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Libros emplumados

miércoles, 2 de marzo de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

La primera noticia sobre La Serpiente Emplumada, editorial de Carmen Cecilia Suárez que tiene su sede en el barrio La Candelaria de Bogotá, la obtuve por medio de La agonía de una flor, novela publicada por Fernando Soto Aparicio en 2010. He leído más de 10 obras de esta serie, como Otto, el vendedor de música, y La alegoría del sueño, de Mauricio Botero Montoya; o Un vestido rojo para bailar boleros, de Carmen Cecilia Suárez, texto que a ella le dio renombre desde su aparición en 1988.

Carmen Cecilia, doctora en Educación y magíster en Psicología Educativa, fundó su empresa en diciembre de 2000 y ha publicado alrededor de 120 títulos, los que se distinguen por su calidad y esmero editorial. Ha participado con honores en ferias del libro en Guadalajara y Frankfurt y ha obtenido reconocimiento en otros escenarios. La función editorial se desempeña a través de nueve colecciones: narrativa, poesía –la que lleva el nombre de Laura Victoria–, libros para niños, libros sobre culturas ancestrales, libros de nuevos narradores…

El nombre de La Serpiente Emplumada fue tomado de la cultura maya y significa “sabiduría y transformación”, lema que orienta la política bibliográfica de la entidad. Bajo ese rumbo, esta cumplió 21 años de labor continua y logró superar la crisis causada por la pandemia.

Paso a referirme a dos libros recientes: Cantos de oscuridad, naturaleza y vida, de Pablo Arturo Pinilla Rincón, y Mito, el fabricante de sueños, de Marco de León Espitia. El autor de Cantos es un enamorado de la naturaleza, los animales y la vida. Poeta y soñador, fabrica parábolas, mitos, leyendas y fábulas, y dialoga, en lenguaje expresivo y sensual, con los seres vivos del universo ecológico y con su propia alma receptora de belleza y emoción.

En los poemas Sirena encallada y Las ranas gemelas, Pinilla expresa el tono emotivo y conceptual que es premisa de su libro ecologista y lírico. Lo más acentuado de la obra es su compenetración con las maravillas de la naturaleza.

De León, el autor de Mito, es médico, músico y escritor, y crea en su novela un personaje singular que descubre un campo en el mundo –en su Montería natal– para conjugar el destino en un taller de radio y televisión oculto en su residencia y convertido en su razón de ser. Personaje singular que se mueve entre tubos, cables y objetos afines, o sea, entre la cotidianidad del oficio.

Sin embargo, encuentra espacio para soñar, filosofar y crear su universo mágico, movido no solo por la materia prima de su trabajo, sino por la fantasía y la imaginación. El relato transcurre con el fondo de la lluvia, que parece una lluvia eterna, mientras se escucha bramar el imponente río Sinú y crepitar la propia historia de la población. El libro es un canto al pueblo que el escritor lleva en sus intimidades estremecidas por las golondrinas muertas de otra época, como un susurro de la evocación y una justificación de la vida.

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El Espectador, Bogotá, 26-II-2022.
Eje 21, Manizales, 25-II-2022.
La Crónica del Quindío, Armenia, 26-II-2022

Dos poetisas editoras

lunes, 20 de mayo de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Bajo el ambiente de la Feria Internacional del Libro, magno evento que ha llegado a su edición número 32, tuve el placer de leer una variedad de poemas de dos distinguidas escritoras amigas mías: Guiomar Cuesta y Carmen Cecilia Suárez. De edades similares, la vocación por las letras nace en ellas desde muy jóvenes. Sus obras han merecido público reconocimiento, y ambas crearon desde buen tiempo atrás sus propias empresas editoras: Apidama Ediciones (Guiomar) y La Serpiente Emplumada (Carmen Cecilia).

La diferencia entre ambas está en su estilo. Siguen sus propios caminos y sus propias ideas, lo que es apenas obvio al saberse que cada escritor es un mundo. Además, se distinguen por el manejo ortográfico: mientras Al ritmo de los manglares en tiempos de jazz (de Guiomar) carece de signos de puntuación, Luz de lluvia (de Carmen Cecilia) los tiene. La falta de puntuación es tendencia moderna en la poesía, práctica que no entiendo. La coma, de tanta utilidad para captar el sentido y el ritmo de la frase, me parece que es preciosa herramienta de la poesía.

Guiomar Cuesta inició en 1978 su carrera poética con Mujer América, América Mujer, obra que le abrió la puerta de la literatura. En los 41 años transcurridos ha publicado 20 libros, y su nombre ha adquirido renombre nacional e internacional. Es miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y de otros notables organismos, y ha ganado numerosos premios.

Al ritmo de los manglares le hizo ganar el primer premio del Certamen Internacional de Poesía Luis Alberto Ambroggio, edición 2018, obra movida por bellas imágenes que impulsan músicas ancestrales en las que afloran las raíces africanas e indígenas. Se siente aquí un armonioso lenguaje que habla con la naturaleza e incursiona en los senderos del alma. Toma al mangle –vocablo que en lengua caribe o arahuaca significa árbol retorcido– como símbolo de la biodiversidad, a la que le canta en las 126 páginas del libro. Este acento se percibe en otros de sus libros. Por otra parte, es gran abanderada del feminismo.

Carmen Cecilia Suárez alzó vuelo literario con el libro de cuentos Un vestido rojo para bailar boleros (1988) y hoy acumula un número de obras parecido al de Guiomar. De la narrativa pasó a la poesía, y sus temas están enfocados hacia la pareja, el erotismo y la naturaleza femenina. Sus poemas más caracterizados resaltan la intimidad de la pasión amorosa. Esto explica por qué una de las colecciones de su editorial lleva el nombre de Laura Victoria, la pionera de la poesía erótica en Colombia en los años 20 y 30 del siglo pasado.

En la Feria Internacional del Libro presentó Luz de lluvia, breve poemario adornado con pinturas de Marina Suárez Mantilla, en acrílico. En el género amoroso, se encuentran títulos como Poemas del insomnio (después del vino), Espacios secretos, Retazos en el tiempo, Poemas para leerte antes de morir. En este último hace esta anotación: “Por aquellas dimensiones proféticas de la poesía, el título de este libro nació muchos meses antes de que supiéramos que pronto iba a morir. A mi querido amigo, a quien no alcancé a leerle todos los poemas”. A pesar de la claridad de la dedicatoria, me atreví a preguntarle si se trataba de una ficción, y ella me respondió que había sido un amigo cierto a quien mucho había querido.

Carmen Cecilia tiene un doctorado en Educación de los Estados Unidos, ha participado en ferias del libro en Guadalajara y en Frankfurt y su nombre está incluido en el Diccionario universal de creadoras, edición en francés que cuenta con el patrocinio de las Naciones Unidas.

El Espectador, Bogotá, 11-V-2019.
Eje 21, Manizales, 10-V-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-V-2019.

Comentarios 

Qué bueno insistir en la importancia de la puntuación en la escritura y en llamar poetisas a las dos escritoras. La puntuación da ritmo, como los silencios a la música, y la palabra poetisa suena no solo romántica sino también poética. Josué López Jaramillo, Bogotá.

Guiomar y Carmen Cecilia han sido personas dedicadas en cuerpo y alma a su destino con la palabra. Admirable labor en procura de plasmar sus huellas y la de tantos otros escritores que han salido de sus propios sellos editoriales. La perseverancia y el amor a la poesía las hace emblema, orgullo y ejemplo para tantos poetas que desean ver en letras de molde sus producciones. Estoy totalmente de acuerdo con la puntuación en la poesía y en cualquier escrito, eso ayuda a la cadencia y a leerla y entenderla mejor. Inés Blanco, Bogotá.

Muy merecido el reconocimiento a Guiomar no solo por su éxito literario reconocido a nivel internacional, sino también por su labor con editora al lado de su esposo Alfredo Ocampo Zamorano. Sus triunfos me alegran mucho en esta larga amistad. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Categories: Editoriales, Poesía Tags: ,

Dos poetisas editoras

miércoles, 15 de mayo de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Bajo el ambiente de la Feria Internacional del Libro, magno evento que ha llegado a su edición número 32, tuve el placer de leer una variedad de poemas de dos distinguidas escritoras amigas mías: Guiomar Cuesta y Carmen Cecilia Suárez. De edades similares, la vocación por las letras nace en ellas desde muy jóvenes. Sus obras han merecido público reconocimiento, y ambas crearon desde buen tiempo atrás sus propias empresas editoras: Apidama Ediciones (Guiomar) y La Serpiente Emplumada (Carmen Cecilia).

La diferencia entre ambas está en su estilo. Siguen sus propios caminos y sus propias ideas, lo que es apenas obvio al saberse que cada escritor es un mundo. Además, se distinguen por el manejo ortográfico: mientras Al ritmo de los manglares en tiempos de jazz (de Guiomar) carece de signos de puntuación, Luz de lluvia (de Carmen Cecilia) los tiene. La falta de puntuación es tendencia moderna en la poesía, práctica que no entiendo. La coma, de tanta utilidad para captar el sentido y el ritmo de la frase, me parece que es preciosa herramienta de la poesía.

Guiomar Cuesta inició en 1978 su carrera poética con Mujer América, América Mujer, obra que le abrió la puerta de la literatura. En los 41 años transcurridos ha publicado 20 libros, y su nombre ha adquirido renombre nacional e internacional. Es miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y de otros notables organismos, y ha ganado numerosos premios.

Al ritmo de los manglares le hizo ganar el primer premio del Certamen Internacional de Poesía Luis Alberto Ambroggio, edición 2018, obra movida por bellas imágenes que impulsan músicas ancestrales en las que afloran las raíces africanas e indígenas. Se siente aquí un armonioso lenguaje que habla con la naturaleza e incursiona en los senderos del alma. Toma al mangle –vocablo que en lengua caribe o arahuaca significa árbol retorcido– como símbolo de la biodiversidad, a la que le canta en las 126 páginas del libro. Este acento se percibe en otros de sus libros. Por otra parte, es gran abanderada del feminismo.

Carmen Cecilia Suárez alzó vuelo literario con el libro de cuentos Un vestido rojo para bailar boleros (1988) y hoy acumula un número de obras parecido al de Guiomar. De la narrativa pasó a la poesía, y sus temas están enfocados hacia la pareja, el erotismo y la naturaleza femenina. Sus poemas más caracterizados resaltan la intimidad de la pasión amorosa. Esto explica por qué una de las colecciones de su editorial lleva el nombre de Laura Victoria, la pionera de la poesía erótica en Colombia en los años 20 y 30 del siglo pasado.

En la Feria Internacional del Libro presentó Luz de lluvia, breve poemario adornado con pinturas de Marina Suárez Mantilla, en acrílico. En el género amoroso, se encuentran títulos como Poemas del insomnio (después del vino), Espacios secretos, Retazos en el tiempo, Poemas para leerte antes de morir. En este último hace esta anotación: “Por aquellas dimensiones proféticas de la poesía, el título de este libro nació muchos meses antes de que supiéramos que pronto iba a morir. A mi querido amigo, a quien no alcancé a leerle todos los poemas”. A pesar de la claridad de la dedicatoria, me atreví a preguntarle si se trataba de una ficción, y ella me respondió que había sido un amigo cierto a quien mucho había querido.

Carmen Cecilia tiene un doctorado en Educación de los Estados Unidos, ha participado en ferias del libro en Guadalajara y en Frankfurt y su nombre está incluido en el Diccionario universal de creadoras, edición en francés que cuenta con el patrocinio de las Naciones Unidas.

El Espectador, Bogotá, 11-V-2019.
Eje 21, Manizales, 10-V-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-V-2019.

Comentarios 

Qué bueno insistir en la importancia de la puntuación en la escritura y en llamar poetisas a las dos escritoras. La puntuación da ritmo, como los silencios a la música, y la palabra poetisa suena no solo romántica sino también poética. Josué López Jaramillo, Bogotá.

Guiomar y Carmen Cecilia han sido personas dedicadas en cuerpo y alma a su destino con la palabra. Admirable labor en procura de plasmar sus huellas y la de tantos otros escritores que han salido de sus propios sellos editoriales. La perseverancia y el amor a la poesía las hace emblema, orgullo y ejemplo para tantos poetas que desean ver en letras de molde sus producciones. Estoy totalmente de acuerdo con la puntuación en la poesía y en cualquier escrito, eso ayuda a la cadencia y a leerla y entenderla mejor. Inés Blanco, Bogotá.

Muy merecido el reconocimiento a Guiomar no solo por su éxito literario reconocido a nivel internacional, sino también por su labor con editora al lado de su esposo Alfredo Ocampo Zamorano. Sus triunfos me alegran mucho en esta larga amistad. Esperanza Jaramillo, Armenia.

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Editorial Kelly

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Me ha llamado la atención, al entrar a la editorial –situada en la avenida 32 con calle 13 de Bogotá–, un recorte de periódico que se encuentra enmarcado cerca del escritorio de la gerencia. Es una crónica de Lucas Caballero Calderón –el inmortal Klim–, de fecha indeter­minada, en uno de cuyos apartes leo lo siguiente: «El éxito de Editorial Kelly se debe a la consagración, in­teligencia y constante actividad que posee en abundan­cia el Chiquito Gómez –como le llamamos sus amigos–, un individuo que no tuvo tiempo de crecer, porque ya desde niño les estaba sirviendo a sus amigos».

Indagando por la historia de la editorial, me entero de que la vieja casa impresora de los bogotanos –que también ha publicado libros de distintas regiones del país e incluso del exterior– cumplirá próximamente 50 años de fundada. El sello Kelly es muy conocido en la bibliografía colombiana, y entre los libros que yo re­cuerde, de reciente data, están varios de Horacio Gómez Aristizábal, el de Antonio Cacua Prada sobre Aurelio Martínez Mutis y el titulado Lo que el Quindío le ha aportado a Colombia. Allí también se imprime el Bole­tín de la Academia Colombiana.

El Chiquito Gómez, célebre entre los escritores contemporáneos de Klim, todavía asiste a su despacho tradicional, vestido con elegancia, aunque ha delegado en sus hijas el manejo de la empresa. Jorge Gómez Borrás, su verdadero nombre, santandereano de pura cepa, se bogotanizó desde muy temprana edad e inició su actividad la­boral como administrador de El Gráfico y linotipista de El Espectador. En 1939 se independizó y le dio vida a Editorial Kelly, cuyo nombre lo tomó de la primera prensa con que comenzó su aventura libresca.

«Nunca se ha publicado nada que pueda avergonzarnos», comenta con orgullo su hija Beatriz, una de las ejecu­tivas de la firma. Y Lucila, la otra hermana emprende­dora, agrega: «Ha habido problemas, pero han sido ma­yores los éxitos». Da gusto ver a este par de hermanas entregadas al afán diario de una empresa dinámica.

Ellas me cuentan los inicios difíciles de la edito­rial, cuando ésta adquiría los derechos de autor y no lograba rescatar la inversión, salvo excepciones como las de Figuras políticas de Colombia, de Klim, Las haciendas de la sabana y Los toros en Bogotá, de Cami­lo Pardo Umaña, Ancha es Castilla, de Eduardo Caballe­ro Calderón, o las ediciones populares de las novelas de Arturo Suárez, libros que se agotaron en poco tiempo.

El mayor tiraje ha sido el de un folleto para la Casa Ross, un millón de ejemplares, a dos colores. Cuando estuvo terminado se halló este error: en una cifra se puso un 5 en lugar de un 6 y esto trastornaba el texto. Para salvar la situación, se corrigió el error a mano.  ¡Un millón de veces!

La primera sede de la empresa fue la avenida 19 arriba de la carrera 7a. Por los días del 9 de abril se decidió su traslado varias cuadras abajo y, al esta­llar la revuelta popular, la Kelly figuró entre los negocios saqueados. Pero no había sido así. El día anterior había ocurrido la movilización de los equipos al nuevo local, y al aparecer vacío el anterior, esto dio lugar a la falsa noticia.

El Chiquito Gómez sonríe con picardía cuando re­cuerda el episodio. Ni las llamas ni las rapiñas de aque­lla horrenda catástrofe llegaron a su sitio de trabajo, el que nunca, como los viejos capitanes, ha abandonado desde hace 50 años. Sigue asistiendo a la oficina en forma rigurosa, como una necesidad vital. El ruido de las .máquinas le hace falta, le transmite energía. Su presencia es sim­bólica y sentimental, pero se siente en su ambiente contemplando la marcha de sta empresa meritoria, de su esfuerzo envidiable, bajo el impulso de manos femeninas, como una realización del trabajo productivo y enaltecedor.

El Espectador, Bogotá, 8-III-1989.

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Se buscan editores

martes, 4 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Ha caído en mis manos un libro desteñido por el paso del tiempo. El sello de la Editorial Minerva certifica una lejana época bogotana en que el autor de la obra sobresalía como cuentista y novelista. Se trata de la novela La tierra es del indio, prologada por el padre Félix Restrepo. Jaime Buitrago Cardona conformó en solo tres libros una obra fecunda: Pes­cadores del Magdalena (1938), Hombres trasplantados (1943) y La tierra es del indio (1955).

Dentro de las rarezas lite­rarias que se van quedando ocultas, descubrí que la citada novela obtuvo el primer premio en un concurso patrocinado por la Caja Colombiana de Ahorros, en 1950, y que inexplicablemente nunca la entidad publicó la obra. Escudriñando la biografía de Buitrago Cardona encuentro un hombre constante y silen­cioso en la labor intelectual, quien acosado por una apretada situación económica abandonó la universidad para deambular como profesor por tierras del Antiguo Caldas y de Bogotá. Luis Eduardo Nieto Caballero lo califica como un estudioso irrevocable de la literatura.

Este hallazgo puede resultar buena noticia para Colcultura dentro de sus propósitos por preservar el patrimonio cul­tural de Colombia. Y vale la pena mencionar otros nombres de la ya estrecha lista de me­cenas:

El Comité de Cafeteros del Quindío cumple destacada par­ticipación en la cultura re­gional, de donde Buitrago Car­dona es oriundo. Se recuerda la antología de Baudilio Montoya, un acierto del Comité.

El Banco Popular ha com­pletado cien títulos de su cono­cida biblioteca. Gracias al in­terés de Eduardo Nieto Cal­derón se recogió la obra disper­sa de Alberto Ángel Montoya, hecho que merece especial mención.

El departamento de Caldas prosigue su itinerario de tierra culta, como ejemplo para otras regiones ausentes por completo de estos afanes. Dos libros recientes corroboran dicha labor: Memoria de varones ilus­tres, de Antonio Álvarez Restrepo, y Elegía sin tiempo, de Fernando Mejía Mejía.

La Universidad Pedagógica de Boyacá cuenta con sus edi­ciones La rana y el águila, dirigidas por Vicente Landínez Castro. Se vienen promoviendo importantes libros de autores boyacenses, como Reyes, de cauchero a dictador, de Mario H. Perico Ramírez, y Leyen­das indígenas de Colombia, de Max López Guevara.

La Biblioteca Pública Piloto de Medellín, que preside Alejan­dro González, se ha propuesto lanzar libros de figuras antioqueñas y ha comenzado con La Historia contra la pared, de Juan Zuleta Ferrer, suceso de actualidad.

Ya que el tema es biblio­gráfico, caben algunas sugeren­cias. ¿Por qué las loterías del país dedican tan pocos recursos a la cultura? Todas debieran publicar por lo menos una obra al año de autores de su tierra. Sus recursos son, al fin y al cabo, del pueblo, a donde deben revertir. ¿Qué tal, por ejemplo, recoger la obra de Eduardo Arias Suárez, el grandioso cuentista de Armenia, cuyos trabajos están traducidos a varias lenguas? Pocas personas saben que él dejó inédita la novela Bajo la luna negra, con prólogo de Baldomero Sanín Cano.

Pregunto por qué Colcultura u otro organismo protector de la cultura no ha llegado hasta Jaime Barrera Parra, el extraordinario escritor santandereano que logró una de las mejores colecciones de artículos eruditos, comparables a los de Tejada.

¿Quién escarbará los ar­chivos de Jorge Santander Arias, maestro de maestros en el ensayo? La Universidad de Caldas, que le otorgó el grado de doctor honoris causa, nos quedó debiendo la recolección de su obra.

Grandes discursos políticos del país, muchos de ellos tra­tados de sabiduría, andan des­carriados. Laureano Gómez, Gaitán, Santos, López el gran­de, Alzate, Silvio Villegas, que hicieron historia, no tienen biógrafos ni editores. Tampoco los tienen figuras excelsas del periodismo.

Y punto. Es una manera de poner el dedo en la llaga. Obras valiosas de vivos y muertos se están perdiendo por falta de in­terés, y sobre todo de mecenas, una escuela en decadencia.

El Espectador, Bogotá, 13-IX-1978.
La Patria, Revista Dominical, Manizales, septiembre de 1978.

 

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