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Maltrato y crueldad

martes, 14 de noviembre de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El maltrato y la crueldad son dos factores que andan unidos en la creciente ola de violencia intrafamiliar que azota a Colombia. En este campo de la intolerancia y la barbarie, movido por el machismo ancestral, la mujer es vulnerada hasta extremos inauditos. Por lo general, el drama queda escondido tras los muros del hogar. En esta forma, la impunidad es aberrante en una nación que se dice civilizada y que no ha salido, sin embargo, de la era cavernaria.

Miles de casos llegan a la justicia, pero las cifras de la infamia, lejos de disminuir, muestran en los últimos años un crecimiento no solo significativo sino catastrófico. El estado de descomposición social nos sitúa como el segundo país más violento del hemisferio. Ya se sabe, de tiempo atrás, que Colombia está considerada como uno de los territorios más violentos del mundo. ¡Qué triste realidad!

La violencia intrafamiliar se refleja en el maltrato físico, sicológico o verbal. Esta situación llega a casos tan extremos que la mujer, que es la principal víctima de las agresiones –debiendo ser la reina del hogar–, se convierte en un ser pisoteado, humillado, sumiso, indefenso, compelido en su derecho al respeto y la dignidad. En tales condiciones, la mujer no solo pierde la alegría de vivir sino que padece en silencio serios trastornos depresivos, cuando no graves enfermedades.

No hace mucho el país entero vio el video en el que un hombre golpeaba en forma brutal a su novia, en el ascensor de un edificio de Chapinero, y luego hería a un joven que intentó defenderla. ¿Qué le ocurriría más adelante a esta mujer en caso de llevar vida marital con ese energúmeno?

Si se trata del abuso sexual contra la mujer, el panorama es mucho más desastroso, y no menos preocupante. En estos días, cuando han salido a flote innumerables episodios de esta naturaleza y se han suscitado agudos debates en las redes sociales y en los medios de comunicación, las noticias estremecen al país. El ataque sexual se volvió una pandemia, de tanto repetirse a todo momento y en todas las esferas de la sociedad.

En la mayoría de los casos, la violencia sexual queda silenciada por el miedo, la vergüenza o el temor a represalias que sienten las mujeres ultrajadas. Muchas veces el agresor es parte de su misma familia, y aquí el encubrimiento es mayor. Además, se desconfía del funcionario judicial ante el que hay que poner la denuncia, por la sospecha de que es otro criminal en acecho. Y tampoco se cree en la eficacia de la justicia.

La impotencia de la mujer para protegerse y conseguir el reparo contra el abuso es la que agiganta la impunidad. Colombia es un país de impunidades en todos los órdenes: en el oficial, en el político, en el judicial, en el económico…

La Fiscalía General presentó en días pasados un proyecto de ley para endurecer los castigos a quienes incurran en los maltratos físicos o sicológicos a que se refiere esta nota, proyecto que contempla la privación de la libertad entre 4 y 8 años y el aumento de la pena en una cuarta parte en caso de reincidencia. La sociedad debe protegerse. De por medio está la dignidad de la familia, un tesoro que ha caído en el mayor nivel de degradación humana.

Eje 21, Manizales, 10-XI-2017.
El Espectador, Bogotá, 10-XI-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-XI-2017.
Mirador del Suroeste, n.° 70, Medellín, diciembre/2019.

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Es un tema que a algunos colombianos, infortunadamente solo a algunos, nos genera un triple sentimiento: tristeza, vergüenza e ira. No es lógico que del más maravilloso órgano de un ser humano, como es el cerebro, pueda brotar una conducta tan irracional, capaz de causar daño y sufrimiento a otro ser humano, la mayoría de las veces indefenso y en desventaja física. Me apena tener congéneres que más parecen animales rabiosos sin capacidad de discernimiento que integrantes de una sociedad que se dice civilizada. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

En mi concepto la violencia sicológica llega a hacer más daño que el maltrato físico. Lo que estamos viendo me hace pensar que vamos de regreso a tiempos de horror. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Estupendo diagnóstico, ahora a dar soluciones. Exigir a los nuevos matrimonios cursos de ética, pues con las generaciones actuales no creo posible enderezar el camino. Josué López Jaramillo, Bogotá.

Es aberrante no solo en Colombia sino en el mundo la forma como algunos hombres tratan a la mujer y la hacen víctima de atropellos innombrables que terminan con el asesinato. Como mujer me horrorizo ante el salvajismo, son tratadas como objetos y  se consideran con derecho de matarlas. Y… no pasa nada. Inaudito en pleno siglo XXI. Inés Blanco, Bogotá.

Los estragos de la envidia

miércoles, 18 de octubre de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Miguel de Unamuno (1864-1936) fue el escritor y filósofo español más destacado de su generación. Ocupó tres veces la Rectoría de la Universidad de Salamanca. El último período se inició en 1931 y concluyó en octubre de 1936, cuando fue destituido por orden de Franco y condenado a arresto domiciliario. Agobiado por      el desespero, la tristeza y la soledad, murió tres meses después, el 31 de diciembre, en forma repentina.

Su pensamiento político lo mantuvo enfrentado a la República española por la división social originada en los comienzos del siglo. En 1917 escribió la novela Abel Sánchez, obra brevísima, y densa en ideas. En ella dibuja la anatomía de la envidia, basado en la historia de Caín y Abel, y crea dos personajes modernos, similares a los bíblicos: Joaquín Monegro y Abel Sánchez.

Estos tienen sangre española, como que el propósito del novelista es resaltar la envidia como un mal de su patria. Al mismo tiempo, le sirven de protagonistas de la pasión más extendida por el mundo. La envidia es un mal universal y eterno. Se inocula en el organismo desde la concepción de la criatura.

La novela lleva como subtítulo “Una historia de pasión”. Es la pasión que nace en el paraíso terrenal con los dos hijos de Adán y Eva: Caín, que se dedicaba a la agricultura, y Abel, al pastoreo. Al presentar sus ofrendas en los altares, Dios  prefirió la de Abel. Enceguecido por los celos, Caín mató a su hermano.

Al final de su vida atormentada, Joaquín Monegro (Caín) dice: “¿Por qué nací en tierra de odios? ¿En tierra en que el precepto parece ser: ´Odia a tu prójimo como a ti mismo´?”. Es la misma pregunta que puede hacerse el hombre colombiano. Aquí el odio germina como la mala hierba. Se extiende por todas las capas sociales, pero tiene más raigambre en las altas esferas del poder, que transmiten esa úlcera del alma a los seguidores de sus causas políticas, y estos se encargan de inyectarla a diestra y siniestra como una lepra social.

Nos odiamos sin motivo. Sin saber por qué. No fue suficiente la visita del papa Francisco, que vino a predicar el perdón y la reconciliación, y no logró penetrar con sus mensajes de paz en el alma de quienes parecen nutrirse con la envidia y el odio como si fueran un alimento sano.

Al presidente Santos, artífice de la paz, lo odian los políticos malquerientes y sus huestes, que riegan ese veneno por las redes y los periódicos. Lo que hay en el fondo, para qué dudarlo, es envidia. Envidia por hacer lo que ellos no pueden hacer.

El odio es envidia. “Un envidioso jamás perdona el mérito”, dice Pierre Corneille. Ya lo había advertido Ovidio desde lejanos tiempos: “La envidia, el más mezquino de los vicios, se arrastra por el suelo como una serpiente”.

Grandes núcleos de la población colombiana piensan y proceden de otra manera. Entienden que la convivencia está por encima de la envidia y el odio. En Colombia hay más Abeles que Caínes. La novela de Unamuno, que cumple 100 años de escrita, serviría para hacer pensar a los violentos que la vida es más grata, más sana y más útil, cuando se consigue controlar este morbo destructor. Por desgracia, con él  nace el ser humano.

El Espectador, Bogotá, 13-X-2017.
Eje 21, Manizales, 13-X-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 15-X-2017.

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Absolutamente cierto: «cizaña» regada a lo ancho y largo del país. Jamás han visto con alegría el triunfo ajeno. Cuando alguien triunfa, saltan a desprestigiarlo haciendo uso de lo más bajo que albergan en su ser. Ni Botero, Patarroyo, Llinás o Gabo se han librado de sus ladridos. En otro país más agradecido y menos ignorante, el actual presidente estaría gozando de inmensa popularidad en las encuestas. Sin embargo, con el tiempo la Historia, ese gran juez, sabrá evaluarlo y ubicarlo en el sitio de honor que le corresponde. William Piedrahíta (en La Crónica del Quindío).

La envidia es un veneno que corroe el alma y hace daño a los demás. Pero como todo sentimiento negativo, realmente a quien enferma es a quien alimenta un rencor hacia los demás, es quien vive con esa carga y un corazón enfermizo. Opino que cuando nacemos venimos inocentes y nos contaminamos de la maldad del mundo. Liliana Páez Silva, Caracol, Bogotá.

Muy oportuna la mención de la novela de Unamuno. A propósito, te comento que la semana pasada estuvimos dos días en Salamanca conociendo tantas joyas arquitectónicas que allí existen, entre ellas la Universidad. El último  día entramos a desayunar al Café Novelty, que está ubicado en la Plaza Mayor y me llamó la atención la estatua de un señor en una de las primeras mesas. Al averiguar, supe que se trataba de Gonzalo Torrente Ballester, quien vivió y murió allí. Fue colega de Unamuno y en dicho café se reunían con otros pensadores, escritores y profesores a tertuliar. Este café data de 1904. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Me fascinó la columna Los estragos de la envidia. No sabía que Unamuno había terminado sus días preso. Estoy muy de acuerdo con la premisa de que «el odio es envidia». Quiero creer que «en Colombia hay más Abeles que Caínes». Colombia Páez, El Nuevo Herald, Miami.

Pastora

miércoles, 20 de septiembre de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El papa Francisco dejó sembrados en suelo colombiano profundos mensajes. Su presencia estremeció a Colombia tanto por el magnetismo de su personalidad como por la trascendencia de su palabra y el efecto maravilloso creado por sus gestos y sus actos.

El hecho de que cerca de siete millones de personas lo hubieran acompañado y vitoreado en los recorridos por las cuatro ciudades que visitó habla del carisma que despierta en las masas. Su sencillez y amabilidad, acompañadas de la sabiduría con que expresa sus ideas y aconseja medidas correctivas, lo convierten en líder impactante, que no solo convence sino que además sacude la conciencia colectiva y pone a pensar a gobernantes y políticos.

Con el lema “Demos el primer paso”, refrendó su certeza sobre “el perdón y la reconciliación” como paso esencial para encontrar los caminos de la paz. “La violencia –dijo– engendra más violencia; el odio, más odio y la muerte, más muerte”.

Vino a ver, escuchar y palpar la realidad colombiana. A levantar la esperanza. Abordó tantos temas de nuestra vida cotidiana que no parecía un forastero sino un colombiano más. Se mostró conocedor de nuestras costumbres y tradiciones, e incluso de nuestra literatura y los símbolos patrios. Mirando a los ojos de la gente pobre, descubrió lo que está escondido en el interior de las almas. Lo que se sufre y se calla.

A los obispos les advirtió que no son políticos ni técnicos, sino pastores. Y censuró el apego al dinero y las comodidades. La conducta de austeridad la ejercía como arzobispo de Buenos Aires (donde viajaba en metro o en bus colectivo, como cualquier ciudadano), y la acentuó en el Vaticano.

El anillo del Pescador, que es el mayor símbolo papal, lo mandó elaborar, no en oro macizo, como era la tradición, sino en plata dorada. Así, atacó la ostentación del boato y la riqueza que siguen algunos jerarcas de la Iglesia, y dirigió su gobierno hacia los pobres.

El acto más emotivo y más doloroso de su peregrinación lo vivió en Villavicencio, en el parque Las Malocas, frente a los relatos de personas torturadas por la guerrilla mediante sistemas bárbaros –inconcebibles en seres humanos– durante el medio siglo de violencia que hoy se busca detener a través del proceso de paz.

Un testimonio pavoroso –el más cruel y el más conmovedor de los narrados en Villavicencio– es el de Pastora Mira García, a quien la guerrilla asesinó a su padre, sus dos hijos y su esposo. La valiente mujer le mostró al sumo pontífice –y con él, al país entero– la camisa que llevaba su hijo el día que lo mataron, regalada por su otra hija, también desaparecida. No obstante, un día descubrió, enfermo y en estado calamitoso, a uno de los asesinos de su hijo, a quien brindó amparo y perdonó.

Hoy desarrolla edificante labor social en San Carlos, Antioquia, municipio del que es concejala, hacia la población desprotegida. Muy apropiado su nombre de Pastora para enlazar la función pastoril –en el exacto sentido papal– que cumple en su pueblo. Con adición de su apellido, puede fabricarse esta frase: “Pastora mira las necesidades ajenas”. Esta tarea la han olvidado algunos obispos, y vino a recordarla, en su visita a Colombia, el papa de los pobres.

El Espectador, Bogotá, 15-IX-2017.
Eje 21, Manizales, 15-IX-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 17-IX-2017.
Mirador del Suroeste, n.° 62, Medellín, septiembre/2017.

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Espléndida columna, testimonial de la aleccionadora visita de Francisco, con lecciones que ojalá pelechen en este suelo tan problemático y emproblemado. Con feliz remate, al resaltar la personalidad de Pastora, con tragedias de vida superadas por el servicio al bien común. Carlos Enrique Ruiz, Manizales.

Se trata de una gran personalidad de naturaleza constructiva y gran carácter humanitario. Esta columna logra una magnífica aproximación a su figura. Alpher Rojas, Bogotá.

Hacia una Colombia mejor

martes, 11 de julio de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Colombia no está en la boca del lobo, como dicen los pregoneros de desastres. Ni frente a un despeñadero. Las voces apocalípticas que buscan nutrir sus propios instintos con fines egoístas y electorales no hacen otra cosa que falsear la realidad nacional para presentar al país al borde de la catástrofe.

Como lo manifiesta el general Óscar Naranjo en su entrevista con Yamid Amat, su mirada al país le hace recordar los 260.000 muertos y los 8 millones de víctimas dejados por la guerra. Hace memoria de las 3.800 personas secuestradas a finales de los años 90, y de los policías asesinados (uno cada 36 horas) durante el tiempo en que fue director de la Policía. Hoy, esa ola de secuestros y asesinatos es historia del pasado. “Creo —dice— que la dejación de las armas ya hizo de este proceso un hecho irreversible”.

Entramos en la etapa de la paz. Serán muchos los obstáculos que aparecerán en  el camino de las confrontaciones políticas. No obstante, la inmensa mayoría del país siente los aires de la reconciliación y percibe los beneficios de este pacto sorprendente que le cambia el rumbo a Colombia. A medida que el tiempo transcurra, se verá el surgimiento de un país nuevo que lejos del estallido de las armas ha de florecer en los campos social y económico.

La llegada de la paz nos toma de sorpresa a los colombianos, porque estábamos acostumbrados a la guerra sin fin. Somos hijos de la guerra. Y víctimas del terror y la maledicencia. La apatía nacional, la desinformación, el torrente de rumores y mentiras propagados por las redes sociales, el auge de las amenazas y los miedos, los mensajes de ira y destrucción crearon una atmósfera enrarecida y bárbara. Colombia se volvió indescifrable.

Todo esto es lo que debe cambiarse. Las palabras de monseñor Luis Augusto Castro al retirarse de la presidencia del Episcopado representan una urgencia inaplazable: “Tenemos que perdonarnos y reconciliarnos. Ahora que las Farc se desarmaron, tenemos que desarmar nuestros corazones”.

En medio de este turbión de noticias fatídicas y perturbadoras, muchas voces se han expresado desde los espacios de opinión con serenidad, mesura y raciocinio. En sentido contrario, abundan las columnas explosivas, guiadas por la pasión y el ánimo aniquilador. El derecho a disentir es uno de los dones más preciados de la democracia, pero debe ejercerse con altura y respeto. En la sana controversia sobran las palabras hirientes y los juicios exacerbados.

Por desgracia, este es el ambiente que hoy se vive al entrar el país en la etapa del posconflicto. El periódico El Tiempo, en su Manual de Redacción que acaba de promulgar, hace esta recomendación a sus periodistas: “Cuide el lenguaje para que no escinda, estigmatice, generalice o divida”.

Es cierto que con el acuerdo firmado con las Farc no se obtendrá la paz absoluta. Sin embargo, mucho se ha avanzado. Y se seguirá avanzando. Habrá que ajustar algunas piezas dentro de los mecanismos establecidos, pero los puntos centrales de la negociación, que ya se encuentran en marcha, garantizan que las condiciones están dadas para que al fin Colombia salga de la horrenda noche luego de 53 años de lucha fratricida.

El Espectador, Bogotá, 7-VII-2017.
Eje 21, Manizales, 7-VII-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 9-VII-2017.

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Comparto a plenitud los términos de la columna. Estoy en las filas de quienes creen que avanzamos a pasos agigantados hacia la paz, la convivencia y la justicia social. Augusto León Restrepo, Bogotá.

En mi bambuco Hermano, perdóname, que interpreta el dueto de los Hermanos Martínez,  expreso mi preocupación, con alta dosis de esperanza, para que reine la tan anhelada paz entre los colombianos. Cuando en mi canción digo con visos de angustia:  A Colombia no la salva sino el perdón y el olvido, considero esa posibilidad sobre la base de que las partes piensen y obren con sinceridad, porque la hipocresía, la deslealtad y la traición no tienen cabida frente al angustiado grito de paz y concordia de 40 millones de colombianos. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

Seguirán los enemigos de la paz atacándola, pero solo perderán su tiempo y seguirán haciendo daño. La paz es un hecho, y aunque se demore en llegar, llegará. Jesús Escobar, Armenia.

La paz en nuestro país se va adelantando a golpecitos, como cuando uno clava una puntilla en un bloque de madera muy dura: no se puede hacer de un solo martillazo, sino que se precisan muchos golpes hasta lograr que quede firme. Es verdaderamente lamentable que una parte de la población colombiana (la que nunca ha sufrido los horrores de la guerra) haya formado el bloque de dura madera que se opone a que la paz penetre en los espíritus de un solo golpe. Pero la persistencia vencerá al final. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Esa ha sido mi cantaleta desde hace mucho tiempo, en las columnas que publico, porque nosotros somos, tristemente, de la que llamó Fabio Lozano Simonelli «generación de la violencia». E insisto en que esto no se cambia con viejos. Los jóvenes son los llamados, porque algunos de ellos ya han expresado: «Nosotros no tenemos por qué pelear una guerra que no iniciamos». José Jaramillo Mejía, Manizales.

Su prosa clara y precisa, y su notoria actitud conciliadora, es un canto que refresca, cual bálsamo, el ambiente pestilente que hoy divide a nuestro país, que debería estar alborozado por los resultados ya evidentes, con los recientes hechos de paz, como el desarme de una guerrilla que después  de 52 años de infructuosa lucha armada buscará protagonismo político mediante el voto, mecanismo de las  democracias,  y con sus hombres integrados a la sociedad civil. Gustavo Valencia García, Armenia.

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Salvemos la paz

miércoles, 3 de mayo de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Dice Eduardo Lozano Torres, lector de mi columna: “No se pueden echar por la borda cuatro años de conversaciones serias y desperdiciar una oportunidad excepcional para desarmar a la guerrilla más vieja y feroz que hemos tenido, para iniciar una etapa nueva de este país que no merece la suerte de seguir derramando sangre inocente, destruyendo familias, tierras, hogares y patria”.

En esta frase está sintetizado el pensamiento de millones de colombianos que ven con ojos de esperanza el camino recorrido en el gobierno de Santos para lograr la paz. Ha sido un camino tortuoso, sembrado de patrañas, mentiras y enredos, urdidos por quienes prefieren alimentar los bajos instintos de la venganza y la pasión sectaria, antes que mirar hacia el bien de Colombia y de sus familias.

Ellos no se detienen a pensar –y si lo piensan no lo dicen– que nunca el país había avanzado tanto en el camino de la reconciliación. Ningún presidente había conseguido llegar tan  lejos en los acuerdos con las Farc.

La guerra se volvió una costumbre. Nos gusta jugar a la guerra, como si fuera una diversión. ¿Ya se olvidaron los 220.000 muertos y los 8 millones de víctimas causados por la violencia? ¿Se olvidaron el millón y medio de niños y adolescentes sacrificados?

Dijo Santos en su posesión que traía en el bolsillo la llave de la paz, y no la iba a botar al mar. Quizás para muchos descreídos, y digamos, mejor, para la mayoría del país, era una frase retórica, falaz, de las tantas pronunciadas por sus antecesores. (El mismo Santos ofreció a los pensionados rectificar la cuota injusta que pagan para la salud, y luego se desentendió del asunto, sin importarle esa masa superior a 2 millones de personas).

Los propios guerrilleros tomarían la metáfora de la llave como una entelequia.  Pero no: esta vez sí era una intención seria, estructurada, obsesiva, en la que el Presidente meditaba desde tiempo atrás. Llegó al poder a jugársela por la paz. Y se la ha jugado a fondo, incluso con el alto costo de su capital político.

Miremos estos datos: han pasado 1.497 días sin tomas de poblaciones, 692 sin hostigamientos y 499 sin secuestros. Entre 2015 y 2016, el número de soldados heridos en combate disminuyó en el hospital Militar de Bogotá un 72%, al pasar de 131 a 36 heridos. La comisión de la ONU y las Farc han identificado y registrado cerca de 7.000 armas, y 140 ya han sido entregadas a la ONU. La próxima entrega será de otras 1.000. Las Farc tienen listos 1.500 guerrilleros para apoyar el desminado en el país.

Todo esto significa un avance significativo. El cronograma se cumple, no obstante algunos problemas iniciales. Mientras tanto, el país está dividido y corren por las redes mensajes alarmantes y perniciosos que atentan contra la paz.

Las fuerzas opositoras arremeten contra la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), cuando lo sensato es buscar mecanismos, con espíritu patriótico, para enderezar lo que es susceptible de mejorarse. Crecen las ofensas y las diatribas, avivadas por una mescolanza de odios, falsedades, heridas sin curar, doble moral.

Salvemos la paz. Colombia no puede regresar al pasado violento. La intolerancia y la insensatez deben vencerse con el raciocinio y el instinto de salvación.

El Espectador, Bogotá, 14-IV-2017.
Eje 21, Manizales, 13-IV-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 16-IV-2017.

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Estupenda reflexión. La comparto plenamente y me duele que este país no aprecie los avances en esta materia. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Me parece injusto que en la bolsa de los «enemigos de la paz» quedemos los que hemos criticado los acuerdos desde el punto de vista económico, jurídico, constitucional y social; que en el comentario quedemos como gente de guerra quienes pedimos una paz con justicia social que no se ve por ninguna parte en los acuerdos, empezando porque lo que sigue enhiesto es el modelo neoliberal dentro del cual la paz con justicia social es un imposible lógico, ideológico y político. Octavio Quintero, director del periódico virtual El Satélite.

Respuesta a Octavio Quintero:
El derecho a disentir es uno de los mayores privilegios de la democracia. El modo de pensar, tanto de quienes defienden una idea como de quienes la atacan, es respetable. Lo malo son las posiciones ciegas, inflexible, apasionadas, extremistas. Nadie es dueño de la verdad absoluta. Ningún valor es inmutable. Por encima de todo, debe prevalecer el bien general. La violencia no ha traído sino odio, resentimiento, exterminio y muerte. Gustavo Páez Escobar. 

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