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El páramo y el poeta

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Las cenizas de Germán Pardo García, según noticia de El Tiempo, serán entregadas a la Fundación Casa del Tolima para su traslado definitivo a Ibagué, la ciudad natal del poeta. Sin embargo, Pardo García consideró siempre que su verdadera patria chica era Choachí. En este sentido envié al señor embajador en Méjico la siguiente comunicación:

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Señor embajador: como complemento de la carta que dirigí a usted a propósito de la idea de trasladar a Choachí las cenizas de Germán Pardo García, me permito transcribirle algunas manifestaciones del propio poeta que permiten ver su predilección por dicho sitio como su verdadera patria chica.

En Etiología y síndrome de una angustia, que es el boceto autobiográfico que escribe el poeta al comienzo de su obra Apolo Pankrátor, dice: «Asimismo su libro   Los ángeles de vidrio es la imagen del pueblo de Choachí, que él considera su verdadera cuna». En  la dedicatoria de Apolo Pankrátor expresa: «A Sergio Espinel, hijo dilecto de Choachí, el lugar que más he amado».

Germán Pardo García sintió el páramo como el territorio de su alma. «El  huracán del  páramo –dijo una vez– no ha cesado un instante de soplar sobre mí». Este sentimiento está vivo a lo largo de toda su obra, y así lo refrendó siempre en su correspondencia, en charlas con sus amigos y en reportajes periodísticos. He hallado diversas alusiones en tal sentido, que  deseo hacer conocer del señor embajador:

Etiología y síndrome de una angustia (1977)

1905 – «Huérfano y sin poderse valer todavía por sí mismo, el niño es enviado con su hermanita Beatriz a unas propiedades que el juez Pardo tuvo en las inmediaciones de Choachí y próximas a las escarpaduras del sombrío páramo de El Verjón…”

1912 – «Los niños son llevados nuevamente a la casona del páramo (…) El niño, que ya se encaminaba a la escuelita rural donde recibía elementales doctrinas del maestro, el indio Marco Tullo Sogamoso (…) Estos indígenas lo protegen y le dan    el cariño que le falta (…) Se inclina desde aquellos días a fraternizar con el pueblo y con  los desvalidos…”

1921 – «El 2 de diciembre de ese mismo año, el joven hace un paquete con sus pocos libros y su escasa ropa y a las cuatro de la tarde sale del fracasado hogar (en Bogotá), sube a pie por el escarpado cerro de Guadalupe, llega al páramo de El Verjón (…) Desciende al pueblo de Choachí con frecuencia y fraterniza con los vecinos y vende su carbón en la herrería de don Rosendo Canoa…”

Revista Diners (noviembre de 1986)

«Ese contacto feroz, terebrante, con la naturaleza de los Andes orientales de Colombia, fue la primera impresión que tuve de mi amadísima patria: selvas, reses, caballos salvajes que yo mismo intentaba dominar, y brumas, brumas envolviéndome y vistiéndolo todo…”

“Para mí las grandes metrópolis en que he vivido no son sino retazos enormes de las montañas nativas, inmensas, llenas de pavor y de hermosura…”

«En cualquier lugar del mundo he seguido siendo un campesino colombiano, pese a los sitios encumbrados a los que me condujo mi nombradía de poeta. Es a los agricultores colombianos a los que debo mi sentido de la tierra, mi pasión por los surcos que nos dan el alimento y que serán nuestra última morada…”

Poema Praderas verdes (1945)

«Algún día descansaré en unas praderas verdes. De la naturaleza seré un huésped arcano y tranquilo (…) Ampárame en tus sitios sin luz, naturaleza, y vuélveme a tu sombra morada hospitalaria de la paz…”

Poema Ángeles del  campanario (1962)

«Al pie de la montaña el pueblo mío. Ni orgullo ni pasión. Cosa tierrera. Desde arriba la madre codillera acunando al lactante caserío…”

Poema Paraíso perdido (1973)

«Mi padre me acunaba y me decía: ¿Cuándo vas a volar, hijo del aire? Y al fin abrí las alas dolorosas. Hoy tengo setenta años. Ya no existe mi padre; y en la casa,  único huésped, el frío lastimero la transita. Mas he vuelto y clamando: soy el águila que retorna a morir donde naciera”.

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Señor embajador: ya que en sus manos se encuentran hoy las cenizas de Germán Pardo García, es usted la persona indicada, dada su alta investidura diplomática y sobre todo su condición de líder nacional, para dirigir la operación de retorno de este compatriota ilustre –en sus restos mortales– al lugar que él más quiso: Choachí. GPE

El Espectador, Bogotá, 25-IX-1991

 

 

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Las cenizas de Pardo García

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El poeta había dado instrucciones al doctor Aristomeno Porras, su ángel tutelar –gran colombiano que reside en Méjico hace largos años, y el mejor confidente de Pardo García–, para que sus despojos fueran cremados y lanzadas al mar sus cenizas. Él, sin embargo, consideró con muy buen criterio que su deber era dejar en manos del Gobierno de Colombia la decisión correspondiente. Y entregó las cenizas a nuestro embajador en Méjico, doctor Julio César Sánchez García.

Es el momento de rendirle al poeta un patriótico homenaje póstumo. Hay que traer sus cenizas y devolverlas al escenario natural que él tanto quiso, y que tanto dolor y tanta poesía le produjo: el páramo. Así me permito sugerirlo. Como creo acertada la propuesta, he dirigido la siguiente comunicación:

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Señor embajador: he sido informado de la presencia que usted tuvo, como digno representante de nuestro país, en los actos que siguieron al fallecimiento de Germán Pardo García. Soy abanderado desde años atrás de la figura del poeta, y así lo he expuesto en diversas ocasiones en mi columna de El Espectador. Varios  periódicos recogieron notas mías de tributo al gran desaparecido. Biografía de una angustia es el título de un libro que escribí sobre él y que espero publicar pronto.

Supe que el doctor Aristomeno Porras entregó a usted las cenizas del poeta. Es el momento de rendirle al maestro, ya con el simbolismo de su regreso definitivo a la patria, un gran homenaje nacional. Pienso que el sitio indicado para depositar sus cenizas es el páramo de El Verjón, en inmediaciones de Choachí.

Aunque él no nació en esa población, siempre la consideró como su patria chica, y así lo manifestó en diversas formas, sobre todo en su poesía. A Ibagué, que veía como un accidente geográfico en su llegada al mundo, sólo la visitó una vez, en el año 1928.

Germán Pardo García debe regresar al páramo, donde pasó sus primeros años de abandono y tristeza. El páramo lo marcó para siempre e inspiró su poesía magistral. Su alma fue modelada por la montaña. Ahora, el mejor homenaje que se le puede hacer es el de entregarlo a la entraña de la tierra a que pertenece. Yo me imagino, en medio del páramo, un obelisco en piedra de la región que pregone a los vientos de América la memoria del inmenso poeta de la angustia. Usted es el  indicado, señor embajador, para encauzar esta idea. GPE

*

Otra idea: donar a la Casa de Poesía Silva –por cuya recuperación tanto luchó el poeta desde las páginas de la revista Nivel– su vieja máquina de escribir, su elemento de trabajo que se convertiría, en este museo de la poesía que es la Casa Silva, en símbolo perenne de una obra magistral. En tal sentido le he escrito a Aristomeno Porras.

El Espectador, Bogotá, 20-IX-1991

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Biografía de una angustia

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace tres años —en el mismo mes de agosto en que hoy ocurre su muerte—, me entrevisté en Méjico con el poeta colombiano Germán Pardo García, el solitario per­sonaje de Río Támesis. A la entrada de su sencilla resi­dencia me encontré con su célebre frase: Paz y esperanza. Tuve con él entrañables diá­logos que hicieron crecer mi admiración por el maestro, el gran olvidado en su propia patria. Sobre él terminé a principios de este año el libro titulado Biografía de una an­gustia, aún sin publicar. Y en el Congreso de Colombianistas Norteamericanos realizado hace pocos días en Ibagué, presenté una ponencia sobre su angustia crónica, trabajo que concluye con las palabras que se citan a continuación.

*

La vida de Germán Pardo García es una tragedia griega. Su poesía, una epopeya. Su obra maestra queda enclavada para siempre en las letras universales. Críticos eminentes la califican como patrimonio de la humanidad. Del aislamiento sacó su fuerza. La angustia es su emblema. Es difícil concebir un poeta más desolado que Germán Pardo García. Y una personalidad más enigmática que la suya.

Es de los bardos más densos y profundos que han pasado por la humanidad. Es, por excelencia, el arquitecto del dolor y la esperanza. Su poesía trasciende hoy a las principales universidades del mundo. En el futuro se entenderá y se es­tudiará mejor su mensaje. Es de los poetas que llegan y se quedan en el universo.

La fama de Pardo García crecerá con los años. Su legado está aún fresco y sólo las ge­neraciones futuras, y hablemos de las que se posesionarán del mundo a partir del siglo XXI, interpretarán a cabalidad esta obra colosal que viaja por los espacios siderales hacia los arcanos de la ciencia que apenas ahora comienza a ba­rrenar la historia contempo­ránea.

El poeta está en su mejor momento de reencuentro con la divinidad. Tal vez le suceda lo mismo que a Eliot, otro es­píritu afligido y confuso, que con su conversión al catoli­cismo halló la luz que se le había extraviado. Al igual que él, Pardo García le deja al mundo, gracias a su desazón espiritual y a su angustia sin límites, una obra magistral que elevará el significado del hombre.

Su honda sensibilidad le permitió interpretar los eternos problemas del ser humano. Su locura genial le cantó a la vida y a la muerte, al amor y al ol­vido, a la paz y a la guerra. Entra a la inmortalidad como el poeta del cosmos. Es el vo­cero de la ilusión y la amar­gura. Biografía de una angus­tia, el libro de mi autoría a que atrás me referí, pretende in­terpretar la dimensión de la angustia tomando como pro­totipo la vida atormentada del genio colombiano que escribió con su propia sangre la in­mortalidad del poema desga­rrado.

Ahora un sueño lo aguarda. Su parábola está cumplida. Su alma, ansiosa, levanta el vuelo hacia el infinito. Como el poeta estuvo ausente de lo rastrero, las alas del espíritu se hallan listas para el ascenso. El maestro anhela su hora final con estas palabras vehemen­tes:

Yo sé que un sueño me aguarda.

¡Ven, oh sueño, y que te sueñe

aunque seas mi último sueño, 

y que al fin pueda tenerte

sujeto como un relámpago

en mis neuronas ardientes!

El Espectador, Bogotá, 28-VIII-1991

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El estadista Gabriel Turbay

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

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Con el título de Gabriel Turbay, estadista santandereano, ha aparecido el volumen XLII de la Academia de Historia de Santander, escrito por Eduardo Durán Gómez, miembro de dicha corporación. Esta serie bibliográfica, financiada por la Gobernación de Santander, se inició en 1932 y su finalidad es dar a conocer los escritos y obra en general de los hijos nativos y adoptivos del departa­mento. Propósito que ha permitido, con algunos recesos lamentables, recoger valiosas producciones literarias e históricas y de paso estimular a los escritores de la región.

Gabriel Turbay, uno de los políticos más brillantes del país, ha carecido de biógrafos densos que trasladen a los tiempos actuales, en toda su dimensión histórica, la recia personalidad de este prohombre bumangués que, según Silvio Villegas, fue el político más hábil de su genera­ción, en ambos partidos; y cuyos atributos, según Abelardo Forero Benavides, lo hacían superior a Gaitán, Alberto Lleras, Darío Echandía o Carlos Lozano, sus contemporáneos liberales, todos sobresalientes en diversas expresiones  de la inteligencia, «porque Turbay no era otra cosa que un político y un estadista”.

Ahora, en el esbozo biográfico que presenta Eduardo Durán Gómez, complementado con páginas de esclarecidos escritores, se le da vigencia al personaje. El autor de la obra, que rebuscó documentos dormi­dos en bibliotecas particulares y dialogó con amigos del caudillo, logra un valedero perfil sobre este Turbay ful­gurante que «padeció la soledad de los grandes hombres», como lo define Gustavo Galvis Arenas en las palabras de presentación del libro, y «se paseó por la política con dignidad y distancia, porque su vocación era el Estado».

Nacido en Bucaramanga en 1901, de padres libaneses, murió en París en 1947, ciudad a donde se había trasla­dado dominado por la amargura, después de la derrota como candidato a la Presidencia de la República en las elecciones de 1946. Su partido, luego de 16 años conti­nuos en el poder, había perdido el mando por culpa de la candidatura disidente de Jorge Eliécer Gaitán, estimulada discretamente por López Pumarejo. Turbay y López, que juntos habían librado gran­des batallas políticas, comenzaron a distanciarse desde 1937, y en  1943 se produjo el rompimiento definitivo.

Aunque su candidatura era la legítima del Partido Li­beral y se trataba del hombre más prestigioso de su co­lectividad, con muchas simpatías entre los conservadores, no logró contrarrestar la arremetida implacable de su contrincante, líder de mucho arraigo en el pueblo. Turbay contaba con el respaldo de la intelectualidad, pero Gaitán, para avivar el sentimiento de las masas, recordó el origen libanés de su adversario y consiguió  despertar contra él un encendido e ignominioso odio ra­cista.

La campaña de la oposición, una de las más virulen­tas e injustas que recuerde la historia, se adelantó ba­jo este pregón repetido por miles de gargantas y en miles de carteles: «Turco no, turco jamás». Este arrebato demencial, cometido contra esta una destacada figura colombiana a carta cabal, y cuyo único pecado, dentro del turbión del fanatismo de su propio partido, era ser hijo de padres extranjeros, tendría a la postre el condigno castigo: la pérdida del poder. Contabilizadas las elec­ciones, Turbay obtuvo 420 mil votos y Gaitán 350 mil (o sea, 770 mil papeletas liberales), contra 540 mil conservadoras, las de Mariano Ospina Pérez, el ganador.

«Pocas veces en la historia un ciudadano se ha visto escarnecido de manera más irracional y lacerante”, anotó Carlos Lozano y Lozano. Era natural que semejante afrenta, de tan bajo e inaudito origen, afligiera el alma de Gabriel Turbay, alma altiva, noble y nacionalista como sus propios farallones santandereanos. Un año después, cuando trataba de recobrar la serenidad, moría solitario en París, con dolor de patria.

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Gabriel Turbay había nacido predestinado para ser estadista. Sus padres, sencillos y laboriosos inmigrantes del Líbano, escogieron a Bucaramanga como lugar propicio para fijar un hogar honorable y hacer progresar su actividad comercial. Al hijo colombiano le dispensaron esmerada educación. Se graduó de médico y alcanzó a conocer algo de la disciplina del Derecho. Pero su verdadera vocación estaba en la política.

Bien pronto llegó a la Asamblea Departamental y allí se codeó con personajes tan prominentes como Laureano Gómez, José Camacho Carreño, Jaime Barrera Parra, Roberto Serpa y Manuel Serrano Blanco. Luego fue secretario de gobierno. A los 20 años era representante a la Cámara. Más tarde sería presidente del Senado, presidente de la Dirección Nacional Liberal, ministro, embajador, designado a la Presidencia de la República. Su carácter recio y su inteligencia luminosa lo hacían el hombre excepcional que todo el mundo buscaba. De sólo 27 años ya era figura nacional. Y a los 30 había coronado su carrera en el Congreso y en el Ministerio.

Fogoso, viril y conflictivo en sus comienzos, cuando improvisaba los primeros discursos en los barrios de su tierra, pasó a ser el gran orador de ideas novedosas y maduras, cuando cautivaba el interés nacional desde los altos escenarios de la. democracia. La política era su obsesión y el parlamento su ámbito natural. Se dice de él que nunca pronunció un discurso estéril.

Formidable diplomático, por todas partes dejaba huella de sus condiciones de mediador y negociador. Fue al Perú como embajador después del conflicto con Colombia. En Washington aprendió a ser más estadista. Cuando regresó al país en 1937, ya se mencionaba su nombre para la Presidencia de la República. Como experto diplomático, virtud que le permitía manejar la política con fina dis­creción, mantenía excelentes relaciones con el partido contrario y proclamaba que el país no podía gobernarse sino con la colaboración de los dos partidos.

Hizo del decoro su mejor virtud. La acrisolada forma­ción que había recibido de sus padres y profesores se re­flejaba en todos sus actos. Sus ademanes delicados y su estampa varonil le abrían muchas puertas. En su caso se plasmó el deseo de Enrique Caballero Escovar: «No le pi­do a la vida duración sino estética». Bajo el mandato de su destino renunció a grandes ideales: el matrimonio, el hogar, los bienes terrenos, la ciencia. Se casó con la política y sucumbió por ella.

En el mejor momento de su carrera, a pocos me­tros del palacio de los presidentes, lo traicionó la suerte. Doloroso camino el suyo que, luego de tantos éxitos, lo saca de la patria y lo conduce a la muerte. Como era noble de espíritu, en su alma no podía anidarse el ren­cor. Pensaba regresar a Colombia, superados los sinsabores y curadas las heridas, a reanudar la lucha. Y en una pieza de hotel, muy lejos de la patria, el asma lo venció para siempre. La vieja enfermedad, agravada por la nostalgia del suelo nativo, clausuraba así una de las vidas más promisorias del país.

Murió de 46 años. Su temprana desaparición representa una de las mayores frustraciones colombianas. Su propio partido, que tanto lo había enaltecido, le impidió llega al poder. Y por los raros caprichos de la vida, otro santandereano, que también estaba predestinado para el Estado, tampoco alcanzó el mando. Luis Carlos Galán acaba de morir a la misma edad de Turbay. Era el político más aventajado del momento. Su trayectoria, de tanta lucidez como la de Turbay, se vio obstaculizada por sus mismos copartidarios, y luego la muerte le cerró para siempre las puertas del Estado.

Turbay y Galán, insignes caudillos liberales, ambos santandereanos y bumangueses, y los dos eminentes patriotas, se sacrificaron por la política. Ambos murieron de 46 años. El departamento de Santander ha tenido dos inmensas frustraciones. Colombia entera ha perdido dos cartas definitivas en momentos cruciales. Vidas paralelas las de Turbay y Galán. El esfuerzo, la lucha y la dignidad engrandecieron sus existencias. Habían  nacido para la grandeza. Y si no consiguieron el poder terrenal, conquistaron en cambio, con el martirio, el re­conocimiento pleno de la historia.

El Espectador, Bogotá, 25 y 31-X-1989.  

 

 

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Don Manuel, “Mister Coffee”

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La idea que hace varios años expuso el doctor Otto Morales Benítez a la Federación Nacional de Cafeteros, de publicar un libro sobre don Manuel Mejía, tiene ahora realización en la gerencia del doctor Jorge Cárdenas Gu­tiérrez. Y sale, en dos volúmenes, una hermosa edición, dentro de la serie del Fondo Cultural Cafetero, con la dirección de los doctores Otto Morales Benítez y Die­go Pizano Salazar, la diagramación de Vicente Stamato, la impresión de Op Gráficas, la dirección fotográfica de Félix Tisnés y el prólogo de Jorge Cárdenas Gutiérrez. Ingredien­tes que contribuyen, por la calidad de sus autores, al va­lor de este testimonio que entra a enrique­cer la bibliografía cafetera.

Es una obra profusamente ilustrada con valiosos docu­mentos y aprestigiada con los estudios que sobre el per­sonaje y el proceso cafetero hacen distinguidos escri­tores y analistas de la vida nacional.

Don Manuel Mejía fue considerado en su época como el líder cafetero de mayor autoridad en el mundo. Baste re­cordar que como homenaje póstumo a su memoria las bol­sas internacionales suspendieron las transacciones del grano. Tal era el influjo de su personalidad, que se le bautizó, y así se quedó, como «Míster Coffee». A Colom­bia le creó conciencia cafetera.

Hay seres que nacen predestinados para empresas gran­des, y tal el caso de este manizaleño raizal que, huér­fano de padre a los dos años, aprende por intuición, al pie de las matas de café, el laboreo completo del producto, con sus padecimientos y glorias, hasta el éxito final. Inicia su carrera a los 15 años en el puesto de compra de uno de sus tíos, y más tarde, matriculado como alumno raso en la universidad de la vida, y «trabajando a lo titán», compra su primera finca, llamada San Carlos.

En 1916, cuando entra a gerenciar el Banco del Ruiz, Manizales era una villa de 10.000 habitantes. Pero el nombre de la población era conocido en Alemania por la calidad de su café. En la entidad bancaria practica las dotes de rectitud, prudencia, imaginación y caballerosi­dad que lo distinguieron toda la vida. Años más tarde sobreviene el incendio de Manizales, que deja en ruinas numerosas manzanas y en la quiebra a no pocos comercian­tes. Se traslada a Bogotá y allí se dedica a la activi­dad comercial.

Con la crisis mundial de los años 30 sufre tremendo descalabro económico. Se siente solo, acobardado y tris­te y se declara derrotado. Tiene 43 años. Parte a Honda en plan de recuperación. Logra rehabilitarse al paso del tiempo. Un día el presidente Alfonso López Pumarejo, que lo había conocido en Manizales como exportador de café, lo escoge como presidente de la Federación Nacional de Cafeteros. «Cómo se le ocurre nombrar para ese cargo a una persona que se ha quebrado tres veces», le dicen los cafeteros. Y López Pumarejo, que poseía el don innato de descubrir las personas, responde: «Porque sé de sus capa­cidades y experiencias».

Comienza así un liderazgo de 20 años. Bajo su adminis­tración se crean el Fondo Nacional del Café, la Flota Mercante Grancolombiana, el Banco Cafetero y la Compañía Agrícola de Seguros, entidades rectoras desde entonces de la producción y mercadeo del grano.

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«Míster Coffee» pasa a la historia convertido en le­yenda. Tal vez su virtud más sobresaliente fue la dis­creción. Y su secreto, el silencio. Al doctor Álvaro Díaz, primer gerente de la Flota Mercante, le recomendaba: «En­tre menos figure, le va mejor; entre menos lo retraten, le va mejor; y entre menos opine, también le va mejor».

Muere en su escritorio el 10 de febrero de 1958, de un infarto cardíaco. Acaba de dictarle a la secretaria un cable para su esposa, a Río de Janeiro. “Llegué bien, abrazos”, le dice. Pero la muerte lo traiciona, cerrando bruscamente, pero con placidez, como había sido su manera de ser, una de las existencias más creadoras del país. Hoy la Federación –su Federación– le rinde, para conmemorar los 100 años de su nacimiento, el homenaje de esta preciosa joya bibliográfica.

El Espectador, Bogotá, 21-IX-1989.

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