Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Luis Tejada, cronista por excelencia, murió en Girardot, víctima de la sífilis y la tuberculosis, el 17 de septiembre de 1924. Todavía no había cumplido 27 años de edad. Sin embargo, era reconocido como el escritor estrella de la prensa colombiana. Hizo célebre en El Espectador su columna Gotas de Tinta. Sus primeras colaboraciones para este periódico las publica en Medellín, donde se las pagan a sesenta centavos.
En 1920 se vincula al diario de los Cano, que son sus parientes, como redactor de planta de la página Mesa de Redacción. Pronto se destaca por su ingenio, su amenidad y la originalidad de sus ideas. Con notas ágiles y de asombrosa brevedad logra retratos perfectos sobre el mundo que lo rodea. Se especializa en el juicio certero y en la descripción incisiva, como si la practicara con bisturí, sobre los hechos cotidianos que circulan a su alrededor. No hay tema, por menudo o insignificante que sea, que no quede transformado y embellecido con su pluma mágica.
«La mesa de redacción –anota José Gers– era para él el centro del universo». Había nacido, en efecto, predestinado para el periodismo de ideas. Es una especie de placer voluptuoso que le enardece las venas y le ensancha la visión del mundo. Es experto en la paradoja y con ella vuelve novedosas sus agudas tesis sobre el discurrir del tiempo. Una vez exclama: «Hadas gentiles, bellas hadas: concededme un tonel amplio y vacío y una buena dosis del espíritu de contradicción (…) No me negaréis que en el fondo de toda inconformidad hay siempre un germen de progreso y liberación».
Utiliza la ironía con discreción y sutileza, como uno de esos finos floretes que deben manejarse con buen pulso en la esgrima de la inteligencia. Como no sabe odiar, sus frases ignoran la ofensa personal y ennoblecen la dignidad de la vida. Cuando no está de acuerdo con alguien, como sucede con Guillermo Valencia y Marco Fidel Suárez, a quienes fustiga con vehemencia, lo hace con respeto y altura. Nunca incurre en la ramplonería y sí en el sortilegio de la elegancia.
Nada tan acertado como bautizar con el título de Mesa de Redacción el volumen con que la Universidad de Antioquia y la Biblioteca Pública Piloto de Medellín rescatan, 66 años después de muerto el autor, serie de crónicas que por primera vez se recogen en libro. Esta joya se la debo a Gloria Inés Palomino, la insuperable directora de la Biblioteca, que en forma silenciosa y desconcertante cumple una de las tareas más positivas de la cultura nacional.
Este libro destellante de Antioquia (y recuérdese que el autor era de Barbosa, donde nació el 7 de febrero de 1898), contiene 164 textos de Tejada, escritos entre 1918 y 1924, año de su muerte. Aparte de las crónicas de prensa hay también dos cuentos y un poema. Si hubiera seguido como cuentista, es posible que hubiera competido con Eduardo Arias Suárez (también de su época, nacido en Armenia un año antes). Por lo que veo, Tejada tenía garra y sensibilidad para la narración breve.
Las entidades patrocinadoras del suceso cultural que aquí se comenta han hecho el milagro de las resurrecciones. No sólo resucita un autor sino su estilo y su época. La recopilación, selección, prólogo y cronología estuvieron a cargo de Miguel Escobar Calle, y el director de la colección es Juan José Hoyos.
Hoy, estos trabajos de Tejada pueden considerarse inéditos. Han pasado 72 años desde sus primeros escarceos en 1918. He sido siempre gran admirador de Tejada y lo tengo como maestro de mi periodismo batallador. Hace 12 años largos –en mayo de 1978– escribí en el Magazín Dominical una página de admiración: Al rescate de Luis Tejada, y más tarde la recogí en mi libro Caminos.
Este es otro rescate. Como Tejada es inagotable en su cátedra de cronista magistral, se me hace imprescindible dedicarle segundo capítulo a esta primicia bibliográfica que la suerte ha traído, como viento fresco, a mi asombrada mesa de redacción.
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El Instituto Colombiano de Cultura publica de Luis Tejada, en 1977, bajo el titulo Gotas de Tinta, una colección de crónicas recopiladas por Hernando Mejía Arias. Esta edición reproduce el material del Libro de Crónicas, publicado el mismo año de la muerte del autor, y agrega 80 escritos más, tomados de El Espectador y El Sol (trabajos que, según el prologuista de la obra de Colcultura, señor Cobo Borda, corresponden a los años de 1921 a 1924).
El señor Borda anota lo siguiente: «En esta prehistoria de Tejada (se refiere a la producción anterior a 1921), que bien vale la pena olvidar, no asoma por ningún lado el futuro cronista”. Concepto equivocado, ya que 15 de las 47 crónicas que componen el libro editado en 1924 (año de la muerte de Tejada) corresponden a 1920.
Ahora, con el rescate que hacen la Biblioteca Pública Piloto y la Universidad de Antioquia en el libro Mesa de Redacción, se recogen escritos anteriores a la época de fama de Tejada y se adicionan otras páginas desconocidas de años posteriores, hasta su muerte. La llamada “prehistoria” del autor, que Cobo descalifica con el comentario de que es mejor olvidarla, es tan valiosa para la literatura como la que años después lo consagra como periodista estrella del país. En esta “prehistoria” se sitúan páginas magistrales que ahora divulgan las dos entidades atrás señaladas.
Tejada es escritor polifacético. Escribe sobre cuanto tema aparece en su camino de observador perspicaz y filósofo de la vida cotidiana. Y lo hace en distintos medios de comunicación, momo El Espectador (de Medellín y Bogotá), El Correo Liberal (Medellín), El Sol (Bogotá), El Gráfico (Bogotá), Sábado (Medellín), Cromos (Bogotá), Universidad (Bogotá).
Se dice que sus últimas crónicas fueron de carácter político, por hallarse comprometido en vigorosas campañas de tipo social. Si bien militó con entusiasmo en las ideas socialistas que venían de ultramar, debe rectificarse la noticia de que sólo hubiera escrito sobre tesis políticas en su última época, ya que a ese período corresponden grandes crónicas literarias que vieron la luz en la revista Cromos. Sobre todo esto hace precisión Miguel Escobar Calle en el prólogo de Mesa de Redacción.
La capacidad de trabajo de Luis Tejada era asombrosa. Escribía hasta cuatro crónicas en un día, y luego las sometía a severa labor de depuración hasta moldearlas –con sentido perfeccionista, a lo Flaubert– en los filtros de la autocrítica y la artesanía creadoras. La propensión a la ligereza, tan común en el periodismo veloz, fue rechazada por este cronista profundo.
Por eso, su nombre ha resistido la pátina del tiempo destructor. Supo apartarse del afán intrascendente de la hora. Su periodismo es razonador. Ya a los 11 años devoraba las novelas de Arthur Conan Doyle, y años después sería lector apasionado de los grandes maestros de la literatura universal. Con semejante bagaje intelectual no podía producir naderías, y sin él no hubiera llegado hasta los tiempos actuales.
Este Tejada de los inicios y de la fama, que hoy resucita 66 años después de su muerte gracias al aporte antioqueño, es el modelo perfecto del periodismo de ideas matizado de gracia y erudición que tanto se echa de menos en nuestros días. Hay que volver a Tejada, y además descubrir en él las pautas señeras de su cátedra inextinguible.
El Espectador, Bogotá, 3 y 11-I-1991.