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Antigua Bogotá

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Denodado defensor de los monumentos históricos de Bogotá e infatigable propulsor de su desarrollo fue José Joaquín Herrera Pérez, muerto en marzo de 2005. Su amor por Bogotá era obsesivo. Pocas personas como él han cumplido labor tan perseverante y decidida por el progreso de la capital. Está considerado como el mejor amigo de Bogotá.

Dejó huellas de su paso por diferentes entidades a las que estuvo vinculado, como el Instituto Distrital de Cultura y Turismo, la Sociedad de Mejoras y Ornato, el Planetario Distrital y el Museo de Desarrollo Urbano. Fiel a esa vocación, hace muchos años fundó la Sociedad de Amigos de Bogotá, encargada de preservar el patrimonio histórico, señalar abusos públicos –de las autoridades o los ciudadanos– y promover la preservación de la memoria histórica y el desarrollo armónico y amable de la pujante y bella metrópoli que es la capital colombiana.

El nervio de esta actividad se encuentra en la casa situada en la calle 12 con carrera 6ª, dotada de  excelente biblioteca y donde se guarda inmensa cantidad de fotos de la vieja Bogotá, lo mismo que de personajes históricos de la ciudad y del país. Allí se ofrecen exposiciones y se cumplen diversos actos culturales. Este es el legado que Herrera Pérez le dejó a Bogotá, y que por otra parte queda recogido en dos libros de su autoría: un estudio sobre los monumentos públicos y la historia del Palacio Municipal y del edificio Liévano.

Ahora, dos hijos suyos, Gabriel y María Elvira Herrera Herrera, que llevan en sus venas la rica semilla que sembró su padre, prosiguen esta obra de maravilloso contenido cívico. Como primer paso, revivieron la Fundación Amigos de Bogotá e impulsaron la tarea trazada por su fundador, a través de la intensa vida cultural que se vive en la sede de la organización.

E hicieron imprimir en los últimos meses del año pasado, con el sello de Editorial Planeta, un precioso libro, en pasta dura y con exquisita confección artística, que lleva por título Antigua Bogotá, 1880-1948. En él reúnen 48 postales con fotos memorables de la ciudad, correspondientes a la vieja Bogotá que se ha venido desvaneciendo al paso de los días, pero que conserva en muchas de sus facetas la imagen perdurable de un sitio de gratísima memoria.

Los arañazos del tiempo no han conseguido borrar la cara entrañable, tal vez envejecida –pero perenne y diáfana para quienes la conocemos de vieja data–, de esa sosegada Bogotá de la era  colonial, inconcebible para las generaciones actuales. Hoy la vida es de ruido,  afán y velocidad. Las añejas construcciones se cambiaron por las líneas vertiginosas que implantó el urbanismo apabullante de estos días. Ese contraste entre lo antiguo y lo nuevo es lo que plasma el encanto de esta ciudad que no se deja robar la esencia primitiva y tampoco impide el gigantismo de la época moderna.

Muy bien define esta metamorfosis de la ciudad el profesor e historiador Germán R. Mejía Pavony en las palabras de presentación de la obra: “Sus edificios, calles y decenas de otros objetos y lugares pueden sobrevivir a sus creadores pues están hechos de materiales más duraderos que la piel que nos protege a nosotros, los constructores de ciudad”.

Adentrarnos en el alma de la ciudad que quedó detenida en 1948, cuando la barbarie incendiaria destruyó casonas y edificios coloniales, y se inició una nueva era, es –me parece– el fin esencial de esta serie de fotografías que evocan el pasado sin ignorar el presente y el futuro. Los cambios de piel de Bogotá significan el proceso natural que lo mismo en las ciudades que en las personas imprime la evolución de los años.

La belleza de estas fotos recopiladas por los hermanos Herrera es el testimonio  elocuente con que ellos honran la imagen de su padre y al mismo tiempo enriquecen y exaltan la historia bogotana.

El Espectador, Bogotá, 20-I-2011.
Eje 21, Manizales, 22-I-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 22-I-2011.

* * *

Comentarios:

Hace ya 12 años que no piso las calles bogotanas, pero como nací allá en el 40, me acuerdo con mucha nostalgia de todos sus rincones, principalmente del centro y alrededores donde viví por cerca de 13 anos. Luis Quijano, Houston (Estados Unidos).

Dan ganas de salir corriendo a comprar el libro que parece ser un verdadero tesoro digno de la mesa de centro de cualquier sala que se respete. Estas notas devuelven la alegría al alma. Colombia Páez, Miami.

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Tarde de lluvia

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El tema de este artículo me lo da la lluvia. La intensidad de los aguaceros deja hasta hoy en el país un saldo de 14 muertos, 10 heridos, 40.000 afectados, 266 viviendas destruidas y 1.318 averiadas.

En Bogotá hay 24 barrios afectados, cinco de ellos en seria emergencia, 21 familias tuvieron que abandonar sus viviendas y otras viven bajo la zozobra de los deslizamientos y las inundaciones. Las alcantarillas atascadas de varios barrios del sur no permiten la evacuación normal de las aguas, y el problema se agrava con el desbordamiento de los ríos Fucha y Bogotá.

Han sido tres días de lluvias constantes en buena parte del país, y los expertos dicen que durante un mes no cesará este diluvio. El mal tiempo ocurre de improviso, cuando gozábamos de esplendorosos días de sol y cielos despejados. Como causante del fenómeno se habla de una zona de baja presión atmosférica localizada frente al Chocó, circunstancia que al coincidir con las lluvias tradicionales que se presentan en Colombia por esta época del año, alteró el calendario pluvioso.

En esta ciudad de por sí helada, que se nos estaba volviendo tierra caliente por algún trastorno extraño, volvimos al estado lánguido de las temperaturas glaciales y los chubascos continuos, con cielos plomizos que ensombrecen el panorama y agobian el espíritu.

En medio de la tormenta, oímos manifestar al alcalde Mockus que como el Concejo le negó el impuesto de alumbrado público y amenaza tumbarle toda la reforma tributaria, en los próximos ocho años no habrá solución para los barrios pobres que sufren el castigo de las lluvias, debido a la carencia de recursos para financiar las redes de acueducto y alcantarillado. ¡Vaya consuelo!

En el momento de escribir esta nota, hace 24 horas que no escampa en la capital. Hoy es tarde brumosa y tétrica, que invita a seguir disfrutando la calma hogareña, pero la cita con el médico no puede aplazarse. Todo parece confabulado en contra nuestra, pues el pico y placa –fórmula detestable, aunque necesaria– impide la movilización del vehículo. No nos queda otro camino, a mi esposa y a mí, que intentar tomar un taxi. Toda una odisea en estas calles invadidas de agua y de taxis ocupados. Sin embargo, tenemos suerte.

El conductor lleva música selecta, algo insólito en este servicio, donde la hosquedad habitual es la nota común que se encuentra en el recinto de los taxis bogotanos. Lo felicitamos por su buen gusto musical y por el excelente estado de su vehículo, y él nos revela que con la música descansa de las tensiones que le producen los duros recorridos por las calles capitalinas, brindando de paso una atmósfera grata a sus clientes.

En la charla espontánea que surge con el simpático empresario –como hay que calificarlo– nos cuenta que al retirarse de la entidad donde trabajó por espacio de diez años, actividad que le permitió educar a sus dos hijos en ramas de la ingeniería, compró el taxi con el producto de la indemnización laboral y hoy se gana la vida en forma decorosa y con espíritu servicial y festivo. «Así derroto el mal genio bogotano», anota.

Habla del país con entusiasmo y esperanza, y de su familia con emoción y vanidad. Sus sentidas palabras transmiten reconfortante lección de optimismo, salida de la propia entraña del pueblo, en medio de la guerra y la disolución que padece el país. No hay duda de que se trata de un hombre moralista y positivo, como se deduce por las normas de pulcritud inculcadas en sus hijos, que nos comenta con orgullo y sin jactancia, y por las claras ideas que expresa sobre diversos problemas de la vida nacional.

El taxista del regreso, simpático antioqueño que en forma providencial surge en medio de la lluvia cerrada, resulta no menos interesante que el anterior. Como buen paisa, es locuaz y transmite repentina confianza. No lleva música selecta en el taxi, pero sí en el alma, y tiene una vena ingeniosa y chispeante que nos aísla de los truenos y relámpagos que vibran en el ambiente.

Al igual que su colega, se labra el destino a base de esfuerzo, dinamismo y decoro.Las mismas pautas que ejerció cuando era sargento del Ejército. Tiene confianza en que salgamos pronto de la encrucijada actual, para conquistar al fin la paz tan esquiva, y analiza con propiedad el momento político que perturba a la nación en vísperas electorales.

En forma inesperada han aparecido entre la lluvia estos interlocutores cordiales, exponentes de un pueblo que sufre, se desespera con los horrores de la guerra, amanece todos los días con más hambre y pobreza, pero aún confía en los caminos de la salvación.

Qué vitalizante ha resultado encontrar estas caras amables y estas voces optimistas de dos sencillos y auténticos colombianos que, en medio del desastre nacional, no se dejan arrastrar por la borrasca.

El Espectador, Bogotá, 2-V-2002.

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Ecos de la Feria

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Dentro de la pasada Feria del Libro de Bogotá, Guiomar Cuesta recibió de Ediciones Cóté-femmes de París el VI “Premio Internacional de Poesía Latinoamericana y del Caribe Gabriela Mistral» a que se hizo acreedora por su obra en ascenso. Fui a presenciar la entrega del galardón, con la mala suerte de que la sala programada se destinó a última hora a la firma de libros de Coelho, el escritor brasileño de moda.

Mientras éste atendía a los simpatizantes que buscaban su autógrafo, la colombiana había sido desplazada a un recinto inadecuado de la Cámara de Comercio. Esos son los atropellos causados por la propaganda exagerada que se ha montado alrededor de Coelho, cuya novela El alquimista, que le abrió las puertas de la fama, ha permitido que otros libros suyos de poca calidad se hayan vuelto éxitos de librería. ¡Artificios de la publicidad!

En la ceremonia académica de Guiomar Cuesta fue presentada su última obra, Jaramaga, en la que  recoge una nueva variante de su poesía, que se adentra en los mitos primigenios de la naturaleza y de la raza indígena para exaltar los valores de la vida y el amor.

En otro rincón silencioso de la Feria, en la grata compañía de Otto Morales Benítez y de sus dos nietas (las hijas de Olimpo), Vicente Pérez Silva hizo la presentación del libro de Carlos Bastidas Padilla, de enorme utilidad para estudiantes y los amigos del idioma: Cómo puntuar en castellano. Obra erudita y amena, acorde con las últimas normas de la Real Academia Española.

Vicente Pérez Silva, acucioso investigador de literatura e historia, personaje indefectible en toda feria del libro, puso en circulación el folleto Ventura y desventura de un educador. Se trata de la denuncia sobre el hurto literario que hizo Evangelista Quintana, considerado el autor de la famosa Alegría de leer, al maestro de escuela Manuel Agustín Ordóñez, oriundo de Nariño. Pérez Silva presenta documentos contundentes para demostrar este insólito delito cometido hace setenta años, en aquel país que se suponía de rectas  costumbres.

Llegados al pabellón del Instituto Caro y Cuervo, Morales Benítez se solazó con la salida de dos nuevos títulos de la obra que le publica la entidad: Señales de Indoamérica y Creación y crítica literaria en Colombia.

Los índices de uno de estos textos abarcan 200 páginas, el mismo espacio que necesito para la biografía que acabo de terminar, luego de un año de escritura y varios más de investigación, sobre la poetisa Laura Victoria, residente en Méjico hace más de 60 años.

Para finalizar este recorrido alegre por la Feria, colmado de encantos, sorpresas y colorido, he de decir que mis personajes de este año, inmersos en el alma de los libros, fueron las nietas de Otto. El abuelo magnánimo les decía a cada rato: «Compren lo que quieran». Y ellas, vanidosas, como nietas de escritor ilustre y ejemplar, le hacían caso. Al final de la tarde, el par de niñas eufóricas salieron cargadas con su remesa de libros fantásticos, como una esperanza del futuro.

El Espectador, Bogotá, 23-V-2001

 

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El alcalde alcabalero

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando el bolsillo de los colombianos no resiste un impuesto más, y el país entero pasa por una de las crisis económicas más perturbadoras que se hayan conocido en mucho tiempo, en Bogotá nos resulta un Alcalde alcabalero, alejado de la reali­dad social, que pretende implantar nuevas y des­medidas cargas tributarias que provocan, con justa razón, perplejidad y angustia.

Nadie entiende esta actitud obsesiva que, de­soyendo clamores y con el argumento de que las arcas están estrechas y el progreso de la ciudad no se puede detener, camina en contravía de la opinión pública, quereclama del burgo­maestre mesura y reflexión.

Una de las medidas más drásticas del paquete tributario es el alza exagerada del impuesto pre­dial, hasta topes que doblan las tarifas actuales.

Lo que debería suceder, en sana lógica, es dis­minuir, o por lo menos congelar, este gravamen ya de por sí gravoso, en momentos en que la finca raíz registra desde años atrás alarmante de­terioro que ha lesionado en forma grave la indus­tria de la construcción, con efectos desastrosos sobre el desempleo que vive el país.

Primero hay que contemplar la justicia de las normas y la capacidad económica de los ciudada­nos. Y vienen otras cargas, ya planteadas en el pasado, y derrotadas.

Una de ellas, la de los peajes en las entradas de la ciudad. Las carreteras de Colombia se llena­ron de peajes desesperantes por todas partes, hasta el punto de que se paga mucho más por este concepto que por combustible. Como el sistema es productivo, y por lo tanto tentador, se busca ahora incrementar los ingresos distritales me­diante fórmulas antipáticas para la ciudadanía, taponando las puertas de la capital.

De nuevo se acude al recurso atractivo del alumbrado público, idea que no tuvo éxito en la pasada administración. También se proyecta aumentar el impuesto de industria y comercio y crear un gravamen de plusvalía.

Hay la sensación de que, como el alcalde Peñalosa supo para qué son los fondos públicos –y gas­tó en obras elocuentes, hoy ponderadas por to­dos, los dineros que le dejó su antecesor, es decir, el mismo Mockus–, este busca llenar de nuevo las arcas para demostrar el rendimiento que en esta materia no tuvo en el pasado.

Entre tanto, como lo analiza el columnista Pe­dro Medellín Torres, han transcurrido tres me­ses sin que el ilustre catedrático, nuestro Alcalde alcabalero, comience a gobernar.

El Espectador, Bogotá, 24-IV-2001.

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Un día sin carro

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Un día sin carro en Bogotá es una bendición del cielo. Hoy la gran urbe, bulliciosa y caótica, que por primera vez inmoviliza sus 800.000 vehículos particulares, amaneció transformada. Casi no se siente. Se volvió silenciosa, lo que es mucho decir. Pero es cierto. Al cambiar de rostro y de caminado se nos volvió irreconocible.

Y hasta cambió de color: predomina el amarillo, que se desliza por las calles en los 53.000 taxis que desde las cinco de la mañana recorren la ciudad en todas las direcciones, junto con los 20.000 buses y busetas que transportan a los habitantes a sus sitios de trabajo. Ni pitos, ni sirenas, ni congestiones en los paraderos, ni trancones. ¡Increíble!

Bueno: digamos que no faltan los trancones en algunos sitios neurálgicos, pero producidos por las obras en marcha y los huecos infinitos que brotan por doquier como por magia diabólica. Ha habido problemas, claro, pero el ensayo vale la pena.

La Alcaldía puso a rodar buses gratis, y éstos llevan cupos normales como si no se tratara de un día anormal. El tren ha recogido gente madrugadora desde los puntos más apartados. Desde la ventana de mi apartamento siento cierta envidia por la euforia colectiva con que los raudos pasajeros del ferrocarril retan el día sin carro.

Las ciclovías, con sus innumerables y entusiasta usuarios, están de fiesta. El personaje es la bicicleta. Los que no sabían montar en el dinámico aparato ya lo aprendieron. No solo se trata de gente del montón, sino de ejecutivos, empresarios, eclesiásticos, algunos políticos disfrazados, y hasta el propio doctor Peñalosa, el Alcalde sorprendente que se sale con las suyas al poner a meditar a los bogotanos, de hoy y de mañana, sobre los riesgos de la inmensa metrópoli que amenaza, con sus hábitos letales, la vida de cerca de siete millones de habitantes, víctimas del ruido y la contaminación.

Este día sin carro en Bogotá descubre muchas cosas. La más importante de todas: que hay que repensar la ciudad como sitio humano y hospitalario, en lugar de agresivo e invivible, como lo es hoy. A los bogotanos les ha gustado el experimento. Por lo tanto, es posible que sean ellos mismos los que pidan la repetición. Las encuestas que van a realizarse serán el mayor termómetro de la opinión.

Como ha sucedido en varias ciudades europeas, nada de raro tiene que en Bogotá y en otros lugares del país se imponga freno al vehículo particular para favorecer el bienestar colectivo. Tal vez el país campeón en este terreno es Holanda, que cuenta con cómodas y seguras ciclovías a lo largo de sus carreteras, y que, con quince millones de habitantes, tiene dieciséis millones de bicicletas. Felicitaciones a nuestro alcalde Peñalosa por su osadía y su visión de futuro.

La Crónica del Quindío, Armenia, 27-II-2000.

 

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