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La holandesa que amó a Colombia

lunes, 5 de noviembre de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hay personas que en su tránsito por el mundo realizan actos destacados y estos no siempre se conocen y aprecian en su justo valor. El correr de los años trae olvido. Es el caso del personaje que hoy traigo a mi columna, cuyo nombre tal vez resulte extraño para el lector. Se trata de la ciudadana holandesa Siny van Iterson, que vivió 30 años en Colombia (1958-1988), amó a nuestro país y aquí escribió 11 de los 13 libros de cuentos enfocados sobre la población juvenil colombiana. Todos sus libros fueron escritos en idioma holandés, y varios se tradujeron al danés, alemán e inglés.

Solo uno fue traducido al español: Pulga, ayudante de camionero (1967), que fue galardonado en Holanda con el Premio de Literatura Infantil de 1968. La autora fue nominada para el Premio Hans Christian Andersen en 1972. En Holanda se le considera una de las escritoras de libros juveniles más notables en los años 60 y 70.

Otras de sus obras son Sombra sobre Chocamata, Bajo el hechizo del alcantilado del diablo, La caña de azúcar dorada (sobre el pueblo colombiano de Agua de Dios), El susto de las grandes llanuras (sobre los Llanos orientales de Colombia), El oro de los quimbayas y Los contrabandistas de Buenaventura (otros dos temas colombianos). Siny quería a nuestro país como su segunda patria y nunca dejó de pensar en él. Han pasado 30 años desde que regresó a Holanda, y es natural que por esa situación se haya evaporado su recuerdo en la Colombia actual.

Nació en Curazao, el 5 de octubre de 1919, de padres holandeses, y a los 2 años se trasladó a los Países Bajos. Se casó con Gerrit van Iterson, ingeniero de puertos y caminos. En 1958, Gerrit viajó a Colombia en unión de Siny y los tres hijos del matrimonio (el cuarto hijo lo tendrían en este país). Aquí nace la conexión de esta familia holandesa con Colombia.

Cuando en 1968 recibió Siny el premio literario otorgado por su país, uno de los asistentes que acudieron a celebrar el suceso en la casa de Teusaquillo, aristocrático barrio bogotano donde moraba la escritora, fue el prestigioso escritor Eduardo Caballero Calderón, vecino del sector. He tenido oportunidad de conocer una foto de aquella época en la que aparece Siny –mujer bella y distinguida– rodeada de libros en su biblioteca de Teusaquillo.

Ella no solo se interesó en el país, sino que aquí tuvo gratas experiencias durante los 30 años de su residencia. En viajes a los Llanos, le gustaba observar cómo se marca el ganado y se ejecutan los  oficios pecuarios. Admiraba, en compañía de su esposo y sus hijos, el proceso del arroz en la finca de unos amigos en el Meta, escuchaba los monos aulladores al amanecer, y vivía fascinada con los paisajes y las creencias de la región.

Dice su hija Loretta que los mejores años de su mamá fueron los pasados en Colombia entregada al quehacer literario. Fue justamente en Pulga, ayudante de camionero, que escribió esta dedicatoria para sus cuatro hijos: “Este libro es para ustedes, y para Colombia, el país que ustedes tuvieron el privilegio de conocer”.

Por una feliz circunstancia me relacioné con Loretta cuando vino a Colombia a presentar su libro Nidos de oropéndola, publicado en Bogotá por la editorial La Serpiente Emplumada. Esto sucedió en el año 2010. Loretta aprendió de su mamá el arte de escribir. En este precioso libro relata el viaje que efectuó con una amiga por los Andes de Colombia y Venezuela. Es viajera incansable que ha recorrido muchos países, sobre todo los suramericanos, y de preferencia el nuestro. En Bogotá adelantó los estudios primarios y secundarios, y después volvió a Holanda, donde se especializó en neuropsicología infantil. Y viaja con frecuencia a Colombia.

Por Loretta me enteré de la muerte de su mamá, ocurrida en La Haya el pasado 7 de agosto, faltándole dos meses para cumplir 99 años de edad. Esto me movió a hacer esta justa evocación sobre la ilustre escritora que por múltiples méritos podría considerarse colombiana. Desde muy corta edad, Siny se apasionó por los libros y la escritura de cuentos, y en Colombia encontró el  ambiente indicado para desarrollar su vocación. Sé que los lectores lamentarán la desaparición de esta gran amiga del país que un día pasó por el suelo colombiano y se identificó con nuestra idiosincrasia. Dejó huella, y esta no puede pasar inadvertida.

El Espectador, Bogotá, 27-X-2018.
Eje 21, Manizales, 26-X-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 28-X-2018.

Comentarios

 Qué bueno que le hayas dedicado a Siny van Iterson tu magnífica columna de hoy. En mi casa, en mi familia, donde el tercer idioma es el neerlandés, conocemos su obra y sabemos de sus grandes méritos, así es que nos ha alegrado mucho ver cómo es que se le reconocen también en Colombia, tierra que tanto amó. Un abrazo sabatino desde la orilla buena del Rhin, en Colonia, cuya catedral «tiene tanto a la vez de piedra y nube». Ricardo Bada, Colonia (Alemania).

Me encantó el artículo La holandesa que amó a Colombia. Muy merecido el homenaje que usted le hace. Basta que hubiera amado a Colombia. Se percibe muy fácilmente en su escrito la sensibilidad exquisita de que era poseedora. Un ser muy especial. Diego Ramírez Lema, Manizales.

Qué buen homenaje para una persona que sin ser de acá destacó tanto a nuestro país y que con sus cuentos hizo seguramente felices a muchas personas. Increíble coincidencia la de conocer a Loretta, lo que ratifica que todo tiene su razón de ser, en especial las personas que nos acompañan en cada camino. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Buen homenaje a una extranjera que quiso a Colombia más que muchos de nosotros y no como los bandidos que tenemos que andan por el mundo acabando con nuestra imagen. vigaes1951 (correo a El Espectador).

 Gracias por tamaña evocación para tan distinguida dama holandesa-colombiana. Felicitaciones por tu magnanimidad de corazón y la manera de hacernos entender cómo es de inspiradora Colombia. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

Otro personaje desconocido por mí y que merced a un escrito tuyo puedo conocer. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Interesante historia de esta gran escritora, desconocida en nuestro país, pero que dejó gratos recuerdos a través de sus libros. Ligia González, Bogotá.

Valeria

viernes, 19 de octubre de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En La Habana supimos que venía en camino. Era diciembre del 2012. Nuestro grupo familiar se había reunido en el bar restaurante La Floridita, donde Hemingway se encontraba con sus amigos alrededor de animadas copas de daiquirí. Allí se ve hoy al escritor dialogando con los visitantes en forma tan natural que parece estar de cuerpo presente. Esta ficción la transmite la soberbia escultura de José Villa Soberón. Cerca queda La Bodeguita del Medio, otro sitio muy frecuentado por Hemingway, donde las libaciones se hacían con otro licor autóctono: el mojito.

De pronto, la pareja conyugal –Gustavo Enrique y Diana– nos entregó un sobre que mostraba los visos de la Navidad que ya estaba próxima. La sorpresa fue grande al hallar en el sobre la radiografía de un ser vivo, casi invisible, que latía y se movía en el vientre materno como deseoso de salir pronto de su encierro. Sí: ella venía en camino.

La madre llevaba seis semanas de embarazo y había mantenido muy bien guardado el secreto. La noticia, por supuesto, produjo explosión de alegría, y con ella iniciamos las vacaciones en La Habana. Con Hemingway como testigo, quien desde la barra del bar nos miraba con simpatía, alzamos las copas en instantáneo brindis por la nueva vida.

Así nació Valeria en nuestros corazones. Entonces no se llamaba Valeria, pero ya tenía asignado un puesto en el mundo: sería princesa, y colibrí, y ensueño, y fantasía. Esto, de hecho, son los bebés para sus padres, sus abuelos y familiares. En las primeras seis semanas de gestación que recuerda esta crónica, Valeria era apenas un embrión, una línea en el horizonte, una figura amorfa, una ilusión. Y conforme avanzaban las semanas, se volvía carne, y brazos, y ojos, y músculos, y pulmones… Sentía, cómo no, que el corazón le crecía.

Cuando escuchamos en la Clínica del Country su primer llanto, supimos que el milagro de la vida estaba cumplido. Nada tan fantástico, tan asombroso e inexplicable como ver surgir de la nada y  el misterio a una criatura minúscula dotada de alma, cuerpo y emociones, que desde ya expresa su derecho a llorar, reír, gatear y cometer travesuras, para más tarde proclamar su libertad para pensar, obrar y amar.

Cuando Valeria sea grande y lea estas líneas, sabrá que no nació en el mejor de los mundos – porque el mundo que le toca vivir hoy en Colombia es incierto, convulso, conflictivo, lleno de violencia, injusticia, maldad, abusos contra la mujer…–, pero sí nació en un gran hogar. El hogar prima sobre la degradación social.

Por lo pronto, la vemos pasar a nuestro lado con sus correteos joviales y sus risas bulliciosas, mientras el entorno se llena de encanto y ella nos conduce de la mano a su universo mágico. Con su mirada inteligente y su astucia aguda, que contienen al mismo tiempo picardía y seriedad,  analiza con cierta curiosidad a sus abuelitos y luego se echa a reír, sin que logremos saber qué pensamientos cruzan por su mente perspicaz. Es nuestra primera nieta, y ya podemos irnos tranquilos del mundo. Sin ella, algo nos hacía falta.

Valeria en el 2024, con 10 años, entrevista a su abuelito.

Valeria tiene hoy cinco años. Algún día sabrá quién es Hemingway. El escritor fue testigo de su nacimiento en La Floridita. Allí lo encontrará con su eterna copa de daiquirí, y ella le pedirá que le enseñe a escribir cuentos.

 

 

 

 

 

El Espectador, Bogotá, 17-VIII-2018.
Eje 21, Manizales, 17-VIII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-VIII-2018.

Comentarios

Hermosa la crónica sobre Valeria, esa Valeria linda de ahora que anunció su llegada en un momento especial en el que la familia estaba de vacaciones en Cuba.  Es bella tu familia y me da mucha alegría que así lo sea. Me emocionó mucho esa nota, es hermosa y celebra la llegada y la presencia de la dulce Valeria, llenándoles a todos el corazón. Diana López de Zumaya, Ciudad de Méjico.

Qué escrito tan hermoso. Me llegó hasta el fondo del alma. Removió todos los sentimientos tiernos que un angelito como Valeria pueda transmitir. María Susana Molano, Bogotá.

Lindo artículo. El abuelazgo es maravilloso. Augusto León Retrepo, Bogotá.

Hermosa columna plena de remembranzas. Para Valeria un saludo especial. William Piedrahíta González, Miami.

Muy agradable escrito, que también me trae gratos recuerdos con mi única nieta, que ya pasó los dieciséis años, pero la sigo queriendo como si tuviera cinco. Tulio Neira Caballero Crónica del Quindío).

Muy lindo artículo para la consentida de la familia.  Seguramente Valeria lo guardará como  un tesoro. Pedro y Ligia, Bogotá.

Me encantó la calidez de la columna. Gustavo Valencia García, Armenia. 

Los nietos nos traen un aire de renovación, de amor, de ternura.  Ahora, tengo otro nietecito de tres años, y una nena de nueve meses, que me llenan de ilusiones. La mayor ya termina su carrera, y el otro cumplió 10 años. Cada uno, con los sucesos de la edad, mantiene los días y los años con mejores perspectivas. Elvira Lozano Torres, Tunja. 

Muy bonita la remembranza que haces, en la que es palpable el cariño inmenso de ustedes dos por la nietecita. Dios la guarde y les proporcione muchas alegrías y satisfacciones. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

En Cuba llegó la noticia: un gran escritor como testigo y el brindis por la vida. Todo se conjugó para que sus vacaciones trajeran a Colombia el aliento de una bella niña para guiar y seguir sus pasos en el más entrañable amor. Es una maravilla compartir con los nietos, son seres que uno como abuelo cree que han venido de otro mundo, que son únicos, inmejorables. Esa prolongación de la sangre es muy fuerte. El regocijo de verlos crecer, de saberlos ajenos y propios hacen las delicias  para los abuelos que, como dices, ya podemos irnos en paz, envueltos en la magia de la risa, en la mirada de esos pequeños seres que un día serán grandes para saber del mundo, de las letras, del arte… Inés Blanco (poetisa), Bogotá.

 

El maestro Raúl Borja Ávila

jueves, 18 de mayo de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A los 10 años, Raúl Borja Ávila, nacido en Tunja el 10 de abril de 1944 y que  residía en Zipaquirá, ya mostraba afición por el ajedrez. Vocación estimulada por las enseñanzas recibidas de Victoria Ávila de Borja, su madre, e  impulsada por su padre, Abraham Borja Rubio, brillante maestro de ajedrez, que además cumplió exitosa carrera en el poder judicial. El “archiduque” lo llamaban sus amigos en el ambiente ajedrecístico.

Como dato curioso, Raúl nació el día en que sus padres cumplían un año de matrimonio. Este hecho resulta premonitorio de la alta figuración que tendría como protagonista del juego soberano, que requiere altas dosis de inteligencia y que es movido por la táctica, la estrategia y la lógica.

Según el ajedrecista ruso Anatoli Kárpov, “El ajedrez lo es todo: arte, ciencia y deporte”. Y según Benjamin Franklin, «La vida es como el ajedrez, con lucha, competición y eventos buenos y malos». Estas premisas, que parecen desprenderse del tablero de 64 escaques y 16 piezas enfrentadas en buena lid,  movieron el tránsito por el mundo de los dos Borja maestros del ajedrez –padre e hijo– y guían la conducta de los otros hermanos Borja Ávila practicantes de dicho deporte.

El niño de 10 años que en 1954 sentía en Zipaquirá el ardor de su afición precoz,  impresionó al hermano Arturo, promotor de ajedrez en el colegio La Salle de Zipaquirá. Tiempo después Raúl ingresó al seminario de Tuta (Boyacá). Pero no fue sacerdote, sino ajedrecista profesional. Esa era su verdadera vocación.

Fue campeón en Zipaquirá en 1962; en el departamento de Cundinamarca, en 1963 y 1965; en Ávila (España), en el 2000; en Guadalajara (España), en 2001; en el primer y tercer torneos interclubes (club El Nogal), en 2007 y 2009; en el torneo nacional Sénior Máster de Manizales, en el 2008; en el campeonato nacional Sénior Máster de Armenia, en el 2011.

Y obtuvo otros títulos como subcampeón, entre ellos el continental Sénior Máster de Mar del Plata (Argentina), en 2012. En 1975, en torneo magistral, ganó la partida al maestro Miguel Cuéllar Gacharná. Al tiempo con este ejercicio, era profesor de ajedrez en la Policía, en colegios y otras entidades. Esa era su función vital.

En mi época juvenil, un grupo de amigos fundamos en Tunja el Club Social Capablanca, en honor del genio cubano de ajedrez José Raúl Capablanca. Allí organizábamos campeonatos “caseros” de ajedrez y cumplíamos activas tertulias literarias. Ya ausente de Tunja, no volví a saber nada de la pretenciosa asociación surgida alrededor del ajedrez y que nos despertó la mente hacia la inquietud intelectual.

Abraham Borja Rubio, el padre y maestro del personaje reseñado en estas líneas,  murió en el año 2001. En honor suyo, sus hijos crearon la fundación que lleva su nombre. A esta fundación ingresa, por supuesto, el nombre de Raúl, cuyo paso por la vida concluyó el pasado 15 de abril. Dolor que comparto con su familia.

Con fecha 31 de marzo de 2014, la Federación Colombiana de Ajedrez otorgó el título de “maestro nacional” a Raúl Borja Ávila, al acreditar los requisitos fijados por la entidad dos años atrás. El mundo del deporte, donde vibra el alma de la patria, se enaltece con esta dinastía de ajedrecistas.

El Espectador, Bogotá, 12-V-2017.
Eje 21, Manizales, 12-V-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-V-2017.

Comentarios

Estamos muy complacidos y muy agradecidos por el cálido y afectuoso homenaje tributado a mi hermano Raúl, a propósito de su reciente paso al Oriente Eterno, y también a mi padre Abraham, que ciertamente fue nuestro maestro, no sólo en el juego de los escaques sino también en el de la vida, con su ejemplo y su ilustración. Ramiro Borja Ávila, Bogotá.

Qué buen artículo sobre Raúl. Resume muy bien los aspectos básicos de su vida y sus logros ajedrecísticos. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

No conocía a los ajedrecistas Borja. Cada uno tiene un destino que por más que desee desviarlo, siempre gana la batalla. Eso le sucedió al señor Raúl Borja en el juego ciencia: encontró su ruta y su meta. Quizás los hijos (y nietos) sigan sus pasos por la ruta de la sangre. Inés Blanco, Bogotá.

Excelente columna. Es el tipo de información que no puede pasar desapercibida en los medios. Gustavo Valencia García, Armenia.

Héroe del mar y la grandeza

sábado, 29 de abril de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nunca imaginó Eric Thiriez que el viaje que el 7 de abril inició en su velero Saquerlotte a República Dominicana sería el último de su vida. Iba en compañía de  Frank Camacho, Roberto Reyes y Luis Miguel Herrera, el piloto. Como capitán actuaba el propio Eric, legendario lobo de mar. De República Dominicana seguirían a Europa, en un periplo de varios meses.

Francisco José Aldana, viejo amigo suyo y compañero en más de 100 travesías marítimas en los últimos 20 años, lo había acompañado a Europa, 6 años atrás, a comprar el velero que ahora zarpaba, altivo y majestuoso, desde el Club de Pesca de Cartagena. La embarcación, fabricada en aluminio y cruzada por una franja verde, tenía una longitud de 16 metros.

Con su aliado irrestricto de tantos recorridos había planeado la nueva aventura en forma minuciosa. Lo esperó durante 3 días, mientras Francisco José resolvía alguna dificultad de última hora, pero a la postre tuvo que partir sin él. Un capricho del destino dispuso esta misteriosa separación en cercanías de la muerte.

Eric, ingeniero mecánico francés, llegó a Cartagena en 1970. Venía desde Suiza con su esposa Loredana. Como enamorado del mar, hallaba en la Ciudad Heroica el paraíso ideal. Dentro de esa tónica, fue profesor de física y matemáticas de la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla.

En 1980 fundó su propia empresa, relacionada con el agua. Se llama Etec, y se  dedica a la fabricación de bombas. Tiene ramificación en más de 32 países del mundo y está especializada en el manejo de grandes volúmenes de agua. En el 2010 Eric contribuyó, en forma silenciosa y con hondo sentido cívico, a evacuar el agua que inundó varios pueblos debido al rompimiento del Canal del Dique.

Hacia las 9 de la noche del día del zarpe, bajo un temporal dantesco donde el viento corría a 35 nudos y las olas se levantaban a 7 metros de altura, se averió la quilla de la embarcación y el agua comenzó a penetrar a raudales. La oscuridad era absoluta. La confusión, pavorosa. El velero estaba a unos 100 kilómetros de Cartagena, entre Galerazamba y Barranquilla.

Uno de los tripulantes, Frank Camacho, logró comunicarse con su esposa para informarle que el velero se hundía a merced del mar embravecido. Con la alarma, vino el rápido movimiento de los sistemas de salvamento. Solo hacia las 11 de la mañana del día siguiente, al ser divisados por miembros de la Armada varios puntos color naranja que salían de los salvavidas, fue localizado el grupo de los náufragos. Los tres acompañantes se sostenían a flote, y faltaba Eric.

Lo último que supieron de él fue que se quedó en el bote, mientras ellos utilizaban los salvavidas. El mar –colosal, fascinante, estremecedor–, que le corría alma adentro con cantos de sirena y voces de grandeza, lo atraía y lo arrullaba. Era su razón de ser. Bajo el embate de las olas, hizo del mar su morada eterna.

Mi hijo Gustavo Enrique viajó hace 15 años en otro velero de Eric Thiriez, llamado Alegría Cartagena, desde San Andrés hasta las islas San Blas, en Panamá. Iba con su compañero de trabajo en Codensa –el otro Eric Thiriez– y 3 personas más. El mando de la nave lo ejercía, por supuesto, el lobo de mar. El regreso fue a Cartagena, y el viaje total se realizó en 6 días.

El capitán era muy estricto con la planeación de los viajes, el manejo del agua potable y el empleo de todos los recursos disponibles. Llamaba la atención su habilidad para cocinar. Su función era múltiple: capitán, mecánico, cocinero y conocedor del mar.

Al salir de San Andrés se rompió una pieza clave de la vela mayor, y por eso tuvieron que regresar al puerto. Él diseñó la pieza en un papel, envió el plano a Cartagena para que su empresa la elaborara, y al día siguiente reanudaron la marcha. Ahora, el suceso trágico me hace compenetrar con el alma del velero Saquerlotte. Con el espíritu del lobo de mar.

Mi hermano Jorge Alberto, que se retiró de la Armada colombiana como capitán de navío luego de 38 años de servicios (especializado como submarinista, buzo táctico y buzo maestro salvamentista), define en su libro Bitácora de ensueños al marino de corazón (en este caso, Eric Thiriez): “Ser marino es entregarse sin palabras a las mil y una estrellas del universo y depositarlas en el cristal del alma”.  

El Espectador, Bogotá, 21-IV-2017.
Eje 21, Manizales, 21-IV-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 30-IV-2017.
Mirador del Suroeste, n°. 61, Medellín, junio-2017.

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Eric Thiriez tuvo una muerte merecida y terminó oficiando en su templo: Saquerlotte; como el torero que culmina su ciclo vital en los pitones de un bravo burel. Gustavo Valencia García, Armenia.

Descriptivo y bello artículo sobre el duro acontecimiento de una persona que entregó su vida, literalmente, al mar. El texto logra convertir esa situación tan triste en sensibilizar a los lectores sobre lo que pudo ser ese momento para un lobo de mar. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Dolorosa columna sobre el naufragio de un lobo de mar, el capitán, quien responsable y sabedor de su misión no abandonó el barco y pereció en él, alzando su bandera. Amó tanto el mar, que este le ofreció la sepultura. Paz para su espíritu. Inés Blanco, Bogotá.

Excelente narrativa para una fascinante aventura. Alpher Rojas Carvajal, Bogotá.

Ciertamente un héroe de la grandeza que sacrificó su vida por la de sus amigos. César Hoyos Salazar, Armenia.

Lindo artículo poético. Se siente uno viviendo en la majestuosidad del océano. Y ve cómo el mar le dio la vida que tuvo y allá mismo la devolvió. Fabiola Páez Silva, Bogotá.

Disfruté –y me entristeció– la  bella crónica, la bella despedida que le diste al señor Eric Thiriez, quien acaba de morir en su elemento, el mar. Es una hermosa despedida la que tú le haces y me emocionó aun cuando nunca antes, por supuesto, escuché hablar de ese amante del mar y del agua. Gloria López de Zumaya, Méjico, D. F.

Mujica, sin corbata

martes, 7 de marzo de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

José Mujica (Pepe, o el Pepe, lo llaman en Uruguay) nunca ha usado corbata. Tal vez eso ha contribuido a mantener auténtica su personalidad. Durante los  años de su gobierno (2010-2015) siempre concurría al despacho en traje sencillo y sin la menor afectación, como si se tratara del más simple de los ciudadanos que recorriera las calles de Montevideo. No cambió su chacra en Rincón del Cerro, donde vivía con absoluta felicidad en compañía de su esposa, por el palacio presidencial, donde se sentiría extraño y cohibido.

Ni quiso cambiar su viejo automóvil Volkswagen Fusca, modelo 1987, por el lujoso de la presidencia. Una vez un jeque árabe le ofreció un millón de dólares por el auto desvencijado, y él rechazó la oferta con esta razón genial: “Ese vehículo nos lo regaló un puñado de amigos que hizo una colecta. Nunca podríamos venderlo, pues ofenderíamos a ese puñado de amigos”.

 Hombre modesto, bonachón, elemental, bromista, y dotado al mismo tiempo de aguda concepción filosófica y gran sensibilidad humana, desconcertó al mundo con su carisma y sus singulares maneras de gobernar en medio de la pobreza, la pulcritud y la renuncia a las aureolas y los bienes materiales. Por encima de su propia condición económica estaba la suerte de la nación y de sus paisanos, y a esa causa consagró todas sus energías y capacidad social, con resultados admirables.

Se jacta en decir que es rico con lo poco que tiene. No necesita más para ser feliz: “Pobre no es el que tiene poco –dice–, pobre es el que necesita infinitamente mucho y desea más y más”. El 90 por ciento del sueldo de presidente lo donó para los pobres, y lo mismo hizo su esposa, la senadora Lucía Topolansky.

Conducta ejemplar y desconcertante frente a los bochornosos sucesos de corrupción y pillaje que hoy se destapan en los países latinoamericanos, en cabeza de presidentes, ministros, altos funcionarios y políticos de toda laya. La ley del momento es llegar a las altas posiciones para enriquecerse.

A Mujica se le conoce como el presidente más pobre del mundo. Difícil, cuando no imposible, que su caso tenga seguidores. Pero de lo que no puede dudarse es del asombro que despierta en un mundo envilecido por la avaricia y la corrupción. Quizás la mayoría de los gobernantes compadezcan a este buen señor de la decencia, la pulcritud y la moralidad, pero algún freno se opera en el campo de los desenfrenos del poder. La semilla está sembrada.

Mujica es un político distinto. De su experiencia como guerrillero y de los largos años pasados en presidio extrajo el conocimiento de la sociedad y la sabiduría del filósofo. Y los aplicó en su tránsito por la vida pública, como diputado, senador, ministro y presidente de la república.

Su lenguaje es claro, sencillo, directo, sin retóricas ni esguinces. Amante de decir la verdad, su discurso llegó a la masa, y la gente supo captarlo y lo siguió como el líder capaz de adelantar la silenciosa revolución que se adelantó en su gobierno.

Por eso, Pepe Mujica, el del pueblo, fue un presidente sin corbata. Con ella, se habría falseado. Así lo analiza Allan Percy en el libro Mujica, una biografía inspiradora, que me obsequió mi nieta Valeria, de 3 años, y que he leído con mucho agrado. Los nietos saben penetrar en la mente de los abuelos.

El Espectador, Bogotá, 3-III-2017.
Eje 21, Manizales, 3-III-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 5-III-2017.
La Píldora, n.° 187, Cali, mayo-junio/2017.

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Excelente y justísima nota sobre un hombre admirable por su sabiduría y su actitud democrática. He leído esta nota con extraordinario agrado. Alpher Rojas, Bogotá.

Hermoso y expresivo artículo en relación con este personaje de tan elemental como ejemplar personalidad. Él es un terrón de la fecunda tierra latinoamericana. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

El expresidente Mujica es un ejemplo para el mundo y  para una clase dirigente y política que cada día da peor ejemplo de ambición mezquina, donde imperan la corrupción y las ansias de poder, cuando arrasa con valores sin importar las nefastas consecuencias. Gustavo Valencia, Armenia.

Comparto completamente el sentimiento frente a la corrupción que por estos días no deja de sorprendernos con más casos. Mujica, gran líder y ejemplo de lo que realmente es vivir plenamente feliz sin bienes materiales. Ah, maravillosa la mención de la nieta Valeria, qué alegría disfrutar de su regalo. Diana Muñoz, Bogotá.

Muy oportuna, en el momento por el cual pasan las FARC-EP en Colombia, esta columna sobre el admirable Mujica, cuyo pasado guerrillero en las filas de los aguerridos tupamaros bien podría servir de modelo y ejemplo a los empecinados en desvirtuar, social y políticamente, cuanto ha ocurrido y viene sucediendo con el proceso de paz en nuestro país. Sorprendente este político, quien afirma carecer de religión y ser un panteísta siempre asombrado con el espectáculo de la naturaleza. El director de cine servio-francés Kusturica lleva cuatro años filmando un documental sobre este hombre de alma confuciana a quien considera «el último héroe de la política». Umberto Senegal, Calarcá.

Los nietos saben penetrar en la mente de los abuelos y Mujica lo hizo en su pueblo y en quienes admiramos su manera correcta para actuar, su honestidad y sus principios morales irrompibles. Linda reseña de un excelente presidente y de un ser humano extraordinario. No podía terminar mejor el artículo que con el comentario hacia los nietos y en este caso hacia Valeria. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Un hombre diferente, como lo pinta el artículo y como él se ha dado a conocer en el mundo. Nunca se dejó tentar por el diablo del dinero, a pesar del poder que ha tenido en la vida política de su país. Valeria, tan linda, ya veremos en pocos años lo que esa niña, con la luz del abuelo, el apoyo de los padres y el consentimiento de la abuela, llegará a ser. Inés Blanco, Bogotá.