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Invitación a la microhistoria

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Mucho me agradó ver que en Soatá, mi pueblo, ha­bían sido trasladados a la casa de cultura viejos papeles notariales que contienen datos sobre compra de tierras y otros acontecimientos significativos de la población. En los archivos de notarías y parroquias, en la correspondencia particular y en los libros de los comerciantes reposan las mayores referencias sobre la vida de los pueblos. A ellos es preciso acudir cuando se quiere localizar los signos del pasado, pero resulta que los municipios, en general, carecen de memoria histórica.

Las raíces ancestrales del pueblo no se pueden perder. Es en la provincia donde se consolida el alma de una nación. «En defensa de la provincia debemos librar todos los combates», pregona Otto Morales Benítez. Esta frase se recuerda en los tomos (y van ocho) que registran los Encuentros de la palabra realizados en su tierra de Riosucio.

Un pueblo sin identidad es como una fami­lia sin apellido. La historia local marca los rasgos distintivos de una generación. Hasta la pobla­ción más pequeña constituye un eslabón de la patria y se halla integrada como tal al proceso de la nación entera. Inclusive en los más apartados rincones nacen hombres ilustres y ocurren he­chos dignos de historiarse.

Las universidades han com­prendido la importancia de crear facultades de historia, y ya exis­ten varias en el país. Así se forma una nueva mentalidad que busca proteger el espíritu del pasado como brújula del futuro. José Carbilio Valderrama, director en Ibagué del periódico Prensa Nue­va, denunció el año pasado los atropellos cometidos en el Tolima contra diversos archivos históricos, varios de ellos incendiados o tirados al río por orden de autori­dades irresponsables.

Voy a mencionar dos casos que demuestran la utilidad de los ar­chivos a través del tiempo. El historiador tolimense Álvaro Cuar­tas Coymat (autor del libro Tolima insurgente, galardona­do en 1987 dentro del Concurso Nacional de Historia Eduardo San­tos) anda en busca de datos sobre los últimos años del fundador de Ibagué, capitán español Andrés López de Galarza, cuyas cenizas quedaron en la capital boyacense, donde pasó sus últimos años (y han transcurrido cuatro siglos). Es posible que el Archivo Regional de Boyacá, que ha sabido resguar­darse con tanto celo, le suministre la información.

En Ciudad de Méjico se con­serva en la Capilla Alfonsina (bi­blioteca y casa-museo de Alfonso Reyes) una colección que abarca alrededor de 45 cartas cruzadas entre Reyes y Germán Pardo Gar­cía en el lapso de 1930 a 1956, documentos de gran significado para el estudio de ambas persona­lidades. Bien se sabe que es en las cartas donde los escritores dibu­jan mejor su alma.

El sentido de la historia debe incentivarse no sólo desde la uni­versidad sino desde las propias aulas escolares. En colegios y escuelas hay que enseñar la his­toria local e inculcar en los estu­diantes el valor de la provincia como cuna de la cultura nacional.

El Espectador, Bogotá, 6-V-1992

 

 

 

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Gaitán, 40 años después

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El abogado Tiberio Quintero Ospina ha publicado, con ocasión de los 40 años del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, un hondo estudio jurídico, con agradable sabor de crónica, acerca del dantesco 9 de abril que oscureció la vida democrática de la nación. El escritor del libro (publicado por la Editorial ABC), eminente pena­lista, exmagistrado y actual profesor universitario, profundiza en los móviles de la muerte del líder popular y concluye en que Juan Roa Sierra fue el único autor del asesinato.

Rechaza el penalista, frente a la abundante documenta­ción del sumario, la idea que ha hecho carrera, aunque nunca ha podido comprobarse, sobre que Roa Sierra fue un criminal manipulado. En el expediente no aparece ninguna vinculación suya con personas u organizaciones para per­petrar el acto atroz, y en cambio queda analizada su per­sonalidad esquizoide-paranoide, según concluyente análi­sis efectuado por los siquiatras del Instituto de Medici­na Legal doctores Guillermo Uribe Cualla y Rafael Martínez.

Roa Sierra era un extraño individuo: solitario, inso­ciable, reservado, tímido, obtuso, excitable… A Gaitán lo veía como un superhombre y sentía por él enorme simpa­tía. Nacido en el mismo barrio del líder, había tenido oportunidad de tratarlo, de verlo de cerca, lo que hacía más sólida su estimación.

Roa Sierra ambicionaba ser un prestigioso abogado como su ídolo. Fue a donde Gaitán en busca de apoyo para conse­guir una beca. Proyecto nada fácil de coronar, ya que ni siquiera había concluido estudios de primaria. Pero como poseía delirios de grandeza y suponía que Santander o Ji­ménez de Quesada estaban reencarnados en él, se sintió frustrado con su héroe al no lograr la utópica aspira­ción de hacerse abogado por soplos milagrosos. Roa Sie­rra, que era rosacrucista, creía en adivinos y en poderes sobrenaturales.

Al fracasar en sus inconfesables sicopatías, llegó el resentimiento, ciego resentimiento hacia quien más admiraba. Esa pasión le envenenó el alma. Sien­do un ser ser retraído y sensible, más destrozos sufría su personalidad. «Ese resentimiento –explica Quintero Ospina–, taladrando el cerebro de Roa Sierra día y noche, fue ca­paz de todo, hasta del asesinato de un ilustre repúblico».

Aceptada esta tesis, nos encontramos con un paranoico en quien hizo crisis, en un instante fatal, su agobiante frustración. Con mente enferma, incapaz del raciocinio, decide eliminar a quien en su concepto frenaba la realización de planes íntimamente acaricia­dos por su desmedida ambición.

El sicópata devora solo sus oscuras maquinaciones. No permite que nadie las interfiera. Distorsiona la realidad y encuentra el mundo borroso y hostil. Su tragedia reside en el odio sin control que le inspira el mundo, sin razón para ello, aunque considera él que su causa es justa.

Cuan­do ese odio se concentra en una persona o en un grupo so­cial o familiar, pueden producirse conflagraciones como la del 9 de abril.

La obra en comentario suscita serias reflexiones. Na­rrándonos el desarrollo del sonado homicidio nos sitúa en el escenario histórico y trágico de la patria en llamas y nos hace pensar en lo que puede significar el furor de cual­quier loco solitario que en un momento dado puede acabar con un país o con el mundo entero.

No es una obra de ficción. A cambio de otra evidencia, que nunca se ha confirmado, cabe la de este sicópata irre­frenable que desvió, con un arma oxidada, el curso de la historia colombiana. El libro repasa, además, otros proce­sos famosos: la historia criminal del doctor Mata, el caso del doctor Russi y el secuestro del hijo de Lindbergh.

To­dos episodios memorables que han permitido a encumbrados juristas y a legos del montón fabricar toda suerte de ru­mores y voluminosos tratados sobre la criminología. Estos capítulos de la humanidad, movidos por suspensos policía­cos, sirven para poner a trabajar la mente y desentrañar de ellos la conducta humana, la cual suele ser insondable.

Tal es, me parece, el propósito de Tiberio Quintero Ospina al seguirle los rastros a estos protagonistas de la historia y el crimen.

El Espectador, Bogotá, 29-VII-1988.

 

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Historia de Papas

domingo, 30 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Tal vez sea Germán Arciniegas el colombiano que conoce más la vida y las costumbres del Vaticano. No sólo ha tratado a varios Papas en persona y ha gozado de especiales deferencias de ellos, sino que se ha convertido en especialista de los temas italianos.

Fue embajador ante la Santa Sede durante los años 1976 a 1979 y antes lo había sido ante el Gobierno de Italia, circunstancia que le per­mitió acercarse a los pontífices rei­nantes y departir con ellos más allá del protocolo diplomático.

Es apasionado de la historia italiana y sobre ella ha escrito varios libros: Amerigo y el Nuevo Mundo, El mundo de la bella Simonetta, Italia: guía para vagabundos, Roma secretíssima, El revés de la historia… Con motivo de la visita papal a Colombia, la Editorial Planeta le publica el libro titulado De Pío XII a Juan XXIIIcinco Papas que han conmovido al mundo–, donde se recogen en agradables y disertas cró­nicas las experiencias de Germán Arciniegas como agudo observador de historia y curioso viajero de caminos.

Son semblanzas que concate­nó al paso de los días y que, fundidas en este libro, representan valiosas guías para ahondar en las raíces y la manera de ser de estos cinco prelados que a lo largo de 40 años han deslumbrado al universo. Líderes en su momento, así fuera con la fugacidad de Juan Pablo I, que sólo alcanzó a calentar la silla pontificia por 34 días—, y sobre quien se dice que su reinado duró lo que dura una rosa—, todos ellos han escrito para la humanidad lecciones de profunda sabiduría.

De estilo y formación diferentes, casi todos de origen humilde, de recia personalidad los cinco, de tempe­ramentos afables, y uno de ellos, Juan Pablo I, «humorista trascendental», como lo califica el cronista, estos Papas han ejercido in­fluencia sobre su tiempo y han afianzado el sentido ecuménico de la Iglesia, expuesta hoy a grandes choques generacionales.

Pío XII, dotado de prodigiosa in­teligencia, fue uno de los jerarcas más controvertidos de la Iglesia. Juan XXIII, el de la figura obesa y carismática, dejó señales de hondo reformador y hubiera acometido, de no habérselo impedido la muerte, sustanciales transformaciones. Pablo VI, el primer Papa que nos visitó y que dejó honda recordación en el pueblo colombiano, pasó a la historia como trabajador incansable —Ar­ciniegas recuerda el despertador que siempre sonaba a las seis de la ma­ñana para interrumpir breves horas de sueño—, y fuede espíritu sensible y atormentado por las desgracias del mundo.

Juan Pablo I, cuya vida se esfumó con la brevedad de la rosa, conquistó al planeta con su sonrisa y todavía continúa uniendo al mundo. Juan Pablo II, el Papa viajero por excelencia, testigo de una época bárbara, es el fino po­lítico que llena plazas con multitudes desbordadas y entusiasmos sublimes, y desafía, con su ternura, su palabra y ademanes convincentes, la aco­metida de las fuerzas del mal.

*

Los Papas son consecuencia de su época y diríase que su elección representa una revelación sobrena­tural. Los prelados de que se ocupa el historiador Arciniegas, surgidos de designios inescrutables (la mayoría no figuraba siquiera en las listas de pronósticos), asumieron su caudillaje en momentos cru­ciales para la supervivencia de la fe. La Iglesia flota en medio de serios temporales, enfrentada a otras iglesias y sobre todo a los conflictos del mundo en crisis. Tal circunstancia reclama mayor auda­cia, como la adoptada por Juan XXIII, de imperecedera memoria, para modernizar viejos cánones y contemporizar con la evolución de las costumbres.

Se sale enriquecido de la lectura de este libro que Germán Arciniegas, con la erudición y la gracia que le son características, entrega al lecto­r como nuevo aporte de sus fe­cundas indagaciones intelectuales y de sus exquisitas dotes literarias.

El Espectador, Bogotá, 22-VIII-1986.

 

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Historia y novela

domingo, 30 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Con el ingreso de Pedro Gómez Valderrama a la Academia Colom­biana de Historia gana la corporación una de las figuras más destacadas de la literatura del país. Como novelista y cuentista, a la par que denso en­sayista de los hechos históricos y li­terarios, su obra ha sido un perma­nente buceo por los territorios de la Historia, escrita con mayúscula, la suprema orientadora de la vida.

Él ha entendido, y lo ha prac­ticado como norma del oficio, que escribir cuentos y novelas es la manera de investigar el pasado. Y como «no sólo la literatura sino los libros de historia están llenos de hi­pótesis» —son sus palabras—, es preciso rellenar, con imaginación, los grandes tramos que permanecen en el vacío o en las nebulosas, para unir o interpretar los episodios históricos que el hombre protagoniza como mensajes para el futuro. Novelar es también historiar (lo cual juega no sólo con la novela sino también con el cuento). El novelista es, ante todo, o debe ser, un investigador.

Pero no cualquier tipo de investi­gador. No es lo mismo encontrar eslabones perdidos que saber con­catenarlos, y hacerlo además con inventiva y gracia para crear fasci­nación. Siguiendo esta pauta, que en Gómez Valderrama es constante en toda su obra, vemos que con sus le­yendas ha fabricado los puentes ne­cesarios con los cuales adquiere dimensión la Historia.

El creador literario con intención de historiador es el mejor memoria­lista de los tiempos. Es el que con pinceladas maestras pinta la tem­peratura de una época y les da color a sus personajes, lo que, dicho en términos precisos, es lo mismo que ponerles alma y carácter.

Esto no siempre lo consigue el historiador ortodoxo. Mientras este se esclaviza al acopio de fechas y a la precisión de límites geográficos, aquel penetra en la vida interior de los protagonistas, los escruta, los oye, les permite li­bertad de movimiento. No es lo mismoordenar crono­logías que dibujar paisajes históricos.

Esta última virtud fue muy acen­tuada en Flaubert. Dueño de portentosa imaginación y aguda sico­logía, trabajó sus personajes con paciencia benedictina. Fue in­vestigador incansable y purista insatisfecho. Con ese rigor concep­tual y artesanal realizó sus obras maestras. Gracias a sus vastas lec­turas y profundos escrutinios —algo que ha olvidado el escritor de nues­tros tiempos— consiguió los con­tornos armoniosos para ambientar los cuadros del amor y de la guerra, con el fondo de la verdad histórica.

Salambó, arquetipo de la novela histórica, re­sulta una mezcla de indagación, si­cología, realidad y ficción. Cartago, destruida, no había dejado ni histo­riadores ni poetas, y tampoco ves­tigios claros para poder recons­truirla. Se necesitaba la mente penetrante de Flaubert y eran necesarios  sus recursos li­terarios, que nunca se conformaron con el primer hallazgo, para rescatar no sólo la ciudad legendaria sino aquella época bárbara y conflictiva.

Pedro Gómez Valderrama les sigue los pasos a los grandes creadores de la Historia universal (Scott, Flaubert, Dumas, Stendhal, Balzac…) al elaborar sus narraciones con los in­gredientes de la realidad y la fábula y con el toque mágico de la gracia y la sutil ironía. Sin su novela La otra raya del tigre no quedaría completa la historia del departamento de Santander a finales del siglo pasado, y sin sus cuentos de hechicerías —combinación de amor, sexo e intriga— le faltaría piso a la época de la Colonia.

*

Su llegada a la Academia constituye un capítulo llamativo. Es de los escritores más originales del país. Historiador nato. No sólo maneja un lenguaje castizo, que lo distingue entre los mejores prosistas de la época, sino que sabe tramar sus leyendas con fino humor y graciosa elegancia. Los recintos académicos necesitan, para no acartonarse, esta clase de innovadores.

El Espectador, Bogotá, 10-III-1986.

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Bogotá hace 150 años

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En el volumen IV de sus Escritos escogidos (Biblioteca Banco Popular, 1984), pinta Luis Eduardo Nieto Caba­llero, tomadas del libro de que es autor el ciudadano inglés J. Steuart, algunas características de Colombia en los años 1836 y 1837, según la apreciación de este extranjero que vino al país a hacer plata como comer­ciante e industrial, tentado por la fiebre del oro, y que según parece salió esquilmado. Hay episodios pintorescos de la vida bogotana de aquella época, que he querido entresacar, entre comillas y a grandes zancadas, para deleite de los lectores actuales.

Es la pluma ágil de LENC la que sazona en su crónica, con gracia y colorido, los relatos de Steuart, como se verá a continuación:

«El comercio era casi nulo. Difícil, por otra parte, porque los suramericanos heredaron la pereza española y a todo lo que debe hacerse inmediatamente contestan con languidez: ¡Mañana!… Un desayuno de huevos, chocolate y carne para tres personas les costó cuarenta centavos. Probaron la chicha, que a Steuart le pareció horrible, pero no así a las mujeres de su comitiva. Les daba calorcito en el buche… Don Rai­mundo Santamaría les consiguió al señor Steuart y a sus compañeros una casa con dos pisos, veinte cuartos, jardín y una fuente de agua corriente por dos onzas, es decir, por treinta y dos pesos mensuales…Tenía la ciudad treinta mil habitantes y una milla de largo por la mitad de ancho…

«La cocina quedaba cerca del comedor, con el objeto de que las viandas llegaran calientes a la mesa, especialmente el chocolate, que los ricos se hacían servir en tazas de plata, deseosos de llorar con cada sorbo. Había muchas pulgas, pero los bogotanos estaban acostumbrados a ellas y dormían plácida­mente mientras les picaban los brazos y las piernas u organizaban sus procesiones litúr­gicas por la espalda o por el estómago… Afirma el señor Steuart que acaso ningún país del mundo poseía un servicio de correo más eficaz y ordenado que el nuestro… San Diego no merecía ser citado sino por la suciedad de los frailes que lo habitaban, algunos de cuyos hábitos habían servido a tres generaciones… El teatro era de respetables dimensiones y tenía platea y palcos, pero los espectadores debían llevar los asientos para cada función…

«Todos los comerciantes, con excepciones que no pasaban de seis, pedían por cualquier artículo el doble del precio, para acomodarse a la costumbre de ir rebajando, y en los artículos o en las vueltas de dinero trataban de robar al cliente. Hay algunas muchachas que tienen tiendas, que les fueron puestas por los amantes. Muchachas de doble co­mando: comercial y sensual… El bogo­tano siempre está enfermo. Lo curioso es que el dolor se concentra en la cabeza. Si le duele el hígado, el riñón, el estómago o los pies… contesta: Me duele la cabeza…

«La chicha es la bebida del pueblo. La sirven en unos recipientes llamados totumas, que van pasando de mano en mano. Produce un poco de asco la costumbre, pero a los que la observan no les molestan las babas  de los demás. Antes de acostarse no les sienta mal un plato de mazamorra, que empujan con chicha. Es como un narcótico. No han acabado de desvestirse cuando ya están dormidos… El bogotano de posición se levanta temprano. Si no le duele la cabeza se empotrera (sic) una taza de chocolate bien espeso y bien caliente. Enciende luego un cigarro. Y sale a dar a caballo un corto paseo… A las 6 p.m. es la cena: chocolate, marrano, arracacha… Y para acostarse, dos horas después, la mazamorra, la chicha y el santísimo rosario… Las sirvientas que llevan los platos a la mesa son sucias. No se quitan el delantal ni entre la cama…

«No hay sino tres camiones: el del general Santander, el del arzobispo y el del señor Morales… Cuando cualquiera de ellos sale a la calle, las multitudes se forman para verlos dar saltos… Los hombres son general­mente desgarbados, mal hechos, en contraste con las mujeres… Ellas tienen pies maravillosos y caminan con gracia. Aunque desconocen el asesino corset, los cuerpos son muy elegantes…

“Había pocos sermones. En un año de permanencia en Bogotá, Steuart no supo sino de cuatro, a uno de los cuales asistió. La oratoria le pareció magní­fica, pero el tema intolerable. Hablaba el predicador del diablo como de un personaje evidente y actuante, que cabalgaba sobre los hombros de los incrédulos y les enterraba las uñas a quienes no dieran limosna ni hicieran penitencias… El raterismo abundaba. En Bogotá se robaban cualquier cosa, sin nece­sidad, sin valor, por simple manía o por hacer el daño… Era preciso tener vigilantes especiales. Al menor descuido, como en una comedia de Schiller, la zorra patas arriba y venga acá el pollo… Hombres y mujeres eran inveterados fumadores. Las señoritas fumaban con la candela entre la boca, porque en esa forma dizque no quedaban oliendo a lo que olía el general Sarda cuando Bolívar lo hizo alejar de su cama en San Pedro Alejandrino…»

(Según se deduce, el inglés era malgeniado, aunque buen fotógrafo social. Le faltaba sentido del humor. Nuestro crítico se trasladó a Pandi y allí tampoco le fue bien):

“Pandi es miserable. Setenta ranchos, quinientos habitantes, todos infelices pero honrados. No pudieron conseguir los viajeros ni leche, ni huevos, ni carne, ni papas, ni frutas, ni dulces. El cero absoluto. Habían llegado a la casa del cura, hombre avaro, que vivía sin la menor comodidad … escasa conversación, de mal humor, entregado a la concupiscencia, cuyos estragos le encontró Steuart en el rostro, poco dado al cuidado de la iglesia y de sus feligreses y que tenía, para que le sacara las niguas de noche, una mujer chusca”.

*

¿Qué tanto ha cambiado Bogotá en estos 150 años? Determínelo cada cual. Hoy en Bogotá ya no hay niguas. Todas se fueron detrás del míster en su viaje de regreso a Inglaterra. Y es una lástima, porque nos sobran mujeres chuscas para que nos las rasquen. Se fueron las niguas y se quedaron los rateros.

El Espectador, Bogotá, 1-V-1985.

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