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La escalera

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

—Papi, es que tú no vas a ganar mañana y has luchado mucho.

Yo le expliqué que no iba a ganar, pero tampoco iba a perder. El niño entendió a medias la respuesta. Siguió llorando y dijo:

—Sí, pero mira, el lunes nosotros tenemos que ir al colegio y todos mis compañeros y los de mis hermanos están seguros de que tú vas a ganar, ¿y nosotros qué explicamos?

—Pues diles a tus compañeros que esto es como subir una escalera de 20 peldaños; hoy estamos en el quinto peldaño y mañana alcanzaremos el peldaño 14 o 15 y esa es una forma de ganar, le dije yo.

(Luis Carlos Galán Sarmiento a Re­vista del Jueves).

*

No existe hoy en Colombia político más seguro de sí mismo que Luis Carlos Galán Sarmiento. Su fuerza interior mantiene desconcertados a sus ene­migos. No hay duda de que se trata del hombre movido por su inmensa voluntad. Cree en el triunfo de sus ideas, las aviva y las convierte en antorcha de su movimiento.

Lucha con intrepidez contra la poderosa maqui­naria de su colectividad. Le han llovido excomuniones de todas partes, se le combate y se le cierra el paso. Ya perdió unas elecciones. Y sin embargo, sigue adelante, sereno, entusiasta, convencido de que de derrota en de­rrota llegará, como Churchill, al triunfo final. Su partido sabe que sin él unido no es fácil conquistar el poder.

Galán no hace concesiones. No ce­lebra pactos secretos. No se presta para componendas. Su verdad es la misma del primer día, cuando manifestó que el Partido Liberal se hallaba en decaden­cia y era necesario reformarlo y vigorizarlo. Se fue contra los vicios políti­cos, contra el abuso del poder, contra los pontífices de su partido y, sobre todo, contra sus sistemas clientelistas.

Ha dicho en todos los tonos que el Partido Liberal está descompuesto. Y aparte de expresarlo en público, lo cree. Con esa convicción lucha. Se le pueden venir montañas encima y él no se deja amilanar. No da un paso atrás, ni se le recuerda un solo minuto de indecisión. Y siempre aparece más batallador. Es un fino gallo de pelea.

Cuando le recriminan que él fue el causante de la caída de su partido en las pasadas elecciones, responde que sólo los vicios y los desvíos de los jefes provocaron el desastre. Y afirma que la colectividad debe purificarse antes para merecer el poder. Camina en contravía y esto no es fácil. Tal vez es demasiado inflexible y ortodoxo, lo que en políti­ca suele crear tropiezos electorales. Pero su actitud moraliza. Mantiene en jaque a los jefes liberales, porque detrás de su figura joven y vigorosa marcha un ejército que respalda su causa.

Galán despierta interés y conquista simpatías. Esto no puede desconocerse. Sus ideas son categóricas. Se le consi­dera hombre valiente y esto le gusta al pueblo. Su atractivo personal lo mantiene en buen nivel de popularidad. Se le mira con respeto porque es un líder que maneja la política en grande.

El hecho Galán no se puede ignorar y menos subestimar. El mismo López Michelsen, uno de sus mayores opositores, hace reflexionar sobre el significado de esta realidad.

La fe de Galán es demoledora. Es la fe que tumba montañas. En sus huestes infunde fervor y en sus enemigos, desconcierto. A su hijo le dice que el triunfo es como subir una escalera de 20 peldaños. Falta saber en qué peldaño va.

El Espectador, Bogotá, 17-VII-1985.

 

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Otto en acción

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El gran reportaje concedido por Otto Morales Benítez a la revista Guión se convierte en respuesta ca­tegórica a sus amigos –políticos y personales– sobre su propósito de someterse a hondo escrutinio de su propio partido para asumir la posibi­lidad de la candidatura presidencial que se le pide desde diferentes ángu­los de la opinión pública. Va a luchar su candidatura. Está clara su intención de enarbolar a nombre de su colectividad una campaña vigorosa que le lleve al país la exposición de tesis audaces sobre los problemas que  afec­tan la vida nacional.

Si el ilustre político le dice a Co­lombia, a través del amplio y diáfano reportaje a la revista Guión, que desea comprometerse en un debate de ideas para que el país confronte su pensamiento frente al de otros con­ductores, sea bienvenida su voluntad –esta vez de absoluta nitidez– de dialogar con el país nacional sobre las serias coyunturas que nos afectan.

De ese contacto con el pueblo –el supremo dispensador de la democracia– saldrá mayor claridad política dentro del Partido Liberal, enfrentado hoy a agudas discre­pancias. También se afianzará, porque tiene que afianzarse, el nombre de este egregio colombiano con méritos suficientes para ser Presi­dente del país. Faltaba que Morales Benítez despejara, con la claridad que acaba de hacerlo, su candidatura. Ese mismo ánimo de lucha le abre, con la confianza que despierta todo acto de con­vicción, mejores perspectivas de las que ahora existen con el solo enunciado de su nombre.

Queremos ver a Morales Benítez agitando, con la altura que sabe hacerlo, los candentes temas nacio­nales y deseamos oír sus propuestas de solución para las inmensas difi­cultades de orden social y económico que gravitan sobre las clases popu­lares y en general sobre el país. Siendo como es uno de los políticos más enterados de la realidad nacional y mejor preparados para manejar los intereses públicos, sería necio, y además mal negocio para su propio partido, no aprovechar estas ventajas.

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De este sondeo de opinión saldrá, a no dudarlo, robustecida la imagen del ahora precandidato. Si lo que él busca es una convergencia, rechazando cualquier imposición o maniobra soterrada, lleva las de ganar. A Otto lo sigue una gran masa de colombianos que ven en él al hombre desapasionado, al antisectario, como él mismo se llama, al ejecutivo ponderado y prudente, capaz de influir sobre las gentes y, por encima de todo, al ciudadano pulquérrimo y al gobernante idóneo. El pueblo angustiado aspira a encontrar, en los momentos de confusión, la persona con talento superior para dirimir los problemas.

Los amigos de Otto, salidos de todas las vertientes ideológicas e inclusive sin matrícula partidista, le recla­mamos su salto a la palestra, con empuje y sin desfallecimientos, para que nos cuente cómo resolvería las encrucijadas actuales, cómo aliviaría el sofoco económico que nos está asfixiando, cómo racionalizaría las agobiantes cargas impositivas del momento, cómo reactivaría la vida productiva del país y cuáles, en fin, son sus fórmulas para conseguir la paz, la seguridad, el equilibrio justo de la población.

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En el reportaje a Guión habla el pensador contemporáneo, hondo conocedor de los conflictos sociales, que por encima de estériles reyertas y vanas ambiciones –los peores enemigos de la política– ve la suerte del país. Hay en sus respuestas alcances tan significati­vos, y además tan comprometedores, que el solo documento es un programa de gobierno.

Ahora falta que empuje sus ideas, las difunda y las someta al juicio de la opinión. De él depende, primordialmente, que esas ideas se conviertan en mecanismo de adhesión popular. Si a su simpatía personal le agrega el vigor del pensamiento, la batalla está ga­nada. Falta, en síntesis, que Otto sea candidato. Y después, Presidente.

El Espectador, Bogotá, 30-IV-1984.

 

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El Otto candidato

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

 Por: Gustavo Páez Escobar

La impaciencia de Hernando Giraldo reflejada en sus últimas y excelentes crónicas dominicales sobre el silencio de Otto Morales Benítez en los actuales momentos de confrontaciones ideológicas, cuando grandes masas de opinión señalan su nombre entre los de mayor opción para ocupar el solio de Bolívar, recibe respuesta amplia y programática en la magistral pieza que el ilustre colombiano acaba de producir para referirse al editorial de La Patria que lo acoge como candidato presidencial.

Este periódico, de marcada identificación conservadora, que cuenta con brillante trayectoria en la prensa nacional y que fue el medio de comunicación que con mayor ánimo defendió la candidatura de Belisario Betancur, se inclina ahora por un nombre liberal.

Hecho sin duda trascendental, que demuestra hasta qué grado de madurez política ha evolucionado el comportamiento social de este país que en otras  épocas de ingrato recuerdo anteponía la pasión sectaria a cualquier otra consideración. Hoy, por fortuna, sobresalen más los méritos de los conductores y eso mismo indica que el concepto de nacionalismo, que hizo posible el Frente Nacional y luego se patentó como fórmula política con la llegada al poder del presidente Betancur, es una realidad colombiana.

En Francia, pueblo de avanzada cultura, ha tomado fuerza en los últimos tiempos la causa, como partido, de quienes defienden la ecología como necesidad primordial del hombre. En Colombia, nación tro­pical sacudida en el pasado por el fanatismo banderizo, valen hoy más los programas que las instigaciones politiqueras. De ahí nace la urgencia de actualizar y hacer atractivas las bases de los partidos, para que éstos no sigan anquilosados.

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Gentes conservadoras y liberales de los tres departamentos del Antiguo Caldas han proclamado el nombre de Morales Benitez como candidato presidencial. Lo mismo sucedió en las dos convenciones liberales realizadas en Manizales. El reconocimiento que hace ahora La Patria refrenda mucho más el deseo de una provincia que, superados los sectarismos, encuentra en su hijo preclaro calidades su­ficientes para dirigir la suerte de la República. Esa es, por otra parte, la preferencia que se advierte a lo largo y ancho del país y que ha permitido consolidar el movimiento nacional que bajo el título de Los amigos de Otto tiene ya vida propia.

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Desde tiempo atrás viene in­sistiendo Hernando Giraldo en un reportaje con su amigo caldense, y al no lograrlo, porque Otto ha preferido una posición discreta y conciliadora dentro de la punzante división actual de su partido, el cronista impaciente (término que a su vez endilga él a su evasivo personaje) concluyó tirán­dole las orejas en público e incitán­dolo a que hablara, se definiera ante la opinión pública y mostrara sin más dilaciones su garra de combatiente.

Pero Otto Morales no se dejaba acosar ni seducir. Prefería su táctico marginamiento  en espera de otras defi­niciones en la vida nacional y sobre todo de mayor claridad dentro de su propio partido. De un momento a otro Giraldo cambió de candidato. Si Otto no respondía a sus clamores, ahí estaba Galán moviendo plazas y agi­tando ideas, y a esa carta se apuntó el cronista independiente que, con un incierto rótulo conservador, que no es su escudo incondicional —como su­cede con tantos otros colombianos que vemos primero el bienestar de la patria—, vive decepcionado de los partidos y cree más en los hombres.

Esta civilización de las costumbres permite que existan hoy, por ejemplo, conservadores lleristas y liberales belisaristas, y que también se perfilen los conservadores ottistas. No sé si Hernando va a tener que cambiar otra vez de fórmula, ahora que la respuesta de su coterráneo es categórica y no deja dudas sobre su decisión de emprender nuevas y vigorosas batallas por el bien colectivo. El personaje, en consecuencia, está a la orden para próxima entrevista dominical.

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Tal vez el cronista de El Espectador, al poner los ojos en otra alternativa, movió las fibras íntimas del viejo luchador que considera el servicio público como su mejor manera de ser colombiano, y lo convenció de que era su hora. Los amigos de Otto, también impacientes por la espera, sentimos que renacen nuevas esperanzas para la causa del hombre colombiano y reafirmamos la certeza de que en Morales Benitez están encarnados los mejores símbolos de la patria.

La respuesta al periódico conservador de Manizales, de la cual, como queda visto, también es destinatario indirecto el reportero impaciente —y con él miles de compatriotas—, se convierte en elevado documento político donde cada frase ha sido madurada, repensada y pulida para que sirva de intérprete del pensamiento político de quien se propone llegar pronto a la plaza pública a debatir los problemas nacionales.

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La política, tratada con la altura que Otto le imprime en su escrito, se convierte en noble ejercicio. Ayer hombre de partido, situado en mitad del sectarismo del país violento y caótico, supo actuar, sin embargo, con equilibrio y mesura, aunque con vigor en la exposición de sus tesis. “En ningún momento he eludido enfrentar, con energía, los temas por difíciles que sean”, dice, corroborando lo que son su formación intelectual y su temperamento dinámico.

Esta posición de hombre sereno, a quien siempre hemos visto y admirado como ejecutor de grandes empresas nacionales, le otorga especial ponderación como líder idóneo de una comunidad urgida de soluciones permanentes. Su tránsito por la administración pública fue elocuente en avances sociales, y su bagaje humano, que suelen descuidar los políticos, le permitió retirarse de la última posición sin enemigos a la derecha ni a la izquierda.

Al país le hacen falta conductores como Otto Morales Benitez que ejerzan la política con nobleza y categoría. Sociólogos como él, que interpreten la tendencia pluralista del mundo contemporáneo y trasladen ese ejemplo al país para no ahogarnos entre los agudos conflictos de estos tiempos catastróficos.

Si los partidos deben vigorizarse como comunidades ideológicas, necesarias en toda democracia, es para que enfrenten tesis y construyan el pa­trimonio de una nación que no puede subsistir sino con el concurso general.

Así lo proclama el Otto candidato que busca Hernando Giraldo y que hoy sale a la palestra de la opinión ciudadana, como se deduce de la lectura de su diáfano mensaje a La Patria, y no sólo la de Manizales, sino la de todos los colombianos.

El Espectador, Manizales, 2-III-1984.

 

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Los enemigos de Otto

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde Cali, que se está ganando el liderazgo del país por su progreso regional y la audacia de su clase dirigente, Álvaro Bejarano proclama la candidatura nacional de Otto Morales Benítez, hecho político que cada vez se abre más campo en la conciencia de los colombianos. Si en el inmediato pasado su nombre, con sólo sugerirlo, despertó rápido entusiasmo en todos los confines pa­trios, no hay duda de que pronto será una bandera ideal para mover el ánimo de los electores.

No faltarán quienes consideran que es prematuro hablar de candida­tos presidenciales a dos años largos de la contienda electoral. Pero como la política es un juego de anticipación, de vaticinios y sondeos de la opinión pública, donde no son ajenas las manipulaciones y las componendas subterráneas, ciudadanos de bien como Álvaro Bejarano piensan que con un nombre y un hombre como Otto Morales Benitez se puede asegurar el futuro de la Re­pública.

El periodista caleño propone con­formar un movimiento cívico bajo el rótulo de Los amigos de Otto. Y como ha de tratarse de un movimiento nacional, con el sello liberal de uno de los luchadores más denodados de la democracia, con acceso a todos los colombianos comprometidos con el bienestar de la nación, el lanzamiento tiene eco en el país entero. Si en los comicios pasados, cuando todo hacía suponer que el éxito estaba asegurado, hubo de de­clinar el honor por motivos que sus amigos no acabamos de entender, hoy tendríamos que ponernos en pie de guardia para que no dé un paso atrás.

Los amigos de Otto, ese país mayoritario de escritores, artis­tas, periodistas,  amigos de la verdad, políticos de ambos parti­dos, patriotas a secas, para quienes la patria está por encima de los colores sectarios, le reclamamos que libre la gran lucha que desde Cali, y Medellín, y Manizales, y Bogotá, y Riosucio, y la más lejana provincia, le pide Colombia. Es un clamor que vuelve a desatarse y que será cada día más unísono, porque en la conciencia pú­blica está nítido este compromiso aplazado de quien sin duda le dará brillo al primer puesto de la Repú­blica.

Poner a sonar un candidato con demasiada anticipación puede des­gastar su prestigio electoral. No su­cede esto en el caso de Otto, por ser una candidatura madura. Alrededor de su nombre se cifran grandes esperanzas, y si él volviera a desilusionar a sus electores, se perdería una oportunidad histórica.

Los que conocemos de cerca a Otto Morales Benítez y valoramos su rectitud –algo que aún se conserva, a pesar de que otros la malgasten–, podemos calcular que, siendo para él estimulante y comprometedora la presencia de sus amigos, también resulta espinosa la reticencia de sus enemigos. ¿Será que Otto Morales Benitez tiene enemigos? No los tiene, personalmente, y acaso se trata del colombiano que cuenta con ma­yores simpatías en todos los círculos, pero sí la causa que representa.

Quien es amigo de la moral tiene rechazo en muchas esferas. Quien combate las mafias y los vicios públicos es mirado con recelo, y puede que con sonrisas —correspondiendo a las suyas— por los eternos enemigos de la vida limpia. Y entre las bambalinas de la política, o sea, en los sótanos de la politiquería, se columpian los profe­sionales del clientelismo, los traficantes de los puestos públicos, los indescifrables negociantes de votos y conciencias que siempre vegetan en la penumbra.

Estos son los enemigos de Otto, los enemigos de su candidatura, los enemigos del país que se defiende contra la inmoralidad. Si un ciuda­dano como Otto, moralista por exce­lencia, escritor de vasta pluma y de superior talento, declinó en el pasado debate la candidatura que se le ofreció en bandeja de plata, fue por no transigir con los enredijos de su propio partido y con la corrupción de las costumbres. No quería dejarse imponer ni la moda en el caminado ni los arreglos en los comicios, y menos la designación de sus asesores, y por eso se retiró de la lidia.

Esta vez, sin embargo, los Amigos de Otto son más nutridos y más decididos. El perfil de los días se muestra distinto y no habrá disculpa para que la reiteración que hace Álvaro Bejarano desde Cali –la misma de Adel López en Manizales– no sea un hecho nacional.

El Espectador, Bogotá, 28-XI-1983.

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Misiva:

Leí el artículo de El Espectador y tus estimulantes palabras. Tus incitadores y cordiales adjetivos con los cuales me amonestas para que entre con brío en las nuevas luchas. Bien sé con cuánto afecto y cordialidad pronuncias cada enunciado. Es el mismo calor de amistad de tu buena página de Los enemigos de Otto. Otto Morales Benítez, Hacienda Don Olimpo, Filadelfia (Caldas).

 

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La lección de las urnas

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo que acaba de suceder en la elección presidencial estaba previsto por la lógica. Se impuso la razón. La democracia, esta imperfecta democracia a la colombiana donde el voto es materia de comercio y donde una buena parte del electorado se desentiende de la suerte del país, sabe dar, con todo, lecciones de madurez política.

Fue un torneo ordenado y limpio, celebrado con alegría y con rechazo de los métodos coactivos con que trató de impedirse la libre expre­sión de la voluntad.  Es un suceso digno de los pueblos civilizados, para mostrarlo con orgullo a la faz del universo y sobre todo del continente americano.

Continuando con nuestra costumbre abstencionista, esta vez hubo un avance para comprometer a más colombianos con los temas del momento. Se ha puesto la cifra más alta de votación de los últimos tiempos, y si todavía la inmensa masa continúa silenciosa y escéptica, hay otro electorado vigilante y activo que se preocupa por cerrarle el paso a la sinrazón.

Colombia iba a decidir entre el sometimiento a los vicios y las maquinaciones de la politiquería, o el freno a la corrupción y el rechazo al clientelismo. Se trataba de dar un viraje en las costumbres, y se ha dado. El país no puede ser insensible al abuso de los caciques y a la voluntad de los poderosos que manipulan, para su provecho personal, la hacienda pública.

Otra lección de las urnas fue la derrota del sectarismo. Las royas, los gallos colorados, el color del café no son de esta época. Los chulavitas sólo existen en fantasías acaloradas. El ánimo continuista, que trató de desconcertar a la opinión pública con los fantasmas de la violencia ya superada, queda notificado de que no puede jugarse impunemente con en­sayos peligrosos.

Tanto fue el desmán, que escritores públicos de renombre, y otros poseedores  de sensatez y prestigio, fueron co­rifeos del melodrama. Se llegó a extremos ridículos y hasta repugnantes. No se utilizaron medios limpios, y en cambio hubo triquiñuelas y golpes bajos. Si ahora se recuerdan, cuando es preciso cicatrizar las heridas, es para que no se repitan.

Los colombianos votaron por tesis, pero sobre todo contra malas propuestas. Ya, por fortuna, se ha conseguido el raciocinio político que distingue entre el bien y el mal por encima de los partidos. El pueblo quiere el cambio. Buscó entre varias cartas la que más le convenía. Confía que bajo una recta dirección y una sabia interpretación de los males sociales, haya soluciones de fondo. Los problemas que nos agobian exigen medidas audaces.

Llega el doctor Belisario Betancur al Gobierno en la cumbre de su madu­rez intelectual. Hombre de duros combates, de limpios antece­dentes, tenaz en sus empeños y fiel a sus ideas, mucho se espera de su vocación democráti­ca. Recto y bien intencionado, y con buen olfato para escoger asesores idóneos, hará buena administración si traduce en hechos sus ofertas. Se siente entusiasmo general, no de triunfalismo conservador, sino de nacionalismo auténtico, que rodea y respalda a la nueva admi­nistración.

No hay razón para el pesimismo. Menos para fricciones partidistas. Hay que pensar en grande. Primero que todo está Colombia. Son sanos y estimulantes los propósitos del nuevo Presidente, y a la gente hay que creerle. Con estos ingredientes, bue­nos vientos acompañen al doctor Be­lisario Betancur y buenas fórmulas consiga para superar las grandes di­ficultades con que se enfrenta al futuro.

El Espectador, Bogotá, 5-VI-1982.

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