Por: Gustavo Páez Escobar
Cuando Germán Pardo García muere en Méjico el 23 de agosto de 1991, mi libro Biografía de una angustia se hallaba (y aún se halla) en turno de edición en el Instituto Caro y Cuervo. A esta biografía le faltaba la muerte del personaje, la angustia suprema que le pone término a una cadena de adversidades que sólo la parca podía redimir. El poeta fue un enamorado de la muerte, la cantó y la buscó. Sin embargo, siempre le produjo zozobra infinita.
Figura poética del siglo
Al día siguiente, Excelsior de Méjico presentó la noticia a ocho columnas con este titular: “Murió Germán Pardo García, figura poética del siglo”. El Tiempo, en nuestro país, elogió así la personalidad del ilustre colombiano: “Poeta inmenso, conocedor insondable de la lengua castellana, artista del verso en sus más depuradas formas estéticas, por más de 60 años Pardo García ocupó un lugar de vanguardia como insomne creador de belleza, el más consagrado forjador de imágenes poéticas en el vasto panorama de la literatura hispanoamericana contemporánea».
Varias exaltaciones aparecieron en la prensa colombiana, entre ellas, la del doctor Belisario Betancur en El Colombiano: Después de un repaso a la extensa obra de Germán Pardo García, es fácil predecir que se hablará de ella por los tiempos de los tiempos: hay allí la huella de un creador atormentado que pasó 89 años por la vida tejiendo, con inspiración y disciplina, el testimonio de sus desgarramientos.
La patria lejana
En nuestro país no todos los intelectuales han entendido que este hombre solitario y excéntrico conquistó hace mucho tiempo la inmortalidad con su obra universal. En Colombia falta estudiarla con profundidad: muchos pontífices de las letras la descalifican sin haberla siquiera leído. Hoy se halla registrada su obra completa en la biblioteca del Congreso de Washington, y su poesía se estudia en reconocidas universidades del mundo.
Estas son algunas declaraciones en la prensa mejicana:
Henry Kronfle: El mundo ha perdido a una de las grandes figuras literarias de este siglo. Es el primer poeta cósmico y científico que ha dado la literatura universal. Carmen de la Fuente: Pardo García, como Neruda, es ecuménico. Ha entrado por los derechos del dolor y del llanto a ser poeta de la conciencia cósmica. Vicente Magdaleno: Fue un bardo que honra a cualquier país. Era un solitario que vivió heroicamente.
Y éstas, de escritores colombianos:
Juan Castillo Muñoz: Es un poeta universal, cuya vigencia habrá de prolongarse más allá del olvido. Ese olvido a que lo relegaron en su patria pero no en otras latitudes donde se le estudia, analiza y cataloga entre los cuatro o cinco grandes que haya producido el Nuevo Mundo. Héctor Ocampo Marín: La prensa mejicana supo despedir los restos mortales del gran escritor colombiano con titulares de gran página y elocuentes comentarios en las páginas editoriales. En Colombia se ignoró el hecho. Ni el Gobierno Nacional ni los medios de comunicación se dieron por aludidos. Sólo un grupo de amigos y de intelectuales se hizo presente en el aeropuerto.
Lenta agonía
El hombre intelectual siempre se ha sentido atraído por la muerte, bien con fascinación o bien con ansiedad. Algunos la convierten en bella lección para la posteridad. Otros, como Pardo García, pasan sus últimos años pensando en el trance final con turbación depresiva. A partir de 1979, cuando en un momento de locura se abre las arterias, y luego es salvado gracias al oportuno auxilio de los médicos, el poeta vive los doce años restantes en completa compenetración con la muerte.
En 1980 publica el que para muchos es su mejor libro: Tempestad. Desde entonces le brota tremenda sensibilidad hacia la muerte. Y por más que la desea, la rehúye con espanto. Varias veces intenta su propio exterminio. Baja con Orfeo a lo más profundo de los infiernos en persecución de una soñada Eurídice que le ofrezca amparo a su alma torturada. Y como en parte alguna encuentra sosiego, más se desespera. Se acuerda entonces de Dios, a quien ha pretendido ignorar, y le renace la esperanza. Alguna vez busca un arma para cumplir el propósito suicida, pero luego desiste: la sola idea le produce agonía. Es su angustia una muerte eterna, mientras la vida se le va adelgazando.
No se suicida, pero se deja morir de inanición. Es otra forma de destrucción, aunque más cruel que la de abrirse las venas. Pero se mantiene vivo, con valor espartano. Soporta en los últimos años el avance progresivo de sus males. En una de sus crisis es llevado de urgencia a una clínica que le presta los auxilios necesarios hasta lograr el milagro de la resurrección. Sin embargo, no acepta seguir en el centro hospitalario y pide que lo regresen a su pequeño apartamento, donde quiere morir sin asedios médicos.
Miserias y grandezas
Durante el último año de su penosa agonía no dejaron de llegarme noticias agobiantes. Duro año de constantes altibajos en la salud del poeta y de preocupación y congoja en el alma de sus amigos. El campeón que había resistido grandes tempestades luchaba otra vez, ahora con mayor perplejidad, con la parca inexorable. Deseaba morir pronto, y no lo lograba.
Su espíritu languidecía mientras el enfermo miraba, impotente, cómo sus piernas se paralizaban, y la neurastenia lo invadía, y la angustia dominaba todo su ser. Presenciaba con horror su desintegración física, sin manera de impedirla y sin fuerzas suficientes para acelerarla. Dejó de comer y eludía los medicamentos. Así pensaba llegar más rápido al final. Un final largo y tortuoso como los suplicios eternos. Tal vez en sus instantes de mayor aflicción se acordaría de la soledad de Cristo, otro campeón del dolor en la hora crucial de la muerte.
En el momento de morir, llama a Enriqueta, la mujercita que vela a su cabecdera, y le dice: “Hijita, dame la mano…” Ella declara más tarde a la prensa: “No murió solo, lo hizo casi en mis brazos. Fueron tantos años de compañía que para nosotros era como un familiar. Últimamente no tenía ganas de vivir; estuve con él día y noche, en su enfermedad, en su agonía, lo tenía muy mimado”. El médico que certificó el deceso anota en el acta de defunción: “Muerte súbita, arritmias ventriculares, cardiopatía isquémica, arterioesclerosis generalizada”.
La vida lo había vencido. Pero no murió del corazón sino de cansancio de vivir. Lejos de su patria y escaso de afectos, se había desintegrado en silencio, en la soledad de su enigmática personalidad. Murió –dice Carmen de la Fuente– como él quería: en su ermita de la calle Támesis; sobre un lecho de durezas franciscanas y en la compañía de su asistenta y de sus entrañables amigos: Julio César y Albert Einstein.
Testamento ejemplar
El doctor Belisario Betancur le había entregado, años atrás, como se recordará, generoso apoyo económico que le permitiera la reanudación de la revista Nivel. Pardo García sostuvo siempre la revista con su propio peculio y no aceptaba propaganda en sus páginas (una ironía en él, que había sido el primer vendedor de publicidad en Méjico). Con los rendimientos bancarios que le producía el dinero donado sufragaba el costo editorial, mientras luchaba por proteger el capital como fuente de financiación que era preciso resguardar. Más tarde se presentó una fuerte caída de los papeles bursátiles, que para el poeta significó una pérdida grande; la cual, sumada al alza del costo de la publicación, determinó el cierre de la revista el mes de agosto de 1989.
A la muerte de Pardo García quedaron en el banco alredor de ocho mil dólares. El poeta, que en sus últimos años tuvo dificultades económicas para atender sus gastos personales, no podía subsistir con los solos rendimientos del depósito bancario, y evitaba reducir el capital para no agravar la situación. Al no contar con ningún régimen de seguridad social, la vejez lo hacía sentir inseguro y por eso le preocupaba la fuga del dinero. Dos entidades acudieron en su auxilio, y gracias a ellas pudo nivelar sus gastos: la Casa de Poesía Silva, en Colombia, y en Méjico, el Instituto Nacional de Bellas Artes.
En mayo de 1991, cuando ya presentía su muerte cercana, hizo el primer testamento de su vida con el propósito de gratificar los servicios y el cariño dispensados por personas sencillas que habían estado cerca de él, entre ellas, quienes se turnaron día y noche ante su lecho de enfermo, y humildes meseras que lo atendieron en los restaurantes que frecuentaba.
Así, en medio de brillante severidad, concluyó la vida del poeta del cosmos. Antes de morir llamó a un sacerdote para que le llevara la hostia eucarística. Se pagó él mismo todos sus gastos, hasta los del funeral y la cremación. Y se fue de la vida sin deberle nada a nadie, menos al Estado. ¿Qué queda después del reparto de sus pocos bienes materiales? Una lección de bondad, un ejemplo de dignidad.
La decorosa humildad
El médico y escritor Virgilio Olano Bustos, durante varios años embajador de Colombia ante distintos países, pasó por Méjico y visitó la urna funeraria (honrada en la sede del consulado con la bandera y el escudo de Colombia), que él retrató como bella expresión de afecto en tierra ajena. Captó también el edificio de Río Támesis, donde residió Pardo García por largos años, una construcción que sin derroche de lujos, y con lujo de decoro, albergó parte de nuestra patria en la figura excelsa del genio de la poesía.
Hay que rechazar, por ligeros y desdeñosos, términos como estos con que comentaristas colombianos calificaron en la prensa el apartamento de nuestro compatriota: «modesta y destartalada habitación», «trastienda», «apartamento que parecía caja de caudales, con puerta de fierro y cerrojos…” Tampoco murió en la ruina ni en el abandono. Vivía con humildad y elegancia –como fue siempre su peculiar estilo ante la vida– y contaba con amigos solidarios que siempre estuvieron pendientes de su suerte.
«Choachí es mi patria»
El ciudadano colombiano Aristomeno Porras, que había recibido instrucciones de incinerar el cadáver y lanzar las cenizas al mar, consideró, sin embargo, que debía dejar la última decisión al Gobierno de Colombia. La urna fúnebre llegó a Bogotá el 25 de septiembre, al mes siguiente de la muerte, y luego se trasladó a Ibagué, la ciudad nativa del poeta. Empero, éste consideró siempre a Choachí como su verdadera cuna. A Ibagué sólo vino a conocerla en 1928, y nunca más regresó. Choachí, que reclama con razón sus cenizas, piensa depositarlas en la casa de cultura que lleva el nombre de Germán Pardo García.
El poeta mostró de diversas maneras su predilección por Choachí, y siempre lo mencionaba como el pueblo donde había nacido, no en sentido físico, sino espiritual y poético: “Verdes montañas de la estirpe mía. Pueblo de adobe en donde yo nací. Retablo de naranjas: ¿todavía tus ángeles de vidrio están allí?”.
El hombre pertenece al sitio donde tiene el alma. En carta al profesor norteamericano James W. Robb, una vez Pardo García le expresó: “No con quien naces sino con quien paces’, dice el sabio refrán español. Soy, pues, de Choachí. Ibagué es una hermosa ciudad de Colombia, pero para mí nada quiere decir. Choachí, que en lengua indígena quiere decir ‘ventanita de la luna’, es mi patria”.
Y a un prima hermana le reveló: “Estoy viendo cómo termino mis pocos asuntos aquí, para volver del todo a Colombia, al seno del pueblecito oscuro que tomé como cuna adoptiva: Choachí. Ya estoy mirando hacia él como los gallos viejos hacia la copa del gallinero, cuando sienten cerca la noche”.
En 1962 le dedicó a Choachí un hermoso libro: Los ángeles de vidrio. Son 50 sonetos con bellas imágenes sobre su arraigo al páramo y al paisaje que le nutrieron el espíritu. Esta obra no deja duda alguna sobre su ascenso al cosmos desde aquel terruño transparente, que años después evocaría desde la meseta mejicana.
“Estos angelitos de vidrio –dice el profesor Robb– se convirtieron en símbolos de los habitantes del pueblecito, seres a la vez terrestres y celestes que tienen astros rutilantes en los ojos”.
Choachí se propone construir –con el apoyo de la Gobernación de Cundinamarca– un hermoso parque ecológico para realzar el amor de Pardo García por la naturaleza, expresado a lo largo de su poesía. Ojalá el gobierno departamental honre el nombre del poeta con la instalación de un monumento en dicho municipio. Esto mismo se espera de Ibagué, lugares ambos privilegiados para perpetuar la memoria del gran colombiano.
Pardo García defendió siempre su esencia campesina, sin importarle las altas cumbres a que lo llevó su nombradía de poeta. Su alma pertenece al páramo, ese páramo insondable que no dejó de estremecerlo nunca –en su obra y en su espíritu–, y es allí donde deben reposar sus cenizas. Es preciso que la ciudad de Ibagué, que hoy las guarda en una bóveda transitoria de su viejo cementerio de San Bonifacio, interprete el hondo significado de este clamor.
Al margen de esta cordial controversia, oportuno es señalar que las bellas artes se engrandecen cuando dos municipios se disputan a un muerto ilustre. Lo grave sería olvidar a los hombres grandes que han forjado la historia de los pueblos. El alma de la nación se ennoblece cuando se difunde por todas partes y por todos los medios la imagen de sus escritores y poetas, como los máximos exponentes de las sociedades cultas.
Conservando los símbolos de quienes como Germán Pardo García ya conquistaron la gloria imperecedera, se magnifica el sentido de patria y se enaltecen las letras nacionales, patrimonio de todos los colombianos.
* * *
El último poema de Germán Pardo García:
DERROTA DE UN CAMPEÓN
Ser campeón fue el sueño de mi vida.
Teñir de resplandor torre y peldaño
y ver a la venganza y su tamaño
a mis golpes atléticos rendida.
Toda ascensión a un ring fue una caída,
un púgil superior me hacía daño
y contemplé oxidarse año tras año
la gloria tercamente perseguida.
Alejéme del ring sin esperanza.
Hundióse en mí lo que jamás se alcanza,
me hirió una fuerza de raíz ignota.
Y apartéme del ring viejo, muy viejo,
mirando ante la crisis de un espejo
mi sien partida y mi quijada rota
Febrero 11 de 1991
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Revista Manizales, agosto de 1992
Revista Panorama Universitario, Universidad del Tolima, Ibagué, septiembre-noviembre de 1992
Boletín de Historia y Antigüedades, Academia Colombiana de Historia, N° 779, Bogotá, octubre-diciembre de 1992
Hojas Universitarias, Universidad Central, N° 39, Bogotá, enero-marzo de 1994 (en las páginas 253 a 278, la revista rinde homenaje a Pardo García con la publicación del escrito biográfico Poeta de la brizna y el viento, de Gustavo Páez Escobar, además de la cronología del poeta y algunas de sus poesías).