Archivo

Entradas Etiquetadas ‘Panorama nacional’

Violadores del Pacto Social

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Como en Colombia todo se viola, hoy la víctima de turno es el Pacto Social.  Por primera vez en muchos años ha conseguido el Gobierno que tanto trabajadores como empresarios hubieran llegado a un acuerdo acerca del salario mínimo, sobre la base de que las autoridades controlarían ciertas alzas y su vigencia, que apenas comenzando el año aceleraban el costo de la vida y días después pulverizaban los mayores ingresos laborales.

Tomado el 18% como índice proyectado para la inflación del presente año, no deberían pasar de esa cifra ni el aumento de salarios ni el de los artículos. Al posponerse para el primer trimestre los ajustes en las tarifas de la gasolina y el transporte, que antes se hacían simultáneas con los aumentos salariales, se protege por más tiempo el bolsillo de la gente. Es fórmula que nunca se había logrado, y que de practicarse contribuirá al descenso de la inflación. Sin embargo, en este país de violadores son muchos los que luchan por exceder la barrera del 18%, o ya la han excedido con artimañas o a la brava.

Contaba Hernando Giraldo en su columna de este diario que al comprar hace poco una cuchilla de afeitar, ésta había subido en forma exagerada frente al precio de diciembre. Dicha mentalidad alcista, practicada sobre todo en el super­ado y en la tienda del ba­rrio, es la que hace insoportable la canasta familiar. La cocina casera, que se alimenta de por­menores, es la que más conoce los reales impactos de la espe­culación.

Uno de los renglones que más influyeron el año pasado en el costo de la vida fue el de la educación. En las páginas de los periódicos, los lectores dan cuenta de los abusos que come­ten colegios y universidades para burlar los límites autoriza­dos. Al escribir la presente nota, tengo a la vista la cuenta de una universidad que establece el 25% de incremento en la matrí­cula. El impuesto predial subirá el 22,59%. El gerente del Acue­ducto de Bogotá dice que el 18% es ilusorio para su empresa, y por lo tanto habrá necesidad de fijar varios puntos por encima de esa cifra.

En los tres casos, las respectivas entidades esgri­men argumentos para justificar los excesos. Así, de punto en punto y de excepción en excep­ción, es como se quebrantan las normas y se asalta el bolsillo de los colombianos. Y al final del año, lo de siempre: fue imposi­ble cumplir el índice de la infla­ción.

Servientrega, la mayor firma privada de mensajería, resolvió aumentar el 25% para el correo local y nacional. Por su parte, Adpostal, organismo oficial, lo hizo en el 22%. Como se ve, el Pacto Social lo incumplen hasta las entidades oficiales. De no haber sido por una oportuna intervención, también se ha­brían desbordado las tarifas de la energía eléctrica. Seamos francos: nadie quiere encajarse en el 18%. En Colombia nos gusta jugar a las alzas. Nos encantan las trampas sociales.

Una corresponsalía de prensa informa que las Empre­sas Varias de Medellín reajusta­ron los arrendamientos en la Central de Mayoristas de Antioquia en porcentajes que llegan hasta el 278%.

¿Qué sucederá con el arren­datario que pagaba $72.000 y debe pagar en adelante $180.000? La respuesta es obvia: subirá los precios de su mercancía en el 150% o más, para compensar el alza del arriendo.

¿Qué ocurre, entre tanto, con los aumentos salariales? Los congresistas se decretaron el 21%. El Concejo de Bogotá au­mentó los sueldos de los empleados del Distrito en el 24%. Los maestros rechazan el 19% y dicen que se irán a la huelga. Los empleados de Ecopetrol piden el 30%, o de lo contrario volverán a atentar contra la eco­nomía nacional…

Son suficientes estos casos para señalar la indisciplina so­cial de los colombianos. Nadie quiere perder, y todos quieren ganar. A la postre, con estos brotes de indisciplina, todos perdemos. Así es como se infla el país con una moneda falsa, que al final del año, entre deterioro y deterioro, hará que la cuchilla de Hernando Giraldo valga tres o cuatro veces más de lo que valía en enero.

El Espectador, Bogotá, 20-II-1995.

 

El prurito de privatizar

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

No es clara la posición del Gobierno en el campo de las privatizaciones. Todo parecía indicar que este renglón había quedado agotado en la administración anterior. En la conciencia pública subsiste la idea de que, mediante la venta de algunas entidades financieras en condiciones muy ventajosas para los grandes grupos, se concentró más poder económico en pocas manos. Las dudas subsisten sobre todo en relación con los bancos de Colombia y del Co­mercio.

Ahora el presidente Samper manifiesta que se estudian otras privatizaciones, aunque con la adopción de mejores sistem­as de control. Agrega que no saldrá de aquellas instituciones que prestan notable beneficio social. Entre ellas están la Caja Agraria y el Banco Central Hipotecario. Otras dos entidades, también de alta utilidad pública, pero muy llamativas como fuente de ingresos para el Gobierno –Telecom y el Banco Popular–, están en entredicho.

En este zangoloteo de las privatizaciones, ambos organismos estatales han sido materia de controversias. Gaviria quería rematarlas, o sea, feriarlas, pero diversas circuns­tancias se lo impidieron. Se sal­varon del afán mercantilista por no haber alcanzado el calenda­rio. Según se desprende del estilo fiscalista de Hommes, apoyado siempre por el presi­dente Gaviria, para él contaba primero el negocio.

En cuanto al Banco Popular se refiere, el valor de su negocia­ción –$ 300 mil millones– figu­raba como un ingreso en el presupuesto de este año. Si no se hubiera interpuesto el lío jurídico que apareció a última hora, esta entidad, que sin duda tiene la mayor plataforma social de toda la banca, ya ha­bría pasado al dominio particu­lar, aumentando el influjo de los grandes grupos. Pero Samper, en la antesala de su Go­bierno, dijo que la necesitaba para adelantar el programa de microempresas.

Cuando se tramitaba la venta del Banco Popular, el candidato Samper expresó lo siguiente en carta a exfuncionarios de la en­tidad: «No veo con buenos ojos ese proceso pues avanza en contravía del esfuerzo que tendre­mos que realizar en el próximo gobierno si queremos impulsar decididamente la creación de 350.000 microempresas y con­tribuir así a la generación de miles de nuevos empleos pro­ductivos».

Esto fue lo que pre­gonó el candidato. Veremos lo que hace el Presidente. Han co­menzado a colarse noticias en el sentido de que el Banco Popular se venderá de todas maneras para reforzar los ingresos públicos. Cabe preguntar: ¿sigue en firme el programa de las microempresas?

Reciente editorial de este pe­riódico llama la atención sobre las críticas formuladas por el contralor general de la Repú­blica acerca del controvertido capítulo de las privatizaciones, y lamenta que tema de tanta al­tura haya pasado en silencio. La tesis del funcionario es que ven­der por vender no es bueno. Si todo fuera cuestión de negocio, habría que salir de las mejores empresas del Estado.

Hay un juicio severo en la declaración del contralor, que vale la pena analizar con la mayor seriedad: «Bajo las actuales condiciones, el proceso de privatización que se ha venido adelantando en el país no es prenda de garantía para salvaguardar el patrimonio público».

Preocupa que, ante la enormi­dad de las cifras que reclama el llamado Salto Social, se eche mano de instituciones lucrati­vas como Telecom y el Banco Popular para cubrir una emer­gencia. Se espera, desde luego, que el prurito privatizador no llegue a extremos que después haya que lamentar.

El Espectador, Bogotá, 8-XII-1994.

 

Los primeros televisores

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El país ha celebrado, este 13 de junio, los primeros 40 años de inaugurada la televisión colombiana, hecho trascendental que tuvo como protagonista al general Gustavo Rojas Pinilla, al año siguiente de iniciado su gobierno. En aquellos días, cuando el mundo comenzaba apenas a dar los primeros pasos a la luminosa tecnología de la época actual, la televisión surgía como invento de magia, con cierta sospecha de incredulidad.

Los jóvenes de aquella época abríamos los ojos estupefactos ante la caja embrujada y no podíamos concebir cómo el mundo lograba transmitirse al natural, con personas que se movían y hablaban como si hicieran parte de nuestro entorno, con sólo apretar un botón.

Los primeros televisores fueron vendidos por el Banco Popular. Por esos días iniciaba mi carrera en dicha entidad, y esto significa, en buen romance, que soy testigo y actor del despegue de la televisión, lo que no es poca cosa. Conforme Gonzalo Mallarino nos ha contado en estas páginas, en gratísimas crónicas, sus experiencias empresariales de años remotos, ­yo quisiera encender para mis lectores el primer televisor que nos regaló a los colombianos el general Rojas Pinilla. Si los años posteriores de su administración hubieran tenido el mismo brío y la misma rectitud del inicial, habría sido el mejor gobierno de este siglo.

La Caja de Ahorros del Banco Popular le puso gran colorido a la naciente televisión (por aquella épo­ca, en blanco y negro) con el progra­ma que denominó el Lápiz Mágico, por donde desfilaban los mejores caricaturistas de la prensa e incen­tivaban el ahorro nacional median­te entretenidos concursos de dibu­jo, abiertos al público en medio de un clima de acertijos, humor y creatividad. El programa dependía del departamento de Re­laciones Públicas y Propaganda del Banco Popular (cuyo director era Alberto Acosta), en el que tenían principal figuración Gloria Valencia de Castaño, como animadora, y Maruja Pachón Castro, como asidua dibujante.

El Lápiz Mágico era el mejor medio publicitario para la venta de televisores, los que, a precios módicos y con plazos cómodos, se distribuían en las oficinas del Ban­co Popular. Ya se me había olvidado que en mi vida empresarial fui un día vendedor de electrodomésticos (y en esto le gano a Gonzalo Mallari­no). La televisión fue entrando en los hogares con goce y cultura. Al principio, a la innovación se le miraba con recelo y no todos se mostraban dispuestos a adquirir su propio aparato. Pero cuando, a través de campañas de tanto alien­to como la aquí evocada, la imagen se volvió contagiosa, Colombia dio el gran paso al modernismo actual.

Pionero de este avance es Fer­nando Gómez Agudelo, el joven director de la Radiodifusora Nacio­nal que se encargó de adquirir los primeros equipos y poner en mar­cha el programa. Otro personaje lo es el Banco Popular, el nervio dinámico (vendedor, llaman hoy los profesionales del mercadeo) para que el experimento pegara. Duele que esta benemérita institución, comprometida en tanta realización grande del país, haya llegado a su ocaso por culpa de los afanes privatizadores del Gobierno, que en lugar de entregarlo al mejor postor como una mercancía jugosa, ha debido robustecerlo y conservar­lo como la bandera social que fue por largos años.

El Espectador, Bogotá, 9-VII-1994.

Por los caminos de la droga

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Soy uno de los colombianos que se sienten estupefactos ante el fallo de la Corte Constitucional que despenaliza el uso personal de las drogas. El alto tribunal, que en otros casos ha dado muestras de equilibrio y sabiduría, no interpretó esta vez el clamor de un país que desde hace mucho tiempo lucha por frenar el consumo de las sustancias alucinógenas que tantos estragos ha causado, y continuará causando, en la salud mental y corporal de la juventud.

Permitir la llamada dosis personal de las drogas, con el argumento de que la Constitución consagra el libre desarrollo de la personalidad, es soberano exabrupto. Por encima del bienestar individual prima el beneficio general de la comunidad. Por la corrupción de unos pocos no puede exponerse la seguridad del país. Lo que la Corte ha abierto es un despeñadero al vicio, superior al que ya existe. Por eso, la opinión pública coincide en que esta vez la Corte Constitucional, conformada por sabios y eminentes varones, se ha equivocado en materia grave.

En juego está el futuro de la juventud colombiana. La salud de la patria. Este fallo inverosímil, en este país carcomido por tanta desgracia familiar y colec­tiva a causa de la permisividad de algunas leyes, de las autoridades y de los propios padres de familia, casi significa una invitación, con cier­to señuelo de curiosidad, a probar los productos sicoactivos.

Si la dosis personal no acarrea consecuencias serias, como se pregona, de allí es fácil pasar, por efectos de la seducción pro­gresiva, a los grandes consumos que no sólo embrutecen y arrui­nan la personalidad del consu­midor, sino que desqui­cian las defensas morales de la nación.

Soy testigo de una experien­cia dolorosa que bien vale la pena traer a cuento para refren­dar lo que significa la caída de una sociedad cuando no se con­trolan a tiempo los vicios públi­cos. En el Quindío, consumido hoy en grandes abismos de de­gradación moral, se comenzó por mínimas cantidades de dro­ga. Un día surgió en la tranquila ciudad de Armenia una figura seductora y funesta, la de Car­los Lehder, que bajo el barniz de las obras sociales incitaba a los jóvenes a la vida muelle del placer y las alegres fugas de la realidad. En esa forma se fueron trastocando, casi en forma in­sensible, los valores que ador­naban a esta raza laboriosa y progresista, hasta desfigurarse los principios ancestrales.

Con el tiempo, la marihuana y otros productos más refinados circulaban a ojos vistas por co­legios, calles y hogares. Chicos y mayores, obnubilados por la orgía general, contribuyeron a que Armenia sea lo que es hoy: el paraíso perdido. Un día, cerca de la Posada Alemana (el mayor centro de diversión de Carlos Lehder), siete jóvenes pertenecientes a familias distinguidas perdieron la vida bajo el vértigo de la velocidad y el estí­mulo de las sustancias suici­das en espeluznante accidente. Ellos, como muchos de la sociedad desquiciada por el pro­feta de la liviandad, se habían iniciado con porciones menores de droga, o sea, con las dosis personales que ahora se legali­zan.

Las tragedias que le ocasionó al Quindío aquella época desen­frenada, cuando se le rendía tributo al becerro de oro, son inenarrables. Uno de los magistrados que votó a favor de la despenalización de la dro­ga es quindiano, y él (como yo) es testigo de aquel capítulo tor­mentoso que ojalá sirviera para ponerles freno a las locuras co­lectivas.

El Espectador, Bogotá, 30-VII-1994.

 

La desgracia del alcohólico

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Si el joven que por primera vez se toma una bebida alco­hólica, que supone inocua, supiera el daño que se hace al aumentar esa práctica a lo lar­go de la vida, tal vez preferiría no haber conocido nunca el licor. Una investigación reciente indica que el grupo de perso­nas con más riesgo de conver­tirse en adictos al alcohol o las drogas es el de los primíparos universitarios (entre los 17 y los 19 años).

Por desgracia, el bebedor no se da cuenta ni admite el daño progresivo que esa práctica causa en su salud física y en su estabilidad emocional. Lo que en principio se considera pasatiempo social, a la lar­ga, cuando la persona se deja llevar por el vicio, será un in­fierno. Siempre se comienza por pequeñas dosis de licor. Para muchos, es un medio de extroversión, una fórmula para vencer la timidez y adaptarse a los ambientes sociales. Y así, poco a poco, a medida que la persona se hace hombre y se enfrenta a los rigores de la vida, se vuelve dependiente del trago o de las drogas.

En estados avanzados so­brevienen las grandes crisis de la salud física y mental para responder con equilibrio y res­ponsabilidad a las exigencias del trabajo, al comportamien­to dentro de la familia y al desempeño en la sociedad. Es cuando el bebedor adicto de­searía no haberse tomado el primer trago. Pero como ya su voluntad es débil, en lugar de mermar la dependencia la aumenta.

La misma investigación señala que el 80% de los universita­rios consumen bebidas alco­hólicas, y de ellos el 20% se halla en grave peligro de caer en las drogas. Veamos estas cifras aterradoras: en Colom­bia hay más de un millón de alcohólicos, cerca de 300.000 drogadictos y millón y medio de personas más que marchan a pasos precipitados hacia el alcoholismo.

Colombia es un país canti­nero. El Estado lo prohíja. Pero este juicio puede hacerse más severo: el hogar es la mayor cantina social. Todo se festeja al calor de los tragos. En la bebida se busca lenitivo para las penas, para las inhibi­ciones, para los fracasos. Las consecuencias de ese desen­cadenado comportamiento son desastrosas: accidentes de tránsito, heridos, muertes, abusos sexuales, pérdidas irrecuperables en los negocios, separaciones  conyugales, rui­na espiritual….

De los tres departamentos del antiguo Caldas donde más trago se consume es el Quindío. Esto reza igual con hombres que con mujeres. Quizá sea oportuno un minuto de re­flexión para hallar explicación a tanto desvío moral, a tanta tragedia familiar, a tanta muer­te prematura. En la mayoría de los casos, todo comenzó por el primer trago, a veces el de los 17 años, y otras todavía a más corta edad.

La Crónica del Quindío, Armenia, 7-V-1994.