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El reino de los románticos

domingo, 9 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Uno de esos correos que van y vienen, caprichosamente, me trajo desde la vecina Pereira el li­bro que su autor deseaba obse­quiarme.  Se  titula De las zarzas  y la vida y lo escribe José Ruiz Valencia, alguien con alma romántica y con indudable valor para publicar sus cuitas en este mundo que se ha olvidado de los poetas.

Deseabasaber si su libro me interesaría: me lo pre­guntó primero por carta y luego me hizo la remisión. El correo, curiosamente, demoró treinta días de Pereira a Armenia, pero al fin fue rescatado. Eso me da pie para pensar que el poeta anda des­pacio, con envidiable parsimonia en medio del planeta que per­dió la moderación. Qué tal si a los románticos les diera también por correr, por desesperarse, por romper la lira.

Alguien me decía que el roman­ticismo se acabó, que no cabe en el momento actual de estrépito, de confusión, de metamorfosis. Y yo le replicaba que ahora es cuan­do en verdad se necesita de los poetas. No de los que hablan con estertores, con signos más que con palabras, sino de los que tie­nen cuerdas sentimentales.

Tampoco, claro está, de los cur­sis. Se requiere armonizar la vida para detener la catástrofe de nuestra humanidad desbocada que se está extinguiendo por falta de poesía. Se echan de menos los poetas de pueblo, los que sean capaces de componer un acróstico, los que declaren su amor en verso en lugar de declarar la guerra… El mundo se deshace entre fri­volidades, se despeña entre vicios y vulgaridades. Lo salvará el último trovero, el que nunca se acabará, el que todavía sacrifica un mundo para pespuntear una redondilla.

Mi amigo el vate defiende sus soledades proclamándose un roble solitario. Siente las incle­mencias del medio ambiente, pero mantiene templada su alma. Ha coronado reinas; le ha cantado a la tierra, se ha emocionado con la luna, conoce las embriagueces del amanecer, ha llorado con las duras partidas. Y además es músico. O sea, el completo romántico. Lee desde la niñez autores sentimentales para que le entonen la inspiración. Su hija Lucero –evocación de albo­rada– dice al comienzo del libro que está hecho de versos, perga­minos y bambucos.

Me gusta saber que los poetas románticos no se extin­guen. Si desaparecieran, se aca­baría el mundo. El pueblo los necesita. El tiple es mejor que la metralleta. El verso, aunque sea imperfecto, es preferible a la barbarie que el hombre siembra con sus necedades. Algunos, co­mo mi contertulio del otro día, creen que es un género proscrito. Ya se ve que no es cierto. En Pe­reira, o en Leticia, o en la tienda de cualquier camino de vereda surgirá una voz bohemia de ro­manticismos inagotables que se niega a silenciarse. El sentimen­talismo podrá ser a veces ingenuidad, pero a nadie le hace daño.

La Patria, Manizales, 9-V-1980.

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De las elementales cosas del ayer

sábado, 8 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Uno de esos correos que producen regocijo me trajo el hermoso libro poético de Armando Morales Benítez.

Armando, Omar y Otto, los tres Morales Benítez que le dan lustre a la literatura colombiana, constituyen envidiable hermandad de abogados brillantes y escritores convencidos. Escribir, ante todo, debe ser un acto de convicción. Difícilmente se llegará lejos en los caminos de las letras si no hay fe. Los pasos siguientes, la disciplina, el sacrificio, la tenacidad, son eslabones necesarios  para coronar metas, pero de nada valdrían sin la firmeza espiritual.

Estas tres carreras literarias se han desarrollado practicando desde la niñez el esquivo don de escribir. En los escaños de las aulas escolares quedaron rastros  de sus primeras inquie­tudes. Otto, desde muy joven, ya indagaba por autores y hacía los primeros pinos en periódicos y revistas, como presagio de futuras proyecciones. Omar, creador de personajes, fabricaba en secre­to sus tramas, hasta llegar a estructurar relatos de sentida intención social. Armando jugaba a las metáforas ensayando métricas y conquistando el favor de los dio­ses.

Este exigente campo de la poesía amorosa por él cultivado le da hoy el título de poeta romántico. Mientras otros incurren, por falta de maestría, en los vicios de la expresión cursi con que pretende cantarse al amor, Armando decanta su lírica de noble sentimiento y límpida en­tonación. Trabaja su estro con rigor literario para crear la imagen tierna, que debe salir del alma y no del sim­ple afán versificador sin profundidad, y castiga los gustos pro­saicos remontando alturas y ennobleciendo la vida.

Ser poeta amoroso, y Arman­do Morales Benítez lo es por excelencia, es destino seve­ro. Si la poesía es la síntesis de la literatura, la poesía amorosa se convierte en el estrecho filtro de la emoción auténtica. De ahí al ridículo sólo hay un paso. El amor es la esencia de la vida. Hasta el odio es consecuencia del amor. El amor inspira to­dos los actos y nada se sustrae a su influjo, porque es la fibra más sensible del ser humano.

Para ser poeta del amor se debe amar intensa­mente. Jugar a las metáforas, buscar el color de lo sublime, traducir en be­lla manifestación la nobleza del sentimiento, requiere un talentoso buceo por las intimi­dades del hombre. El gusto es­tético sólo se logra cuando el poeta purifica su propia inspira­ción para luego llegar al alma de los demás.

De las elementales cosas del ayer es un libro escrito con amor y que le canta a la mujer, el máximo símbolo del amor. La emoción de este poeta que supo rendirle culto a la mujer vibra como entre vaporosos univer­sos donde la realidad se vuelve encantada y la alegoría irradia la sensibilidad del alma.

La Patria, Manizales, 14-IX-1979.

 

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Ciro Mendía

miércoles, 5 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Ciro Mendía, poeta senti­mental de los pocos que todavía nos quedaban, seguirá cantan­do, en plena decadencia del romanticismo, la palabra ar­diente y enamorada con que la trova se vuelve mujer y la congoja salta en torrentes de inspiración. Acaba de fallecer en Medellín, su fortaleza senti­mental, pero su palabra nunca morirá. El mundo necesita de los poetas románticos para que florezca el amor y no sucum­bamos en las garras del odio.

Habrá quienes confunden a Mendía, por no conocerlo, con el bardo juguetón que acomoda palabras picantes o traviesas, solo para que suenen bien, sin descubrir que en el alma de su lira se estremece el sentimiento de un realista y al propio tiempo de un soñador que con igual desenfado recorrió los caminos pedregosos de la vida que los iluminados del espíritu.

Su obra, dispersa en revistas literarias y en opúsculos silen­ciosos que se pierden en el tráfago del comercio librero tan contagiado de sexo y pornogra­fía, se ha mantenido fresca e incontaminada, una manera de estar despierta. Es poesía lírica, noble, de sonora entona­ción, cultivada con delicadeza para cantar al dolor, la melan­colía, el desengaño, la muerte. Pero primero se enamoró de la vida y la mujer. Le cantó a la mujer para amañarse con la vida.

Ciro Mendía vibraba en sus años viejos con el mismo ardor de sus épocas adolescentes. El poeta no envejece ni muere. La obra de Mendía tiene los contrastes que con certero enfoque analiza Otto Morales Benítez en el ensayo que sirve de prólogo a la reciente antología –di­ciembre de 1978– publicada por el Banco de América Latina, y es lógico que aquello ocurriera en su exis­tencia a la par experimentada y fecunda. Su originalidad, acaso insuperable en las letras co­lombianas, tiene el poder de ser recursiva, llena de imágenes y ondulaciones literarias, y en veces se torna dura y hasta mortífera cuando castiga los desequilibrios del mundo. Y siempre es armonio­sa y penetrante.

El poeta, cualquier poeta, es un ser extraño. Pero nunca morirá, si realmente es poeta, por más que estos tiempos modernos de la frivolidad y el desenfreno traten de suplantar­lo. Qué bien suena la anticipada despedida del gran Ciro, que al propio tiempo es un augurio:

 Como homenaje póstumo quisiera

que amigos ebrios a mi cabecera

celebraran mi último suspiro.

No soy rey –ni de copas– te lo advierto,

pero qué grato oír después de muerto:

¡Ciro Mendía ha muerto! ¡Viva Ciro!

La juventud, para no hablar de los vejestorios que no supie­ron conjugar la vida con ritmo poético –y que el cielo los perdone a unos y otros–, no se emociona hoy sino con el grito de las discotecas y el arrebato de la droga maldita. Por ahí anda suelto un tal Travolta enseñando contorsiones epilép­ticas y sofocando el aliento de las quinceañeras, personaje que pretende ser rey de la juventud con el único poder de su cadera flexible y su melena arrebatada. Su música y sus bamboleos es posible que se acojan por públicos desento­nados, pero como no es poeta, su reino será efímero. Y ojalá que la juventud encuentre mejores guías. Ya hasta el sexo empalaga, porque está pisotea­do y se ha perdido el gusto de saber ser sensibles.

Para que la persona no se degrade se hizo el poeta; el poeta auténtico como Mendía, con su alma soñadora y su fibra sensible que se recrea por paisajes, mares, mundos, conf­lictos de todas las geografías, sin abandonar la inmensidad de su terruño solariego.

Confieso, con Neruda, que he vivido leyendo a Mendía. Son los suyos versos sin tiempo y universales, de protesta social cuando se compenetra con las miserias del hombre, ese mis­mo hombre que él ha sido, y de evocaciones, burlas filosóficas, ademanes desdeñosos contra el diablo y la muerte, amores y frustraciones, cuando se enardece su estro romántico.

El Banco de América Latina se adelantó a la muerte del bardo al publicar esta antolo­gía. Es la primera antología. La entidad bancaria no solo ha llenado un vacío, sino que le rindió, en vida, hermoso homenaje a quien todos los días moría un poco más, ciego, ausente de amigos y en el silencio y olvido de las grandes soledades. De aquí en adelante habrá literatura hasta mala cuando el poeta, ya liberado de sus miserias humanas, ha emprendido el vuelo por los espacios infinitos que él atisbo en sus versos.

Muchas veces al poeta no se le trata con familiaridad porque se le encierra entre cenáculos literarios, sin pasaporte de circulación. Su obra se vuelve inconexa de tanto fragmentarse en libros de poco vuelo y en hojas literarias de fugaz exis­tencia.

Si hay quienes, a pesar de todo, no quieren descubrir a Mendía, allá ellos. Les garantizo que Travolta y  sus símbo­los terminarán hastiando a la humanidad. Solo por saber cómo hace el amor el poeta enamorado que conoció en su íntima esencia el alma femeni­na, valdría la pena buscarlo. Yo lo encontré y aprendí el secreto. La fórmula es sencilla y está garantizada por Mendía:

Hay que vivir y estar enamorado

de alguna cosa, de una sombra bella,

de la perdiz feliz y de la estrella,

de una puerta, de un puerto equivo­cado..

El Espectador, Bogotá, 10-X-1979.

 

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Dinastía poética de los Gamboa

martes, 4 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Andrés Gamboa, cuya profesión es la arriería, compra en 1832 unos terrenos en cercanía de Cali, que destina al descanso de sus bestias de carga cuando hacen el recorrido desde Buenaventura. Dichos terrenos tienen el nombre de Cerro de los Cristales.

Un nieto de Andrés Gamboa construye allí la primera casa, de bahareque y techo de paja, y la bautiza con el nombre de El Mameyal, como referencia a la cantidad de árboles de mamey que crecen en aquellos contornos. Esta casa es consumida por un incendio en 1910. En 1920, a corta distancia del inmueble arrasado por el fuego, se levanta la segunda casa, esta vez con techo de zinc y amplios corredores, la que todavía se encuentra en pie y sigue llamándose  El Mameyal.

Hay sitios llamados a adquirir nombradía al paso de los años, y esto es lo que sucede con El Mameyal. “Casa y cuna de la poesía”, la denominó el poeta Octavio Gamboa (1923-1990), uno de los descendientes de aquel lejano fundador de la finca, quien, habiéndola adquirido para el descanso de sus bestias de carga, nunca llegó a suponer que allí nacía un templo de la poesía.

El apellido Gamboa, junto con las ramas familiares que se han cruzado con  esta prosapia, ostenta hoy una dinastía cercana a los treinta poetas, según recuento que hace Vicente Pérez Silva, conspicuo investigador de este hecho singular. Él fue encargado por la familia para efectuar la compilación poética, escribir las reseñas de los autores y hacer la memoria histórica sobre este suceso tan poco frecuente en el mundo de las letras.

De todo esto da cuenta Vicente Pérez Silva en el libro titulado Los Gamboa, una dinastía de poetas, de que es coautor junto con Hugo Cuevas-Mohr, otro miembro de la dinastía, perteneciente a la cuarta generación y residente hoy en Estados Unidos. Algún ingrediente misterioso se ha inoculado en la sangre de esta familia para producir tantos cultores del arte poético, a partir de la primera generación, que arranca en 1866 con los hermanos Gamboa Herrera (Francisco Antonio, Isaías, Mateo, Ezequiel), hasta los días actuales, cuando se abre campo la quinta generación con vocaciones ya manifiestas.

En la dinastía sobresalen algunas figuras ya consagradas en la bibliografía nacional, cuya reseña, así fuera somera, desbordaría la brevedad y la intención de esta nota. Ante todo, deseo destacar la trascendencia de esta familia caleña ramificada en distintos sitios del país e incluso del exterior, que a través de diversas expresiones ha escrito todo un historial en el cultivo de la palabra.

Hay en todos ellos un hilo conductor, y es la sensibilidad romántica, el espíritu  terrígeno y el apego a los valores de la familia, que se han transmitido de generación a generación. Los primeros poetas, sobre todo, ubicados en época de encendido romanticismo –bajo la sombra de Jorge Isaacs y su inmortal María–,  dejaron versos imbuidos de emoción y ternura. Muchas de esas piezas son de antología, entre ellas, el poema Ante el mar, de Isaías Gamboa, sensitivo y atormentado lírico fallecido a la edad de 32 años, cuando venía de regreso de Santiago de Chile. Hasta las composiciones más sencillas poseen un hálito de sensibilidad artística. Varias de ellas fueron recuperadas inéditas en poder de sus autores o de su familia.

El Mameyal perdura en Cali como símbolo de la poesía. Es como una sombra tutelar que llega a las nuevas generaciones de los Gamboa y los anima a seguir por el mismo camino del arte que impulsaron sus antepasados.

El Espectador, Bogotá, 1-XII-2010.
Eje 21, Manizales, 3-XII-2010.
La Crónica del Quindío, Armenia, 4-XII-2010.

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Carmelina Soto

domingo, 22 de mayo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Una rauda, entusiasta caravana partió de Ar­menia a Manizales como séquito privilegiado de Carmelina Soto. La cita era en la sala cultural de La Patria.  Pocos esce­narios como este, cuna de los más nobles cultores de la inteligencia, para que Carmelina leyera algu­nos de sus poemas de Tiempo Inmóvil. Fue una velada solemne e inolvidable. El dueño de casa, doc­tor José Restrepo Restrepo, señor de la hidalguía, y una pléyade de la intelectualidad caldense, espera­ban el arrebato de las musas en la voz encarnada, hecha palpitación, de esta admirable mujer que es mito y vida a un tiempo.

Poemas de entrañables profundidades, son co­mo mariposas suspensas en los abismos del tiempo, presas de misteriosas irradiaciones. Porque el hálito que inspira el pensamiento de Carmelina Soto se detiene a veces como saetas sorprendidas. Su poesía es explosión, es arrebato. Le canta a la vida. Los sentimientos se vuelcan, se hacen transparentes y afloran con raíces de trigos y con presagios de «iné­ditas auroras». Si en ocasiones saborea el amargo del vino y muestra el gesto desdeñoso y el ademán convertido en tormenta, es solo una afirmación vital.

Carmelina le canta a la vida. Es un canto de perenne emoción, de airadas melodías. Sus versos son tempestad, soledad, nostalgia, y antes fueron llama, claridad y vida. Se recorre su poemario como sobre un manan­tial de diáfanos destellos. Verso humano el suyo, palpitar estremecido, que desdobla recónditas emo­ciones.

Carmelina Soto, mujer de América. No se es poeta impunemente. Estos aires raizales recibieron ya el polen fecundo y caminan por los contornos del continente llevando el sabor del trigo y transmi­tiendo el éxtasis de la palabra enamorada.

La Patria, Manizales, 28-XI-1974.

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