Por Gustavo Páez Escobar
Pues sí: llegó la hora de la mudanza. Una amiga mía dice que no hay nada tan parecido a una hecatombe como un trasteo. Esto de dejar el sitio donde hemos visto transcurrir gratos años de nuestra existencia, para enfrentarnos a lo incógnito, a lo sorpresivo e impredecible, produce nostalgia.
La tortura de la mudanza empieza desde el día en que empacamos la primera caja. De ahí en adelante no cesamos en la carrera loca de hacer caber todo nuestro mundo en la hilera de cajas que nos aguardan. Mi ama de casa, tan minuciosa, tan detallista, tan previsiva, comienza a bajar de los estantes las vajillas que solo usamos en circunstancias especiales. Después viene el desfile implacable de los artículos de uso diario. A los tres días de esta tarea, ya no se encuentran, dentro del terrible revoltijo en que ha quedado convertido todo el apartamento, ni los platos para el desayuno, ni el pocillo para el café, ni el azúcar para endulzarnos la vida.
Se alterna la labor del empaque con la desocupación de los clósets colmados de ropa que no usamos desde hace varios años, y que ya “está pasada de moda”, como dice mi señora. Es entonces cuando descubrimos que nos hemos llenado de una cantidad de ajuares, de trapos, de cosas innecesarias que es preciso eliminar si pretendemos caber en el nuevo espacio, que es cómodo y suficiente. En esta labor de limpieza de los objetos inútiles, viene el sentido de la poda, de la destrucción de papeles, de la simplificación de nuestro cotidiano modo de vivir.
Hace veinte años nos trasladamos a un lugar tranquilo, delicioso, rodeado de preciosa arboleda. Pocos años después, el ímpetu del “progreso” destruyó la arboleda para darle salida a una arteria necesaria para hacer avanzar la ciudad, abrió la calle cerrada, invadió el ambiente de estrépitos, de toxinas, de pitos y carros desaforados, de sirenas en eterna estridencia.
Los depredadores del urbanismo comenzaron a reemplazar las bellas casas coloniales por airosos edificios. El barrio se desfiguró. Con esta metamorfosis, llegó la época de los hoteles de lujo, de los grandes almacenes, de los emporios empresariales. El sosiego del paraíso fue trocado por el arrebato del modernismo.
Ahora, el mismo escritor de hace veinte años tiene que enfrentarse al traslado de sus libros, los que han crecido de manera providencial, pero inmanejable. Por eso, parte de la biblioteca la traslada a la casa campestre de Villa de Leiva. Otra parte la obsequia a la Casa de Cultura de Choachí, como homenaje al poeta Germán Pardo García, cuya memoria se enaltece en el museo que lleva su nombre.
El resto de los libros ya está en el nuevo apartamento, en infinidad de cajas henchidas de letras resignadas, y al mismo tiempo victoriosas, por haberse salvado del naufragio que significa el cambio de residencia. Dentro del caos imperante no se localiza nada, todo se enreda, a cada rato nos tropezamos unos contra otros y nos sacamos chispas.
A pesar de todo, ya estoy en el nuevo apartamento, escondido detrás de una caja donde he logrado instalar el computador para comunicarme con mis lectores. Y para que sepan que no he naufragado, pues me acompañan mis libros, los amigos que nunca fallan. Esto representa un triunfo grande en medio de la hecatombe de que habla mi amiga. Hemos vuelto a un sitio sosegado, encantador, con calle cerrada y arboleda al frente de las ventanas. Como hace veinte años.
Solo siento que Bogotá se haya deshumanizado cada vez más y haya perdido la amabilidad de otras épocas, para volverse la ciudad áspera de hoy en día, que parece salírsele de las manos al alcalde Petro. De todas maneras, es una urbe esplendorosa en muchos aspectos, en medio de infinidad de problemas que, por falta de soluciones oportunas, asfixian hoy la vida de los ciudadanos.
El Espectador, Bogotá, 30-IX-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 30-XI-2012.
Eje 21, Manizales, 1-XII-2012.
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Comentarios:
Ah, vida miserable la de los pobres que tienen que «trastearse». Nosotros los de la realeza tenemos villas, palacios, cotos de caza, pied de terre, piso en el centro y un avión privado tanqueado para salir volando cuando nos aburrimos. Dolores Edelmyra (correo a El Espectador). Respuesta: Menos mal que el corresponsal posee sentido del humor. GPE
Para la pobre víctima del trasteo hay dos sentimientos bien opuestos: lo positivo y renovador que resulta, generalmente, ese tipo de cambio de residencia, con el buen añadido en su caso de hacer la generosa donación en Choachí, y el dejar un vecindario ya no agradable, para ubicarse en un lugar mucho mejor, frente a lo molesto e incómodo que resulta ese inevitable trajín con enseres. Su columna, tan hermosa y descriptiva, tiene para mí ese valor. Sobre todo que la presentó cuando estamos fatigados de noticias tan negativas, en estos días. Obró como un bálsamo. Gustavo Valencia García, Armenia.
Tú retratas tu mudanza, pero retratas las de todo el mundo: la hecatombe, la locura. Me reí con eso que dices: que estás escondido detrás de una caja, usando la computadora casi a hurtadillas, en una vivienda bella pero que aún no termina de estar arreglada del todo por las manos hábiles de tu excelente ama de casa, mientras a tu alrededor todavía reina el caos. Diana López de Zumaya, Méjico, D. F.
Completamente de acuerdo con los trajines del trasteo. Por las cosas sin utilidad que acumulamos con el tiempo y por el despojo de los libros, que son nuestros compañeros, que nos cobijan en días de soledades, que están ahí… pero de todo hay que ir desprendiéndonos. Elvira Lozano Torres, Tunja.
En esta región le decimos a la mudanza trasteo o coroteo. Cosas del lenguaje coloquial. Pablo Mejía Arango, Manizales. Respuesta: También en Bogotá la palabra trasteo es la más empleada. Coroteo, según aprendí en el Quindío, es término muy paisa y muy auténtico. Yo utilicé mudanza, sinónimo legítimo de trasteo, aunque no tan usado como este, para despertar cierto interés sobre mi nota. De todas maneras, cualquiera de los tres vocablos nos saca chispas cuando tenemos que trasladar nuestros corotos. Así califica Euclides Jaramillo Arango (tan paisa él y tan genial) el verbo corotiar, en Un extraño diccionario (1980): “Trastear. Cambiar de domicilio y llevar, del antiguo al nuevo, todos los enseres del hogar. Se dice que tres corotiadas equivalen a un incendio”. GPE
Si en Choachí hay una Casa de la Cultura que lleva el nombre de alguien tan querido como lo fue para mí Germán Pardo García, me gustaría mucho aportarles algunos libros. Dime cómo puedo entrar en contacto con ellos y espero que el trasteo, que tan estupendamente describes, te sea cada vez más leve. Maruja Vieira, Bogotá.
Leer sobre tu trasteo es volver a generar los fantasmas que creía haber enterrado hace mucho tiempo. Te compadezco. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.
Toda mudanza o trasteo nos hace descubrir que tenemos cosas que queremos mucho, otras de las cuales ni siquiera recordábamos nada, y algunas que creemos que definitivamente nos sobran. Pero, en segundo lugar, la mudanza también nos recuerda, yendo un poco a lo filosófico y sobre todo cuando nuestro calendario está avanzado, que somos peregrinos, que estamos de paso y que de todo eso que vemos y que hemos acumulado, en la mudanza final no nos llevaremos nada como no sea la esperanza, basada en la fe, de un encuentro con los seres que hemos amado. Jorge Rafael Mora Forero, colombiano residente en Estados Unidos.