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Marcadas diferencias

martes, 29 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Cuando comencé a trabajar en la banca, en los años cincuenta del siglo pasado, las tarifas de servicios bancarios eran moderadas y se regían por cifras uniformes para todo el sistema. Dicha política se mantuvo durante largo tiempo, y solo de vez en cuando ocurrían ligeros ajustes en estas contribuciones.

Algún día se rompió aquel esquema. Al permitirse que cada entidad fijara sus propias tarifas, los costos comenzaron a pronunciarse en forma acelerada, hasta llegar al momento actual en que tales cuotas, que abarcan cualquier acto que se ejecute en los bancos (allí nada se da gratis), han llegado a límites inconcebibles.

Esto mismo sucede con los medicamentos. Mientras los precios estuvieron bajo control, no había tanta dificultad económica para adquirirlos. En el anterior Gobierno, el ministro Diego Palacio resolvió liberarlos con el argumento de que la libre competencia permitiría su estabilidad. Lo cual no ha sucedido. Por el contrario, los abusos que se cometen contra el bolsillo de los colombianos son cada vez más torturantes.

Al inicio del Gobierno actual, el presidente Santos trató de persuadir a los bancos para que moderaran los costos financieros. Más tarde, el ministro de Hacienda les advirtió que en caso de que no facilitaran ese objetivo se intervendrían las tarifas. Los bancos desoyeron la advertencia, y nada ha ocurrido: las tarifas siguen tan onerosas como antes. Frente a la resistencia de la banca, el ministro optó por guardar silencio. Pudo más la presión de los institutos financieros que el anuncio oficial de disminuir esta pesada carga que agobia a millones de colombianos.

Un simple vistazo a las cifras de la banca indica hasta qué grado los bancos aumentan sus utilidades. En el 2011, estas ascendieron a 6,8 billones, mientras que en el 2010 habían sido de 5,9 billones. Un incremento cercano al billón de pesos en los doce meses de la comparación.

Un amigo mío que vive en Francia me cuenta algunas modalidades que existen allí en el manejo monetario. El diálogo con los bancos es mínimo, ya que casi todo se realiza por los cajeros automáticos, que ofrecen amplios sistemas de seguridad, como no ocurre aquí. Tener en Francia una cuenta bancaria es requisito necesario para la vida laboral y comercial. Las chequeras son gratuitas, mientras en Colombia se cobra alrededor de cinco mil pesos por cada cheque. Y allí las tarifas son mesuradas.

Para retirar del cajero automático una cifra superior a 500 euros, se debe avisar al banco con tres días de anticipación. Solo están permitidos tres retiros semanales que no superen dicho monto por cada operación. De esta manera, el “fleteo” y los “paseos millonarios” no existen en Francia. En la cuenta personal no se pueden depositar más de tres cheques al mes. En caso contrario, debe cumplirse un trámite especial. Todos estos pasos están vigilados por la dirección de impuestos, que recauda con justicia y ofrece garantías para todos.

En los préstamos personales no se exige fiador o codeudor, ya que es el Estado el que responde por medio de la banca de Francia. Si una cuenta o un crédito se manejan mal, el problema es mayúsculo, por cuanto la banca entra a castigar a la persona anotando su nombre, por largo tiempo, en un listado que se extiende a todo el sistema, lo que impide poseer tarjeta de ninguna entidad. Sin la tarjeta, no se puede tener empleo, pues tal documento es indispensable para recibir el sueldo. La gente porta poco dinero en el bolsillo, ya que hasta los servicios más elementales (tiquetes del metro y del bus, pago del taxi, menudas compras en los almacenes) se pagan con tarjeta bancaria. De este modo, se evitan los atracos en las calles.

Las diferencias en esta materia son marcadas entre los dos países. Esto nos provoca a los colombianos, maltratados por la injusticia y la desidia de los gobiernos, sana envidia. En Francia hay superior protección para el ciudadano. Aquí la explotación es manifiesta. Y nadie la detiene. De cuatro en cuatro años, el nuevo Presidente nos pinta el cielo y la tierra. El ministro anuncia “medidas drásticas”, que no se cumplen. Y luego se raja, vencido por el peso de la maquinaria financiera. Esta es Colombia, Sancho.

El Espectador, Bogotá, 1-VI-2012.
Eje 21, Manizales, 1-VI-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 2-VI-2012.

* * *

Comentarios:

Los bancos colombianos de su tiempo, don Gustavo, eran un negocio decente y con sentido social. Hoy, son verdaderos monumentos capitalistas al agiotaje, la explotación y el derroche. Cada día crean nuevas y más sofísticas formas de esquilmar el patrimonio de los usuarios, con la complicidad incondicional del Gobierno, en razón a que son los bancos los que financian las campañas electorales de los políticos, que tienen como lema: Cúbreme, que yo te encubriré.  Comentandoj (correo a El Espectador).

Basta recordar que la banca, directamente o a través de sus testaferros, financia fuertemente campañas presidenciales, para entender por qué aquí tienen patente de corso. La banca succiona el producto económico nacional como una sanguijuela insaciable. Lo peor es que nos acostumbramos y todo parece normal.  Sólo al comparar con otros países se ve la diferencia.  Jazu (correo a La Crónica del Quindío).

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Un banquero con corazón

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Me ha causado sorpresa y admiración la entrevista que tuvo Semana con el presidente de Bancolombia, Carlos Raúl Yepes, donde este expone una serie de medidas que ha puesto en ejecución a fin de crear un saludable clima de relaciones humanas en su institución.

El joven ejecutivo antioqueño cumplió una brillante labor en el Grupo Argos y ha estado vinculado a las juntas directivas de importantes empresas. Desde hace un año está al frente de Bancolombia, entidad que ocupa el primer puesto en el sector financiero del país. El doctor Yepes contradice, con sus declaraciones a Semana, el viejo dicho de que “el banquero no tiene corazón”.

Esto, por desgracia, resulta cierto en la generalidad de los casos. En efecto, la atmósfera febril que se vive en la banca convierte a sus directivos en personas a veces insensibles a las dolencias ajenas, al moverse bajo la rigidez de las cifras y las exigencias implacables del capital como mecanismo hecho para producir utilidades. Lo cual no se opone a que los institutos financieros se manejen con sentido humano hacia sus empleados y sus clientes, los mayores productores de los  rendimientos económicos.

El presidente de Bancolombia, consciente de esta triste realidad, dice que “a los bancos les ha faltado autocrítica y que lo importante no es solo ganar”. Por lo pronto, él ha puesto en práctica una política más flexible y amable con sus colaboradores. Y con la clientela, al racionalizar las comisiones y demás costos financieros. Ojalá que su ejemplo tenga eco en todo el sistema.

Las cargas onerosas que existen hoy por el uso de los cajeros automáticos y la utilización de servicios elementales han creado un manifiesto ambiente de malestar público hacia la banca, al tiempo que esta no se ha preocupado por suavizar el grave impacto que por dicha causa deteriora las relaciones entre las dos partes. Se espera, por supuesto, que las puntadas que ha dado el doctor Yepes favorezcan un cambio radical de estos métodos lesivos para el público, e incluso para los bancos, quienes en lugar de atraer clientes los alejan de sus arcas. La “ley del colchón” es la respuesta contundente, a la vez que perjudicial para la economía nacional, que miles de colombianos han adoptado frente a los abusos crecientes del sistema financiero.

Esta columna ha denunciado la alarmante ola de inseguridad que se vive en Colombia por los fraudes bancarios. Lo peor está en que en la mayoría de los casos, como los usuarios lo describen con dolorosas experiencias, son ellos mismos los sacrificados.

Hoy lamento tener que traer a colación otro suceso similar a los narrados en las columnas anteriores, esta vez ocurrido en la ciudad de Armenia, según consta en la demanda  entablada por Luis Alberto Restrepo Gómez, apoderado de una señora que manejaba una tarjeta de crédito de Conavi (y luego de Bancolombia cuando las dos entidades se fusionaron). El abogado demanda el fraude que por varios millones de pesos fue víctima su defendida en el año 2007.

El dinero le fue sustraído por idénticos sistemas a los que varias personas comentan a través de mi columna del 24 de noviembre, titulada El flagelo cibernético. En el presente caso, y a raíz de la estafa que por caminos tortuosos se cometió en otra ciudad diferente a Armenia, a la titular de la cuenta se le ha involucrado en un asunto penal. Una verdadera calamidad la suya.

Su nombre fue reportado a Datacrédito como cliente morosa  por no pagar las sumas sustraídas mediante los sistemas de alta técnica que emplean los defraudadores, y que algunos bancos suelen imputar a sus clientes indefensos. A raíz de tales hechos, la citada señora se vio precisada a cerrar su negocio en Circasia, entró en estado de depresión y perdió la tranquilidad.

Eso es lo que dice el abogado en su demanda, que ya lleva varios años en curso, y cuyo éxito es incierto por las mismas circunstancias que han tenido que afrontar otros colombianos víctimas de estas maniobras para ellos indescifrables. Es muy posible (así lo creo) que el banquero humanista no conozca este episodio, que por supuesto se escapa a su control directo.

El Espectador, Bogotá, 15-XII-2011.
Eje 21, Manizales, 16-XII-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 17-XII-2011.

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Comentarios:

Es preocupante el comportamiento de las entidades financieras que ofrecen el servicio cibernético, lo administran, lo cobran y no responden por el control adecuado ni por una respuesta expedita a los clientes cuando nos vemos afectados. Entiendo que ellas están obligadas a tener un seguro para responder en caso como el que usted narra en su columna. Los defensores del cliente deberían ser ágiles, diligentes, dedicados a los clientes. Pero realmente no se ve su gestión cuando los clientes acudimos a ellos.  Iván Alviar.

Leí la entrevista de Semana, y me pregunté: ¿Será posible que un presidente de banco hable en esos términos?  Ojalá otros ejecutivos como él se dieran cuenta de que el capital humano es el que hace posible los resultados positivos de cualquier empresa. Esperanza Jaramillo, Armenia.

 

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El flagelo cibernético

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Leí en estos días una página periodística donde se dice que Colombia es un país flagelado por los fraudes bancarios. La expresión es exacta. Cada día aumenta más este delito, y cada día la noticia asusta más a las personas que hacen sus operaciones con tarjetas plásticas o por internet.

Algunas entidades financieras han blindado sus sistemas de seguridad para protegerse contra los defraudadores y amparar a sus clientes. Otras no. Hay palabras nacidas en este campo que antes nadie conocía y ahora se volvieron corrientes: phishing, skiming, vishing, clonación, falsa lectora, virus troyano, ciberladrón… Muchos no saben qué quieren decir, pero sienten sus efectos arrasadores cuando les roban sus dineros en los bancos y sobre todo cuando estos no les responden por el fraude.

A raíz de la columna que sobre este asunto publiqué en julio de 2010, continúo recibiendo comunicaciones de gente lastimada por este flagelo público. Copio algunas de ellas:

«Yo perdí en el 2008 $ 19 millones de pesos de mi cuenta en el BBVA. Pagaron durante tres días cuentas de teléfonos celulares por ese monto. Yo nunca había efectuado un pago en línea. No valió todo lo que reclamé. Me dijeron en todos los tonos que yo le había dado a alguien la clave porque todas las operaciones se habían realizado exitosamente. Esta es la frase de cajón. La gerente de la oficina donde tenía mi cuenta sabía que soy pensionada del Banco de Bogotá y los últimos seis años fui gerente de una oficina de Granahorrar. Así que mal podría no saber las condiciones de confidencialidad y cuidado con las claves y las tarjetas. Qué injusticia». A. Bornacelli.

A mi esposa le hicieron cuatro retiros de su cuenta de ahorros por cajero electrónico de Barranquilla, cuando la cuenta es de Bogotá. Procedimos de inmediato a hacer el reclamo. Como usted lo dice, es una proforma dado que esto al parecer se presenta con muchos clientes. Carlos Orlando Ramírez Santana.

«En dos ocasiones hemos sido robados a través de internet. La cuenta es de Bancolombia, quien  previa investigación ha devuelto la totalidad del fraude a nuestra empresa. Sin embargo es muy importante que usted alerte a los lectores, porque este fenómeno aumenta cada día». Jorge Iván Arango H.

«En el BBVA me robaron la suma de $2,3 millones a través de internet, transfiriéndola de mi cuenta a una cuenta de Santa Marta del mismo banco. Coloqué la denuncia en la Fiscalía, coloqué reclamación en el BBVA y en la Superintendencia Bancaria. La Fiscalía no ha hecho nada, y el BBVA me respondió que la culpa era mía y no me devolvió nada. La Superintendencia le dio la razón al BBVA». Ricosblanc.

«He sido víctima de un robo a través de cajeros electrónicos y tenía mi cuenta en Colmena. El robo se llevó a cabo en una ciudad que dista mucho de la ciudad donde resido y que no he visitado. Colmena me respondió haciéndome saber que la culpa es mía. Es muy probable que haya complicidad de funcionarios de la misma entidad». Andrés Vinasco Lalinde.

«Mi caso sucedió entre el 2 y el 3 de diciembre de 2009, en Colmena. Vivo en un municipio de Antioquia y la clonación y el fraude ocurrieron en Santa Marta. Hasta el momento no ha sido posible recuperar el dine­ro ($ 13’200.000), retirado por compras, retiro en cajero y por internet». Iván Darío Ruiz Rojas.

«De mi cuenta extrajeron una suma de dinero desde un cajero electrónico ubicado en una población del Atlántico, siendo mi domicilio la ciudad de Bogotá». Cristian Castillo.

«He sido víctima de dos robos en mi cuenta de ahorros de Colmena. La primera vez me robaron $1.000.000 en un cajero de una ciudad que jamás he tenido el placer de conocer (Barranquilla), mientras yo me encontraba en Manizales, y justo un año después me retiraron por internet desde mi cuenta $4.269.000, a lo que dicha entidad simplemente aduce no ser responsable por el manejo de tarjeta y claves». María Cristina Buriticá Galvis.

«Me sacaron $ 2.000.000 de mi cuenta del Banco Caja Social. He remitido cartas al banco y a la Superintendencia Financiera. Coloqué la respectiva denuncia en la Fiscalía. La verdad no sé qué más hacer». Mauricio Arturo Pineda Arias.

El Espectador, Bogotá, 24-XI-2011.
Eje 21, Manizales, 25-XI-2011. Eje 21, Manizales, 25-XI-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 26-XI-2011.

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Comentario:

Así como “Colombia es un país flagelado por los fraudes bancarios”, también la regla es que los bancos se están especializando con todos los medios y los métodos para eludir la responsabilidad que les cabe. Y lo más triste es que aprovechándose del desconocimiento del común de las gentes y aun de quienes alcanzamos a medio distinguir la diferencia entre el fraude cibernético y la clonación, les ha quedado relativamente fácil a los bancos engañar a la mayoría de los clientes afectados, atribuyendo todos los fraudes a esta última figura. Luis Alberto Restrepo Gómez, abogado, Armenia.

 

 

 

 

 

Oxígeno para la Shaio

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El sindicato de la Clínica Shaio, por deseo de los trabajadores, está dispuesto a que se modifique la convención de trabajo vigente en el sentido de disminuir en los próximos cuatro años algunos beneficios extralegales que ascienden a 16.000 millones de pesos. También los médicos ofrecen rebajar sus honorarios en el 20 por ciento durante el mismo lapso. Dicha fórmula, movida por la solidaridad con la empresa y la propia conveniencia personal, permitiría que la institución saliera de la grave crisis económica que padece y que durante tres años la ha tenido al borde del cierre.

No fue fácil que Anthoc, el sindicato que agrupa a los trabajadores de clínicas y hospitales, aceptara los cambios propuestos por el personal, con  el argumento de que tal hecho se convertiría en mal precedente para otras convenciones de trabajo. Es preciso registrar este grado de sensatez que busca, sacrificando las conquistas laborales, no permitir que se clausure el mayor centro cardiovascular con que cuenta Colombia.

Esta actitud da lugar a otra consideración similar, en el campo de las pensiones. Una de las mayores causas del desequilibrio económico del  sistema pensional reside en los regímenes especiales que favorecen a varias empresas del Estado. Desmontar hoy esos privilegios es el camino más indicado para que todo el sistema, e incluso el país, no se vayan a pique. Parece que hay sindicatos que se oponen a esta medida sana, con lo que se iría en contravía de la equidad laboral y del bienestar colectivo.

La Shaio, que atiende diez mil pacientes anuales, es ponderada y envidiada  por otros países. A ella, como se sabe, vienen pacientes de diversas  nacionalidades, atraídos por la eficiencia que ofrece la clínica para los casos más desesperados. Cerrarla sería el mayor contrasentido de la lógica. Esto equivaldría a borrar de un solo brochazo los avances de la ciencia durante los 45 años que va a cumplir la institución. Sobre esta realidad evidente, alguien dijo que la Clínica Shaio es «la bandera de nuestro corazón».

En  1957 nació la entidad en extremo grado de pobreza, en terreno inhóspito y carente de agua y de luz. Fueron sus fundadores los médicos Fernando Valencia Céspedes, muerto en 1999, y Alberto Bejarano Laverde. En aquel entonces los progresos de la medicina del corazón eran muy precarios en todo el planeta. Al año siguiente, la clínica implantaba el primer marcapaso extracorpóreo en el mundo. Y en momentos de serias dificultades económicas apareció de improviso un patrocinador providencial: el judío Abood Shaio, residente en Estados Unidos y que años atrás había tenido éxito comercial en Colombia como fundador de la fábrica de textiles Sedalana.

En sus comienzos se incorporaron a la Shaio Fernando Valencia y Adolfo de Francisco, grandes profesionales del avance de la cardiología en nuestro país, y a lo largo del tiempo lo han hecho muchos profesionales eminentes. Ellos, junto con el personal paramédico, los directivos y colaboradores, han hecho posible el milagro de la supervivencia. A pesar de los esfuerzos conjuntos y de la vocación de servicio que distingue a la institución, han tenido que sortearse infinidad de obstáculos, hasta llegar a la gigantesca crisis actual.

Crisis que se deriva de varios factores mortales para cualquier empresa, como la firma de convenciones colectivas exageradas, la atención de un costoso pasivo por pensiones extralegales, y como si fuera poco, la profunda crisis hospitalaria que hoy se vive y que tan funestas consecuencias ha traído para la seguridad social de los colombianos.

Hay que salvar del desastre a una de las instituciones más prestigiosas y útiles de Colombia. Las condiciones están dadas para que así ocurra. El oxígeno que ofrecen los trabajadores y el sindicato será, sin duda, la fórmula ideal para darle fuerzas al moribundo y recuperarle la vida, como ha ocurrido con el corazón renovado de miles de colombianos.

El Espectador, Bogotá, 24-I-2002.

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Clínica Shaio

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El 3 de junio de 1957 –hace 40 años– nacía la Clínica Shaio en un potrero, a la entrada del Club de los Lagartos. No había agua ni luz, y los primeros gastos para poner las bases mínimas de la organización corrieron por cuenta de los médicos fundadores, Fernando Valencia Céspedes y Alberto Vejarano Laverde. La idea de establecer una clínica del corazón cuando los adelantos de la ciencia eran muy precarios en el mundo entero, sonaba utópica.

El cuerpo médico colombiano miraba con escepticismo tamaña aventura, mientras los quijotes de la entidad desafiaban los temporales y no desfallecían en sus empeños altruistas. El plan se enfrentaba a un grado extremo de pobreza, que amenazaba con el naufragio. Sin embargo, mientras más estrechas eran las cifras, más progresos se lograban.

Un año después ocurría un hecho extraordinario: la clínica implantaba el primer   marcapaso extracorpóreo en el mundo. Ya no se podía retroceder. Fue entonces cuando los fundadores acudieron a un personaje fuera de serie: Abood Shaio, un judío oriundo de Siria que había triunfado en Colombia como   hombre de empresa, luego de sortear no pocos contratiempos. Era el fundador    de la fábrica de textiles Sedalana y gozaba de profundo aprecio en la sociedad bogotana por su simpatía, espíritu humanitario e interés por la medicina.

En Nueva York, donde ahora residía, se le expusieron los serios problemas por que atravesaba el organismo, y él, ni corto perezoso, aportó una donación significativa. Vendrían después otras angustias, pero el escollo dramático de la penuria, en un momento crucial, se había derrotado. Superada esta barrera, el futuro se iluminó. Como justo reconocimiento al insigne filántropo –que siempre quiso pasar inadvertido– se dispuso con el tiempo que la institución llevara su nombre.

Dos distinguidos médicos, Fernando Valencia y Adolfo De Francisco, fueron los abanderados del progreso de la cardiología en Colombia. En 1950 llegó la innovación del cateterismo. Al mismo tiempo avanzaba el programa de las válvulas artificiales. Los primeros marcapasos que se implantaron en 22 países fueron de origen colombiano. Cada vez crecía más el prestigio de la entidad como un semillero de la ciencia.

Las calidades que distinguen al cuerpo médico, paramédico y personal en general hacen de la Shaio un centro cardiológico a la altura de los mejores del mundo. El grupo de cirujanos –compuesto por Víctor Caicedo, Hernando Santos, Hernando Orjuela, Juan R. Correa y Néstor Sandoval– representa la mejor garantía institucional. La gerencia está atendida por Gilberto Estrada, antiguo director científico, a quien se deben en gran parte los adelantos de la planta física en los últimos tiempos.

Por el libro Colombia en el corazón, publicado hace cinco años por la Shaio, con textos de Fernando Garavito, conozco que la construcción era una especie de pesebrera, con una sala de rayos X, una de cirugía, una de consulta externa, una cocina, doce camas y una oficina de administración. De aquel   estado de pobreza se pasó a la poderosa infraestructura de hoy (que cuenta con servicios tan avanzados como los que ofrece la dependencia llamada Rehabilitación Cardíaca, un concepto moderno para superar los asaltos del corazón).

Así define el milagro uno de los médicos: «Houston queda aquí, en la calle 104.  Se llama Shaio».

El Espectador, Bogotá, 29-V-1997.

 

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