Cuando Bogotá tuvo tranvía
Por Gustavo Páez Escobar
El escritor y abogado Andrés Samper Gnecco (1918-1988), padre del periodista Daniel Samper Pizano y del expresidente Ernesto Samper Pizano, es autor de una deliciosa crónica que lleva el nombre de esta columna. Crónica que fue editada en 1973 por el Instituto Colombiano de Cultura en la famosa serie de bolsilibros creada por el poeta Jorge Rojas, primer director de la entidad. Samper Gnecco se distinguió por su talante cívico y su espíritu bogotano.
La colección de bolsilibros tuvo cerca de 170 títulos. Quien hoy la posea completa puede considerarse afortunado. Yo tengo ese privilegio. El primer tranvía apareció en 1884, y era un burdo artefacto movido por mulas que rodaba sobre rieles de madera revestidos de zuncho, y se desplazaba de la plaza de Bolívar hasta Chapinero. ¡Pobres mulitas! Muchas morían en esos trayectos inhumanos por física impotencia para resistir semejante suplicio.
El paso al tranvía eléctrico ocurrió en 1910, y su servicio se prolongó hasta 1951, cuando aparecieron los buses. La transformación de Bogotá cogió impulso a partir de 1884, cuando tenía menos de 100.000 habitantes, hasta el día de hoy, al llegar a 8´000.000. En aquellos días se fundó la empresa Ferrocarril de la Sabana (1887), cuya primera línea salía de San Victorino hasta Facatativá, y siguieron otros ferrocarriles que se dirigían hacia diversas latitudes.
Samper Gnecco recuerda el nacimiento del chorro de Padilla, cuando el agua que extraían los vecinos era llevada a las casas “en múcuras de barro, tapadas con tusas y sombreadas con frescos helechos”. Las onces eran una comida sagrada. Y al final de la tarde, los borrachitos les rendían culto a los anatoles, sinónimo del aguardiente ritual que consumían para bien dormir.
Bogotá era un recinto lento y amodorrado. Las campanas de las iglesias lloraban de tristeza, y los vecinos recorrían las calles con andar de ganso. El tranvía eléctrico contribuyó, pienso yo, a ponerle nervio a la ciudad. Años después, con la llegada del tren, los muchachos cantaban: “Paso a la rauda locomotora, paso que es hora de partir ya”.
Y estaban los célebres locos: Margarita, que vestía siempre de rojo, no se cansaba de lanzar gritos frenéticos al Partido Liberal; Violeta, que se creía prima hermana de san José y por consiguiente parienta cercana de la Virgen María, los buscaba de casa en casa; Pomponio, árbitro de la elegancia, repartía invitaciones vestido con “coco, saco negro, pantalón rayado, bastón, guardapolvos y clavel en el ojal”.
Han pasado 139 años desde la creación del tranvía. Tal vez Samper Gnecco nunca supuso que aquella Bogotá elemental, que comenzó a montar en tranvía cuando este era apenas una idea romántica, se desbordaría hasta límites incalculables. Llegaría el gigantismo y todo le quedaría estrecho. Y no daría el gran salto al metro –es decir, al futuro–, frenada por el oscurantismo y la pasión política. Hay que admitir que los gobernantes del pasado tenían una visión mucho más amplia para realizar planes de pronta y eficaz ejecución.
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El Espectador, Bogotá, 6-V-2023. Eje 21, Manizales, 4-V-2023. La Crónica del Quindío, Manizales, 7-V-2023.
Comentarios
Muchas gracias. Mi viejo adoraba las crónicas reminiscentes, y la verdad es que las escribía con gran amenidad. Daniel Samper Pizano, Bogotá.
Mamá me llevaba al centro, es decir, al almacén Tía y alrededores, en tranvía. Alguna vez vi a la loca Margarita y al loco del tranvía, que corría para alcanzarlo. Gratos recuerdos. Vivencias que permanecen. Elvira Lozano Torres, Tunja.
Más de 25 años duraron las pobres mulas arrastrando los pesados bloques, para ayudar a trasladar a los pasajeros. Un acto inhumano. Era una Bogotá en paz, donde los habitantes se conocían entre sí y se iban conversando en aquellos viajes. Curiosa la manera de obtener el agua que ayudaba a preparar el delicioso chocolate santafereño y reunirse en familia a contarse las novedades del día. Son 139 años de historias de una Bogotá con avances y también con desaciertos. Liliana Páez Silva, Bogotá.
Gracias por tu estupendo artículo sobre el tranvía de mulas que conectaba el centro de Bogotá con Chapinero. Te envío el cuadro del tranvía que está en el Museo Nacional. Eduardo Archila Rivera, Bogotá.