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Villa de Leiva, cuna ecológica

lunes, 28 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Diversas expresiones de admiración llegaron a esta columna con motivo del artículo de la semana pasada, dedicado al Acueducto Río Chaina, obra de iniciativa privada que favorece a amplio sector rural de Villa de Leiva. Faltó decir que este acueducto está catalogado como modelo desde el punto de vista municipal y departamental, por entidades como la Superintendencia de Servicios Públicos, Comisión de Regulación de Agua Potable y Saneamiento Básico (CRA) y Corpoboyacá.

Debo agregar que el hermoso municipio boyacense, convertido en una de las mayores atracciones del país, y que es visitado por continuas corrientes de turistas del mundo, tiene como prioridad la conservación de la naturaleza, el mayor tesoro que posee. Desde los propios días de su fundación (12 de junio de 1572), don Andrés Díaz Venero de Leiva, primer presidente del Nuevo Reino de Granada, y fundador del pueblo, señaló los encantos de aquella tierra como sitio ideal para el descanso y el disfrute de sus paisajes.

Y surgió una población encantadora bajo los moldes de la arquitectura colonial y del arte religioso. En los campos, el trigo se enseñoreó de la comarca como emblema de la fecundidad terrígena. Durante los siglos XVI y XVII, con la gran cantidad de molinos construidos por doquier, el pueblo ostentó el título de primer productor de trigo en el país. Alrededor del cereal, y como complemento necesario, florecía una agricultura abundante (cebada, papa, maíz, hortalizas) que ha llegado hasta nuestros días.

Por allí pasó el Libertador, en septiembre de 1819, y allí vivió sus últimos años el Precursor de la Independencia, Antonio Nariño. Oriundo del mismo sitio es el prócer Antonio Ricaurte, patrono de la Fuerza Aérea. Durante la pacificación de Morillo, varios leivanos perdieron la vida por la causa de la libertad. En 1954, Villa de Leiva fue declarada monumento nacional por el general Rojas Pinilla. Desde entonces, frente a las imágenes que mostraban la gigantesca concurrencia nacional, es posible que se haya divulgado la idea de que es la plaza más grande del país. Bella plaza empedrada y majestuosa.

Depositaria de ese pasado de glorias y de esplendor ambiental, no puede ser gratuita la fama de esta fascinante comarca boyacense hermanada con la naturaleza, y que por tal motivo le rinde culto al agua, defiende el paisaje, labora la tierra y preserva las tradiciones. Diversos festivales se celebran en el curso del año, y todos tienen el sello de la autenticidad.

En una de las fechas clásicas, se rinde homenaje al agua. Y no puede ser de otra manera, ya que en sus dominios permanece despierta la diosa Bachué, madre primitiva del pueblo muisca. Es ella la protectora de las quebradas, los ríos, los manantiales y los arroyos. Vela por las cosechas, ilumina los campos y dispensa la paz y la armonía en que viven los moradores. Dice la leyenda que Bachué brotó de la laguna de Iguaque y procreó con su compañero los hijos que poblaron la tierra. Luego se consumió en las aguas. Según la cosmogonía muisca, es la madre del género humano.

Iguaque es un santuario de fauna y flora (una de las 56 áreas protegidas con que cuenta el país), con superficie de 6.750 hectáreas de bosque y páramo y fascinante entorno que embriaga el espíritu. Varias lagunas fertilizan la tierra, y de allí se obtiene agua para algunos municipios próximos.

Territorio mítico este de Villa de Leiva, que conserva incontaminadas las fuentes primigenias de la vida representadas en Iguaque. Territorio auténtico de la ecología, de los pocos que quedan en el país. Cuando una asociación de amigos nos propusimos construir el Acueducto Río Chaina y erigir en El Roble nuestros refugios campestres (entre ellos, Villa Astrid, remanso de paz y de unión familiar), teníamos como meta huir de los sofocos y las turbulencias de la gran ciudad, para conquistar por temporadas el aire y el agua puros de la montaña. Un premio de la naturaleza.

El Espectador, Bogotá, 29-III-2012.
Eje 21, Manizales, 30-III-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 31-III-2012.

* * *

Comentarios:

Hacen bien al espíritu y a la colectividad de la Villa estas remembranzas históricas y la difusión de los planes para preservar las reservas hídricas y la naturaleza del entorno. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Pienso que deberíamos sacar a la superficie la parte indígena que todos llevamos adentro, y rendirles tributo al agua y a la naturaleza. Eradelhielo (correo a El Espectador).

¿Aún es cierta toda esta belleza, tan bien narrada y con amor de terruño? Ojalá, porque desde que puse los pies en esas tierras por primera vez, sigo considerándolas un privilegio, un lugar casi «sagrado», aun cuando en determinadas fechas sea «mancillado» por borrachines y escandalosos. Me alegró mucho saber que la planta de nafta ya no va ahí, la presión ciudadana y de amigos de esa región como que pudo (pudimos) más que la ambición. Suesse (correo a El Espectador). 

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Canto al agua

lunes, 28 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Hoy se realiza el día del agua con actos en cien lugares del mundo.  En Colombia, país que poco a poco viene tomando conciencia sobre lo que significa el precioso líquido, la ceremonia se ejecuta con meditación, música y arte, en rituales donde se canta por la sanación de ríos y quebradas, de  caños y lagos, para proteger el agua como elemento vital de la existencia.

En Bogotá, el rito está programado en lugares como las quebradas La Vieja y Las Delicias, los parque El Virrey y Simón Bolívar y el Jardín Botánico. En el resto del país, la ceremonia tiene énfasis en ciudades como Pasto, Pereira y Barranquilla. El hombre depredador de esta época extingue en forma progresiva las fuentes tutelares del agua mediante la tala de árboles y bosques, la deforestación de las cuencas, la contaminación de los ríos.

Al paso que llevamos, el planeta está condenado a morir de sed y de hambre. Factores críticos como el deshielo de los glaciares, el crecimiento de la población, el calentamiento global, con secuelas cada vez más dramáticas como las  inundaciones y las sequías, representan el mayor reto del futuro.

Hay, sin embargo, hechos aislados que contradicen la conducta general de la  época. Resulta oportuno que esta columna destaque un caso ejemplar que en forma silenciosa se cumple en Villa de Leiva y se convierte en motivo edificante para celebrar el día del agua. Se trata del empeño puesto por los propietarios de unos predios rurales situados a pocos minutos de la población (en el sector de El Roble), para proteger la microcuenca del río Chaina y beneficiarse con el consumo de agua potable y otras ventajas para los predios.

Ante la inoperancia de la Cooperativa Camilo Daza, que dirigía el desarrollo de dichos lotes, sus dueños decidieron constituir nueva entidad, en diciembre de 2001, y escogieron como presidente al economista Humberto Escobar Molano, uno de los 300 propietarios, que desde entonces se convirtió en líder de ese propósito comunitario.

Obtenida la autorización legal de la nueva empresa (Asociación de Suscriptores del Acueducto Río Chaina), se le imprimió la infraestructura necesaria para impulsar su desarrollo. Otorgada por Corpiboyacá la concesión de agua, se entró a cambiar las redes obsoletas y a construir un nuevo acueducto, lo mismo que un tanque de captación y distribución y una planta de tratamiento de agua potable. Y se contrataron el fontanero y el guardabosques como personas claves para ejecutar sus tareas.

Especial mención merece la labor realizada por el presidente de la entidad, con la asesoría de la junta administradora, respecto al programa de reforestación de la microcuenca del río, misión que ha llevado al arrendamiento y compra de terrenos para aislar cañadas y nacimientos de agua, controlar la contaminación animal y preservar y enriquecer la ecología. Además, se creó una asociación de cinco acueductos rurales que defienden los intereses comunales y favorecen la conservación ecológica.

Todo esto se ha hecho posible sobre la base de la gran voluntad colectiva y  del recto, desinteresado y laborioso liderazgo individual del del presidente Humberto Escobar, que no ha ahorrado esfuerzo para plasmar estos resultados en beneficios para el conjunto residencial, en pleno contacto con la naturaleza, que cada día se embellece más. En este recinto fue construida una sede campestre de la Fuerza Aérea Colombiana, hecho que le da mayor atractivo al lugar.

El nuevo alcalde municipal, ingeniero Camilo Igua, se muestra  interesado tanto en el desarrollo de la localidad como en el florecimiento de los campos,  y ha conformado mesas de trabajo con los vecinos para llevar a cabo ideas de progreso de la villa y de mejoramiento rural.

Este es el mensaje que envía Humberto Escobar en el día institucional que celebramos: “El agua es vida, el agua nos la regala la naturaleza. Conservemos el medio ambiente por nuestra salud y la de las generaciones futuras”.

El Espectador, Bogotá, 22-III-2012.
Eje 21, Manizales, 23-III-2012.
La Crónica, Armenia, 24-III-2012.

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Comentarios:

Magnífica descripción y fotografía de nuestro acueducto como motor de desarrollo en temas ambientales y de salud. Mil gracias por la alusión de que fui objeto. Humberto Escobar Molano, Bogotá.

Si todas las asociaciones de copropietarios fueran como la de Villa de Leyva, qué distinta seria la vida en nuestra bella Colombia. Luis Quijano, Houston.

La labor que ha hecho Humberto Escobar Molano ha sido grandísima y los resultados se ven en todo el sector del Roble en Villa de Leyva, y creo que en algunas veredas aledañas. Y el motivo tan lindo que hay detrás, de preservar la naturaleza, nos ha llevado a concientizarnos de que este recurso natural puede ser agotable, y por eso lo debemos querer y reutilizar. Los que estamos conscientes de lo que significa usar bien el agua, sentimos mucha alegría de unirnos a personas felices de ver que Dios nos muestra agua por todas partes. Para que concluyamos que con la abundancia nos podemos maravillar, pero siempre y cuando entendamos por qué nos premian con ese regalo. Fabiola Páez Silva, Bogotá.

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Atentados contra las aguas y los bosques

miércoles, 14 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El país no ha tomado con­ciencia de lo que significa la lenta agonía del agua, los árboles y los bosques a lo largo y ancho de nuestra maltratada geografía. La tala permanente de árbo­les le quita defensas al suelo y disminuye en los campos las fuentes que permiten la prosperidad de la agricultura y, por lo tanto, la subsistencia de miles de familias. La tierra, sometida a este progresivo proceso de deforestación, a la larga se torna reseca e inútil. A pesar de la acción vigilante del Inderena, los destrozos son incalculables.

He tenido oportunidad de conocer el caso de un fundo en la vereda de San Antonio (municipio de La Vega), cuyo dueño derribó una fanegada de árboles  sembrados en una pendiente, hasta la orilla del río Gualivá, quedando ésta desprotegida de toda vegetación. Al dueño de la finca le ordena el Inderena efectuar la pronta reforestación de la parte afectada para prevenir erosiones futuras y taponamiento del río. Pero el mal ya está hecho. Es preciso tener en cuenta que remplazar un bosque se lleva por lo menos 50 años.

La mayoría de nuestros ríos están en camino de desaparecer, víctimas de la contaminación. El río Bogotá es la mayor cloaca del país y del mundo. En el Valle de Tenza agonizan todas sus aguas fluviales. Neiva deja morir al río las Ceibas, que surte de agua a la ciudad. En la capital del país, el río Juan Amarillo recibe los desechos de más de un millón de habi­tantes del norte de la ciudad, y camina como un paria en medio de lodazales desesperantes que luego entrega al río Bogotá, y éste al Magdalena.

Similar es la suerte de nuestras lagunas. La de Tota baja de nivel por la succión de agua que hacen los cebolleros a la vista de todo el mundo. La de Fúquene está a punto de expirar. La de Palacio ya casi está borrada, y lo mismo sucede con la de Cucunubá. El panorama es desolador.

El ecosistema ya no resis­te más atropellos.

Estamos envene­nando nuestra mayor riqueza. Hay que formar conciencia ecológica. Y meditar en la conveniencia de crear el Ministerio del Medio Ambiente. La muerte de las aguas y los bosques equivale a la propia destrucción del hombre. Por algo Eduardo Caballero Calderón, gran defensor de la natu­raleza, proclama en sus libros sobre Tipacoque su pasión por el agua.

EN PLENO BOGOTA.– Con motivo del desembotellamiento que piensa dársele a la avenida 30 en su llegada al barrio Chicó Norte, se anuncia la construcción de una vía en la calle 94, paralela a los rieles del ferrocarril, para unir la avenida 19 con la carrera 15. Esto supone la perforación de un bosque centena­rio, con el consiguiente sacrificio de árboles. Es decir, la marcha de la civilización puede privar a este bello recinto capitalino de uno de sus mayores encantos.

Viene a colación la expresiva carta recibida de doña Helena Londoño sobre la caída de un árbol en una transitada avenida la ciudad, frente a mi cuarto de estudio, y que el director de la CAR tuvo la gentileza de sustituirme:

«Quiero a los árboles tanto como veo que usted los quiere y siento por ellos lo que también siente usted: que son seres vivos, y que los debemos respetar. Hace alrededor de 25 años, cuando se construyó la calle 100, se sembraron muchos arbolitos, urapanes; unos años más tarde, otros muchos, pinos, que rociábamos con mis hijos pequeños y protegíamos de las ovejas y vacas que en esa época pastaban por estos lados. Estos árboles crecieron y son hoy una riqueza para la avenida; le dan al sector oxígeno, belleza y vida.

«Usted corrió con suerte: le van a sembrar su arbolito. ¿A mí quién me va a remplazar los árboles que veo desde mi alcoba y que van a caer uno a uno hasta contar más de cien para dar paso a un puente, que ni siquiera va a solucionar verdaderamente el problema del tráfico?”.

Vea usted esta ironía, doña Helena: primero siembran árboles y después los arrancan. Ahora es todo un bosque el que se encuentra en peligro. Si la vía en proyecto tiene que abrirse campo, ojalá respete el mayor número de árboles. Y que más tarde no lloremos, como Rafael Alberti, La arboleda perdida.

El Espectador, Bogotá, 21-IX-1993

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Nace un árbol

sábado, 12 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La noticia sobre la muerte de un hermoso pino que se hallaba plantado en  congestionada avenida de la capital despertó sentimientos de solidari­dad en varios lectores de esta columna. El vecindario lamentó la caída del árbol exuberante que le daba vida y donaire a la endiablada avenida que ya no tiene respirade­ros –ni pies ni cabeza–, víctima, como toda la urbe frenética, del sofoco automotor y la contamina­ción ambiental.

Al paso que llevamos, Bogotá será otra Ciudad de Méjico si no frena la invasión de gases letales que en forma inadvertida envene­nan la atmósfera y causan graves afecciones en la salud de los habi­tantes. Más de medio millón de vehículos transitan por nuestras abigarradas calles sin ningún con­trol sobre los exhostos deteriorados –que parecen lanzallamas de impu­rezas–, ni sobre las numerosas empresas contaminantes que emi­ten a sus anchas, con el impulso industrial, chorros de muerte.

Es preciso tomar conciencia eco­lógica para prevenir el desastre que se vive en la capital azteca, ahoga­da hoy por alarmantes índices de ozono que la colocan –como podría ocurrir con Bogotá– entre las ciuda­des más contaminadas del planeta. Allí y aquí la gente padece enferme­dades respiratorias crónicas, que comienzan con ardor en los ojos, fluido nasal, tos y agotamiento.

La protección del medio ambiente de­be ser política fundamental de todo gobernante, y por desgracia ésta se subordina entre afanes de inferior categoría. De ahí la importancia de preservar la vida de los parques y los árboles. Unos y otros languidecen en nuestra ciudad por falta de cuidados intensivos.

Entre los actos de solidaridad que se produjeron alrededor de la muerte del frondoso pino se encuentra la manifestación del director de la CAR. Es una comunicación enaltecedora para su gestión ecológica, y ejemplar para otras dependencias capitalinas que se olvidan del pro­greso civilizado de Bogotá. Ha muer­to un árbol y nace otro. El duelo, así, se transforma en esperanza. Que sean bienvenidos todos los esfuerzos para salvar el alma de la ciudad, como en términos expresi­vos lo anuncia la misiva antes citada:

«Comparto plenamente sus sen­timientos y opiniones sobre los árboles y la importancia que para una ciudad como Bogotá tienen, pues contribuyen a hacer más lle­vadera la vida de tan contaminada urbe. Conjuntamente con la admi­nistración distrital, la CAR ha veni­do adelantando un programa que hemos denominado Bogotá reverde­cerá, cuya meta es plantar cien mil árboles, el cual está en pleno desa­rrollo. Igualmente, por iniciativa del alcalde mayor, está en proceso la constitución de una corporación privada para la protección de los cerros que tendrá como una de las finalidades principales la protec­ción de los bosques y la revegetalización de las áreas depredadas.

“Vale la pena mencionar que el déficit hídrico de la región, el cual está en proceso de agravarse, tiene como una de sus principales cau­sas la deforestación de los cerros y páramos que circundan la Sabana de Bogotá.

«Al manifestarle nuestro pesar por la muerte de su querido árbol, le ofrecemos remplazarlo, para lo cual le rogamos informamos el sitio donde desea plantarlo». Eduardo Villate Bonilla, director ejecutivo de la CAR.

El Espectador, Bogotá, 5-III-1993.

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COLUMNISTA INVITADO

EL ESPECTADOR, 26-IV-1993 

Tras el árbol sustituto

Transcribimos a continuación la carta que envió nuestro columnista editorial Gustavo Páez Escobar al director de la CAR, luego de recibir una respuesta del fun­cionario por su denuncia sobre la caída de un árbol:

«Doctor Eduardo Villate Bonilla, director de la CAR:

“He quedado muy agradecido por los amables términos de su carta N° 00544, que usted me dirige a propósito de mi nota en El Espec­tador sobre la muerte de un árbol en una importante avenida de la ciudad.

“Después de los  interesantes comentarios que formula sobre los programas de reforestación que adelanta la CAR para preservar la naturaleza y oxigenar la vida capi­talina –hecho destacable que me permití divulgar en columna posterior–, usted me ofrece reemplazar el árbol caído en el sitio que le indique. Complacido acepto este obse­quio formidable; el cual es sim­bólico por el mensaje que entraña como tributo al medio ambiente, y también físico por tratarse de un ser vivo: los árboles tienen alma y, por lo tanto, gozan y sufren según el trato que les da el hombre.

“Había demorado la respuesta a su gentil comunicación esperando trasladarme a mi nueva residencia en el barrio Chicó Norte, al lado de la cual, en la zona verde que queda frente a mi alcoba, deseo ver crecer, y además cuidar y contemplar, el árbol sustituto, llamado a ser un gran aliado del escritor».

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La muerte de un árbol

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El pino frondoso situado en la zona verde de una transitada avenida de la capital, al frente de mi cuarto de estudio, se desplomó de súbito, en la soledad del comienzo del año, como gigante herido en mitad del corazón. Allí estuvo sembrado no sé cuánto tiempo. Los árboles, como las mujeres indescifrables, no se de­jan conocer los años. Por lo gene­ral alcanzan longevidades imposi­bles para el hombre, que envidian las mujeres por tratarse de años ocultos y, por lo tanto, fascinantes.

Los árboles se vuelven inmate­riales por poseer alma etérea. Miran hacia el cielo. Se nutren de aire y tierra y se solazan en las alturas. Siendo más fuertes que el ser humano, entierran a varias generaciones nuestras. Son espíri­tus alados de la naturaleza que nos acompañan con nobleza, nos vivifican y de pronto desaparecen. En ellos sólo solemos reparar cuando caen a tierra, con estrépi­to y dolor, como este pino vigoro­so que acaba de morir en plena lozanía por falta de cuidados opor­tunos.

Cuando comenzó a doblarse, dominado por su peso colosal, se iniciaba el lento proceso de su extinción, en medio de la urbe alborotada y frenética que carece de vocación ecológica. ¿Habrá alguna entidad distrital que entre tanto aparato burocrático se encargue, en forma efectiva, de cuidar los árboles?

Los parques y las zonas verdes sufren en Bogotá vergonzoso dete­rioro. Muchos de estos sitios es­tán convertidos en basureros pú­blicos y en antros del pillaje y la droga. Allí los árboles languide­cen entre desamparos y malos tratos, no se presta mantenimien­to a las vías peatonales, se des­cuida el alumbrado, se deja cre­cer la maleza y avanzar el desaseo. La ecología, por la que tanto se preocupan las naciones avanzadas del mundo, y que en nuestro medio ha tenido com gran abanderado al doctor Misael Pastrana Borrero, debe mirarse como una de las fuentes de la vida.

Nuestra capital, acosada por innúmeros problemas sociales, económicos y urbanísticos, suma a sus adversidades el veneno de la atmósfera contaminada por los gases letales. Los árboles son los pulmones con que respiran las ciudades. Fuera de ornamentales (y esta es razón de peso para cultivarlos, protegerlos y querer­los), nos transmiten vida y encan­to.

Nos dan cobijo y nos enseñan a ser rectos. Rectos como el roble. Pero nosotros los joroba­mos al no cortarles a tiempo la rama que a la postre, de tanto crecer, terminará abatiéndolos.

La ciudad, vacía de los afanes cotidianos en el comienzo del año, no frenó su tránsito endiablado cuando el pino gigante, que en días corrientes hubiera produci­do desastres, se inclinó con pesa­dez, con miedo a la caída –como rezando una oración– y luego invadió con todo su vigor y toda su corpulencia la arteria desierta. Crujió al quebrarse el alma con­tra el pavimento y allí quedó quieto durante varias horas, mu­do en su agonía. Después llega­ron unos empleados armados de hachas, cadenas y sierras eléctri­cas e iniciaron la operación tritura­dora.

Un árbol menos no se notará, pensarán los funcionarios arboricidas. Así se sacrifican en silencio, ante los ojos del escritor –desde hoy huérfano de su hercúleo compañero de la esquina– las defensas ecológicas de la ciudad monstruo. Toda la semana la calle estuvo oliendo a delicioso pino silvestre.

Por unos días cam­bió en mi pequeño territorio el olor de la gasolina por la fragan­cia del monte. Con las entrañas de los árboles también es posible fabricar, con este réquiem por la naturaleza muerta, fugaces ilu­siones.

El Espectador, Bogotá, 15-I-1993.

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Misiva:

He leído su artículo de hoy sobre la muerte de un árbol. Comparto plenamente sentimientos y opiniones sobre los árboles y la importancia que para una ciudad  como Bogotá tienen, pues contribuyen a hacer más llevadera la vida de tan  contaminada urbe.

Conjuntamente con la Administración Distrital, la CAR ha venido adelantando un programa que hemos denominado BOGOTÁ REVERDECERÁ, cuya meta es plantar cien mil árboles, el cual está en pleno desarrollo. Igualmente, por iniciativa del Alcalde Mayor, está en proceso la constitución de una corporación privada para la protección de los cerros que tendrá, como una de las finalidades principales, la protección de los bosques y la revegetalización de las áreas depredadas. Vale la pena mencionar que el déficit hídrico de la región, el cual está en proceso de agravarse, tiene como una de sus principales causas la deforestación de los cerros y páramos que circundan la Sabana de Bogotá.

Al manifestarle nuestro pesar por la muerte de su querido árbol, le ofrecemos reemplazarlo, para lo cual le rogamos informarnos el sitio donde usted desea plantarlo. CAR – Eduardo Villate Bonilla, Director Ejecutivo, Bogotá, 15-I-1993.