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El contagio de la esperanza

miércoles, 29 de abril de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Tal vez la palabra “contagio” ha sido la más pronunciada –y la más temida– durante estos días de emergencia sanitaria provocada por el coronavirus. El mundo se paralizó con la propagación de este brote infeccioso que causa terror a las 7.700 millones de personas que habitan el planeta. Es increíble que un agente microscópico como el virus que hoy camina por todas partes y nadie lo ve sea capaz de frenar el desarrollo de las naciones y llenar de pánico a sus habitantes.

Nadie está exento de sucumbir bajo el poder de este misterioso personaje de todos los tiempos que irrumpe cuando menos se espera y produce miedo, muerte y lágrimas. Se aleja por épocas, para volver al cabo de los años con mayor ímpetu. Otras veces, desaparece para siempre. O quizás no: solo cambia de fisonomía y de nombre. Y llega con otros venenos que desconciertan a los científicos. Mientras se fabrica la nueva vacuna, quedarán por todas partes regueros de muertos y miseria.

Hoy el mayor reto de la ciencia está en descubrir el antídoto contra este mal diabólico que ataca a todos y se ríe de la humanidad. Las pestes son parte de la naturaleza humana y le enseñan al hombre a mantener el equilibrio, practicar el bien, no abusar del poder y la riqueza, no maltratar a los humildes, cuidar el planeta. Y recuerda que todo es quebradizo y nada es eterno, comenzando por el mismo hombre.

Las epidemias son un regulador de la vida, una balanza del bien y del mal. Los filósofos y los escritores de todas las épocas han dejado obras y reflexiones trascendentes, y de ellas nos acordamos cuando surge una nueva tempestad. Hace un siglo –octubre de 1918–, Laureano Gómez narraba los horrores de una epidemia de gripa que tenía paralizada –como hoy– a Bogotá. Y decía:

“…las oficinas están casi todas cerradas; los colegios lo mismo, se han suspendido los exámenes en las facultades; se han ordenado cerrar teatros y cines y por las calles no se encuentra un alma de noche (…) El pánico ha ido creciendo. Los entierros pasan continuamente. El problema se ha agravado porque los sepultureros unos están enfermos, otros se han muerto en el oficio (…) hay momentos en que más de cien cadáveres esperan regados en los corredores de la bóvedas que los pongan bajo la tierra”.

¿No es ese el mismo cuadro apocalíptico, e incluso peor, que se vive hoy? Entonces, una gripa causaba la muerte a gran escala; ahora, una neumonía hace lo mismo –y se le da el nombre de covid-19–. Bajo la perturbación actual, se repiten unas cuantas palabras que pintan lo que está sucediendo: “cuarentena, encierro, expansión del virus, caída de la producción, los más vulnerables, aplanar la curva, crisis, hambre, angustia, infectados, fallecidos…” La historia de siempre.

El papa Francisco recorrió la plaza desierta del Vaticano antes de dar la bendición urbi et orbi. Nunca se había visto esa plaza monumental llena de semejante soledad. Esa es la imagen del mundo. Oró por los enfermos, los pobres, los médicos y enfermeras, las familias que lloran. Pidió que cese la guerra entre las naciones; que no se fabriquen y vendan más armas; que se superen el odio, la indiferencia y el egoísmo. Después del contagio del virus debe venir el contagio de la esperanza. Eso es lo que necesitamos: un mundo nuevo.

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El Espectador, Bogotá, 25-IV-2020.
Eje 21, Manizales, 24-IV-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 26-IV-2020.
Aristos Internacional, n.° 35, Alicante (España), sept/2020

Comentarios 

Especialmente me gustó este mensaje en el sentido de que “Después del contagio del virus debe venir el contagio de la esperanza”. Tiene toda la razón. Vemos luz al final del túnel, pero el problema, por ahora, es que no sabemos qué tan largo es ese túnel, y si el oxígeno les alcanzará a todas las empresas y personas para atravesarlo. Esperamos que a la inmensa mayoría sí. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Así como nuestro organismo sube la temperatura corporal para combatir los virus y bacterias (fiebre), así mismo la madre naturaleza crea las guerras y pandemias cíclicas para purgarse o desintoxicarse de ese parásito depredador que es el ser humano. Porque es justo, o al menos compensatorio, que el hombre dedique algún tiempo en dar la muerte como liberación, después de que se ha obstinado tanto tiempo en dar la vida como condena. julioh78_181351 (correo a El Espectador).

La ciencia se muestra, esta vez, impotente. Sin embargo, es sorprendente apreciar cómo la naturaleza parece recordarle al hombre que su presencia en el mundo ha sido y es nefasta, pues su manifiesta soberbia rompe de manera permanente el equilibrio vital y es la especie depredadora. Gustavo Valencia García, Armenia.

He leído con gran interés y asombro esta columna. En 100 años la humanidad repite una pandemia y son muchas las referencias que hay acerca de estos sucesos en la historia del hombre, solo que los leíamos como eventos tan lejanos que no nos alarmaban. Sin embargo, hoy hemos tenido que vivir y padecer el aterrador virus, que como un rey llegó para gobernar con su corona de muerte. Inés Blanco, Bogotá.

Yo soy un poco escéptico de que esta crisis sea capaz –una vez termine– de cambiar en los seres humanos esas ansias de riqueza, placer y poder, en cuya búsqueda recurre a todos los medios lícitos e ilícitos y dejando de lado el cuidado de su salud, de la del planeta y de sus semejantes. Quisiera adquirir el contagio de la esperanza, pero ya son muchos años conociendo la naturaleza humana y comprobando a diario esa rebeldía del hombre por aprender y reconocer que aparte de «lo mío», hay muchas personas con carencias que afectan su calidad de vida y a quienes podemos ayudar. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Muy interesante esta página porque a pesar de ser un tema que llena los diarios y ocupa todas las columnas, plantea reflexiones omitidas por otros  escritores. Ve al trasluz de esta  hecatombe, de este dolor  global, «un regulador de la vida», «una balanza del bien y del mal». Muy bella  la metáfora  sobre  la  plaza de San Pedro llena de  soledad. No estamos hechos para la soledad, hay una tristeza infinita en  el corazón frente a una tragedia que, como  ninguna otra, evidencia la injusticia social. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Así piensan los jóvenes

martes, 14 de abril de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La encuesta gigante de Cifras & Conceptos efectuada hace poco para la Universidad del Rosario, con el apoyo de El Tiempo, revela datos inquietantes respecto a lo que piensan los jóvenes sobre la situación del país. En este grupo están ubicadas  las personas entre los 18 y los 32 años, que representan a 4 millones de colombianos.

Entre diciembre y febrero fueron consultados, tanto en forma presencial como virtual,  4.230 ciudadanos en todo el país. Es la muestra de opinión más amplia que se ha hecho, y ventila duros señalamientos sobre lo que se mueve por el camino equivocado y que debe corregirse para que Colombia sea en verdad una nación más justa y equitativa, que está lejos de serlo.

La corrupción y el desempleo son los campos más enjuiciados por los jóvenes. Y no solo por ellos: es un clamor que repercute en todo el territorio nacional. De continuo salen a relucir monstruosos robos contra el erario, y otra clase de delitos, que, lejos de frenarse, se intensifican. Los mayores delincuentes son de cuello blanco, y para ellos no existe el rigor de la ley.

Es bien conocido el caso de los funcionarios de control que llegan comprometidos a su cargo y no pueden, por lo tanto, actuar con independencia, si tienen las manos atadas. Suele ocurrir que de entrada anuncian medidas ejemplares contra los asaltantes de los bienes públicos, y terminan encubriendo la impunidad que asfixia a la administración pública, cuando no son ellos mismos los que delinquen.

En cuanto al desempleo, los índices vienen en constante aumento, y subirán hasta niveles insospechados después del coronavirus. Parte del desempleo es el subempleo, que muchas empresas manejan con tiranía. El empleo informal es situación crónica que castiga a miles de ciudadanos, sin que se vean fórmulas de solución.

Entre las opiniones que tienen los encuestados sobre la Colombia desfigurada por tanto vicio y desafuero, los jóvenes mencionan, como motivantes de ese desastre, la apatía ciudadana, el conformismo, la corrupción, la desigualdad, la inseguridad, el miedo.  Bien dijo Darío Echandía: “Colombia es un país de cafres”.

Hay una tendencia sorprendente: el 49 % prefiere una mascota a una compañía fija, y el 36 % no quiere tener hijos. Este es un fenómeno de la época: vivir aislados y sin hogar por propia decisión. La familia ha perdido solidez en la sociedad moderna, que es más dada a la inconexión, a la falta de compromiso, e incluso a la soledad. ¿En qué sociedad estamos? Si decaen los principios de la solidaridad y la unión familiar, y si el hogar entra en barrena, como sin duda sucede, la vida se vuelve insustancial. Y se pierde el encanto de vivir.

Los jóvenes de la encuesta no creen en los jueces, ni en los políticos, ni en el presidente ni en el Congreso… No creen en las instituciones. De esta manera, se convierten en la voz de la inmensa mayoría de los colombianos. La incredulidad crea el mundo apático en que vivimos.

Pero, por otra parte, los jóvenes muestran gestos positivos, como el de preferir –el 63  %– el diálogo directo con las personas. Apenas el 2 % considera que la protesta callejera es la vía  para buscar soluciones. Otro aspecto destacable de este estudio, que señala la manera de ser de los colombianos, es que el 66 % vive con alegría –¡quién lo creyera!–, a pesar de los problemas y los sinsabores.

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El Espectador, Bogotá, 11-IV-2020.
Eje 21, Manizales, 10-IV-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-IV-2020.

Comentarios 

Sí, no hay esperanzas para la juventud y la niñez en este país destrozado por la politiquería, la corrupción y la falta de justicia. Eso comentaba yo en estos días con una amiga. Las parejas no quieren tener hijos, no sé si por comodidad o por temor del mundo que les queda; también por la falta de compromiso para formar un hogar estable. Inés Blanco, Bogotá.

No me sorprende que el desempleo y la corrupción sean motivo de temor para los jóvenes, pues son dos campos que los afectan directamente en su búsqueda de un porvenir adecuado. Por otro lado, es patente la displicencia juvenil por dejar descendencia y creo que eso se debe al poco incentivo que problemas como la politiquería, el desempleo, la inseguridad laboral y la desigualdad social dejan para un futuro promisorio de los hijos que podrían traer a este mundo. Sobre esto, creo yo que es una forma que la misma naturaleza adopta para disminuir la población mundial, pues al ritmo de crecimiento actual y al ritmo de disminución de los recursos naturales como el agua, la situación pronto será caótica. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

El reinado del silencio

martes, 31 de marzo de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

En el principio del coronavirus –cuyo primer caso fue detectado el mes de diciembre en Wuhan (China)–, nadie pensaba que el mal se extendería por todos los continentes,  excepto la Antártica (en total, 185 países). Hoy las personas contagiadas pasan de 400.000, y las muertas, de 17.000.

La progresión crece a ritmo vertiginoso y se acentuará en los próximos meses, de acuerdo con el cálculo de los científicos. Veamos estas cifras: la pandemia tardó 67 días en llegar a los 100.000 contagiados, 11 más para alcanzar los 200.000 y solo 4 días después llegaba a 300.000.

Algunas pandemias han dejado millones de muertes en el mundo, entre ellas la peste negra, en el siglo XIV; la viruela, en el siglo XVI; la gripe española, a principios del siglo XX; el sida, a finales del siglo XX. En cuanto al coronavirus, lo peor está por llegar. Pero no hay que dejarse manejar por el pánico. Mantener la calma es la mejor fórmula para enfrentar uno de los mayores desafíos que recibe la humanidad. Y luego, practicar con rigor los sistemas preventivos diseñados para todo el planeta, y que en Colombia se están ejecutando con medidas severas como la cuarentena nacional.

En Colombia, hasta el momento de escribir esta nota, se contabilizan 378 contagiados y 3 muertos. Esto contrasta con otras latitudes en las que los resultados son alarmantes. Los países más infectados son China (con 82.000 casos), Italia (con 69.000), Estados Unidos (con 52.000), España (con 46.000). Del número total de infectados, 100.000 han sido sanados.

Para tener mejor perspectiva del fenómeno, debe observarse la densidad de población: China tiene 1.400 millones de habitantes; Estados Unidos, 320 millones, y Colombia, 50 millones. Otro dato destacable está en China, al mostrar, a raíz de la rígida disciplina  que allí se cumple, una línea en descenso frente a la aparición de nuevos infectados.

El coronavirus es un llamado a la conciencia universal para que reflexione sobre el mal comportamiento de la humanidad respecto a las reglas de la convivencia, pervertidas en buena parte del planeta, y que se reflejan en la tiranía de los gobiernos, la corrupción pública, la guerra entre naciones, la guerra entre hermanos, los abusos de los poderosos, la crueldad contra los desvalidos, el atropello contra la naturaleza. El mundo está descarriado.

En estos días de aislamiento, apreciaremos lo que tenemos y no podemos disfrutar. Sabremos valorar el sentido de la vida, de la libertad, de la salud, de la solidaridad, de las cosas sencillas. Aprenderemos que todos somos perecederos.

El silencio de las horas y la densidad de las noches dirá que nuestra conducta social y familiar tal vez va por mal camino y que debemos salvar los valores fundamentales. A políticos y gobernantes los llamará al orden para que sepan buscar las soluciones que necesita el pueblo, en lugar de asaltar los bienes del Estado para su propio beneficio.

El coronavirus es un golpe en la conciencia. Después, todo será distinto. Colombia será otra. El mundo cambiará. Muchas cosas se irán al suelo y habrá que reconstruirlas. “Si la humanidad no aprende de esto, no tiene futuro”, dice el siquiatra Rodrigo Córdoba. Oigamos las palabras del profeta Isaías: “Anda, pueblo mío, entra en tu casa y cierra las puertas detrás de ti. Escóndete un poco hasta que pase la ira del Señor”.

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El Espectador, Bogotá, 28-III-2020.
Eje 21, Manizales, 27-III-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 29-III-2020.
Aristos Internacional, n.° 20,  Alicante (España), 5-IV-2020.

Comentarios 

Considero que tienes toda la razón en tu artículo.  Como por ejemplo: “El mundo está descarriado”. Y las cifras que citas siguen creciendo de manera alarmante. Qué tormenta. Afortunadamente también es cierto que “Cuando más oscura está la noche más cerca está el amanecer”. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Nada volverá a ser igual en la vida del ser humano. Ahora los gobiernos corruptos y los ladrones de cuello blanco que abundan en nuestros países americanos se están dando cuenta de que el dinero que se han metido a los bolsillos, por generaciones, hace  falta para atender a satisfacción, o por lo menos en gran medida, esta crisis en salud pública que requiere recursos inmensos, infraestructura, insumos y personal calificado para atender a los enfermos. Inés Blanco, Bogotá.

Bien hiciste en advertir sobre el peligro del virus y el próximo incremento de casos que se presentará. Y por supuesto, tu recordatorio para los humanos sobre las iras de Dios y la naturaleza. Creo que mucha gente tendrá tiempo suficiente durante este confinamiento para pensar y autoevaluarse respecto a su comportamiento y actitud ante los demás, ante el mundo, ante la naturaleza y ante la loca e irreflexiva busca de la riqueza material. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

El drama de Aura Lucy

miércoles, 16 de octubre de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Aura Lucy Garzón, de 49 años y madre de dos hijas, se levanta muy temprano para cumplir su labor como mensajera de una empresa del norte de Bogotá. Es la típica mujer trabajadora que se gana la vida en un oficio modesto y se siente contenta por tener empleo.

En estos días, ella se volvió noticia. El suceso tuvo lugar cuando se abría paso, por entre una multitud de gente vociferante, para llegar al cajero de Davivienda. Allí se realizaba una manifestación de estudiantes frente a la Universidad Pedagógica situada en el sector, dentro de un movimiento integrado por alumnos de varias universidades que denunciaban graves actos de corrupción en la Universidad Distrital.

El movimiento llevaba varios días de agitación callejera y había causado problemas en la movilización vehicular y cometido desmanes con la ciudadanía. Las imágenes mostraban a jóvenes con carteles que lanzaban consignas en relativo orden. Mezclados con ellos, aparecía buena cantidad de encapuchados que se enfrentaban a la policía con artefactos incendiarios en medio de furiosos denuestos.

Al entrar al cajero, Aura Lucy escuchó una explosión y quiso abandonar el lugar. Pero no pudo hacerlo, ya que otro artefacto estalló en la puerta de la entidad bancaria. Las terribles ‘papas bomba’ accionadas por bazucas están elaboradas con pólvora y otros elementos lesivos. Pueden mutilar y desfigurar, e incluso causar la muerte. La diligente mensajera, humilde mujer de pueblo ajena a lo que ocurría, sintió cerca un fogonazo,  al tiempo que las esquirlas de los vidrios rotos se insertaban en su cuerpo.

Cubierta de sangre y con serias heridas en la cara, yo la vi, atribulado, en algún video  pasado por la televisión. Presa del shock y sufriendo intenso dolor, la nueva víctima de la violencia se sentía morir. Por fortuna, un joven que por allí pasaba –su ángel de la guarda– le prestó auxilio en medio de la revuelta, mientras otros huían en desbandada. No la dejó un momento sola, hasta que llegó la ambulancia y la transportó a la clínica. Aura Lucy, que había recibido heridas en el 90% de la cara, fue sometida a una cirugía de reconstrucción de los tejidos.

Convulsionada y presa del dolor y la angustia, la laboriosa trabajadora no sabe qué pensar: la fatalidad la tiene consternada. El mundo se le vino encima en el preciso instante en que ingresaba a la cabina bancaria, como tantas veces lo había hecho, a retirar un dinero dentro de su oficio de todos los días. Más tarde, en medio de sollozos y palabras sobrecogedoras, le contó su drama al periodista que la interrogaba.

Yo vi en ese rostro sangrante, y en esa mirada lánguida, y en esa voz entrecortada, la imagen del país. Es el país que no logra contener la demencia de las calles ni la locura humana. Es el país de la violencia incrustada en todas partes, del atropello callejero, de la injusticia perenne, de la inequidad y la infamia. Mientras tanto, los corruptos y los usufructuarios del poder y el dinero hacen de las suyas a la vista de todos, sin que los políticos y los gobernantes consigan fórmulas de salvación.

Nadie ignora que estos encapuchados pertenecen a grupos anarquistas que buscan, mediante pedreas, explosivos, ataques a la policía, daños a las instituciones, los edificios y los vehículos, sembrar el caos y perturbar la tranquilidad pública. Embisten con rabia contra personas inocentes y cometen toda clase de actos vandálicos. Quizás Aura Lucy se cure de las heridas. Pero el alma nunca dejará de sangrarle. Esa es la propia cara de la Colombia doliente que gime entre las tinieblas de los odios y la barbarie.

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El Espectador, Bogotá, 12-X-2019.
Eje 21, Manizales, 11-X-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-X-2019.

Comentarios 

Conmovedor. Pobre mujer. Pobre Colombia. Pobre mundo. Muy linda esta crónica. La compartiré. Los encapuchados son terroristas urbanos de profesión. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Es a esa gleba de anarquistas, vándalos y criminales en curso que forman parte de las milicias guerrilleras urbanas a quienes se les debe dar, como a las víboras, en la cabeza. E igual que las tales marchas pacíficas de estudiantes enredados en sofismas de justos reclamos tienen que someterse al orden legal. El derecho a la sana protesta está establecido, mas no en esas condiciones que propician actos criminales. Carlosmoralej (correo a El Espectador).

Drama es drama y dolor es dolor. Pienso que como sociedad es bueno que nos sensibilicemos con el dolor de los demás. Debemos a toda costa evitarlo. Hherazo (correo a El Espectador).

El hombre del puente

miércoles, 6 de marzo de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Dos años cumple, este 22 de marzo, el deprimido de la calle 94, luego de 12 años de atrasos causados por la falta de planeación, la corrupción, los contratos caducados, los cambios de precios, la desidia oficial. El costo inicial fue fijado en 46.000 millones de pesos, pagados por  cuotas de valorización en el 2008, y la cifra final ascendió a 170.000 millones, reajuste que se quería volver a cobrar a los contribuyentes, hasta que el alcalde Peñalosa destrabó el problema con recursos del distrito. Lo que en este caso ocurre en Bogotá es similar a lo que pasa con la mayoría de obras públicas en el país.

El deprimido de la 94 es el mayor símbolo del carrusel de la contratación, el vergonzoso cartel que tiene en la cárcel al exalcalde Samuel Moreno. El ingenio popular dice que el nombre de “deprimido” está muy bien puesto al reflejar la depresión del ánimo colectivo. Dibuja el abatimiento, la desesperanza, el cansancio, la postración, la humillación que han tenido que sufrir los ciudadanos por culpa de los corruptos y los malos gobiernos.

Al poco tiempo de inaugurada la obra, un hombre de unos 50 años, con cara de buena gente, hizo su aparición en el puente peatonal construido al lado del deprimido. Venía atraído por la posibilidad de ganarse unos pesos en el oficio de barrer el puente. Desde entonces se dedica a recoger con su escoba solidaria la basura que cae en el lugar, que él empuja poco a poco, de manera pausada y eficiente, para que los transeúntes se den cuenta de su trabajo y le aporten alguna ayuda.

La gente lo mira con indiferencia, a veces con fastidio, y sigue adelante. Son pocos los que le dan algún dinero. Nicanor –supongamos que ese es su nombre– es un desplazado de la violencia. Vivía con su mujer y sus hijos en un predio rural del Tolima, y la guerrilla lo obligó a salir de la propiedad. De esta manera, llegó a Bogotá, la ciudad monstruo, la ciudad indolente, donde los desheredados creen que encontrarán oportunidades para trabajar, y se equivocan.

Nicanor sujeta en la baranda del puente la cartelera donde exhibe la certificación del alcalde del pueblo sobre su condición de desplazado. Es la misma suerte de miles de colombianos que deambulan por las ciudades rebuscándose los medios para vivir.

Nicanor “trabaja” los jueves en el puente de la 94. El resto de la semana está en otros puentes. Un día hablé buen rato con él y me contó sus penurias. Supe que su mujer está inválida y que su hijo sufre una enfermedad degenerativa. Él mismo –Nicanor– tiene disminución auditiva y sus fuerzas vienen en decadencia. Aun así, se levanta todos los días, muy de mañana, para conseguir los pesos que le permitan pagar el arriendo en Soacha y subsistir con su familia en medio de la pobreza. Yo creí su historia, porque no había razón para dudar de su infortunio.

Es un ser decente, de mirada franca y triste. Le he cogido aprecio. Cuando lo veo ejecutando su oficio pordiosero, es como si viera al país entero: el país de los pobres, los desamparados, los arruinados, los que huyen del Tolima, y del Chocó, y del Cauca… y de buena parte de Colombia. Prófugos en la propia tierra.

Hace varias semanas no he vuelto a encontrarme con Nicanor. No sé si se enfermó, o se murió, o dejó de serle rentable el puente de la 94 y se fue con su escoba a otra parte.

El Espectador, Bogotá, 2-III-2019. Eje 21, Manizales, 1-III-2019.  La Crónica del Quindío, Armenia, 3-III-2019.

Comentarios 

Qué sensible artículo. Gracias por ponerles la cara y las palabras a esa rabia y a esa impotencia que la desigualdad y la indiferencia estatal causan en Colombia. Rodrigo E. Ordóñez (colombiano residente en La Florida, Estados Unidos).

Plenamente justificadas estas críticas sobre el deprimido de la calle 94, obra emblemática de la ineptitud, corrupción e impunidad que está caracterizando tristemente a la dirigencia colombiana en muchas de sus áreas. Y muy sentido el relato sobre Nicanor, que también puede ser el emblema del desaliño y carencia de las políticas sociales de nuestro aguantador país. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Es verdad lo que dice el artículo: Nicanor es el país. En el puente de la 146 del Transmilenio hay otro Nicanor, este más joven que el de la historia narrada, con las mismas características, barriendo la mugre que la mala educación y la indolencia de las gentes deja abandonada a merced de nadie. Inés Blanco, Bogotá.

¡Cuántos Nicanores hay en este país! Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

El artículo es el reflejo de lo que sucede en el país. Duele Colombia, por diversas causas, que parecen inamovibles: nos rodea la inercia ante lo verdaderamente humano e importante. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Dolorosa y pequeña historia que bien recoge todo el drama de cientos de miles de compatriotas que año tras año han de abandonar sus terruños por cuenta del eterno abandono y negligencia del Estado en aquello que tenga el tinte de provincia. El lamentable caso de Nicanor al menos tiene el toque de bondad natural propia de nuestros desplazados que buscan cómo rehacer sus lastimeras vidas en la capital. Carlosmoralej (correo a El Espectador).