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Más sobre fraudes bancarios

martes, 28 de julio de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Comenté en mi columna anterior el caso de la demanda instaurada en el Juzgado Civil del Circuito de Descongestión Armenia por Claudia Rosalba Bermúdez Ceballos contra Bancolombia, por la defraudación en más de 20 millones de pesos de que fue víctima hace 8 años, negocio donde actuó como apoderado Luis Alberto Restrepo Gómez, que obtuvo la condena de la entidad financiera como responsable del fraude. Este hecho es excepcional y como tal merece destacarse.  

A raíz de dicha columna, varios lectores se han referido a la ola de inseguridad bancaria que se vive en el país y que afecta, no a las entidades financieras, que nunca pierden, sino a los clientes que les confían sus dineros. Las razones  dadas por ellas resultan imposibles de rebatir por los cuentahabientes, y mientras tanto, este tipo de impunidad (vivimos en el país de las impunidades) se ha convertido en verdadero lastre para el público y para la seriedad bancaria.

Nadie ignora la existencia de bandas especializadas en la clonación de tarjetas y en la ejecución de otros sofisticados sistemas para cometer dichos ilícitos. Los bancos, en lugar de contratar pólizas suficientes para asegurar estos riesgos, se salen por la tangente y atropellan a la clientela. ¿Por qué el Gobierno no les impone esta obligación? Además, falta aquí la presencia del órgano legislativo. Por eso, mucha gente se abstiene de llevar sus dineros a la banca.

Véase esta noticia que da El Tiempo en su edición del 20 de este mes: “La Dijín desarticuló una red de piratas informáticos señalados de robar más de 10.000 millones de pesos en bancos. Los capturados, según la Dijín, se apoderaban de claves de cuentas bancarias para hurtar el dinero a través de internet. Unas 14.200 personas fueron víctimas de la banda”.

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Y estos son algunos comentarios de lectores de mi columna:

Los bancos se basan en las cláusulas de letra menuda que redactan abogados para darles patente de corso a los ladrones. He tenido cuentas de ahorro en el Perú, Venezuela y Panamá. En uno de ellos me hicieron transferencia fraudulenta y el banco salió en defensa mía, del cliente. En los tres países he dejado depósitos quietos por más de un año y en todos encuentro mi dinero ¡con intereses! Acá en Colombia dejé quieto en un banco 1 millón de pesos y al año encontré la mitad. Anticlientelistascorruptos (correo a El Espectador.com).

Me robaron dos millones y medio en cinco retiros con tarjeta de Davivienda, aquí en Cali, avenida 8 norte. Me mostraron las fotos del que miraba la clave. Uno no entiende por qué las fotos de esta gente no aparecen en todos los cajeros para alertar a los usuarios. Estuve en el banco, y la subgerente alega que yo no alerté la posible clonación. Perdí el año… Cartas al defensor bancario y Superintendencia… No prosperó el reclamo… Carlos Abdul (correo a El Espectador.com).  

Esa es la prueba, una vez más, del error de tener dinero en los bancos y del error de tener tarjetas de crédito. Los delincuentes (muchos de los cuales están dentro de los mismos bancos) han desarrollado técnicas muy sofisticadas para desfalcar las cuentas. Los delincuentes van adelante de las tecnologías de seguridad de los bancos porque la utilidad para ellos es infinita mientras que para el banco la seguridad es un gasto. Alvaroisaza (El Espectador.com).

Estados Unidos tiene 250 millones de habitantes. Colombia tiene 40 millones. Hay mucho más fraude bancario en Colombia que en Estados Unidos. ¿Por  qué? Porque en Estados Unidos el banco tiene toda la responsabilidad, y el cliente tiene cero responsabilidad. Lira (correo a El Espectador.com).

La banca colombiana, modelo de usura impune en el mundo, se vanagloria cada 6 meses de las estrambóticas ganancias que su modelo significa. Los casos enumerados por el columnista no son la excepción, sino la regla. Ese embeleco llamado defensoría del cliente es menos efectivo que la comisión de absoluciones del Congreso. Comentandoj (correo a El Espectador.com).

La injusticia en Colombia es en todos los ámbitos. Es aterrador leer a diario los periódicos nacionales y regionales y conocer cada día casos de injusticia contra las personas de bien. En muchos países extranjeros, los bancos suscriben seguros para proteger al cliente en caso de fraudes. Álvaro Pérez Franco, París.

Efectivamente, la indolencia es general ante los usuarios bancarios. Tengo un problema similar con el Banco de Bogotá. Enrique Jaramillo.

Su columna de hoy la compartí por Facebook, junto con una carta que le envié al supuesto Defensor del Consumidor Financiero, i.e., defensor de Bancolombia. Fui víctima de un fraude. Como les he dicho a los señores de Bancolombia, puedo perder los fondos que me saquearon, pero la pelea la daré porque es repugnante la forma como actúan. José Joaquín Gori Cabrera, Bogotá.

Conclusión: Los hechos hablan por sí solos. Mientras tanto, los bancos que evaden su responsabilidad y de esa manera deslustran el buen nombre del sistema bancario colombiano se han vuelto olímpicos y escapistas. Por desgracia, ese es el común denominador de la banca por falta de control oficial.

 El Espectador, Bogotá, 24-VII-2015.
Eje 21, Manizales, 24-VII-2015.

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Comentarios:

Soy pensionado y tenía la cuenta en el BBVA, sólo para recibir la exigua pensión. Retiraba la pensión el 1.° de cada mes, o sea que los demás días la cuenta estaba en cero. Pues me robaron mi mesada y el banco abrió una investigación. Me preguntaron si tenía sirvienta, mandaderos, etc., y dije que no y que la clave la tenía en mi cabeza, o sea que los ladrones están en el banco. Al final me pagaron. Cambié de banco y ahora, con un talonario, hago cola de más de una hora para cobrar. Marmota Perezosa (correo a El Espectador.com).

Es el Estado colombiano el culpable. Tengo sendas cuentas de ahorros en el BBVA de Colombia y en el de España, y la diferencia en el tratamiento es abismal. Nadie por aquí deja de aterrarse porque se cobren comisiones por consignaciones que se hacen en una ciudad distinta a la que se tiene la cuenta. Puede que hace muchos años se justificara, pero no ahora con Internet y todos los adelantos en comunicaciones. Locomercurio (correo a El Espectador.com).

Yo no sé qué pasa en este país, pero todo está hecho para «fregar» al ciudadano honrado y «facilitar» el accionar de lo ilegal, del hampa (incluyendo la de cuello blanco) y la corrupción. Esto ya va tocando límites insoportables. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Se salva un fraude bancario

lunes, 13 de julio de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Varias veces me he referido en esta columna a la ola de fraudes bancarios que azota al país. En la gran mayoría de los casos el perdedor es el cliente de la entidad financiera, a pesar de que son los defraudadores profesionales los que, valiéndose de sofisticados sistemas, clonan tarjetas y utilizan otros métodos de alta técnica para apoderarse de los depósitos confiados a los bancos.

A raíz de mis columnas han sido numerosos los lectores que han relatados sus propios descalabros, con una común coincidencia: las entidades alegan que la clave salió de la propia tarjeta y fue el usuario quien, al descuidar su seguridad, permitió que la utilizara otra persona. Cuando el estafado formula la queja, la respuesta es la misma. Si acude al defensor del cliente, este esgrime el mismo argumento. Y si eleva el reclamo a la Superintendencia Financiera, tampoco consigue nada.

Si entabla una denuncia, el juez fallará en su contra. Como la persona no puede demostrar lo contrario, debe resignarse a perder su dinero. Es muy raro el caso que se sale de esta regla. Así, de despacho en despacho, de negativa en negativa, de injusticia en injusticia, el cliente bancario en Colombia se encuentra desprotegido. Esto no sucede en otros países, donde las instituciones financieras deben contratar seguros amplios para proteger estos riesgos.

Por primera vez conozco un suceso donde el cliente, después de 8 años de alegato judicial, logra que el juzgado falle a su favor. Esto sucedió en Armenia. La estafada fue la señora Claudia Rosalba Bermúdez Ceballos, a quien le sacaron de su cuenta en Bancolombia más de 20 millones de pesos en varias cuantías, y la entidad desconoció el hecho de que los retiros habían sido perpetrados por otra persona en forma fraudulenta.

La respuesta que le dio Bancolombia fue la misma que en forma sistemática ofrecen la mayoría de organismos en estas contingencias: el descuido o negligencia del cliente, al permitir la exposición de la clave personal y el uso indebido de la tarjeta, fue lo que ocasionó el ilícito. Más tarde le notificaron que debía restituir el dinero, y como no tenía capacidad económica para hacerlo, se le anunció la acción judicial y su nombre fue reportado a Datacrédito como cliente morosa.

La señora Bermúdez, así bloqueada en su actividad comercial e incluso en su vida social, se vio obligada a cerrar su negocio, se afectaron su salud y su tranquilidad y entró en grave estado de depresión. Su indefensión era absoluta. Nadie le hacía justicia y, por el contrario, se le calificaba como una delincuente. Mayor indolencia no podía existir.

Con este mismo rasero se mide el robo cometido contra infinidad de personas inocentes que han confiado sus dineros a la banca y de la noche a la mañana los ven esfumarse sin tener quien las defienda y sin que cuenten con garantía alguna para recuperarlos. Imposible saber la magnitud de dineros usurpados en esta red de defraudaciones que no afectan a los bancos sino a sus clientes.

El pasado 4 de junio el proceso fue fallado por el Juzgado Civil del Circuito de Descongestión de Armenia, que condenó a la entidad bancaria a asumir el valor del fraude y pagar los perjuicios ocasionados a la usuaria. Dice la parte resolutiva: “Declarar civil y contractualmente responsable a Bancolombia S.A., sucursal Fundadores de esta ciudad, por su incumplimiento del contrato de tarjeta de crédito referido a los plásticos números…” Tuvieron que pasar ocho años para esta decisión.

El Espectador, Bogotá, 11-VII-2015.
Eje 21, Manizales, 10-VII-2015.

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Comentarios:

Los bancos se basan en las cláusulas de letra menuda que redactan abogados para darles patente de corso a los ladrones. Tienen al ladrón adentro, lo saben pero no les importa. He tenido cuentas de ahorro en el Perú, Venezuela y Panamá. En uno de ellos me hicieron transferencia fraudulenta y el banco salió en defensa mía, del cliente. En los tres países he dejado depósitos quietos por más de un año y en todos encuentro mi dinero ¡con intereses! Acá en Colombia dejé quieto en un banco 1 millón de pesos y al año encontré la mitad. Anticlientelistascorruptos (correo a El Espectador.com).

Me robaron dos millones y medio en cinco retiros con tarjeta de Davivienda, aquí en Cali,  avenida 8 norte. Me mostraron las fotos del que miraba la clave. Uno no entiende por qué las fotos de esta gente no aparecen en todos los cajeros para alertar a los usuarios. Estuve en el banco, y la subgerente alega que yo no alerté la posible clonación. Perdí el año… Cartas al defensor bancario y Superintendencia… No prosperó el reclamo… Carlos Abdul (correo a El Espectador.com).  

Esa es la prueba, una vez más, del error de tener dinero en los bancos y del error de tener tarjetas de crédito. Los delincuentes (muchos de los cuales están dentro de los mismos bancos) han desarrollado técnicas muy sofisticadas para desfalcar las cuentas. Los delincuentes van adelante de las tecnologías de seguridad de los bancos porque la utilidad para ellos es infinita mientras que para el banco la seguridad es un gasto. Alvaroisaza (El Espectador.com).

Estados Unidos tiene 250 millones de habitantes. Colombia tiene 40 millones. Hay mucho más fraude bancario en Colombia que en Estados Unidos. ¿Por  qué? Porque en Estados Unidos el banco tiene toda la responsabilidad, y el cliente tiene cero responsabilidad. Lira (correo a El Espectador.com).

La banca colombiana, modelo de usura impune en el mundo, se vanagloria cada 6 meses de las estrambóticas ganancias que su modelo significa. Los casos enumerados por el columnista no son la excepción, sino la regla. Esto sin contar la cantidad de cuentas saqueadas, abandonadas por los usuarios, que por ser de menor cuantía, los robados prefieren no reclamar. Ese embeleco llamado defensoría del cliente es menos efectivo que la comisión de absoluciones del Congreso Comentandoj (correo a El Espectador.com).

La injusticia en Colombia es en todos los ámbitos. Es aterrador leer a diario los periódicos nacionales y regionales y conocer cada día casos de injusticia contra las personas de bien. Los delitos son premiados por los encargados de aplicar justicia. Y son premiados cuando a un delincuente, ya sea de “cuello blanco” o atracador en las calles, a lo sumo se le decreta una detención domiciliaria que jamás cumple. En muchos países extranjeros, los bancos suscriben seguros para proteger al cliente en caso de fraudes. Álvaro Pérez Franco, París.

Muy bueno su relato. Efectivamente, la indolencia es general ante los usuarios bancarios. Tengo un problema similar con el Banco de Bogotá. Enrique Jaramillo.

Su columna de hoy la compartí por Facebook, junto con una carta que le envié al supuesto Defensor del Consumidor Financiero, i.e., defensor de Bancolombia. Fui víctima de un fraude.  Como les he dicho a los señores de Bancolombia, puedo perder los fondos que me saquearon, pero la pelea la daré porque es repugnante la forma como actúan. José Joaquín Gori Cabrera, Bogotá.

La estrella de la paz

lunes, 23 de diciembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Y llegó diciembre… En los hogares, en las calles, en todas partes aparece, con la llegada del mes de la paz y la alegría, un signo de renovación del ánimo. Ese espíritu comprador que distingue a los colombianos aflora hoy de manera sorprendente, así el bolsillo no sea abundante y los apremios económicos sean agobiantes. Diciembre todo lo transforma.

La gente se apresta a efectuar sus compras navideñas. En todo el país, el agua cae a torrentes. Hay bloqueos en las vías y desgracias en varios lugares del país por causa de los derrumbes. En Bogotá y en las grandes ciudades se aproxima la época de mayor afluencia en los almacenes, la época más intensa de los atracos callejeros, de los paseos millonarios, de la inseguridad y el caos. Es que estamos en diciembre.

Para quienes vivimos en la capital del país, los trancones, el destrozo de las vías, la indolencia de las autoridades, la dureza de la vida cotidiana no son impedimentos para que la ciudadanía sienta regocijo con la llegada de la Navidad. Si uno se sube al taxi, el conductor nos contará la serie de tropiezos y de horrores que tiene que sortear por estas calles de Dios.

Pero parece que esto no le importa al taxista, pues se ve de buen genio, aunque despotrica de los políticos corruptos que se robaron a Bogotá, y de los políticos en turno de reelección que volverán con las mismas mañas de siempre. El ciudadano del montón rechaza estas prácticas abominables, pero cuando llega la hora de la verdad en las urnas, vuelve a votar por los mismos. Hoy eso no importa: estamos en diciembre, mes de la alegría y la concordia.

La estrella de Belén comienza a verse en numerosos sitios. Se aproxima la Navidad. Mejor: la Navidad ya llegó. El país está de fiesta. Todo lo diluye el mes de las compras fuera de la capacidad del bolsillo, de los regalos imposibles, de las angustias sin cuento. Desde la ventana de mi apartamento miro al ciudadano que corre, que se agita, que se tropieza a cada rato, que huye de los charcos y los huecos. Y maldice.

Desde mi ventana vislumbro la estrella lejana, la del árbol navideño, la que llevan los colombianos en lo más hondo de sus corazones. La misma que espera alcanzar el presidente Santos. Y me pregunto si en medio de tanta desesperanza, de tanto conflicto, de tanta calamidad como la vivida por los colombianos durante medio siglo de violencia, será posible que llegue al fin la estrella de la paz. Nos la merecemos.

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Regalos con mala ortografía. Carta a Industrias Cannon de Colombia:

Compré en el Éxito de Unicentro tres juegos de toallas que están marcadas con las palabras ella y el, según el destinatario sea una mujer o un hombre. Me permito anotar que la palabra él debe escribirse con tilde. Es lo que se llama la tilde diacrítica en monosílabos, establecida en este caso para diferenciar el artículo el –que no lleva tilde– del pronombre él –que sí la lleva–. Muy bonita la elaboración de las toallas con estas inscripciones, pero faltó el corrector en la empresa que hubiera señalado la falla ortográfica.

Quiero sugerirles que en razón del prestigio de Cannon, y desde luego para acatar la regla ortográfica, en nuevas confecciones de este producto se marque la tilde a la palabra comentada. Disculpen mi intromisión en este asunto, pero considero que de esta manera contribuyo a la correcta presentación del producto, el que llega a mucha gente culta. Con mi cordial saludo navideño, GPE

El Espectador, Bogotá, 6-XII-2013.
Eje 21, Manizales, 6-XII-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 7-XII-2013.

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Comentarios:

La desazón que estamos viviendo diariamente a causa de la situación caótica del país es  dolorosa y desconcertante. No sabemos qué hacer, ni a qué santo acogernos, como diría mi abuela; no es la «estrella de la paz» la que nos acompaña y estimula en estos días de finales de año, no, es una corona de espinas la que llevamos clavada en todo el cuerpo. ¡Qué impotencia!, ya no se puede caminar unas cuantas cuadras sin el pavor de ser acechados, heridos, robados, en fin, qué dolor… «es diciembre» y esta tortura lleva más de 60 años azotándonos; los abuelos y algunos padres hace tiempo se fueron y nunca vieron la anhelada estrella. Cada día estamos peor, el optimismo y la esperanza parecen ser frágiles veleros sin rumbo, en medio de una gran tormenta que no tiene amanecer. Inés Blanco, Bogotá.

Y los asalariados se gastan la prima en trago, fiesta y regalos; y matan marrano, compran pólvora, contratan mariachis y preparan buñuelos y natillas para dar y convidar. Rumba seguida hasta principio del próximo año, o hasta después de ferias en nuestra ciudad, para comer rila todo el año entrante hasta que llegue la otra temporada. Así somos. Lo de la ortografía es como nadar contra la corriente. A esta juventud la trae sin cuidado el buen uso del idioma y aterra ver que en una empresa de esa categoría se les pase un detalle de esos. Pablo Mejía Arango, Manizales.

Esta es la Bogotá caótica a la que todo mundo llega desde todos los rincones. Deberían hacer campañas para despertar el amor por Bogotá. ¿O ya existen? Quizás si la gente entiende que Bogotá es de todos, entonces la ciudadanía fuerce a los políticos para que le den el destino correcto a ciertas partidas presupuestales para tapar huecos, arreglar vías, dar vivienda a los desamparados, etc., y de pronto el sueño de la paz sea una realidad. Es difícil encontrar esa estrella de la paz cuando hay hambre en las calles, dolor y resentimiento por la guerra y no presencia activa del Estado en las zonas rurales. Colombia Páez, colombiana residente en Miami.

Triunfó la corrupción

viernes, 20 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

No ha habido Gobierno del país en varios años atrás que no anuncie mano dura contra la corrupción. Todos llegan animados por el mismo propósito, a sabiendas de que se trata de uno de los mayores flagelos que azotan la vida nacional. Y a poco andar, comienzan a aparecer los casos más aberrantes de descomposición en el propio ámbito estatal, y a veces desde las posiciones más altas de la administración.

Echar mano a los bienes del Estado, valiéndose de los pervertidos sistemas de soborno, de celebración de contratos fraudulentos y toda suerte de artimañas, se ha convertido en un ejercicio corriente, cometido en forma descarada y desafiando todos los rigores de la ley. Quien no roba está fuera de órbita. Quien no roba no sabe aprovechar su cuarto de hora. Es una regla invisible que se ha extendido en la vida pública como patente de corso. Qué triste tener que admitir esta abyecta desviación en la conducta moral de grandes núcleos de la ciudadanía.

La encuesta de Transparencia Internacional que acaba de revelarse no hace nada distinto que refrendar la dolorosa realidad que todo el país conoce. Según ella, la percepción de un 56 por ciento de los colombianos señala que la corrupción en el sector público ha aumentado de manera alarmante en los dos últimos años. Los sectores donde más se pagan sobornos son la Policía y la Justicia.

¿Qué puede esperarse cuando estas dos columnas vertebrales de la nación están  penetradas por la inmoralidad? ¿Cómo esperar que exista justicia –en este país tan necesitado y carente de ella– cuando los encargados de ejercerla se dejan enredar por el vil dinero, el tráfico de influencias o los apetitos de poder? ¿Cómo confiar en la acción contra el delito, las bandas organizadas y los peces gordos cuando los policías hacen de las “mordidas” un medio de vida? Con todo, los últimos directores de la institución han realizado los mayores esfuerzos de depuración en sus filas, que en muchos casos han tenido correctivos ejemplares, si bien el gigantismo de la empresa facilita no pocos descarríos.

Según la encuesta, las entidades más corruptas de Colombia son el Congreso y los partidos políticos. Entidades que tienen mucho en común como representantes del pueblo, y que debiendo ser, por eso mismo, dechados de pulcritud y eficiencia, son todo lo contrario. Los partidos han deteriorado su esencia democrática, y sus miembros han dejado perder el prestigio personal e institucional que fue la nota preponderante de otras épocas.

Hoy nuestros partidos son los menos reputados en América. Lo dice Fernando Londoño Hoyos en su columna de El Tiempo de este 11 de julio: “La política perdió toda nobleza, se quedó sin altura, sin ideas ni motivos”.

Esta encuesta cubrió 107 países, y entre ellos Colombia tuvo una pésima nota. El primer lugar en corrupción lo ocupó Bolivia, luego quedaron Méjico y Venezuela, y el quinto puesto fue para Colombia. Nos rajamos. Triunfó la corrupción.

Ojalá esta penosa circunstancia lleve a Colombia, con su presidente a la cabeza, a reflexionar sobre los graves problemas que nos rebajan y nos deshonran ante el concierto de las naciones, y a buscar medidas prontas y eficaces para salir del atolladero a que hemos llegado. El hundimiento moral no es de ahora, no es solo de este Gobierno, ni del anterior, ni del de más allá, sino que se ha producido poco a poco a través de largo tiempo.

Se requiere una fuerza nacional –de todos los estamentos y de todos los ciudadanos de bien– para romper las barreras de la indiferencia social y de la común tolerancia con el vicio, que mantienen al país en tan lastimoso estado de ruina moral.

El Espectador, Bogotá, 12-VII-2013.
Eje 21, Manizales, 12-VII-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-VII-2013.

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Comentarios:

Yo creo que mientras no existan leyes fuertes y se apliquen con vigor, nunca vamos a destruir ese flagelo de la corrupción. Mauricio Guerrero, colombiano residente en Estados Unidos.

Si el país no despierta de esta pesadilla, nos aniquilará a todos. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Hay problemas tan arraigados que uno no vislumbra solución a ningún plazo. Si bien es cierto que la corrupción es un mal general en muchos países del mundo, ¿por qué Colombia tiene que figurar entre los más corruptos? Una de las razones por la cual aumentó la corrupción fue la de acabar con el control previo para la fiscalización de los compromisos fiscales del Estado. De esta manera la Contraloría General de la República pasó de hacer un control anterior al egreso, a uno posterior, es decir a «bendecir y avalar» hechos cumplidos, mucho tiempo después de las erogaciones. Pero ¿a quién puede interesarle reimplantar el sistema anterior de control? Se terminaría el festín con los dineros públicos. Gustavo Valencia García, Armenia.

He leído varios escritos donde los columnistas se duelen de la corrupción, a raíz del reciente informe internacional, pero ninguno habla de la sanción social inexistente en Colombia. Sin ella no saldremos de esta situación. Jorge Jaramillo, Bogotá.

De los males mayores del país, la corrupción los supera todos. Por más leyes, cambios a la Constitución, cambios estructurales del sistema, planes decenales para mejorar las cosas, no vamos a cambiar sustancialmente nada sino hasta que cada uno de nosotros hagamos conciencia histórica y autocrítica, aceptando primero que somos los únicos responsables de lo que tenemos y nos merecemos: los unos por acción, los otros por omisión, los otros por adinamia, los otros por complacencia… Jorge Luis Duque Valencia, médico cirujano, Armenia.

Esta columna es el pálpito y el dolor de todos los ciudadanos de bien y del común, que no tenemos forma de alzar la voz en un medio de comunicación. Debo confesar que lo que yo siento es una enfermedad colectiva de desánimo, incredulidad, impotencia, desesperanza y miedo. Los corruptos nos tienen al borde del abismo físico, emocional, económico, que agota  y nos convierte en un pueblo maltratado y dolido. Y nosotros metidos en un laberinto del cual no tenemos posibilidades de salir. Inés Blanco, Bogotá.

Cuando joven, la industria de la familia me enseñó a ver la corrupción bien de cerca y cuando mayor, regresado de estudiar en Europa y ya en el medio trabajando, hube de vivirla bien de cerca y como nunca pude ni quise participar, me vi obligado a salir del país. Jorge Enrique Angel Delgado (correo a El Espectador).

La corrupción en Colombia es una forma de vivir para la clase política desde que somos república. En la actualidad súmanse narcotráfico, contratos y todo tipo prebendas. Adolecemos de códigos éticos que realmente nos conviertan en una sociedad ejemplar, democrática, equitativa, justa. Para eliminar o por lo menos disminuir este flagelo se requieren por lo menos 5 generaciones de colombianos aplicados a un nuevo orden que cambie todas estas malas costumbres. Hay que estudiar, transformar con nuevos valores y códigos éticos lo que queda de país. socratesindignado (carta a El Espectador).  

Muy interesante artículo. Espero ayude a crear conciencia. La corrupción es el cáncer que está devorando al país y de acuerdo a las últimas informaciones hizo metástasis en todas las entidades  oficiales. Pero lo más grave es la permeabilización de la justicia que como dicen varios columnistas en la prensa hizo que se «corrompiera la sal». Hasta ahora no se vislumbra quién le ponga el cascabel al gato, pues todo es fruto de la politiquería y de los politiqueros, a quienes el bien de la nación les importa un pepino. Sólo les interesa llenar sus arcas en forma fácil y rápida, sin importar los medios. Desafortunadamente establecieron la cultura de la trampa y el atajo donde al delincuente se le admira como «vivo» y al honesto lo tachan de «pendejo». Lástima nuestra Colombia, tan bella pero tan mal manejada. William Piedrahíta, colombiano residente en Belleview, Florida.

El derecho a la salud

viernes, 20 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

La ley estatutaria de la salud, aprobada en días pasados por el Congreso y que cumple el trámite de su revisión por la Corte Constitucional antes de ser sancionada por el presidente de la República, es el paso previo para estructurar una verdadera reforma a través de la ley ordinaria de que se ocuparán el gobierno y la rama legislativa en el semestre próximo.

A pesar de que dicha ley contempla aspectos positivos, el campo de la salud sigue en entredicho. Fueron más las expectativas que se formaron que lo que en realidad se consiguió. Se esperaba una ley de mucho mayor alcance, y ya aprobado el acto legislativo, apenas se siente en el país moderada satisfacción. Para interpretar con fidelidad el ánimo de los colombianos, puede decirse que nadie –ni siquiera el Gobierno, que predica las ventajas de la norma– ha quedado conforme por completo.

Es cierto que se ha dado un paso adelante en materia tan sensible para el bienestar de los colombianos, pero los vacíos y las necesidades que quedan por resolver no son de poca monta. Muchos intereses, muchas discusiones y trabas se han interpuesto para consolidar un sólido estado de progreso social en el terreno de la salud.

Han pasado 20 años desde la vigencia de la ley 100, que creó “el sistema de seguridad integral” pregonado en aquel entonces como el gran avance que requería el país. Pero no ocurrió así. Se lograron algunas mejoras, pero al mismo tiempo nacieron poderosos escollos que dieron al traste con los buenos propósitos que habían inspirado el estatuto. Desde entonces la salud ha venido de capa caída, no solo en lo que tiene que ver con su deficiente organización, sino en lo relacionado con la falta de incentivos para el cuerpo médico, y otras falencias.

Estos 20 años no han sido suficientes para llevar a cabo una auténtica rectificación de las políticas equivocadas. Sucesivos ministros del ramo han intentado hacerlo, pero al tropezar con la maraña de intereses creados y los enormes obstáculos que no dejan avanzar, han desistido de su empeño. Se esperaba que la nueva ley cumpliera un cabal cometido reformador, pero las cosas quedaron a medias. Y es que en el país –bajo la batuta de gobernantes, políticos y congresistas– nos hemos  acostumbrado a los retazos, a los paños de agua tibia, a las obras inconclusas. Lo que hoy se decreta, mañana hay que reformarlo o revocarlo. De ahí nace la inoperancia nacional.

De todas maneras, algo se ha avanzado con la nueva ley. Se le pone piso al derecho fundamental de la salud, y esto constituye sin duda una gran conquista. Pero se ata su beneficio a la existencia de recursos en las arcas del Estado. Se consagra la autonomía del médico para decidir el manejo de la enfermedad y la prescripción de los medicamentos, medida que es esencial para  favorecer la salud de los pacientes. Hay que celebrar esta reconquista de la misión de los médicos.

El enfermo podrá acudir a los establecimientos de salud sin ninguna restricción en cuanto a costos y tipo de medicinas que requiera. De este modo, desaparecerán los  “paseos de la muerte”, método inicuo según el cual el paciente podía ser rechazado en clínicas y hospitales por ser oneroso su caso. Si la ley entra en verdad a garantizar la salud de los colombianos, episodios dolorosos como la muerte del enfermo en el tránsito por distintos centros de la salud no tendrán razón de ser.

Los precios de los medicamentos se regularán por el costo promedio que tienen en varios países del área. Al obtener le ley la sanción presidencial, este aspecto entrará a ser reglamentado. De hacerse realidad dicho mecanismo, algo que está por verse, los medicinas en Colombia dejarán de ser las más caras del mundo. Y Colombia disminuirá la calificación como uno de los países más inequitativos. Ojalá fuera verdad tanta belleza.

El Espectador, Bogotá, 29-VI-2013.
Eje 21, Manizales, 28-VI-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 29-VI-2013.

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Comentarios:

La aprobación de una norma que determine mejor calidad de la prestación del servicio de salud es una necesidad sentida, dada la deficiente calidad que prestan las entidades que lo hacen, amparadas en normas restrictivas, que van en contravía de los derechos y necesidades de los usuarios y de la misma normatividad constitucional. De todas maneras algo mejor debe salir de la ley aprobada y de su reglamentación, con la salvedad de que los recursos públicos pueden no alcanzar para la expansión de beneficios y ojalá esta expectativa no se convierta en una nueva frustración. Hay que esperar la refrendación y aplicación de la ley, para saber, de verdad, de sus alcances. Gustavo Valencia García, Armenia.

Creo que no solo las buenas intenciones cuentan. Mientras que los colombianos no decidamos hacer cumplir las cosas y defender nuestros derechos, nada se verá. Alejandra Oñate, Bogotá.

Están legislando no sobre el derecho a la salud, sino sobre el derecho a la atención médica. Ese es el meollo del asunto: la salud depende de mucho más que ir donde un médico y obtener una receta, muchas veces innecesaria, y hasta potencialmente dañina. lgomezu (correo a El Espectador).

La salud sigue siendo un negocio y no un derecho, pobre pueblo. demevelu (correo a El Espectador).