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La Píldora

jueves, 14 de octubre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En Cali se publica, desde hace más de 25 años y en forma continua, una simpática revista nacida en el campo médico: La Píldora. Su creador y director es el galeno Alberto Gómez Aristizábal, veterano en el oficio periodístico, como enseguida lo reseñaré.

Su inicio en dicha actividad ocurre desde cuando era estudiante de medicina en la Universidad de Caldas y funda, en asocio de su condiscípulo Miguel Arango, un periódico bautizado con el nombre de Micrótomo (en alusión al aparato para hacer cortes anatómicos de biopsias). Otro estudiante de aquellas calendas en la misma universidad, Josué López Jaramillo, me cuenta que dicho aparato lo usaban también en agronomía para el estudio de patología vegetal.

Corrían los días de la dictadura del general Rojas Pinilla. Con ocasión de la matanza de estudiantes en las calles de Bogotá, el 8 y 9 de junio, por tropas del Batallón Colombia, el director de Micrótomo escribió un fuerte editorial en que señalaba a Rojas como asesino. Tremenda osadía, tanto por el acto en sí de esta grave acusación, como por la censura de prensa que regía en el país. El veto del editorial lo hizo el propio gobernador de Caldas, coronel Sierra Ochoa, figura implacable del régimen militar.

Sabedor de este hecho el médico Tulio Bayer, profesor de la misma universidad, se ideó, con la aguda astucia que poseía, el sistema para que dicho editorial saliera publicado a pesar de la drástica prohibición. Y ofreció escribirlo él mismo, pero con empleo del vocabulario médico. Así lo rotuló: Hematopoyesis y síndrome de Banti.

Comienza el artículo explicando –como Bayer lo narra en su libro Carta abierta a un analfabeto político– que “la sangre, histológicamente concebida, es un tejido en que ruborizados eritrocitos esperan la orgía del oxígeno y una legión de glóbulos blancos aguardan el momento de ganar la batalla de la infección. Y describía luego la matanza de los inocentes estudiantes a manos de los soldados del régimen en términos de ‘función marcial del bazo’ ”.

La represión oficial no se hizo esperar: los fundadores de Micrótomo, Alberto Gómez Aristizábal y Miguel Arango, fueron a parar durante tres días a los calabozos del SIC y el periódico, por supuesto, fue cerrado. No faltó, además, el soplón que delató al  autor del artículo y le tradujo al gobernador Sierra Ochoa el lenguaje médico. Bayer, como es obvio, fue destituido de su cátedra universitaria. Más tarde, el célebre editorial fue reproducido para todo el país en Intermedio y Diario Gráfico, y se volvió historia dentro de los embates contra la libertad de expresión.

Gómez Aristizábal, que no se resignó a quedar amordazado, fundó entonces El Dedo, periódico de intervalo y de protesta, como en Bogotá lo hicieron El Espectador y El Tiempo cuando también fueron clausurados por la dictadura. Y cuando Rojas Pinilla fue depuesto, volvió a salir Micrótomo, con El Dedo como suplemento.

Ya residente en Cali, el periodista persistente creó con su colega Carlos Llano Cadavid el Correo Médico, de proyección nacional, que se sostuvo por espacio de nueve años. A continuación nació La Píldora, que desde entonces no ha dejado de circular cada dos meses gracias a la solidaridad y el afecto que los lectores le brindan.

Esa es la sangre de periodista que vibra en la inquieta personalidad de Alberto  Gómez Aristizábal, quien al lado de su profesión médica ha ejercido, con brillo y tenacidad, durante más de medio siglo, el noble oficio que desea resaltar esta crónica. Algún día cayó en mis manos un número suelto de la citada publicación, y desde entonces la leo con entusiasmo y deleite, dado el enfoque ameno y variado de sus escritos, donde alternan el ensayo científico con la nota de humor o el argumento moral, sin faltar la página de historia o la crítica social.

Entre el gracejo y la seriedad –¿y por qué el gracejo no puede ser serio?–, la filosofía de vivir discurre por estas páginas con mensajes frescos y tonificantes. El ambiente grato que se respira en estos predios está propiciado por el médico humanista que, fiel a su estilo periodístico y sus normas de altruismo, ha sabido fabricar sus píldoras de sabiduría para el gusto de de toda clase de lectores.

El Espectador, Bogotá, 21 de septiembre de 2007.

* * *

Comentarios:

Qué interesante columna sobre estos médicos periodistas que se la jugaron completa por la libertad de expresión. Aprendo mucho y disfruto cantidades con tus notas. Alfredo Arango, Miami.

El doctor Miranda, interesado como tú en todo lo de Tulio Bayer, me hizo llegar el artículo que te adjunto y que fue publicado precisamente en el periódico de Alberto Gómez y Miguel Arango, en octubre de 1957. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

Lindo y merecido comentario. Definitivamente Tulio Bayer ha tocado el pensamiento y los recuerdos de muchos en Colombia. Fue y es, sin duda, un señor personaje. Jorge Alberto Páez Escobar, Bogotá.

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El final silencioso de Consigna

lunes, 11 de octubre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde hace varios años, ya retirado Jorge Mario Eastman de la vida pública, su actividad principal ha girado alrededor de la revista Consigna, fundada por él en enero de 1976 y que ha llegado a la edición número 488, con más de 50.000 páginas escritas.

La revista se fundó con el propósito de intervenir en la contienda presidencial que enfrentó, con serias fisuras en el liberalismo, a Carlos Lleras Restrepo y Julio César Turbay Ayala, y que concluyó con la victoria de éste en 1978. Consigna, convertida  en una bandera airosa del turbayismo, desplegó, tanto en sus orígenes como en los períodos siguientes, aguerridas acciones proselitistas. Los temas eran tratados con  seriedad y altura, con tesis claras y al mismo tiempo beligerantes, no contaminadas por la intolerancia o el rencor, y marcaron derroteros definidos dentro de los intereses políticos que se defendían.

Hoy, 30 años después, cuando ha corrido mucha agua bajo los puentes de la historia, su fundador y director reconoce que la publicación no fue imparcial en las  primeras etapas. Despojada de la encarnadura partidista, marcha ahora, y desde buen  tiempo atrás, por la línea académica.

Durante las ausencias temporales de Jorge Mario Eastman debido a su ejercicio en posiciones oficiales, fue remplazado en la dirección por una lujosa nómina de personalidades: Carlos Lemos Simmonds, Hernando Reyes Duarte, César Gaviria Trujillo,  Darío Ortiz Vidales y Jaime Mejía Duque, nombres a los que se agrega el de Juan B. Fernández como codirector permanente. Tres épocas se distinguen en este itinerario batallador: la primera, movida por el fragor político; la segunda, regida por “una orientación en la que primaron los intereses superiores y la agilidad periodística”; y la actual, caracterizada por la inquietud académica.

En la administración Turbay, Jorge Mario Eastman ocupó el Ministerio de Gobierno y fue nombrado ministro delegatario con funciones presidenciales. Fue el ministro consentido de Turbay, y su carrera, a lo largo de los años en que incursionó en el campo oficial, le hizo ganar otras distinciones: ministro de Trabajo, embajador en Estados Unidos, Perú y Chile, cónsul en Hamburgo y Tokio, presidente de la Cámara de Representantes.

El hombre de provincia había saltado, con éxito evidente y para sorpresa general, de la jefatura de Planeación de Pereira al escenario nacional. A los 45 años de edad, parecía un meteoro en la vida pública del país. A Fernando Garavito –Juan Mosca– le manifiesta en reportaje de la revista Cromos (septiembre de 1980): “Comencé a hacer política un día después de mi primera comunión”. Iba directo para la Presidencia de la República, y allá hubiera llegado si el juego de la política, a veces traicionera e indescifrable, no se interpone en su andar vertiginoso.

La campaña de López Michelsen como aspirante a la reelección presidencial en los comicios de 1982 provocó una fuerte división en el Partido Liberal. El país se polarizó entre quienes apoyaban el segundo gobierno de López –entre ellos, Jorge Mario Eastman– y quienes seguían a Belisario Betancur. La candidatura disidente de Luis Carlos Galán acrecentaba más aún la efervescencia nacional.

Klim, crítico demoledor del gobierno de López (1974-1978), lanzaba desde su columna de El Espectador, con su temible humor incisivo, certeros dardos contra la reelección. Otro personaje que combatía ese propósito era Lleras Restrepo, contra quien Jorge Mario Eastman escribió el libro Radiografía de un indoctrinario.

Y a Klim lo retó a un duelo por sus acerbas críticas. Duelo intelectual, y no físico –por ventura–, que dio lugar a un encuentro pacífico entre el político y el periodista (o mejor, entre el par de periodistas), donde en términos amistosos discutieron sus diferencias, afirmaron sus puntos de vista y desde entonces se volvieron amigos cordiales.

La derrota de López Michelsen frente al triunfo de Belisario Betancur selló una época turbulenta. El país entró en un nuevo capítulo, y Jorge Mario Eastman se retiró de la escena. Se fue para la diplomacia, y se frustró su aspiración presidencial. De la diplomacia final –como embajador de Chile– regresó, ya en forma definitiva, a sus lares en Consigna.

Queda por decir que este inquieto político e intelectual ha sido siempre hombre de cultura. Hombre de pensamiento y acción. En las páginas de su revista quedan sustanciosos análisis sobre la vida colombiana. Promovió numerosos foros y tertulias sobre diversos asuntos. Creó una serie bibliográfica dentro de la cual se publicaron doce libros. Como presidente de la Cámara puso en marcha la colección Pensadores políticos, e invitó a los poetas a continuos recitales en el Capitolio Nacional.

Esta crónica me lleva a deplorar la noticia de que Consigna ha llegado a su final al cumplir 30 años de vida. Vengo a enterarme de este hecho sorpresivo en la grata tertulia que junto con el distinguido caldense Augusto León Restrepo, ex director de La Patria, tuvimos en días pasados con Jorge Mario Eastman. Éste tomó la dolorosa decisión al considerar que su misión estaba cumplida, y teniendo en cuenta, por otra parte, que los elevados costos de impresión y la lucha por conseguir la base publicitaria excedían sus buenas intenciones.

En los dos números finales, los 487 y 488, se recoge una serie de reportajes y temas diversos de la mayor importancia, entresacados del largo tiraje cumplido por esta respetable tribuna del pensamiento, digna de ponderación. Números con los que Jorge Mario Eastman se despide de sus lectores, en forma impensada, pues al hacer la selección de dicho material no había previsto la clausura de su álter ego. Quizá, pienso yo, se trate sólo de un receso impuesto por la fatiga derivada de un extenso recorrido. Ojalá que así sea.

El Espectador, Bogotá, 24 de marzo de 2007.
Eje 21, Manizales, 8 de abril de 2022.
El Quindiano, Armenia, 9 de abril de 2022.

Carta a los lectores
(8 de abril de 2022)

Recupero, como homenaje al estadista e intelectual Jorge Mario Eastman, el artículo que escribí hace quince años al llegar a su final la revista Consigna, su alter ego, que dirigió durante tres décadas. Después del cierre de la revista, sufrió la muerte de su esposa y de su suegro, hechos que mucho lo afectaron. En los últimos tres años, su salud entró en progresivo deterioro, y desde hace un mes se volvió crítica. Fue muy poderoso en la vida nacional. Además, gran promotor de cultura. Deplorable la noticia de su fallecimiento. Gustavo Páez Escobar

Comentarios

Nota estupenda sobre el recién fallecido doctor Jorge Mario Eastman, fulgurante figura nacional. Gabriel Echeverri González, Armenia.

Excelente nota sobre Jorge Mario Eastman, sobre su trasegar político y sobre una carrera frustrada hacia una posible presidencia. Ameno texto que representa una radiografía finamente contada de una parte de la historia reciente de nuestra patria. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

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Gracias, Aída

viernes, 27 de noviembre de 2009 Comments off

Con el número 733 del volumen XLV, del actual mes de diciembre, la revista Manizales se despide de sus lectores luego de 64 años de labor continua. Su directora, Aída Jaramillo Isaza, valerosa y perseverante combatiente de las lides culturales, basa su determinación en los agudos problemas económicos que desde tiempo atrás han hecho insostenible la supervivencia de la veterana publicación.

De los 33 anunciadores con que contaba la revista en otra época, el número descendió a tres: Mazda, Varta y Editorial Zapata. A pesar de los ingentes esfuerzos adelantados por Aída, no consiguió que sus paisanos le prestaran el apoyo necesario para superar la crisis.

Hace cinco años, en diciembre de 1999, estuvo a punto de producirse la clausura, pero el tesón y la esperanza de la diligente directora sacaron a flote la empresa. En aquella ocasión, y con el fin de aminorar costos, la publicación dejó de ser mensual y se volvió bimestral, conservando la misma calidad editorial y sobre todo el mismo espíritu de lucha y de entrega a la causa de las letras.

Por aquellos días, teniendo en cuenta la fragilidad de las cifras y la falta de empeño de algunas personas que podían dar su granito de arena, escribí un artículo donde afirmaba: “Si la ciudad de Manizales dejara extinguir esta atalaya, sería lo mismo que arriar una bandera, olvidándose del pasado glorioso”.

De todos modos, la revista Manizales ha llegado a su final doloroso. Aída Jaramillo, en sus palabras de despedida, no tiene tono de reproche sino de conformidad con los hechos inevitables. “No hay lugar en esta despedida -dice- para ninguna queja ni reclamo”.

Y expresa la ilusión de que con el paso de los años aparezca algún descendiente de sus progenitores que pueda proseguir la tarea que ella acometió con tanto brillo y coraje a lo largo de 26 años, tras la muerte de su padre en 1978. En dicho período realizó 280 ediciones, cifra que habla por sí sola de su capacidad de resistencia y de su recia voluntad en medio de los tropiezos, los sinsabores y las incomprensiones.

Sería deseable que, si los organismos culturales de Caldas no hicieron o no pudieron hacer nada para evitar el cierre, la Secretaría de Cultura de Caldas recogiera en una antología los miles de escritos que desfilaron por las páginas de la revista en sus 64 años de existencia. Sería un semillero de las tradiciones y el bien decir que enaltecen la vida de la comarca, convertido en tributo a los forjadores de la gaceta, como sucedió en 1991, por ejemplo, con las páginas del suplemento Generación del periódico El Colombiano, por parte de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.

Blanca Isaza, la fundadora de la revista, nacida en Abejorral, llegó a Manizales de tres años de edad, y allí se encontraría con Juan Bautista Jaramillo Meza, nacido en Jericó. En 1916 se unieron en matrimonio, y en 1951 fueron coronados poetas. En 1940 nacía la revista Manizales, que fue dirigida por Blanca Isaza hasta el día de su muerte, en 1967. Acto seguido se puso al frente del timonel su esposo Juan Bautista Jaramillo, y muerto este, en 1978, surgió en forma inesperada Aída Jaramillo, que no dejó naufragar el barco.

Hoy, agobiada por las cifras (y dice que sus pasajeros quebrantos de salud no son ningún obstáculo), no lo deja ir al garete sino que lo reclina en puerto seguro, en espera de mejores vientos.

A Aída tenemos que darle las gracias, sus devotos lectores, por la horas de goce espiritual que nos deparó en los 26 años de incesante ejercicio editorial, caracterizado por el rigor de la expresión cultural, por el cultivo del bello idioma y por la lucidez de las ideas. Gracias, Aída, en nombre de la cultura nacional, por todo lo que hiciste para preservar las banderas del espíritu.

El Espectador, Bogotá, 24 de diciembre de 2004.
Eje 21, Manizales, 23 de diciembre de 2015.

La publicación en Eje 21 está precedida de la siguiente nota:

«En su columna Contraplano, Orlando Cadavid Correa rinde sentido homenaje a los poetas Juan Bautista Jaramillo y Blanca Isaza, y a su hija Aída, directores de la revista Manizales, con motivo de la venta de la casona donde residió la ilustre familia. Es oportuna la ocasión para recuperar la presente nota, de diciembre de 2004, que comenta la clausura de la revista y da las gracias a Aída por su heroica labor al frente de la emblemática publicación.