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“No me dejo toriar…”

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El doctor Otto Morales Benítez ha acrecentado su imagen, sin necesidad de maquillajes políticos, después del cruce de cartas con doña María Elena de Crovo. El país entero, que pide un nuevo estilo en el manejo de los partidos, ha expre­sado un elocuente y vigoroso plebiscito en torno a los plan­teamientos de quien en lenguaje franco y crítico denuncia los vicios de la farsa política para luego declararse impedido de ser candidato presidencial, si el deterioro de la moral y la vigencia de hábitos dañinos no le dejarían desplegar la acción que desea.

Asume así una actitud de rechazo a las maniobras que de­bería soportar para comprometerse en la campaña que le ur­gen sus amigos, y prefiere, sin eludir sus compromisos con el país, marginarse antes que prestarse a oscuras maquina­ciones. De inmediato y de manera caudalosa se han expresado voces muy respetables, tanto de autorizados líderes de la opinión pública como de ciudadanos corrientes, respaldando al viejo conductor en su propósito de purificar el ambiente.

No será precipitado afirmar que la candidatura de Morales Benítez, lejos de ausentarse del juego de las competencias, es un hecho más claro. Mientras él sostiene que no es candidato presidencial, ni quiere serlo con sumisiones, grandes corrientes de opinión buscan su nombre como la ban­dera precisa contra los mismos vicios que él impugna, vicios crónicos que deben extirparse para lograr una patria mejor. No hay duda de que Colombia quiere un cambio, y además lo necesita y lo reclama.

En su nueva misiva a doña María Elena de Crovo hace mención el doctor Morales Benítez a otras facetas conocidas de los partidos que frenan el impulso que requiere el país para adelantar reales programas de redención social. Lo primero, y también lo más difícil, sería desterrar el clientelismo, ese que se asegura con cargos burocráticos, auxilios y prebendas, si en realidad hay la intención de inyectarles sangre nueva a estos famélicos partidos colombianos que han dejado de ser alternativas ideológicas para convertirse en traficantes de votos y alimentadores de gamonales.

Sin pueblo no hay democracia y sin democracia se impon­drá el caos. Clama el doctor Morales Benítez por la presencia del pueble, pero del pueblo auténtico, en las grandes decisiones nacionales, para que exista vigilancia efectiva sobre los bienes del Estado. Y se encuentra, cuando apenas trata de definir algunos programas, con un horizonte ensombrecido por toda clase de apetitos e intrigas que no permiten desarrollar las cruzadas que se propone.

La desorganización de los partidos genera y fomenta el clima de inmoralidad y decadencia que hoy se respira y al que muy pocos se oponen. El dinero corruptor, que compra votos y conciencias, invade los recintos de la administración pública y no se detiene, y de seguro será más audaz, en una campaña a la Presidencia de la República. Esa «empresa de halagos”, que él denomina, es una cortapisa para las conciencias rectas.

Su aclaración de que no está en retirada ni que lo asus­tan los problemas y las luchas, como lo noti­fica al país en su carta a la ex ministra, es una reafirmación de su fe democrática. Si él es en cualquier momento una reserva nacional, nada tan indicado como verlo en el futuro inmediato enarbolando la bandera que quieren entre­garle sus amigos. Habrá que deducir de sus propias palabras, cuando dice que no se deja “toriar” (expresión muy característica del lenguaje antioqueño), que eso equivale a encontrarse listo para la lucha.

El Espectador, Bogotá, 17-II-1981.

 

 

 

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Torceduras de la política

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El doctor Otto Morales Benítez, un político recto, o sea, una paradoja en el territorio colombiano donde ambos términos se rechazan, renuncia a ser candidato presidencial porque no quiere aceptar los vicios de la politiquería. En carta a María Elena de Crovo dice que a nada renuncia, si nada había aceptado. Esto es un decir, porque si él no había aceptado en forma expresa, su nombre era ya, y sigue siéndolo, un hecho nacional.

Creo que en hondas cavilaciones, tras varios días de descanso en su hacienda Don Olimpo, llegó al con­vencimiento de que no tenía carácter para acomodarse a la farsa con que se juega a la política. Vio, de seguro, un interminable ejército de lagartos y oportunistas, de financiadores y mafiosos, de hipócritas y zalameros, y antes que convertirse en vedette de circo, papel para el que no tiene aptitudes, prefirió despejar el camino para otras aspiraciones.

Si para aceptar cualquier cuota econó­mica debía medir muy bien sus pa­labras, o para tener contentos a los jefes políticos era preciso expresar las cosas a medias, o para no alborotar a las mafias había que dejarse mano­sear en recintos sospechosos, no valía la pena sacrificar la libertad. Antes que candidato mutilado quiere ser hombre pensante.

Para personas como el doctor Mo­rales Benítez que conciben la política en grande, prestarse a los trucos y a las acciones ordinarias con que se conquista los votos sin el honor de la conciencia, es algo repugnante que resulta de imposible recibo. Serán, si se quiere, malos políticos, pero no traicionan sus prin­cipios.

Estamos en un círculo vicioso, cuando Colombia necesita conductores honestos en el amplio sentido de la palabra, capaces de desbaratar las componendas y pu­rificar el ambiente. Pero la gente honrada, que encuentra el país descuadernado, difícilmente acepta el reto de enderezar torceduras tan des­compuestas.

¿Tendremos que seguir sometidos a la pobre condición de pueblo atrasado? Eso parece, cuando los políticos bue­nos se hacen a un lado. El país de la gente sensata alcanzó a pensar que sería Morales Benítez la bandera pre­cisa para combatir la corrupción, porque vio en él al hombre experi­mentado y con deseos de acertar, pero luego se frustró cuando el candidato, con fundamentos respetables, expuso sus impedimentos para salir a la plaza pública sofocado por un clima de condicionamientos y entregas que no le permitirían pensar en grande.

Si para ser candidato debía vestir y caminar de determinada manera, rebuscar poses desconocidas, sonreír con afectación, abandonando su franca carcajada, y en una palabra, estropear su naturalidad, era lo mismo que deshumanizarse. Y él, como auténtico hombre de provincia, no puede hacer­lo. Digamos, para conformarnos, que no nos merecemos al gran Otto, pero lamentemos al propio tiempo que así se esfumen tantas esperanzas.

Para Colombia, cuando se pone el dedo en la llaga, sería el momento de que la clase pensante revisara este inventario de tristezas para buscar un piso más tolerable y menos sacrificado para el ideal de un candidato recto. Y a Morales Benítez habría que responderle que el país tampoco ha renunciado a su nombre.

El Espectador, Bogotá, 11-II-1981.

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Morales Benítez y el pueblo

sábado, 15 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Ha venido insistiendo el doctor Otto Morales Benítez en que su eventual candidatura presidencial, de la que ya se habla con entusiasmo en distintos núcleos de la opinión publica, solo será posible si el pueblo la de­sea. Considera él que ser candidato de su partido es un acto que depende de la voluntad expresa del pueblo. Así volvió a corroborarlo en el homenaje que un grupo de intelectuales de todos los sitios del país le tributó en días pasados en la ciudad de Pereira.

Otto Morales Benítez invocó al pueblo como el soberano dispensador de la democracia. «El pueblo –dijo– tiene su desdén y su protesta; guarda silencio, no aplaude, no rodea a quien lo quiere someter. Y cuando se trata de decidir, no vota».

En este homenaje, que contó con la presencia del pueblo y además con la participación de distinguidas personalidades del país, como el doctor Lleras Restrepo, y un brillante grupo de periodistas y escritores, fueron destacadas las virtudes cívicas e intelectuales de este denodado batallador de la democracia y la inteligencia, convertido hoy en una de las esperanzas más positivas del país.

Analizó Morales Benítez el deterioro de la moral y re­clamó mayor participación de las masas para no permitir que el país continúe precipitándose hacia su disolución. Es un país resignado que todos los días se encuentra con una nueva frustración, y que sin embargo no reacciona ante tanto atropello a que está sometido. Dominado hoy por las mafias y los gamonales de todas las denominaciones, parece un ente sin voluntad para recuperarse. La moral pública está pisoteada y se ha perdido la noción de la decencia porque no entendemos que es preciso rebelarnos contra los malos dirigentes que conducen a su acomodo los destinos de un país adormecido.  

«De allí que se necesite de una batalla nacional para impedir que siga progresando esta manera de pervertir la vida», agregó Morales Benítez, y reclamó «una insurgencia del común contra los sistemas de intimidación”. Esa movilización social que parece tardía, pero que debe reactivarse, será la que ha de imponer en el futuro inmediato un rumbo diferente.

Resultó estimulante para quienes creemos en la existencia de hombres con capacidad de dirigir grandes movimientos de opinión pública y de reivindicación social, ver a Morales Benítez pregonando con voz sonora y decidida estos principios que buscan rehabilitar nuestro perdido nacionalismo. Ojalá, como él lo pide con vehemencia, se forme una conciencia de masas, de crítica y de suficiente análisis, y sobre todo resuelta a no dejarse atropellar, que mire por encima de los afanes burocráticos y la politiquería para salvar a la patria del derrumbe a que está llegando.

La Patria, Manizales, 6-XII-1980.

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Las mentiras convencionales

sábado, 15 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El doctor Alberto Dangond Uribe hizo énfasis en su brillante conferencia en la ciudad de Armenia, invitado por el Club Rotario, sobre la ineficacia de los partidos políticos en Colombia. Quizás no dijo nada nuevo, pero por ser una voz respetable y versada en los fenómenos colombianos, su aseveración adquiere mayor resonan­cia.

Se refirió a la contradicción o por lo menos a la gran diferencia que existe entre la letra de muchas nor­mas, comenzando por la misma Constitución, y la realizad. Hay leyes que no se aplican por obsoletas, y otras porque carecen de ejecutores o de ambiente para hacerlas cumplir. El país necesita una revisión a fondo de to­das sus legislaciones, pero sobre todo requiere de ma­yor audacia para interpretar el cambio de las costumbres. Legislar estraducir el alma de una época para imponer los ordenamientos jurídicos. Pero en Colombia se procede al revés.

Primero se escriben las disposiciones y después se escruta el ambiente. Primero se hacen los códigos y después se estudia el panorama social.

Dijo el doctor Dangond Uribe que los partidos políticos, que debieran ser los canalizadores genuinos de las angustias populares, se volvieron entes burocráticos a los que más interesa el reparto de la nómina que la suer­te de la comunidad.

Han perdido su función de voceros del pueblo y cada vez se esterilizan más, porque no cuentan ni con el propósito ni con la estructura necesaria para acometer el gran viraje que reclama la nación. Vivimos, entre tanto, con la mentira institucionalizada en todos los estamentos. Invocamos leyes que no sirven para nada, y dejamos de cumplir otras.

El país pide a gritos otras rutas. Los políticos, insensibles a ese clamor, huyen de la realidad. No hay conciencia para implantar medidas revolucionarias en el buen sentido del término. Las mentiras convencionales, esas que todos nos decimos en nombre de la caduca democracia, hacen parte de los códigos y las infinitas reglamentaciones regadas por los despachos oficiales.

Para llegar al gran cambio, ese que tendrá que propiciar y plasmar una mentalidad nueva, es preciso buscar primero la regeneración de los partidos. Los partidos son el buey cansado de que habló el doctor Lleras Restrepo. Debe desmontarse el andamiaje sobre el que están montados, para que sean operantes. Hay que inyectarles sangre nueva.

Los partidos deben remozarse. Carecen de calorías para despertar interés en las masas. La gente ya no se afilia a ellos por no creer en sus beneficios. Hay que remover toda una generación para que nazcan otras concepciones. Cuando se piense más en la patria que en los puestos públicos, más en el hambre del pueblo que en los viajes turísticos, más en la moral que en las mafias, tendremos una Colombia mejor.

Las mentiras convencionales no nos permiten, como lo proclama el doctor Dangond Uribe, hallar las soluciones que piden estos tiempos convulsos. A los partidos se les olvidó su misión de líderes del pueblo.

La Patria, Manizales, 21-XI-1980.

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Mensaje:

Muy agradecido por su amable e interesante artículo sobre mi conferencia. Alberto Dangond Uribe, Bogotá.

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La candidatura de Otto

martes, 11 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Un distinguido grupo de personas lanzará en los próximos días la can­didatura del doctor Otto Morales Benítez a la Presidencia de la República. El solo anuncio ha despertado entusiasmo en todo el país. Desde la provincia, sobre todo, donde la figura del doctor Morales Benítez tiene raíces muy hondas, se escucha el clamor popular en torno a su nombre y se nota la disposición de luchar a su lado por la conquista de mejores días.

Exhibe él una hoja de vida inmaculada y de total entrega a las causas justas. Ha sido un paladín de la democracia y nunca ha desfallecido en su vocación de servicio a la gente. Su identificación con la provincia colom­biana, de donde proviene y de la que es vocero, lo compromete en el programa de buscar derroteros claros y progresistas para el avance de la patria.

Pronto escucharemos su voz pregonando, por pueblos y veredas, sus  convicciones y transmitiendo las inquietudes de esta nación angustiada que espera fórmu­las salvadoras para la vida digna. Asfixiados hoy por las cares­tías y corrupciones en todos los estamentos, existe el rechazo de la gente de bien que no se resigna al naufragio al que otros pretenden llevarnos.

Morales Benítez, profundo cono­cedor de las costumbres colombianas, primera condición para asumir un liderazgo, es además curtido polí­tico y  hombre de gobierno dotado de talento para enfrentarse a los di­lemas de esta nación en constante conflicto.

La primera crisis es la de los valores éticos, pisoteados por el libertina­je, y que es preciso reconquistar si aspiramos a más claros horizontes. Dejamos perder la moral porque no sabemos retenerla ni valorarla. La politiquería está acabando con el país. Colombia, con sus hombres patrio­tas, tiene que dar un gran viraje para salir de la actual postración.

Cuando vemos voluntades como la de Otto Morales Benítez dispuestas a hacerse presentes en el próximo de­bate de las ideas, se siente confianza en el futuro. El doctor Belisario Betancur, aguerrido defensor del pueblo y comprometido, como Morales Benítez, en salvar sus principios, sería el egregio contendor en estas justas republicanas. Qué inte­resante resultarla verlos en la recta final disputándose el favor de los electores.

Ambos, por vocación y estilo, son representantes del pueblo. Coinciden, por otra parte, en los enfoques sobre la mayoría de los problemas nacionales, acaso dentro de distintos matices, pero con igual in­tención democrática.

Morales Benítez, formado en sólidas disciplinas intelectuales a las que ha consagrado sus mayores preferen­cias, y además jurista ponderado y tribuno vehemente, puede mirar tranquilo su porvenir político. Los escritores y periodistas del país, libe­rales y conservadores, encuentran en él una bandera.

Varios periódicos ya adhirieron a su candidatura, sin for­malizarse aún su salida a la plaza pública. Para Colombia se abre la perspectiva de hallar un hombre hon­rado, de vasta formación intelectual y recio carácter, firme en sus ideas y excedido de méritos y capacidades para impulsar los pro­gramas sociales.

El Espectador, Bogotá, 12-XI-1980.
La Patria, Manizales, 12-XI-1980.

 

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