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El primer año de Carta Conservadora

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

No es fácil hacer periodismo en provincia. Es, por el contrario, labor titánica. La mayoría de los órganos de comunicación de nueva creación se detienen apenas subiendo la primera pendiente; y los de mayor recorrido deben luchar contra toda serie de obstáculos para lograr mantenerse en circulación. Ya vimos cómo, por ejemplo, La Tierra, que había nacido con vigoroso aliento y magnifica proyección, se suspendió al poco tiempo apremiado por dificultades económicas.

Tal vez el factor financiero es el que más atenta contra la subsistencia de los periódicos. La presencia de los grandes rotativos nacionales, que cubren por igual el territorio de las ciudades populosas como el de las pequeñas poblaciones, significa freno poderoso para la estabilidad de las gacetas provincianas, enfrentadas, en consecuencia, a los pulpos de la tradición y el capital. La labor periodística en tales condiciones no sólo es desequilibrada sino que exige ingentes esfuerzos, las más de las veces superiores a las capacidades normales.

Carta Conservadora, periódico quincenal fundado por Guillermo Torres Barrera y asesorado por una prestante nómina directiva, ha cumplido, en forma rigurosa, el itinerario que se trazó. Este primer año de prueba revela, sin equívocos, que la  voluntad de servirle a Boyacá ha logrado vencer infinidad de escollos. Como bien lo manifestó el insigne director en la reunión de amigos donde celebramos el aniversario con la presencia de destacadas figuras departamentales y nacionales, el reto se ha contestado con entereza a lo largo de este año de tensión, de sacrificio y aprendizaje, y se abre ahora la etapa siguiente con nuevos bríos y mayor experiencia.

Allanados los tropiezos iniciales, el periódico se sostiene ya como un hecho cierto. Le ha respondido a su público y además ha conquistado crecientes adhesiones. Esto sucede cuando las ideas se expresan y se debaten con altura y solvencia intelectual. Carta Conservadora es eso: un periódico de altura. Bien dirigido y bien escrito, sin otra intención que la de pregonar y defender los valores de la tierra boyacense y sostener sus principios, no ha caído en la pasión sectaria ni en el estilo ramplón. No ha permitido, ni permitirá, que sus páginas se utilicen con afanes politiqueros y entiende, por el contrario, que la política esejercicio noble y oportunidad de servir las causas de la comunidad.

Y es que Guillermo Torres Barrera es politólogo de casta. Tiene por qué saber de posturas éticas y acciones estéticas. En sus venas lleva la sangre fecunda del ilustre progenitor, el doctor Eduardo Torres Quintero, maestro de la elegancia moral y del bello manejo idiomático, que le inyectó lecciones de imposible renuncia. Torres Barrera demuestra, en sus vibrantes notas editoriales, aparte de la solidez de sus conviccio­nes, su formación de esteta del pensamiento y gladiador de la inteligencia.

Este espíritu que preside la norma editorial se refleja en los demás espacios de la tribuna. La diversidad de temas, de estilos y enfoques permite la pluralidad ideológica que supone el periodismo. Quienes escribimos sin rótulo ni compromiso político, movidos solo por el deseo de hacernos presentes en la evolución social y cultural de Boyacá y de colaborar con el dilecto amigo, sabemos que no estamos perdiendo el tiempo. Está, ante todo, el vínculo con la comarca y luego la ocasión de manifestar inquietudes en este rotativo de categoría.

Conocemos, por otra parte, que el periódico se moviliza con diligencia por todos los caminos del departamento, como mensajero de buenas nuevas, y es leído con interés por la mayoría de los boyacenses y por importantes personajes del país. Esto crea opinión y estimula la función comunicadora; y representa una recompensa en el arduo oficio de sondear el pensamiento.

E periodismo, que es entrega y sacrificio, es también una razón ennoblecedora. La persona se prolonga en el tiempo y se afianza en el aprecio de sus semejantes cuando aprende a transmitirse hacia el mundo externo. Cuando su mejor política es la de interpretar los apremios populares y abanderar movimientos de redención social. Cuando entiende que el servicio a la provincia –la cuna de la nación– representa la mayor identidad del buen ciudadano.

Carta Conservadora, siendo una etiqueta política, ha sabido ejercer tales postulados como su esencia fundamental y por eso no es difícil presentir su avance seguro. Sus promotores, con el brillante senador a la cabeza, pueden tener la certidumbre de que la primera meta está bien ganada; y deben seguir adelante, por más inconvenientes que puedan sobrevenir.

Carta Conservadora, Tunja, 30-IX-1987.

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Adel y sus cumbres manizaleñas

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Un amigo mío, que lo acaba de vi­sitar en Manizales, me dice que Adel López Gómez ya no escribe en el periódico La Patria. Se le acabó la tribuna; se la quitaron, me precisa. Compré el diario durante varios días y comprobé, en efecto, que el pe­riodista de toda la vida, a la par que cuentista, novelista y académico de renombre, se hallaba ausente de su periódico cotidiano.

El amigo me precisó que Adel, aunque sometido a los quebrantos de salud de sus 86 años de edad, man­tiene completa lucidez mental. Esa ha sido, por lo demás, su permanente disposición desde que se inició muy niño en los rigores del cuento, al lado de su maestro Eduardo Arias Suárez, y más tarde se dedicó de lleno al ejercicio de la escritura en los pe­riódicos, labor que ha sido sobresaliente en cuanto medio de co­municación ha acogido sus escritos (El Espectador, Magazín Dominical, El Tiempo, El Colombiano, El Co­rreo Liberal, El Gráfico, Cromos, Sábado, Horas, Revista de América, Revista de las Indias… y La Patria, esta última su casa más entrañable).

Para Adel López Gómez escribir es lo mismo que respirar. No lo concibo sino emborronando cuartillas infa­tigables, elaboradas en excelente prosa y fecunda imaginación costumbrista, que lo sitúan como uno de los grandes cronistas del país. Al igual que Gautier, morirá con la pluma en los dedos, no importan su edad ni los impedimentos que puedan surgir. Las letras, para quienes las llevamos en el cerebro, son el mejor oxígeno de la vida.

Autor de treinta libros pu­blicados y de innúmeros artículos dispersos en gran variedad de re­vistas colombianas y del exterior, es de nuestros escritores más prolíficos. Sus cuentos, muchos de ellos maes­tros, se hallan traducidos a varios idiomas. Maneja una prosa castiza y vigorosa, que ha sabido in­terpretar el alma del pueblo y tra­ducir las costumbres de su comarca cafetera, hasta el punto de dejar personajes que se confunden con la misma montaña de su Quindío natal o las cumbres de su Manizales hoga­reña. Es el auténtico escritor de provincia, personero del Gran Cal­das, cuya literatura le hace honor a Colombia.

Pero ahora no tiene tribuna pe­riodística… Fuimos colegas los dos, a lo largo de 15 años, en el periódico La Patria y allí nos integramos en co­munes propósitos y nos identificamos en los mismos ideales. Al quedarse Adel López sin su Patria manizaleña, si esa es la rea­lidad, algo sucede que no logro en­tender. Ni lo entenderán los lectores, habituados a sus diarias columnas y sus apuntes ingeniosos.

A menos que voluntariamente se haya retirado a su refugio de los li­bros y las memorias —que no es esa la noticia que recibo—, habría que esperar alguna explicación. No es fácil suponer a este trabajador laborioso en la quietud absoluta. Menos, desligado de su periódico, si esa es su vena sentimental. Adel López Gómez vive, desde lejanas épocas, en las cumbres manizaleñas. Allí ha escrito buena parte de su obra. La Universidad de Caldas le otorgó el doctorado honoris causa. No hay suceso cultural donde él no sea participante destacado.

Es caldense pertinaz.  Nunca aceptó la desmembración de Caldas, hasta llegar incluso a un grado inexplicable de obstinación que le criticaron sus paisanos. En sus datos biográficos siempre se declara hijo de Armenia, Caldas, y no de Armenia, Quindío. Sería injusto que ahora Manizales le suprimiera el oxígeno espiritual de su casa periodística.

El Espectador, Bogotá, 7-VII-1987.

* * *

Comentarios:

Gustavo Páez Escobar sabe que La Patria ha sido mi casa espiritual durante cerca de medio siglo y por largos trechos de manera casi cotidiana. Supone ahora, cuan­do mi silencio aparece evidente en todas y cada una de las ediciones de cada día, que esas páginas que en to­do tiempo me fueron francas con manifiesta predilección, me han sido cerradas por algún antojadizo designio.

Debo decir, ante todo, que mi amistad con La Patria, incluye la memoria perdurablemente grata de quienes fueron mis mejores amigos en el terreno íntimo de los grandes afectos. Si alguna vez en el tránsito vital hubo eventuales desacuerdos, ni si­quiera vale la pena de recordarlos. Todo ello corresponde, mi que­rido y admirado Gustavo Páez Escobar –compañero que fuiste de tantas luchas por una tierra que los dos hemos amado entrañable­mente– a tiempos de fervor y batalla que en ti perduran vivos y fuertes y en mí languidecen a medida que decrece el aceite de mi lámpara.

Mi silencio cotidiano y absolutamente voluntario –aunque con­trario a mi voluntad, valga la paradoja– obedece ante todo a mi es­tado físico de este último tiempo que ha perdido –espero que tem­poralmente– sus ritmos interiores, ha desteñido mi paisaje y ha cancelado muchas de las mejores armonías.  Adel López Gómez, La Patria, Manizales, 9-VII-1987.

Leí, con deleite, primero en El Espectador y luego, en La Patria, dos hermosas notas de carácter amistoso y li­terario. Bonitas notas. Finas. Delicadas. De excelente estilo. Y, una y otra, no carentes, por supuesto, de ciertos dones –muy escasos hoy por hoy– de aprecio mutuo. De sinceridad. De merecidos elogios recípro­cos. De lealtad. La nota de El Espectador la escribió Gustavo Páez Escobar para lamentar la ausencia, de la cuarta página de La Patria, de la cotidiana columna del maestro Adel López Gómez. En efecto, cómo hace de falta, día a día, la vieja columna del autor de El fugitivo. La que­ja del experto columnista Páez Escobar es noble y justa. Humberto Jaramillo Ángel, La Patria, Manizales.

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El cafecito de Osuna

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo que Cosas del Día del periódi­co El Tiempo encuentra como humor sombrío en algunas de las caricaturas de Osuna, se trata, en realidad, de la fibra más mordaz de su ironía in­vencible. El autor de la nota, que se deja dibujar en ella con calzonarias completas, elemento que ya no se usa pero que distingue a quien lo carga, admira sin embargo a su crí­tico contumaz y alcanzó a lamentar su retiro momentáneo de las páginas de El Espectador.

Osuna dijo que salió a tomarse un tinto para luego regresar. Hay en su disculpa, muy a la bogotana, algo más que una explicación de cortesía. Algo incomoda al maestro, y apenas lo deja deslizar entre líneas. Pienso, y me voy a tomar esa libertad de in­terpretación, que desde la muerte de Guillermo Cano —su oráculo y su álter ego— Osuna quedó partido en dos. Permanece perplejo, como por lo demás ha sido su posición ca­racterística ante el país en banca­rrota.

Creó a Lilín de una costilla suya para que le ayudara a soportar el desencanto, pero el hijo, rastrillado entre luces de bengala y lágrimas decembrinas de estupor, se mantiene ofuscado. Abortado en el fragor de la descarga alevosa, carece de completo equilibrio para estar en pie.

Lo hemos visto merodeando entre escombros, con ojo confuso y paso vacilante, como queriendo zafarse de los pantalones de su papá, pero no se atreve. Algún día será hombre. Ahora es sólo un pichón, y el país, con sus monstruosidades, le queda grande. Lo asusta, y él todavía no está hecho para espantos.

Por eso, Osuna salió a tomarse su taza de café, que en Bogotá llamamos el cafecito, con Lilín de la mano. A él apenas ha comen­zado a enseñarle el lenguaje nacional. A mostrarle cómo es Colombia, país de fantasías infantiles y fan­tasmas nocturnos. Lo llevó hasta la curva del arrebato y entre los dos rezaron un padrenuestro por el abuelo.

Por el abuelo de Lilín, porque la criatura no vino al mundo tan desprotegida, a pesar de haber nacido de una bala. Es posible que en aquella vuelta en U, donde nadie logrará borrar la sangre más igno­miniosa de la libre expresión, el pe­queño se vuelva grande. Abra los ojos a lo insospechado. Por ahora su padre,  compadecido de la pequeñez, tiene temor de que su retoño crezca más de la cuenta. Le duele herir los sueños infantiles.

Tanto el cafecito de los ejecutivos como el de los caricaturistas esconde algo recóndito, a veces de difícil descubrimiento. También los nego­cios se mueven con olor a tinto, y no siempre salimos bien librados de una gerencia comercial. Muchas veces las ilusiones se esfuman entre aromas de cafetal y sorbos calurosos. El cafecito de Osuna ha sido de frustración.

Pero ya regresó a marcar tarjeta en la empresa nacional. Está bien que lo hubiera hecho antes de que ésta, de pronto, se acabara. Hay una protesta egoísta del público cuando el maestro de 25 años de fogueos nutridos se va de descanso: es el temor de que se queme el rancho en su ausencia.

*

Nunca la misión del caricaturista está concluida. La guerra de Marte no terminará jamás en el mundo. Seguimos siendo egoístas. Tal vez por aquello de que Osuna sólo hay uno. Creo que Hersán llegó a sufrir cierta desolación durante la ausencia al alcanzar a presentir que le haría falta aquel cosquilleo entre delicioso y sombrío que le causaban las punzadas ponzoñosas. Y hasta es posible que hubiera pensado colgar, ya por innecesarias, sus calzonarias geniales.

El Espectador, Bogotá, 16-VI-1987.

 

 

El Espectador y Boyacá

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

No me fue posible atender la gen­til invitación que me formuló Carlos Eduardo Vargas Rubiano al acto donde se concedió en la ciudad de Tunja, el pasado 23 de mayo, la Or­den de la Libertad al periódico El Espectador.

Justo reconoci­miento del pueblo boyacense, re­presentado por el gobierno seccional, a la trayectoria del gran diario que desde lejanas épocas se halla  vinculado, cada vez con mayor di­fusión, a la vida del departamento.

Recibieron la distinción Luis Gabriel Cano y José Salgar, presidente de la junta directiva y codirector del rotativo, las mismas personas que, como lo recuerda Vargas Rubiano en crónica aparecida en la edición centenaria, fueron quienes se interesaron, hace 40 años, por destacar en el diario los sucesos regionales. Esa comunión perma­nente con una tierra fecunda en he­chos históricos, en paisajes e inte­lectuales, muchos de ellos periodistas brillantes en las mismas páginas de El Espectador, ha permitido que crezca allí la admiración por los Canos. Lo cual, como es obvio, se manifiesta en mayor divulgación del periódico por los pueblos de la co­marca.

La familia Cano ha mantenido deferente actitud hacia Boyacá. Luis Gabriel y Guillermo Cano, enamo­rados del paisaje y la hospitalidad de una de las parcelas más bellas de Colombia, alternaron con José Salgar y Carlos Eduardo Vargas Rubiano sus visitas a la tierra pródiga.

Eran los tiempos en que se vendían 20 ejemplares de El Espectador en la ciudad de Tunja, y un número in­ferior en Duitama y Sogamoso. De entonces a hoy, como lo saben muy bien los boyacenses, las ventas —o el mercadeo, para decirlo en término de moda— se han remontado a las alturas. Sería interesante, a propó­sito, saber cuál es hoy el número de ejemplares que todos los días le dan la vuelta al territorio boyacense.

Por las páginas del diario han pa­sado periodistas boyacenses de re­nombre nacional, como Armando Solano, Luis Elías Rodríguez, Carlos Eduardo Vargas Rubiano, José Vi­cente Combariza —José Mar—, Eduardo Caballero Calderón, Héctor Muñoz, Próspero Morales Pradilla, Jorge Ferro Mancera. A esta lista agrega Carlosé mi modesto nombre: tal vez mi única virtud sea la perseverancia por 16 años embo­rronando cuartillas, y por eso no me sustraigo de esta carrera de identi­dad con la comarca nativa.

Hay otras personas que le dan honor a Boyacá en esta disciplina del espíritu. Puede decirse que todo es­critor colombiano tuvo alguna vez acceso al periódico de los Cano. Bien en el diario o en el Magazín Domi­nical. Bajo dicha consideración, la lista puede ampliarse con estos nombres que me saltan a la memoria: Eduardo Torres Quintero, Laura Victoria, Fernando Soto Aparicio, Vicente Landínez Castro, Gabriel Camargo Pérez…

Es preciso aplaudir la medida de la Gobernación de Boyacá al conceder la Orden de la Libertad al diario centenario, ejemplo de la prensa independiente del continente. Este acto destaca los servicios que el ro­tativo le ha prestado a la región boyacense y exalta la memoria de Guillermo Cano, asesinado por su ética periodística y sus denodadas batallas contra la corrupción. Boyacá corresponde así a quienes bien le sir­ven.

El Espectador, Bogotá, 1-VI-1987.

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El Siglo, medio siglo después

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La doctrina conservadora ha te­nido su principal tribuna en El Siglo, el periódico fundado en 1936 por Laureano Gómez y José de la Vega. Ha sido órgano combativo y po­lémico, que defiende sus principios con convicción y se mantiene en pie de combate, atento a los grandes sucesos del país. Esa fue la sangre que le inyectó su mentor, el doctor Laureano Gómez, de quien fue su vocero elocuente en los ardo­rosos días del ímpetu partidista.

Cuando desde el campo opuesto El Espectador y El Tiempo pregonaban las ideas liberales, en un país esen­cialmente político, el pensamiento conservador se canalizaba a través de El Siglo, otra trinchera erguida que no conoció la indecisión y, por el contrario, se caracterizó por su estilo vigoroso.

Como toda prensa libre que so­bresalga por su espíritu de contro­versia, El Siglo ha suscitado rechazos y adhesiones. Se le ha perseguido y también se le ha seguido. Fue clau­surado por la dictadura, cuando se volvió enemigo peligroso para el régimen. En aquella transición salió, en su remplazo, La Unidad, otro ba­luarte inspirado en los mismos pro­pósitos y que no cesó, a pesar de la censura implacable, en sus ataques enardecidos contra el despotismo.

Lo mismo ocurría con El Espec­tador y El Tiempo, también silen­ciados por el gobierno hegemónico. Fueron sus sustitutos El Indepen­diente e Intermedio, que al igual que su aliado de la derecha no cesaron en sus campañas de libertad. Estas tres casas periodísticas, de noble estirpe, han escrito para la historia grandes jornadas de lucha, de sacrificio y patriotismo.

El país puede sentirse seguro cuando cuenta con prensa digna. El periodismo de altura es de com­bate, de resistencia y brillantez ideológica. La democracia supone el juego de las ideas y éstas no pueden considerarse patrimonio exclusivo de ningún partido o grupo. Por eso es necesario que las ideas se enfrenten y se debatan para que salgan más depuradas.

En este medio siglo que ha supe­rado el periódico de la casa Gómez, nos encontramos hoy con un diario ágil y cerebral, confiado a la estruc­turada mente del doctor Álvaro Gómez Hurtado, curtido perio­dista que en ocasiones se fuga tras los señuelos de la política. Se advierte, al leer sus páginas, que ha ganado una nueva fisonomía. No sólo se han modernizado su sede y sus equipos sino que han sido confiadas sus columnas a expertos comenta­ristas de la actualidad. El doctor Gómez Hurtado ha tenido el acierto de poner a opinar en su diario a fi­guras destacadas de los dos partidos.

No se trata de un periódico volu­minoso —son por lo general 20 pá­ginas— pero se nota el poder de la síntesis que permite abarcar todo el mundo de las noticias y de las ideas. Esta brevedad es grata y provechosa. Hay sitios especiali­zados y dinámicos que resultan atractivos. Los domingos se lanza una magnífica página cultural, también dirigida por enfoques no­vedosos.

El Siglo ha entrado en nueva etapa. Busca ampliar su cobertura nacional. Gabriel García Márquez, que conoce el pulso del periodismo, quiso fundar su propia gaceta con el nombre de El Otro, para mover un estilo diferente. Al doctor Gómez Hurtado le gustó la idea. En su diario se ventila, como es su eslogan, «la otra opinión de los colombianos», y se conoce «la otra cara de la noticia». Son lemas lla­mativos que no se hallan lejos de la realidad.

El Espectador, Bogotá, 24-V-1987.
El Siglo, Bogotá, 28-V-1987.

 

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