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Las cenizas de Nariño

domingo, 17 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Comenté en mi columna anterior la vida atormentada de Antonio Nariño bajo crueles suplicios, hasta terminar sus días, enfermo y abatido, en Villa de Leiva. El escritor Jorge Ricardo Vejarano relata paso a paso el tránsito del prócer por los tormentosos caminos que tuvo que recorrer, y deja en el ánimo del lector un sabor amargo por tanta vejación y tanta injusticia. Puede pensarse que con su muerte cesaron el odio y el vilipendio de que fue víctima, pero no fue así.

Veamos ahora la dura historia que surgió con sus restos. Antes de expirar, pronunció estas palabras lapidarias: No tengo que dejar a mis hijos sino mi recuerdo. A mi Patria le dejo mis cenizas. Pero la Colombia de entonces, manejada por fuerzas adversas a sus ideas y su carácter, no pudo entender la grandeza del héroe. No hubo decreto de honores del alto gobierno ni acuerdo del cabildo de su ciudad nativa honrando su memoria.

Frente a esa atmósfera de apatía, que al mismo tiempo lo era de desprecio, sus hijos se propusieron realizar las exequias solemnes en la catedral de Bogotá, y para el efecto contaron con el sacerdote Francisco José Guerra de Mier para pronunciar la oración fúnebre. El acto quedó previsto para el 13 de febrero de 1824, dos meses después del deceso. Pero tres días antes, el presbítero envió una carta a la familia informando que desistía de su compromiso debido a amenazas que había recibido.

Antonio Nariño y Ortega, hijo del Precursor, fijó la carta en las calles principales de la capital, y las honras fúnebres fueron suspendidas. El biógrafo Vejarano hace en su libro esta anotación: “Santander era el presidente de la República. ¿Por qué enmudeció, por qué desapareció en el preciso momento en que era necesario atajar la villana afrenta, hacer abrir amplia calle de honor para que pasara el recuerdo del prócer?”.

Sus cenizas fueron trasladadas de un sitio a otro en la iglesia de san Agustín de Villa de Leiva. En 1835, su nieto, el general Ibáñez, llevó la urna funeraria a Zipaquirá y la dejó en manos de Mercedes, su madre, que allí residía. En 1873, llegó la urna a Bogotá y quedó bajo el cuidado de su nieto. En 1885 –62 años después del fallecimiento–, el héroe continuaba insepulto.

Resuelve entonces el general Ibáñez llevar los restos consigo en un viaje que realizó a Jamaica. En Colón, Panamá, un ciudadano español se robó la urna, creyendo que portaba un tesoro. Fue recuperada, pero por poco desaparece entre las llamas de un incendio que ocurrió en el puerto. Los restos regresaron a Bogotá, y en 1907 se depositaron en la capilla de la Virgen de los Dolores de la catedral. En 1913, fueron retirados de la capilla y trasladados al monumento que allí mismo se levantó. Pasaron 90 años en este peregrinaje que parecía no tocar fin.

El eterno prisionero que evoqué en mi artículo anterior se convirtió en el eterno viajero a quien se le cerraban todas las puertas. Pero la Historia certera, tras esta larga cadena de infortunios, le abrió al fin –y ya para siempre– las puertas de la gloria y la inmortalidad.

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Eje 21, Manizales, 23-II-2024. Nueva Crónica del Quindío, 25-II-2025. Academia Patriótica Antonio Nariño, boletín 34, febrero/2024.

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Nariño: el eterno prisionero

domingo, 17 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace dos siglos, el 13 de diciembre de 1823, murió en Villa de Leiva el Precursor Antonio Nariño, a la edad de 58 años. Coincidiendo con ese suceso, he leído una excelente biografía del prócer, escrita por Jorge Ricardo Vejarano. La obra ha tenido varias ediciones, y la que poseo la publicó el Instituto Colombiano de Cultura en 1978. Hoy es de difícil consecución.

Me encontré con una verdadera joya bibliográfica en la que el autor, oriundo de Pasto –ciudad en la que Nariño tuvo la peor derrota de su vida–, narra con emotiva y rigurosa veracidad la vida atormentada de este ilustre patriota, quien, luchando por la libertad y los derechos ciudadanos, nunca conoció el descanso y sufrió, por el contrario, toda clase de sufrimientos, oprobios y torturas. Buena parte de su vida la pasó en presidio, y nunca declinó en su lucha contra la realeza y la emancipación del pueblo colombiano.

A los dieciséis años había presenciado la ejecución de José Antonio Galán, hecho que lo marcó para siempre. Lo volvió rebelde y agitador, rasgo que le causó encono entre los propios militantes de la causa libertadora, donde él era figura notable. Con la traducción que hizo en 1793 de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, le vino su primer infortunio. La cárcel, sin embargo, no fue suficiente para hacerlo cambiar de ideas. Salía de una cárcel para entrar en otra. Desde su Imprenta Patriótica y el periódico La Bagatela arremetía contra sus enemigos y mantenía firmes sus convicciones.

Preso en España, su esposa Magdalena, que había sido despojada de todos los bienes, vivía en medio de la indigencia y tenía que pedir la caridad pública para poder subsistir con sus cinco hijos. Esta situación infamante no la ha sufrido ningún otro prócer. La Caja de Diezmos, que tuvo una desviación de fondos cuando Nariño era el tesorero, se convirtió en motivo para recriminarlo con perversidad. Pero tiempo después, en magistral discurso ante el Congreso –ya casi sin fuerzas para sostenerse en pie–, demostró su inocencia en este y dos casos más.

De todos modos, este implacable luchador de la libertad, que venía de un linaje insigne y era dueño de cuantiosa fortuna, estaba en la ruina y postrado por dos graves enfermedades: la tuberculosis y la bronconeumonía. Tras el revés sufrido en Pasto al frente de las fuerzas patriotas, sus brillantes acciones militares y su desempeño acucioso en altos cargos del Estado parecían desdibujarse en las garras de la derrota.

Sus enemigos, incluido Santander, fueron sus mayores detractores y verdugos. En cambio, Bolívar lo apoyaba por saber lo que valía. Pasados los años, muchos años, sería la Historia la que diría la verdad y rescataría su nombre del olvido. Después de Bolívar, Antonio Nariño fue el personaje más importante de la Independencia.

En agosto de 1823 buscaba un mejor clima para aliviar sus dolencias. Murió en Villa de Leiva cuatro meses después, rodeado de pocos vecinos y con ausencia de su familia. Antes de entrar en la agonía, dijo estas palabras lapidarias: Amé a mi Patria: cuánto fue este amor lo dirá algún día la Historia. No tengo que dejar a mis hijos sino mi recuerdo. A mi Patria le dejo mis cenizas.

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 Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 11-II-2024. Eje 21, Manizales, 13-II-2024.

Comentarios

 Muy buena tu nota sobre Nariño. Pero me parece que eres muy duro con Santander al calificarlo de detractor y verdugo del Precursor. Yo creo que entre los dos personajes hubo discrepancias políticas respecto a la forma de gobierno, pues mientras Nariño era un denodado centralista, Santander era partidario de un gobierno con más autonomía de las provincias y sin la dependencia absoluta del poder central militarista de Bolívar, es decir, la estéril confrontación entre centralistas y federalistas que el mismo Nariño criticó cuando acuñó el conocido calificativo de Patria Boba al período transcurrido entre 1810 y 1816. Esas discrepancias, azuzadas por los partidarios de uno y otro lado, fueron las causantes también de la enemistad política entre Bolívar y Santander. Personalmente soy admirador de los tres próceres mencionados, pues cada uno de ellos tiene méritos importantes, pero sin negar que también tuvieron errores y no pequeños. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Respuesta. Ya conocía tu concepto sobre sobre Santander, en carta que me enviaste hace varios meses. Esa posición es respetable. El enfrentamiento entre Santander y Nariño venía de tiempo atrás, y se agudizó cuando el Precursor, debilitado física y moralmente, fue víctima de implacable persecución de un grupo de adversarios, entre quienes sobresalía Santander.  El autor del libro, Jorge Ricardo Vejarano, analiza ese clima inamistoso entre los dos próceres y hace énfasis, sobre todo, en la etapa final de Nariño, cuando sufrió las mayores incomprensiones y agobios. Debe admitirse que se trata de dos personajes controvertidos en muchas de sus actuaciones durante las guerras de la Independencia. Los días de sus mayores diatribas estaban infestados de odio y pasión política y esto contribuyó a las feroces contiendas que se desataron entre ellos. De todas maneras, lo que yo quise subrayar en mi artículo –frente a la biografía de Vejarano– fue el trato cruel que padeció el Precursor y que lo convirtió en el eterno prisionero. GPE

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El bicentenario de la muerte de Antonio Nariño

sábado, 16 de marzo de 2024 Comments off

Amables lectores:

El Tiempo registró el 13 de este mes, en su espacio Hace 100 años, la nota publicada sobre la muerte de Antonio Nariño y dijo que había nacido en Villa de Leiva. Con tal motivo me dirigí al director del periódico aclarándole que el verdadero sitio de su nacimiento es Bogotá. En la edición de hoy, y en la misma sección, el periódico rectifica este lapsus. Transcribo el correo que dirigí al director del diario, donde no solo hago dicha rectificación, sino que comento las circunstancias del deceso y resalto la importancia del Precursor en la gesta libertadora:

Este 13 de diciembre se cumplieron 200 años de la muerte del Precursor Antonio Nariño. El Tiempo, en el espacio Hace 100 años, recuerda el primer centenario de su muerte y dice que el prócer nació en Villa de Leiva. En realidad, nació en Bogotá. Y murió en Villa de Leiva, aquejado por bárbaros sufrimientos, tanto físicos como morales. Padeció cárceles, injurias, calumnias, crueldades, constante persecución. Fue un eterno prisionero. Ni siquiera Bolívar sufrió tanto como él. A Villa de Leiva fue a buscar salud, y murió al poco tiempo. Pero la Historia, que es la mayor fuente de la verdad, se encargó de rehabilitar su nombre y consagrarlo como uno de los grandes líderes de la Independencia.

Gustavo Páez Escobar

Miembro de la Academia Patriótica Antonio Nariño

16-XII-2023

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César Hoyos, amigo del alma

viernes, 15 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

 A César Hoyos Salazar, que ejercía el cargo de secretario de Gobierno de Armenia, lo conocí en 1969, cuando llegué a la ciudad como gerente del Banco Popular. Han corrido 54 años. Desde entonces nos unió estrecha y sincera amistad. Lo recuerdo como persona sencilla, simpática y amable, que poseía además un don inapreciable que solo exhibía en grupos íntimos de amigos: el fino humor.

Con esta faceta gozábamos en alegres tertulias. Una de sus geniales actuaciones era la del culebrero de las plazas de mercado, que él interpretaba a la perfección. Nunca perdió el sentido de la hilaridad, de la gracia tonificante, del desdoble de la personalidad, no obstante el rigor y la circunspección con que manejaba las altas posiciones que ocupó en la región y en el país.

Cuando lo conocí, le faltaba graduarse de jurista. Le propuse que al obtener el título me aceptara ser abogado de mi oficina bancaria. Tiempo después me encontré con él en Bogotá frente a un despacho postal, y repasando unos sobres que llevaba en la mano, me pasó el que estaba dirigido a mí. Era la participación que hacía del grado que acababa de conferirle la Universidad Nacional. Me dijo, sonriendo, que no había olvidado mi oferta. Y fue desde entonces el asesor jurídico del banco.

En Armenia actuó como director de Fenalco, profesor de la Universidad del Quindío y de la Gran Colombia y decano de la facultad de Derecho de esta última. Llegó a ser el abogado más prestigioso de la ciudad. Trasladado a Bogotá, estuvo al frente de la dirección jurídica de la Federación Nacional de Cafeteros, y más tarde pasó al Consejo de Estado, cuya presidencia desempeñó tiempo después.

Fue el segundo alcalde de Armenia por elección popular. Sacó a la capital de serias dificultades económicas y emprendió obras de vasto alcance. Su espíritu moralista dejó huellas memorables, como la destitución fulminante del secretario de Obras Públicas por utilizar maquinaria del municipio en trabajos personales, y la devolución de la parte de los viáticos que no utilizaba en gestiones oficiales. Difícil hallar un funcionario de semejante probidad, rectitud y ética. Practicando la moral, enseñaba a los demás a ser honrados, si bien esta pauta vive desterrada de las oficinas públicas. Pero algún efecto dejan.

César Hoyos era un estudioso de tiempo completo. Vivía metido entre códigos y textos especializados. El conocimiento era su mejor arma de superación y progreso. De esta manera conquistó las altas dignidades a que llegó. Poseía profunda sabiduría jurídica y humana, y en todas partes dejaba rastros de su disciplina y autoridad. El culebrero que llevaba oculto en sus intimidades era un recurso para reírse de la vida ceremoniosa.

Al conocer la triste noticia, llamé a su propio celular, por el que tantas veces me comuniqué con él. En los últimos meses, su voz era tenue, apagada, pero efusiva. No me contestó él, sino Elsa Marina, su fiel y valiente compañera de todas las horas. Me hice la ficción de que hablaba con el propio César. Quizás así se mitigaba la amargura de la despedida.

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Eje 21, Manizales, 8-IX-2023. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 10-IX-2023.

Comentarios

 Comparto el sentimiento de pesar que expresas por el fallecimiento del doctor César Hoyos, a quien tuve oportunidad de conocer y tratar. Y disfrutar de su parla, matizada de sencillos brotes de humor pero también de serios conceptos políticos y jurídicos. Sensible pérdida para el país y para el Quindío su desaparición, y para ti que disfrutaste de su amistad cotidiana. Augusto León Restrepo, Bogotá.

Los dos temperamentos y los valores inquebrantables del dúo entrañable de amigos hicieron clic desde el inicio de una amistad que sobrepasó los 50 años de compartir la vida. Viene a mi mente el verlos hablando largas horas cuando se encontraban.  Entendí que personalidades con características como las de mi papá y su gran amigo son las que aportan y son espejo imitable en el saber vivir. A César lo llevaremos en el corazón por siempre. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Su muerte me conmueve y duele en el alma. Siempre fue tan cercano a la familia “banpopular”. Ser humano excepcional. Raquel Martínez Aguirre, Armenia.

Muy bello homenaje a un extraordinario ser humano. Josué López Jaramillo, Bogotá.

Un bonito recuerdo de tu amistad con César. Un hombre íntegro y un caballero; la partida de amigos como él nos produce mucha nostalgia. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Qué bueno y merecido tu recuerdo del gran ciudadano y amigo que fue César. Diego Moreno Jaramillo, Bogotá.

Bella página de amistad sobre el doctor Hoyos. Armenia y el Quindío no se han enterado aún de todo lo que han perdido con su muerte. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

He leído con mucho interés tu página de despedida al amigo César Hoyos. Ha sido conmovedor leer y sentir el pálpito de una gran amistad; además de conocer logros importantísimos de su vida. Cuando los amigos se van, dejan un vacío que permanece y se colma, a la vez, de bellos recuerdos. Inés Blanco, Armenia.

Después de Bolívar

miércoles, 15 de marzo de 2023 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Eduardo Lozano Torres ha sido ferviente apasionado de la Historia colombiana. Publicó en 2015, en Intermedio Editores, el texto Bolívar, mujeriego empedernido. Y dice que varias personas le preguntaron: ¿Y después de Bolívar, qué? Esto dio lugar a que escribiera el nuevo libro a que se refiere esta columna, el que bautizó con la frase antes citada.

La ingratitud y el oprobio fueron los mayores factores que aceleraron la muerte de Bolívar. Dividido el país entre bolivarianos y santanderistas, se desató contra el Libertador la más implacable arremetida contra los logros que había obtenido, cuando ya carecía de fuerzas y mando para mantenerse en la batalla No solo se ignoraron sus eminentes realizaciones, sino que sus enemigos le cobraron los errores que había cometido, los que de modo alguno eran determinantes para opacar su gloria.

Bolívar mantuvo hasta el último momento de su vida plena conciencia sobre la crueldad y la saña con que se le juzgaba, y veía cómo su existencia se apagaba como una llama al viento en la soledad de Santa Marta, alejado de Manuelita, del pueblo y de sus seguidores. Fue entonces cuando pronunció esta frase angustiada: “¿Carajo! ¿Cómo voy a salir de este laberinto?”. Exclamación que inspiraría a García Márquez a escribir, 159 años después, la novela El general en su laberinto.

Una semana antes de su muerte, Bolívar había dictado su testamento y su última proclama, y en esta se despedía con el alma desgarrada: “He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. El historiador Lozano Torres se dedica a investigar en su libro qué sucedió, tras la muerte del prócer, en Colombia y en los países por los que luchó.

Veamos algunos casos de gran sensibilidad humana. Manuelita fue desterrada de Colombia y terminó su vida, pobre y enferma, en el puerto peruano de Paita. El general Hermógenes Maza murió alcoholizado en Mompós. Luis Perú de Lacroix, su mano derecha y confidente –autor del libro Diario de Bucaramanga, que cuenta los sucesos de la Convención de Ocaña–, se trasladó a París, donde se suicidó.

¿Qué pasó en Venezuela? En marzo de 1831, el general Páez fue elegido presidente de la república. Evaporado el sueño de Bolívar de crear la Gran Colombia, en 1832 nacía la Nueva Granada. ¿Qué pasó en Ecuador? El presidente Juan José Flores pretendió anexar a su país las provincias granadinas de Pasto, Popayán y Buenaventura, pero no lo logró. Después de la muerte del Libertador se tornaron más difíciles las relaciones entre los pueblos hermanos, puede decirse que hasta el día de hoy.

El general Santander, el principal antagonista de Bolívar, que fue condenado a muerte junto con otros 14 acusados por la conjuración septembrina, pena que le fue conmutada por la del destierro, volvió a Colombia en julio de 1832 y se posesionó como presidente de la nación por un período de cuatro años. No fue fácil su gobierno. No obstante, realizó obras de progreso nacional, sobre todo en el sector de la educación pública (Colombia era en aquellos años un país de analfabetos). Santander está reconocido como el pionero del espíritu civil del país.

Entre Bolívar y Santander concurren curiosas circunstancias: el primero murió de 47 años, y el segundo, de 48; ambos fallecieron a raíz de graves enfermedades: Bolívar, de tisis tuberculosa, y Santander, de una vieja deficiencia hepática; ambos tuvieron amores con Nicolasa y Bernardina Ibáñez; ambos pertenecían a familias prestantes y poseían sólida formación militar e intelectual. A la postre, luego de librar decisivas batallas por la libertad, ambos próceres tuvieron serias divergencias en torno al centralismo y el federalismo, y así concluyó su amistad.

Lozano Torres formula esta apreciación sobre Bolívar que comparto por completo: “Murió odiado, proscrito y vejado por muchos, pero también admirado y estimado por otros. Pero muy pronto se convertiría en una leyenda y las generaciones venideras le reconocerían póstumamente su denodada lucha”.

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El Espectador, Bogotá, 11-III-2023. Eje 21, Manizales, 9-III-2023. La Crónica del Quindío, 12-III-2023.

Comentarios 

Desde niño he admirado a Bolívar. Con todos sus defectos y errores, porque ellos forman también parte de todo ser humano y por ello no podían estar exentos de su vida. Uno de los rasgos prominentes de su talante fue la tozudez, rayana en la terquedad, que imponía en sus acciones y proyectos y tal vez por eso obtuvo los triunfos y resultados positivos que pronto lo convirtieron en el indiscutible líder que fue.

También desde niño aprendí a formarme un criterio muy negativo sobre Santander, hasta que comencé a leer acerca de él. A medida que fui conociendo su vida, su carácter y sus actuaciones, esa silueta fue cambiando y pude, ya con juicio analítico, concluir que fue una persona muy valiosa y con múltiples cualidades en la lucha independentista. Fue un gran hombre, pero su mérito fue opacado por la figura de Bolívar y por la culpa, nunca comprobada, que le atribuyeron en el nefasto atentado septembrino. No dudo que quienes rodearon a uno y otro fueron los culpables del distanciamiento que tuvieron. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Abarcar la trayectoria de Bolívar es labor muy compleja. A veces queda uno confundido con tanto episodio que protagonizaba a cada paso. Sus ejecuciones son increíbles. También Santander ha dejado rastros firmes en la Historia sobre su eminente personalidad. Estos personajes son irrepetibles. Se duele uno en los tiempos actuales sobre la carencia de verdaderos líderes, si no a la altura de Bolívar y Santander, que logren por lo menos tocarnos las fibras esenciales del patriotismo que hace mucho tiempo desapareció. Este es mi criterio sobre los dos próceres: mientras Santander es un prohombre, Bolívar es un genio. Gustavo Páez Escobar.