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La hora de Francisco Santos

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La oposición familiar al nombramiento de Francisco Santos como fórmula  vicepresidencial de Álvaro Uribe Vélez, lo mismo que las voces que se han pronunciado en el mismo sentido, no restan validez a otros argumentos que lo señalan como carta idónea para dicho cargo. Si una persona suscita discusión es porque tiene importancia. Las opiniones divergentes son parte de la democracia.

Por respetable que sea la actitud familiar del clan Santos, expresada en editorial vigoroso de su diario, la gente sabe que esa manifestación defiende reglas internas del grupo pero carece de razón para desconocer las virtudes del elegido. Debe extrañarse que el editorial empleara términos desbordados y duros, tal vez producidos por la noticia inesperada, como los siguientes: «Un hecho desconcertante y doloroso. Una decisión equivocada, que lastima la credibilidad del periódico. Francisco Santos no podrá volver a ejercer su profesión desde este periódico».

Son conocidas las viejas controversias que existen en el seno de esta familia, las que han marcado dos líneas de competencia dentro de los descendientes del fundador y dispensador del capital: el presidente Eduardo Santos. Los líderes de uno y otro grupo –antes, los Santos Castillo; hoy, los Santos Calderón– conforman dos ramas de sucesión ubicadas en campos distantes, si se mira el poder accionario en El Tiempo, y protagonistas de diferentes maneras de ser y de interpretar la evolución del país. La misma casta, con distintos matices. Sus miembros buscan la unidad familiar, aunque no siempre lo consiguen.

Cuando El Espectador suspendió hace siete meses su edición diaria, Santos hacía desde España una sentida evocación del viejo y combativo periódico, del que había aprendido sólidas lecciones de periodismo. Recordaba en esa columna (9-IX-2001) los lazos de amistad que lo unían con la familia Cano y que le permitieron asimilar las claves de su profesión.

Temía que el silencio de la competencia pudiera convertirse en desajuste para su periódico. «Para El Tiempo –decía– el cierre de este diario puede ser tremendamente perjudicial. No tener un marco de referencia puede llevar a un aburguesamiento en el que es fácil caer». Sería interesante saber si ese aburguesamiento ya llegó.

Dos características principales distinguen la personalidad de Francisco Santos: la de periodista vertical y la de patriota auténtico. Su pasión por el periodismo se la inculcó su padre y maestro, y el alumno la acrecentó en su recorrido por las rotativas familiares, donde terminó como jefe de redacción y editor, con posibilidad de llegar a la dirección del periódico.

Exiliado en España durante dos años, ocupó el cargo de asistente de la dirección de El País. Prueba clara de que el periodismo lo lleva en la sangre, además de haberlo estudiado en la Universidad de Texas, si bien este oficio de combate –el más hermoso del mundo, en palabras de García Márquez– no se aprende en las universidades sino al pie del cañón.

Francisco Santos conoce bien al país. Lo interpretó durante su ejercicio en El Tiempo y lo sufrió con la amarga experiencia de su secuestro a manos del narcotráfico. Este hecho le hizo sentir en carne propia el mayor flagelo que azota la vida de los colombianos. Su poder de convocatoria lo demostró con los diez millones de votos depositados en las urnas, bajo su liderazgo, con los que consiguió la aprobación de una dura legislación contra el secuestro.

Ha sido trabajador incansable de los derechos humanos y denodado defensor de la libertad de prensa. Su pensamiento libre le permite expresar opiniones atrevidas y verdades rotundas, con lo que revela solvencia moral para distinguir la conducta humana y valor para desenmascarar los hechos confusos de la vida nacional. Combate la corrupción y la politiquería con la misma entereza con que abandera desde País Libre la causa de los perseguidos por la violencia.

Estas dotes representan garantía para su probable desempeño en la actividad pública. El país clama por un cambio de rumbo en la conducción del Estado, después de tantas corruptelas y tantos desastres como los que afloran en el panorama nacional, cometidos por personajes de relumbrón.

Nada mejor para ese propósito que escoger gente incontaminada y recta, inteligente e imaginativa, dotada de liderazgo y de vocación social, virtudes indudables en la discutida personalidad de Santos, a quien le ha llegado la hora de demostrar sus capacidades de gobierno.

El Espectador, Bogotá, 18-IV-2002.

 

Disolución de los partidos

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La principal lección que dejan estas elecciones es la que muestra el desgano del país frente a los partidos tradicionales. La gente ha dejado de creer en ellos y ya no se interesa por los rótulos políticos, sino por los méritos o los presuntos méritos de los candidatos. Nunca se había visto tal proliferación de aspirantes, ni nunca tanta dificultad para escoger. Si para elegir 268 congresistas se presentaron más de 1.000 listas, es evidente la falta de cohesión y de fuerza de convocatoria que existe dentro de las colectividades históricas.

No hay duda: los partidos Conservador y Liberal han perdido simpatías entre los electores. Dos simples hechos lo demuestran: 1) el aumento del «voto de opinión», que obtuvo las mayores votaciones con nombres independientes como los de Antonio Navarro, Luis Alfredo Ramos, Gustavo Petro, Germán Vargas, Samuel Moreno, Carlos Gaviria y Gina Parody, y 2) el alto índice de abstención y los votos en blanco, hecho que puede interpretarse como rechazo de las prácticas clientelistas y desencanto por el ejercicio inoperante del poder.

No es válida la tesis de la superioridad liberal expuesta por el candidato presidencial, ya que las mayorías las cusieron los adherentes del candidato ultrapartidista, si bien la “operación avispa» permitió aparente ventaja de esa estrategia electoral, que quebranta la voluntad mayoritaria de los sufragantes.

Cansado el electorado de las promesas que nunca se cumplen, hastiado de oír los mismos pregones en cada elección y de ver las mismas caras de los demagogos de siempre, se ha rebelado contra el continuismo. Retando las reglas de su colectividad y sin claudicar de sus creencias liberales, Álvaro Uribe Vélez ha conseguido con su candidatura disidente el mayor caudal de opinión que jamás haya logrado ningún otro aspirante a la Presidencia.

Este fenómeno significa una rebeldía rotunda contra el establecimiento –o «el régimen», en boca de Álvaro Gómez Hurtado–. Como las soluciones sociales han dejado de darlas los dos partidos, y la corrupción, los abusos y las injusticias han crecido bajo el amparo o la indiferencia de las mismas agrupaciones, el electorado tiene el legítimo derecho de protestar después de infinitos años de frustración.

En la propaganda artificial de varios de los aspirantes al Congreso se dejaron translucir los procederes que ellos mismos practican en las corporaciones públicas. Uno de esos pregones decía que llegará al Senado a «cazar ratas», y aparece en la foto con dos gatos en las manos. A lo largo del país, las figuras de perros, conejos, gatos, ratas y otros especímenes parecían indicar que no se trataba de una justa democrática sino de una feria de animales.

En cualquier forma, no hay nada que se parezca tanto al país como el Congreso, elegido por el propio pueblo y, como tal, forjado a su imagen y semejanza. De lo que se trata ahora, según el sentir de la inmensa mayoría de los colombianos, es de reformar las costumbres políticas para que los partidos vuelvan a ser verdaderos voceros y orientadores de la democracia, a fin de conquistar el prestigio perdido.

Los partidos históricos, que se consideran –o se consideraban– propietarios de las entidades de representación popular, hoy no tienen dolientes y están apabullados por los acontecimientos. Este hecho se refleja en reciente encuesta, según la cual, el 24 por ciento de los consultados expresó opinión favorable hacia el Congreso y el 57 por ciento, desfavorable. Es la entidad más desacreditada del país debido a los escándalos de corrupción, malos manejos y carencia de planes efectivos de progreso nacional.

Mientras Colombia no sea replanteada con un nuevo ordenamiento social y económico, la gente seguirá escéptica. Después de esta contienda electoral y de la que llega para Presidente, los dos partidos quedan sepultados bajo la  realidad de su atomización, provocada por sus errores crónicos y por la falta de compromiso con el país.

El Espectador, Bogotá, 14-III-2002.

 

Claridad y acción

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Las fotografías aéreas que exhibió el presidente Pastrana la noche en que se rompieron las conversaciones con las Farc dejaron la imagen nítida del fortalecimiento de la guerrilla en la espesura de la selva. La opinión pública venía insistiendo en todos los tonos en que el sostenimiento de la zona de distensión era el camino preciso para que los revoltosos, con el pretexto de un escenario adecuado para el diálogo, fortalecieran su poder bélico.

Al final de estos tres años de conversaciones inútiles, cuando la tolerancia presidencial había resistido al máximo los desmanes y provocaciones de los interlocutores habilidosos, empeñados en sembrar el caos y derrumbar la autoridad, aparecieron en la televisión las revelaciones inequívocas sobre lo que el pueblo ya sospechaba.

El Ejército y la Fuerza Aérea fueron los encargados de captar desde el aire el testimonio incontrastable sobre el auge de la guerrilla mediante la construcción de carreteras y aeropuertos clandestinos, laboratorios de droga, campamentos de guerra y otros puntos estratégicos con que pretende montarse un monstruoso imperio selvático.

¿Por qué, si el Presidente conocía desde buen tiempo atrás este documental fotográfico, existía tanta indecisión y tanta largueza –o tanta flojera– frente al cese de los diálogos? ¿Por qué, desde meses o años atrás, no se levantó el Gobierno de la mesa de negociaciones y se evitó la prolongación de la atroz ola de violencia que desangra al país?

Para ello fue necesario que el pueblo reventara de dolor y que las fuerzas vivas de la patria, expresadas a través de los candidatos presidenciales, de los gremios de la producción y de infinidad de voces aisladas, dejaran oír el último estertor de la agonía.

El candidato que más claro y con mayor firmeza y credibilidad ha hablado al país en medio del caos imperante, con el consiguiente eco en la conciencia pública, ha sido Álvaro Uribe Vélez. Su propuesta de enfrentar al terrorismo con las armas de la autoridad y la ley, sin titubeos ni concesiones, aunque con sensatez y cabeza fría, le abrió amplio panorama político que le ha permitido ganar en corto tiempo el caudaloso plebiscito que lo convierte en la mayor opción para el gobierno próximo. A la claridad de los programas debe sumarse la contundencia de la acción, y de ello dio amplia muestra como gobernador de Antioquia.

Uribe Vélez personifica el grito de insatisfacción y esperanza que vibra hoy en todo el territorio nacional. La ciudadanía se cansó de la mano blanda y busca decisión y entereza en el trato con los terroristas. Los aleves ataques a la población civil, los secuestros permanentes, el arrasamiento de pueblos y vidas humanas, la voladura de torres de energía eléctrica, la destrucción de la riqueza nacional, la inseguridad en las carreteras, el pánico y la barbarie que se enseñorean de la vida cotidiana han hecho de Colombia un país invivible. Alguien tiene que salvarlo.

Lo más rescatable de los tres años de Pastrana perdidos en la conquista de la paz es el haber destapado los propósitos de la subversión. A la vista,  como referencia del trajinar guerrillero por el monte, está el álbum de fotografías con que se reveló el secreto que nadie ignoraba. La claridad de las fotografías, unida a la vehemencia de la alocución presidencial, llenaron   el alma de perplejidad y enojo.

Ya a nadie le cabe duda de que la intención de los guerrilleros, disfrazada con el argumento de las reivindicaciones sociales, es tomarse el poder por la vía de las armas. Objetivo imposible de alcanzar y que ha desatado la guerra abierta que viene tras el rompimiento de las conversaciones.

El país, que mira con horror la época violenta que se presiente, espera que aparezca una tabla de salvación. Por eso, por lo vivido y por lo que teme vivirse, la opinión pública busca un vigoroso cambio gubernamental frente al terrorismo declarado, para que no terminemos todos en las fauces del lobo.

El Espectador, Bogotá, 28-II-2002.

 

 

 

El humo negro de la paz

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando se va a elegir un papa, los cardenales del mundo se aíslan en el Vaticano con el fin de encontrar la fórmula más conveniente para la Iglesia, en intensas deliberaciones que se prolongan por espacio de varios días, al final de los cuales se anuncia el nombramiento del nuevo pontífice mediante la aparición de humo blanco en el cielo de Roma. Este humo se ha vuelto sinónimo de suceso feliz. En Colombia, buscando la paz, han transcurrido tres años en estériles conversaciones entre el Gobierno y las Farc, mientras la patria se desangraba en el fuego cruzado que deja miles de muertos y pérdidas incalculables a lo largo y ancho del país.

Cuando después de esta etapa inútil ocurre el rompimiento de los diálogos y se habla del recrudecimiento de la violencia, la gente se pregunta si es que en realidad caben más atrocidades de las vividas bajo el imperio del terror. La generosidad del presidente Pastrana, aprovechada por los insurgentes para aumentar su fuerza bélica, excedió los límites razonables y permitió el deterioro de la autoridad y el destrozo del país.

Cuando esta administración llega al final y ya es imposible recuperar los años perdidos en reuniones sin sentido, el Presidente adopta la firme decisión que ha debido tomar mucho tiempo atrás: manifestar que los controles de la zona de distensión no son negociables y exigir a la guerrilla fórmulas concretas para el restablecimiento de la paz.

Estas precisiones han dejado la sensación, tal vez por primera vez en su mandato, del verdadero estadista que no se deja amedrentar por el enemigo y recupera el poder para gobernar. Como las Farc, según todas sus manifestaciones, no están dispuestas a ceder en sus estratagemas, y menos en sus atentados contra la tranquilidad ciudadana, el proceso languidece por falta de reales intenciones patrióticas de quienes perturban el orden público bajo el amparo de la impunidad.

Agotada la paciencia presidencial se logra, ahora sí, que no se continúe en este callejón sin salida y se barajen opciones más confiables para buscar los reales caminos de la convivencia. El país está cansado de promesas que nunca llegan y prefiere la terminación de los diálogos improductivos a la vana ilusión frente al horizonte incierto.

La guerra abierta que parece vislumbrarse por falta de acuerdos claros no es la mejor cara del futuro, pero esa perspectiva no sería ninguna novedad porque Colombia vive en guerra permanente desde hace muchos años.

También la paciencia del pueblo se ha agotado, y de ahí nace el clamor general que se siente en estos días de zozobra para que el Presidente se mantenga firme en su posición y conserve al mismo tiempo la prudencia y la autoridad necesarias para superar el reto y hacer subir la confianza pública. El plazo de 48 horas que concedió para obtener de las Farc una respuesta satisfactoria es clara demostración de autoridad en momento tenebroso de la historia colombiana. La nación entera, ante esa actitud razonada y contundente, respiró al fin en esta larga noche de horrores.

Se recuerda hoy el reloj implacable de Lleras Restrepo en otra noche propicia para el desorden, cuando mandó a los colombianos a recogerse en sus hogares si no querían exponerse a los riesgos del toque de queda. Actuación histórica que conjuró una revuelta, y que trasladada a los hechos actuales, puede también, en el gobierno agonizante de Pastrana, sacar al país de la encrucijada. No es posible que las Farc continúen en su táctica de enredar el proceso, dilatarlo y hacerlo ilusorio.

La paz no ha llegado, ni aparecerá a la vuelta de la esquina. Pero el Presidente, en su propósito de alcanzarla por nuevos métodos, ha recibido amplio respaldo de la opinión pública, del gobierno de Estados Unidos y de otros países amigos, lo mismo que de la comunidad internacional. Al cabo de estos tres años de falsas negociaciones, la paz sigue enredada y apenas ha dejado salir el humo negro de la frustración, que ojalá se clarifique algún día.

El Espectador, Bogotá, 17-I-2002.

* * *

Comentario:

Me gustó su artículo. Claro está que, contrario a lo que sostiene Eduardo Barajas (también columnista de hoy) el grupo de embajadores no cumplió un papel muy importante. Yo evitaría, como lo hice en mi columna de ayer, alabar el papel de los diplomáticos, quienes se limitaron a servir de coimes del Presidente. Ernesto Yamhure, Bogotá (columnista de El Espectador).

Respuesta: El tema de la paz suscita variadas y a veces encontradas opiniones en torno al mayor problema que aflige hoy al país. La presencia crítica del periodismo y de la opinión pública contribuirá a derrotar la subversión. GPE

La reina negra

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Colombia tiene, por primera vez en 67 años, una reina negra. La elección de Vanessa Alexandra Mendoza estuvo precedida por una ola de protestas al ser destituida la candidata del Valle, Adriana Riascos, también negra.

Sobre Raimundo Angulo, director heredero del certamen y representante de la burguesía cartagenera, cayeron palos de todas partes y de todos los calibres al interpretarse su decisión como un acto de racismo. Pero él se defendió con el argumento de que la candidata había incumplido las reglas del concurso, que no involucran asuntos raciales.

Sin embargo, en el pueblo quedó flotando la sospecha de que la medida había sido arbitraria, y de ahí en adelante no logró don Raimundo quitarse el título de dictador tropical en una justa democrática, como debe ser un reinado de belleza. La belleza no admite equívocos: no tiene religión ni raza, color ni categoría social. La mujer es hermosa por sí sola y sus atributos se aprecian a primera vista.

El sabor amargo causado por la descalificación de una figura escultural como la de Adriana, a quien Dios y la naturaleza dotaron con medidas perfectas y perturbadoras, prendió un mar de suspicacias que revolvieron las olas del Caribe.

La destitución de la candidata hizo resaltar las dotes de otra negra, Vanessa Alexandra, cuya espigada silueta, ojos café y cuerpo armonioso cautivaron al público y a los jurados desde su primera aparición en Cartagena. Los expertos en esta clase de competencias hablan del impacto que ella produjo en la pasarela y la definieron como la «barbie negra» por los finos rasgos de su cara y su acentuado color oscuro.

Otras características se hicieron evidentes: dulzura, suavidad y timidez. En contraste con su piel negra, su claridad de pensamiento dio una respuesta luminosa cuando se le preguntó sobre los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos: «Estamos en una época de cambio y hemos perdido la solidaridad, la tolerancia y el sentido de vivir en convivencia con mucho amor».

Esta corona negra representa el cambio. El cambio que necesita Colombia en sus hábitos obsoletos y en sus desigualdades sociales. «Por fin se hizo justicia», gritó alguien tras el fallo del jurado. Ojalá esta frase jubilosa, dirigida a don Raimundo y a todo el mundo, pudiera aplicarse algún día a las enmiendas que necesita el país. Vanessa Alexandra, la modesta hija de Unguía, municipio perdido en las penumbras de la selva chocoana, le ha prendido luz a la belleza. Y ha traído un angelito negro a la conciencia nacional.

En ella personificó Germán Pardo García su Cristo negro. Así cantó a todos los seres humildes del planeta: «Yo amo a los negros porque sufren / más que los blancos, mucho más, / porque los negros son más hondos / bajo el betún de su antifaz. / Yo amo a los negros porque sienten / más que los blancos soledad, / y entre los ojos tan silentes / llevan la furia de la sal’.

En el centro de Quibdó se levantan, rodeados del hambre y la tristeza que circulan en los alrededores, las estatuas de Diego Luis Córdoba, padre del departamento, y del poeta y político César Conto, símbolos perennes de una raza sufrida, a quienes se une hoy la nueva soberana del país. Mientras en las calles es manifiesto el desamparo social, traducido en niños macilentos y miradas sombrías, las riquezas auríferas y madereras crepitan en la selva próxima, como una bofetada a la esclavitud milenaria del pueblo. En Chocó, que un día conocí y me impactó, sus habitantes son seres desesperanzados.

Pero ahora tienen reina, que aparece en el horizonte como un resplandor repentino en medio de la oscuridad. Don Raimundo le llevó esperanza a la región azotada por el abandono. Ojalá esa misma luz alcanzara a alumbrar todo el territorio de la patria.

El Espectador, Bogotá, 19-XI-2001.