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Integración boyacense

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Funciona en la capital de la República (calle 19 N° 10-38, te­léfono 283-9224) una oficina de divulgación de la tierra boyacense, al frente de la cual se halla el doctor César Pedraza Ortega. No se trata, como podría suponerse, de una dependencia oficial sino de un programa par­ticular que se ha convertido en enlace de la numerosa colonia boyacense radicada en Bogotá y que a través de diversas activi­dades promueve la imagen cul­tural, social y económica del de­partamento.

Esta representación se man­tiene alejada de cualquier tipo de influencia no sólo oficial sino también política. Su indepen­dencia es absoluta. No recibe auxilios departamentales o polí­ticos, ni los solicita. Es, por consiguiente, misión altruista que tiene como mira servirle a la tierra, con amor y abnegación. Para César Pedraza Ortega, el abanderado de esta idea, sólo cuenta la grandeza de Boyacá. Este postulado le hizo ganar la Orden de la Libertad, conferida por el Gobierno Departamental.

El título de Integración Bo­yacense con que fue bautizado el movimiento dice por sí solo cuál es su propósito. Bien es sabido que el boyacense se encuentra regado por todo el territorio nacional, pero donde más se nota su pre­sencia es en la capital del país. Nada tan apropiado, en conse­cuencia, como esta oficina de re­laciones públicas para difundir el nombre de la región y conseguir ventajas para su progreso.

La entidad, que reconoce el valor de la raza como pilar de superación, tiene establecida la medalla denomi­nada Honor al Mérito Boyacense para exaltar las virtudes de sus hijos ilustres. Por tercera vez, después de 10 años de labo­res, se otorgó el galardón, en fecha reciente, a 12 dirigentes regionales, figuras representa­tivas de las letras, la ciencia, la milicia y el servicio público. Bo­yacá es pródiga en estos atributos del pensamiento y la acción.

Con el mismo nombre de In­tegración Boyacense existe una hermosa revista que acaba de cumplir, entre las dificultades propias de esta clase de empeños, doce ediciones. Al frente de la dirección se halla el escritor e historiador Mario H. Perico Ramírez, y como editor actúa César Pedraza Ortega. La re­vista, según reza su enunciado, «es usa tribuna abierta al pen­samiento boyacense. Sus puertas permanecerán de par en par para recibir colaboraciones con inquietudes, programas, opiniones y todo cuanto se considere re­dunde en bien del departamento. Es un medio de difusión cuyo único objetivo es presentar a la Boyacá real, a la Boyacá pro­yectada al futuro en relación institucional y de sus gentes».

La revista es una ventana abierta sobre la provincia boyacense. Sus pueblos, paisajes e idiosincrasia —enfocados por escritores notables y lentes expertas— desfilan, mes a mes, en esta gaceta. Así se escribe la crónica comarcana como testimonio de lo que vale la raza silenciosa y creadora que avanza como un hecho cons­tructivo para el engrandeci­miento de la patria.

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Resulta justo destacar la im­portancia de estas acciones que cumplen, con brillo y tesón dignos de alabanza, el ejercicio fecundo de hacer cultura regional. Los realizadores de estas ideas, que algo tienen de quijotes y mucho de valientes, se han ganado un liderazgo como resultado de su labor en bien de Boyacá, nuestra tierra grande.

Carta Conservadora, Tunja, 15-X-1987.
El Espectador, Bogotá, 20-X-1987.

 

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Un colegio de provincia

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Solemos poner los ojos en los grandes planteles educativos si­tuados en Bogotá y en las capitales de departamento y nos olvidamos de los de provincia. La provincia es la cuna de la cultura nacional. Es en los pueblos donde con mayor nitidez se descubre el alma de la patria, con su música, sus danzas, su poesía, sus leyendas y toda esa gama de mani­festaciones folclóricas que repre­sentan la identidad de la nación.

Este preámbulo conduce a destacar un suceso provinciano, sin mucha significación en el conjunto del país, pero que traduce un hecho notable en el itinerario del pueblo. El pueblo será siempre un eslabón de progreso,  una vértebra necesaria para el desarrollo de la patria.

Hablo de Soatá, mi pueblo, la pe­queña provincia boyacense célebre por sus dátiles, y que sólo de tarde en tarde ocupa las páginas de los periódicos. Es la pa­tria chica de la poetisa Laura Victoria, hoy silenciada en Ciudad de Méjico, del canónigo Cayo Leónidas Peñuela, del político y diplomático José María Villarreal, y de otras figuras que han sobresalido en diversos campos de la sociedad.

Hace 50 años se fundó allí, a ins­tancias de su párroco, monseñor Peñuela, que cedió de su propio patrimonio unos lotes para la ini­ciación de la obra, el Colegio de la Presentación, dirigido por religiosas de la misma comunidad. El país atravesaba por las dificul­tades de la crisis económica de los años 30 y padecía aguda época de violencia política, de ingrata recor­dación. El colegio se concibió para encarrilar a las nuevas generaciones dentro de nobles pos­tulados, en momentos de confusión y barbarie colombianas.

Siendo Soatá la capital de la pro­vincia del Norte, recibiría estudian­tes de los pueblos vecinos, incluyendo los limítrofes de los dos Santanderes, y fomentaría la superación espiritual de jóvenes desorientados que se veían amenazados por el morbo del sectarismo. La nación, consciente de este trance atrofiante, se matriculaba en los lineamientos de la llamada Revolución en Marcha mediante el impulso a la escuela primaria, la secundaria, la normalista y la universitaria, y la elevación del nivel académico de los maestros, el aumento de aulas, la creación de bibliotecas públicas.

Las religiosas de la Presentación, grandes educadoras, asumieron desde entonces, como lo hacían por distintos confines de la patria, la dirección de aquel colegio destinado a la formación de señoritas y que además ofrecía un liceo para niños. Al paso de los años amplió sus pénsumes a las áreas comercial y normalista, hasta convertirse en el centro educativo por excelencia del Norte de Boyacá. Su cupo actual es de 700 alumnos de ambos sexos.

El plantel ha pasado por serios problemas económicos y estuvo, in­clusive, a punto de clausurarse. Pero la sociedad soatense lo respaldó y lo convirtió en colegio cooperativo. Más tarde nació una asociación de ex­alumnos, con personería jurídica, que lucha por la supervi­vencia de tan digna causa. Así, flo­ta esta entidad que llega a sus 50 años en medio de apremios financieros pero con recia voluntad de seguir adelante.

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Detrás de esta lucha gigantesca se esconde la figura de una monja ba­talladora, la hermana Sara Ester, rectora admirable, que cumple 22 años de servicios a la comunidad soatense. Tal vez sin ella, que ha  sabido ser fuerte y obstinada en medio de las tempestades, la nave se hubiera hundido.

Un grupo de entusiastas exalumnas (como Myriam Báez Osorio, Clara Escobar Molano, Graciela Páez Escobar, Inés Pinto de Quintero, Dora Cetina de Escobar) lucha por su colegio y su pro­vincia. Esfuerzo colectivo que tiene retribución en esta hora de complacencia ciudadana, en la población tranquila y forjadora de su progreso espiritual: Soatá, la her­mosa tierra de los dátiles.

El Espectador, Bogotá, 31-VIII-1987.

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Comentarios:

Magnifico tu artículo sobre el Colegio de la Presentación de Soatá. No sabes cuánto agradezco el recuerdo que ahí me dedicas. La madre Sara Esther debe estar feliz, pues como bien dices, casi nadie se acuerda de los colegios de provincia; sólo tú eres el vocero de nuestra querida tierra. Laura Victoria, Ciudad de Méjico.

Quiero, haciéndome vocero de la institución, felicitarlo por el artículo tan bueno que usted publicó en El Espectador sobre nuestro colegio. Al agradecerle su interés le manifestamos nuestra complacencia por contarlo entre los exalumnos que dan prestigio no solo al plantel sino también a Soatá.  Hermana Sara Esther, Soatá.

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El Espectador y Boyacá

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

No me fue posible atender la gen­til invitación que me formuló Carlos Eduardo Vargas Rubiano al acto donde se concedió en la ciudad de Tunja, el pasado 23 de mayo, la Or­den de la Libertad al periódico El Espectador.

Justo reconoci­miento del pueblo boyacense, re­presentado por el gobierno seccional, a la trayectoria del gran diario que desde lejanas épocas se halla  vinculado, cada vez con mayor di­fusión, a la vida del departamento.

Recibieron la distinción Luis Gabriel Cano y José Salgar, presidente de la junta directiva y codirector del rotativo, las mismas personas que, como lo recuerda Vargas Rubiano en crónica aparecida en la edición centenaria, fueron quienes se interesaron, hace 40 años, por destacar en el diario los sucesos regionales. Esa comunión perma­nente con una tierra fecunda en he­chos históricos, en paisajes e inte­lectuales, muchos de ellos periodistas brillantes en las mismas páginas de El Espectador, ha permitido que crezca allí la admiración por los Canos. Lo cual, como es obvio, se manifiesta en mayor divulgación del periódico por los pueblos de la co­marca.

La familia Cano ha mantenido deferente actitud hacia Boyacá. Luis Gabriel y Guillermo Cano, enamo­rados del paisaje y la hospitalidad de una de las parcelas más bellas de Colombia, alternaron con José Salgar y Carlos Eduardo Vargas Rubiano sus visitas a la tierra pródiga.

Eran los tiempos en que se vendían 20 ejemplares de El Espectador en la ciudad de Tunja, y un número in­ferior en Duitama y Sogamoso. De entonces a hoy, como lo saben muy bien los boyacenses, las ventas —o el mercadeo, para decirlo en término de moda— se han remontado a las alturas. Sería interesante, a propó­sito, saber cuál es hoy el número de ejemplares que todos los días le dan la vuelta al territorio boyacense.

Por las páginas del diario han pa­sado periodistas boyacenses de re­nombre nacional, como Armando Solano, Luis Elías Rodríguez, Carlos Eduardo Vargas Rubiano, José Vi­cente Combariza —José Mar—, Eduardo Caballero Calderón, Héctor Muñoz, Próspero Morales Pradilla, Jorge Ferro Mancera. A esta lista agrega Carlosé mi modesto nombre: tal vez mi única virtud sea la perseverancia por 16 años embo­rronando cuartillas, y por eso no me sustraigo de esta carrera de identi­dad con la comarca nativa.

Hay otras personas que le dan honor a Boyacá en esta disciplina del espíritu. Puede decirse que todo es­critor colombiano tuvo alguna vez acceso al periódico de los Cano. Bien en el diario o en el Magazín Domi­nical. Bajo dicha consideración, la lista puede ampliarse con estos nombres que me saltan a la memoria: Eduardo Torres Quintero, Laura Victoria, Fernando Soto Aparicio, Vicente Landínez Castro, Gabriel Camargo Pérez…

Es preciso aplaudir la medida de la Gobernación de Boyacá al conceder la Orden de la Libertad al diario centenario, ejemplo de la prensa independiente del continente. Este acto destaca los servicios que el ro­tativo le ha prestado a la región boyacense y exalta la memoria de Guillermo Cano, asesinado por su ética periodística y sus denodadas batallas contra la corrupción. Boyacá corresponde así a quienes bien le sir­ven.

El Espectador, Bogotá, 1-VI-1987.

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Los 450 años de Tunja

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Carlos Eduardo Vargas Rubiano, el famoso Carlosé del acordeón y la simpatía, que una vez fue alcalde de Tunja, es el líder de los 450 años de vida que celebrará la ciudad en 1989. No ha podido con­seguirse maestro de ceremonia más entusiasta para despertar el ma­rasmo de la noble villa. Habrá que asociar el acordeón —con el que acabade celebrar en el Club Boyacá la salida al público de Los pe­cados de doña Inés de Hinojosa, la excelente novela de Próspero Mo­rales Pradilla— con la necesidad de ponerle aire de fiesta a la placidez tunjana.

En buena hora Carlosé integra, como delegado del presi­dente de la República, la comisión designada para coordinar las obras con que la nación se vinculará al su­ceso boyacense. Oportunidad excepcional para planear desde ahora la acometida de progreso que Tunja, adormilada en el sueño de su pasado glorioso, requiere como inyección para aliviar sus apremios. No se explica, y menos se justifica, que la ciudad más impor­tante en los tiempos de la Colonia haya caído hasta el grado de aban­dono que muestra en la actualidad.

En esto, digámoslo sin vacilacio­nes, ha jugado papel determinante la ingratitud de la nación. Bolívar llamó a Tunja cuna y taller de la libertad. Pero los tiempos sucesivos se olvidaron de esta grandeza. El Gobierno Nacional ha mantenido marginada a Boyacá. Los auxilios centrales, abundantes para otros lugares y que en el caso de Boyacá llegan por cuentagotas, deben compensar con generosidad lo que ha dejado de dispensarse en tanto tiempo. Pedimos que el acordeón de nuestro paisano se haga sentir con la sonoridad que él sabe transmitirle, la misma con que hizo vibrar los salones del Club Boyacá para recordar a la pecadora de doña Inés.

Será un acordeón melodioso y re­buscador. Tal vez, ahora sí, Tunja tenga agua después de 450 años de sequía; cuente con luz y eficientes servicios públicos; mejore la condición de sus barrios; incremente sus fuentes de turismo; embellezca su patrimonio colonial, y consiga, en definitiva, obras de auténtico desarrollo para abrirle paso al futuro.

A los ritmos del himno boyacense es posible, además, que el dilecto amigo le recuerde al Gobierno la urgencia de impulsar la carretera Central del Norte, que lleva 80 años de desesperante lentitud por la geografía del departamento, y cuyo destino final es la ciudad de Cúcuta.

Esta parsimoniosa carretera, la más sufrida de las redes nacionales —tanto como la raza boyacense, tan cantada por Armando Solano—, es estratégica para el surgimiento de inmensas regiones desaprovechadas de Boyacá y los dos Santanderes. Desde el gobierno del general Reyes, que le dio el principal empuje, y después en el del general Rojas Pinilla, que ejecutó la reconstrucción de la vía Bogotá-Tunja, no ha habido otro mandatario que haya emprendido una acción de verdadero dinamismo. Uno y otro, ilustres hijos de Boyacá, compren­dieron la importancia de esta vía para el adelanto del país.

Norte de Santander está embotellado por falta de carreteras. La que une a Cúcuta con Bucaramanga, aceptable en los tiempos en que los venezolanos hacían turismo productivo para Colombia, se encuentra hoy en lamentables condiciones. Y la del Norte, la cenicienta triste, no tiene cuándo llegar a la meta. La pregunta es obvia: Y si no es Barco, ¿quién?

Le ha llegado su hora a Tunja. Que ojalá beneficie a todo el departa­mento. Boyacá se siente estimulada con estos preparativos de fiesta. La batuta se halla en magníficas manos. Con acordeón y trabajo laborioso vamos a despejar el horizonte. Es preciso formular otra pregunta: Si no es Carlosé, ¿quién?

El Espectador, Bogotá, 4-V-1987.

 

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El Norte de Boyacá, la cenicienta gris

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El departamento de Boyacá, que por muchos años permaneció poster­gado, vino a tener figuración en las guías turísticas cuando se descubrió el tono de sus paisajes. A esto se agregaba la amabilidad de sus gentes y los atractivos prodigados por la naturaleza generosa. Y surgieron confortables hoteles, edénicos parajes a lo largo de las carreteras, saludables piscinas termales y todo un engranaje de buena vida para el caminante nacional y extranjero, ávido de emociones y comodidades.

El turismo a la altura del mejor ambiente europeo comenzó a desbordarse por los contornos de Tunja, Paipa, Villa de Leiva, Duitama, Sogamoso y esa serie de pueblitos camineros que parecen salidos de un cuento de hadas. Hasta ahí, sin embargo, llegó la penetración a nuestro departamento. Las caravanas se detuvieron al no hallar más vías pavimentadas y prefirieron, como es natural, gozar de los motivos ya acondicionados para conquistar admiración, antes que aventurarse por caminos polvorientos e inciertos.

Boyacá, que tiene en cualquiera de sus latitudes, paisajes y encantos asombrosos, se frena por falta de mayor avance de sus programas turísticos. Hacia el Norte, donde se abre una naturaleza reposada y al mismo tiempo agresiva, con sus estampas unas veces pobladas de frailejones y otras enmarcadas por peñascos y agrestes horizontes, se pierde el entusiasmo cuando la carretera se deteriora. Después de ochenta años de trabajos, o sea, de angustias —más que de real trabajo—, el tramo asfaltado que sigue de Duitama llega hoy, a duras penas, hasta adelante de Belén; y distará mucho para destapar el paraíso turístico que es el Norte de Boyacá.

Apenas de oídas se sabe de páramos, de nevados, de farallones, de abismos encantados, de tierras sedosas, de ríos rumorosos, de climas plácidos. Es el edén desaprovechado. En mucha extensión apenas se encuentra, en Soatá, la capital de la provincia, un hotel confortable. Soatá es el oasis que se abre por aquellas laderas, dignas de contemplación para el artista y las almas soñadoras. ¿Cuándo llegará la mano audaz que derribando obstáculos y sembrando progreso conquiste para Colombia los filones de riqueza que esconden aquellos límites lejanos?

La Compañía Colombiana de Tabaco obligó a los agricultores norteños, bajo el augurio de cuantiosas ganancias, a sembrar sus tierras con la semilla que se pregonaba milagrosa. Al principio los precios fueron halagadores. Y así una región entera se esclavizó al tabaco. Más tarde las cosechas dejaron de ser rentables, cuando ya gran parte de la tierra se hallaba esterilizada, y la riqueza agrícola se esfumó por obra de un espejismo. Desde entonces, el Norte de Boyacá murmura sus pesadumbres entre penurias y promesas remotas.

Se piensa que algún día llegará a Soatá la carretera pavimentada en su ruta interminable hasta la ciudad de Cúcuta. Es preciso preguntar: ¿esto ocurrirá este siglo? Tal hecho representaría un comienzo de resurrección para aquella zona postrada, que es al mismo tiempo fuente de turismo; que sigue teniendo tierras aptas para cultivos diferentes del tabaco; que cuenta con pequeñas industrias de  comestibles y artesanías; que por su variedad de climas fríos, templados y cálidos es rica en frutales, trigo, maíz, caña de azúcar, y propicia para la explotación de cabras y otros ganados. ¿Recuerda usted, a propósito, lo que es el apetitoso festín de cabro en Puente Pinzón?

Esta cenicienta triste volverá a sonreír cuando los poderes gubernamentales se acuerden de ella. Cuando el hada madrina la consienta. Cuando la mala suerte se aleje. El alma de Colombia está más en la provincia que en los centros populosos. Y el Norte de Boyacá, con Soatá, su capital, espera mejores días.

Carta Conservadora, Tunja, 15-XI-1986.

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