Por Gustavo Páez Escobar
En 1971, siendo gerente de un banco en Armenia, publiqué mi primer libro, la novela Destinos cruzados, escrita en Tunja a los 17 años, y que vio la luz en medio de la expectativa de los escritores quindianos, que dudaban de la idoneidad del escritor en ciernes. En efecto, las cifras y las letras nunca han sido compatibles. Se rechazan, aunque a veces se dan la mano. Ese mismo año, el Magazín Dominical de El Espectador publicó con honores mi primer cuento, El sapo burlón, dentro de un concurso promovido por el periódico.
No quiero despedir el 2021 sin celebrar con mis amables lectores el medio siglo cumplido en el arduo y al mismo tiempo gratificante oficio de escribir. Es el oficio más bello del mundo, y también el más solitario. Mis primeras lecturas en Tunja, ciudad propicia para el sosiego y la reflexión, fueron Madame Bovary y La prima Bette, integrantes de la serie Grandes novelas de la literatura universal, de la editorial Jackson de Buenos Aires.
Esa fue mi primera biblioteca, que siempre me ha acompañado, y está constituida por 32 volúmenes y 62 novelas ejemplares. Conforme avanzaba por el mundo fantástico de la narrativa, más me mordía el gusanillo del escritor que dormía en mis venas. Y un buen día tuve el atrevimiento y el coraje, incitado por las obras maestras que devoraba noche tras noche, de ser también novelista.
Inicié Destinos cruzados en un cuaderno escolar que supo de mis vigilias y mis ardores literarios, hasta que un año después tuve que suspender el proyecto novelístico, que ya iba en el 80 %, para trasladarme a la selva del Putumayo, donde continué mi vida laboral. A mi regreso, recuperé el bendito borrador que estaba escondido, como un huérfano indefenso, en el fondo del baúl protector donde por poco se extingue bajo la humedad del clima tunjano.
Años después, Fernando Soto Aparicio conoció la novela, ya editada, y se interesó por llevarla a la televisión, como en efecto ocurrió: con ella inició RCN, en 1987, sus telenovelas nacionales. “¡Lo que puede la edición!”, dijo el poeta chocoano Ricardo Carrasquilla (1827-1886), quien nos anima a los “pobrecitos escribidores” –en palabras de Larra– a no quedarnos inéditos. En mi caso, esto se traduce en 13 libros publicados y 2.000 artículos de prensa.
Quien quiera ser escritor debe saber que este no es un camino de rosas. Al revés, lo es de espinas, privación y sacrificio. Tarea exigente que reclama paciencia, consagración y altas miras para no conformarse con la mediocridad de la vida y de la propia escritura. “Escribe con sangre –dijo Nietzsche–, y sabrás que la sangre es espíritu”.
Quiero celebrar este medio siglo con la evocación de las dos obras citadas, la novela y el cuento inaugurales, que constituyen el eje de toda mi producción. Y siguieron textos constantes trabajados con empeño, esfuerzo y rigor. Desde entonces, la mente no ha dejado de pensar.
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El Espectador, Bogotá, 4-XII-2021.
Eje 21, Manizales, 3-XII-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 5-XII-2021.
Comentarios
Qué buen trabajo. Pero, sobre todo, somos tus lectores quienes más disfrutamos y nos beneficiamos con tu don para hacerlo. Has tenido una disciplina digna de imitar. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.
Bien celebrado el medio siglo con la magnífica reseña autobiográfica. Siempre te leo con atención y admiración. Esperaré la columna del siglo. Alpher Rojas, Bogotá.
Mis congratulaciones por su loable doble esfuerzo de trabajar, para algunos en asunto de precario esfuerzo mental –yo también lo viví y lo alterné con el emprendimiento–, y su dedicación intelectual. Es innegable la calidad de sus escritos. Enhorabuena. Atenas (mensaje a El Espectador).
Cumplir las bodas de oro en el oficio y arte de escribir es un logro muy meritorio, pero haberlo logrado escribiendo bien, como es tu caso, es sobresaliente. Ese recorrido, como lo anotas en tu artículo, se hace con dificultades y a veces es tortuoso, pero a la postre gratificante. Para mí ha sido muy grato haberme encontrado, aunque tardíamente, con tus escritos y tu amistad y espero seguir disfrutando de ellos por mucho tiempo más. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.
Cincuenta años de amor, pasión y consagración al difícil y gratísimo oficio de escribir. Amén del feliz resultado de 13 libros y 2.000 artículos y todo cuanto vendrá de tu pluma inagotable. Este afortunado balance no es venido del azar, sino el resultado del impulso interior, la disciplina, la investigación y el gran placer de llenar cuartillas que se han convertido en letras de molde, para solaz espiritual y alegría para los lectores. Bien se dice que el escritor y el poeta y el artista, en general, son los cronistas del tiempo que les ha correspondido vivir. Brindo por la palabra, la soledad, la calidad y cualidad de tus obras, con el mismo regocijo con el cual fueron escritas. Inés Blanco, Bogotá.
Medio siglo dedicado a las letras constituye una proeza que pocos pueden igualar. Reciba el más entrañable abrazo en esta fecha tan especial para el inicio de su brillante carrera literaria. Gustavo Valencia García, Armenia.
Nos ha contado Gustavo Páez Escobar, columnista y escritor, colaborado de El Espectador, Eje 21y otras publicaciones de aquí y del exterior, que ha llegado a sus cincuenta años de vida periodística y literaria. Gustavo es boyacense-quindiano. Les ha dado lustre a las letras de esos departamentos y goza de reconocimiento nacional.
Sus novelas, sus ensayos –Biografía de una angustia, sobre uno de los grandes de la poesía colombiana, Germán Pardo García, es uno de mis textos de cabecera–, sus columnas, son un ejemplo del bien escribir. Su castigado estilo, el encuentro de la palabra clara y precisa para expresar su pensamiento y del personaje, cuando de novela se trata, lo hacen un paradigma en el periodismo y en la literatura. (De la columna Salpicón navideño, de Augusto León Retrepo, Eje 21, Manizales, 12-XII-2021).