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El mundo tiene hambre

domingo, 2 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El universo avanza hacia su pavorosa destrucción. No parece que habrán de ser las ar­mas nucleares las que des­truirán el planeta, solucionando el fenómeno de la superproduc­ción. La humanidad parece con­denada a morir de hambre. ¡De física hambre! Los alimentos son cada vez más escasos en la medida en que aumentan los seres humanos.

Con esos entusiasmos descon­certantes, que en el presente caso tienen mucho de morbo­sos, un economista de las dolencias colombianas acon­sejaba que se explotaran nues­tros suelos al máximo para prepararnos a abastecer las demandas de alimentos y con­vertirnos en una potencia nutricional, al igual que países como los árabes fortalecen sus finanzas con los manantiales petrolíferos.

Hablando en rasa cátedra financiera, el consejo no es desentonado. Colombia tiene, en efecto, inmensas ri­quezas forestales para producir alimentos y venderlos a buen precio para saciar el hambre de otras latitudes. La reforma agraria no parece eficaz hasta el momento para explotar nues­tro portentoso potencial agrí­cola, y se ve, en el futuro, cuan­do la humanidad agonice por hambre, una poderosa herramienta que podemos blandir para remediar nuestras penurias.

O sea, viviremos en la opulencia si cultivamos el cam­po. Sostendremos nuestra sub­sistencia con el hambre de los demás. La fórmula no es descabellada, dentro de las reglas mercantiles del más fuerte. El comercio, que tiene algo de ciencia, consiste en saber colocar las mercan­cías. Ojalá que desde ya es­tuviéramos aprovechando toda nuestra capacidad agraria, no solo para abastecer otros mer­cados, sino para no morirnos de hambre. Resulta irónico que este país, tan pródigo en riquezas, con suelos feraces pero desaprovechados, y con eminente vocación agrícola, sufra de des­nutrición.

Al experto economista que lanza esta receta salvadora para el futuro yo le pediría que primero piense en el momento actual. Que repase la geografía del país y observe esos nudos de miseria que representan el mayor oprobio del ser humano. Que se acuerde de los niños y de los ancianos que languidecen por física inanición, sin estadísticas y sin ser siquiera notados.

La miseria camina por las calles, a la luz pública, y se refugia en las covachas porque no tiene siquiera fuerzas para exhibir­se. Los hospitales y cemen­terios son sitios voraces, pero tampoco hablan. ¡Que el país produzca alimentos, alimentos por toneladas, pero que sean an­te todo para nutrirnos nosotros! Y si hay sobras, bien vendidas sean al mejor postor.

El cable de Reuter habla del espectro del hambre que se está apoderando del mundo. El problema es complejo y casi in­descifrable. La India, con seis­cientos millones de habitantes y con un ritmo anual de trece millones más, es una jaula de degradación del hombre. Se acude a castigos tales como no otorgar préstamos, asistencia médica gratuita, vivienda ni empleo a las familias con más de cuatro miembros. Se ame­naza con la esterilización obligatoria para las parejas con tres hijos y se anuncia la cárcel para quienes no se dejen esterilizar. Y para quienes se limitan a un solo hijo habrá vivienda, préstamos, salud pública y otras prerrogativas.

Los médicos y las enfermeras que realicen en un año por lo menos 50 esterilizaciones re­cibirán incrementos salariales. ¡Pavoroso panorama! ¿No es, acaso, una mutilación de la in­dividualidad? ¿No es un tra­tamiento indigno para el ser humano? Sin duda. Pero es que la India tiene hambre. ¡El mun­do tiene hambre! ¿Soluciones? Tenemos que achicarnos ante semejante interrogante. ¿Una guerra atómica? ¿La depu­ración de la raza a lo Hitler? ¿Las invasiones interplane­tarias? Las gentes sensatas de todo el mundo piden, imploran la limitación consciente de los nacimientos.

José María Gironella, en su es­tupenda obra En Asia se muere bajo las estrellas, narra, entre muchos casos es­peluznantes, el de la invasión de cuervos que obstruyó su ca­minar por una calle de Calcuta. Eran animales poderosos, negros como el hambre y con las garras y los picos listos a clavarlos en sus víctimas.

Mejor nutridos los cuervos que las cria­turas humanas, porque eran es­tas su diario alimento. Cayeron sobre unos harapos escondidos entre la hierba y se los dispu­taron a picotazos. El guía pretendió disfrazar la tragedia diciendo que se trataba de un perro. Gironella reflexiona: «¿Desde cuándo los perros se mueren envueltos en harapos?”.

El Espectador, Bogotá, 6-IV-1976.
La Patria, Manizales, 10-IV-1976.

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El derecho a disentir

domingo, 15 de mayo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Disentir, en una auténtica democracia, no solo es acto de afirmación de la libertad, sino aporte para el fortalecimiento republicano. El poder ejecutivo, depositario de la confianza popular, no podrá ostentar el liderazgo de un país si no está abierto al inconformismo y la crítica que suscita el ejercicio del mando. Gobernar no es otra cosa que dejarse guiar por la opinión pública.

Esa opinión, empero, no siempre es franca. Lo que se habla en el café o en la calle –uno de los mejores canales del concepto popular– no es lo que por lo general trasciende a las altas esferas del Gobierno. Existe un explicable temor que se confunde con la cautela y el miedo. La gente, sobre todo la que está revestida de facili­dad para dejarse sentir en el ámbito del país, se cuida de expresar con sinceridad lo que el pueblo opina en la plaza o en la intimidad de la mesa de café.

Todo gobierno está rodeado de aduladores y mentirosos. A la gente le gusta murmurar en privado y alabar en público. Este séquito de incondicionales gobiernistas es el peor enemigo para la estabilidad del país.

La crítica es necesaria. Y de­be ser llana, desapasionada, constructiva. No debe confun­dirse la franqueza con la rebel­día. A nadie le hace daño la verdad. Puede doler, pero no pasará de ser un trance efí­mero. Ya lo dijo Aristóteles en frase imperecedera: «Sócrates es mi amigo; pero más amiga es la verdad».

El imperio alemán no se hubiera desmoronado si los ministros hubieran sido capaces de disentir del criterio de Hitler. La historia no logrará enjuiciar en todo su rigor a este equipo de lacayos que se limitó a obedecer ciegamente las órdenes del jefe, mientras los errores se multiplicaban hasta desencadenar la heca­tombe de la guerra mundial. Se dirá que se trataba de una de las mayores dictaduras de la historia, donde no era posible disentir. Pero valga la experiencia para demostrar que la sumisión incondicional, disfrazada de cobardía y adulación, ningún bien les hace a los pueblos.

En los albores de las medidas económicas del presidente López, varias voces se han de­jado escuchar protestando, unas por lo que consideran excesos gubernamentales, otras aconsejando diferentes estrategias. Augusto Espinosa Valderrama, respetable miembro del propio partido triunfante, se opuso a través de un debate de resonancia nacional a la declaratoria del estado de emergencia, como antes lo ha­bía hecho el ex presidente Pastrana.

Alegría Fonseca de Ramírez, caracterizada desde tiempo atrás como intrépida parlamentaria liberal, negó su voto de respaldo a la política inicial del Gobierno. Fue un vo­to solitario, sonoro, y por eso mismo más republicano. No han faltado, de parecido tenor, otras opiniones a lo largo y ancho del país. Descontando la crítica malsana, ociosa y destructiva, bien está que la gente opine, aunque no se halle en lo cierto. No hay mayor tiranía que la mordaza del pensamiento. Oír y auscultar el criterio ajeno es como tomarle el pulso al país.

Existe en el momento una ola de incertidumbres. La canasta familiar se encumbra cada día más. Se especula, se ocultan los artículos de consumo. El Gobierno, entre tanto, dicta medidas no digeribles por la masa hasta que se produzcan hechos tangibles. El pueblo confía en el Gobierno, pero se muestra impaciente porque le duele el zapato.

Artículos de primera necesidad que suben, de pronto, el 50 por ciento, el 80 por ciento, más del ciento por ciento; temor al desempleo por recortes en las empresas, por austeridad en los puestos del Estado o por simple cambio de administración, son cosas que provocan desasosiego.

Dice el presidente de Francia que entre la inflación y el desem­pleo se queda con la inflación. En momentos de crisis financiera se piensa mejor con el estómago que con la cabeza. Y no hay mayor indicador de la situación económica que la tienda o la plaza de mercado. Poco se cree en las cifras del Dane. Se espera, desde luego, en la prometida aurora de mejores días.

El presidente López, tras el encuentro con la junta de parlamentarios de su partido, donde no todas las voces fueron unísonas, ponderó el derecho de disentir como uno de lo mayores atributos de la democracia. Recordó que él mismo, en otros tiempos, había sido el mayor opositor del Gobierno.

Escuchar, respetar, evaluar la voz del pueblo será el mejor síntoma de un país libre. La crítica, por dura y descarnada que pueda ser, ayuda a acertar. Recordemos que Alemania se derrumbó por haber tenido un sumiso grupo de ministros que a todo decían “sí, señor”.

La Patria, Manizales, 11-X-1974.

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La rebeldía juvenil

domingo, 15 de mayo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El mundo presencia con desconcierto el acto de rebeldía de cinco muchachas norteamericanas –cua­tro de ellas muertas por las balas de la justicia– que hace pocos años no hacían presentir que detrás de sus holgadas juventudes pudiera esconderse el embrión revolucionario.

De edades similares, nacidas en hogares acomo­dados, dueñas de dulces atractivos físicos, de perso­nalidades decididas y no solo buenas estudiantes sino además avanzadas en las disciplinas humanís­ticas, su futuro no podía mostrarse sino promete­dor y envidiable. Todas dejaron en los claustros docentes huellas de poseer condiciones de líderes por la brillantez de sus inteligencias, por su carácter firme y atrayente, y también por sus convicciones extremistas que se manifestaban con características que más tarde, por los raros caprichos del desti­no, las llevarían a hermanarse en los mismos ideales.

Resultaron matriculadas en el Ejército Simbionés de Liberación y lo que en principio pudo ser una insegura incursión ideológica, con fondo de aven­tura juvenil, más tarde se convertiría en acción beligerante al empuñar las armas. Irrumpió, de pronto, este comando de cinco bellas mujeres arma­das de metralletas, que asaltaban bancos, que co­metían secuestros, que sembraban el escándalo y el pánico.

Nunca un arma resulta más repulsiva que en las suaves manos de una mujer. Estas manos, en lugar de prodigar el bien y de tejer entre sus dedos las filigranas del amor y de la paz, claudicaron en­tre el fragor de las balas y el estallido del odio.

¿Por qué disparaban contra la sociedad? ¿Por qué abandonaban su postulado feminista para re­clamar, torpemente, confusas posiciones sociales? ¿Por qué rompían los moldes de su mundo muelle para arremeter contra su propio estamento burgués?

Criadas en ambientes pródigos pero demasiado libres, un día se sintieron hastiadas del lujo y expe­rimentaron vacío. Las satisfacciones materiales que llegan sin esfuerzo, de manera espontánea como en el caso de estas jóvenes, crean desequilibrio emo­cional. Tal la paradoja de estos hogares prósperos que cifran su estructura en el solo hecho material y olvidan que la profusión de holganzas y la ausencia de afecto intoxican el espíritu. No miremos en este clásico ejemplo de rebeldía denomi­nador diferente al de la desadaptación de la persona en su medio ambiente.

Ese rechazo de las cosas impuestas hace buscar, como necesidad síquica, la liberación. Liberarse en tales condiciones no es otra cosa que romper tradiciones que no alimentan, destruir monotonías enfermizas, explorar refugios contra la desesperan­za. Propósitos que casi nunca se alcanzan, pues el mal ya va prendido en la conciencia y ha quedado impreso como un sello indeleble, como una cicatriz que no tendrá cura por haber sido inoculada en el seno del hogar, ese misterioso ámbito que plasma o propicia la personalidad, con su secuela de bienan­danzas o de infortunios. Liberarse, en otras pala­bras, es protestar.

La liberación significa un grito de angustia en nuestros días, una demanda de com­prensión, un esfuerzo para superar estados conflictivos. Por desgracia, los medios a que se acude resul­tan por lo general estériles, cuando no dañinos y contrapuestos, como en el drama norteamericano.

Con esa desadaptación —primer ingrediente para la catástrofe— la persona que crece desambien­tada, por más que nade entre riquezas, es fácilmen­te influenciada por peligrosas teorías que le ofuscan la mente. Y bien pronto caerá en las garras de la droga, de la marihuana, del suicidio o de tantos exabruptos de nuestra época. Pretende liberarse sin darse cuenta de que se está traumatizando cada vez más, hasta que se convierte en un irreversible resentido social, capaz de protagonizar episodios como los de estas mujeres que el mundo mira con asombro, y hasta con repulsa, pero no con la necesaria comprensión.

Patricia Hearst, la sobreviviente, estará perple­ja en su caótico infierno y le pesará el arma en las manos. Escondida en cualquier frágil fortaleza, co­mo una delincuente común, pensará en sus compa­ñeras muertas por las balas de la misma sociedad contra la que ellas se rebelaron, y sentirá más ren­cor al sobrevivir en un panorama desolado, por más que muy cerca flota su opulento hogar al que no quiere, al que no puede agarrarse, si en él no halla­rá respuesta a su frustración.

El Espectador, Bogotá, 29-V-1974.

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Cigarrillo y muerte

jueves, 11 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La noticia es macabra: en un bar del centro de Bogotá, un muchacho de 19 años, que no quiso atender la prohibición de fumar dentro de los establecimientos públicos, atacó a cuchillo al mesero y luego asesinó al administrador.

Este 3 de diciembre entró en vigencia la ley que prohíbe el cigarrillo en bares, discotecas, tabernas, restaurantes y en general en establecimientos públicos y en espacios cerrados. Dispone dicha norma que los negocios dedicados al expendio de bebidas alcohólicas deben velar por su cumplimiento, so pena de fuertes sanciones, que comprenden elevadas multas e inclusive el cierre del negocio.

El mesero y el administrador del bar cumplieron al pie de la letra el mandato de la ley: en la primera instancia, le manifestaron al cliente que no estaba permitido fumar, y en la segunda, le notificaron que en vista de su negativa a aceptar la prohibición del cigarrillo, no le venderían más licor. Pero estaban tratando con un  energúmeno, no solo embrutecido por el consumo alcohólico, sino armado de una puñaleta, con la que los atacó a muerte.

En este terrible suceso se conjugan varias circunstancias, todas de extrema gravedad, que revelan el grado de descomposición social que se vive en el país. Entrar a los sitios de diversión nocturna con armas de fuego o con armas blancas se ha vuelto un caso corriente. Esta conducta, a pesar de ser violatoria de la ley, queda impune, porque las autoridades no darían abasto para practicar requisas en los 3.000 bares y discotecas legales que existen en Bogotá.

Lo que hay que resaltar en este caso es la actitud general, sobre todo en la gente joven, de infringir la ley y retar a la autoridad. Un arma se saca hoy por cualquier cosa. Asimismo, se mata por cualquier motivo. Está a la vista el caso de este muchacho, casi un niño, que debía de sentirse superhéroe por cargar una puñaleta para agredir y matar. Esto lo aprende la juventud en las películas de violencia que se exhiben en la televisión y en las noticias que se leen en la prensa amarillista, medios que parecen especializados en enaltecer los hechos de sangre como si se tratara de acciones heroicas. El machismo virulento se apoderó del país.

El morbo de la delincuencia se incrusta en la personalidad, en sectores de fácil propensión delictiva, desde los primeros años. Cuando el niño llega a la adolescencia y no ha tenido patrones de comportamiento y de orientación moral, será presa fácil de esos ambientes sórdidos de complacencia con el vicio y el delito, que se incuban con facilidad en los estados de miseria y en los bajos fondos de los centros urbanos. Y también en las capas superiores.

La neurosis bogotana se pone una vez más de manifiesto en este cruento capítulo de horror vivido en la lobreguez de un sitio de parranda. Estas explosiones de violencia y salvajismo, más propias de la selva que de la vida civilizada, nos sitúan en la tremenda realidad de un “país de cafres”, bautizado así por el maestro Echandía. Violar la ley, vociferar, insultar, agredir y matar, se ha vuelto moneda corriente en nuestro estado social y sobre todo en ciertos estratos de las bajas esferas.

Mal comienzo tiene la sana reglamentación que busca controlar el abuso del cigarrillo con medidas eficaces como las que se han puesto en marcha. Ojalá este precedente sangriento no se convierta en óbice para que los establecimientos públicos cumplan con la responsabilidad que les fija la norma. Por encima de amenazas y temores, debe primar la salud del pueblo.

Y ojalá los fumadores empedernidos entiendan que deben ponerle freno a su vicio atroz. El tabaquismo es uno de los hábitos más funestos que existen contra el bienestar humano, de los propios fumadores y de sus familias. Esta rutina perniciosa origina 16 tipos de cáncer, sobre todo del pulmón, que pueden evitarse con un remedio adoptado a tiempo. De lo contrario, el cementerio está lleno de fumadores que no escucharon la invitación que se le hizo al asesino del bar bogotano.

Eje 21, Manizales, 14 de diciembre de 2008.
El Espectador, Bogotá, 15 de diciembre de 2008.

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Comentarios:

Me impactó tu página Cigarrillo y muerte: es terrible que estemos llegando a esos límites de intolerancia y maldad. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Abrigo la esperanza de que, al menos, dos de los cuatro miembros de mi familia que fuman más que ocho presos juntos dejen el letal vicio del cigarrillo, después de leer tu excelente artículo que acabo de reenviarles. Orlando Cadavid Correa, Medellín.

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El alma social de Íngrid

lunes, 2 de agosto de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nadie puede entender cómo las Farc, que se proclaman abanderadas de las causas del pueblo, han mantenido cautiva durante cinco años a Íngrid Betancourt, cuyos actos en la vida pública se han caracterizado por sus luchas a favor de los desvalidos y sus ataques frontales contra la corrupción política.

En el libro La rabia en el corazón, publicado en el año 2001 tanto en Francia como en Colombia, Íngrid señala con dedo acusador y tono vehemente las injusticias y los abusos de que es víctima la población por culpa de los políticos deshonestos e ineficaces. El sartal de inmoralidades que campean hoy en la vida nacional, y que parecen no tocar fondo, tienen en este libro severa censura como causantes de nuestros infortunios.

Pocas cosas han cambiado desde que Íngrid inició su carrera política. Antes fue el Proceso 8.000, y hoy es la ‘parapolítica’. En esta danza de la concupiscencia del dinero y el poder, que ella fustigó con enardecidos discursos parlamentarios, salió a relucir la endemia moral de este país que camina hacia el abismo. Primero se opuso a la absolución de Samper dentro del proceso dominado por sus amigos incondicionales, y luego rompió con Pastrana cuando incumplió el pacto que habían convenido para frenar la corrupción.

Las acciones de Íngrid estuvieron siempre encaminadas hacia la defensa de la moral y la depuración de los vicios públicos, generadores de pobreza para el pueblo. Como sus palabras pisaban muchos callos, sus propios colegas le propinaron denuestos y obstaculizaron su labor. Al sentirse sola en los debates y escuchar apenas alguna voz lánguida de apoyo, se decepcionó de la clase política. Su modelo de gobernante era Galán, y a él lo asesinaron las balas mafiosas.

En una de sus campañas acudió al condón como símbolo del sida (clara referencia a la corrupción política). Ella misma repartía preservativos en semáforos y vehículos. Cambiaba condones por votos. Después se inventó la campaña del oxígeno. Estas señales le imprimían identidad social y así obtuvo en dos ocasiones los mayores votos dentro de su partido para llegar al Congreso. La gente creía en ella. Y sigue creyendo, tras los cinco años que han corrido desde su secuestro.

Cuenta en su libro que la primera misión realizada como funcionaria del Ministerio de Hacienda –en 1991– fue la relacionada con un estudio sobre Tumaco, puerto donde se compenetró durante varios días del drama de 30.000 familias amontonadas en las peores condiciones de vida, a merced del hambre, la humedad y la acumulación de basuras. Esta escena conmovió su entraña social. Desde entonces supo que había que redimir al pueblo. Y luchó por hacerlo, aunque con poca suerte, como se ve.

En 1997 gestionó el patrocinio de la Cámara de Representantes para la publicación del libro titulado El olvido no tiene palabra, del poeta quindiano Javier Huérfano, hijo del pueblo que luchaba, y lucha, entre penurias y sofocos por la subsistencia digna, y cuya voz de angustia clama en dicha obra, lo mismo que en otras del mismo autor, como un dedo en la llaga de la desprotección social.

Y ella misma escribió el prólogo, que vale la pena leer hoy, después de diez años de la edición del libro, y de cinco del inicuo cautiverio de la dirigente política. Ayer y hoy he encontrado deslumbrantes y conmovedoras esas palabras, escritas con bello acento poético –que yo llamaría “poesía de la miseria”– y que se convierten en fiel reflejo de la sensibilidad humana de la autora:

* * *

“Ad portas del tercer milenio, cuando la tecnología lo ha invadido todo, ser poeta resulta ser un lujo exquisito. Cuando ese lujo se lo concede a sí mismo quien nada ha tenido, la poesía se torna heroica, un grito del alma en rescate de la dignidad de ser hombre, antes que máquina.

“Aquí, en Ciudad Bolívar, en medio de los cerros pelados por la crudeza de vivir, nace el olvido. Ejercicio supremo de libertad, el olvido teje su terapia sobre la desesperanza y el rechazo y anida –con letras– entre los labios humedecidos de un hombre con voz de niño. El poeta ha descubierto otra forma de protesta. No es la de las marchas sindicales, no es la de las reivindicaciones salariales, ni la de demandas en estratos judiciales. Es la del alma que no se conforma con menos por el hecho de poseer muy poco.

“Mágica expresión que convierte en clamor universal el canto del desplazado de la dulce Colombia. Aquí termina el tiempo, se desvanecen las fronteras. Se agota la diferencia. Las palabras nos curvan el alma a todos. Nos suavizan el dolor, como el último beso antes del hechizo nocturno en brazos de Morfeo. Aquí, con el olvido a cuestas, estamos desnudos ante la muerte. A ella le traemos la esencia de nuestro recorrido, donde más ha contado la fugacidad de una mirada de ternura, que las horas dedicadas a calmar el hambre y el frío.

“Dios ha querido, para fortuna mía, que conozca al poeta. De su mano he caminado por el túnel sin luz de la injusticia, a ciegas pero mordiendo siempre el tallo amargo de la rosa, mientras me contaba, con las palabras que transcribo de memoria, el relato de su vida:

“Escribir sobre el olvido es tan difícil, es rasgar más la piel de una historia que descubierta siempre no ha tenido quien la cuide, tal vez no tiene la insinuación de los ángeles del sueño en la pesadilla diaria del poeta de estos últimos años. El extraño mundo del poema posee su propio patio en la desesperanza de escribir, ahora que nos arrullan las balas y los insultos.

“Este libro es la colección de pérdidas del poeta, o mejor la negación como premio que da el tiempo, tal vez la añoranza de una tía pobre con siete hijos, o la otra que empaca arepas para sus sobrinos, retrata a Nina empeñando sus muebles para comprar mercado, o cuando Yolanda llega triste y cansada del trabajo con la muerte ahí como criatura que se reproduce por dentro sin palabras y con rosas.

“El olvido no tiene palabra. Cumple con la misión de negar, deja al descuido poemas cortos pero profundos, toca la magia que el poeta recoge de las calles desmanteladas de una ciudad forastera. Enamora sitios que inventa el mismo verso, y ofrece palabras diseñadas en la desnudez de un hombre de este tiempo, nada fácil para cruzar los días.

“Estos sentidos poemas fueron escritos en una humilde casa de inquilino y en el barro del barrio Lucero Medio del suburbio bogotano de Ciudad Bolívar, todo en el bello tiempo cuando el poeta llamaba con cariñosos apodos a sus tres hijos, hoy ya jovencitos con nombres propios.

“Ahora el olvido sí tiene palabra, tiene sitio en la biblioteca de los postergados que con la tierra y el polvo todos los días tenemos que ganarnos la vida con la venta de unos poemas, y bienvenido el grito con los ojos alegres de un poeta casi cuarentón que posa de joven, con risa de hombre que vaga por las calles en la melodía del odio de una sociedad adversa. Por la ventana pasa una tempestad y el mundo le resta números a la muerte”. Íngrid Betancourt Pulecio, Representante a la Cámara.

El Espectador, Bogotá, 9 de marzo de 2007.
Revista Susurros, Lyon (Francia), No. 15, abril de 2007.

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Comentarios:

Conocí en su momento el prólogo para el libro de Javier. Me conmovió mucho porque he vivido muy de cerca la trayectoria de este poeta, todas sus privaciones y miserias. Les tengo mucho afecto a él y a Yolanda, su esposa. Cuando leí las palabras de Íngrid, empecé a admirar su lucha. Tenía la impresión de que todas sus demostraciones eran quizá una fachada, un medio para atraer la atención de la gente. En ese momento conocí al ser humano y empecé a admirarla. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Definitivamente la fuerza de Íngrid Betancourt la debe acompañar estos años. Por ese gran espíritu, lo que se vive es más sencillo, como también pasa con Fernando Araújo. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Me llegaron al alma no solo sus palabras sino también lo escrito por Íngrid, que no conocía. Ya envié a mi hija Astrid (a París) y a los niños su mensaje. El 23 de marzo se cumplieron cinco años de la muerte de Gabriel, quien era un papá extraordinario. Él no soportó el dolor del secuestro de Íngrid. A veces prefiero que no vea el desinterés con que se trata la única posibilidad de que ella y los otros secuestrados por las Farc puedan salir con vida. Ha sido una lucha muy dura. Ella no merece todo este horror. Yolanda Pulecio, Bogotá.

Todas las intenciones humanas posibles por no olvidar a Íngrid son válidas, ya que parte de nuestra historia es un gran costalado de olvidos. Mil gracias, amigo Gustavo Páez, por recordar que desde mi corazón esa amarga huella del secuestro nos deja un profundo vacío. Tenemos la palabra poética como la mágica llave que no pierde la luz de unos días que dolidos y con algo de vida no soltamos la fuerza para que la poesía alumbre nuestros silencios. Todo es un clamor desde mi sencilla existencia por un mundo mejor. Javier Huérfano, Bogotá.