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El periodista Héctor Moreno

lunes, 3 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Héctor Moreno es, ante todo, profesional del periodismo. Dedicado a enriquecer su formación humanística con el estudio del hombre y su ambiente, atesora hoy profunda experiencia que lo sitúa  entre los más destacados periodistas del país. Sin embargo, decir periodista en este momento donde tantos valores se han subvertido a merced de la deformación de esta carrera que tenía en otras épocas mayor prestancia, no parece cabal reconocimiento, a menos que quien lo sea, lo sea de verdad.

El periodista de antaño, moldeado en la tarea ardua del oficio que comenzaba a practicar al pie de las máquinas y entre tintas y lingotes, era el auténtico nervio del periódico, con enfoque acendrado para convertirse en el profesional que hoy pretenden graduar las universidades a marchas aceleradas.

Héctor Moreno, que aprendió el periodismo con reflexión, a golpes de sólidas experiencias, y que luego ascendió por sus propios méritos a posiciones claves de importantes diarios del país, ostenta el título de batallador de su noble profesión. Hay que rendirle, por lo tanto, honor a quien con el esfuerzo cotidiano ha sabido conquistar sitio de privilegio en el periodismo nacional.

Su carrera se ha afianzado paso a paso, desde niveles moderados hasta la jefatura de redacción de tres diarios, habiendo pasado por el oficio de reportero, que le brinda visión penetrante sobre el hombre y sus problemas. Fino catador de la noticia y atento observador de la evolución social, cosecha en su vida reporteril vivencias que fortalecen su personalidad y lo llevan a crear páginas de dimensión humana, donde sobresalen el enfoque certero y el análisis detenido sobre los temas y los personajes.

El periodista, testigo de su tiempo, solo lo será en la medida que logre transmitir diáfanas las imágenes que lo circundan. La crónica, la entrevista, el reportaje, unidos y vertebrados entre sí, guardan la común coincidencia de ir en busca del hombre. Quien penetra con acierto en las honduras del mundo y es capaz de descubrir facetas ocultas, contornearlas e imprimirles brillo y sabiduría, será maestro de la palabra.

Héctor Moreno mide la dimensión del tiempo y del hombre en doce crónicas que brotan espontáneas, trabajadas con lenguaje descriptivo y la necesaria nitidez de pensamiento para definir ámbitos que solo el escritor idóneo consigue rescatar para el futuro. Enfoques certeros, por ejemplo, como el que describe una faceta de Lino Gil Jaramillo a través de su socialismo humanista, pintan el estado del alma que no todos logran identificar. La muerte de Gardel, escrita con nervio y sensibilidad, se convierte en materia viva sobre aquel acontecimiento que perdura en la memoria pública, y que a pesar del transcurso del tiempo recuerda al ídolo de multitudes.

La crónica, con su característica de ensayo, es afortunado género literario para retratar el paso de los días. Este libro de Héctor Moreno, que acaba de salir con prólogo de Otto Morales Benítez, y que condensa perfiles vigorosos sobre hombres y hechos, constituye, a más de valioso aporte a las letras del país, el testimonio del periodista que se detiene con reflexión sobre el alma del tiempo en busca del hombre.

La Patria, Manizales, 17-VIII-1977.

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Periodistas falsificados

lunes, 3 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Respetables árganos de opinión, entre ellos El Espectador, expresaron dudas acerca de los peligros que podrían derivarse del estatuto del periodista que fue reglamentado por una ley de la República. A solo poco tiempo de su vigencia, ya han aparecido notorias fallas que ponen al descubierto lo que en su tiempo se discutió y se criticó con razones que no tuvieron acogida.

Pretender que una ley por sí sola sea capaz de distinguir al verdadero periodista, es empeño inútil. Debe saberse, ante todo, que los grandes periodistas no se hicieron como consecuencia de ninguna ley. Tampoco tuvieron título universitario ni exhibieron los oropeles de la época actual, más dada a crear cosas inútiles que a reconocer el talento. Fueron periodistas a secas, sin tarjeta profesional, y sin embargo, muchos son insuperables.

Al periodista se le pueden y deben exigir normas de comportamiento y bases de cultura general, pero no es lícito negarle el derecho a opinar, a criticar los errores de la sociedad y de las autoridades, solo por no poseer la tarjeta que entrega el mismo Gobierno.

Si la misión del periodista es ser crítico del momento que le corresponde vivir, no parece afortunado que se le impongan trabas exageradas para expresarse con libertad. Hoy se da demasiada importancia al estudio de la comunicación social, lo que no es ningún desatino. Pero de eso a esperar que solo los graduados por una universidad sean aptos para ejercer este oficio que no es fácil delimitar, resulta equivocado.

El verdadero periodista se forma en el terreno práctico de la labor que se suda todos los días entre tintas y afanes. Rastrear la noticia, aproximarla, saberla expresar, no es cometido sencillo. Solo el profesional de lo cotidiano, el que se ha quemado las pestañas en el rigor del aprendizaje práctico, el que lleva en las venas la vocación que ignora la fría letra del estatuto, es quien logra hacer buen periodismo. Si a eso se agrega el conocimiento profundo, tanto mejor. Pero que no se desconozca el empirismo.

El estatuto dispone que el cartón universitario será indispensable para ejercer el periodismo, así su titular esté lejos de poseer las condiciones necesarias para esta profesión, que es más idealista que académica. En cambio, los que llevan varios años trabajando en el periodismo, sin título universitario pero con muestras de capacidad, se ven expuestos a quedar descalificados si no pasan las pruebas de aptitud. La época moderna quiere resolver el mundo con un «test» y se olvida de que el conocimiento es algo intrínseco, demasiado complejo para cernirlo con el apresuramiento de las preguntas capciosas que por lo general nada prueban ni refutan.

Según denuncia que es ya general, muchos vivos han conseguido que el Ministerio de Educación les expida la tarjeta profesional con base en certificados expedidos por dudosos periódicos. Estos periodistas de última hora y los egresados de las universi­dades están tocando a la puerta de los periódicos con el título vistoso debajo del brazo. Pero los directores veteranos de los periódicos, que no se dejan sorprender por las ficciones del momento, descubren, sin necesidad de estatutos, dónde hay capacidad y dónde falsificación.

El Gobierno se propone llevar a cabo una revisión de la ley del periodista. Ojalá exista criterio para corregir las fallas que se dejaron pasar y para establecer normas eficaces que permitan acertar en materia tan delicada.

El Espectador, Bogotá, 8-VIII-1977.

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El periodista del año

domingo, 2 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Un grupo de amigos recibimos el honroso y complicado encargo de es­coger al periodista más destacado durante 1976. Tarea compleja esta de selec­cionar entre varios notables pro­fesionales del periodismo el nombre del ganador. Para llegar a la decisión final se sopesaron no pocos fac­tores, sometiéndose a profundo análisis la trayec­toria de cada uno de los periodistas del Quindío, su interés por los problemas públicos, su mística por el ejercicio de la profesión, su sentido crítico y construc­tivo, su aporte al progreso de la región, la imparcialidad con que actúa frente a los sucesos, su honradez mental y toda una gama de requisitos imprescindibles en la delicada misión de ser in­formantes y críticos del medio ambiente.

No todo periodista en­tiende, por desgracia, que es la suya actividad que requiere nobleza, mente lúcida, conocimien­tos estruc­turados, independencia y carácter. Su labor implica recia responsa­bilidad que debe manejar­se con altura y objetivos definidos frente al mundo cambiante y en continua crisis. La verdad, por encima de prebendas y lison­jeras tentaciones, ha de ser su derrotero irrenunciable.

Es el periodista guar­dián de la sociedad. A él le corresponde escudriñar la noticia, trabajarla con tesón, buscarle los contor­nos buenos y malos, y sólo después de sereno e implacable rigor concep­tual lanzarla al público con honestidad. Hay quienes por fabricar la noticia de sensación se olvidan de los códigos éticos. No se detienen a pensar hasta qué punto se maltrata la honra ajena, hasta dónde puede caerse en la injuria o la ofensa, o en el despropósito que mortifica y hiere, en ocasiones con el ingrediente de intereses creados o la ligereza de momentos que no se meditan con sensatez.

Malos consejeros son la ira y la vanagloria. Debe desterrarse el comentario apasionado, porque nada bueno deja. El periodismo de relumbrón no resiste el juicio de los días. El pe­riodista es crítico de la sociedad. Pero debe ser crítico que construye, nunca que des­truye. Ha de tener sensibilidad su­ficiente para entender las penurias ajenas; oído atento para penetrar en los vericuetos mundanos; ojo vigilante para que el mundo no se convierta en sucesión monótona de sucesos; dedo acusador siempre que la moral pública lo reclame; juicio maduro que sepa diferenciar la verdad de la mentira y, ante todo, bases morales sólidas para no claudicar ante la verdad, y tampoco, por supuesto, ante los dictados de la conciencia.

Tales los interrogantes que se impuso el jurado para cumplir la misión encomendada por el Círculo de Periodistas del Quindío. Se revisó de manera objetiva el recorrido de nuestros periodistas a lo largo del año 1976 y se adoptó la siguiente de­cisión:

«Sabemos de la lucha tremenda, noble, valerosa y desinteresada del pe­riodista de provincia, cons­tante y abnegado servidor del núcleo social en el cual actúa, y ese conocimiento nos lleva a palpar la difi­cultad que existe para la designación que ustedes buscan, porque todos son acreedores a ella. No obstante, como hemos de atender al pedido suge­rimos el nombre de Er­nesto Acero Cadena, rastreador tenaz de la noticia, periodista de tiem­po completo, buen colega, imparcial e inteligente. En forma cordial y sin des­conocer los demás valores de nuestro periodismo, damos, pues, el nombre de Ernesto Acero Cadena. Firmados: Euclides Jaramillo Arango, Jesús Arango Cano, Josué Moreno Jaramillo, Fabio Arias Vélez, Gustavo Páez Escobar».

Satanás, Armenia, 9-IV-1977.

* * *

Dolorosa noticia:

Ernesto Acero Cadena fue muerto a balazos en Armenia, debido a sus campañas moralistas, el 12 de diciembre de 1995. Su crimen quedó impune.

 

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Periodismo de provincia

domingo, 2 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

(Columna inicial, titulada Virutas, con que entro a colaborar con el esforzado y simpático periódico quindiano Satanás, de Alfredo Rosales)

 Un escritor bautiza sus comentarios como Bagatelas; a otro se le ocurre deslizar su pluma por el Glosario sencillo; aquel le da importancia a las Naderías; este compone sus Glosas efímeras. Son algunas muestras de la búsqueda del hombre por des­cubrir su universo con el recurso de las cosas simples. Tarea grande la de buscar pedrerías con el apoyo de frágiles cinceles. No existe otro instrumento para buscarle el alma a la piedra, a la madera o a los metales que no sea con la menuda herramienta.

Si otros han creado sus bagatelas, naderías, glosarios efímeros, nace ahora la pretensión de formar virutas con el escalpelo de la palabra. Será mi columna trabajada a fuerza de golpes, de exploraciones, de paciencias, hasta hacer brotar la viruta. Empeño arriesgado, sin duda, este de incursionar por los predios de la palabra y no saber si la viruta perforada termine convirtiéndose en residuo despreciable o en partícula productiva.

El escritor debe ser testigo de su tiempo. ¿Para qué predicar evangelios nuevos si el mundo cotidiano, con sus abismos y lejanías, gira en derredor nuestro? Cuando Alfredo Rosales me contaba sus fatigas periodísticas, dentro del ejercicio mental que ha desempeñado con devoción y honradez, yo sabía que era el suyo auténtico periodismo que ha tenido como mira convivir con su tiempo.

Satanás, que sabe de todo, hasta de la ingratitud humana, es testigo de cuanto ha ocurrido en el terruño quindiano. Cuando se quiera repasar la historia local no se hallará ningún indicador tan preciso como el de esas notas que recogen la trayectoria de este pueblo que tiene en Alfredo Rosales, con su diablillo investigador, al biógrafo infatigable que deja en su periódico el testimonio de su época.

Los periódicos de provincia corren el peligro de convertirse en hojas traviesas, sin fundamento ni altura. La gran prensa, llamada oligarca, no siempre con justicia, es medio poderoso que atenta contra la subsistencia de los pequeños órganos locales. Resistir la embestida de los tiempos es prueba de acierto en la dura lucha de hacer flotar el periódico. El buen periodista ha de poseer recto criterio para distinguir la verdad de la mentira. No darles albergue ni a la calumnia, ni a la trapacería, ni al elogio desmedido, y dárselo solo a la razón, será prontuario del periodista recto y sereno.

El gran periodista norteamericano José Pulitzer recomienda:

«El periódico debe ser una institución que luche siempre por el progreso y la reforma, que nunca tolere la injusticia o la corrupción, que combata siempre a los demagogos de todos los partidos, que no pertenezca a ninguno, opuesto siempre a los privilegios de clase y a los explotadores públicos, con simpatías siempre para los pobres, siempre dedicado al bien público, no satisfecho nunca con la simple impresión de noticias, siempre rabiosamente independiente, nunca temeroso de atacar la sinrazón de la pobreza rapaz y de la aristocracia depredadora”.

Satanás, Armenia, 6-XI-1976.

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La crónica roja

domingo, 2 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Don Ovidio: Discúlpeme usted si invado terrenos que no son de mi incumbencia. Lo hago, con todo, con el privilegio de ser lector de La Patria, y los privilegios crean derechos. Quiero referirme sin más preámbulos a la cróni­ca roja, página que no puede suprimirse de los medios de comunicación pero que debe destilarse con moderación, con suavi­dad, sin toques noveleros ni escenas repugnantes.

La crónica roja, como su nombre lo indica, es la que recoge los hechos de sangre, la que registra las desgracias de la hu­manidad, pero no por eso debe despedir chisguetes de sangre ni pintar contornos escabrosos. El drama pasional, de tan común fre­cuencia, no ha de prestarse para despertar fantasías morbosas de periodistas apresurados en busca de sensacionalismos teñidos de purulencias, invadiendo intimidades que deben respetarse.

La honra de las personas muchas veces se pierde por el afán de plu­mas ligeras y mentes desaforadas que no se toman el cuidado de penetrar con sigilo en la noticia, de evitar la narración truculenta y hacer, en fin, menos áspero y más humano el infortunio ajeno, que en este mundo de los reveses puede ser ma­ñana el nuestro.

Yo experimenté, don Ovidio, ingrata sensación mientras por las calles de Armenia desfilaban los ataúdes de dos obreros de las Empresas Públicas que habían quedado asfixiados por un alud de barro, y al mismo tiempo en la esquina que vende sensacionalismo se exhibía la segunda página de La Patria con los cadáve­res de las víctimas en  impresionantes escenas de angustia.

En uno de ellos, la pupila dilatada, la boca deforme, el rictus des­piadado parecían haber sido enfocados por la lente del fotógrafo para hacer todavía más macabra la mala hora. En el otro, el ros­tro mustio del  anciano emergía de su sepultura por entre palas y basuras, en desastrosa exposición de impiedad que no podrán ol­vidar jamás sus familiares.

No sugiero que el periódico eluda el contacto con la muerte. La desgracia es ingrediente de la vida que mal haríamos en ocultar, y que el registro periodístico tampoco haría bien en esquivar. Pero estos capítulos deben saberse tratar. Ojalá no se olvide el verso de Petrarca, incluso ante cuadros de in­menso dramatismo: «La muerte misma parecía bella en su rostro».

No es raro hallar en ciertos escritos el énfasis en el hecho espeluznante, en el rebuscamiento del perfil bochornoso, en la compla­cencia con la atrocidad. El vicio, el delito, la degradación, la fatalidad deben comentarse cuando sea necesario, pero con ánimo aleccionador. Los cronistas de la página roja deberían ser humanistas capaces de hacer brotar, hasta en las más infaustas circunstancias, brillo donde hay sombras, tersura donde hay asperezas, afecto donde hay dolor.

La niña violada, el esposo uxoricida, el padre depravado, la mujer descarriada, el hijo calavera, y tanto exabrupto de la vida, componen dramas de la humanidad. Son las inevita­bles lacras del destino. Pero cambiemos la apología de lo sinies­tro para buscar el lado amable de la vida. ¿Para qué especular con el muerto, presentándolo con la mirada torva, en vez de encontrarle el ángulo tranquilo que también tiene la muerte? ¿Para qué tanto rostro desfigurado, y tanta sangre, y tanta aberración, y tanta violencia?

Suelo saltarme en los periódicos las páginas desapacibles, y no porque carezca de capacidad para entender las dimensiones del mundo. Me chocan, sí, la rudeza y la exageración. Veo que a ciertos periodistas se les va la mano, y a ciertos fotógrafos se les desenfoca la imagen.

La Patria, Manizales, 2-VI-1976.

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