El final de la revista Nivel
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Con la edición número 308, del mes de agosto pasado, Germán Pardo García dio por finalizada la existencia de su revista Nivel, que había fundado en Méjico, a instancias del presidente Eduardo Santos, en enero de 1959. Cerca de 31 años de labor continua de esta gaceta cultural que puso en alto el nombre de Colombia por los países latinoamericanos significan una proeza.
Dos motivos fundamentales determinaron esta dura decisión para quien ve concluido un esfuerzo gigante: el encarecimiento de los costos de impresión y la salud, cada vez más menguada, del poeta-director. Germán Pardo García, tan ajeno a los afanes monetarios, sostuvo con su propio peculio la vida de la revista, haciendo verdaderos milagros para que cada número viera la luz y llegara a escritores notables del continente e incluso del mundo.
No lo movía interés diferente al de rendirle tributo a la cultura, sin reparar en su propio bolsillo cada vez más estrecho, y divulgar la obra de los escritores. Nivel fue siempre una revista abierta a todas las ideas y todos los trabajadores de las letras.
Como no recibía avisos publicitarios, lo que para él era casi una ofensa, bien se comprenderá hasta qué grado de abnegación, que al propio tiempo lo es de elegancia, llegó nuestro poeta. En los últimos números aparecía, solitario, un mensaje de divulgación del Museo de Oro del Banco de la República, que más se asemejaba a una noticia cultural que a una propaganda, y que Pardo García, a regañadientes, aceptaba por amable presión de Otto Morales Benítez para conseguir algún apoyo financiero en momentos apremiantes de la publicación.
En otra época crítica, años atrás, el doctor Belisario Betancur le llevó, siendo presidente de la República, una partida generosa con la que se aseguró por buen tiempo la continuación de la revista. Esto lo revela ahora el poeta, con honda gratitud, al final de su agotadora jornada, en reportaje concedido al periódico Excelsior donde comunica al pueblo de Méjico, en el cual lleva 58 años de residencia, el final doloroso de su titánica empresa.
Se confiesa agobiado por la edad (87 años) y sobre todo derrotado por vieja dolencia que lo ha reducido a una silla. Yo lo vi erguido por las calles de Méjico, hace apenas año y medio, y aprecié su maravilloso estado mental y envidiable memoria.
Así, lúcido y espartano, este roble de América que tanto ha enaltecido el nombre de Colombia como autor de una de las poesías más bellas que se hayan escrito jamás, entrega el trofeo por él conquistado en forma modesta y silenciosa. Se lo ofrece, ante todo, al mundo de las letras, y luego al amplio círculo de escritores que recibieron su apoyo a lo largo de tres décadas de lucha creadora.
Germán Pardo García le ha dado más a Colombia de lo que ha recibido de ella. Ha sido esquivo a los laureles. El Premio Nóbel de Literatura, para el que fue varias veces candidatizado, hubiera cumplido en su caso un acierto indudable. Pero su gloria reside en su poesía: lo demás es transitorio.
«He aceptado mi suerte con la impasibilidad con que los estoicos griegos aceptaban sus enfermedades», dice en el reportaje a que antes se hizo alusión. Su rigurosa formación griega, de donde extrajo su amplio bagaje cultural, lo conduce hoy, en la hora de los crepúsculos y las plenitudes, por el universo de su propia producción iluminada, que le deja al mundo una obra de cerca de 40 tomos de imperecedera memoria.
El Espectador, Bogotá, 12-II-1990.