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Canciones de la guerra

martes, 21 de marzo de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El historiador Orlando Villanueva Martínez ha escrito varios libros sobre la violencia colombiana, dedicados a repasar la vida legendaria de famosos personajes insurgentes del país, como Biófilo Panclasta, Dumar Aljure, Manuel Quintín Lame, Guadalupe Salcedo, Sangrenegra, Camilo Torres Restrepo. Trabaja ahora en la biografía de Pedro Brincos, y en sus planes se encuentra la  historia de Tulio Bayer, sobre la que ya posee buena información.

Su último libro se titula Canciones de la guerra: la insurrección llanera cantada y declamada, y lleva el sello editorial de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. E incluye un video con material audiovisual sobre el contenido de la obra.

Valiosa edición que llena un vacío en el largo y sangriento historial de las guerrillas y las voces rebeldes que han protestado contra las injusticias, los atropellos y los oprobios cometidos contra la población desprotegida. Nadie había realizado la tarea académica que cumple Villanueva Martínez al recoger en su libro un repertorio significativo de canciones, poemas, testimonios, fotos y mapas sobre los sucesos bélicos ocurridos en los Llanos Orientales (o el Llano, como también se le conoce) en los años 50 y 60 del siglo pasado.       

Época turbulenta en la que los partidos conservador y liberal, trenzados en el peor sectarismo de la historia, que era instigado por la propia Iglesia católica, cubrían de sangre el territorio nacional. En los gobiernos de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez, los campesinos del Llano fueron hostigados por las fuerzas oficiales, e hicieron irrupción los temibles “chulavitas”, quienes despojaban a los nativos de sus tierras, los sometían a toda clase de vejámenes y los masacraban, como lo cuenta este corrido:

“Eran las seis de la tarde / de un 28 de marzo, / yo reconocí a esa gente, / eran policías chulavos / y algunos vecinos míos / que servían de baquianos. / Desde el guafal miré todo: / a mi mujer la mataron, / lo mismo a nuestros hijitos / de dos y de cuatro años”.

Contra esas hordas de la iniquidad surgió Guadalupe Salcedo, legítimo llanero, intrépido líder de la rebelión y convertido, por fuerza de las circunstancia, en “el terror del Llano”, como se le conocía.  Así lo dibuja esta canción:

“Ahí viene don Guadalupe / terror y muerte llevando / mientras los de Bogotá / bandolero lo han llamao, / el pueblo que lo bendice / lo nombra su abanderao (…) ¡Ánimas, don Guadalupe! / que ya el sol está clariando / y la madrugada canta / en el pico de los gallos. / ¡Si nos quitaron la patria / la estamos reconquistando!”.

Miles de llaneros seguían, con portes desarrapados, armas precarias y el ánimo erguido, al heroico capitán de la insurrección. Su imagen fulguraba en todo el país. Hasta que un día, en el gobierno del general Rojas Pinilla, lo halagaron para que se rindiera y entregara las armas. Se dejó convencer, sin sospechar que sería traicionado. Cuatro años después de haber firmado la paz caía abatido por la policía en una calle de Bogotá. Guadalupe Salcedo se volvió un mito en la historia del Llano.

Estos hechos, hoy olvidados, resurgen de manera diáfana en el libro del historiador Villanueva Martínez. Obra que tiene el mérito de recuperar el folclor llanero de aquella época tenebrosa, cuando las canciones de la insurrección pasaban de boca en boca, y se volvieron un canto de libertad.

El Espectador, Bogotá, 17-III-2017.
Eje 21, Manizales, 17-III-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-III-2017.

Comentarios

Muy buena reseña, que he leído con especial interés tanto porque Villanueva es un referente notable en la investigación académica sobre el liderazgo insurgente en Colombia, cuanto por el aporte del artículo al entendimiento de episodios dolorosos de nuestra historia conflictiva. Alpher Rojas Carvajal, Bogotá.

Qué bueno traer a cuento esa triste historia de la violencia partidista de los nefastos años cincuenta, porque la gente joven desconoce completamente los sucesos y fenómenos políticos de entonces y los procedimientos tortuosos de los chulavitas. Mucho menos saben quién fue Guadalupe Salcedo, y quienes vagamente tienen una idea, lo tildan de «un bandido asesino que hubo por allá en los Llanos». Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

No sé el motivo por el cual Sangrenegra, o Jacinto Cruz Usma, figura al lado de los insurgentes en esta columna. Siempre supe que Sangrenegra era un cruel bandolero. No sé si esté equivocado. Porque me imagino que el libro es para evocar personajes que lucharon por algún ideal o presionados por gobiernos opresores. César Carvajal Henazo (correo a La Crónica del Quindío).

Respuesta del autor del libro. Sobre el caso Sangre Negra, el comentarista podría tener en parte razón, aunque habría que decir que insurgente, en este caso, sería toda aquella persona que se levanta o se manifiesta, a su manera, contra el sistema, o una situación de opresión. En mi libro catalogo a Sangre Negra como un lumpen bandido, que llegó a hacer lo que hizo, no por gusto, sino porque las circunstancias lo llevaron a realizar determinadas acciones, que dentro del punto de vista de mayoría, resultan equivocadas. Orlando Villanueva Martínez.

El hombre clave

martes, 29 de noviembre de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El secreto mejor guardado del proceso de paz fue la actuación del empresario quindiano Henry Acosta Patiño, residente en Cali hace largos años. Allí ha tenido brillante desempeño en distintas posiciones, como estas: secretario de Desarrollo Social del departamento del Valle, director ejecutivo de Coomeva, líder cooperativista.

Es economista y magíster en Administración de la universidad del Valle y ha adelantado cursos en diferentes entidades académicas de Colombia y de otros países. Ha sido consultor permanente de la OIT en Turín (Italia) y de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Es oriundo de Génova (Quindío), donde comenzó a conocer los problemas del campo y la violencia. Nació el mismo año que mataron a Gaitán (1948), hecho que parece adquirir especial relevancia frente al papel que habría de ejercer, seis décadas después, como facilitador de los diálogos entre el gobierno de Santos y las Farc para obtener el acuerdo firmado tras medio siglo de hostilidades.

A la madurez que le conceden sus 68 años de edad, se suman sus virtudes como persona cordial, simpática, prudente y conciliadora. A esto se agregan la sencillez y la generosidad que son características de su carácter, además de sus firmes convicciones por la conquista de la paz, que lo llevaron a proponerle a Santos en el 2010 –como presidente electo– los sistemas para entenderse con las Farc y lograr el fin del conflicto.

Santos le creyó. Había aparecido el consejero perfecto. A partir de ese momento se iniciaron los contactos con el grupo guerrillero, y conforme avanzaba el tiempo, se veían mayores resultados. Henry Acosta se convirtió en el mediador ideal, no solo por la confianza que inspiraba en las dos partes, sino por su tacto, paciencia y sabiduría para conseguir fórmulas factibles de arreglo luego de vencer los innumerables obstáculos que surgían a cada paso.

Mantuvo siempre un nivel bajo, lindante con la humildad. El oficio lo cumplió en absoluta reserva. Estuvo sometido a grandes sacrificios, como la dedicación exclusiva a esa actividad altruista, que implicaba viajar de continuo, en compañía de su esposa Julieta, por trochas y montañas. Dormían en casas campesinas, en cambuches y caletas, y vivían expuestos a enormes peligros.

Para el éxito de su misión contaba con la amistad de ‘Pablo Catatumbo’, otro convencido de la paz, a quien había conocido en 1998. Este hecho fue decisivo para el contacto con las Farc, y luego para los numerosos diálogos que tuvo con la guerrilla en su condición de mensajero del Presidente.

Dice Henry Acosta en su libro El hombre clave, publicado hace poco con el sello editorial de Aguilar, que existieron diferencias notorias en los contactos de Uribe y de Santos con las Farc.

Uribe solo reconoció una vez la existencia del conflicto armado interno de Colombia, mientras que Santos aceptó ese hecho con carácter constitucional. Uribe quería negociar con las Farc la entrega de las armas, pero no el conflicto. En cambio, Santos buscaba los caminos de la reconciliación que llevaran a la dejación de las armas. Dos estilos contrarios. A la postre el que triunfó fue el de Santos mediante la firma del acuerdo final de la paz.

El Espectador, Bogotá, 26-XI-2016.
Eje 21, Manizales, 25-XI-2016.
La Crónica del Quindío, Armenia, 27-XI-2016.

Comentarios

Me parecen muy valiosos los numerosos documentos y patriótico su gesto de apoyo a la paz, con muchas experiencias difíciles y de alto riesgo. César Hoyos Salazar, Armenia.

Desconocía la existencia de Henry Acosta y por supuesto su influencia en favor de la terminación del conflicto. Siempre hay protagonistas ocultos en los procesos importantes. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Qué bien reconocer los esfuerzos meritorios de los nuestros, que sin hacer mucho despliegue de protagonismo sirven a los intereses del país. Eduardo Orozco Jaramillo, Armenia.

Entre las múltiples virtudes de este hombre memorioso, con su libro que es testimonio literario, político y social de transparencia, lealtad, discreción y total amor por su país y por la paz, sin asumir posiciones radicales, destaco también la de ser este quindiano-caleño un corresponsal activo quien, a sus amigos, nos mantiene informados con minuciosidad sobre múltiples aspectos de los actuales procesos de la paz. Cuando se hable del libro y del histórico rol desempeñado por Henry, es insoslayable destacar, además, el arduo trabajo que a la par con Henry desarrolló «Dulcinea», su esposa Julieta López. Desde sus sensatas descripciones y develamientos políticos, los lectores podrán tener otra visión de las Farc-EP, no condicionadas por los medios habituales que tanto daño le hacen a la verdad. Umberto Senegal, Calarcá.

Cita con la historia

miércoles, 5 de octubre de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Mucha gente no ha entendido, o no quiere entender, que la firma del acuerdo de paz es un hecho providencial que no solo le pone fin a la sangrienta época de violencia padecida durante medio siglo, sino que permite crear un nuevo país para las futuras  generaciones. El titular de El Tiempo en primera página, el mismo día de la firma del acuerdo, es estremecedor: “La paz luego de 267.162 muertos”.

Pocos pueblos han sufrido tanto dolor durante tanto tiempo. Es tan catastrófica la situación, que Colombia está calificada como una de las naciones más violentas del mundo. ¿Cómo no serlo, con 8 millones de víctimas por el conflicto, 6 millones de   desplazados y 25.000 desaparecidos? A esto se suman los mutilados por las minas antipersonas, las familias destruidas, las viudas y los huérfanos que solo han conocido la miseria y la desesperanza.

Colombia es un país que perdió su rumbo. Un país que ha vivido entre el estallido de las bombas y las balas, la sevicia, el terror y la muerte. La guerra constante, la destrucción de pueblos y de hogares, el miedo en los campos y la inseguridad en los centros nos convierten en una sociedad errática y desamparada. Bajo tales signos, la vida ha perdido su encanto, y la gente, su dignidad.

Los presidentes Betancur, Gaviria y Pastrana intentaron acuerdos con la guerrilla, y fracasaron. Uribe escogió las acciones bélicas, propinó contundentes golpes al enemigo, lo redujo, pero no lo derrotó. Mientras tanto, el país continuaba por los caminos tormentosos de la barbarie. Una guerra fratricida de nunca terminar.

De pronto, en medio de tanta turbulencia, apareció una luz en el horizonte. Nadie creía que el presidente Santos fuera capaz de llegar tan lejos en el propósito de entrar en conversaciones con el grupo guerrillero. Las Farc se formaron en 1964 como respuesta a la injusticia social. Bajo dicho postulado libraron sus luchas iniciales. Después arreciaron sus acciones y sus atrocidades. Más tarde, seducidas por el tráfico de drogas y el despojo de tierras a los campesinos, se desviaron del objetivo social.

Fue Santos el interlocutor perfecto para dialogar con ‘Timochenko’, jefe de las Farc, hombre duro y nada fácil de convencer. La vocería del Gobierno estaba en manos de un equipo de la mayor competencia y distinción. Del mismo modo, los miembros  de las Farc eran sus líderes más prestantes.

Varias veces estuvo a punto de romperse el diálogo, y solo la constancia, la paciencia y el talento con que actuaron las dos partes consiguieron sacar adelante, tras cuatro años de agotadoras jornadas, el acuerdo final de la paz que este domingo se somete a refrendación de los colombianos.

No es un acuerdo perfecto –porque en este terreno no ha habido acuerdos perfectos en ninguna parte del mundo–, pero sí es la mejor fórmula para que cesen las hostilidades y se propicie una patria mejor para las nuevas generaciones. Nace un nuevo país. Dice Antanas Mockus: “Prefiero apoyar la paz y equivocarme, que apoyar la guerra y acertar”. Los ojos del mundo están puestos en Colombia. De nosotros depende el futuro.

El Espectador, Bogotá, 30-IX-2016.
Eje 21, Manizales, 29-IX-2016.
La Crónica del Quindío, Armenia, 2-X-2016.

Comentarios

Este artículo es un desapasionado análisis sobre los antecedentes que condujeron al acuerdo firmado entre Gobierno y Farc. Claro reconocimiento al gobierno Santos y a su equipo, quienes con una perseverancia y paciencia a toda prueba pudieron culminar el pacto que hoy nos llena de regocijo y que deberá ser sustento para la construcción de un país tranquilo y más equitativo. Gustavo Valencia, Armenia.

Magnífica página, con argumentos sólidos y contundentes. Ojalá contribuya a cambiar la actitud egoísta y rencorosa de tantas personas que dicen amar la patria y que, además, se llaman seguidores de las enseñanzas de Cristo. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Esperemos que los jóvenes ayuden a sacar adelante con el Sí esta cita vital con la historia. Es triste escuchar las barbaridades de quienes defienden el No. Estamos llenos de gente extremadamente egoísta, por lo que siento miedo y pesimismo por los resultados. Ojalá que este sufrido país vuelva a nacer mañana. Gilberto Giraldo H., Bogotá.

Nuestra generación, que ha sido testigo de tantos eventos importantes en la historia de Colombia y del mundo, está ahora frente a un llamado que no solo tiene importancia decisiva para quienes hemos vivido el terrible flagelo de la guerra, sino también para las generaciones venideras. Coincido con quienes sostienen que el acuerdo de hoy, a pesar de las grandes falencias que pueda tener, es el mejor acuerdo posible. Josué Carrillo, Calarcá.

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Sí a la esperanza

martes, 6 de septiembre de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Dijo Humberto de la Calle en días pasados: “Los enemigos de la paz son los que han llenado las redes sociales de falacias y mitos”. Esta situación se acentúa cada día  más conforme nos acercamos al plebiscito que definirá la suerte del convenio firmado en La Habana, documento bautizado con el título de “Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”.

El rótulo de este trabajo dio lugar a que el Centro Democrático, que no descansa en su plan de atacar cuanto se oponga a sus ideas y propósitos, critique la pregunta elaborada por el Presidente para someterla a votación popular.

Dicen los dirigentes de esa casa política que, al tomar dicho título como base para formular la pregunta, se induce al elector a marcar la casilla del Sí. Esta suspicacia carece de fundamento. ¿Acaso no se pregunta, con claridad y concreción, si el elector apoya o no lo acordado en dicho documento? Es eso lo que el pueblo va a refrendar o a reprobar. Ese es el objeto de la consulta popular.

Entre las críticas que se hacen al proceso de paz se encuentran las siguientes: que Santos entrega el país a las Farc; que lo lleva al castro-chavismo; que hay impunidad al no establecerse el pago de las penas en cárceles con barrotes; que los exguerrilleros no deben ocupar curules parlamentarias; que se les premia al asignarles un auxilio económico para su subsistencia inicial en la vida civil…

Los opositores atacan el acuerdo sobre la justicia transicional y por supuesto no están de acuerdo con la creación del Tribunal de la Paz. Según ellos, este organismo interfiere la vida de la justicia ordinaria. Pero no se adentran en la función temporal que cumplirían las instancias convenidas, ni dilucidan los otros mecanismos que se fundarían para hacer posibles la dejación de las armas y la construcción de la paz.

Mientras tanto, el mundo entero aplaude los logros que obtiene Colombia después de medio siglo de violencia, que deja 220.000 muertos y 8 millones de víctimas por el conflicto con las Farc y el Eln (entre ellas, millón y medio de niños y adolescentes). Ningún otro acuerdo había llegado tan lejos. Hemos conseguido un sitio privilegiado de recuperación entre los países castigados por la  guerra, y no obstante, hay quienes buscan que el conflicto nunca termine. Desde que no sean ellos los autores de las medidas, todo está mal hecho.

Disentir es legítimo derecho de la democracia. Lo malo está en ejercer esa acción bajo la carga del odio, del sectarismo, de la alucinación o la revancha. Lo deseable es el diálogo civilizado, la controversia respetuosa, la conducta equilibrada. Y lo que debe imperar en estos momentos es la invitación a que los ciudadanos lean con cuidado la letra de los acuerdos y reflexionen en conciencia sobre la fórmula que más convenga, lejos de presiones y de los mensajes tendenciosos que inundan las redes.

No se va a votar ni por Santos ni por Uribe. Se va a votar por el documento de La Habana, producto de cuatro años de deliberaciones, al frente de las cuales actuaron, en nombre del Gobierno, personas del mayor prestigio, erudición y credibilidad.

 Muchos votaremos, con el Sí, por la esperanza de un país mejor. Votaremos por el perdón y la reconciliación, necesarios para el desarrollo humano. Votaremos por nuestros hijos y nuestros nietos. Por las futuras generaciones.

El Espectador, Bogotá, 2-IX-2016.
Eje 21, Manizales, 2-IX-2016.
La Crónica del Quindío, Armenia, 4-IX-2016.

Comentarios

Yo también, como la mayoría de mi familia, votaremos Sí. Gracias por ayudar en esta campaña para la búsqueda de un mejor país para todos los que lo habitamos y para las generaciones futuras. Ramiro Borja Ávila, Bogotá.

Artículo democrático e ilustrativo acerca del momento histórico y decisivo, cuando Colombia le apunta a la paz. Quizás no nos toque morirnos sin acercarnos cada vez más a este sueño que ya no es utopía. Inés Blanco, Bogotá.

Hay que ser muy ingenuo y estulto para creer que el circo habanero va a traer paz. La principal razón es la corrupción política que se verá incrementada en el Congreso (ya podrido) por unos criminales de guerra indultados. Los que van a votar Sí es porque o son comunistas, o ingenuos, o estultos, o ignorantes, o están amenazados, o vendieron su voto, o todo a la vez. Votar Sí es inmoral porque es legitimar, justificar, indultar y premiar a unos psicópatas narcoterroristas. Kaliman7 (mensaje a El Espectador).

Artículo con planteamientos serios y a favor del SÍ en el próximo plebiscito. No sobra aclarar que no soy santista, ni uribista, ni comunista, ni simpatizo con las Farc. Simplemente creo que no se pueden echar por la borda 4 años de conversaciones serias y desperdiciar una oportunidad excepcional para desarmar a la guerrilla más vieja y feroz que hemos tenido, para iniciar una etapa nueva de este país que no  merece la suerte de seguir derramando sangre inocente, destruyendo familias, tierras, hogares y patria. Y no podemos mirar despreciativamente el apoyo internacional que desde el papa hasta gobernantes de países pequeños han dado al cierre de las conversaciones de La Habana. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Violencia política de los años 30

miércoles, 3 de agosto de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En el libro ¿Por quiénes doblaron las campanas?, de reciente aparición, Antonio Cacua Prada revive una época nefasta de la violencia partidista en el país: la que azotó a la provincia de García Rovira, en el departamento de Santander, durante los años 30 del siglo XX.

El estallido de la conflagración comenzó el 29 de diciembre de 1930, cuando la policía municipal de Capitanejo, que era liberal, asesinó a un grupo de campesinos conservadores que se inscribían para votar en la elección de diputados en febrero del 31. Ese hecho se repitió en Guaca el 2 de febrero y dio origen a la formación, en ambos bandos, de las llamadas “chusmas”, que eran grupos de ataque y de defensa, de triste recuerdo en la historia del país.

El 29 de junio de 1931 fue asesinado el párroco de Molagavita, Gabino Orduz Lamus, oriundo de San Andrés (provincia de García Rovira), por el agente de la policía departamental Roberto Tarazona.

A lo largo de la década se recrudeció la ola de asesinatos en la provincia. Al concluir la hegemonía conservadora e iniciarse la liberal con el gobierno de Enrique Olaya Herrera, en 1930, irrumpió la represión del partido ganador contra sus adversarios. Esta época violenta tuvo su mayor expresión en Santander y en Boyacá.

Con el cambio de un partido al otro vino la renovación de la policía, la que sin ser numerosa, dada la proporción del país, producía numerosos muertos en el bando contrario. Era una policía rudimentaria, pero de todos modos contaba con las armas gubernamentales y con el amparo de la impunidad. Lo que había sucedido en los gobiernos conservadores se trasladaba ahora a los liberales, situación que llegaría hasta el año 1946, cuando volvieron los conservadores al poder con el triunfo de Mariano Ospina Pérez.

La realidad monda y lironda era que la violencia estaba empotrada en Colombia desde la derrota del dominio español. El país permanecía en guerra constante, con el objetivo claro de exterminar a los situados en la frontera opuesta. Ahora, en 1930, el turno correspondía a los liberales, y esta vez la saña era más recalcitrante que la ejercida en años anteriores.

El inicio de la nueva etapa de la barbarie fratricida tuvo ocurrencia en Capitanejo, población limítrofe con el norte de Boyacá, hecho que dio origen a repetidas masacres. Se mataba con alevosía y a sangre fría, como lo recuerda Antonio Cacua Prada en esta memoria histórica.

El 10 de septiembre de 1932, el alcalde de San Andrés, Clímaco Rodríguez, dirigió feroces acciones que se tradujeron en la muerte de numerosos labriegos, la intención de asesinar al coadjutor, Carlos Colmenares, el ataque a las religiosas del hospital y del colegio de señoritas y la destrucción de la imprenta donde se editaban el  semanario Lucha y Defensa y la Hojita Parroquial.  

Don Pedro Cacua Jaimes, padre del historiador Cacua Prada, había fundado dicho semanario el 13 de diciembre de 1930, y su vida se extendió hasta el 10 de septiembre de 1932. En estos días su hijo Antonio tenía apenas seis meses de edad. Para evitar ser asesinados, la familia tuvo que refugiarse en la finca de un familiar y ocultarse durante varios días en unas cuevas indígenas.

Pasados los años –el 10 de febrero de 1979–, don Pedro Cacua Jaimes, que había alcanzado alto liderazgo político en su tierra, y que moriría días después, le dijo a su hijo: “Como eres un apasionado por la historia, te tengo un regalo muy especial. Te voy a entregar tres colecciones de periódicos, empastados, y un folleto, en ellos encontrarás parte de la historia de tu pueblo, y de Guaca”.

En esto consiste el libro que edita hoy Antonio Cacua Prada: en reproducir en forma textual los artículos publicados en el semanario Lucha y Defensa, que se convierten en testimonio fiel de una de las etapas más sanguinarias de la vida colombiana. Han pasado 37 años desde el día en que recibió el legado de su padre, y 86 años desde que en García Rovira estalló uno de los capítulos más tenebrosos del odio y la retaliación movidos por la pasión política. Época cavernaria de ingrata recordación.

El Espectador, Bogotá, 31-VII-2016.
Eje 21, Manizales, 29-VII-2016.

Comentarios

Este recuento histórico de la violencia en Santander y norte de Boyacá se reprodujo en otros sitios de Colombia. Baste recordar los hechos acaecidos en el Valle del Cauca y que sirvieron a Álvarez Gardeazábal para su novela «Cóndores no entierran todos los días». Infortunadamente el 90%, y creo no exagerar, de los colombianos ignora cómo y quiénes fueron los generadores de la violencia que desde hace muchas décadas ha golpeado al país y frustrado la anhelada paz. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Este artículo y el libro del escritor Cacua Prada son la historia de la provincia y las ciudades colombianas: ora violencia partidista, ora ataques guerrilleros, ora el narcoterrorismo, ora las matanzas de paramilitares, ora la sevicia de las bacrim y ora… En Colombia siempre hay una nueva violencia que falta por suceder. Ojalá algún día tengamos la inteligencia colectiva de cambiar este mal endémico. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Leí la columna con la desazón que me causan escritos de ese corte; con él recordé el Quindío de mi niñez. Cada vez me convenzo más de que este es un país de bobos bravos, muchos de ellos de muy mala clase. Josué Carrillo, Barcelona (Quindío)

Ese es un vergonzoso capítulo  de la historia política de Colombia que se ha querido borrar para culpar al partido conservador y específicamente a los expresidentes Ospina y Gómez como «los padres de la violencia partidista en Colombia».  Mi padre, quien fue veterano suboficial del Ejército en los años veinte y comienzos de los treinta, me contaba cómo en un país que venía en paz, ésta fue rota por unas masacres de decenas de conservadores inermes concentrados en las plazas de mercado en algunos municipios de  Caldas, en  Gachetá y en Salazar de Las Palmas. Luis Granados Morales, Bogotá.

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