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Los 100 libros de Villegas Editores

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Han llegado al primer centenar los libros ilustrados que edita Villegas Editores sobre los más variados temas de la vida colombiana. Obras maravillosas por su alta calidad gráfica y literaria. Esta colección, que nació en forma silenciosa en el año de 1973, recoge el alma del país en múltiples y encantadas imágenes que no sólo deslumbran los ojos y el corazón de los colombianas sino que le dan la vuelta al mundo como mensaje vivo de nuestra idiosincrasia.

Al frente de esta labor colosal, cuando desde otros frentes se empaña y se deshonra el nombre de Colombia, existe un quijote que entiende su vocación artística como compromiso con su patria y se ha dedicado a esparcir a todos los vientos, como manojos de esperanzas, una siem­bra constante de cosechas que recor­darán a las futuras generaciones que el nuestro es un país lindo.

Se trata del arquitecto Benjamín Vi­llegas, consagrado durante 23 años de producción editorial a extraer las raíces de nuestra identidad histórica. Tal vez en sus comienzos no pensaría él que su sueño se tornara centenario, una manera de definir la persistencia y los alcances de los hechos grandes. Benjamín Villegas, desde que inició su empresa editora, no se ha detenido en su em­peño de desentrañar nuevos filones ar­tísticos dentro de su colombianismo in­curable.

El título Atavíos corona la meta de estos cien volúmenes de gran formato que se han convertido en una lección constante de Colombia. Este volumen, que cuenta con el patrocinio del Banco de Colombia, otra empresa tan arraigada en la con­ciencia del país, ofrece un panorama pro­vocador sobre lo que pudiera llamarse modas atávicas de los colombianos, pre­sentadas por una corte de modelos que parecen extraídos de la misma entraña de la naturaleza.

Las prendas de vestir, artesanías, joyas y accesorios diversos con que se representa una cultura –o mejor, muchas culturas–  arrancan desde los tiempos prehistóricos y rescatan las raíces indígenas de la na­cionalidad. Es la propia raza colombiana, encarnada por bellas y enigmáticas mujeres que, con su desnudismo lla­meante y exhibiendo prendas singulares, muestran la evolución de los tiempos y el colorido de la riqueza artesanal del país.

No hay libro de Villegas que no lleve implícito un cuadro de costumbres. Cuando el tema se recrea en la flora, o en las mariposas, o en las casas coloniales, o en las fiestas de los pueblos, o en las casas campesinas, en todos se dibuja un espacio de nuestras costumbres y manera de ser.

Portentoso y admirable y embrujado este viaje por cien motivos de la patria ancha y espectacular que un día, hace 23 años, comenzó a rescatar, con lente artística y alma poética, un ena­morado de la tierra, las tradiciones y el alma colombianas.

Benjamín Villegas y su equipo de fo­tógrafos, artistas y asesores saben hacer patria.

El Espectador, Bogotá, 11-XI-1996.
La Crónica del Quindío, 19-XI-1996.

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El arte de Villegas Editores

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Las maravillosas ediciones salidas en los últimos días de Villegas Edi­tores se convierten en mensajes navideños del mejor arte co­lombiano, que envidian los paí­ses más avanzados del mundo. Los libros de esta casa, tanto por la calidad de los textos co­mo por su preciosismo fotográ­fico y maestría editorial, conquistan altas ponderaciones en Colombia y en el exterior.

Son libros que se hicieron pa­ra fascinar los ojos y embrujar el espíritu. El arquitecto e his­toriador Germán Téllez ofrece en Casa Colonial un viaje por las ensoñadoras construccio­nes de los siglos XVI, XVII, XVIII y comienzos del XIX, captadas con lente mágica y analizadas con rigor académico. El editor magnífico, Benjamín Villegas, que también es arquitecto hu­manista, proclama en las pa­labras del prólogo que «más que un espacio en el mundo, una casa es un espacio en el co­razón».

Otro libro que rescata las ve­tustas edificaciones sembradas en todo el país como legado del ayer romántico es Casa Republicana, la bella época en Colombia, con inves­tigación y textos generales del arquitecto Alberto Saldarriaga Roa, y el aporte de Antonio Castañeda Buraglia en la fotografía principal. Es testimonio de la arquitectura y decoración que siguieron a la independen­cia de España en 1819, donde se rompió el período del régimen colonial. Se muestra aquí la capacidad del país para crear originales conceptos de invención cultural.

El libro Fiestas, celebraciones y ritos en Colombia, cuyo texto lo escribe la antropóloga Nina S. de Friedemann, autora de vastas investigaciones, y la fotografía general la elabora el geólogo y reportero gráfico Jeremy Horner, es un recorrido por los carnavales y fiestas de que son tan ricas las regiones colombianas. Los ritos, cele­braciones e imaginerías locales obtienen la vistosidad del arte que sabe plasmar los dis­fraces, las máscaras, las danzas y expresiones de un pueblo que ríe, se contorsiona y reza en vibrante canto a la vida.

Observando la multitud de oficiantes del jolgorio, que unas veces es sagrado y otras pro­fano, parecen escucharse los sonidos de guabinas, bundes, vallenatos y músicas negras que salen de lo más profundo de la entraña popular. Este libro recoge una muestra alegre de legítimo folclor.

Los países andinos desde el satélite, cuyos textos son de L. Enrique García, Gustavo Wilches-Cháux y Olivier Bernard, es obra fantástica, que por lo mismo parece irreal. Es el primer trabajo de esta índole que se publica en el mundo. Tamaña tarea la de captar a 830 kilómetros de la superficie de la Tierra, a través del satélite Spot francés, los países que componen la región andina. La realidad visual de los Andes aparece en imágenes curiosas, pero con medidas exactas –gra­cias a los modernos sistemas de computación– y permitirá a los científicos adentrarse cada vez más en el globo terráqueo y aportar nuevas ideas para la interpretación de los fenóme­nos geográficos.

A Benjamín Villegas le debe Colombia estos pasos audaces que presentan una dimensión diferente del arte editorial.

El Espectador, Bogotá, 29-XI-1995.

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Una jornada en Macondo

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El fotógrafo alemán Hannes Wallrafen, de 44 años de edad, no cuenta en el libro de fotografías que acaba de publicar –con el patrocinio de Gavicafé y el sello editorial de Villegas Editores– cómo nació su pasión por la obra de Gabriel García Márquez. Sólo sabemos que como fotógrafo documental se lanzó en 1976 a recorrer el mundo, llevado por su arte y su imaginación, y que entre  1988 y 1991 realizó tres viajes a nuestro país que aprovechó para entender el clima mítico de los pueblos macondianos y plasmar escenas que pudieran traducir los pasajes que más lo habían impactado de los libros leídos.

Habrá que deducir que desde su lejana geografía se sentía seducido por el enjambre fantástico de mariposas amarillas en eterna proliferación; de seres increíbles con cola de cerdo; de mujeres huidizas en perfecta levitación; de buques fantasmas y soledades milenarias; de coroneles silenciados y patriarcas inmortales; de fijodalgos adúlteros y plebeyas pecadoras, en medio de la explosión de Úrsulas, Amarantas, Arcadios, Ferminas… y Buendías de múltiples generaciones.

Hannes le tomó la temperatura al ambiente caribeño después de entrar por las tierras sedientas de Aracataca, Ciénaga, Mompox, la Guajira y Cartagena, sitios ideales para seguir los duendes de la creación hechizada que buscaba desentrañar.

Bien sabía el fotógrafo que Macondo no era un pueblo sino una ficción. Una alegoría, un territorio onírico, y no un lugar geográfico sujeto a deformaciones y mentiras. Macondo era un estado del alma, y por consiguiente no se podía fotografiar con placas comunes y corrientes.  A la lente había que ponerle poesía y sor­tilegio para que captara la atmósfera alucinada. Y lo consiguió.

Cuando el novelista vio las imágenes fotográficas creyó hallarse ante una de las recónditas fantasías. Así describe su sorpresa: «Sufrí una rara con­moción cuando Hannes me las mostró, bajo el sopor de los calores de marzo, en una destartalada oficina de Cartagena de Indias. No encontré ninguna imagen igual a las que sustentan de algún modo mis novelas, y sin embargo, el clima poético era el mismo».

Al universo literario de Gabriel García Márquez le resultó, sin que él lo hubiera buscado ni presentido, un retratista de almas. Era lo que le faltaba al realismo mágico patentado en su obra. Quizá, ahora sí, se anime el escritor a permitir una versión de Cien años de soledad para el cine, aventura que no ha querido correr por la dificultad de que alguien, que no sea él mismo, sepa inter­pretar los personajes. Si un fotógrafo lo hace, también lo haría un experto director del arte cinematográfico.

Las espléndidas fotografías que pre­senta Hannes Wallrafen valen por sí so­las. Y compaginadas con textos de los libros, adquieren otra personalidad. Sea­mos precisos: se volvieron macondianas, es decir, intemporales.

La Crónica del Quindío, Bogotá, 12-XI-1995.
Prensa Nueva Cultural, Ibagué, octubre de 1995.

 

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La pintora Graciela Gómez

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La exposición de pintura de Graciela Gómez –en el Sena­do de la República, que fina­lizó en días pasados– me hizo descubrir la obra maravillosa de esta colombiana a quien su propia tierra ha dejado de brindarle el reconoci­miento que merece por su tesonera y brillante labor, mientras en dis­tintos países de América y de Euro­pa su nombre despierta hondas simpatías. Esto demuestra, una vez más, que no sabemos valorar ni estimular el talento colombiano, y además somos sordos a los aplau­sos que en otras latitudes se tributan a nuestros artistas.

Graciela Gómez ha visitado 24 países en función de su arte, ha presentado 62 exposiciones individuales y ha participado en 30 colectivas. El 15 de febrero próximo asistirá en Hungría, por espacio de un mes, al simposio de artistas europeos que se llevará a cabo en Debrecen (región de Hortobagy), donde es la única invitada de América. En septiembre atenderá otro compromiso similar en la capital de Bélgica.

He tenido la suerte no sólo de admirar su producción de los últimos años, sino de enterarme, a través del exquisito libro que le publicó Italgraf en 1984, de los inicios de su carrera, de sus primeras luchas y de su irrevocable vocación artística. Leyendo estas páginas me he encontrado con la sorprendente niña prodigio que a los 11 años de edad se ganó una beca para estudiar pintura, que no pudo aceptar por ser apenas una niña; y que a los 14 años hacía su primera exposición en La Biblioteca Nacional ante un público incrédulo.

La presentó el poeta Hugo Salazar Valdés, que halló en ella, a pesar de su corta edad, «el verbo de su paleta, la diafanidad de su pulso, la verdad del mundo de sus sueños». Y pro­clamó que se trataba de un gran talento.

Desde entonces –y han corrido 40 años– Graciela Gómez no se ha detenido en su mundo creador, hasta consolidar una obra inmensa, siempre en permanente combustión, aplaudi­da en los escenarios mundiales de la fama. Ella misma, en uno de los tantos pensamientos elaborados en sus momentos íntimos, y que ador­nan (porque además tiene innega­bles dotes de escritora y poetisa) las páginas del libro atrás citado, define así la fuerza de su espíritu: «Dame un mundo y os daré formas, dame un cielo y os daré nubes, pero dame ilusiones y os entregaré la vida en un perenne juego de luces».

En los trazos vigorosos de sus figuras, y sobre todo en los rostros y la anatomía con que pinta las mujeres de su universo alucinado, hay algo que cautiva y son las líneas inconfundibles de su estilo. Ella ha implantado, al igual que Armando Villegas, el sello peculiar que hace distinguir su pintura de cualquiera otra. En esos rostros desmayados, donde lo irreal juega con lo sensual, y lo corpóreo con lo espiritual, se sorprenden hilos misteriosos de nostalgia y arrobamiento, de soledad y tristeza, de abandono y al propio tiempo de serenidad, de ritmos voluptuosos y recónditas cargas emocionales. En sus mujeres hay presencias y lejanías, dolor y ensueño, tragedia y misticismo.

La pureza del alma alterna con la voluptuosidad de la carne, y crea en los ojos y en la imaginación del espectador un enjambre de líneas sinuosas, de arabescos en fuga, de volutas im­precisas, donde en definitiva es la mujer plena quien emerge, con la poesía del color y el lirismo surrea­lista, por entre las luces del sublime arte pictórico.

*

Me detengo en las formas femeni­nas por ser la mujer el tema preferi­do, y en el que más se realiza, de esta maestra de lo subjetivo que ha sabido mover su alma entre tonos vibrantes y emanaciones febriles. La mujer es para ella flor y fruta, aire y paisaje, pasión y éxtasis. Su arte (la mujer así concebida) se derrama en la naturaleza y crea flores exuberantes y sugestivos con­tornos ecológicos. Una vez, ansiosa de la patria en lejano país, suspiró por Colombia en esta anotación que refleja la ansiedad del retorno: «Ne­cesité del paisaje de mi tierra y del tiempo detenido en las tapias de los pueblos; necesité del cielo gris y del verdor de la sabana».

Y aquí vuela, de temporada en temporada, para seguir consumida en su arte, en su perenne sinfonía inconclusa. Ojalá los colombianos descubran que ella es nuestra.

El Espectador, Bogotá, 24-XII-1993

 

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Bené: 40 años en Colombia

miércoles, 14 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El nombre de Bené, el famoso fotógrafo austríaco radica­do en nuestro país en 1953, se volvió familiar para los bogota­nos. Estos 40 años representan una trayectoria digna de encomio, no sólo por su contribu­ción artística sino por su solidari­dad con la ciudad que le ha brinda­do hospitalidad y se siente orgullosa al contarlo como uno de sus hijos dilectos. De no ser por mi encuentro ocasional con el personaje, tal vez este aniversario hubiera pasado inadvertido.

Alcanzo a acordarme del estable­cimiento situado en la calle 25 con carrera 10, en inmediaciones del teatro Olympia. Eran los comienzos del artista en pleno corazón de Bogotá, cuando la reposada ciudad de entonces no dejaba presentir el gigantismo turbulento de hoy en día. En aquel sitio se acreditó, por espacio de 15 años, la Foto Bené. Este rótulo se convirtió en marca de categoría por la alta calidad del producto, y además hizo carrera entre el público la cordialidad con que el dueño de casa se dispensaba a su clientela.

Los hogares bogotanos comenza­ron a buscar a Bené como un mago de la fotografía. El general Rojas Pínula, que acababa de asumir el mando de la nación, fue de los primeros en utilizar los servicios del fotógrafo de moda. Aquellas fotos de la familia presidencial se hicieron famosas en el país y hoy pertenecen, en los álbumes íntimos que el tiempo no ha logrado desvanecer, a los más hondos recuerdos. En igual forma, la lente mágica llegaría al hogar del doctor Lleras Restrepo y a otras personalidades de la época y de los tiempos sucesivos.

Gerardo Bené estudió fotografía en Viena, donde se graduó en 1937. De allí, a raíz de la guerra, salió en 1939 y por espacio de 14 años se estableció en Chile. A comienzos del 53 hizo escala en Colombia, dentro del viaje que realizaba a Miami, invitado por un amigo alemán que poseía una finca en Santandercito. Se enamoró de Colombia y aquí se quedó. En unión de su esposa, de nacionalidad checoslovaca, ha teni­do la alegría de cuatro hijos y seis nietos colombianos. Esta circuns­tancia le concede carta de naciona­lidad colombiana. Dos de sus hijos residen hoy en los Estados Unidos, y los otros dos (Mónica y Federico) heredaron su vocación artística. Hoy son los grandes continuadores de su obra.

Cuando Bogotá se fue extendien­do hacia el norte, trasladó su estu­dio a la calle 100 con carrera 19, donde permaneció por espacio de 20 años. Luego, durante los últi­mos 5 años, sentó sus reales en el señorial barrio El Chicó (avenida 19 con calle 97). Esto revela un hecho significativo: que Bené viene avan­zando con el mismo crecimiento de la ciudad. Cuando mi esposa le llevó la estupenda foto que le había tomado tres décadas atrás, se sintió emocionado con su arte perdura­ble.

¿Cuál es el secreto de su estilo? Sin duda, la naturalidad con que capta a las personas. Con la compo­sición de las luces imprime la plasticidad y la profundidad que tanto se admiran en sus estudios. Fue el primer profesional que en 1969 comenzó a trabajar en color directo. Continúa dando la pauta en la magia del color. Su laboratorio no procesa en serie, como es lo usual en plena era industrial, sino foto por foto. A cada una de ellas le da el tratamiento de obra de arte (y van 30.000, por lo menos, desde que se radicó en Bogotá por feliz casualidad).

Su especialidad son los retratos de adultos y sobre todo de niños. Y su mayor gratificación, recibir al cabo de los años, como le sucede con frecuencia, a las personas adul­tas que ayer fueron niños y hoy llegan rodeados, para nuevos estu­dios, de sus hijos y nietos. Se diría que el tiempo no pasa en la lente de este maestro de la fotografía. Alegra y fortifica hablar con Bené. Su vida merece reconocimiento público –y que tomen nota de ello las autorida­des– como ejemplo de trabajo, crea­tividad y fe en Colombia.

* * *

RECONOCIMIENTO A BENÉ.– Con mo­tivo de los 40 años de estadía de Gerardo Bené en Colombia, que fue­ron destacados por esta columna, manifiesta lo siguiente el señor presi­dente de la República: «Comparto las afirmaciones que usted escribió en su artículo titulado Bené: 40 años en Colombia, ya que he sido, como muchos colombianos, testigo de su lente profesional, de su particular sensibilidad como fotógrafo, lo que le ha permitido capturar en su estudio a tantas y tantas figuras de nuestra historia política reciente, como también a miles de familias que guardan como verdaderos tesoros las fotos que les tomara.

«No me cabe la menor duda de que el maestro Bené ha dejado una profunda huella en la historia fotográfica de nuestro país. Así lo han reconocido en múltiples oportunidades diversos maestros quienes han seguido su misma senda donde la elegancia, el enfoque preciso, el revelado nítido, forman parte de su manera particular de detener el tiempo, de hacer poesía con los rostros de la gente. Como usted bien sabe, Gerardo Bené ha sabido elevar la fotografía a una categoría que muy pocos alcanzan. Sus fotos no son fáciles instantáneas sino estimables obras de arte. César Gaviria Trujillo”

El Espectador, Bogotá, 21-VI y 28-VII-1993.

 

 

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