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Ideas liberales

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con el titulo Origen, programas y tesis del liberalismo, Otto Morales Benítez recoge en sustancioso libro patrocinado por la Dirección Liberal los principies hitos de su partido a lo largo de la historia colombiana. Contando con la acertada diagramación de Vicente Stamato, la calidad del papel y las excelentes ilustraciones, y desde luego con los ponderados enfoques de Morales Benítez, se tiene una obra de alto contenido ideológico y certera divulgación política, útil pera liberales y el común de la gente.

No es fácil aglutinar en un volu­men, por extenso que sea (530 páginas), los rasgos, programas y nombres más notables de una colectividad que, como el liberalismo (y lo mismo puede decirse del conservatismo), es columna vertebral de la vida democrática del país. Ambos par­tidos, que nacen desde los orígenes mismos de la República, con Bolívar y Santander a la cabeza, han coexistido a lo largo de los tiempos como dos propues­tas y dos alternativas sociales que han dirigido siempre los destinos del pueblo colombiano.

A Morales Benítez, estudioso y practi­cante de las doctrinas liberales desde su más remota mocedad, se le consulta, so­bre todo en los momentos de crisis, como la autoridad y la reserva que es de su par­tido. Y del país. Esas luces son las que resplandecen en las páginas de su libro. Recorre él, con el acopio de documentos y el análisis de los hechos, el paso de gran­des conductores liberales por la vida na­cional, desde Santander hasta Lleras Restrepo. Analiza el carácter de recono­cidos caudillos del pueblo –Uribe Uribe, López Pumarejo, Gaitán, Lleras Restrepo– y los deja en la historia, a ellos y a varios más que forjaron épocas estelares, como paradigmas de la democracia.

No falta el juicio crítico. Se detiene en los pecados del clientelismo y la corrupción, prácticas nefastas que están carcomiendo las raíces de la doctrina liberal. La ausencia del liberalismo de los grandes problemas nacionales, disi­pados como están hoy sus dirigentes –a los ojos del país atónito– con los halagos de la burocracia y las corruptelas flagran­tes, es síntoma aniquilador de los princi­pios fundamentales.

El sentido de tolerancia, la divergen­cia y el libre examen, que otrora fue regla de oro, hoy se pisotea cuando se acallan las voces disidentes, y hasta se amenaza con expulsiones en una convención que se dijo liberal. El pueblo, entre tanto, vive desesperanzado. Y cuando la miseria es tanta, parece que vibrara la voz de Gaitán cuando procla­mó: «No soy enemigo de la riqueza sino de la pobreza».

En fin, Morales Benítez reclama una cruzada de rectificación y depuración de las costumbres, para que su partido vuel­va a ser una solución para las calamida­des populares.

La Crónica del Quindío, Armenia, 16-II-1998

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La voz del siquiatra

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Entre los libros publicados por el Co­mité de Cafeteros del Quindío con motivo de sus 30 años de vida, y que he tenido la oportunidad de leer por amable envío que me ha hecho la entidad, se encuentra el titulado Reflexionar, crecer y compartir, del médico siquiatra Roberto Estefan Chehab.

Su autor, que en forma ocasional llegó hace pocos años al Quindío, aquí se que­dó. Ostenta un sólido recorrido en el cam­po de la siquiatría, como médico, profesor universitario, miembro de varias asocia­ciones médicas y autor de columnas es­pecializadas en periódicos y revistas. Se nota en él una constante actividad tanto en su ejercicio profesional como en el aná­lisis de sus ideas sobre el poder de la men­te.

Mantiene una columna fija en el pe­riódico La Crónica, que leo con frecuen­cia. Desde que comencé a enterarme de su contenido, me interesaron sus tesis. Yo no sabía, en los inicios de esas lectu­ras, que Estefan fuera siquiatra y lo suponía, más bien, un escritor de reciente aparición en la tierra cafetera.

Al descubrir su profesión, me ha sor­prendido que un especialis­ta en siquiatría, a quien se supone a todo momento al frente de su consultorio, dis­ponga de tiempo y sobre todo de disposi­ción para exponer en su columna de prensa las tesis que con tanta propiedad trata en su espacio de La Crónica.

Tenemos, entonces, que el personaje posee dos profesiones casi reñidas: la de médico y la de escritor. Caso admirable.

La última actividad queda refrendada con el libro que aquí comento. No se trata de la simple recolección de variadas notas de prensa, sino que ellas estructuran una obra coherente sobre la infinidad de problemas siquiátricos y morales que agobian al hombre contemporáneo. Sin duda, el trato permanente con quienes acuden a su consultorio le ha permitido, con las dotes del escritor, trasladar al pa­pel el escenario que vive en la intimidad de las consultas y en el ámbito de la cáte­dra universitaria.

En su libro aprecio una nota destacada: la afirmación de los valores, tanto los del espíritu como los de la ética y la moral. Es una obra de aliento y orientación. Aun sin conocer al autor, puedo ase­gurar que él posee la necesaria fuerza espiritual para transmitir consistencia a sus ideas. Si no fuera así, sus tesis serían frá­giles o rebuscadas. Por el contrario, ellas aparecen firmes, nítidas, convencidas. Y además, transmisoras de un sano men­saje llamado a perdurar.

Su libro se lee con agrado y provecho Yo, que un día pasé por la comarca  quindiana y también me comprometí con su gente y su cultura, celebro que una persona nue­va e inesperada, como el doctor Estefan Chehab, haga obra en provecho de la región. Esto es positivo y merece franca ponderación.

La Crónica del Quindío, Armenia, 4-XI-1997

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El tren desaforado

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El sitio de mi residencia era, hasta hace pocos años, uno de los más tranquilos de la capital. Había lo­grado preservarse contra la invasión de ruidos que hace insoportable la vida en Bogotá.

Un parque centenario le daba es­pecial encanto a este remanso de paz, que años después se volvería un infierno de estridencias. Un día llegaron unos funcionarios invisibles y marcaron los árboles que la Secretaría de Obras Públicas había condenado a muerte. Ésa fue la primera vez que los vecinos supimos que el parque iba a ser perforado para abrir una avenida vertiginosa.Avenida que, por haber dejado una obra deficiente y de enorme peligro, en el paso a nivel del ferrocarril, causa accidentes catastróficos, sin que las autoridades se den por enteradas ni res­pondan por los perjuicios.

Hasta donde me alcanzaron la pa­ciencia y las cuartillas, protesté por el arboricidio –o parquicidio– que preparaba la burocracia, pero todo fue en vano. ¿Sa­be el lector cuánto tiempo se necesita pa­ra formar un parque? Por lo menos 50 años. Esto se lo hice notar a la Alcaldía, pero el señor Alcalde me manifestó que esa decisión no podía revocarse y que el desarrollo de la ciudad no podía detener­se ante una arboleda desubicada.

Tiempo después llegaron las podero­sas maquinarias que en un santiamén nos dejaron sin parque. Este asesinato de la ecología era lícito dentro de los progra­mas de planeación urbanística. ¿Cuál planeación? Ésta que destruye los pul­mones de la ciudad y coloca en su lugar fierros de retroceso.

Dice Álvaro Mutis en La última escala del Tramp Steamer. «Detesto el tren. Me da la impresión de que son demasiados fierros y mucho ruido para un esfuerzo tan… tan necio». Pues bien. En el sector donde vivo nos quitaron el parque y nos pusieron el tren. Nos robaron la tranqui­lidad y nos castigaron con el bullicio in­fernal que producen las locomotoras en plena ciudad.

El tren comienza a proferir sus gritos desaforados. Sigue bramando como alma desesperada. No importa la hora que sea. Hoy, a las dos de la madrugada, cuando me despertó el estruendo de siempre, miré por la ventana del aparta­mento y vi que la calle estaba desierta. ¿Por qué, entonces, tantos pitazos? ¿Por qué tanto atropello? Porque aquí manda la sinrazón.

El gerente de Ferrovías debe de vivir muy lejos del paso de sus locomotoras. Yo quisiera proponerle que venga a mi barrio a comprobar el estruendo que denuncio, pero temo que no acepte mi invi­tación, ya que él cuida su sueño.

El país, en cambio, sueña con el ferro­carril de otras épocas: el que atravesaba los campos transportando a bajos costos la riqueza nacional. Ese ferrocarril es muy diferente al que hoy perturba la vida de la ciudad.

El Espectador, Bogotá, 23-VIII-1997

 

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El hada Melusina

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Pasados 24 años de la muerte de Silvio Villegas viene hoy a descubrirse, gracias a un acto de carácter y convicción de su hija Eugenia, el fascinante epistolario amoroso del célebre escritor caldense con una distinguida dama manizaleña, a quien él bautiza con el nombre de Carlota.

Esta Carlota incógnita, y tal vez por eso más sugestiva, entra a las letras colombianas como la heroína de una pasión gloriosa, y además como la protagonista del primer epistolario sentimental que se publica en el país. Este género, que ha dejado obras fa­mosas en otros lugares del mundo, en Co­lombia se ha mantenido oculto. Aquí se esconden los afanes del corazón, dice Otto Morales Benítez en el prólogo del libro. Cuando los amores son secretos, como su­cede en este caso, se cubren con un manto de prudencia, y con el correr del tiempo se pierden en el olvido.

Por lo tanto, Silvio Villegas es el precursor, y a qué altura, de las experiencias amorosas que nadie se había atrevido a divulgar en las páginas de un libro. Largos años empleó su hija en busca de editor, hasta que se encontró con la sensibilidad intelectual de Otto Mo­rales Benítez, que pidió en principio el apoyo de Germán Botero de los Ríos, gerente del Banco de la República, y luego contó con el patrocinio de destacadas en­tidades caldenses, como la Corporación Fi­nanciera de Caldas, el Instituto Caldense de Cultura y la Alcaldía de Manizales.

La maestría de Vicente Stamato le da realce a la obra con una diagramación ad­mirable, y la esplendorosa edición (de 424 páginas en gran formato) ha corrido por cuenta de la firma Panamericana Formas e Impresos.

Alejado Silvio Villegas de las lides políticas y de los fastos de la diplomacia, tras su regreso como embajador en París se pro­ponía recogerse en su biblioteca a escribir sus memorias. Muchos proyectos literarios tenía en mente. Le faltaba elaborar su obra cumbre. Pero la enfermedad súbita y la muerte inexorable frustraron sus ilusiones.

Había sido orador vigoroso, brillante periodista, escritor original cuya prosa elocuente causaba sensación. Varios libros, escritos en las ardorosas jornadas del político, daban cuenta de su  inteligencia superior y su cultivado estilo. La canción del caminante, su libro más celebrado, es ejemplar por su belleza y profundo y emotivo mensaje lírico. Con él comienza la figuración literaria y romántica de la Carlota mani­zaleña, que ahora adquiere mayor dimensión en El hada Melusina.

Estas cartas de amor y pasión enmarcan un episodio seductor para los enamorados y personifican las alegrías y penas del corazón en los grandes amantes de la historia. Carlota es la misma heroína de Goethe, en Werther, y la misma Beatriz de Dante, y la misma Laura de Petrarca, y la misma Emma de Flaubert. El amor no tiene fronteras. La amada de Silvio –elegante, sen­sual y discreta– queda inmortalizada en esta obra maestra que alcanza inmejorable ca­tegoría literaria.

Cartas escritas entre 1942 y 1946, cuando el autor estaba más agobiado por la lucha política. El romance furtivo les daba energías al combatiente y al pensador. Hoy, medio siglo después, esas cartas ingresan a la his­toria. Ya no pertenecen a él, ni a Carlota, sino a la causa de los grandes enamorados. En ellas, además de la fuerza del corazón, vibra la fuerza de la poesía. «Poesía –dijo él– es todo lo que se escribe en estado de gracia bajo la sugestión amorosa».

El Espectador, Bogotá, 8-III-1997.
La Patria, Manizales, 11-III-1997.

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Mitos y relatos del Quindío

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Me he encontrado con una gran libro quindiano siete años después de su publicación, y es el que me ha obsequiado Marieta Jaramillo y del que es autor su ilustre padre, Euclides Jaramillo Arango: Mitos y relatos del Quindío.

El escritor dejó listo el material antes de su muerte, ocurrida en junio de 1987,  y no alcanzó a verlo publicado, ya que este hecho lo realizaría la Federación Nacional de Cafeteros en el año de 1989, en homenaje a la a ciudad de Armenia en sus cien años de vida.

Se trata, por consiguiente, de una obra póstuma, para la que el propio autor dejó escrita la nota de introducción. Por su lectura puede deducirse que la terminación del libro ocurrió en proximidades de su muerte. En el capítulo titulado Un duende travieso, incluido hacia la mitad de la obra, habla él de un paseo efectuado a La Unión el 27 de febrero de 1987, en compañía de Alirio Gallego Valencia. Tres meses después falleció Euclides Jaramillo Arango.

Y cuatro años después, el 16 de marzo de 1991, moría Alirio, su amigo entrañable. Ambos fueron fundadores de la Uni­versidad del Quindío y promotores de la creación del departamento, se vincularon a importantes hechos culturales y presenciaron el proceso económico y social de la región durante buena parte de este siglo.

Qué importante resulta, cuando se lee un libro, situarlo en su momento histórico y extraer de él particularidades como las aquí descritas, que no están al alcance de todo lector. Por la estrecha amistad que me unió a ambos escritores me queda fácil hacer estos análisis.

Muy honrosa resulta para mí la siguiente anotación que me hace Marieta Jaramillo: “Este envío lo hago en nombre de mi papá que tanto gozaba mandando los libros a sus más queridos amigos, como lo fue usted siempre».

Euclides Jaramillo Arango, maestro del folclor nacional y profundo conocedor de las tradiciones y mitos de la tierra quindiana, rescata en esta obra, con el delicioso sabor de todos sus escritos, las historias que co­rren de boca en boca y de generación en generación sobre misterios y personajes fantásticos que ruedan por los campos y crean encanto o miedo.

La mayoría son leyendas universales que adquieren en cada sitio singular fisonomía. La Llorona, la Madremonte o el Mo­hán existen en todas partes, pero todos son diferentes. El ingenio de la gente se ha en­cargado de crear sus propios mitos, vesti­dos inclusive con los trajes propios de cada región y caracterizados por el habla y la idio­sincrasia locales.

El Quindío, tierra de arrieros, aventu­ras y guaquerías, está lleno de espantos, entierros y almas en pena. Hay dioses telúricos que cuidan los bosques, las aguas y las cosechas. Todo el mundo habla de apa­riciones sobrenaturales, pero no todos las han visto.

Unos personajes están rodeados de poesía y fascinación. Otros, de terror. Euclides, que creció entre campos y paisa­jes, se tropezó en sus mocedades y en oca­siones posteriores con varios de esos seres fantásticos. A la gente hay que creerle, decía un eminente político colombiano.

Sostiene la obra que los mitos, como los dioses griegos, son un equilibrio de la na­turaleza. No importa que sean inventados por la imaginación popular, o que en ver­dad existan o hayan existido. Lo que intere­sa es revivirlos y consentirlos como algo propio, y de esto se encarga Jaramillo Aran­go, un fabulador por excelencia.

La Crónica del Quindío, Armenia, 14-I-1997

 

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