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El mono degenerado

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Jorge Roos mira al siglo XXI. Es un destacado huma­nista uruguayo residente en España desde 1955 –y que trabajó en una emisora bogotana en los difíciles años que siguieron al 9 de abril–, autor de decididas campa­ñas sobre la causa de los animales. Sus escritos, de hondo sentido cultural y filosófico, se abren campo en los países latinoamericanos. En Europa se difunden con creciente interés. Acaba de salir en España, publicado por Progensa (Madrid), una reedición de su Mono dege­nerado, donde sustenta, junto con otros dos libros an­teriores que recoge en el mismo volumen, su tesis sobre la degradación de la vida en postrimerías del siglo ac­tual.

Roos, situado frente a la neurosis colectiva que se ha apoderado del planeta, cataloga la ferocidad del in­dividuo como uno de los factores más determinantes del terrorismo universal. Si la raza humana proviene del mono –y todos nuestros actos son por consiguiente si­miescos–, nunca como ahora ese mono se ha degenerado. Pero es preciso redimirlo y hacerlo sociable.

Los escritos de Roos mueven las fibras más sensibles del espíritu y buscan suprimir todo tipo de violencia. Sus tesis causan impacto y abanderan movimientos por los derechos de los animales, los seres más vilipendia­dos en esta ola de vandalismo. En Nueva York funciona la Asociación Latinoamericana en Defensa del Animal, que preside Gladys Pérez y cuenta con la estrecha colabora­ción de la periodista y escritora colombiana Gloria Chávez Vásquez.

La campaña combate los tratamientos inhumanos de que son víctimas los nobles brutos, sobre todo en los países que se dicen civilizados. Las corridas de toros, uno de los espectáculos de mayor incitación de masas y productoras de fuertes divisas, son manifesta­ciones de barbarie que se ofrecen al público con el falso rótulo de actos culturales. Primero se consagra el rey de la fiesta y después se le asesina con sevi­cia. Y antes se le ha sometido a toda clase de vejáme­nes, como untarle vaselina en los ojos, colocarle ta­cos de algodón en narices y garganta, y agujas dentro de los testículos, para que se enfurezca y rinda más.

En España, sede de las Olimpiadas de 1992, se ofrecerá el mayor circo de san­gre con las monumentales corridas que desde ahora se preparan para celebrar los 500 años del Descubrimiento de América. ¡Qué horror!

Cuenta Roos que todavía hay lugares donde se pinchan con alfileres los ojos de los canarios para que, al quedar ciegos, canten mejor. En los laboratorios se somete a los animales a transplantes, amputa­ciones, cirugías cerebrales, sondeos monstruosos e in­númeras torturas, hechos que se repiten una y mil ve­ces, mecánicamente, sin ningún asomo de piedad. Es un fraude científico criminal que no aporta nin­gún avance a la medicina pero que se sigue practicando con saciedad maniática.

¿Y qué decir de los gallos que se colocan vivos en una cuerda floja para que el público los degüelle en las fiestas de San Pedro; o de las focas a las que se arranca la piel antes de morir para que ésta no se es­tropee y dañe el negocio; o de los caballos que entre sofocos, hambre, sed e insoportable esclavitud deben arrastrar, con los huesos al aire y la miseria galopan­te, el carruaje del suplicio?

*

El hombre capaz de estos salvajismos no puede ser decente. Por eso, el mundo es violento. La guerra es con­secuencia de la deshumanización del individuo. El hom­bre contemporáneo es un monstruo. Un mono degenerado.

“El verdadero equilibrio –dice Jorge Roos– sólo puede comenzar a tener vigencia cuando se logre eliminar la crueldad, que es la que produce su opuesto, el desequilibrio”.

El Espectador, 7-I-1989.

* * *

Misiva:

Le agradezco de todo corazón la generosidad de sus palabras y su clara identificación con esos conceptos. Noble gesto el suyo y lo aprecio de verdad. Hacen falta vitalmente, no particularmente, estas sino todas las ideas y definiciones correctas, destiladas gota a gota, que logren inspirar una nueva conducta a la sociedad humana en general. Jorge Ross, Madrid (España), 28-I-1989.

 

 

 

Arenas Betancourt y la libertad

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Gran éxito consigue la socióloga y directora del De­partamento de Investigaciones de la Universidad Central, María Cristina Laverde Toscano, con el libro que ha titu­lado Rodrigo Arenas Betan­court: el sueño de la libertad, pasos de una vida en la muerte. Y la Universidad Central, bajo el ejemplar liderazgo del doctor Jorge Enrique Molina Marino, demuestra, con la publicación de este hermoso libro, su conocido interés por la cultura nacional. Si todas las univer­sidades colombianas dieran el ejemplo que está dando la Central con la edición de sus­tanciosas obras, de variados géneros, se lograría un piso más firme para la formación de las juventudes.

Es justo colocar esta publi­cación en la categoría de los libros preciosos, por la calidad del papel, el arte en el diseño y la diagramación, las bellas fo­tografías y el selecto contenido. Para darle a cada cual lo que le corres­ponde en el proceso editorial, hay que mencionar la técnica con que la Editora Guadalupe ha elaborado el libro, el profe­sionalismo de las fotos tomadas por Antonio Nariño al escultor Arenas Betancourt y a varios de sus monumentos y esculturas, lo mismo que a los dibujos rea­lizados durante su cautiverio, y el acertado diseño y diagra­mación de Diana Castellanos.

Este gran reportaje que es el libro, preparado por María Cristina Laverde después de profundo estudio de la perso­nalidad del artista —para lo cual contó con la asesoría de Otto Morales Benítez, una de las personas que mejor conocen a Arenas Betancourt— tuvo el viraje sorpresivo provocado por el secuestro del personaje, cuando ya María Cristina había cumplido con el plan trazado.

Vino, meses después, ya rescatado el maestro, una segunda en­trevista que ella titula Pro­meteo encadenado, en la que un nuevo hombre es el que habla: el que regresó de la muerte a la vida. Libro, por consiguiente, concatenador del drama del secuestro y del conflicto espiritual de quien siempre ha pregonado, en su obra y en sus ideas, el im­perio de la libertad como derecho inalienable de la vida.

Rodrigo Arenas Betancourt es, sin embargo, un enamorado de la muerte. Pero concibe la muerte —que es una constante de su obra— como un proceso natural y además la embellece con las dotes del artista; y no como trance brutal, de re­presión, de destrucción de la personalidad.

El suplicio a que fue sometido, donde la muerte fue su compañera acechante durante 81 días infernales de angustia e impotencia humana —incluso para suicidarse—, trastornó la razón de este hombre ilustre que ha tenido tan arraigado el repudio a todo tipo de violencia y tan a la mano el camino del emigrante. En el cautiverio, en cambio, todo había concluido: no podía mo­verse, ni respirar a gusto, ni oír con placer el canto de los pá­jaros, ni  pensar sin tortura mental, ni ponerle alas a la libertad…

En Arenas Betancourt existe, tal vez, un escritor frustrado: es de todas maneras gran escritor, como lo de­mostró  en  Crónicas  de la errancia,  del amor y de la muerte, ensayo autobiográfico que contiene su pensamiento sobre la tragedia del  hombre,  tomándose  él mismo como prototipo de peregrinajes  y  desarraigos, de angustias y desesperanzas.

¡Qué gran razonador es el maestro! La plasticidad y belleza de su lenguaje y la nove­dad de sus tesis vuelven a estar palpitantes en el reportaje de María Cristina —a quien tam­bién hay que exaltar por el tino de sus preguntas— y aquí la dimensión del filósofo es supe­rior después del regreso a la libertad.   Quedamos ansiosos por leer Los pasos del condenado, que  se  encuentra en proceso de edición, donde esta alma cósmica se da el lujo, de frente a su negro e impredecible destino, de dialogar con la muerte.

*

Hoy, la libertad para el maestro ha afianzado el que es para él —y debiera serlo para sus verdugos— el mayor precio de la libertad: el amor. «Es preciso —dice— retornar al amor; aprender de nuevo a amar: amar el arte y la cultura; amar a la patria y al ser hu­mano. Nos hemos hundido en un proceso de desamor en el que todos destruimos lo poco que tenemos..

El Espectador, Bogotá, 13.VI-1988.

 

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Carvajal hace las cosas bien

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Carvajal es líder de la industria colombiana del papel. Ha demostrado que el capital no debe ser un medio de explota­ción sino de beneficio social. Su influjo es poderoso en el pro­greso del país y se ha conver­tido en motor de empleo de mi­les de familias que saben hasta dónde es humana y dignificante la fuente del trabajo cuando bien se ejerce. Es una firma que le da honor a Colombia por su alto sentido de las relaciones obrero-patronales y el ejemplo como contribuye al desarrollo industrial del país. En Carvajal no existe sindicato, y se trata de un caso excepcional, porque los avances laborales, prodigados por la empresa en forma espontánea, van más allá de lo ordinario, hasta alcanzar niveles óptimos para la digni­dad de los trabajadores.

Hay otra faceta, que pasa inadvertida para la mayoría de los colombianos, tal vez por la discreción con que la firma ejecuta estas acciones, y es su aporte a la cultura colombiana. Entiende Carvajal que una manera de hacer patria es apoyando las expresiones ar­tísticas y literarias.

Quiero referirme a dos hechos destacables de este empeño. Tienen que ver con el papel como base del progreso de la humanidad. El papel, que es la razón de ser de esta industria, adquiere mayor significado cuando se eleva a la categoría de creador de cultura. Resca­tando libros y periódicos me­morables, que son verda­deras joyas de biblioteca, Carvajal rinde homenaje a quienes en el pasado forjaron nuestra nacionalidad.

Vino primero la reimpresión facsimilar, en cinco tomos, del Papel Periódico Ilustrado, de Alberto Urdaneta, la mejor publicación cultural del siglo pasado en nuestro país. Estos tomos, be­llamente elaborados por Car­vajal con imitación de la en­cuadernación que Urdaneta contrató en París para los 116 números de su periódico, vieron la luz en las navidades de 1974 a 1978. (Yo tuve la suerte de ser uno de los favorecidos con la preciosa colección).

Fundado el periódico en el año de 1881 y extendido hasta 1888 (hace 100 años), sus páginas contienen los me­jores artículos científicos y li­terarios de la época, a más de maravillosos grabados artísti­cos, y en ellas los escritores dejaron profundos ensayos sobre la historia nacional e hispanoamericana, la política, la economía, la literatura y to­das las expresiones cultas del siglo pasado.

El segundo hecho significativo es la reimpresión en dos tomos, también facsimilar, de la obra Historia General de las Conquistas del Nuevo Reyno de  Granada, de Lucas Fernández de Piedrahíta, otro obsequio Carvajal en las navidades 1986 y 1987. El autor de tales crónicas, nacido en Santa Fe en 1624 y muerto en Panamá en 1688, entrega en vigoroso lenguaje descriptivo los hechos fundamentales que determinaron la época de la Colonia y dieron origen a la nacionalidad. Es, como está considerada, obra básica para interpretar el proceso colombiano en sus albores como pueblo civilizado.

*

Siete tomos que son reales demostraciones del mejor gusto editorial. En ambas obras se le muestra al lector cómo se fabricaban y se ilustraban los  libros y los periódicos hace 100 y 300 años. Carvajal, industria pionera del papel en Colombia, no sólo acredita con estas confecciones su destreza para trasladar a los nuevos tiempos los testimonios del pasado –y lo mismo ha ocurrido con otros libros reeditados que no tengo el privilegio de conocer–, sino que se consagra como mecenas del arte, el pensamiento y la historia de una nación grande.

El Espectador, Bogotá, 27-III-1988.

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Misiva:

Su nota en El Espectador me ha llenado de satisfacción. Es grato saber que la tarea que adelantamos en Carvajal para colaborar en el progreso nacional es tomada por voces autorizadas como la suya como ejemplo para el sector empresarial colombiano. Le agradezco su mención a los libros institucionales, los cuales esperamos poder seguir publicando en el futuro con el propósito de destacar labores culturales e históricas de nuestra nacionalidad. Adolfo Carvajal Quelquejeu, presidente de Carvajal, S. A., Cali.

 

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Defensa de los animales

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Quien es cruel con los animales no puede ser buena persona. Schopenhauer.

Ha llegado a mis manos, re­mitida desde Nueva York por la periodista y escritora colombiana Gloria Chávez Vásquez, la interesante revista que se titula Defensa de los Animales. Funciona en aquella ciudad, al igual que en otras capitales del mundo, un club de personas convencidas de la importancia de los animales y que pregonan los derechos de estos como seres sensitivos.

Existe la Liga Internacional de los Derechos del Animal, que en 1977 elaboró en Londres un código con los principios como deben ser tratados los nobles brutos, declaración que será sometida a las Naciones Unidas. Esta campaña tiene eco en la mayoría de pueblos y se convierte en brújula de comportamiento social. El desarrollo de las naciones no será posible si los habitantes no poseen sentimientos de convivencia con el reino animal.

Resulta aleccionador obser­var algunos puntos de la de­claración, que entresaco como referencias de conducta ética:

*Todo animal tiene derecho al respeto.

*Si la muerte de un animal es necesaria, ésta ha de ser ins­tantánea, indolora y no gene­radora de angustia.

*Toda privación de libertad, aunque sea con fines educati­vos, es contraria a este derecho.

*El abandono de un animal es un acto cruel y degradante.

*Todo animal obrero tiene derecho a una limitación ra­zonable de la duración y la in­tensidad del trabajo, a una alimentación reparadora y al reposo.

*No se ha de explotar a ningún animal para diversión del hombre.

*Todo acto que entrañe la muerte de un animal sin nece­sidad, es un biocidio, es decir, un crimen contra la vida.

Parece que estos manda­mientos giraran alrededor del hombre. Si bien se mira el asunto, tanto el hombre como el animal son dignos de conside­ración y respeto. Pero en nues­tra patria, para hablar solo de lo que vemos a diario, tanto el uno como el otro son vejados y con frecuencia sacrificados.

Un  grupo de adolescentes escribieron hace poco a El Espectador una  carta dramática donde narran la tortura y la muerte posterior a que fue sometido, por venganza equivocada y ciega, el perro juguetón del barrio, a quien llamaban Niño. Ojalá los amigos del can inofensivo, niños como él en los juegos y las sanas travesuras, y que repudiaron con dolor la acción criminal, se enteren de esta nota de solidaridad.

Comparo la suerte de Niño con la del perro Guardián, el mísero personaje proletario que con tanta sensibilidad describió el cuentista quindiano Eduardo  Arias Suárez. El escritor crea esta escena: «Somos muy desgraciados –le decía yo a Guardián, mirándole las costillas a través de la piel. Mi amigo en ese momento iba pensando lo mismo  que yo–: somos muy desgraciados».

*

Albert Schweitzer, premio Nóbel de la Paz en 1952, apodado «el buen doctor», escribió: «Un hombre sólo será ético cuando la vida, como tal, sea sagrada para él, tanto como en las plantas y animales, como la de sus hermanos, los hombres, y cuando se desvele por ayudar toda vida que necesite ayuda.

Georges Roos es autor libro titulado El mono degenerado, donde enjuicia la perversidad del hombre. Gloria Chávez lo entrevista, a propósito de ésta y de otras obras suyas que se encuentran de actualidad, y  Roos castiga con estas palabras la fiereza humana:

«Los matones, los groseros, los vándalos, los explotadores de la miseria o del dolor de cualquier ser, me parecen seres inferiores y peligrosos  que debe ser combatidos».

El Espectador, Bogotá, 4-V-1988.

 

El cuy, un sufrido personaje

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Mamífero originario de Suramérica, su procedencia se remonta a 5.000 años. Por más que se le sacrifica en grandes cantidades como el plato más apreciado del sur de Colombia, del Ecuador y Perú, ahí lo tenemos vivito y coleando. Parece que con sus bigotes nerviosos y sus ojillos vivaces se riera de sus verdugos. Esa fue la impresión que tuve cuando lo vi tendido en el campo de batalla, rodeado de ají, papa, palomitas de maíz y espumosa cerveza.

Me quedó cierto remordi­miento por haberlo devorado con tanta avidez (los lectores estarán creyendo lo contrario, como se piensa de la gente del interior del país), y por eso me propuse estudiar sus orígenes y su personalidad. Buscando y preguntando,  encontré el libro preciso: El cuy (cavia porcellus), de los zootecnistas Margarita Ortegón de Morales y Fernando Morales Alarcón. Libro que no sólo contempla la parte genética del noble roedor sino también las técnicas para su conservación y explotación como fuente de proteínas y de dinero.

Comencemos por el nombre. Se le llama cuy, o cui, o cuie, o curí, por los sonidos que pro­duce. También se le conoce como guanco, jaca, cobayo o conejillo de Indias. No es un animal cualquiera. La rata sólo es rata. El cuy tiene dignidades. Cuando el macho corteja a la hembra, camina con discreción y suavidad detrás de ella y le declara su amor con este so­nido: cuic, cuic, cuic. Y ella, lisonjeada y seducida, le con­testa: cuic, cuic, cuic.

Des­pués sucede lo que tiene que suceder. Y el mundo sigue adelante, ardoroso y superpoblado. Por eso, es posi­ble saborear estos platos típicos nacidos de un momento de amor.

El cuy no está emparentado con la rata. La detesta. No se pueden cruzar sexualmente. Se rechazan, y con esto se dice todo. Si una rata se va detrás de un cuy diciéndole cuic, cuic, cuic, éste la manda al carajo. Se atusará los bigotes y le de­mostrará que su cuna es supe­rior. Es dócil y despierto. No tiene la agresividad ni la trai­ción de la rata. Bien entrenado, se convierte en simpática mascota. Se trata de un ser casero y sociable que, si no fuera animal, sería un muñeco de felpa. No muerde a las per­sonas. Estas, en cambio, lo muerden y lo trituran.

Es paciente, y cuando se le trata mal, responde con resig­nación. Da con su ejemplo lec­ciones de reciedumbre a la humanidad. Las hembras po­seen un carácter dulce y re­servado, lo mismo que las en­cantadoras pastusitas. Es aseado. En las casas de habi­tación reside como un miembro más de la familia. Pero como el hombre es voraz, se lo come.

Cuando los cuyes se olfatean la parte posterior, la olfateada (hay que suponer que es una bella hembrita) emite chorros de orina para ahuyentar al atre­vido. Si se ve acosada, escarba la cama y se la arroja al ata­cante con el dorso de la mano. Me imagino que las mujeres están aprendiendo, con estas actitudes cuyescas, a proteger su integridad.

Cuando dos machos se disputan una hem­bra, se enfurecen, se pelean y entonces sí se muerden (asuntos de carácter). La riña termina cuando uno ha quedado en posesión de la reina. Lo anterior se evita dejando un macho para cada 8 hembras. Nos ganan por una: a los hombres nos co­rresponden 7 mujeres en este mundo desproporcionado.

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La cuyicultura es una indus­tria productiva en el sur del país. Se surte con la explosión demográfica del sufrido personaje y con los apetitos desbordados de nativos y tu­ristas. Se dice que el cuy posee poderes afrodisíacos (lo que a mí no me consta). A un pastuso le pregunté si esto era cierto. Me contestó que no, que tal vez, que no estaba seguro, y luego sorprendí en él una son­risa maliciosa. En seguida le averigüé por el número de hijos y me repuso muy ufano: 8. Asociando ideas, me pareció percibir en el ambiente un ruido revelador: cuic, cuic, cuic…

El Espectador, Bogotá, 21-IV-1988.

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Misiva:

Queremos agradecerle la especial deferencia de su Salpicón  del 21 de abril, al hacer esa fabulosa mención de nuestra obra, esfuerzo personal de casi 20 años de trabajo e investigación. Y lo queremos felicitar por su magnifica columna. Es maravillosa. El  artículo causó revuelo en Nariño y en muchas partes del país, atestiguado por numerosas llamadas. Fuera de la sorpresa, justo es decirlo, nos llenó de orgullo, ya que muy pocas personas se interesan por el esfuerzo de los técnicos y menos recibimos apoyo desinteresado y pronto. Nuestra obra está debidamente registrada. Margarita Ortegón de Morales, Fernando Morales Alarcón, San Juan de Pasto.