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Biblioteca Piloto de Medellín

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Cómo reconforta llegar a Medellín, hoy una ciudad si­tiada, y encontrarse con esta mole de cultura que es la Biblioteca Pública Piloto, desde hace ocho años dirigi­da con admirable dedicación y brillo por la doctora Gloria Inés Palomino. Mientras con ella visitaba las instalaciones y me enteraba de las maravillosas obras que adelanta la entidad, me dolía del atentado diario con que los enemigos de la civilización traumatizan la vida metropolitana.

La cultura es la que salva a los pueblos. Cuando és­tos se desculturizan caminan entre tinieblas. Medellín saldrá adelante por su cultura ancestral. Aquí se halla, guardiana, su Biblioteca Pública Piloto como una forta­leza del espíritu. Y no se trata tan sólo de la airosa edificación material, sino de un símbolo, de una bandera que recorre barrios y periferias y proclama el triunfo de la mente sobre la mediocridad.

Tiene 4 bibliotecas satélites en las comunas de la ciudad y es la gestora de 60 bibliotecas de barrios po­pulares. En el barrio Florencia están organizados los libros en dos vagones de ferrocarril y allí se bautizó la cultura con el rótulo preciso: Tren de papel. Otra dependencia está en el barrio Moravia, antiguo basurero público. En Campo Valdés, en inmediaciones de Manrique y de otros barrios pobres de donde salen jóvenes sica­rios, existe otra excelente mansión de libros.

En la sede principal funcionan 23 talleres, uno de ellos dirigido por Manuel Mejía Vallejo, que acaba de publicar el volumen de coplas titulado Soledumbres, bajo el auspicio de la Biblioteca. Otras obras recien­tes, entre las muchas publicadas por la entidad, son Los decanos, en honor a El Espectador, que recoge el magnífico reportaje concedido por don Guillermo Cano, pocos días antes de su muerte, a Sara Marcela Bazzi; y el de Javier Henao Hidrón sobre el filósofo antioqueño Fernando González.

La Biblioteca desplaza muestras bibliográficas y pictóricas (ahora de visita por el Antiguo Cal­das) a distintos lugares del país. Las que llama cajas viajeras son colecciones infantiles que sitúa por espa­cio de tres meses en los municipios de Antioquia para despertar el interés de los pequeños lectores.

La entidad nació en 1952 por acuerdo entre el Gobierno de Colombia y la Unesco. Se creó como centro piloto para América Latina y ha cumplido misión ejem­plar. Alrededor de ella se busca la capacitación de la gente y el desarrollo de la comunidad. Este medio de cultura no formal, al acceso de cualquier persona, permite que sea el pueblo el mayor beneficiado. El autodidacta convierte su sed intelectual en acicate para abrirse las puertas del saber humano. En medio de esta montaña de libros, movidos por Gloria Inés Palomi­no como abejita en constante agitación, se ofrecen conciertos, recitales, conferencias y exhibiciones de arte. Hoy es insuficiente el edificio para atender el vertiginoso crecimiento de la ins­titución.

El total de libros llega a 120.000, a los que hay que agregar 18.000 obsequiados hace poco por Bedout y publicados por la casa editora durante sus cien años de existencia, que acaba de cumplir. Noble gesto que me­rece el aplauso de los antioqueños. Otro dato significa­tivo es el de los 3.800 lectores diarios que acuden a la biblioteca. Y el de las 7.200 personas carnetizadas que retiran libros a domicilio.

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Los antioqueños son líderes en muchos campos. Pione­ros de la industria y el comercio, han levantado esta ciudad de empuje. Hermoso modelo de urbanis­mo engrandecedor. Ahora le ha caído el ave negra de la destrucción. Pero superará la adversidad con la fe del montañero. Para ello cuenta con el arma poderosa de la cultura. Ya se han formado, con el motor principal que es la Biblioteca Pública Piloto, varias generaciones. Y la antorcha sigue prendida para alumbrar el futuro.

El Espectador, Bogotá, 13-VIII-1990.

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Misiva:

Hasta hoy tuve la esperanza de poder darle personalmente mi agradecimiento por el magnífico trabajo que sobre la Biblioteca y nuestros servicios realizó para El Espectador. Vimos cómo se entusiasmó y sintió a esta entidad, apoyando con la difusión de nuestras actividades los servicios que aquí prestamos. Es mi deseo poder tenerlo de nuevo con nosotros. Gloria Inés Palomino Londoño, directora.

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Una biblioteca que se fue

domingo, 9 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando hace poco fallecía Julio Alfonso Cáceres, insigne poeta de Armenia, me preguntaba yo por qué la ciudad no había adquirido su magnífica biblioteca. Era una colección se­leccionada a lo largo de toda la vida, con gusto y refinamiento. Es oportuno recordar que Julio Alfonso fue un estudioso obstinado que no sólo sabía querer los libros y los autores, sino que se dedicó a enriquecer su biblioteca con obras de óptima calidad.

En alguna oportunidad la Universidad del Valle, que supo apreciar el valor de este esfuerzo bibliográfico, entró en conversaciones con el poeta, pero no fue posible celebrar ninguna negociación. Y era que los libros representaban para él parte de su propia personalidad, y no se sentía entonces con fuerzas para deshacerse de algo tan pegado a sus afectos. Esto no obstante saber que sería la mejor manera de proteger su patrimonio en la posteridad.

Después, ya enfermo y presintiendo sin duda la aproximación de la ho­ra final, ofreció sus libros a entidades de su propia tierra, sin que ninguna se hubiera interesado en ellos. Creo, inclusive, que nadie se tomó el trabajo de examinarlos y hacerlos avaluar. Yo mismo, conocedor del propósito de venta y sabiendo la importancia de resguar­dar esta obra que podría desintegrar­se o subestimarse más adelante, hi­ce algunas gestiones y no encontré respuesta. Ni el municipio, ni el departa­mento, ni las dos universidades, ni el Comité de Cafeteros, ni persona alguna impidieron que la obra cultural, eminentemente quindiana, se escapara de la ciudad.

La Universidad de Caldas la ad­quirió. La transacción fue rápida, por­que la calidad saltaba a la vista. La cultura quedó defendida, por fortu­na, pero hay que lamentar que la pro­pia tierra del poeta no hubiera abier­to los ojos a tiempo. Ya es tarde, si acaso le da por sentir la pérdida. Esa, por otra parte, es la triste historia de los poe­tas y escritores. Mueren por lo general en silencio, ignorados y me­nesterosos. Sus dolencias no intere­san a nadie, por lo mismo que las letras andan de capa caída. La gente olvida que son los escritores los que realzan el nombre de los pueblos.

Hay que reclamar mayor atención para que se defienda el patrimonio cultural. Es preciso preservar las ex­presiones vernáculas. Una manera de engrandecer el destino es hacer valer lo propio, lo que fluye del fol­clor. Armenia debería no  sólo esperar que se le formulen solicitudes, como es el caso del poeta Cáceres, y com­placerlas, sino mantener cerradas sus fronteras para que no se escapen sus tesoros. Lo mismo en lo referente a una colec­ción de libros que a una colección de cerámica quimbaya.

Caldas se preocupa por la cultura. La biblioteca de Silvio Villegas, comprada por el Banco de la República, se encuentra en clasificación para abrirla al público. Las ciudades necesitan bibliotecas públicas, salas de conciertos, museos, galerías de arte. Defendamos lo nuestro, con ojo avizor y con celo, para evitar que el vecino termine siendo más listo.

La Patria, Manizales, 22-VIII-1980.

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Comentario:

Además del caso humano que este hecho encierra, hay que mirar el fenómeno planteado desde dos ángulos muy especiales: el uno, la pérdida lamentable del espíritu cívico que antaño era tan común en nuestra comarca; y el otro, el grave pecado de la indiferencia hacia una obra que nunca ha existido en Armenia y que se requiere con urgencia, o sea, el de una bien dotada biblioteca pública que en cómodas instalaciones permanezca abierta al público ojalá las veinticuatro horas del día, incluyendo los domingos y feriados. Horacio Murillo Calvo, Armenia.   

Biblioteca Banco Popular

domingo, 8 de mayo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

«Con el propósito de contribuir a una más amplia difusión de nuestra Historia y de nuestra Cultura, y en lo que la Dirección del Banco ha entendi­do que no es empresa ajena a sus obje­tivos sociales sino labor que con éstos se complementa cabalmente, se consti­tuyó un fondo especial destinado, en su fase inicial, a la publicación de obras de autores colombianos o de autores extranjeros en materias relaciona­das con nuestro país. Con la edición paulatina de estas obras se habrá de ir conformando la ‘Biblioteca Banco Po­pular…»

Tal el enunciado con que el doctor Eduardo Nieto Calderón puso en ma­nos del público, hace cinco años, el primer título de esta formidable serie que está llenando un vacío, con la ree­dición de libros agotados por completo y rebuscados antes en vano por nues­tro país intelectual. Se inició la biblio­teca con la biografía del general Hermógenes Maza, escrita para la ocasión por don Alberto Miramón, presidente de la Academia de Historia, obra que se agotó en cortos días y que el Banco, atendiendo la in­sistente demanda de los lectores, reimprimió poco después en tiraje más extenso.

Siguieron títulos de verdadero interés, todos meditados, todos calculados, y en  cada uno de ellos fueron resuci­tando viejas piezas de la intelectuali­dad del país, trozos descollantes de este inmenso acervo cultural, en sus diversas expresiones.

El Banco Popular recupera así, con el tesonero afán con que el doctor Eduardo Nieto Calderón sabe humanizar la rigidez del organismo crediticio, obras de invaluable significado en nuestro mundo cultural. No hay du­da de que la gente, por lo general perezosa para la lectura, por no decir que indolente para romper la ignorancia, se está familiarizando con los sucesos históricos y con las manifestaciones de la cultura a través de todos los tiempos.

Este difícil empeño del doctor Nieto Calderón comenzó concentrando la atención hacia el estudio de nuestro mundo aborigen (La civilización chibcha, Memoria sobre las antigüedades neo-granadinas, La melancolía de la raza indígena…), para ir entremezclando páginas significativas de la historia, como Francisco Antonio Zea, Memorias de un abanderado, Lecciones de Historia de Colombia (compendio que, en tres tomos, representa verdadero manual de historia patria), Orientación republicana, de Carlos E. Restrepo, y tantas más de imposible reseña en esta breve nota.

Se recogen, de paso, memorables jornadas costum­bristas, como los Artículos escogi­dos, de Emiro Kastos, o El rejo de enlazar, de Eugenio Díaz, o Museo de cuadro de costumbres, que reúne, en cuatro tomos, a los connotados exponentes del género en el siglo pasado. Matizando la colección están primicias como Los amigos del poeta, de Eduardo Carranza, o Regreso entre la niebla, de Alberto Ángel Montoya, o El Hombre que se adelantó a su fan­tasma, del mismo autor.

Van 57 títulos. Cada uno pesa en la bibliografía colombiana. Y no solo cuentan la calidad de los autores y la estupenda confección editorial, sino su ínfimo precio, pues el libro se distribuye por su costo de $ 20.oo o $ 30.oo, y en algunos ca­sos por debajo de él.

Por fuera de serie han aparecido li­bros de impacto: Panamá y su separa­ción de Colombia, Hacia el pleno empleo, Informe Musgrave, Desa­rrollo económico de Colombia, Tres puertos de Colombia.

Encomiable labor esta del doctor Eduardo Nieto Calderón que así res­taura el patrimonio cultural del país, lo mismo que lo hace en el campo de la cerámica precolombina con el Museo Arqueológíco del Banco Popu­lar, dos pilares de su sensibilidad pa­triótica y de su noble ancestro. Y para hacer más accesible el libro al grueso público, como si no fuera suficiente distribuirlo a través de las oficinas del Banco Popular, ha querido que tam­bién se confíe su difusión a las libre­rías aprestigiadas del país, como en Ar­menia lo hace la Foto-Club, manteniendo uniforme el precio de venta. Así se hace cultura.

«Aspiramos –dice en el primer nú­mero de la biblioteca– a que la fun­ción social que el Banco Popular desa­rrolla en el campo del crédito para be­neficio de los sectores populares, os­tente, además, con esa actividad com­plementaria, un contenido humanísti­co que contribuya no solo a justificarla en mayor grado, sino a enaltecerla».

La Patria, Manizales, 6-IV-1974.

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Misiva:

Mucho le he agradecido el generoso despliegue sobre la Biblioteca del Banco. Es usted muy amable en sus apreciaciones y conceptos sobre esta modestísima obra que, sin embargo, sólo personas como usted saben valorar por lo menos en la intención que lleva. Eduardo Nieto Calderón, presidente del Banco Popular. 

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