Archivo

Entradas Etiquetadas ‘Poesía’

Alberto Ángel Montoya: el caballero romántico

jueves, 12 de mayo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

«Se principia a dejar de ser niño cuando se comienza a jugar a ser hombre», medita Alberto Ángel Montoya, el vibrátil poeta de la juventud ardiente que «amaba el juego, la mujer y el vino» y que retrocede, en un paréntesis del octubre de 1933, a la añoranza de la adolescencia sanguínea y sensual en que limó los primeros versos que le hervían en la sangre y que estaban desbrozando la herida de poeta que ya nunca habría de cerrarse. Comenzó, en aquella prístina aurora de su mocedad, el juego de la vida.

El hombre, que no es sino el eco de sus prime­ros movimientos y cuya arcilla se hace roca desde bien temprano, regresa muchas veces a los pasos que le dieron impulso, que le imprimieron consistencia, a rebuscar en sus propias raíces la ex­plicación de su transitar por la tierra.

Se nace y se muere en perenne actitud de regreso, de introspec­ción, con la mirada titilante y el ánimo indeciso. Con peregrina necedad se supone que fueron mejo­res los tiempos pasados, y cuando se le prenden velas al futuro no es sino la manera de alimentar el optimismo vacilante que se hace cada vez más caduco conforme se desgajan las hojas del atardecer.

Eso pienso mientras me adentro en la exquisita, en la fragorosa personalidad de Alberto Ángel Montoya. Y es la noche silenciosa, radiante de luna y de sosiego espiritual, noche de recónditas medita­ciones y serenos soliloquios. Veo al poeta reclina­do en su silla de mimbre, como regresando entre la niebla de sus melancolías, con los ojos perdidos en la inmensidad de su alma, absorto su espíritu en el crepúsculo que sus pupilas no ven porque se derri­tieron en la llamarada de encendidos placeres

El poeta, que hizo brotar con su parábola enardecida lujuriosos desenfrenos, que fue el perfecto dandy de la época, desdeñoso y virilmente arrogante, que convirtió a la mujer en la razón de su vida, que fun­día en el verso el desenfado de una noche de vino y de torrenciales devaneos, que fue mundano, peca­dor y penitente, y siempre poeta, rabiosamente poe­ta, declina como la amapola que, habiendo poseído raro encanto, solo se dobla para fertilizar la tie­rra con el polen que maduró en su lozanía.

Alberto Ángel Montoya, en su retiro de El Cor­so, rodeado de frondosa vegetación que le em­briaga los sentidos con fragancias de mujer, repasa, con los ojos marchitos y el talante meditabun­do, su época de adolescente, cuando comenzó a jugar a ser hombre. Difícil postura esta para él que fue todo movimiento, de no estar inspirado por el hálito de su mundo interior, manantial de inagotable poesía. Y allí, hundido en el sereno paraíso del cre­púsculo, brotan páginas inmortales, maduras a fuer­za de soledades, iluminadas por su taciturna bohemia.

Así lo veo, en esta radiante noche de luna plena, y se me ocurre que el mundo cabe en su alma, si el mundo se eclipsó en sus ojos, después de haberlo abarcado todo. Apagada la vista, suenan en su inte­rior las marchas triunfales de épocas ardorosas y por su mente cruzan, acaso como fantasmas, velo­ces imágenes de mujeres, y es cuando cincela esos cuerpos alargados en el recuerdo erótico, colocán­doles el alma estética de la mujer.

Dandy de perfumados salones, fue por excelencia el artista galan­te de la mujer. Esclavo de la voluptuosidad de los sentidos, conoció el placer en sus frenéticas dimen­siones y se entregó a degustar la voracidad del sexo. Tal el hombre, el hombre instintivo que, des­pués de haberlo probado todo, recoge sus arreos y edifica sobre la dura experiencia de sus recuerdos un mundo diferente, su mundo espiritual. La mu­jer, que ha sido la razón de su existencia, surge más diáfana. Sin esa fuerza interna, llena de luces y de arrebatos estéticos, no habría tolerado el ocaso y, como tanto poeta del infortunio, se habría sepul­tado en las penumbras suicidas.

Alberto Ángel Montoya es el caballero del ade­mán romántico y el verso encantado. Si probó los deleites del sexo fue para idealizar más a la mujer. Su grandeza, su sensibilidad lírica, producto son de su alma enamorada. Amó la vida, amó la belleza, a través de la mujer.

Y en súbito golpe de su remanso sentimen­tal se detiene, como Pablo el pecador, en el camino de El Corso, y se encuentra con Jesucristo, en cu­yos brazos abiertos está la luz que ya la vida ha dejado de prodigarle. «Así eran los caballeros de antaño», son palabras suyas.

La Patria, Revista Dominical, Manizales, 28-IV-1974.

Categories: Poesía Tags:

Antología de Beatriz Zuluaga

lunes, 4 de abril de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace 30 años, cuando vivía en Armenia, conocí Definiciones, el primer libro que leí de Beatriz Zuluaga, llegado a mis manos por amable gesto de su autora, residente entonces en Manizales. Era la tercera obra de su creación literaria.

Con dicho motivo, dije en artículo publicado en La Patria: “Beatriz busca las palabras, las acaricia y las perfora, con honda insistencia, para que hechas imágenes definan el lenguaje de un alma que quiere comunicarse, que desea ser al mismo tiempo puente y ánfora”. Por aquellos días la poetisa escribía en La Patria la atractiva columna Flash, título muy acorde con su norma de brevedad y precisión, y dirigía el suplemento literario del periódico. En su ciudad nativa fue, además, presidenta de la Casa de la Cultura de Manizales.

Radicada en Bogotá, dirigió la revista Mujer. Se desempeñó como jefe de comunicaciones del Instituto Colombiano de Normas Técnicas, Incontec, y estuvo vinculada a Holguín Asociados Publicidad. Ha sido colaboradora de La Patria, Revista Diners, El Espectador, Revista del Jueves y Gaceta. Por su ejercicio periodístico ha recibido varias preseas.

Fuera del libro atrás citado, sus otras obras son: La ciega esperanza (1961), Este cielo boca abajo (1970), Las vigilias del sueño (1989), Eres Eros (1997), y Por los caminos de Caldas, escrito en asocio de su esposo, Omar Morales Benítez. Se va a completar medio siglo desde que Beatriz editó su primer libro. Breve es su producción, pero es densa por su contenido estético y su ajustado y precioso estilo.

Como laurel para este medio siglo de silenciosa creación lírica, la Universidad de Caldas le ha patrocinado un nuevo libro que recoge sus mejores poemas publicados, fuera de otros inéditos, y que lleva por título Si preguntan por mí. La obra fue presentada en la Fundación Santillana, bajo la presidencia de Belisario Betancur, y con asistencia de un selecto grupo de escritores y amigos.

Diversas facetas comprende la obra de Beatriz Zuluaga, y en todas se aprecia una exquisita sensibilidad hacia los temas que decanta en su tránsito atento por el diario vivir. Con alma receptiva a cuanto gira a su alrededor, y sobre todo a cuanto brota de sus propias corrientes interiores, unas veces enaltece lo sublime; otras, se detiene en lo sórdido o lo prosaico (para dignificar la ruindad humana); más adelante se vuelve crítica social o angustiada espectadora, y siempre hace de la palabra un recurso mágico para abrillantar la existencia.

Poemas de nostalgia, de dolor, de ausencia, de tedio, de melancolía, así como henchidos de delicado sensualismo o ardorosas esperanzas, por ellos cabalga lo mismo el alma dominada por el agobio que enajenada por el alborozo. Dolor y gozo, tal la doble condición siempre presente en el peregrinaje del hombre sobre el planeta. El alma, cofre de asombros y emociones, se manifiesta auténtica en los poemas de Beatriz. Su lira se hizo para cantarle a la naturaleza humana, donde se mueven todos los sentimientos que caben en el corazón del hombre.

Cuando se va por los caminos del erotismo, no teme llamar a los tópicos del placer con su nombre exacto, a veces con desabrochada expresión, huyendo de los eufemismos y de las verdades encubiertas. Pero sabe hacerlo con fina y a veces estremecedora donosura. En esta materia, donde parece evidenciarse la libertad femenina bajo el imperio de los sentidos, Beatriz les enseña a las mujeres la propiedad del amor como don inexcusable de la condición humana.

Poesía romántica y sensual, humana y fulgurante, su obra es trabajada con rigor, con pulcritud, con carácter e imaginación, para producir a la postre, como sucede con esta antología consagratoria, un hecho manifiesto de lo que vale la labor perseverante en el noble empeño lírico.

Por supuesto, Beatriz sabe que le ha cumplido a la poesía. Y deja su mensaje perenne, que parece un testamento: “Si preguntan por mí… / Diles que salí a cobrar la deuda / que tenían conmigo el amor / el fuego, el pan, la sábana y el vino, / que eché llave a la puerta / y no regreso. / ¡Definitivamente diles / que me mudé de casa!”.

Eje 21, Manizales, 8-IX-2010, 19-III-2024.
El Espectador, Bogotá, 11-IX-2010.

Comentario

La poesía sigue de luto. Beatriz Zuluaga, la poeta manizalita, esposa que fue de Omar Morales Benítez, falleció ayer. Quienes la leímos en nuestra juventud añoramos ese ayer cuando se pensaba en verso y se gobernaba en prosa. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Categories: Poesía Tags:

Muere un ruiseñor

miércoles, 23 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Sobre el poeta Javier Huérfano, que acaba de fallecer en Bogotá, dijo Luis Vidales en 1984: “Huérfano, pero no de poesía”. Y refiriéndose a la brevedad de sus poemas, agregó: “Si persiste en esta modalidad de su ahorro poético, no es aventurado el pronóstico de que alcanzará las excelsas rutas del canto”.

Estas palabras están escritas en el prólogo de Vidales para el primer libro de su paisano calarqueño, cuyos primeros poemas habían surgido a los 11 años. Desde entonces, el tránsito de Huérfano por la poesía fue infatigable. Esta disciplina se tradujo en 13 libros publicados y en otro material que deja inédito. Su última obra, Luz de papel, fue presentada hace pocos meses, cuando ya el poeta presentía su muerte inminente.

Vidales fue su maestro. Y además, su brújula. De él heredó la fibra social, que el discípulo plasmó en versos transidos de dolor, soledad y angustia, donde clama por las desigualdades, las injusticias, el abandono y la humillación del hombre carente de protección humana –como lo fue el propio Huérfano–, en medio de una sociedad arrogante y apática.

En 1990, Huérfano conduce los restos de Vidales a la casa de cultura de Calarcá. Cuatro años después, crea en el barrio Ciudad Bolívar de Bogotá, donde con enorme sacrificio ha construido su vivienda, la biblioteca pública Luis Vidales. Fiel guardián de su preceptor, no solo siguió tras sus rastros sino que se encargó de preservar su memoria. Ahora, lo indicado es que las cenizas de Huérfano se lleven también a la casa de cultura de Calarcá, al lado de su maestro.

La obra de Huérfano, incluyendo su prosa poética, cumplió con la pauta trazada por Vidales: la brevedad. En síntesis afortunadas expresó todo lo que tenía que decir sobre la tragedia del hombre. Era su propia tragedia. Captada con el rigor de la pena constante que sufrió desde la niñez (abandonado por su madre en un inquilinato, enfermo de asma y a merced del desamparo, y más tarde ayudante de zapatería, al tiempo que comenzaba a estudiar de noche), su vida toda fue una cadena de tormentos y tristezas.

Rodeado de semejante racha de adversidades, mantuvo, sin embargo, el ánimo elevado sobre las vilezas del torvo existir. Y no se dejó ganar la partida, así fuera a cambio de las gotas de sangre vertidas por su alma de poeta y su espíritu de lucha y conquista. Luchando a brazo partido por el pan de la miseria, encontró en Yolanda a su aliada incondicional, y con ella conquistó el sentido de la solidaridad y la alegría de vivir. Supo que si el hombre es lobo para su propio hermano, el amor todo lo redime. Más tarde se volvió pintor, y con esa virtud le puso color a la vida.

En sus versos afloran estremecedoras metáforas, y es que el dolor vivido (y no el figurado) habla el lenguaje más expresivo de la sensibilidad humana. Cuando hace siete años le sobrevinieron los primeros síntomas de la cruel enfermedad que lo llevaría a la tumba, supo que los hados adversos no cesaban de asediarlo.  A partir de entonces vivió momentos cruciales, donde el suplicio se ensañó con su vapuleada existencia. Y exclamó: “Soy apenas un solo dolor que atraviesa el día con su sombra de negra compañía” (…) Quedo sin huesos para sostenerme, torre sin luz en busca de luciérnagas, asoma el tiempo su vieja cara de muerte perpetua”.

Un día Íngrid Betancourt, siendo representante a la Cámara, conoció al poeta. Y sintió el impacto de las grandes desventuras. Ella consiguió que la entidad legislativa le patrocinara el libro titulado El olvido no tiene palabra (1998), y como autora del prólogo escribió lo siguiente: “Dios ha querido, para fortuna mía, que conozca al poeta. De su mano he caminado por el túnel sin luz de la injusticia, a ciegas pero mordiendo siempre el tallo amargo de la rosa”.

Inescrutable destino el que permite estos infortunios de pavura. No se entiende cómo la suerte se encarniza con seres buenos, dignos, creadores de belleza, como Javier Huérfano. Queda, empero, la contribución que, gracias a su vida atormentada, le dejan al arte. Tal el caso de este poeta quindiano que en aquel lejano 1984 puso el primer ladrillo de una obra impulsada por su maestro Vidales, y que ha coronado la meta que él le pronosticó.

El Espectador, Bogotá, 14 de febrero de 2010.
Eje 21, Manizales, 15 de febrero de 2010.
Noti20 del Quindío,
Armenia, 15 de febrero de 2010.
Revista Arquitrave,
Bogotá, 15 de febrero de 2010.
NTC, Bogotá, 16 de febrero de 2010.

* * *

Comentarios:

Nunca conocí la obra de este poeta. Pero al leer su comentario me queda la inquietud por conocer su obra poética. Los versos que usted cita en su artículo muestran a un poeta inmenso, con un tono amargado en su voz, fruto de su propia angustia existencial. ¿Me podría colaborar para que me llegue siquiera uno de sus libros? El simple hecho de que el maestro Luis Vidales hubiera escrito el prólogo para uno de sus libros habla ya de su calidad poética. José Miguel Alzate, Manizales, 15-II-2010.

Lo vimos por última vez en la Feria Internacional del Libro en Bogotá. Alguien conducía  su  silla de ruedas. Se le veía demacrado, sabía lo que le esperaba del cáncer que padecía, pero no se arredraba; mostraba ánimo y seguridad. En varios encuentros de escritores departí con él. Siempre hablamos del poeta Vidales. No elogiaba sus  propios poemas pero decía que en ellos estaba parte de su vida de penurias. Era fraternal, sencillo. Realmente se nos fue un «ruiseñor» de la literatura. José Antonio Vergel, Ibagué, 15-II-2010.

Era  un verdadero poeta del  dolor y de la lágrima de la calle. Muchas veces  nos intercambiamos sentimientos al calor de un amargo café allá en el Callejón Santander y antes en el Automático con Javier Arias Ramírez. Lamento su muerte. Ramiro Lagos, Bucaramanga, 15-II-2010.

Sigo conmovida por los múltiples reconocimientos a la obra de Javier. Creo que él sabía el valor de su obra, el trágico devenir de su vida y que cuando faltara sería  exaltada, como lo hemos confirmado, gracias, en primer lugar, a tu página, que fue el detonante nacional para que esto ocurriera, y al despliegue de tanta gente que  lo conocía. Esta mañana hablé  con Yolanda quien regresaba del cementerio con las cenizas de Javier y me comentó que están dispuestos a enviarlas a Calarcá. Inés Blanco, Bogotá, 19-II-2010.

Hablamos esta tarde con el señor alcalde sobre el asunto y aceptó que sean depositadas las cenizas allí, en la Casa de la Cultura. Quedará Javier cerca de Vidales, su mentor y amigo, lo cual empezará, además, a tejer un prestigio singular en torno a la Casa de la Cultura, al estilo del que contienen los pasillos de las abadías y los templos europeos, plenos de tumbas de santos y de historia (…) La alcaldía se suma a tu idea dando el permiso y costeando la construcción del pequeño nicho en la jardinera de la Casa de la Cultura. El temor que manifestó el alcalde fue del talante que tú planteas: que no vaya a parecer la Casa… un cementerio. Yo no creo. Las placas son discretas. Aunque creo que con el paso de los lustros, no faltará alguien que piense en completar lo que inicias, esculpiendo la leyenda que estamos tejiendo en la actualidad en torno al maestro y su discípulo. Como ves, la idea marcha. Elías Mejía, Calarcá, 3-III-2010.

Categories: Poesía Tags:

El poeta vuelve a casa

jueves, 17 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Me refiero a Óscar Piedrahíta González, oriundo de Caicedonia (Valle), pero que buena parte de su existencia la ha vivido en la capital quindiana. Durante varios años se residenció en Bogotá, para luego regresar a sus lares quindianos, de los cuales no piensa volver a salir. Es él, como lo soy yo –a mucha honra–, quindiano por adopción.

Lo conocí durante mi estadía en el Quindío, de esto hace ya largos años. Hombre de severa disciplina humanista, Piedrahíta González sobresalía entonces como poeta y cuentista. Sus amigos lo llamaban “el poeta”, como tributo a sus tres primeros libros publicados en el género lírico, que le daban realce intelectual: Vigencia de la angustia, Donde es cauce la luz y Cantos de Dioneo.

Vendrían después cuatro libros más del mismo género: El poeta le canta a su pueblo, Dinastía poética, Cantos del torturado y Súmmum, este último de reciente publicación, y que representa un viraje dentro de su línea clásica, hacia el micropoema, técnica que hoy se estila en muchas partes del mundo bajo la influencia del haikú japonés. Esta obra constituye una curiosidad bibliográfica, tanto por la brevedad del formato como por la miniatura de los poemas, y por sus ideas veloces y comprimidas, que quedan aleteando en la mente del lector.

Años atrás, también me causó curiosidad el opúsculo Dinastía poética (1989), dedicado a registrar la historia de tres generaciones de la misma familia que deja huellas en el campo de la poesía. Daniel Piedrahíta Arango, el tronco de este linaje, nació en Ibagué en 1901, se graduó de ingeniero en la Universidad del Cauca, donde tuvo como profesor de humanidades al maestro Valencia, y es autor de dos libros de poesía.

Cuatro de sus hijos siguieron sus rastros: William, residente en Estados Unidos, cuya obra se ha movido entre la poesía y la canción, con énfasis en el tono romántico; Daniel, cantor de la esperanza y la solidaridad humana; Harold, autor de versos de lucha, y Óscar, licenciado en lingüística y literatura, periodista, escritor, crítico literario y miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. La última rama de esta dinastía es Daniel, con clara vocación por la poesía moderna, nieto de la cabeza mayor e hijo y sobrino de los otros bardos.

Óscar admira a su padre como labriego-poeta. Así le canta en estos versos en que refrenda su herencia lírica y testimonia su fervor sentimental: “A mi padre le crecían nidos en los brazos / y lianas y musgos, como a los robles: / tenía los ojos llenos de nubes y semillas / y hablaba con la voz ronca de los bosques / (…) Yo recogí la voz que le quedaba / y con ella le grito al horizonte: / mi padre no era un árbol, era un bosque… / ¡y sigue retoñando en mis canciones!”.

Otro género que Óscar ha cultivado con buena fortuna es el del cuento. Así lo conocí en Armenia, en la década del setenta. Con La rana astronauta obtuvo por aquellos días una presea en un concurso promovido por el Magazín Dominical de El Espectador. Años después, en el 2005,  publica en Bogotá Una diaria batalla, colección de trabajos elaborados en su itinerario cuentístico, entre los que  sobresalen algunos con influencia de Chéjov, Gogol, Maugham o Maupassant, como El tío Eugenio, El jefe, Míster Perry.

Mente inquieta por la pureza del idioma, su acción se ha dirigido no solo a depurar su propio estilo, sino que se ha desempeñado como corrector del lenguaje en un programa radial en Bogotá, y como formador de periodistas en la Universidad Central durante su ejercicio docente en la capital del país. Ahora, de nuevo en Armenia, escribe en La Crónica del Quindío una columna cultural.

La de Óscar Piedrahíta González es una vida consagrada a la disciplina intelectual. Con óptimos frutos, como lo certifican sus libros, sus crónicas periodísticas, su labor universitaria y su presencia en foros y en diversos escenarios. Buena noticia para Armenia y el Quindío la del regreso de este cultivador de la palabra que ha vuelto a sentar allí su cátedra del bien decir, como franca contribución al progreso cultural de la comarca.

El Espectador, Bogotá, 13 de enero de 2010.
Eje 21, Manizales, 13 de enero de 2010.
La Crónica del Quindío,
Armenia, 23 de enero de 2010.

Categories: Poesía Tags:

Sobre la poesía moderna

viernes, 3 de diciembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El poeta y periodista Óscar Piedrahita González –que es además académico y crítico literario– escribió en su columna de La Crónica del Quindío, el pasado 19 de agosto, duro juicio sobre la poesía moderna, donde afirma lo siguiente:

“Lo que están escribiendo los ‘poetas’ de ahora no es poesía. La poesía es una realidad estética, es belleza. Thomas Carlyle dice, en su obra Los héroes: ‘La poesía nunca podrá prescindir de la música’. Y el filósofo francés contemporáneo Maurice Merleau Ponty agrega, en un ensayo suyo de crítica literaria: ‘El arte de la poesía no consiste en describir didácticamente las cosas o en exponer unas ideas, sino en crear una máquina de lenguaje que de una manera casi infalible sitúe al lector en cierto estado poético’. ¿Qué estado poético crean los ‘poemas’ de ahora? No los entienden ni sus autores.

“En el pasado festival de poesía de Medellín oímos y leímos por televisión textos de poetas ‘famosos’ realmente ridículos, que no tenían nada que ver con la poesía. Esos textos son lo que los lingüistas llamamos textos anfibológicos. La anfibología consiste en una ambigüedad, una imprecisión semántica que anula la efectividad comunicativa del texto. Los textos de ahora no son ni prosa ni poesía. Y sus autores no son escritores ni son poetas. Cuando más son descrestadores. Algunos, para justificarse, invocan la poesía surrealista de 1930. Nada más absurdo. La poesía de Breton, de Jacques Prévert, de Antonin Artaud, es una poesía comprensible, a pesar de los intríngulis de la técnica surrealista. Lo de ahora no lo entiende ni Mandrake. En un poemita brevísimo, Pablo Neruda dice: ‘Hay que ser dulces / sobre todas las cosas. / Más que un chacal  / vale una mariposa’. Ese texto lo entiende hasta un niño. Y es poesía. Y es belleza”.

* * *

Trasladé este artículo a poetas y comentaristas culturales que hacen parte de mi red de amigos, y he recibido categóricas opiniones que coinciden, casi en su totalidad, con lo expresado por Óscar Piedrahíta. Opiniones que reúno en esta columna con el propósito de crear inquietud sobre este neurálgico tema cultural de nuestros días, que merece amplio debate. Helas aquí:

“Estoy de acuerdo con los conceptos del artículo. La música fue la amante de la poesía lírica. En cuanto a la poesía épica que yo cultivo, ha de entenderse en su eco e impacto de clarín, que es otro tipo de música. Pienso yo que después de los Nuevos y de los Piedraciliestas, y de algunos pospiedracielistas con Aurelio Arturo a la cabeza, no ha habido un gran poeta que impacte. Y si de poesía de compromiso social o de mensaje testimonial  se trata, ningún poeta de hoy ha llegado a la categoría de un Jorge Zalamea, un Castro Saavedra, un Martán Góngora, para citar solo tres que me vienen a la mente. Bien por la crítica que me envías. La mandaré a mi listado nacional”. Ramiro Lagos, Greensbore (Estados Unidos).

“Estoy de acuerdo con Óscar Piedrahíta. Después de la muerte de Neruda dejé de leer poesía. Lo intenté de nuevo en el óbito de Mario Rivero, a quien cubrieron de elogios en la prensa. Al leer el primero de sus poemas que publicó el suplemento de El Colombiano, no pasé del primer verso, en el que el vate envigadeño decía, palabras más, palabras menos: ‘Estoy en mi cama, no leo pero sí pienso. Advierto el taconeo de la mujer que vive en el segundo piso. Adivino que ella está con su amante. Y se besan y se deshacen de las ropas. Y yo en mi soledad’. ¿Qué tal este esfuerzo mental? Increíble que el autor haya sido  parido poéticamente por la misma tierra que nos regaló a un  Barba, a un De Greiff, a un Epifanio, a un GGG o a un Robledo Ortiz.  Lo peor es que el festival mundial de la poesía, del que es sede Medellín, recoge año tras año toda la basura seudopoética del planeta”. Orlando Cadavid Correa, Medellín.

“Estoy completamente de acuerdo con el artículo, sin sentirme poeta. Muchos escriben una prosa insulsa que después dividen en ‘trocitos’ que creen son versos y pretenden que eso es poesía, y ellos poetas (…) La poesía es más, mucho más. No se puede olvidar la rima, la métrica, la concordancia y en especial el contenido metafórico que tenga mensaje y fondo. Cuando leo poesía busco esto, al igual que cuando escucho canciones les pongo especial atención no solo a la música y al ritmo sino a las letras y sus mensajes”. Jorge Alberto Páez Escobar, Bogotá.

“¿Será que la ‘nueva sensibilidad’ es críptica? ¿Los jóvenes sentirán la poesía de su tiempo prosaica y sin imaginería? ¿Será que la sensibilidad nuestra es anacrónica? ¿Ese hálito poético es eterno? ¿Cambia con las épocas? Buenas preguntas para resolver”. Augusto León Restrepo, Bogotá.

“Óscar Piedrahíta si es un poeta de verdad. Aún recuerdo parte de un soneto suyo que se titula El grito de Adán, que en alguna parte dice: ‘Mujer, depón el surco labrado en tus laderas / que ya va siendo hora de comenzar la siembra». José Jaramillo Mejía, Manizales. “Da tristeza realmente, a tal punto que prefiero ignorar semejantes estupideces. Eso hace parte de la banalización en que hemos caído”. Iván de J. Guzmán López, Medellín. “Hay tanta basura escrita que no vale la pena perder tiempo en ella. La poesía como manifestación es la madre de todos los momentos de nuestra sencilla existencia”. Javier Huérfano, Bogotá.

”Lo singular del tema es la falta de eco que tienen una cantidad increíble de buenos poetas, que descubrimos los jurados del Premio ‘Ciudad de Bogotá’, convocado por la Fundación Alzate Avendaño. Fueron 114 trabajos, de los cuales un 20 o 25% valían la pena. Lo ganó Lucía Estrada, una poeta de 29 años, antioqueña. El problema es con los medios, que no difunden la buena literatura”. Maruja Vieira, Bogotá.

“Estoy de acuerdo. Pero no tengo autoridad para decir mucho, porque no me considero poeta. Creo que es una palabra sublime, como lo es la música. Siento  que son dos lenguajes que nos transportan a las elevadas dimensiones del espíritu donde solamente cabe el silencio. Cuando leo una bella poesía quedo muda, extasiada frente al inmenso universo que se abre ante mí. Cuando leo un ‘remedo’ de poesía el ruido me desgasta, la frivolidad me deja inmersa en un caos”. Marta Nalus Feres, Bogotá.

“Comparto plenamente el concepto de Óscar Piedrahíta. En realidad, a veces se lleva uno profundas desilusiones. A propósito, ¿has leído los últimos poemas de Juan Manuel Roca? Cuando lo que escribimos pierde la música, deja de sugerir imágenes y de conmover el espíritu, no es poesía. Rosa Montero dice: ‘Todo arte es la búsqueda de la belleza capaz de agrandar el alma’. Allí queda dicho todo”. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

“Existe hoy un facilismo aterrador que no sólo maltrata la poesía, sino que, simplemente, no es poesía. Es irreverente nombrarla así. Se ha perdido el verdadero ‘impulso interior’ del poeta y la poetisa, igual que la magia, la belleza, la creatividad, la metáfora, amén del ritmo o música de la misma. Cualquier cantidad de sandeces que a algún iluso(a) se le ocurra nombrar como poesía, es bienvenida en los altos círculos y encuentros literarios que por  desconocimiento del tema aplauden y halagan la mediocridad y la ignorancia que en esta materia se está  viendo en libros, recitales y encuentros”. Inés Blanco, Bogotá.

“Este fue nuestro tema en una tertulia que tuvimos hace dos años, cuando estuve en Armenia. Le comentaba a Óscar, y coincidimos, que nadie, inclusive ‘los poetas’, entendían lo que escribían. Son esperpentos carentes de musicalidad y contenido. Personalmente me quedo con Neruda, Vallejo, Barba Jacob, Quevedo (…)” William Piedrahíta González, Miami.

“Es sin duda una apreciación diáfana y el reflejo de una realidad con la que se encuentra uno de manera permanente y que le hace expresar: ¿Qué se hicieron los poetas? Pero también ese panorama se aprecia en el arte pictórico, en donde cualquier mamarracho es calificado como obra de arte. ¡Qué decadencia!”. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

 Otros conceptos

Del poeta nadaísta Eduardo Escobar, San Francisco (Cundinamarca):

“Me parece un poco injusta la columna. Es cierto que los poetas hoy escribimos a veces simples galimatías. Pero es en busca de la música de nuestro tiempo. Acabo de leer la antología de la poesía nadaísta que publica Sibila en España, y me asombró Amílcar Osorio. Y debería tener en cuenta a Raúl Gómez Jattin, que tiene poemas llenos de belleza y dolor. Soy muy malo para  ventilar mis ideas en este medio de apariencia fría, pero ojalá algún día podamos hacer un taller sobre la poesía moderna, en Armenia. El doctor Jaime Hoyos me amenaza hace tiempos con una invitación para ese fin, pero dice que en la universidad no le han parado bolas”.

* * *

De Juan Ruiz de Torres, director de Prometeo Digital, Madrid (España):

“Leo tu envío, leo la indignación de muchos lectores ante lo que se intenta hacer pasar por gran poesía actual. ¿Qué puedo responderte? Es, claro, un tema de debate que tenemos a priori perdido. Muchos intereses se oponen a una consideración seria del caso.

“Pero, por otra parte, llevo unos treinta años en la creación casi clandestina y en el público ejercicio de la crítica, y debemos añadir que, si mucho de lo que se escribe y anuncia como poesía es, casi por definición, deleznable desde el punto de vista estético, tampoco puedo estar de acuerdo con que se diga que desde los piedracielistas nada se ha escrito de buena poesía.

 «El problema viene de donde siempre: de la definición de poesía. Lamento decir que no estoy de acuerdo con que la poesía sea música y belleza. Puede serlo (y quizás deba serlo como mínimo),  pero eso no es lo más importante, me parece, después de haber escrito 30 poemarios y siempre estar insatisfecho con lo obtenido. Y de  leer millares, sí, millares de libros de poemas de todas las latitudes y épocas.

 “Yo no creo que ‘música y belleza’ sean lo esencial en el poema, con serlo mucho. A mis años creo que la misión del poema es abrir, al lector que se entregue a su lectura  con todas sus fuerzas, una ventana a otra realidad, a otra forma de ver el mundo; descubrirle que las palabras pueden concitar algo que lleva escondido en su corazón y nunca supo expresar.

 “Eso, claro, lo consiguen muy pocos poemas. Pero a aquellos que al menos lo intentan –y una forma casi ineludible de hacerlo es equilibrando el lenguaje hasta sus últimas consecuencias– debe dárseles el beneficio de la duda. Desde luego, estoy de acuerdo con que mucho de lo que nos alimentan revistas y libros es, no ya bazofia,  sino auténtica tomadura de pelo.

 “Leer un poema al día, si vale la pena. Si nos apetece leer uno tras otro todos los poemas de un libro, es que esa poesía no lo merece. Un poema-poema debe bastar para llenarnos durante horas; otra cosa son palabras bonitas. Son, claro, versos, pero no poesía. Creo yo”.

* * *

De Eufrasio Guzmán Mesa, escritor, ensayista, investigador de literatura y  poesía, Medellín:

“El  tema de su columna sobre la poesía es un tema importante y de gran  acogida. Sería deseable un gran debate sobre el tema y en esa dirección de  las opiniones del señor Óscar Piedrahíta está la entrevista que le han hecho en Arcadia al escritor Harold Alvarado Tenorio. Pero me temo que ello es imposible, es decir, esperar un debate constructivo y edificante para los lectores.
 
”En el terreno de esta discusión hay un asunto de fondo y es el del gusto.  Incluido el  tema de la belleza, muchos temas relacionados con el arte pasan  por ese punto del gusto. El arte humano es una búsqueda sin término. Juzgar lo que no se entiende no es  fácil o es lo más sencillo: sencillamente no me  gusta. El gusto se educa en el plexo de la cultura y hasta los más expertos se equivocan al valorar. Se  equivocaron con los impresionistas y con Van Gogh,  y los odios y envidias entre Leonardo y Miguel Ángel les impidieron a ellos mismos apreciarse mutuamente. No hay actividad humana que no se someta a la crítica corrosiva que nace de la envidia. Las pasiones humanas más sublimes y las más abyectas se juegan sus cartas en el arte. Quizás el  gusto  popular sea un buen reflejo de lo volátil del mismo. De Pombo no se recuerdan  versos sublimes que escribió sino  sus macarrónicos pero divertidos ‘cuentos  pintados’; la  consagración del  gusto popular es frívola y equívoca pero no es  ciega  absolutamente.

”El gusto popular jamás habría consagrado a un Mallarme o a un Lezama  Lima, sencillamente no los entiende y no por ello son malos, por el contrario,  han explorado en la lengua de una manera spléndida. El gusto popular ha consagrado a Quevedo pero ignora la grandeza de un Góngora. No hay nada que hacer, al  pueblo no es fácil satisfacerlo.

 “Hay mucho impostor en el mundo de los ‘poetas’ y una de las imposturas  más eficaces, reconocida como patrimonio nacional, es el Festival de Poesía de Medellín: durante casi dos décadas ha consumido miles de millones de pesos sin mover un centímetro la poesía antioqueña. Lo mismo puede decirse de los Festivales de Ópera o Teatro: son fiestas privadas de grupos humanos que han aprendido cómo tomar para su realización dineros públicos.

“Siendo el problema central el del gusto, no hay forma de que ese debate tenga término. Por ello lo más sano es remitirnos a él y quedarnos con la idea  de que hay buen o mal gusto, y para nadie es un descubrimiento que pasamos  por una época en la cual domina el pésimo gusto y de  eso  pudo  vivir  un  pésimo  poeta como Mario  Rivero y de eso vive un escabroso personaje como el señor Harold Alvarado Tenorio, que  sobra  decirlo, en sus opiniones tiene unas de  mucho acierto y  no está tan mal del gusto en sus apreciaciones.

“Le  anexo ‘Miles’, un supuesto poema de Leonard Cohen, tomado de su último libro, El libro del anhelo, Ed. Lumen, Barcelona, 2006 (pág. 81): ‘Entre los miles / Que son conocidos, / O que quieren ser conocidos / Como poetas, / Quizá uno o dos / Sean auténticos / Y el resto son impostores, / Rondando por los recintos sagrados / Tratando de parecer genuinos. / No hace falta decir / Que yo soy uno de los impostores, / Y ésta es mi historia”.

El Espectador, Bogotá, 27 de agosto de 2009.
Eje 21, Manizales, 29 de agosto de 2009.

Categories: Poesía Tags: