva. Diversos factores se interpusieron para que la armonía conyugal se hubiera deshecho en corto tiempo. “Yo lo quería mucho. Él era mi llave”, exclama Íngrid, y revela que un día su ídolo se vino al suelo cuando supo que andaba de novio. Mientras tanto, ella padecía los suplicios de la selva.

Por su parte, Juan Carlos le atribuye una posible infidelidad conyugal durante el cautiverio. La misma Íngrid narra –en su libro testimonial No hay silencio que no termine– algunos vínculos suyos, que podrían considerarse sentimentales, con amigos en desgracia surgidos bajo la tremenda soledad y el implacable desamparo de la manigua. El país recuerda el momento en que los esposos se encontraron después de los seis años de la separación, donde se les vio fríos y distantes.

El amor intenso de sus días felices se lo llevó el viento de la selva. Ante eso, no quedó otra fórmula que el divorcio, que se formalizó en noviembre pasado. Hoy están enfrentados por asuntos económicos, y no de poca monta, ya que Juan Carlos no solo busca el 50 por ciento de los bienes adquiridos durante el matrimonio, sino la misma proporción por las regalías que han reportado los dos libros famosos de su exesposa. Regalías que representan una cifra considerable, ya que por el último de los libros la autora ha recibido más de seis millones de dólares.

Ella, por su parte, rechaza semejante pretensión con el argumento de las capitulaciones que firmaron antes de casarse. “Lo de él es lo de él y lo mío es lo mío”, le dice Íngrid a la revista Bocas. Sea como fuere, lo cierto y deplorable es que el epílogo del romance haya llegado al vulgar terreno de la plata. Como el pleito lo mueven expertos abogados, la reyerta es seria. Y amarga, claro está.

Extinguida la unión conyugal, los destrozos de la selva son evidentes. Esa selva cantada por José Eustasio Rivera –“esposa del silencio, madre de la soledad y la neblina”– produce en este caso y en otros conocidos, o que se mantienen en silencio, graves desgarros en el alma de las parejas. Cada secuestrado arrastra un drama a veces catastrófico. Las secuelas del secuestro, que suelen quedar en el secreto de los hogares, no respetan siquiera los dominios del amor. Aquí se prueba que el amor no es eterno, por lo mismo que el corazón es incierto e impredecible.

El Espectador, Bogotá, 1-III-2012.
Eje 21, Manizales, 2-III-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 3-III-2012.

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Comentarios:

Su columna me pareció muy bien escrita, como corresponde a un escritor y periodista de su trayectoria. El tema no fue de mi agrado. Ya leímos el libro de doña Íngrid y ya conocimos detalles suficientes del término de su relación con don Juan Carlos. La parte mezquina, y un poco miserable, de las ambiciones de ambos, para mí, carecen de importancia y considero que no son ni noticia ni tema de interés. Gustavo Valencia Garcóa, Armenia.

Eso pasa cuando estas relaciones están pegadas con babas: con la primera dificultad, se rompen, y cada quien le tira la culpa al otro, siendo todos, los culpables de este rompimiento; y si hay dinero o protagonismo de por medio, los dos, o cualquiera de ellos, se sienten con más derecho a opinar o a reclamar, y en ese orden de ideas, le echamos la culpa a la selva, mas no a nuestra relación salvaje. Pachopacho (correo a El Espectador).

Habrá que estar en la ropa de un secuestrado para saber lo que se siente. Por eso yo le perdonaría a Íngrid, pero no esa imagen de subestimación de su pareja. Aunque él reciba mucho dinero, creo que le falta carácter. Tenemos que respetar a las mujeres, pero también a los hombres. Marmota Perezosa (correo a El Espectador).

Creo que las condiciones que se viven como secuestrado en la selva son excepcionales y se debe relativizar cualquier acto o palabra dicha durante este lapso. Dalilo (correo a El Espectador).

Solo agregar la enseñanza bíblica: «El que esté libre de culpa que tire la primera piedra” Rodrigo Otálora Bueno (correo a El Espectador).

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Miedo en las calles

jueves, 10 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Katherine, una joven de 22 años, salió de su casa a las 5:30 de la mañana. Y se encontró con un hombre moreno, de unos 30 años, que le apuntaba al rostro con una jeringa y le decía: “Deme todo o se lo echo en la cara”. Muerta del pánico, Katherine le suplicó que no le hiciera nada, le abrió el bolso y vio que el asaltante lo desocupaba y emprendía la fuga.

Se salvó de ser otra víctima del ácido muriático. Regresó a su casa, y no quiere salir de ella. Con los nervios destrozados, le ha cogido pavor a la calle. La escena acaba de suceder en Medellín, a corta distancia del CAI de la Policía instalado en el sector. Nadie vio nada.

Esta modalidad de asaltar a la víctima con la amenaza del ácido muriático se ha acentuado en Bogotá. Y ocurre en otras ciudades. Hasta el momento, dice una noticia de prensa, se conocen más de veinte casos de mujeres atacadas con ácido en el país. Las mujeres son las preferidas para este delito, pero también puede ser cualquier transeúnte.

En diciembre, Sergio, de 22 años, fue atacado con el mismo ácido al llegar a su casa, por negarse a dar una moneda, y sufrió quemaduras en la cara, el cuello y los brazos. En el mismo mes, otro joven residente en el barrio Castilla sufrió la misma suerte, con daños severos en los ojos, cuyo tratamiento podría costar más de $ 15 millones. Un mes después, Luz Adriana, de 31 años, que a las 5 de la mañana salía de su casa en Kennedy para dirigirse al trabajo, fue atacada por un hombre que descendió de un taxi y la intimidó. Como se negó a entregarle el bolso, el agresor le roció el ácido en la cara y huyó en el taxi.

Son noticias espeluznantes de las que nadie puede estar exento, repetidas una y otra vez, y que dejan lesiones físicas y sicológicas a veces incurables. Estas noticias dan paso a otros hechos no menos monstruosos de la canallada de cada día. Vivimos en las grandes ciudades a merced del raponazo, del cuchillo o la navaja camuflados en los bolsillos, del revólver que se dispara en un instante, de la bala perdida, y ahora del ácido muriático.

La locura se ha apoderado de las calles de Bogotá. Una terrible conclusión de las autoridades señala que la mitad de los transeúntes de la capital sufre de esquizofrenia y paranoia. Entre esas corrientes demenciales nos movemos a diario, desafiando el asalto, la contusión o la muerte. Quienes consumen bazuco, el 80 por ciento lo hace todos los días, mezclándolo con marihuana y alcohol industrializado. Son “crónicos poliadictos”, según definición de los expertos. No queda difícil deducir que quienes andan armados con jeringas para aterrorizar y herir a las víctimas, pertenecen a este submundo enajenado, abismal e incontrolable.

El acalde Petro inicia su administración liderando una campaña de desarme, tanto de las armas amparadas con salvoconducto, que tienen un registro cierto, como de las ilegales, que proliferan con facilidad en los mercados clandestinos. Unas y otras, en determinadas circunstancias, son asesinas. Algún cálculo ligero dice que en Bogotá hay 400 mil armas legales y más de un millón de ilegales. Las otras armas son las blancas y cortopunzantes (navajas, cuchillos, machetes, bisturíes), de imposible cómputo.

Se decomisan armas de todo género. Muchos dejan de portarlas. Después de los tres meses de la campaña volveremos a lo mismo, al aflojarse el control de las autoridades y olvidarse el tema. La verdadera campaña consiste en desarmar los espíritus. Propósito nada fácil de lograr, ya que la sociedad perdió los estribos. La conciencia colectiva, envenenada por el odio, le niega el campo al amor y a la convivencia. El asunto tiene raíces profundas: es social, y ahí es donde hay que atacarlo.

El Espectador, Bogotá, 23-II-2012.
Eje 21, Manizales, 24-II-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 25-II-2012.

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Comentarios:

Al leer este artículo veo claramente que la ciudadanía debe armarse para salvar su integridad y su vida en una ciudad donde resulta imposible controlar el porte de armas por parte de los criminales. Inclusive si lograra desarmárseles, pueden hacer daño con una simple jeringa llena de ácido. En esos casos la legítima defensa es la única solución. Alfredo Arango, Miami.

Horribles sucesos. El planeta va muy de prisa, sacando a flote todo lo malo. La solución, creo, viene de cada uno de  nosotros, emitiendo la energía del amor y de la paz. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Comparto plenamente este criterio respecto a tan sentido tema que agobia a la capital. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Aunque procuro superar el miedo para no “echarle leña al fuego”, el artículo plantea un problema que día a día se agrava y acrecienta en la capital. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Un tipo intentó echarme escopolamina cuando compraba la comida de mis mascotas. Ese mismo día cuando salíamos con un amigo del gym, una lacra nos siguió, pero yo me percaté y el tipo se esfumó. Ahora ando superparanoico. A mi mamá intentaron atracarla ayer, pero por suerte una señora desconocida la dejó ingresar a su negocio y se salvó. Alejdark (Correo a El Espectador).

El ácido muriático, otra modalidad que se le une al fleteo, paseo millonario, escopolamina, paquete chileno, sicariato, prepagos, extorsión, secuestro. Vaya, Colombia debería ser llamada «el país inventor de modalidades para el crimen». Holaforistas (correo a El Espectador).

La columna es fiel realidad de lo que sucede en todo el país y, obviamente, mucho más en las capitales. Esta delincuencia, nuestra violencia endémica y las demás muestras de decadencia civil son consecuencia de los malvados manejos administrativos desde hace doscientos años. La inequidad, la injusticia y la corrupción son la triada madre de la situación paupérrima que vivimos.
Colombianoingenuo (correo a El Espectador).

¿Por qué lo mataron?

lunes, 7 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

¿Por qué mataron a Álvaro Gómez Hurtado? Es la pregunta que formula su hermano Enrique en el libro que publica al conmemorarse los quince años del magnicidio, ocurrido el 2 de noviembre de 1995, cuando unos sicarios lo acribillaron mientras salía de dictar su clase en la Universidad Sergio Arboleda.

Es la misma pregunta que se hace el país frente a este crimen político que permanece impune en la historia nacional, comparable a los de Gaitán y Galán: los tres iban camino de la presidencia de la República y fueron eliminados por oscuros criminales en el momento cenital de sus carreras. Estos y otros sucesos similares se han perpetrado para crear caos y desestabilizar la democracia, y con ellos se ha buscado acallar la voz de los líderes de mayor arraigo popular.

En el caso de Álvaro Gómez Hurtado, se trataba del dirigente más notable y más aguerrido de la oposición contra el gobierno de Ernesto Samper, cuya imagen se había deteriorado, de manera drástica, por lo que era de dominio público –y sigue siéndolo–: el ingreso a su campaña presidencial de dineros del narcotráfico. El proceso 8.000, a pesar de la absolución política que obtuvo el mandatario, se volvió figura histórica que siempre perseguirá a Samper y no lo liberará de culpa. El veredicto del pueblo, en muchos casos manejados por la política, es superior al de los tribunales o los cuerpos legislativos.

Aquella célebre frase de Samper: “De comprobarse cualquier infiltración de dineros (provenientes del narcotráfico) se habría producido a mis espaldas”, no convenció a nadie. El cardenal Pedro Rubiano ofreció el símil perfecto para esa situación salida de lógica: es como si un elefante se mete a la casa y uno no se entera.

Gómez Hurtado, que en los inicios del gobierno de Samper expresó su voz de apoyo a los programas en ejecución, cambió de actitud cuando aparecieron los graves lunares, de tipo ético y moral, que echaban a perder todo lo bueno que pudiera existir. Y pasó a la oposición seria, responsable y vigorosa, que se dejaba sentir, como eco del clamor popular, desde las columnas editoriales de su periódico y desde el Noticiero 24 Horas que él dirigía.

Manifestaba el líder conservador que la continuación de ese gobierno afectado por la corrupción representaba una deshonra para la dignidad de la República, y por lo tanto la solución estaba en la renuncia al cargo. En eso alcanzó a pensar el Presidente, pero luego cambió de parecer. Y se sintió una fuerza de intimidación contra el líder nacional de la oposición, a quien llegó a calificarse de conspirador en asocio de militares y otros sectores de la ciudadanía. Esta acción no ha podido ser demostrada.

El 30 de octubre de 1995, Gómez Hurtado dijo en su Noticiero 24 Horas: “El Presidente no se va a caer, pero tampoco se puede quedar”. Al día siguiente, el editorial de El Nuevo Siglo reprodujo la misma declaración. Dos días después, el caudillo fue asesinado a la salida de la Universidad Sergio Arboleda. Ahora, su hermano Enrique recoge en su libro el itinerario tortuoso que duerme en 150.000 folios del expediente, sin que se vea el propósito de descubrir la realidad de los hechos. Este espinoso camino de la impunidad está sembrado, como otros procesos similares de la violencia colombiana, por desviaciones de la investigación, falsos testigos, mentiras, contradicciones, encubrimientos, falsas acusaciones…

¿Por qué lo mataron? El autor de la obra, que no quiere irse del mundo sin dejar constancia de su perplejidad ante la justicia del país, aspira a que su  pregunta no continúe en el vacío y se conozca al fin la verdad.

El Espectador, Bogotá, 16-II-2012.
Eje 21, Manizales, 16-II-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-II-2012.

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Comentarios:

Todo sigue tapado. Como decía Laureano Gómez: «Tapen, tapen, tapen»…, con sus frases fustigantes acerca de todas las ollas podridas que descubría en el Congreso. Y el tiempo sigue pasando, y todo lo mismo y todo igual o peor. Ironías y tristezas de nuestra querida tierra y política colombianas. Luis Quijano, Houston (USA).

Muy  interesante y precisa visión sobre este doloroso acontecimiento de nuestra vida nacional. Repito la frase que  decía  mi profesor de Historia del Arte, Francisco Gil Tovar: “El día del Juicio, de los niños y de los libros sabremos los autores”. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Impecable artículo. Siempre en busca de la verdad y la conciencia de Colombia. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Muchas cosas sentí al leer esta columna. Muchas cosas recordé de mi caminar en los medios de comunicación en Colombia. Entre ellas, las amenazas de muerte por algunos denuncios que como periodista y patriota me vi obligada a hacer. Yo podría atreverme a decir que a uno en Colombia lo matan por decir la verdad; lo matan por preguntar, lo matan por defender a inocentes; lo matan por lo que sea. Porque en Colombia se cumple lo de la canción mejicana: La vida no vale nada. Colombia Páez, periodista colombiana residente en Miami.

Le rompieron las alas

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando el sargento José Libio Martínez fue secuestrado por las Farc en diciembre de 1997, Johan Steven no había nacido. En cautiverio, el sargento se enteró de la llegada de su hijo al mundo equívoco que le correspondería vivir. Nunca llegaron a conocerse. Y han transcurrido 14 años. El menor tiene casi los mismos años que su padre duró prisionero en la selva.

El secuestro selvático significa la lenta extinción de la vida. La muerte de la dignidad. Es el oprobio más cruel que puede recibir la persona. Íngrid Betancourt narra a la perfección, en su libro No hay silencio que no termine, esta tortura inconcebible en la naturaleza humana. Esos son los sistemas salvajes que emplean las Farc en esta guerra atroz, cercana al medio siglo, que tanta sangre ha derramado y tantas esperanzas ha frustrado en el país.

El sargento Martínez era el secuestrado que llevaba más tiempo en poder de los guerrilleros. Por eso tenía el precio más alto: había que mantenerlo retenido para ejercer mayor presión sobre el Gobierno a fin de obtener ventajas superiores por su liberación. Así de inicua y rastrera es la industria del secuestro. Como la esperanza es lo último que se pierde, el prisionero soñaba con salir algún día de la selva. ¿Cuándo? El tiempo en la selva es eterno.

Lo único cierto allí es la esclavitud sin horizontes, incesante y despiadada, que no deja un espacio para respirar los aires de la libertad. Esto, a pesar de que se mantenga prendida la llama de la estéril ilusión, la que a cualquier momento puede apagar una ráfaga de fusil o un tiro de gracia. Ese tiro de gracia fue el que acabó con la existencia del sargento Martínez y tres de sus compañeros en  miserable cambuche convertido en madriguera de la infamia.

Su hijo Johan Steven, una llama al viento que apenas comienza a vivir cuando ya tiene que padecer el infierno de la guerra, salió en Bogotá a recibir los restos de su padre, a quien no conoció. No lo conoció, pero lo sentía, lo palpaba, hablaba con él en sus noches de perplejidad. “Señores de las Farc, no esperaba que ustedes lo mataran, que me lo enviaran en un ataúd”, clamó el joven, sin derramar una lágrima. Ya no le salían más lágrimas, porque su corazón estaba petrificado, se había quedado quieto en el oleaje de su infortunio. Se había vuelto una roca en medio de la tempestad.

“Señores de las Farc –continuó impertérrito en su plegaria–, el 26 de noviembre me rompieron las alas, el anhelo de conocer a mi padre personalmente, de darnos ese abrazo tan anhelado durante 13 años, 11 meses y 5 días”. Los llamó señores, como si se tratara de unos caballeros. Y no tuvo necesidad de papel: las palabras le salían del alma, le punzaban el sentimiento, lo hacían  elocuente en medio de la desgracia.

Esta serenidad impasible y conmovedora penetró en la sensibilidad más estremecida de los colombianos y le dio la vuelta al mundo. En un instante, la palabra sosegada de este huérfano de la violencia que todavía no concibe que su padre se le haya escapado cuando creyó tenerlo tan cerca, creció por todos los confines como la voz clamorosa de este país de huérfanos y de viudas que no entiende tanta iniquidad. Este país que no sale de su estupor cuando las noticias dan cuenta de los crímenes de guerra que no tienen perdón de Dios.

Johan Steven tiene 13 años. Eso es lo que dicen sus papeles. Pero yo no sé cuántos años ha madurado por culpa de los episodios de locura que destrozan el derecho a ser niños. Yo lo vi con cara de adulto en las imágenes de la televisión. Este niño grande ha quedado con las alas rotas, y no se sabe hacia dónde levantará el vuelo. El país vive con las alas rotas. Johan Steven es hoy el rostro más duro del secuestro y de la violencia colombiana.

El Espectador, Bogotá, 30-XI-2011.
Eje 21, Manizales, 30-XI-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 3-XII-2011.
Aristos Internacional, n.° 34, Alicante (España), agosto/2020.

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Comentarios:

Muy buena columna. ¿Ni siquiera nuestros nietos o biznietos podrán ver este país en paz?  Gustavo Valencia García, Armenia.

En este artículo está plasmada la realidad que estamos viviendo por culpa de la  guerra permanente de las Farc, sin objetivos y sin ningún horizonte. Este adolescente que maduró demasiado pronto por esa realidad, mostró su dolor ya sin lágrimas. Veo en él un futuro líder y creo que será un orgullo no solo para su familia sino para Colombia. Ligia González, Bogotá.

Cuando leo y veo las noticias siempre horribles de las Farc no puedo menos de sentir un odio y una rabia que enceguecen todo mi corazón. ¿Qué buscan las Farc con esos asesinatos tan viles y cobardes como los recientes y los que cometieron con los diputados de Cali?  Fuera de que no tienen ninguna bandera política se convirtieron en unos vulgares narcotraficantes, secuestradores y asesinos. Luis Quijano, colombiano residente en Houston (Estados Unidos).

Este artículo despierta la conciencia del ser humano más inconsciente. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Leí su artículo y con una lágrima que se negaba a desprenderse, sólo puedo decirle: una obra de arte al dolor y a la infamia. ¡Pobre nuestro país! Juan Fernando Echeverri Calle, Medellín.

Una pieza magistral, que interpreta muy bien lo que yo creo que sentimos todos los colombianos de bien.  Beatriz Rivera, Medellín.

Magnífica columna, y te felicito por ella, al mismo tiempo que me duele pensar que hayas tenido que escribirla. Creo que hubieses preferido, como yo, que no fuera necesario hacerlo. Ricardo Bada, Colonia (Alemania).

Las Farc es la plaga más temible, pavorosa, cruel y despiadada que hay sobre la faz de la tierra. Dios nos proteja a todo momento de esta máquina de la muerte.  Juanlunados (en La Crónica del Quindío).

He leído con la atención debida el artículo Le cortaron las alas. Excelente página que supo interpretar el dolor de ese niño que no pudo conocer a su padre por la intransigencia de una guerrilla que no se conmueve por nada. José Miguel Alzate, Manizales.

 

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