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Pobres usuarios

jueves, 23 de junio de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El artículo Abusos al cliente ha conquistado voces de solidaridad en torno al tema analizado. El país necesita la reforma del Estatuto del Consumidor para adecuarlo a los nuevos tiempos, y echa de menos, sobre todo, la aplicación de severos sistemas de vigilancia y castigo en el ejercicio del comercio y la industria.

Resulta admirable la labor de depuración que cumple el superintendente del ramo,   Pablo Felipe Robledo. De vez en cuando aparecen funcionarios con esa formación, carácter y coraje para cumplir a cabalidad y de modo ejemplar la función pública.

Entre las experiencias comentadas por lectores de la columna, destaco el episodio sufrido por una vecina de Ibagué, que envuelve el caso típico que afecta a muchos usuarios de bienes y servicios. Además, publico varios mensajes recibidos. Más adelante divulgaré otros sucesos.

Deyanira Sánchez Sánchez cuenta que hace 5 años contrató con Movistar el servicio de telefonía fija, televisión e internet, y es clienta de ellos hace más de 15 años (desde Telecom). De repente, le suspendieron el servicio de televisión satelital en el módem, con el argumento de que el aparato no estaba matriculado (como si fuera pirata), y esto le hacía perder el descuento por fidelidad de que gozaba. Después de hablar con una docena de operadores del servicio al cliente, explicándoles que la misma firma había instalado el decodificador, se vio precisada a renunciar al descuento debido a que llevaba quince días sin el servicio.

Meses después, un operador le ofreció un paquete de 61 canales con el 50% de descuento. Aceptó la oferta, y empezó su calvario. Quedaron de montarle el nuevo decodificador en 24 horas. Una semana después, esto no había sucedido. Al hacer el reclamo, le informaron que ella había cancelado la solicitud. Rechazó tal  afirmación, pero se dejó convencer con el halago del descuento y autorizó el trámite. Otra vez fue víctima del engaño: ante otro reclamo suyo, de nuevo le dijeron que la solicitud estaba cancelada por ella misma.

Ante este trato inaudito, anunció que se retiraba de Movistar. Le respondieron que no podía hacerlo sino después de un mes, pero que ahora sí le instalarían el servicio. Y  le ofrecieron cambiarle el plan Diamante por el plan Zafiro. Ella aceptó, llena de increíble paciencia.

Pasaron días y más días (meses, en el total del proceso, que aún no ha terminado) y luego de un sinfín de vueltas y revueltas, de promesas, tretas y evasivas –lo que configura el calvario de burlas e irrespetos que suele padecer el usuario–, Deyanira, extenuada y en vía de siquiatra, quedó apabullada por la impotencia.

Pero aún le quedan fuerzas para calificar su drama, que es el mismo por el que pasan miles de colombianos: “El problema principal radica en que cada vez que el cliente llama para hacer seguimiento a su solicitud, le contesta un operador nuevo, que mira el historial y repite como un robot lo que lee allí o lo que conviene decir. Nadie se responsabiliza de lo acordado en llamadas anteriores y los tales radicados no sirven para nada. Ya no hay atención personalizada, la tecnología nos empuja como rebaños a utilizarla y a engrosar los bolsillos de las multinacionales y grandes empresas, y nosotros somos invisibles para ellos como clientes, cuando de recibir una atención humanizada se trata”.

* * *

(Mensajes recibidos). Eso pasa más de lo que se cree, personalmente lo he sufrido en carne propia. Es más, creo, sin temor a equivocarme, que todos los colombianos han pasado alguna vez por estos procesos. Lo normal es que si yo le compro a un almacén de cadena, este responda por el reclamo. Joaquín Gómez, Bogotá.

En Colombia de verdad que abusan del consumidor. El artículo muestra exactamente la realidad. Estados Unidos es un país consumidor por excelencia, y eso tiene que ver mucho con el gran soporte que dan los almacenes. Ellos hacen hasta lo imposible por tener a los clientes contentos. Carmen Zamora, colombiana residente en Estados Unidos.

El artículo ha puesto el dedo en una llaga crónica que sufrimos los consumidores colombianos. Aquí, mientras uno se mueve en la zona de posible comprador, es el «doctor», ante quien el vendedor es un dechado de amabilidad y simpatía. Pero una vez cerrado el negocio, ya el cliente es despojado de su doctorado y el vendedor se transforma en un apático funcionario (me pasó hace poco en uno de los almacenes de Arturo Calle). La responsabilidad posventa es letra muerta para ellos. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Creo que deberíamos seguir insistiendo por una reforma al Estatuto del Consumidor en el sentido en que, cuando se trata de equipos considerados herramientas de trabajo, como un PC, o de uso regular doméstico, como neveras y lavadoras, o de materias primas, la reposición de la mercancía por parte del fabricante o proveedor, que deben ser solidarios, debería hacerse de forma inmediata. Octavio Quintero,  director de El Satélite. 

Nos pasó en Cali, en Alkosto. Compramos una batería para carro y no habíamos salido del almacén cuando nos dimos cuenta que chorreaba un líquido. La batería estaba averiada. Nos devolvimos para reclamar y ya no nos prestaban la suficiente atención. Nos mandaron a ir  supuestamente adonde el distribuidor… Al cabo de tres semanas nos dieron una nueva. O sea, el carro no se pudo usar en el momento en que lo necesitábamos. Ladesplazada (correo a El Espectador).

 

El Espectador, Bogotá, 17-VI-2016.
Eje 21, Manizales, 17-VI-2016.
El Satélite, 20-VI-2016.

Abusos al cliente

miércoles, 8 de junio de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Octavio Quintero, director del periódico digital El Satélite, denuncia la desatención del almacén Éxito de Fusagasugá cuando él se quejó de la avería que presentaba una computadora Lenovo que días atrás les había comprado. Al querer hacer uso de la garantía, le informaron que eso era asunto del proveedor, donde el caso le sería resuelto en el curso de treinta días. Ellos se limitaban a remitir el aparato a Lenovo.

Esto equivalía a quedarse sin su herramienta de trabajo. Protestó, pero su queja no tuvo solución. El Éxito argumenta que ellos no son los que responden por la calidad del producto, sino que se convierten en intermediarios del trámite, con graves perjuicios, como se ve, para el comprador.

Entra aquí a cuestionarse la falta de protección al usuario, quien cree de buena fe que ha hecho una compra garantizada. Pues no: ha sido víctima de un engaño. Esa es la palabra exacta –engaño–, pues nadie lo informó, en el momento del negocio,  de esa modalidad oculta, que no debe existir en las sanas reglas del comercio.

“¿Podría yo demandar –pregunta Octavio Quintero –por daños y perjuicios al Éxito y a Lenovo?”. Por lo pronto está metido en un berenjenal ante la inefectividad de la garantía y la ineficacia del Estatuto del Consumidor (ley 1480 de 2011). Esto es lo que dice el artículo 3.°, numeral 1.5 de dicha norma, que establece el derecho del consumidor: “Reclamar directamente ante el productor, proveedor o prestador (del servicio), y obtener reparación integral, oportuna y adecuada de todos los daños sufridos”…

Lo que ha debido suceder es que el almacén le cambiara el artículo defectuoso por uno bueno. Esto hace abrir los ojos para comprar los equipos directamente a la firma fabricante o sus proveedores autorizados, y no a las supertiendas, como en este caso, que evaden la responsabilidad mediante la remisión de la mercancía al fabricante, dejando al cliente con los brazos cruzados durante treinta días.

Lo que sucede con dicha computadora también puede ocurrir con televisores, equipos de sonido, neveras y diversos aparatos de índole similar exhibidos en los supermercados y que el comprador adquiere convencido de que no tendrá problema si el aparato presenta alguna falla. Lo que no pregunta, ni el establecimiento se lo informa, es cómo es la garantía.

¿Dónde está la “defensa del consumidor”? Ojalá tome nota la superintendencia del ramo sobre el suceso referido. Una amiga mía que vive en Estados Unidos me comenta que algo que se compra allí y no funciona es cambiado de inmediato por el almacén. En Colombia vivimos llenos de normas, de códigos, de ofertas deslumbrantes, pero no de servicio. El engaño aquí es hábito pernicioso.

Conozco otro caso. El de una plancha comprada en Alkosto que dejó de funcionar quince días después. Cuando el cliente hizo el reclamo, se le informó que la garantía era por ocho días. Y perdió la plancha. Entonces se dirigió a Home Center, donde se informó muy bien, leyó y releyó la cartilla, y compró una nueva plancha con garantía de un año. Ellos mismos tramitan el proceso con el fabricante, sin que el cliente se vea perjudicado como el de Fusagasugá.

Y otro. Llamé a Codensa para informar, con eminente espíritu cívico, que el parque situado al frente del edificio había quedado en completa oscuridad debido a que las farolas públicas se habían fundido. Me dieron el número del “radicado”, con la promesa de que en tres días se arreglaría el problema. ¡Esta sí es eficiencia!, me dije. Llamé una semana después, y la solución fue aplazada otros tres días. En la tercera llamada recibí la misma respuesta, siempre con tono azucarado. Es lo que sucede por lo general en estas gestiones tan engorrosas como inútiles.

Se trata, por supuesto, de un disco rayado que el empleado del “servicio al cliente” sabe recitar a la maravilla. El formato es perfecto, pero la eficiencia no se ve. Ha pasado más de un mes de mi reclamo, y el parque sigue en tinieblas, con riesgo para la seguridad de los apartamentos. Esta es Bogotá, Sancho. Esta es Colombia.

El Espectador, Bogotá, 3-VI-2016.
Eje 21, Manizales, 3-VI-2016.

Comentarios

Eso pasa más de lo que se cree, personalmente lo he sufrido en carne propia. Es más, creo, sin temor a equivocarme, que todos los colombianos han pasado alguna vez por estos procesos. Lo normal es que si yo le compro a un almacén de cadena, este responda por el reclamo. Joaquín Gómez Merlano, Bogotá.

En Colombia de verdad que abusan del consumidor. El artículo muestra exactamente la realidad. Estados Unidos es un país consumidor por excelencia, y eso tiene que ver mucho con el gran soporte que dan los almacenes. Ellos hacen hasta lo imposible por tener a los clientes contentos. Además, la competencia es muy dura. Carmen Zamora, colombiana residente en Estados Unidos.

El artículo ha puesto el dedo en una llaga crónica que sufrimos los consumidores colombianos. Aquí, mientras uno se mueve en la zona de posible comprador, es el «doctor», ante quien el vendedor es un dechado de amabilidad y simpatía. Pero una vez cerrado el negocio, ya el cliente es despojado de su doctorado y el vendedor se transforma en un apático funcionario (me pasó hace poco en uno de los almacenes de Arturo Calle). La responsabilidad posventa es letra muerta para ellos. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Creo que deberíamos seguir insistiendo por una reforma al Estatuto del Consumidor en el sentido en que, cuando se trata de equipos considerados herramientas de trabajo, como un PC, o de uso regular doméstico, como neveras y lavadoras, o de materias primas, la reposición de la mercancía por parte del fabricante o proveedores, que deben ser solidarios, debería hacerse de forma inmediata. Octavio Quintero,  director de El Satélite. 

Los almacenes como Éxito o Alkosto lo dejan a uno viendo un chispero. No sé para qué venden si no responden por la calidad. No se les ocurra comprar impresoras Canon, sus cartuchos son tan caros, que toca seguir pagando fotocopias por fuera, pues un cartucho está en 66 mil pesos y no saca más de 100 copias. Erizada (correo a El Espectador).

Nos pasó en Cali, en Alkosto. Compramos una batería para carro y no habíamos salido del almacén cuando nos dimos cuenta que chorreaba un líquido. La batería estaba averiada. Nos devolvimos para reclamar y ya no nos prestaban la suficiente atención. Nos mandaron a ir  supuestamente adonde el distribuidor… Al cabo de tres semanas nos dieron una nueva. O sea, el carro no se pudo usar en el momento en que lo necesitábamos. Ladesplazada (correo a El Espectador).

Crece el optimismo

miércoles, 2 de diciembre de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El presidente Santos se lo ha jugado todo por la paz. La paz es su obsesión. Tanto es su empeño en esta idea, que en ocasiones descuida otros asuntos que exigen mayor atención. En su campaña presidencial fijó pautas claras sobre la búsqueda de la paz, y en su gobierno puso en marcha sistemas audaces frente a las Farc, que por supuesto lo alejaron de Uribe, quien tiene una concepción opuesta a la suya.

Con esta guerrilla se han ensayado diversos mecanismos a lo largo del tiempo, con resultados negativos. Según Uribe, el método indicado para derrotarla está en la lucha armada. Así actuó durante sus dos mandatos –incluso con participación de Santos como ministro de Defensa–, y la paz no se consiguió.

Agotado este recurso, las vías del diálogo significan para Santos la mejor fórmula para propender al acuerdo de paz. Es lo que se hace ahora. El programa se lanzó en Oslo en octubre de 2012, y las conversaciones se iniciaron en La Habana en noviembre siguiente.

Se cumplen tres años de diálogo en medio de grandes escollos, y si bien es cierto que se han obtenido convenios esenciales, aún subsisten serias diferencias para culminar la operación. Mientras tanto, el país se impacienta y pide más. El tiempo fatiga. Las propias Farc no pensaban que esto iba a durar tanto.

No es fácil el camino por recorrer. Ha sido un camino tortuoso, torpedeado por los enemigos de la fórmula de arreglo, que son, sobre todo, el expresidente Uribe y sus seguidores, que han adelantado una campaña implacable para dar al traste con la intención gubernamental. Ellos no se detienen a considerar que van en contravía de la opinión mayoritaria de los colombianos.

Varias veces las conversaciones han estado a punto de romperse. El pesimismo nacional ha sido crucial en algunos momentos de la negociación. En julio del 2014, los atentados de las Farc contra la infraestructura energética, que dejaron sin luz a Buenaventura y Orito, constituyeron una de las contingencias más graves del proceso.

En noviembre de 2014, el presidente Santos suspendió las conversaciones a raíz del secuestro del general Rubén Darío Alzate por el frente 34 de las Farc en el corregimiento de Las Mercedes (Chocó). Otro momento dramático ocurrió en abril de 2015, cuando murieron once militares en el ataque perpetrado en el corregimiento de Timba (Cauca).

Estos reveses se han superado. Hoy, los índices de respaldo a la solución negociada  alcanzan niveles significativos. Según encuesta del Centro Nacional de Consultoría, en octubre pasado, el 73 por ciento de los colombianos respalda el proceso de paz. Esto contrasta con lo ocurrido meses atrás, cuando el índice no llegaba al 40 por ciento.

Al crecer el optimismo de los colombianos, cabe esperar que será posible la firma del acuerdo el 23 de marzo de 2016, o antes, como lo convinieron las dos partes. El país necesita mantener la actitud positiva. Hay que desterrar los mensajes tendenciosos y fatalistas que circulan por las redes, movidos por los profetas de desastres.

Los correos alarmantes, a veces anónimos, pero con apariencia de veracidad, son muy peligrosos, y los autores suelen esconderse entre las sombras. Su objetivo es claro: crear confusión e inseguridad. Aquí es donde se impone pensar y obrar con serenidad y aplicar un criterio equilibrado.

El Espectador, Bogotá, 27-XI-2015.
Eje 21, Bogotá, 27-XI-2015.

* * *

Comentarios

De acuerdo. Hay que tener seso en la cabeza y entender bien el camino ya tomado. Alberto Gómez Aristizábal, director de la revista La Píldora, Cali.

Es verdad, confiemos y mantengamos el optimismo. El país lo necesita, todos lo necesitamos, aun los empeñados en obstaculizar los buenos resultados. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Francamente, no creo que esté creciendo el optimismo. Creo que está creciendo el afán por que crezca el optimismo. Colombia no quiere una paz temporal que sea el inicio de otra guerra infinita. Con impunidad no hay justicia y sin justicia no hay paz. La paz que queremos es una paz que sea segura para nuestros hijos. hugobahamon@yahoo.com (correo a El Espectador).

Su columna entusiasma y esto se palpa en muchas personas antes pesimistas. Estoy de visita por unos meses en Australia. En la reunión de bodas de mi hijo, charlaba con varias personas que me preguntaban sobre Colombia, su situación política, la seguridad (tienen muy claro nuestro inri de violencia), estuvieron muy atentos en mis explicaciones y muy interesados en saber que Colombia, después de 50 años de guerra, firmara un acuerdo de paz con las guerrillas, y gracias, les dije,  a que los colombianos elegimos a Juan Manuel Santos. Muchas de estas personas desean visitar nuestro país; sorpresivo encontrar algunos que lo han visitado recientemente, y estaban encantados. Gilberto Giraldo Henao, Australia.

Valeriano Lanchas, niño prodigio

martes, 20 de octubre de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nació en Bogotá el 16 de julio de 1976, el mismo día que se estrenaba la Ópera de Colombia. Cuando en el 2006 la entidad cumplía 30 años, le pidió un concierto para celebrar dicha efeméride.

El ciudadano español Felipe Lanchas, su padre, se estableció en Bogotá en 1973 y se casó con la colombiana Marta Nalús, de origen libanés, con quien tuvo 3 hijos. Vinculados al campo docente, los esposos cumplirían destacada labor en varias universidades –dentro del campo de la investigación– y serían los primeros maestros del futuro cantante lírico. Su padre le enseñó a leer música, y de ambos heredó la riqueza de la voz. Dice Valeriano que la voz de su mamá es superior a la de Helenita Vargas, “La Ronca de Oro”.

Marta Nalús me narra el siguiente episodio. A los 6 años lo llevó a la primera ópera en vivo, El matrimonio secreto. Debido a su corta edad, el portero le negó la entrada. “Por favor, déjeme entrar. Yo no molesto”, rogaba el niño. De tanto insistir, logró al fin el acceso al teatro. Sentado en la silla de terciopelo rojo, sus pies no llegaban al suelo. Pero se sentía grande.

Abrumado con la inmensidad del teatro y embelesado con la lámpara y el telón de boca, en un intermedio le dijo a su mamá: “Cuando sea grande, quiero estar donde se paran los señores a cantar”. En ese momento se reveló su vocación musical. El ambiente de su casa vibraba con la música de Garzón y Collazos, con el piano, la guitarra o las rancheras. Los padres cantaban a dúo áreas de ópera o de zarzuela. Esa mezcla entre la música clásica y la popular afinaba el oído, y sobre todo el alma, de quien ya era niño prodigio.

Por aquellos días iniciaba Marta Senn su carrera de mesosoprano, y más adelante ponderaba el talento vocal de Valeriano y su hermoso e inconfundible timbre de voz. Consideraba que “si sabe aconsejarse bien por sus maestros y si sabe evitar la manipulación de los directores de casas de ópera y de los agentes de artistas, sus rutas por el panorama internacional de la lírica le están abiertas”.

En 1986, cuando Hernando Valencia Goelkel cerró la ópera y les dijo a los amantes del género que debían ir al Metropolitan de Nueva York, Valeriano, de 10 años, fundaba la nueva ópera en Colombia. Ópera infantil que se presentaba en reuniones de familiares y amigos con títulos como Rigoletto, Carmen, La flauta mágica.

A los 12 años, daba su primera conferencia de ópera en una fundación cultural de Bogotá. A los 14, metió la ópera –representada en plastilina– en la canastilla de la basura situada al frente de la casa y, ante el estupor de todos, anunció: “Se acabó la ópera de plastilina y empezó la ópera de verdad”.    

A los 19, entró por los caminos de la fama como ganador del concurso dirigido por Pavarotti, cuya finalidad era descubrir talentos jóvenes. En tal escenario cantó Tosca al lado del tenor italiano, que lo calificó como el bajo más joven del mundo. Era su debut internacional. Había abierto el cielo con la voz. Después vendría la cadena de éxitos incesantes por los teatros más prestantes del orbe.

En diciembre próximo será el primer colombiano que cantará como solista en el Metropolitan Opera de Nueva York, la mayor institución de música clásica de Estados Unidos y uno de los recintos más importantes de la ópera mundial. Sitio reservado a figuras consagradas del canto: Plácido Domingo, Luciano Pavarotti, José Carreras… Ahora entra el colombiano a compartir honores con los famosos.

Este recorrido al vuelo por la vida de Valeriano Lanchas permite resaltar su talento innato, que sacó a relucir a los 6 años, cuando Marta Nalús lo llevó al Teatro Colón de Bogotá. Allí quedó seducido por el mundo fascinante que se abría ante sus ojos. El arte lo llevaba por dentro.

Su vida ha estado gobernada por la disciplina, el estudio, la reflexión y la entrega apasionada al bel canto. Por otra parte, es lector empedernido y pintor aficionado. Escribe una novela, que puede suponerse basada en la gran novela de su vida. De chico era aficionado a la colección de gafas y de billetes del mundo. En suma, una inteligencia inquieta y aguda.

Hoy, a los 39 años, Valeriano Lanchas es un niño grande. Goza con los dones de la vida, ríe con las cosas gratas, se complace con los hechos simples. Y ama a su familia. Dueño de exquisito sentido del humor, esa condición la transmite con naturalidad a los personajes bufones que encarna en la ópera. No ha dejado de ser el niño prodigio de los 6 años.

No lo marean los aplausos, ni se deja envanecer por el éxito. Lo emocionan, pero no lo desquician. Sabe que lo que cuenta, por encima de todo, es la conjunción de su arte con su mundo interior.

El Espectador, Bogotá, 16-X-2015.
Eje 21, Manizales, 16-X-2015.

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Historia inspiradora. Trataré de ver a Valeriano en el Met. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Lo he oído un par de veces en vivo y varias en grabaciones y sin lugar a dudas es uno de los mejores bajos de la actualidad. Alberto Lozano Torres, Bogotá.

Qué gran talento Valeriano Lanchas. Está joven y cuenta con amplios horizontes. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

Pasando el río

miércoles, 9 de septiembre de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Las fotos muestran filas de hombres y mujeres que atraviesan el río Táchira en medio de una temperatura tórrida, transportando las pocas pertenencias que han podido salvar en su desalojo precipitado de Venezuela. En la ribera aparece un hombre desolado que cuida el cabezal de la cama, el armario, un atado de tablas y otros utensilios, y piensa sin duda en su familia separada por la ferocidad de Maduro.

Fotos infamantes de la grave crisis humanitaria sufrida por Colombia bajo la garra del déspota tropical con pretensiones fascistas. Van hasta el momento, entre las personas deportadas y las forzadas a emigrar, más de 10 mil colombianos a quienes no quedó otro camino que escabullirse por trochas y ríos peligrosos, entre maltratos, humillaciones, vejámenes y la amenaza de los fusiles.

Esta operación de “limpieza” se realiza no solo en los 10 municipios de Táchira que fueron declarados en estado de excepción, sino en Caracas, de donde han sido deportados 32 colombianos. Hoy, ser colombiano en Venezuela es sinónimo, para Maduro y su régimen, de narcotraficante, contrabandista o paramilitar. No es que así lo crean, sino que les conviene señalarlo a fin de crear un hecho perturbador de las elecciones parlamentarias de diciembre, para impedir de esa manera el voto adverso de sus compatriotas. Desde luego, también hay venezolanos incluidos en la misma calificación.

Se dice que es la frontera más peligrosa del mundo. Por allí circulan cada día 200 mil personas, muchas de ellas dedicadas al contrabando y otros delitos, y pertenecientes a los dos países. El problema es común y debería, por lo tanto, controlarse en ambas direcciones.

De la noche a la mañana las casas de sencillos colombianos quedaron marcadas, como en el régimen de Hitler, con las letras R (revisada) y D (demoler), y estas últimas fueron derribadas con ímpetu diabólico. Queda para la historia este cuadro imposible de borrar en la memoria de las crueldades humanas. Más clara no puede ser la xenofobia implícita en la actuación de Maduro, ni más evidente su ánimo agresivo contra los colombianos, con lo que quiere tender un telón de humo sobre los asfixiantes problemas internos que vive su gobierno.

Ahora bien, Uriel Ortiz Soto revela en El Espectador, este 1° de septiembre, que al fin se ubicó la partida de nacimiento de Maduro. Dice que su nombre completo es Nicolás Alejandro Maduro Moros, nacido en Ocaña, Norte de Santander (Colombia), el 21 de noviembre de 1961, partida de nacimiento número 11, folios 412 y 471. De ser así, es presidente ilegal de Venezuela. Y no se entendería su mala leche respecto a su fobia contra los colombianos (sus propios paisanos).

Esta tensión ha sido persistente desde los propios albores de las dos naciones, ambas libertadas por Bolívar (venezolano de nacimiento y colombiano de corazón). La traición de Páez significó el retiro de Venezuela de la Gran Colombia, poco antes de la muerte de Bolívar. El conflicto fronterizo por la delimitación marítima en el Golfo de Venezuela ha dado lugar a contiendas recurrentes, que en ocasiones han hecho exacerbar los ánimos de los presidentes de turno de ambos países. Mala estrella nos alumbra.

No obstante, por épocas cesa la hostilidad y se fortalecen las buenas relaciones. De hecho, Colombia ha contado con la amistad de eminentes mandatarios del llamado país hermano. Que hoy de hermano no tiene nada. “Así no se comporta un país amigo”, dijo la canciller María Ángela Holguín. Maduro prefiere la provocación, el tono altisonante, el insulto, la befa y la rudeza. Dios nos libre de sus rayos y sus desesperos. Y que a Colombia Dios la libre de utilizar sus mismos procederes.

Lo que más se lamenta es que organismos que debieran actuar con prontitud y eficacia para dirimir la actual coyuntura, como la OEA y Unasur, sean inoperantes  para propiciar fórmulas de entendimiento entre ambos países y proteger la dignidad humana, tan pisoteada en esta ocasión. ¿Por qué camino vamos? ¿En qué quedan los principios de mutuo respeto, de integración continental y sobre todo de hermandad entre los países libertados por Bolívar?

Maduro ha hecho el milagro de unir a los colombianos en torno a la política del  presidente Santos para manejar el conflicto por la vía diplomática y con las dosis de serenidad, paciencia y firmeza de que ha hecho gala. Ese es el camino que debe seguirse.

El Espectador, Bogotá, 4-IX-2015.
Eje 21, Manizales, 4-IX-2015.

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Esta nota se une a las múltiples voces de disentimiento que se han alzado a raíz de las arbitrariedades del cantinflesco venezolano mayor. Qué tristeza que existan seres así. Y muy lamentable que un individuo de estos pueda acabar con un país rico y hermoso impunemente. Algún día pagará sus desafueros. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

La diáspora de colombianos hacia Venezuela ocurrió en los años 70, 80 y 90, cuando el ‘boom’ petrolero, por aquella época en que un dólar valía lo mismo que un bolívar. Hoy ningún colombiano con dos dedos de frente cruzaría la frontera para quedarse en ese moridero ‘ad portas’ del colapso económico y social. Los que quieren ingresar hoy lo hacen porque allá tienen su vivienda, un pequeño negocio y a sus familias. Patecaucho Cibernético (correo a El Espectador).

Con Maduro queda demostrado que el poder enloquece a los hombres mediocres. Y el tema de su nacimiento es muy similar al que tenemos aquí con Obama. Su partida de nacimiento real no aparece. Se fabricaron una y hay varios testigos y la tecnología ha demostrado su falsedad. Sus documentos y calificaciones universitarios son secreto de estado. Es sabido que se cambió el nombre de Barry Suetoro a Barack Hussein Obama. Fue criado por abuelo y padres comunistas y educado como musulmán aunque dice que hace 20 años es cristiano. Los hechos demuestran lo contrario. Su carrera política también fue fabricada. Jamás ejerció como abogado, trabajó como organizador comunal por corto tiempo. Lo eligieron como congresista y realizó el juramento en lugar de con una biblia, con el Corán. Los libros que llevan su nombre se los escribió un tipo que estuvo preso por terrorismo en los años 70 y que salió libre gracias a la amnistía que dio Clinton cuando salió de la presidencia. Gloria Chávez Vásquez, escritora colombiana residente en Nueva York.

¡Mi adorada Colombia…!, fue el saludo del Libertador a su maestro Simón Rodríguez, en enero de 1824, cuando supo de su regreso a América para abrazarlo. Otra frase suya: “¡Si Caracas me dio la vida, Colombia me dio la gloria!”. El amor a la patria, la gratitud y la amistad  fueron  las virtudes  excelsas del Libertador Simón Bolívar. La última proclama, el 10 de diciembre de 1830, es la expresión suprema de la grandeza del héroe, destrozado su corazón por las traiciones. Los atentados contra su vida, el asesinato de Sucre, los calificativos de usurpador, de tirano, le dejaron solo la fuerza espiritual para decirnos: “¡Colombianos, si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro!”. “¡La suerte de Venezuela no me puede ser indiferente ni aun después de muerto!”, le escribió a Páez en 1828. Presidente Maduro: vaya a la casa donde nació el Libertador y preséntele la suerte de la Venezuela hoy… Isaac Vargas Córdoba, Bogotá.