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Andanzas por Cuba

viernes, 13 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

 I

A tres horas de Bogotá, en vuelo tranquilo que en buena parte se realiza sobre el mar, estamos en el aeropuerto José Martí, a 18 kilómetros de La Habana. Es poco el tráfico aéreo que se observa a la hora de nuestra llegada –2 de la tarde–, si bien el flujo de visitantes ha venido incrementándose en los últimos tiempos, hasta el punto de convertirse el turismo en el principal renglón de la economía cubana.

El año pasado, con motivo del mejoramiento de relaciones con Estados Unidos, 2,5 millones de norteamericanos visitaron el archipiélago (no la isla, como se dice en forma equivocada). Además, en las temporadas altas aterrizan en Cuba nutridas corrientes de turistas provenientes de diversos países de América y Europa. Por encima del conflicto político que se vive aquí desde hace medio siglo, y que en los últimos años ha comenzado a mostrar otra cara ante el mundo, los viajeros llegan atraídos por los encantos de la tierra cubana y el confort de su hotelería.

Hoy se sabe que el sentido de la libertad inicia otro rumbo en el archipiélago, ya con medidas tangibles como la de permitirse el viaje de cubanos hacia cualquier país. Pero este derecho se restringe en casos donde las autoridades encuentran motivos especiales para denegar la migración, como el de “preservar el capital humano creado por la Revolución”, el del “interés político” o la “defensa” y la “seguridad nacional”. Esta norma, esperada durante medio siglo, fue promulgada este 14 de enero y la miran con recelo los disidentes del régimen que, al hallarla discriminatoria, temen que la salida les sea prohibida. Libertad a medias, aunque ya se abrieron las puertas que antes se mantenían infranqueables.

En el recorrido del aeropuerto a la capital, dos cosas llaman la atención: en primer lugar, el excelente estado de la carretera, provista de eficaces sistemas de señalización y seguridad y embellecida por la vegetación tropical; en segundo lugar, el tránsito moderado de los vehículos (después sabríamos que la velocidad máxima permitida en carretera es de 100 kilómetros, mientras en la capital prima la calma vehicular, aspectos muy diferentes a los que dominan la vida colombiana y que hacen de Bogotá, sobre todo, una ciudad caótica).

La Habana es ciudad bellamente arborizada. Dicho distintivo surge con mayor intensidad en los barrios residenciales, sobre todo en los de superior categoría, como el habitado por el cuerpo diplomático. La preservación de la ecología ha sido un propósito nacional que viene de tiempo atrás. La exuberante arborización se extiende a lo largo y ancho de las vías, de los campos y los municipios. Dondequiera que se camine se hallarán árboles perennes como guardianes de una larga historia de apego a la naturaleza.

En pleno corazón de La Habana histórica brota el sombrío espectáculo de antiguas construcciones carcomidas por el tiempo, la vejez y el abandono. En este cuadro deprimente aparece el zarpazo de la extensa época de penuria que ha tenido que soportar el pueblo cubano a raíz de la guerra sin tregua de Fidel Castro contra el capitalismo. Lo cual constituye una amarga ironía: la lucha contra el imperialismo, lejos de remediar los problemas sociales del país, ha traído medio siglo de dolor y privaciones para el pueblo desengañado que creyó en la Revolución y luego perdió la libertad y los medios dignos de vivir.

Sin embargo, es una población alegre en medio de la precariedad de la subsistencia. Así tuvimos ocasión de apreciarlo en conversaciones francas con diversos elementos de la sociedad. Una población sufrida y hospitalaria. El cubano lleva la música en el alma y con ella sabe atemperar la adversidad. Un nuevo aire se respira hoy en Cuba. La  gente ve con esperanza la llegada de mejores días.

II

El lugar más alto de La Habana es el monumento levantado en honor de José Martí en la Plaza de la Revolución, donde se conserva el Memorial José Martí con 79 pensamientos del caudillo, de contenido político y social, grabados con letras color oro y expuestos en cinco salones.

La Plaza de la Revolución es una de las más grandes del mundo, con extensión de 72.000 metros cuadrados. La idea de la obra nació en 1940 y tomó fuerza en 1952, un año antes de conmemorarse el centenario natal de Martí, prócer de la primera revolución cubana, que además brillaría como escritor y poeta. La plaza adquirió su mayor significado en enero de 1959 al triunfar el movimiento insurgente de Fidel Castro.

Desde entonces la plaza se volvió escenario de multitudinarias manifestaciones populares. Es el ícono más notable de Cuba. Su rótulo de Plaza de la Revolución, aunque otorgado a raíz del triunfo de Castro en 1959, recoge al mismo tiempo el espíritu legado por Martí. El primer deseo del turista al llegar a La Habana es el de conocer este sitio histórico.

Lugar majestuoso y severo al mismo tiempo, con huellas de concreto por todos los costados, con cierto olor militar transmitido por los guardias que se ven frente al Ministerio del Interior, y con ausencia de bancas y de jardines. Su aspecto es frío y opaco. Pero comunica ese halo misterioso de la epopeya revolucionaria del país marcado por grandes conflictos sociales.

En este recinto se levanta la figura de Ernesto Che Guevara captada por el fotógrafo Korda y cincelada, en maravilloso relieve, por el escultor Enrique Ávila. El mismo escultor elaboró en el 2009 la efigie de Camilo Cienfuegos, uno de los caudillos más emblemáticos y queridos por el pueblo. En grandes caracteres aparecen allí estas leyendas: “Vas bien, Fidel”: Cienfuegos. “Hasta la victoria siempre”: Che Guevara.

 Cienfuegos murió el mismo año del triunfo revolucionario, con apenas 27 años de edad, en aparente siniestro de aviación cuando se desplazaba de Camagüey a La Habana, después de cumplir la exitosa misión militar que le había encomendado Castro. La versión oficial atribuyó a mal tiempo el accidente de la avioneta donde viajaba Cienfuegos, jefe del Estado Mayor del Ejército, pero nunca se hallaron sus restos ni los de la nave. Tampoco apareció constancia de problemas atmosféricos en la región, ni de ninguna llamada de auxilio emitida por la avioneta.

A Cienfuegos se le conocía como “el comandante del pueblo”. Su condición humilde y su carácter alegre, espontáneo y generoso le hicieron ganar grandes simpatías populares. Sobre este capítulo oscuro, y bajo el entendido de que Cienfuegos no comulgaba con el rumbo comunista que tomaba la Revolución, el escritor y periodista cubano Juan Carlos Rivera, que se identificó con el proceso inicial revolucionario y después se autoexilió en Buenos Aires al separarse del movimiento, anota lo siguiente en su biografía de Fidel Castro: “Otras versiones, provenientes del exilio, apuntan al asesinato de Camilo, con la aprobación de Fidel y Raúl, para lo cual se habla del ametrallamiento de la avioneta.” En la Plaza de la Revolución falta la figura legendaria de Fidel Castro, que algún día no lejano se entronizará en este panteón de los próceres.

En el Museo de la Revolución, fundado en diciembre de 1959 y convertido en el más importante del país, se recoge la memoria histórica de los sucesos que se iniciaron con la entrada a Cuba, en el yate Granma que allí se exhibe, de los 82 guerrilleros que dirigieron la lucha contra Batista y protagonizaron la independencia nacional de aquel momento. Pocos años después se le dio el nombre de Granma al periódico que figura como órgano oficial del Partido Comunista Cubano, el que tuvimos oportunidad de leer en nuestra visita al país.

Nadie le da a uno razón de dónde vive Fidel Castro. Su residencia, como ha sido su vida privada, es un misterio. No ha vuelto a vérsele en público. Pero su presencia se siente en todas partes.

III

Hace 51 años murió Ernest Hemingway, y su imagen no ha perdido actualidad en Cuba. En La Habana vivió cerca de veinte años, primero en el hotel Ambos Mundos y luego en la finca Vigía. Se identificó de corazón con la tierra y la gente, hasta el punto de haber ofrendado la medalla del Premio Nóbel a la Virgen del Cobre, patrona de Cuba. Parte de su obra literaria fue forjada y escrita en Cuba.

Visitamos a Hemingway en La Floridita, bar restaurante que frecuentaba al calor del daiquirí, bebida que ahora degustamos en su honor al lado de la escultura realizada por José Villa Soberón en la que el escritor aparece de cuerpo presente en la barra del bar. La Bodeguita del Medio, donde se solazaba con el mojito, es otro de los sitios más visitados por los turistas.

Hay un aspecto que mide el grado de pobreza de los cubanos y es el acoso  que en las calles se ejerce hacia el forastero en demanda de apoyo económico. Mi señora hizo una compra en un almacén de productos típicos, y al pagarla, la dueña le preguntó si podía regalarle jabones o cremas de dientes. Esta es una escena dolorosa que se repite en muchos lugares y a toda hora y que revela un estado social que no puede ocultarse.

Nuestros guías de turismo en el recorrido entre La Habana y Varadero nos dicen que esa actitud de implorar la limosna pública de los visitantes corresponde más a una costumbre o a un vicio que a una real necesidad. Como los guías son empleados del Gobierno, puede pensarse que sus informes o mensajes están sesgados.

¿Cómo esperar que con un subsidio de veinte dólares que otorga el Gobierno logre la gente obtener los medios básicos para subsistir? No se pueden adquirir los bienes de consumo sino hasta donde lo permita la lista que cada ciudadano recibe. Los médicos ganan un sueldo de veinticinco dólares, que en Colombia significan 45.000 pesos. Y no pueden salir de Cuba, pues a buen seguro se les negará el permiso, ya que según la última disposición, las autoridades se reservan el derecho de hacerlo para “preservar el capital humano creado por la Revolución”.

Unos de los mayores logros sociales dispensados por el régimen castrista son los de la educación, la salud y la vivienda. La educación es gratuita desde los primeros estudios hasta la universidad. Lujo que pocos países se dan. La campaña de alfabetización ha sido ejemplar. Hay vivienda gratis, pero el beneficiado no puede enajenar la propiedad. También se dice que la salud y las medicinas son gratuitas. Verdad a medias, sabiendo la escasez de materiales médicos impuesta por la situación económica del país. Los centros de salud registran muchas fallas.

Al pasear por las calles añejas, visitar los museos, conocer sitios peculiares como la tienda Romero y Julieta (donde se encuentran todas las marcas de los famosos puros y rones que tanto atraen a los viajeros), probar los platos típicos, disfrutar del paisaje y del trato amable de los cubanos, sabemos que estamos en un país de grandes sucesos históricos, de hondas tradiciones y agudos conflictos sociales. La música aflora en todas partes. El cubano padece sus infortunios con una canción en los labios. El ritmo le tonifica la vida.

Nos vienen a la mente varios capítulos sucedidos contra la libertad de expresión a partir del triunfo de la Revolución en 1959. Puede mencionarse aquí la persecución que ha tenido que padecer la clase intelectual por pensar diferente al régimen autocrático. Veamos:

José Pardo Llada se destacó como vehemente censor de la corrupción oficial del gobierno de Batista y miró con mucha simpatía la oposición de Castro. Después se desencantó de los programas de Castro y se asiló en Colombia, donde vivió durante medio siglo, hasta su muerte. Guillermo Cabrera Infante, cuya famosa novela Tres tristes tigres es una larga noche habanera, fue otro seguidor de Castro y después se exilió en Londres durante cuarenta años. Sus libros estaban prohibidos en Cuba. Cuando falleció en el 2005, el Gobierno ignoró ese hecho. “Murió sin patria, pero sin amo”, dijo su esposa, quien agregó que algún día serán trasladadas sus cenizas a Cuba, cuando esta sea libre.

El poeta Heberto Padilla fue un decidido activista de Castro y tuvo alta figuración en el país, pero en 1966 adoptó una actitud crítica frente al despotismo que se había implantado. Y fue detenido por la lectura que hizo de su poema Provocaciones. A raíz de su encierro se produjo una fuerte protesta de famosos escritores de América y Europa. Se retractó de su postura anticastrista, agobiado por la presión que sufría en la cárcel. Logró viajar a Estados Unidos y allí murió de un ataque al corazón. El escritor y periodista cubano Juan Carlos Rivera, que se había identificado con la Revolución, años después cambió de parecer y se exilió en Buenos Aires, donde escribió una biografía muy precisa, y no autorizada, sobre Fidel Castro.

Se considera en más de un millón de cubanos el número que ha emigrado del archipiélago desde la época de las expropiaciones y nacionalizaciones. Un lector de estas columnas ofrece un juicio crítico sobre lo que sucede en el bello país caribeño:

“Cuba desde el punto de vista de un visitante es una maravilla, pero vivirla es como una pesadilla en que no se despierta: cuando tienes educación, salud y casa gratis, no tienes comida, no tienes libertad de expresión, no tienes internet, no tienes aliciente espiritual ni religioso, no tienes dinero válido ni forma de conseguirlo a pesar de que ahora te dan una supuesta salida al extranjero”. 

A Cuba hemos venido a contemplar sus fascinantes paisajes –¡qué lindos los atardeceres de Varadero!–, mirar de cerca sus costumbres y tradiciones, hablar con la gente y saber algo de su manera de vivir y pensar. Nos sentimos encantados con el pueblo cubano por su espíritu abierto y su franca hospitalidad. Pueblo jovial y sufrido, que espera salir de la restricción de la libertad que ha soportado con resignación y estoicismo durante medio siglo, que es toda una eternidad.

El Espectador, Bogotá, 18-I-, 25-I-, 1-II-2013.
Eje 21, Manizales, 18-I, 15-I- 1-II-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-1-, 16-I, 1-II-2013.

Comentarios:

I

Aun siendo socialista lamento que el régimen haya sido tan severo con los pobladores, sobre todo sabiendo la precariedad en que viven sus habitantes. Puede ser una válvula de alivio para tantos que tienen una posibilidad de salir y buscar angustiosamente un mejor futuro.  Nadie entiende un paraíso con tantos candados. Polista (correo a El Espectador).   

Eso deberíamos aprenderlo: «la preservación de la ecología». En Cuba se vive de manera distinta a las sociedades consumistas, donde compramos más de lo que podemos consumir y luego tenemos que regalar o botar. Nuestros campesinos nos dan un ejemplo contrario, que es el que se debía imitar. Finalmente, el concepto de libertad y respeto debe estar en la base de las propuestas de gestión social. Ramiro Madrid Benítez (correo a El Espectador).

Respetando su posición, objetiva y nada dogmática, considero que el pueblo cubano, según lo afirma usted, no perdió la libertad y los medios dignos de vivir «por la revolución». Como estado socialista convencional, soporta el continuo bloqueo económico, financiero y comercial que lidera el gobierno norteamericano. Esta es una de las causas mayores de aquello que nos impresiona cuando recorremos Cuba, Faustino Echeverría (correo a La Crónica del Quindío).

Cuba desde el punto de vista de un visitante es una maravilla, pero vivirla es como una pesadilla en la que no se despierta: cuando tienes educación, salud y casa gratis , no tienes comida, no tienes libertad de expresión, no tienes internet, no tienes aliciente espiritual ni religioso, no tienes dinero válido ni forma de conseguirlo a pesar de que ahora te dan una supuesta salida al extranjero. MKarox Spa (correo a La Crónica del Quindío).

Señor columnista, tan bueno que iba su escrito sobre Cuba la grande (¡aunque les arda!), pero le cayó mosca a la leche cuando usted trata de justificar el criminal bloqueo yanqui hacia la isla. Según usted, Fidel es el culpable del atraso que hay en Cuba, «por ponerse a pelear contra el capitalismo». ¡Por favor!… Ladesplazada (correo a El Espectador).

Muy interesante tener esta visión de quien no sólo va de turista, sino a conocer de primera mano la realidad de ese país. Espero con interés las siguientes notas. Pablo Mejía Arango, Manizales.

Cuando mencionas la belleza del trayecto desde el aeropuerto a la Habana, hermoso y exuberante, y dices que  es mucho más bello en el sector  donde viven los diplomáticos y la clase alta, se pregunta uno: ¿cuál clase alta, acaso el socialismo no es igualdad? Da risa el manejo  que dan los gobiernos que dicen no tener discriminaciones. Esa es la realidad. Inés Blanco, Bogotá.

II

Insinúa el redactor el asesinato de Camilo Cienfuegos por parte de los hermanos Castro. El «objetivo» cubano auto exiliado en Argentina no creo que sea una fuente fidedigna. Pero recuerdo que la buena de la CIA gringa asesinó a Omar Torrijos y Rodas Aguilera y está comprobado. Pero este señor mete cizaña, como gran cantidad de sus colegas «periodistas objetivos» y neutrales. Martí, que cumple hoy 160 años, fue poeta y revolucionario que en su pensamiento hablaba de libertad e independencia. Algo que la Cuba de hoy se ufana… Anacleto Arteaga (correo enviado a El Espectador).

Respuesta. No solo el periodista cubano habla del posible asesinato de Camilo Cienfuegos por orden de los hermanos Castro. La enciclopedia Wikipedia dice lo siguiente: «Al margen de la versión oficial existen numerosos rumores sobre los hechos que rodean a la muerte de Cienfuegos. La mayoría de ellos apuntan a un asesinato ordenado por Fidel Castro». GPE

¿Fidel Castro prócer? ¿Semejante asesino y terrorista? (correo a La Crónica del Quindío).

Quizá pueda usted hablar de temas que conoció en su recorrido por diferentes lugares de la capital, ¿será eso posible? Pienso que lo mejor de visitar a Cuba es escuchar los relatos de los cubanos, esos que aunque ya tengan «lavado el cerebro», todavía esperen un mejor tiempo sin tantas limitaciones, con acceso a la tecnología para poder mirar el mundo que hay más allá de ese extenso mar. Amparo E. López, colombiana residente en Estados Unidos.

III

Duele este informe sobre la situación socio-económica de los cubanos. Nosotros que vimos nacer la revolución pensamos que sería un camino de solución en este continente. Lo que no podemos ignorar es que en Colombia estamos viviendo una situación deplorable, porque hay corrupción, inseguridad, miseria, etc. No miremos sólo la paja del ojo ajeno. Ramiro Madrid Benítez (correo a El Espectador).

Cuba vive en la mentira, se la pasan echando la culpa al bloqueo y sus gobernantes lo primero que hacen es reforzarlo con el fin de mantener al pueblo aislado de los cambios. El día que levanten el embargo los vientos de libertad soplarán y se llevarán como hojas muertas a esa cúpula que tiene presos en su propia casa a 8 millones de seres humanos. Pietrobareta (correo a El Espectador).

Se nos olvida que Colombia tiene 30 millones de pobres, de los cuales 10 millones son indigentes.  Tiene la educación, la salud (además no sirve), los impuestos, los combustibles y los servicios públicos más costosos del mundo. Los colombianos emigran hacia los países más criticados por exmandatarios corruptos y criminales, por algo será. En Cuba los cubanos comen 3 veces al día así sea arroz con frijoles, estudian gratis y la salud es de las mejores del mundo. La seguridad es de cero crímenes anualmente. Estuardo (correo a El Espectador).

Cada cual dice el cuento según le vaya en la fiesta. Tengo una amiga cubana que reside en USA. Volvió a su país a visitar su familia y me dice que encontró a sus primas muecas y muchísimo más viejas que ella, viviendo en una casa que se les cae encima. Cuando de regreso llegó al aeropuerto de Miami, no besó el suelo porque le dio pena…  Contestona (correo a El Espectador).

Muy buen artículo. Sin apasionamientos, sin críticas, objetivo, sin «sesgo». Vamos a pensar solo en la educación: ¿de qué sirve ser médico para ganar esa miseria y, peor, no tener libertad y vivir atemorizado? Eso se percibe cuando alguien hace preguntas a los cubanos de la isla. Ellos casi no responden, no miran la cámara, se les siente la impotencia y el sufrimiento. Marthace.

Lo que dice el artículo es la realidad que, tristemente, se vive en la isla desde hace muchos años. Desafortunadamente lo que sucede allí con ese régimen autocrático no es culpa solamente de los hermanos Castro y su régimen dictatorial. Esto no surgió de la noche a la mañana. Todo lo que pasa en  Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, etc., fue incubándose a través de gobiernos corruptos padecidos desde la independencia de nuestras naciones. Como lo expresó Vargas Vila hace muchos años: «el pueblo latinoamericano tenía el cuello tan encallecido que no se dio cuenta cuando le cambiaron el yugo». William Piedrahíta González, colombiano residente en Miami.

Me recordaste a mi querido amigo José Pardo Llada, indispensable en mi vida de Cali. En cuanto a Heberto Padilla, cuando fui secretaria general del Pen Club de Colombia, durante la presidencia de David Mejía Velilla, estuvimos apoyándolo a través del Comité de Escritores en Prisión. Maruja Vieira, Bogotá.

Disfruté mucho las crónicas. Coincido con usted, ciento por ciento, en las apreciaciones que hace sobre la isla en la que nací. Lic. Juan Carlos Rivera Quintana, cubano autoexiliado en Buenos Aires, autor del libro Breve historia de Fidel Castro (editorial Nowtilus, Madrid, España, 2009).

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El encanto de los parques

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Colombia es un país maravilloso por su diversidad y riquezas ecológicas. Existen 56 áreas protegidas (parques, reservas naturales, santuarios de fauna y flora) y un número indeterminado de parques temáticos. Estos últimos, ideados para resaltar la cultura, las costumbres y las joyas autóctonas, son obras de arte que muestran atractivas facetas regionales. Por medio de los parques se descubre el alma de los pueblos, se entienden la historia y las leyendas que forman el acervo cultural y se alimenta la fascinación. Son sitios apropiados para el deleite, el descanso y el conocimiento.

De plácemes está la zona cafetera situada en Caldas, Quindío, Risaralda y el norte del Valle con motivo de la declaratoria que de este territorio hizo la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Zona privilegiada por sus bellos paisajes, sus pintorescas casas campesinas adaptadas como parajes hoteleros, el colorido de sus cosechas y la amabilidad  de sus habitantes. Su geografía es un poema al café. Un canto a la vida. Con estas líneas se hace un recorrido por algunos parques de la región y del país, para apreciar, a través de estas muestras, los portentos que tiene Colombia en su ecología y en sus tesoros artísticos.

En Montenegro se encuentra el Parque Nacional del Café. Allí, desde una torre mirador de 18 metros de altura, se divisa el embrujado panorama quindiano. Y se dispone de una serie de diversiones mecánicas (como la montaña rusa) y de diversos shows para la familia. Un grato paseo se realiza por los senderos ecológicos, las casas campesinas, el cementerio indígena, el tren del café, el teleférico, el jardín de las fábulas… En “El secreto de la naturaleza” surge una sensacional atracción movida por pantallas holográficas que exhiben la flora y la fauna del país. En el “Show del café” se ofrece la historia del grano con la magia de 22 artistas que conducen al espectador por las regiones productoras y le enseñan las bellezas de la tierra colombiana.

En Quimbaya se halla el Parque Nacional de la Cultura Agropecuaria (Panaca), que hace una interacción entre la ciudad y el campo y destaca las labores agropecuarias como nervio de la economía nacional. El visitante descubre aquí un mundo divertido manejado por jinetes acróbatas, carrozas tiradas por hermosos caballos, graciosos trovadores y otras sorpresas admirables. En el parque residen más de 4.500 animales, entre los que merecen destacarse los avestruces (el ave más grande del mundo), 16 razas de gatos de todo el planeta y una selección de simpáticos cerdos. Para las emociones fuertes se cuenta con un cable extenso bautizado con el nombre de Canopea Panaca, que lleva a los visitantes a más de 80 kilómetros por hora en medio del fascinante paisaje quindiano.

En la carretera que une a los municipios de Montenegro y Quimbaya se localiza el Parque Cultural Los Arrieros, de reciente fundación, donde se enaltece uno de los símbolos más auténticos de la raza paisa, el de la arriería. En este recinto se retiene y evoca el pasado a través de escenarios históricos, exposiciones y otras alegorías que reviven las epopeyas de los bravos colonizadores que descuajaron montañas e hicieron surgir poblaciones.

Los amantes de la naturaleza admirarán en el Jardín Botánico del Quindío, situado en Calarcá, una expresión espléndida de la fauna y la flora, en medio de senderos, jardines, árboles centenarios y fuentes cristalinas de agua. Una de las mayores atracciones es el mariposario, construido con una forma gigante de mariposa. Este pedazo de bosque natural es un mensaje para amparar la vida de los insectos y las plantas, fortalecer los suelos, cuidar los árboles y consentir el agua, dones básicos para la existencia humana. Es un jardín edénico convertido en taller de investigación científica que atrae el interés del caminante hacia los dones de la naturaleza y la vida.

A 42 kilómetros de Cali se halla el municipio de El Cerrito, donde se localiza el Museo de la Caña de Azúcar en la hacienda Piedechinche. Lugar especializado en la conservación de los utensilios que tienen que ver con el cultivo y el proceso de la caña de azúcar. Su sede es una típica casa del siglo XVIII rodeada de preciosos jardines. Sitio de enorme belleza ambiental que recoge la historia de la industria azucarera del Valle del Cauca, que tuvo sus primeros trapiches en esta zona.

Sobre la carretera Panamericana, a tres kilómetros de Buga, se llega al Parque Natural El Vínculo, dedicado a la investigación científica, la preservación de la fauna y la flora, la conservación del paisaje y el ecoturismo. Sitio ideal para el contacto con la naturaleza en las 80 hectáreas que lo conforman, que puede recorrerse en animadas caminatas y que está constituido por bosque seco tropical. Allí se protegen especies exóticas que se han ido extinguiendo en otros lugares, como los písamos, las palmas zanconas, los caracolíes, los guásimos, las pavas de monte, las águilas caracoleras o los venados coliblancos.

Si el viajero quiere cambiar de panorama, puede tomar la vía de Manizales y buscar el Parque de Los Nevados, uno de los espectáculos más imponentes que ofrece el mapa de Colombia. Este parque natural está situado en jurisdicción de Caldas, Risaralda, Quindío y Tolima, en 58.300 hectáreas de extensión. Territorio majestuoso de nevados (como el del Ruiz), lagunas, alturas impresionantes que pasan de 5.000 metros sobre el nivel del mar, y fauna diversa, como el tapir y el oso de anteojos.

En fin, son variados los espacios para encontrarnos con este lindo país que, a pesar de los atropellos forestales y de la indiferencia cultural de muchos colombianos, conserva su esencia pastoril y mantiene sus valores, su historia y tradiciones.

Revista Naturaleza y Descanso, Armenia, diciembre de 2011.

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Un encuentro memorable

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

2 de agosto de 1988, martes.

Un viaje acariciado con Astrid, mi esposa, tiene al fin cumplimiento en esta limpia mañana bogotana en que nos aprestamos a abordar el vuelo de Varig que ha de conducirnos al país azteca. En la instalación aérea de Bogotá todo es efervescencia. La vida de los aeropuertos es común en todas partes: movimientos presurosos de personas que llegan y salen, filas impacientes ante los despachos de pasajes, nerviosismo y ansiedad, adioses y despedidas. Uno de los lugares en donde más se agitan las emociones humanas, unas veces con reflejos de an­siedad y otras al impulso de los encuentros alborozados, es en los aeropuertos. En ellos hay misterio y suspenso, tristeza y felicidad, cercanía y distancia. Se unen allí, en extraña simbiosis, dos extremos de la existencia humana: el principio y el fin.

Ya situados en el confortable aparato de la empresa brasileña, y listos para la partida, escuchamos en varios idiomas la melodiosa voz femenina que nos da el reci­bimiento a bordo y anuncia una travesía de cuatro horas. El mensaje de las azafatas, imprescindible en estos as­censos del hombre a las temibles alturas, es el mayor sedante, por su tono y serenidad, para despegar de la tierra y chocar con las nubes. Consultamos el reloj mien tras el avión corre veloz por la pista: nueve de la maña­na. La hora exacta que figura en el pasaje. Ya teníamos noticia de la puntualidad inglesa de la compañía bra­sileña y por eso buscamos a Varig.

Buen augurio para un viaje de placer —como el que emprendemos para celebrar los 25 años de casados— éste de salir con exactitud y sin contratiempos por los aires de América. Hemos escogido a Méjico como sitio ideal para el turismo y la contemplación cultural. Mé­jico me ha atraído siempre por su historia, su cultura y sus bellezas naturales. Hoy viajo con mi esposa a descu­brir la tierra mítica de Juan Rulfo. Allí nos esperan, por otra parte, dos ansiados encuentros: uno con Laura Vic­toria, la voz lírica de mi pueblo nativo —Soatá—, y otro con Germán Pardo García, el poeta del cosmos.

Esto de poeta del cosmos, cuando el avión es pere­grino de los espacios infinitos y va contagiado de majes­tad, suena imponente. «Y me volví cósmico y soñé con la vida y la muerte en razón de ser astrofísico», señala el poeta en una de sus confesiones. Ahora recuerdo, en este encumbramiento por las regiones siderales, desde donde el mundo se ve borroso y lejano, que Adel López Gómez, escritor que conoció muy de cerca y admiró a Germán Pardo García, lo bautizó el «poeta de la briz­na y el cosmos». Exacta definición para quien como Par­do García plasmó en su obra, con sensibilidad artística, la trascendencia de la vida, desde la pequeñez hasta la inmensidad, y supo unir el átomo con la mole. Nadie sería grande y monumental y cósmico —como lo es Germán Pardo García— si no fuera al propio tiempo emotivo y humilde. Juntar la brizna con el cosmos re­presenta el acierto del hombre capaz de realizar un no­ble destino.

En su poema Sombras acústicas declara Pardo García:

Soy un vagabundo del espacio

y ansío escudriñar si mi espíritu repercute

en el centro de Dios.

Surge de pronto la sensación de hallarnos próximos a nuestro destino. La región más transparente, canta­da por el novelista Carlos Fuentes, está cercana al ha­llazgo. La inmensa capital de Méjico, que en otras épo­cas contaba con cielo claro y hoy se encuentra oculta por espeso manto de niebla, se resiste a aparecer ante nuestros ojos. Es necesario que el avión perfore la densa atmósfera contaminada, que pinta el cielo de gris melancólico, para que se descubra, en toda su magnitud, el imperio de la urbe.

Carlos Fuentes se refiere no sólo a la pureza de la atmósfera sino a la transparencia de la raza mejicana. Esa transparencia, a pesar del smog que atenta hoy contra la propia vida, es un distintivo del pueblo mejicano. Su capital, con veinte millones de ha­bitantes, es la más poblada del mundo. Y comienza a brotar como entre brumas, para luego revelarse en sus maravillosos contornos. Todo un espectáculo de ur­banismo, de belleza y suntuosidad.

Ciudad de Méjico se encuentra tan contaminada, que en los tejados de las casas mueren asfixiados los pajaritos; y mañana serán personas las que terminen con los pul­mones destrozados si no se controla el gigantismo letal de la urbe más colosal del planeta. Tal la marca agobiadora del progreso incomprensible. Estamos, en fin, sobrevolando la metrópoli asombrosa que relampaguea a distancia con su constelación de fosforescencias y vida. La metrópoli se nos mete en el cerebro y en el corazón, luminosa, succionante, estremecedora.

Escucho, rememorando su historia, el grito de las revoluciones que reclaman derechos e imponen libertad. Me llega el eco de las batallas donde el pueblo altivo escribió una de las mayores epopeyas de la raza, entre luchas, rebeliones y grandezas. Y no puedo disociar de esa cadena de combates y sacrificios la leyenda de Pedro Páramo, que recoge y simboliza uno de los capítulos mejor representados de la violencia universal. Es éste el país fabuloso que me ha crecido en la sangre como un torrente incontenible y que ahora fulgura en el aire y me infunde turbación y pasmo.

La ciudad se entrega como la amante frenética que desde siempre ha esperado, y se vuelve sensual con sus líneas hormigueantes que corren por avenidas vertigino­sas y por parajes recónditos. Es la ciudad-monstruo. La de las desmesuras y las pequeñeces entrelazadas, casta y pecadora a la vez. La de los amaneceres piadosos y las noches borrascosas. Centro de culturas milenarias y te­soros sorprendentes. Resplandece la urbe como un sen­dero de pedrerías fantásticas.

Cumplidos los trámites de inmigración, nos dispo­nemos a rescatar las maletas y tomar el taxi al hotel. Estamos en país extraño pero nos sentimos cómodos en él, tal vez por nuestra admiración por el territorio in­cógnito. El aeropuerto hierve de gente y afanes, y noso­tros, insignificantes transeúntes en medio de la multitud, nos protegemos en la mutua compañía. Nos dejamos arrastrar por la marejada humana y buscamos, más con la intención que con los ojos, la forma de sentirnos solos, como si esto fuera posible entre la muchedumbre de los aeropuertos.

Alguien se dirige a mí y menciona mi nombre. Es Aristomeno Porras, ciudadano colombiano residente ha­ce largos años en Méjico, a quien no conozco en persona. La grata sorpresa me abruma. Como estaba enterado de nuestro viaje, ha venido a recibirnos. Y nos dice que en otro ángulo del aeropuerto nos aguarda desde hace dos horas —por mala información sobre el vuelo— Ger­mán Pardo García. Me siento sobrecogido con la noticia. Me apena la cortesía de los dos amigos distantes, a quie­nes sólo he tratado por correspondencia, y me contraría la incomodidad que ha tenido que soportar el maestro, quien acaba de cumplir 86 años.

Y allí, en silenciosa espera, mientras el mundo circu­la rudo y hostil a su lado, divisamos al poeta. En entra­ñable abrazo le expresamos nuestra gratitud, a la vez que nuestro disgusto por el contratiempo.

–¡Bienvenidos a Méjico! –nos manifiesta con ges­to cordial, disimulando la fatiga.

–Maestro, es un privilegio estar con usted –le expreso con emoción.

Y él, sin palabras, deposita en manos de mi esposa una ollita de barro donde va sembrada una flor. Es la flor mejicana de la hospitalidad. Pero sobre todo es la flor poética de la solidaridad, que siempre retoñará en los corazones hermanos.

Es martes, y recuerdo el viejo proverbio: «En mar­tes, ni te cases ni te embarques». La sentencia no tiene sentido y resulta falsa como tantas otras inventadas por la imaginación popular. No sólo ha sido placentero el viaje de la pareja conyugal, sino que este martes da ini­cio al presente libro. Quedo embarcado en la gran aven­tura de descubrir el alma del inmenso poeta colombiano, gloria de la literatura universal, quien con una ollita de barro ha salido a presentarnos su célebre mensaje de «paz y esperanza» en medio del ambiente turbio de los aeropuertos. El barro representa la tierra, y con este co­nocimiento trataré de darle dimensión a la vida.

El cielo mejicano me ha sido propicio.

La Crónica del Quindío, Armenia, 9-VII-1995.

 

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Alma viajera

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Han corrido 25 años desde el día que escribí la primera línea sobre una ciudad. El descenso por el páramo de La Línea, invadida el alma con el inquieto encanto que producen las alturas y los abismos reunidos en un solo cuadro, en una sola emoción, me conmovió el espíritu. La sensación de inmensidad, y al mismo tiempo de pequeñez, que se experimenta en el punto más elevado de la cordillera, donde el viento sopla con furor y las nubes se estrellan inclementes contra la tierra, se quiebra más adelante y destruye el hechizo, cuando la arisca montaña se vuelve menos empinada y por consiguiente menos excitante.

De pronto irrumpió en una vuelta de la carretera, todavía luchando el viajero contra el vértigo de la bajada, un contorno de verdes tonalidades que le puso otro colorido al paisaje. Y otra temperatura al corazón. Más adelante apareció flotando en el panorama, como seductora silueta femenina, la ciudad presentida.

Era Armenia, iluminada y sugestiva, y clavada en la profundidad como el regazo amoroso de la cordillera. Ese contrate entre luz y sombra, entre cumbre y vacío, entre aridez y fecundidad –rasgos determinantes de la propia condición humana–, me ha llevado a lo largo del tiempo a establecer la perfecta simbiosis que existe entre el hombre y la naturaleza.

Al recoger hoy estas crónicas viajeras para formar un libro y cantar las ciudades y los pueblos de la patria, compruebo con asombro y regocijo que mis recorridos posteriores –unos laborales y otros de descanso, y todos de compenetración con el medio ambiente– cubren gran parte del territorio colombiano. He sido afortunado transeúnte de caminos. Esas andanzas, físicas y literarias, me abrieron la mente y el alma a la comprensión del hombre y al goce de la naturaleza.

Somos pueblos ambulantes

He de confesar que la vida de los pueblos, entendidos éstos como conglomerados humanos –sin considerar su importancia ni su extensión territorial–, me apasiona. Tanto la aldea más remota como la urbe más populosa, con sus pasiones y miserias, sus trabajos y esfuerzos, sus sueños y grandezas, me seducen. Todos los pueblos tienen cuerpo, historia, estilo propio, vida y espíritu. Somos pueblos ambulantes: los llevamos con nosotros mismos. Los paisajes que admiramos, y a veces destruimos, son nuestros mismos paisajes interiores.

Cuando se es capaz de descubrir la poesía del viaje, que la mayoría no logra encontrar, sabemos que viajar es un placer. Para eso se requiere el deseo de explorar y aprender, de captar lo peculiar y entender lo profundo que hay en todas partes. No es necesario abarcarlo todo ni detenerse en todos los pregones municipales, los que muchas veces, en lugar de enriquecer el conocimiento, distorsionan la realidad. Un solo ángulo, una particularidad, un matiz, percibidos con fidelidad, suelen ser superiores a grandes discursos para interpretar el carácter de los pueblos.

Viajar por viajar no tiene sentido. Disminuye el bolsillo, agota las energías y apaga el entusiasmo. No aporta ninguna experiencia vital, que es el mayor tesoro que debemos buscar en cualquier territorio. Con higiene artística es posible el hallazgo gozoso de emociones y alegrías, de personajes típicos y grandes filosofías pueblerinas a través de las cosas simples, incluso en los sitios que suponíamos menos trascendentes.

Dice Hermann Hesse: “La naturaleza es hermosa en todas partes o no lo es en ninguna”. Y agrega: “Se puede aprender del pintor o del poeta, pero también del campesino y del guarda forestal. Y en cada ser humano, por unilateral que sea su formación, dormita una olvidada fraternidad con el sol y la tierra”.

El ocio de los caminos

Para ejercer el romanticismo de los viajes –una cualidad no tanto de los enamorados cuanto de los espíritus sensibles– hay que dejar que el alma vague sin rumbo fijo en búsqueda de sorpresas, de pequeños detalles enriquecedores, y luego vuele por los paisajes como una avecilla de los montes, que es minúscula dentro de las desmesuras del mundo, pero sabe ser feliz. Hay que escaparnos a campos y veredas y aldeas ignotas, a buscar las fuentes de la vida y los misterios del mundo, provistos sólo de inquieta ansia sensual y de la lente elemental del artista.

El método de la contemplación, del diálogo interior, del ocio de los caminos, cuando sabe practicarse, eleva el espíritu y dignifica la existencia. Esto nos evita ser rastreros.

Cuando viajo por Colombia o por otros países, en mi maleta no puede faltar la libreta de apuntes. Me gusta mirar, preguntar, indagar. Y sobre todo, observar. El chofer de taxi, el vendedor de dulces, el lustrador de calzado, la humilde aseadora del hotel, en quienes reside la filosofía popular, han sido siempre mis mejores informantes. El clima de las poblaciones lo he medido a través de estos menudos personajes de la vida corriente.

Ellos son los autores de la mayoría de estas páginas. Además, en varios casos figuran como protagonistas reales de episodios memorables para mí, que yo quisiera que también lo fueran para el lector. Son moldes sociales que vale la pena exaltar.

El alma de Colombia

Estas crónicas, escritas algunas con leves dosis de humor y en tono coloquial y juguetón, persiguen una finalidad precisa: retratar a Colombia. No son pesados cuadros de costumbres ni profundos ensayos de sociología. Pinceladas, apenas, sobre el alma de la patria, con algunos rasgos humanos –en el dolor y el alborozo– de ese sinfín de personajes y sucesos que giran en torno nuestro y no siempre sabemos captarlos.

Si no soy un pintor afortunado, aspiro por lo menos a dejar constancia de mi ánimo indagador. No deseo, además, que mi pretensión vagabunda sea recriminada con las palabras de Fernando González en su libro Viaje a pie: “El hombre es un animal que suda, que digiere, que elimina toxinas, que desea la mujer ajena y todo lo ajeno, y que apenas por instantes piensa”.

Estos trabajos ocasionales, publicados casi todos en El Espectador como colaboraciones literarias, adquieren otra dimensión cuando se ponen en fila para encadenar una idea. Sin ser del todo necesario, les he dado algún orden para que mi viaje por Colombia no resulte tan emborronado como mi libreta de apuntes.

Comienzo el recorrido por las comarcas más pegadas al afecto: Boyacá, que me dio la sangre y me modeló el alma; y el Quindío, que a partir de aquel descenso por su cordillera soberana me brindó cariño y me acogió como hijo adoptivo.

Fue preciso, y lo lamento, para no hacer tediosa esta lectura que de todas maneras muchos abandonarán por insulsa, sacrificar otros escritos no menos entusiastas dentro de mi vocación andariega. Lo importante para el autor es saber que su misión de retratista de paisajes, de hombres y de estados del alma la ha desempeñado con amor. Amor por la humanidad y por el oficio de escribir. Acaso así se gane las indulgencias de los lectores benevolentes.

La Crónica del Quindío, Armenia, 14-I-1996.

* * *

Explicación necesaria:

Como habrá podido notar el lector de estas líneas, en ellas se anuncia la publicación de un libro. Así es. Pero el libro no se publicó. Un día me puso a correr el rector de la Universidad del Quindío, Henry Valencia Naranjo, al apremiarme con la oferta de un libro que deseaba publicarme en breve tiempo, sin que yo se lo hubiera pedido. Armé una obra de crónicas viajeras, sacadas de mis correrías por la geografía colombiana. Pasado el tiempo, noté que el rector (que había sido político) echaba al olvido su palabra. La vida de los libros está marcada por esta clase de percances. Ser escritor es un honor que cuesta. Cuando me convencí de la realidad, opté por echarle tierra al asunto. Sin amargura. El libro no se publicó, pero se rescatan las palabras de introducción escritas para aquella ocasión. Y también las crónicas viajeras, que quedan a salvo en este recinto seguro de la página web. GPE

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Ana Frank en el camino

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

De paso por la ciudad de Ámsterdam, en viaje por varios países europeos, me acordé de Ana Frank, la niña prodigio que a la edad de 14 años había escrito uno de los testimonios más estremecedores so­bre las atrocidades cometidas por el régimen nazi en la Segunda Guerra Mundial.

De tantas cosas importantes que hay que conocer en el itinerario por Europa, para mí era de primer or­den la visita a la casa donde Ana Frank escribió su diario clandestino, traducido a unos 60 idiomas y cuyas ventas superan los 20 millo­nes de ejemplares. Cuando la guía anunció que nos encontrábamos frente a la casa legendaria, en una calle sosegada que no hace presen­tir la dimensión del drama que allí se vivió hace medio siglo, el espíritu del viajero no pudo menos de sentir­se conmovido.

La sola idea de que en aquel refu­gio, en el llamado «Anexo Secreto», hubieran permanecido encerrados ocho judíos por más de dos años, mientras sobre su raza se desataba la más implacable persecución de Hitler, y una niña volcaba sus mie­dos y emociones en rústico cua­derno escolar, era seducto­ra para penetrar en este recinto de la historia.

Diríase que la furia del monstruo que arrasaba ciudades, tor­turaba a millones de judíos y luego los conducía a la muerte atroz no lograba penetrar las cuatro paredes de aquel encierro hermético, de donde brotaría, como una luz poderosa en medio de las tinieblas aquel legajo de hojas manuscritas por la niña precoz que ha sido, sin duda, una de las mayo­res cronistas de la crueldad huma­na.

De aquel lugar se sale sobrecogido y a uno se le antoja pensar en un suceso inverosímil, para el que no existe explicación va­ledera. Allí todo es fugaz e inasible –por más fijo que se halle en el cere­bro del mundo–, y  está penetrado de misterio. El amo de Alemania, que todo lo podía y todo lo aniquilaba, no fue capaz de destruir el fiel testi­monio de Ana Frank, tal vez el ma­yor enjuiciamiento sobre la brutali­dad del hombre en todos los tiem­pos.

Si aquel holocausto se compara con lo que acontece en tierra colombiana, donde la sangre de miles de vícti­mas se derrama en sordos episodios de ferocidad, vemos que la sevicia es la mayor aberración del hombre. Hitler no ha muerto. Lo tenemos vivo en la selva, en la ciudad, en las carreteras, en los ríos, dondequiera que exista un germen de vida, una mues­tra de civilización. Y sobre todo está vivo en la conciencia colectiva, alimentada de odios, de pasiones, de ansias destructoras.

Los trenes silenciosos que Hitler empujaba a Treblinka o Auschwitz son los mismos, en otro sentido, que recorren los campos de la guerrilla colombiana, con sus desfiles de ataúdes y sus cargas de mi­seria. Al pasar por la casa de Ana Frank escuché un grito lejano y des­garrador, como si saliera de las pro­pias entrañas de mi patria.

La Crónica del Quindío, Bogotá, 12-XII-1998.

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