La vieja arquitectura antioqueña
Por: Gustavo Páez Escobar
Ponderable labor cumple el Fondo Cultural Cafetero, bajo la dinámica dirección de Aída Martínez, en el rescate y preservación del pasado histórico del país. Se trata de un organismo silencioso y positivo, ajeno a toda ostentación, que de manera elocuente y con el exquisito tono femenino que ha sabido imprimirle su directora, ha vinculado toda su capacidad económica y artística a la exaltación de nuestra cultura.
En este diciembre nos sorprende con la edición, en asocio con la Universidad Nacional, de un hermoso libro dedicado a la arquitectura de la colonización antioquena. Es el primero de una obra gigante de varios volúmenes, con la que se abarcará todo el territorio colonizado por los antioqueños.
El autor es el quindiano Néstor Tobón Botero, arquitecto y sociólogo de la Universidad Nacional y especializado en urbanismo en Italia, quien tras largas y profundas investigaciones logra plasmar, rescatándolo de un pasado que el modernismo tiende a desdibujar, el paraíso arquitectónico diseminado en los pueblos viejos.
La lente fotográfica de Olga Lucía Jordán ha captado en maravilloso juego de colores, y con la autenticidad y el encanto que sólo son posibles en el arte, la hermosura de esos entornos. Es un ayer que va en fuga por el atentado permanente de autoridades y gentes destructoras, y que parece detenerse en el tiempo —y a veces sólo en el recuerdo— a través de la policromía de este libro admirable. Por él desfilan poblaciones de ensueño: Abejorral, El Jardín, El Retiro, Jericó, La Ceja, Marinilla, Rionegro y Sonsón.
En nuevas jornadas se llegará al Antiguo Caldas, cuyos tres departamentos, a pesar de la división territorial, conservan íntegra su identidad ancestral. Reformar por reformar, sin el requisito de la estética y el respeto por las joyas coloniales, es destruir, bajo el ímpetu de un urbanismo atolondrado, el patrimonio cultural de los pueblos.
Los editores del libro, Benjamín Villegas y Asociados, conquistan honores con el colorido de sus páginas esplendentes, y contaron con el profesionalismo de OP Gráficas. En la obra se conjugan además otros esfuerzos, y todos merecen reconocimiento por su contribución a la cultura.
Este empeño no se ha encaminado tan sólo a presentar unas policromías lugareñas, sino a resaltar los ingredientes de una civilización. El viejo modelo greco-quimbaya adquiere esplendor en cada uno de los pueblos inventariados al presentar el conjunto de puertas, canceles, ventanas, cielos rasos, portones y contraportones, patios y zaguanes. Los recursos indígenas de la guadua, el bahareque y la madera se muestran incólumes en este repaso artístico.
Y se destacan los rasgos fundamentales del hábitat primitivo. Alrededor del patio giraba la alegría hogareña, con la luminosidad del ambiente y el reposo de los corredores. La destreza artesanal de los antepasados es, por ironía, lo que hoy está derrumbándose en muchos sitios. Esa mezcla de sobriedad y elegancia de las viejas construcciones le inyectaba dignidad a la vida. El fogón, la pesebrera, la puerta-ventana enmarcaban el coloquio permanente de las familias.
El libro de Tobón Botero es una hazaña de los colores y las dimensiones arquitectónicas del ayer legendario, en buena hora rescatado por el Fondo Cultural Cafetero y la Universidad Nacional. Hay que celebrar que esto ocurra para bien de las futuras generaciones, que tanto tienen que aprender de los tiempos pasados.
El Espectador, Bogotá, 26-XII-1985.