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Entrevista con Gustavo Páez Escobar

viernes, 7 de octubre de 2022 Comments off

Por Mayra Alejandra Ovalle Peñuela

LA CRÓNICA DEL QUINDÍO  –  AL DESCUBIERTO

Lunes 26 de septiembre de 2022

Su primera novela fue llevada a la televisión

Gustavo Páez Escobar narra una anécdota de sus inicios como escritor cuando publicó el libro Caminos, en el año 1971, se hizo una actividad de presentación en la gobernación del Quindío. Durante el acto, notó el escritor que el prólogo tenía una letra distinta y que este había sido cambiado, halló infinidad de errores y eso lo disgustó mucho, entonces, desde la editorial le dijeron que iban a sacar las 2 hojas ya escritas e introducirían el prólogo correcto, el trabajo fue estupendo. Pero el libro quedó con 2 prólogos, uno que alcanzó a circular esa noche y otros corregidos por completo.

Páez Escobar vive en Bogotá, es escritor, periodista, esposo y padre de 3 hijos. Nació en Soatá, Boyacá, en 1936. Su vida laboral la inició en la Contraloría de Boyacá, continuó en el Banco Popular en el que hizo una extensa carrera profesional: trabajó por 36 años sin interrupción hasta que logró su jubilación.

En 1969 vino al Quindío a demorarse 2 meses y se quedó 15 años. Su viaje tenía por objeto remplazar al gerente del departamento y luego pidió quedarse en la oficina de Armenia. “Esa fue mi universidad. El estilo del país era completamente diferente al actual, estamos hablando de medio siglo atrás. Yo tenía mi bachillerato, me vinculé laboralmente, comencé a progresar y me enfrenté al mundo rígido de la banca que exigía mucha dedicación.

Siempre destacó como lector. Muy joven se vio inclinado hacia la literatura, “esta es una motivación de la vida. El escritor de formación comienza a compaginar la vida, aprende el lenguaje, la gramática y tiene una mente abierta que se estructura con lecturas y observación de la condición humana. La obra realmente es un ideario, una idea fija que está en el horizonte. La vocación del escritor es muy difícil, exigente, de mucho sacrificio. Es una satisfacción propia”.

En su adolescencia dice que sintió la vocación de escribir. “En forma silenciosa, comencé a escribir una novela a los 17 años. Esa novela la guardé por mucho tiempo, era una especie de anécdota de mi vida”. La novela en mención se tituló Destinos cruzados y fue la primera telenovela producida por RCN. “Fernando Soto Aparicio la leyó y encontró bases para llevarla a la televisión. Ahí comenzaron las telenovelas del canal. Fue una cosa sorpresiva y muy gratificante. Fue una novela de desamor”, dijo el escritor.

En 1971 inició su carrera literaria y periodística, que además de la publicación de su primer libro, se vio marcada por resultar ganador del Concurso Nacional del Cuento organizado por El Espectador. Durante buena parte de su vida alternó ambas actividades: su trabajo en la banca y su interés por las letras. La disciplina fue lo que le permitió avanzar, como siempre fue un gran madrugador, pudo hacer fluir sus oficios y ninguno obstaculizó al otro.

Ha publicado 13 libros de novela, cuento, ensayo y crónica, 5 de esos fueron escritos en el Quindío. Además, ha publicado más de 2.000 artículos en medios locales y nacionales. Las novelas publicadas son: Alborada en penumbra, Ventisca, La noche de Zamira, Ráfagas de silencio y Jirones de niebla. Caminos, otro de sus libros de ensayos, fue publicado en la colección de la Biblioteca de Autores Quindianos.

Respecto a la variedad de los géneros que ha explorado como escritor dice: “El escritor es diverso, puede tener algún género en el que sobresale, pero tiene capacidades. Yo me fui explayando y encontré distintas fórmulas de expresión. El escritor es un historiador, la literatura es un testigo del tiempo”.

Por su trayectoria ha sido merecedor de la medalla al Mérito Artístico, el Cafeto de Oro y la Flor del Café; la medalla Eduardo Arias Suárez y la medalla Francisca Josefa del Castillo, en Boyacá. El primer premio, la Flor del Café, me la entregaron poco después de publicar Destinos cruzados, “es un gran orgullo haberla recibido, sobre todo porque no soy quindiano”.

En el presente, durante sus días como pensionado, mantiene la rutina de sus tiempos como empleado de la banca. Se levanta a las 5 a.m., lee, escribe, revisa textos escritos con anterioridad y prepara las columnas que enviará para publicación.

Comentarios 

Justo reconocimiento a una gran persona que ha amado al Quindío como a su propia tierra. Raquel Martínez Aguirre, Armenia.

Qué alegría este reportaje que es un homenaje de esa tierra que llevamos en el corazón. Es la constancia de un trabajo permanente hecho con amor, disciplina y profesionalismo, que se ve reflejado en cada obra, artículo y escrito. Vivo muy orgullosa y feliz por el papá que Dios me regaló, lleno de buenos ejemplos para nosotros los hijos, que junto a mi mamá nos formaron con grandes principios y con la mejor de las herencias que es la del buen ejemplo. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Me pareció de las crónicas más lindas que haya leído acerca de mi papá. Muestra los inicios desde el comienzo de la carrera literaria, cómo llegó hasta la cumbre que conquistó, y la mezcla con la parte laboral. Y también lo hace ver como la persona humana y sencilla que nos ha dado permanente ejemplo. Fabiola Páez Silva, Bogotá.

Es para todos nosotros un orgullo muy grande tener un integrante cabeza de familia con tantas distinciones artísticas, que se ha sabido cultivar culturalmente con el pasar de los años. Siempre podrá hallar en mí un asiduo lector de su obra, la cual me parece muy interesante, sobre todo sabiendo que detrás de ella hay un sinnúmero de vivencias que han nutrido al escritor. Pedro Galvis Castillo, Bogotá.

Aunque no he tenido el gusto de conocerte en persona, la lectura de tus escritos me ha permitido conocerte y compartir muchos de tus pensamientos. La entrevista en La Crónica muestra facetas tuyas que ignoraba, me refiero, por ejemplo, a esa producción literaria de 13 libros y a los múltiples reconocimientos recibidos por tu labor como escritor. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Con gran alegría me uno y celebro tan justo reconocimiento a tu vida y obra en las páginas de la Crónica del Quindío, tierra que te pertenece de corazón y afectos muy gratos; amén de éxitos laborales, donde las amistades y las experiencias dejaron en tu vida gratísimos recuerdos y experiencias memorables en todo sentido. Inés Blanco, Bogotá.

¡13 libros! ¡Qué maravilla! Para mí fue un honor haberte conocido desde hace muchos años, pues eres una persona virtuosa. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Qué bueno que la Crónica del Quindío haya destacado tu vida y tu obra. Es un reconocimiento justo a tu labor periodística y a la obra que como escritor de calidad has dejado. Un orgullo para ti y para tu familia. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Es una reducida biografía de toda una vida pensando, haciendo y generando pensamientos ajenos. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Tumba equivocada

viernes, 16 de septiembre de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Hace 31 años –23 de agosto de 1991– murió en Méjico Germán Pardo García. Sus cenizas, que fueron traídas a Colombia un mes después, han debido ser arrojadas al mar, según instrucciones que el poeta dio a Aristomeno Porras, su ángel tutelar. Sin embargo, este consideró que debía entregarlas a Colombia.

Julio César Sánchez García, nuestro embajador en Méjico, preguntó dónde había nacido el poeta, y se le informó que en Ibagué. Dispuso, pues, que la urna funeraria fuera trasladada al sitio de donde era oriundo. Decisión desacertada, ya que Pardo García había nacido en Ibagué por accidente, ciudad que solo visitó una vez en su vida. En cambio, reconocía a Choachí como su verdadera patria.

Al profesor norteamericano James W. Robb le había manifestado: “No con quien naces sino con quien paces, dice el sabio refrán español. Soy, pues, de Choachí”. Y a una prima hermana le dijo: “Estoy viendo cómo termino mis pocos asuntos aquí, para volver del todo a Colombia, al seno del pueblecito oscuro que tomé como cuna adoptiva: Choachí”. Estos y otros aspectos fundamentales los hice conocer de Juan Gustavo Cobo Borda, designado por el Gobierno para llevar la representación oficial en el acto de honores.    

Pero Cobo Borda no accedió a modificar su decisión, con el argumento de que la medida ya estaba tomada. Su obstinación era manifiesta. Si en realidad hubiera sopesado las razones de peso que le expuse, se habría tomado el camino correcto. Mientras tanto, un grupo de escritores organizaba la llegada de la urna a la capital tolimense, tan lejana al afecto del poeta.  Lo que interesaba era el acto publicitario que favorecía a la ciudad.

Tiempo después viajé al cementerio San Bonifacio de Ibagué en busca de la huella del personaje, postulado al Premio Nobel de Literatura y autor de numerosos libros de alto renombre, con quien yo había tenido la suerte de compartir gratos días de tertulia en Méjico, y en cuyo honor había escrito el texto Biografía de una angustia (Instituto Caro y Cuervo, 1994). Supuse, por supuesto, que en ese cementerio había sido levantado un grandioso monumento en homenaje a su memoria. Pero no: lo tenían en un panteón construido para sacerdotes y monjas, bajo una placa que decía: “Germán Pardo García, poeta”. Y allí permanece.

La tumba denuncia la total ignorancia de los promotores sobre el carácter anticlerical de Pardo García. Lo fue desde su juventud –sin ser ateo– a causa de los atropellos recibidos de dos miembros de su Iglesia: un párroco de Choachí mandó incendiarle la casa y el granero por negarse a pagar diezmos y primicias, y lo dejó en la ruina; y un sacerdote, que le daba clases en el colegio San Bartolomé y era conocido por su rudeza, le dio un fuerte puntapié, acción que llevó al alumno a retirarse del plantel. Y le creció el sentimiento irreligioso. Por cruel ironía, el poeta yace en territorio ajeno, en medio del olvido, el desamparo y el absurdo.

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El Espectador, Bogotá, 10-IX-2022. Eje 21, Manizales, 9-IX-2022. La Crónica del Quindío, 11-IX-2022.

Comentarios 

He leído con tristeza y desazón tu columna acerca de la «tumba equivocada» donde reposan en Ibagué los restos del poeta, en medio de sacerdotes y monjas, como una ofensa a sus creencias religiosas. Es irónico el aciago destino de las cenizas del poeta, donde nunca pensó estar ni permanecer en medio del olvido y el desinterés por perpetuar su memoria a la altura de quien fuera, si no el mejor, uno de los más destacados poetas de su época. Es como si fuera un castigo al hombre, al escritor, al poeta, al iluminado. Siento un nudo en el corazón que me sube a la garganta. Inés Blanco, Bogotá.

Creo que nos corresponde la hermosa tarea de no dejar abandonado al poeta y estudiar, valorar y hacer conocer su poesía, tanto en Bogotá, como en México, Choachí e Ibagué, cuna de su madre. Cada día que pasa me acerco más a la poesía de Pardo García y encuentro verdaderas joyas. Eduardo Arcila Rivera, Bogotá.

Muy lamentable cuanto comentas en esta página. Además, es inaudito que los despojos mortales de un hombre tan ilustre los hubieran llevado a un destino final equivocado y sin nexo alguno con Pardo García. Esperanza Jaramillo, Armenia.

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De humorista a historiador

miércoles, 17 de marzo de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

A José Jaramillo Mejía lo conozco hace más de 40 años, desde cuando dirigía en Manizales La Nacional de Seguros y yo ocupaba en Armenia la gerencia del Banco Popular. Su primer libro, publicado en 1980, se titula A mitad de camino. Hoy, con Monólogos de Florentino, salido en noviembre pasado, su producción llega a 20 obras. Esto significa que no se quedó a mitad de camino, sino que siguió adelante, con vigoroso empeño, tanto en la labor literaria como en la periodística.

En 1980 me hizo el honor de nombrarme, junto con Adel López Gómez y Humberto Jaramillo Ángel, jurado de un concurso de periodismo que se realizaba en la capital caldense con el auspicio de La Nacional de Seguros. Jaramillo Mejía ha sido gran promotor de la cultura regional. Nació en La Tebaida, Quindío, en 1940 y a la edad de 38 años se radicó en Manizales. Con orgullo se proclama hoy escritor quindiano-caldense como autor que es de excelentes investigaciones, crónicas y estudios surgidos en las dos comarcas cafeteras.

Sus textos son ágiles, concisos, claros y amenos. Posee exquisita vena humorística  que se manifiesta en varios de sus libros, lo mismo que en sus crónicas en el diario caldense. Es un placer leerlo. Ha incursionado en diversos géneros y sobresale por su esmero gramatical y la sindéresis de sus ideas, bien sean estas elaboradas con tono divertido o con el rigor del ensayista y el historiador que escudriña interesantes temas movidos por su inquietud intelectual.

Además, ha demostrado buenas dotes para el arte poético, como lo acredita su libro La vida sonreída y 12 sonetos para leer después de muerto (2004), que para mi gusto personal son “poemas de fino humor, a lo Luis Carlos López, llenos de ironía y encanto”, según lo expresé cuando fueron publicados.

En los últimos años, sus preferencias se han manifestado en el ámbito de la historia, la biografía y las memorias, con la exaltación de personajes del pasado como José Restrepo Restrepo, Arturo Arango Uribe, Eduardo Arango Restrepo y Rafael Arango Villegas; o en el rescate de sus propias raíces ancestrales, que recoge en Las trochas de la memoria. Tales calidades le valieron, desde tiempo atrás, su elección como miembro de la Academia Caldense de Historia.

A Monólogos de Florentino, su reciente libro, le agregó el subtítulo de Reflexiones de un ideólogo empírico. La obra está prologada por el exvicepresidente Humberto de la Calle Lombana y lleva una nota de presentación del historiador Albeiro Valencia Llano. Florentino es el alter ego de Jaramillo Mejía. En 1995 ya había establecido nexos con él en Coloquios de Berceo con Florentino. Es este un personaje típico de la región, de profesión tinterillo, con honda sabiduría en los campos del derecho, la economía, la política, la literatura, la religión, la historia… Todo un prototipo de la ciencia de la vida. Por largo tiempo, Florentino fue secretario del juzgado de Circasia, Quindío, donde Jaramillo Mejía vivió memorables andanzas luego de su residencia en La Tebaida.

Valiéndose de este personaje emblemático, el escritor explaya sus ideas liberales y penetra en palpitantes temas de la vida nacional. Le rinde homenaje a Circasia, y a través de ella, al Quindío. Esta hermosa población, de seductores paisajes, sanas costumbres y gente amable, posee un pasado glorioso con su Cementerio Libre, símbolo de la libertad liderado por el patricio Braulio Botero Londoño, figura relevante de la región. Florentino –no cabe duda– es el propio José Jaramillo Mejía.

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El Espectador, Bogotá, 13-III-2021.
Eje 21, Manizales, 12-III-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-III-2021-

Comentarios 

Gracias, Gustavo, por el artículo. Resolví recoger mis “divertimientos” poéticos en un libro que hoy te envío. A propósito de los poemas, me dijo Aída Jaramillo Isaza (directora de la revista Manizales): “Yo no sabía que tú eras poeta”. Y le contesté: “Yo tampoco”. José Jaramillo Mejía, Manizales.

Muy justo el reconocimiento a José Jaramillo de su obra y de su vida. En efecto, es un gran escritor. Una persona dedicada al oficio y purista con el lenguaje; le tengo gran admiración y afecto. La publicación más reciente titulada Yo, Quijote, con ilustraciones de Ferney Vargas Jaramillo -Feroz-, es magnífica. Nada más grato que reconocer los valores de los amigos y tú lo has hecho siempre con generosidad y rigor. Esperanza Jaramillo, Armenia.  

 

 

Juan el ermitaño

martes, 16 de febrero de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

César Montoya Ocampo falleció en Pereira el 3 de mayo de 2019, a la edad de 89 años. Tres años atrás había publicado el libro autobiográfico Memorias de Juan el ermitaño. Suena extraño el apelativo de ermitaño –o sea, persona que vive en soledad– cuando en su vida pública estuvo siempre rodeado de gente entusiasta que admiraba sus dotes como gran orador, renombrado penalista y brillante hombre de letras.

Seis meses antes de su deceso recibí de él un amable mensaje en torno a mi nuevo  libro, la novela Jirones de niebla, y recuerdo además la sustanciosa conversación que tuvimos años atrás en un homenaje que se rindió a su colega penalista y también escritor Horacio Gómez Aristizábal. Con esto quiero señalar que con César Montoya Ocampo mantuve buena sintonía intelectual, si bien nuestros encuentros personales no eran frecuentes.

Nació en Aranzazu, Caldas, y tuvo una niñez marcada por la estrechez económica. En sus memorias recuerda que tenía que hacer un largo recorrido a pie limpio para llegar a la escuela rural donde estudiaba sus primeras letras. Es el mismo caso de Belisario Betancur en Amagá. Al igual que él, fue seminarista obligado, destino que no los convenció. En Salamina, pueblo cercano a Aranzazu y que se ha distinguido por su clima cultural, cursó el bachillerato. Comenzó a estudiar jurisprudencia en la Universidad de Caldas, y en Bogotá ingresó al Externado de Colombia.

De vuelta en su tierra nativa, descubrió su vocación por la política. Llamó la atención de los líderes locales por su inteligencia, apostura y facilidad de expresión. Algún día pronunció un repentino discurso que causó sensación y le hizo ganar aplausos. En ese momento comenzaba su carrera en la política. Al paso de los años sería figura relevante en la región, al lado de personajes como Silvio Villegas, José Restrepo Restrepo, Fernando Londoño Londoño, Gilberto Alzate Avendaño –su ídolo–, Hernán Jaramillo Ocampo, Omar Yepes Alzate, Rodrigo Marín Bernal… La plana mayor de la intelectualidad caldense.

Para llegar a ese nivel prominente había tenido que sufrir desprecios y rechazos por su origen humilde. A todo se sobrepuso. En su mente palpitaba la idea de que las cosas importantes se consiguen con paciencia, aptitud y mérito, y hacia esa dirección enfocó su capacidad y entusiasmo para conquistar la excelencia. A medida que subía escalones, todo se iba limando. Después, sería el brillante tribuno que llenaba las salas con su palabra fulgurante y su profunda erudición humanística.

En medio de bohemias vivificantes, de su amor por el tango, la milonga y la música del alma, y dueño de una progresiva y sólida sabiduría adquirida en lecturas sin límite, aprendió a ser grande. Se hizo maestro de la palabra. Siguió la escuela del grecolatinismo, escribió 7 libros e innumerables columnas de prensa, pronunció discursos magistrales. En el 2010  se residenció en Pereira por asuntos de salud,  y allí vivió la temporada final de reposo, aislamiento del mundanal ruido y reflexión filosófica ante el declinar de la vida.

A ese estado de soledad llegó después de haber disfrutado de grandes honores en la vida pública: concejal de varios municipios, diputado, magistrado del Tribunal Superior, representante a la Cámara, embajador en Bolivia, contralor de Bogotá. Le faltaron 2 votos para ser contralor general de la república. En sus memorias se advierten muchas soledades. Mucha nostalgia. Por eso, escogió para su libro la figura emblemática de Juan el ermitaño. Con él se fue el último grecolatino que quedaba.   

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El Espectador, Bogotá, 13-II-2021. Eje 21, Manizales, 12-II-2021. La Crónica del Quindío, Armenia, 14-II-2021. El Caldense, Aranzazu, 3-V-2022.

Comentarios 

Muy buena y merecida recordación del gran César. Sin lugar a dudas, nuestro último grecolatino. Faltaron dos datos importantes: fue director nacional de Instrucción Nacional y, acaso en 1995, fue votado como el abogado penalista más destacado de Colombia. Augusto León Restrepo, Bogotá.

Por algo escribió «Memorias de Juan el ermitaño». Según cuentas, estuvo en retiro en Pereira y sacó a la luz su verdadero sentir emocional; hay soledades que no se notan, por apariencias de las personas que las padecen y demuestran ante los demás una cara y una actitud diferente. Alguna falencia lo atormentó, un amor frustrado, una nostalgia ancestral, en fin, vaya uno a saberlo. Inés Blanco, Bogotá.

Las memorias de Alberto Casas

miércoles, 16 de septiembre de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Leídas las Memorias de un pesimista, de Alberto Casas Santamaría, me queda el grato sabor de encontrar en ellas un compendio del pensamiento del autor, inspirado por sus firmes convicciones políticas, éticas y morales. Como testigo que ha sido de grandes sucesos de la historia nacional, su visión es nítida en los aspectos que trata, y sus juicios son dignos de la mayor consideración por reflejar la postura de un colombiano controversial y respetable, que además es amigo del diálogo y la concordia.

El hecho de adjudicarse la calificación de pesimista frente al manejo que han tenido los capítulos más protuberantes de la nación indica su capacidad de análisis y su rechazo a los dirigentes que no han sido capaces de encontrar las soluciones que remedien los agudos problemas que agobian al país. Dice que Colombia siempre ha vivido polarizada entre el sí y el no, a partir del enfrentamiento entre Bolívar y Santander.

El ánimo opositor llevado a extremos arrasadores ha sido la brújula constante en los dos siglos que siguieron a la Independencia. Como nadie quiere ceder y todos quieren ganar, la armonía de los colombianos se ha hecho trizas –expresión muy adecuada en el momento actual, cuando unos defienden los acuerdos de paz y otros quieren destruirlos–. La época de la Violencia, el episodio más nefasto del siglo XX, marcado en sucesivas reyertas por el sí y el no, obedeció a la lucha imparable entre liberales y conservadores, que se disputaron el poder entre 1930 y 1948 y dejaron miles de cruces a lo largo y ancho del país.

Alberto Casas posee amplia autoridad para discernir la realidad del país. Ha sido ministro de Comunicaciones y Cultura, embajador en Méjico y Venezuela, diputado a la Asamblea de Cundinamarca, concejal de Bogotá, miembro de la Cámara de Representantes, senador de la república. En el campo del periodismo ha estado vinculado a El Siglo, las revistas Diners y Bocas, el Noticiero de Mediodía, La FM y La W Radio.

Su presencia en la vida pública viene desde sus albores estudiantiles. Cuenta que a los siete años conoció a Laureano Gómez en su casa de La Candelaria, cuando el líder conservador fue a visitar a sus padres con motivo de sus bodas de plata. “Siempre me pareció una figura descomunal”, anota. Esta admiración ideológica se caracterizó más tarde, siendo estudiante del Colegio del Rosario, cuando se dedicó a promover las ideas de Álvaro Gómez Hurtado. La cercanía con la casa Gómez le fijó un puesto en la política, y ahora, en sus memorias, hace un análisis minucioso sobre el 13 de junio y la dictadura de Rojas Pinilla que nació allí.

Para la gente de hoy resultan lejanos aquellos episodios. Pocos saben que Vicente Casas Castañeda, el padre de Alberto Casas, fue el amigo más leal del presidente derrocado, y que con su célebre paraguas salió a despedirlo al aeropuerto de Techo el día lluvioso que fue desterrado a España, donde años más tarde pactaría con Alberto Lleras Camargo, el líder del liberalismo, la fórmula para acabar con el gobierno usurpador e implantar el sistema de conciliación conocido como Frente Nacional.

El sí y el no, según lo expresa el memorialista, ha sido la mecha detonante que ha agudizado los conflictos sociales de Colombia. Situados en la actualidad, dice que “lo más grave es la incapacidad del sistema judicial para castigar a los agentes de la corrupción e impedir la rentabilidad del delito”.

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El Espectador, Bogotá, 12-IX-2020.
Eje 21, Manizales, 11-IX-2929.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-IX-2020.
Aristos Internacional, n.° 35, Alicante (España), sept/2020

Comentarios 

Muy triste comprobar que nada ha cambiado, que la polarización bipartidista desde hace años ha causado la desgracia para que el país no avance y por el contrario se mantenga en el limbo de una justicia corrupta y un estado inepto. Inés Blanco, Bogotá.

Qué excelente análisis sobre el libro de Casas Santamaría, testigo presencial de muchos hechos nacionales. Jaime Vásquez Restrepo, Medellín.