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Una antorcha que se extingue

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Acababa de darle vuelta a la última página del libro Apuntes de un espectador, la perfecta biografía de don Gabriel Cano escrita por él mismo, cuando ocurre la muerte de su autor. Tengo, por tanto, frescos los capítulos de esta vida extraordinaria y subrayados no pocos episodios y frases célebres que a lo largo decuidadosa lectura fueron entresacados como filones de inspira­ción.

Y además me proponía viajar en la primera oportunidad a recibir, de su propia mano, este mismo libro que me había mandado ofrecer con su hijo Fidel Cano Isaza. La entrega no se realizó, por un viaje pospuesto muchas veces, y primero partió el viejo dadi­voso. Me quedo con el pesar de no haber estrechado la mano del patriarca, pero en verdad es como si de él hubiera recibido el ejemplar que me tenia reservado.

Don Gabriel, castizo escritor y poeta clandestino, calidades que se empeñaba en contradecir dentro de su modestia proverbial, no necesita de libros para consagrarse como uno de los grandes biógrafos del país. En silencio, como la abeja artesana que le huye a la ostentación y que construye en secreto panales fe­cundos, este trabajador, también la­borioso y escondido a la publicidad, fue escribiendo poco a poco la historia del país. Su propia vida, accidentada y batalladora, realizada en 89 años de sufridas y enaltecedoras experiencias, recoge el itinerario de la patria en buena parte de este siglo. Fue  pionero de la democracia y estuvo presente, casi siempre padeciéndo­los, en los grandes sucesos nacionales.

No fue autor de libros, si por tal se entiende el que se escribe de corrido, pero escribió, paso a paso, los epi­sodios más turbulentos de la nación y se convirtió en uno de los críticos más agudos y de los defensores más decididos de la libertad. Escribió su propia vida, tarea que él hubiera rechazado por considerarla «una de las formas más difíciles y quebradizas del estilo literario», y nos deja en Apuntes de un espectador el tes­timonio del periodista penetrante, del observador inquieto y del filósofo de lo cotidiano ante quien no se escapaba el alma de los acontecimientos.

Cuando se quiera recorrer el país de los últimos tiempos, sobre todo los más azarosos de la dictadura y de los odios políticos, están los editoriales de don Gabriel Cano, sus bosquejos y ensayos sobre el mundo circundante, piezas magistrales de su pluma ga­lana y experta.

Un día de ingrata recordación se pretendió silenciar el imperio de la palabra quemando las instalaciones de uno de los periódicos más aguerridos y más influyentes del país, después de mantenerlo censurado y disminuido en su economía. Atropello inocuo, por más destructor que era el propó­sito, si es fácil destruir las estructu­ras materiales, pero no las ideas.

Detrás de aquellas barricadas de la inteligencia se apostaba un hombre de temple y un periodista invencible, sin miedo al peligro. Era el francotirador de las ideas que, entre más dardos recibía, más contestaba. Y no era un hombre solo, sino una casta de valien­tes.

El Espectador, más que un periódico, es una antorcha, una ata­laya de la libertad y el decoro. Su causa se confunde con la dignidad del país. Es la voz autorizada, y sobre todo independiente y resuelta, en la que se escucha el clamor del pueblo que se opone a los oprobios y busca una patria mejor. Se retira ahora, cumplida a plenitud su etapa vital, el capitán de las horas difíciles, el de la fiera resistencia y la moral inquebrantable, y entrega sus arreos a otra generación que ya sabe de luchas y que continuará defendiendo su ideal.

Con don Gabriel Cano desaparece no sólo el inmenso periodista sino el profundo pensador, el patriota a carta cabal, el insuperable miembro de familia. Su vida ejemplar es lección de pulcritud para estos tiempos tan necesitados de guías morales.

El Espectador, Bogotá, 4-III-1981.

 

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Mi regreso a La República

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La Dirección del periódico me ha formulado por conducto del distinguido amigo Héctor Ocampo Marín  gentil y comprome­tedora invitación a colaborar en sus páginas.

Mi respuesta es la presente nota, con la que me propongo iniciar una serie de apuntes so­bre el acontecer cotidiano, con uno o dos artículos semanales, conforme sea la acogida que tengan mis puntos de vista y contando, desde luego, con la benevolencia de los lec­tores. Ya en otra ocasión fui huésped de estos predios, y volver a ellos será un acto amable, si desde mi juventud me acostumbré en Boyacá, mi tierra natal, a la frecuencia de este diario tan ligado a la vida del país.

Escribo ahora desde Armenia, la noble ciudad que me alberga desde hace doce años y donde ocupo la gerencia del Banco Popular. Dada mi ocupación, podría pensarse que mis temas preferidos son los económicos, a lo cual vale comentar que, sin excluirlos, me gusta efectuar toda clase de análisis, y sobre todo los que giren alrededor del hombre como punto principal de la sociedad.

En Armenia han visto la luz mis tres primeros libros y desde aquí he colaborado con importantes diarios, como El Espectador y La Patria, con los que me unen lazos entrañables, y con revistas y otros medios de difusión que me han dispensado amistad.

No es lo más indicado hablar sobre uno mismo, y por lo general es acto pedante y antipático, pero lo hago ahora, con disculpas a los lectores, como una presentación con­veniente. Por eso, he juzgado del caso infor­mar mi trayectoria de escritor y periodista, de banquero y provinciano, así como mis proyectos, entre los que se encuentra la próxima publicación de un volumen de cuentos que he titulado El sapo burlón, que saldrá este semestre dentro de la serie bi­bliográfica del Banco Popular, con prólogo del doctor Otto Morales Benítez.

El hecho de mi radicación en la provincia, desde donde por lo general se ve mejor el país, porque en ella hay más tiempo y más raciocinio para analizar los sucesos nacionales, será buena coyuntura para que llegue al periódico una voz auténtica de la comarca quindiana. Es la peri­feria la que mejor capta el alma colombiana. Diríamos además que es la que mejor escri­be la historia del país.

Escribir suele ser un acto simple, pero hay quienes se empeñan en complicarlo. Para el lector común de periódicos solo cuenta el estilo espontáneo y directo, sin muchos adornos, porque el tono afectado y doctoral resulta lejano para ese mundillo que va de afán y busca noticias y comentarios de fácil com­prensión. Aspiro, en este regreso, a que no to­do lo que escriba muera sin remedio, como suele ocurrir, dentro de la vorágine del papel periódico, que parece empeñada en recortar el pensamiento.

El escritor de perió­dicos debe tener capacidad de elaborar pe­queños ensayos, para que no termine de pasa­jero de la intrascendencia y la frivolidad, los mayores enemigos de este oficio de escribir a la carrera. Si no siempre es dado discernir el mundo con cierto bagaje, tampoco podemos caer en la apatía mental.

Con estas premisas, desprovistas de solemnidad y alarde, tomo la pluma en busca de ideas y de optimismo, para tratar de identificarme con las pautas del periódico y llegar a los deseos del público, el exigente censor que parece agazapado en los pliegues de una cuartilla, para acogernos o rechazarnos.

La República, Bogota, 22-II-1981.

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Una pausa necesaria

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Esta columna, que nació con entusiasmo como una contribución al periodismo del Quindío, suspende con esta entrega, luego de siete meses de ininterrumpida labor, su frecuen­cia diaria. Así se lo imponen al autor algunos compromisos ineludibles. Quien escribe a diario para un periódico corre el riesgo de fatigar al lector, y de todas maneras es un oficio que resulta pesado para quien debe atender otras actividades.

En mi caso, donde en forma paralela existe el quehacer de gerente de banco, sostener una columna diaria repre­senta considerable esfuerzo. Lo es, sobre todo, cuando no se escribe sólo por escribir. Por el contrario, siempre se ha querido mantener un contacto interesante con el público en el manejo de las ideas y en la presentación de inquie­tudes y temas de conveniencia general. Tal fue mi propósi­to al atender la gentil invitación recibida del doctor Hugo Palacios Mejía, director de esta separata del Quindío. Ojalá que la intención haya coincidido con la realidad.

Al despedirme por una temporada de los amables lectores que supieron estimularme con su presencia y con generosas expresiones de solidaridad, que en verdad las necesita quien debe enfrentarse al rigor de la página en blanco, espero haber contribuido al mejoramiento de la región, por lo menos en lo que significa señalar algunas pautas para su desarrollo.

El Quindío, sometido en los últimos tiempos a persistente abandono por parte de los poderes centrales del país, necesita mejor suerte si es valiosa su contribución al erario nacional. Arme­nia, la pequeña cenicienta, requiere corregir muchos defec­tos administrativos y adoptar una sólida posición ante su futuro incierto. Ha de superar los vicios de la poli­tiquería y los pecados de la inmoralidad para ser la ciu­dad modelo que todos deseamos.

Para eso se creó esta separata de La Patria. Hay que ejercer un periodismo vigilante, serio y batallador, mane­jado con altura y el suficiente liderazgo, para depurar el ambiente de imperfecciones y atropellos. Tal es el compromiso de estas páginas. Así se lo propuso su director y así lo ha cumplido. Es preciso, entonces, llevar adelante el progra­ma redentor.

Creo haber colaborado, en escasa medida, a dicha fina­lidad. Vivo identificado con el Quindío,  Armenia y sus gen­tes. Soy pregone constante de una tie­rra acogedora y magnánima. Ceso ahora por algún tiempo en la columna diaria, para regresar más tarde con apuntes menos frecuentes. Les pido a mis lectores permiso para hacerlo. Me esperan importantes lecturas que tengo acumula­das, y por otra parte debo entregarme a la preparación de mi pró­ximo libro. Son imperativos que no pueden posponerse y que ustedes, sin duda, saben comprender.

La Patria, Manizales, 22-I-1981.

* * *

Comentario:

Sacó la mano el formidable escritor Gustavo Páez Escobar, columnista asiduo, ameno y prolífico de este diario; y me ha obligado a desenfundar de nuevo la acerada pluma en momentos en que estaba disfrutando de ese mismo receso que con sólidos argumentos él reclama ahora. Apenas si seré huésped transitorio de este espacio, reservado por obvios méritos al escritor-banquero, para que lo ocupe su propietario cuando a bien lo tenga. Osadía suma que sin consultarle a nadie me tomo. Y como no se trata simplemente de llenar espacio, pues… entremos en material. Ernesto Acero Cadena, periodista de Armenia, 23-I-1981.

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Pulcritud periodística

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

No todos los periódicos se preocupan por mantener sus páginas bien escritas y bien presentadas. La diagramación, todo un arte en la armada del periódico, atrae lectores cuando sabe enfocarse con buenos efectos visuales, pero de nada sirve si el contenido es defectuoso. Por más prisas que lleve este oficio, no son admisibles los errores frecuentes, sobre todo si atentan en materia grave contra el idioma castellano y la corrección tipográfica. El mejor artículo fracasa en el periódico que no cuida la estética.

La Patria es tribuna del buen decir. Escuela de escritores. Se esmera por mantener limpias sus páginas de imperfecciones. Quienes escribimos en ella sabemos que no estamos perdiendo el tiempo. También nos preocupamos a fin de que no de­caiga la calidad. No siempre el lector sabe los esfuerzos que se hacen al producir la nota y pasarla a las páginas del periódico. Hace varios meses escribí a la Dirección de La Patria los siguientes comentarios que bien vale la pena llevar a co­nocimiento público, como constancia del afán que existe por conservar el interés del lector:

“Noto que de cierto tiempo para acá La Patria ha mejorado sus sistemas de corrección tipográfica y, con ello, la calidad del periódico. Esta tribuna del pensamiento se ha distinguido por el esmero en el manejo del idioma, lo cual le ha hecho conquistar puesto de avanzada en el periodismo nacional. Pero en alguna época, por falta de correctores idóneos, se deslizaban muchos errores ortográficos y esto le restaba altura al material.

«Me parece que ha habido un cambio evidente. Las notas editoriales, sobre todo, son ahora pulcras. La coma mal puesta es tan dañina como la que se omite, ya que en el ritmo del idioma la coma es  modulación, susurro invisible que le da fluidez al lenguaje. Necesitan, claro, ser bien manejadas. Y aun siéndolo, los veloces copiadores del pe­riódico se encargan a veces de deshacer, a machete limpio, lo que el escritor ha planeado con juicio y no pocas vigilias.

«Las tildes omitidas, las palabras mutiladas, la in­diferencia a los cánones del castellano son ver­dugos que atentan contra el periodismo. Y los lectores son, al fin y al cabo, los que imponen sus preferen­cias.

«Por eso, me parece extraordinario que La Patria eleve su celo por preservar la limpieza del idioma, lo que merece una cordial congratulación».

Hasta aquí mi injerencia en las pautas del periódi­co, estas páginas que tiene usted en las manos, amable lector, y que para hacerse realidad han debido sortear no pocas dificultades. Es un mensaje grato el que procuramos llevarle todos los días. Usted es nuestra mayor preocupación. Por usted tenemos que devanar­nos los sesos para producir ideas, pero nos sentimos compensados cuando nos dispensa unos minutos de amistad. Y vamos por usted a realizar este año un periodismo más esmerado.

La Patria, Manizales, 14-I-1981.

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Feliz año, pantallistas

sábado, 15 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En estos días iniciales del año, de pereza y meditación, me ha dado por revolver papeles como una manera de repasar el tiempo. Es un inventario de la mente, muy útil para el escritor. Han salido los recortes de periódico como testimonio justificador de la vida productiva y también como reto para la nueva jornada. Al detenerme sobre algunos errores, cometidos por mis ágiles y queridas pantallistas, me he acordado de ellas para desearles feliz año.

Es verdad que en ocasiones el cambio de palabras, la supresión de signos ortográficos o la mutilación de la frase le duelen al escritor en lo más íntimo del alma, pero la comprensión del buen lector salva cualquier trance.

Si escribir de afán, como tiene que hacerlo este columnista apresurado, explica sus propias ligerezas, copiar de carrera, como lo hacen las supersónicas pantallistas del periódico, las absuelve de muchos deslices. En el nuevo año vamos a procurar todos, escribidores y pantallistas, cometer el mínimo de equivocaciones. Y cuidado con cambiarme la palabreja. Ya el corrector del periódico, que a veces no se ve, estará pensando cuál es la diferencia entre escritor y  escribidor. Pues vaya al diccionario y verá que el escribidor es el mal escritor.

A propósito de la similitud de las palabras, alguien me preguntaba en estos días que si los habitantes de Monguí eran tan cumplidos con sus compromisos por qué habían tenido que ser embargadas hasta la tapias de sus residencias. Yo, ­como buen boyacense, me extrañé de la pregunta. Y es que en Boyacá los compromisos son de oro. “Lea su propio artículo», me dijo el amigo. En efecto,  hablaba mi nota de las tapias “embargadas”. Pero yo me había referido a las tapias “embardadas”. El amigo quedó satisfecho con la explicación. Yo, en cambio, extrañado con la veloz pantallista que puso en duda la honorabilidad boyacense. Rectificar es malo, y no sé cómo irán ahora a quedar las cosas.

Y ya que se trata de errores, hace poco apareció en el periódico una frase de mi autoría que hablaba de los tres “jugadores” del concurso de periodismo. Uno de los concursantes puso en duda, como la pantallista con la corrección del boyacense, nuestra seriedad para juz­gar el periodismo de Manizales. Al fin logré convencer­lo de que no se trataba de «jugadores» sino de «jura­dos.»

Un ciudadano de Armenia me pidió que le explicara cuáles eran los moldes “preciosos” que necesita la ciu­dad, si existe tanta escasez de dinero para poder subsis­tir. Salí del afán cuando comprobé que la “o» mal metida hace variar el sentido de la frase. Insisto en que Armenia necesita moldes “precisos”, o sea, direc­ción estable y bien proyectada. La preciosidad es otra cosa.

La pantallista, que juega contra el tiempo, no puede evitar que sus ojos y su intelecto se fatiguen. A veces escribe puño por pañuelo, carne por cauce, despiadado por despre­venido, el fibroma por la fibroma, frase por farsa, desprención por desprevención, y forma verdaderas confusiones. No es que me esté desquitando de uste­des, queridas pantallistas, sino demostrando a los lec­tores que es humano equivocarse. Por fortuna, el lec­tor avisado pone todo en su sitio.

Hay diferentes clases de pantallistas. Unas son precisas, y también preciosas. Otras se meten en el pensamiento del columnista y le distorsio­nan su intención. Hay una experta en ahorrar guiones. Al llegar el lector al final del renglón no sabe si la pala­bra termina ahí o sigue su camino.

A todas les deseo feliz año. Y las pongo como ejemplo de paciencia, ya que eso de estar manejando distintos estilos, o sea, atendiendo a varios señores a la vez, es algo ago­biante. Pero vamos entre todos a hacer un periódico más preciso. Así lo haremos también más precioso.

La Patria, Manizales, 13-I-1981.

 

 

 

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