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Un consagrado músico boyacense

martes, 4 de abril de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A Carlos Martínez Vargas lo conocí en Tunja en 1987. Estaba yo de paso por la ciudad, y el gobernador del departamento, mi dilecto amigo Carlos Eduardo Vargas Rubiano, me invitó a un almuerzo en la Policía. Martínez Vargas, acompañado de su guitarra entrañable, animó la reunión con amenas piezas de su arte musical.

Supe que dirigía la actividad cultural de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. A partir de entonces nos ha unido cordial amistad. Tiempo atrás se desempeñó en la vida política como alcalde de Santa Rosa de Viterbo (su tierra natal), diputado a la Asamblea de Boyacá y concejal de Tunja.

La política, la música y la cultura conformaban la esencia de este personaje boyacense que me surgió en el camino durante mi tránsito por Tunja hace 30 años. Me ha correspondido verlo actuar como músico en diversos escenarios: la Concha Acústica de la ciudad, el festival de música de Tibasosa, el teatro Colón de Bogotá, su cabaña El Encanto en Moniquirá, donde dialogamos toda una tarde en asocio de su compadre Fernando Soto Aparicio (que cumple un año de muerto el próximo 2 de mayo). Por asuntos de salud, Carlos reside hoy en Fusagasugá.

Desde muy joven sintió la vocación musical. Tiempo después recibió clases particulares de canto, luego se matriculó en la Academia de Música de Tunja y se especializó en guitarra. La vena la heredó de su padre, quien como flautista hizo parte de la orquesta de Luis Martín Mancipe, otro ilustre compositor boyacense, oriundo de Soatá. Boyacá ha sido tierra de grandes músicos.

En 1974 inició su carrera artística. Su repertorio se compone de más de 300 obras entre instrumentales, musicalizaciones y canciones. Ha alternado con eminentes figuras de esta actividad: Jorge Villamil, Jaime Llano González, Álvaro Dalmar, Silva y Villalba, Óscar Álvarez Henao, entre otros.

Ha obtenido numerosos premios, y su nombre ocupa sitio destacado en el panorama nacional, como autor de bambucos, pasillos, boleros, guabinas, torbellinos, pasodobles y otros géneros. Ha dedicado himnos a muchos municipios de Boyacá, al tiempo que ha enaltecido el folclor regional a través de sus canciones. Este es el legado perenne que deja a su familia y a su tierra. Con dicha realización se siente feliz su esposa Luz Irlanda, objeto de todas sus complacencias.

La música es un lenguaje universal de alegría e inspiración afectiva. Carlos la lleva en la sangre y le vibra en el espíritu. Decía Álvaro Gómez Hurtado que la música es la primera de las artes. “Que no se apague el canto”, proclama Soto Aparicio en el prólogo del libro Mi música, editado por Martínez Vargas el año 2015.  

Al escribir estas líneas me acuerdo de mi amiga tunjana Elvira Lozano Torres,   que cumplió largos años en el oficio pedagógico del arte musical, tanto en la Escuela de Música como en la Universidad Pedagógica y Tecnológica.

Como tributo a nuestra tierra ancestral, y en gesto de admiración a Carlos Martínez Vargas, anoto esta estrofa de su bello poema musical dedicado a la campesina boyacense: “Mujer de campo y de sol con ojos adormecidos, / pedazo de luna llena, mujer de llanto y suspiro. / Las manos entrelazadas cobijan la voz de un hijo / mientras el joto a la espalda dormita buscando abrigo”.

El Espectador, Bogotá, 31-III-2017.
Eje 21, Manizales, 31-III-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 1-IV-2017.

Comentarios

Felicitaciones para el ilustre maestro boyacense de la música y el columnista que no olvida -y mejor, rescata- los valores culturales de la tierra nativa. César Hoyos Salazar, Armenia.

Muy buen artículo sobre Carlos, el nariñista boyacense y bolivariano integral. Un gran abrazo musical. Antonio Cacua Prada, Bogotá.

Me emociona la mención de mi labor pedagógica. Este es de verdad un título valioso. Fue un trabajo sencillo y constante, pero ejercido con amor y dedicación. Son los únicos méritos de mi labor, por los cuales he recibido mucha satisfacción al ver las realizaciones de mis alumnos y sus expresiones de aprecio y cariño. Comparto el recuento de la vida y la obra de Carlos Martínez Vargas, lo mismo que el concepto sobre el significado de la música que expone el artículo. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Qué amplísima y noble actitud para conmigo. Sencillamente he tratado de ser lo que soy y seguiré siendo: amar a Colombia, a nuestra tierra boyacense y sus más caros valores. La letra de la canción Campesina boyacense es de Cecilia Salazar Martínez. Yo me limité a hacer la música, tal como ocurrió con Romanza para una mujer enamorada, Colombia ausente, Antojitos y otras de Fernando Soto Aparicio; La soledad de Bolívar, de José Umaña Bernal, y muchas más. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

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Personaje quindiano

jueves, 26 de enero de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Para hablar de Carlos Botero Herrera tengo que retroceder medio siglo en la historia del Quindío. Lo conocí en 1969, cuando me establecí en Armenia. Carlos era gerente de la Nacional de Seguros y además sobresalía en otras actividades: compositor, cantante, poeta, periodista, líder cultural y cívico. Cabe aplicar el refrán: “De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco”.

Nació en Samaná (Caldas), y desde muy joven se residenció en Medellín, donde cursó los estudios primarios y de bachillerato. Luego se trasladó a Armenia, donde ha permanecido por el resto de su vida.

En la capital antioqueña, como lo cuenta con la sencillez y la simpatía que le son características, se inició como mensajero del bufete de Fernando Mora, donde tuvo oportunidad de conocer y hacerse estimar de figuras eminentes del país, como Diego Luis Córdoba, Belisario Betancur, Gustavo Vasco, el “tuso” Luis Navarro Ospina, Gil Miller Puyo y el poeta Rafael Ortiz González. En Medellín comenzó a escalar posiciones en el campo laboral.

En 1956 llegó al Quindío. Años después le fue ofrecida la gerencia de la Nacional de Seguros, que ejercería durante 25 años. En su época de retiro fue asesor de varias firmas aseguradoras.

En el Quindío se embriagó de paisajes, belleza y emociones. El mayor éxito en el arte lo obtuvo hace 60 años con el bambuco Campesinita quindiana, convertido en himno regional de la vida agrícola. Con Caña azucarada conquistó el primer puesto en el festival de la canción en Villavicencio, junto a José A. Morales, premiado con su bambuco Ayer me echaron del pueblo.

Años después, Sangre de café, con letra del escritor caldense Iván Cocherín y  música de Botero Herrera, fue la ganadora del Centauro de Oro en el mismo festival. Un día, Carlos se hallaba en San Andrés disfrutando de una movida fiesta a la orilla del mar. Contagiado de trópico y acuciado por sus amigos para que le pusiera poesía al paisaje, pidió papel y lápiz y en minutos escribió su famoso Jhonny Kay, que en los años 60 sería una de las canciones resonantes de Leonor González Mina –la Negra Grande de Colombia–.

Cumbias, bambucos, pasillos, boleros y baladas del autor quindiano han vibrado en las voces y los instrumentos de grandes intérpretes de la canción: Dueto de Antaño, Cantares de Colombia, la Negra Grande de Colombia, Trío Martino, Lucho Ramírez, Víctor Hugo Ayala.

En 1963, la Gobernación de Caldas le publicó el volumen de poesía que lleva por título Mares de fuego. Desde entonces, no ha vuelto a aparecer un nuevo libro suyo, a pesar de que su producción literaria es numerosa, al igual que la musical. Es autor de delicados poemas inéditos, de corte romántico, que he tenido el privilegio de conocer.

Sobre la poesía que se explaya en las canciones, y que los críticos suelen no verla, me viene a la mente el caso del reciente nóbel de literatura, el compositor y cantante Boy Dylan, sobre quien la academia sueca expresó el siguiente criterio al otorgarle el galardón: “Haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición americana de la canción”.

¿Qué ha sucedido para que la obra del autor quindiano duerma en el olvido? Ojalá tomen nota los promotores de la cultura regional y rescaten su poesía con motivo de los 90 años que cumple en el 2017.

El Espectador, Bogotá, 20-I-2017.
Eje 21, Manizales, 20-I-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 22-I-2017.
Academia de Historia del Quindío.

Comentarios

Leí con atención y emoción tus letras sobre Carlos Botero Herrera. Me pareció estar viendo su figura campechana recorriendo aún las calles de Armenia con su sombrero de tela, la camisa abotonada al cuello, su mirada paisa y afabilidad eterna. Representa, siempre alegre y entusiasta, al abuelo de un pueblo, de una sociedad, que lleva con orgullo su cultura y habla con humildad y sabiduría. Carlos vibra con todo, él tiene la cualidad de ver en cada cosa, por pequeña que sea, universos infinitos que goza como un niño. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Me gustó mucho el artículo sobre Carlos Botero Herrera. Hay que rescatar muchas cosas hermosas que tenemos en Colombia: los valores, el folclor, etc. Se trata del legado que han dejado nuestros padres. Joaquín Gómez, Santa Marta.

Con tu magnífica nota me has removido recuerdos sobre los logros artísticos e intelectuales del inolvidable compositor. Gracias por añorarlo de tan bella manera. Alpher Rojas, Bogotá.

Un merecido reconocimiento y recuerdo para quien en sus canciones exalta a nuestra tierra y sus nobles sentimientos. César Hoyos Salazar, Bogotá.

Hermosa semblanza de un hombre hoy casi invisible. María Eugenia Beltrán Franco, Armenia.  

Leí tu columna sobre el querido amigo, compositor y poeta Carlos Botero. Aunque hace muchos años no hablo con él, siempre lo he apreciado y admirado como intelectual y excelente amigo. Considero la columna  como un homenaje muy justo a quien toda su vida la ha dedicado a la creación artística tan incomprendida y mal remunerada. William Piedrahíta González, colombiano residente en Estados Unidos.

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El mundo ingrato de los actores

miércoles, 12 de noviembre de 2014 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En Colombia el actor es un ser desprotegido por las normas elementales del trabajo. De él se acuerdan las programadoras de televisión y otras entidades cuando se trata de explotar su arte, con gran provecho para las cifras empresariales, y se olvidan de ofrecerle condiciones dignas para su subsistencia y seguridad social.

Para los actores no hay regulación de las jornadas laborales (que pueden extenderse hasta 16 horas diarias), ni sistemas de seguridad social (ellos mismos tienen que sufragar estos costos), ni honorarios justos, ni contratos estables. Los trabajadores del arte viven en la infamante situación del rebusque en la que se mueven, para vergüenza del país, otros sectores marginados de la sociedad.

Las programadoras de televisión otorgan los honorarios que ellas mismas fijan por un papel actoral, sin mayor campo para la negociación entre las partes, y de esa suma el actor debe pagar las cuotas para pensión, salud y riesgos profesionales, los honorarios del mánager y del entrenador y otros conceptos.

Una actriz dice en declaración para El Tiempo que si recibe honorarios por 5 millones de pesos, el saldo que le queda se reduce a un millón 800 mil (es decir, a la tercera parte), de donde debería tomar al menos 700 mil como ahorro para el tiempo que esté sin trabajo. Pero no puede hacerlo. ¿Cómo se puede vivir en condiciones tan precarias?

Ahora bien, conseguir trabajo no es nada fácil. Lo corriente es permanecer vacante durante meses y más meses, o desempeñar papeles de poca monta. Si la telenovela repite su presentación, el actor no recibe regalías. La ley del embudo. Desde mucho tiempo atrás los actores vienen luchando por el reconocimiento de sus justos derechos, mientras gobernantes y legisladores se muestran de oídos sordos. Los “oídos sordos” se han convertido en un talante nacional.

Esta flagrante injusticia ha llevado a cerca de 1.000 intérpretes a afiliarse al sindicato denominado Asociación Colombiana de Actores (ACÁ), cuya obvia finalidad es la de  obtener la redención del gremio. Su voz ha llegado a la opinión pública y se hace sentir en el ámbito parlamentario, donde se abre campo un proyecto de ley que proteja a esta población abandonada.

La Sociedad Colombiana de Gestión, creada en 1987 con 42 socios fundadores, logró en 2010 la aprobación de la ley 1403 que le permite recaudar fondos para beneficio de estos trabajadores explotados. Entrelazadas ambas fuerzas, se da un paso adelante en el mismo propósito reivindicador del trabajo. Lo que hay de por medio es un aberrante estado de injusticia social. Por eso, Colombia es uno de los países más inequitativos del mundo. Muy poco se hace para romper esa barrera.

Están a la vista casos lastimosos como los de Vicky Hernández, Pepe Sánchez y María Eugenia Dávila, figuras muy queridas de los colombianos, que viven hoy en medio de grandes necesidades en su edad mayor, y que indican hasta qué grado de apatía e indolencia puede llegarse cuando se carece de humanidad para apoyar a  personas útiles y creativas como son los actores, tan incorporados a la vida de los hogares.

El primer actor de la historia fue Tespis, en la Grecia del siglo VI a.C., creador del monólogo en plena Dionisíaca. Los griegos enaltecieron a los actores con altos cargos de la república. A través de los tiempos, el actor ha sido un dechado de gracia, amenidad y talento. Sin él, el mundo viviría triste. Surgió como una fórmula para entretener a la gente y disipar sus pesares, y también para ponerla a pensar.

David Garrick (1717-1779) fue un destacado actor y dramaturgo británico. Autor de 40 obras de teatro. Su arte llenaba de regocijo al pueblo. En el poema Reír llorando, de Juan de Dios Peza, llega un hombre abatido por la adversidad ante un médico famoso al que le cuenta su desespero y falta de entusiasmo por la vida. El médico le da como receta buscar a Garrick: “Solo viendo a Garrick podréis curaros”, le dice. Y el enfermo responde: “¡Yo soy Garrick!… Cambiadme la receta”.

 El Espectador, Bogotá, 24-X-2014.
Eje 21, Manizales, 24-X-2014.

 Comentarios:

Muy justa y bien lograda esta nota, que revela un sistema inhumano que abandona a sus ciudadanos no sólo en el ámbito cultural sino en general a quienes segrega el mismo Estado después de una vida dedicada al trabajo creativo. Alpher Rojas, Bogotá.

Existe toda la razón sobre la inequidad con la que se maltrata a quienes trabajan en el arte. Estos pulpos que se forman manipulan a su antojo a las personas que con estudio, preparación y profesionalismo les generan altas ganancias. Es la vieja y aún vigente «explotación del hombre por el hombre». Deplorable. Muy bueno el artículo y con un final ingenioso. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Es una manifiesta injusticia la asignación que reciben estos destacados personajes por su trabajo honesto y difícil. Ojalá con la reciente creación de una entidad que los aglutine, logren las reivindicaciones sociales que merecen. Gustavo Valencia García, Armenia.

Aquí pasa lo mismo con el gremio de camarógrafos y gente de la industria del cine y la TV en el mundo latino. Es lamentable cómo los explotan. Colombia Páez, columnista de El Nuevo Herald, Miami.

Aquí en Francia, si bien hay actores muy bien pagados, los llamados intermitentes (extras, utileros y auxiliares de los actores) tienen que efectuar varias huelgas al año con el fin de obtener algunos beneficios, pues son muy mal pagados por las empresas promotoras de espectáculos. Me encantó el parágrafo sobre David Garrick. Álvaro Pérez Franco, colombiano residente en París.

Yo vi la entrevista que le hicieron a Vicky Hernández.  Me sorprendió que una actriz tan reconocida terminara tan desilusionada, desempleada y desprotegida. Siquiera se asociaron: así pueden ejercer alguna presión. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

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Casa de hacienda

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Uno de los libros navideños que pu­blica Villegas Editores es el que lleva por título Casa de hacienda, arquitectura en el campo colombiano. Nueva obra de arte dotada del esplendor, la pulcritud y la magia que sabe imprimir la firma edi­tora a todas sus producciones.

Recorriendo sus páginas, se recibe la sensación de un viaje alucinante por la arquitectura colonial localizada en la Co­lombia campesina, donde la vida trans­curría con placidez entre el laboreo de la tierra y el ensueño de los paisajes.

Villegas Editores rescata el patrimonio cultural diseminado a lo largo y ancho del país y representado en esas joyas coloniales, por ventura todavía en pie a pesar del embate de los tiempos, que se conocían como las casas de hacienda. Y muestra la evolución de esta arquitec­tura en los diferentes sitios de Colombia, labor realizada con la lente de Antonio Castañeda, fotógrafo del embru­jo, y los novedosos textos del arquitecto Germán Téllez, maestro en bellas artes.

Esas casas anchurosas y espléndidas eran como fortalezas que se levantaban en las propiedades rurales y defendían el patrimonio contra el paso de los años y el azar de los caminos.

Eran, a la vez, símbolos de la familia trabajadora que sembraba en los campos no sólo las semillas fructíferas sino la so­lidez del hogar. En esas casonas, sosteni­das por gruesas paredes y embellecidas por amplios corredores y ambientes ge­nerosos, los hogares fortalecían sus espe­ranzas en el esfuerzo cotidiano de la vida rural, hoy casi borrada de la Colombia contemporánea.

La contemplación de este patrimonio, tan bellamente plasmado en las 300 páginas del libro, es un regreso al pasado. Pasado de glorias y recuerdos regocijantes que aún lo apreciamos quienes tuvi­mos ocasión de saber lo que significaban, y significan, esas casas viejas como for­jadoras de la nacionalidad. Para las nuevas generaciones, nacidas en el tor­bellino de las ciudades y tan ajenas a la fascinación de los campos, adentrarse en esos territorios remotos, así sea con los ojos de la imaginación, representará, sin duda, inmenso placer.

Eso es lo que logra Villegas Editores con sus libros de arte: rescatar el pasado y despertar el gusto estético. Dibujando al país, como lo hace Benjamín Villegas con tanta propiedad, se aprenden leccio­nes de historia patria y se estimula el amor por lo nuestro, por lo auténtico y lo co­marcano –como este de las casas de ha­cienda–, que invita a la admiración y el halago de los sentidos.

La región cafetera del antiguo Caldas, para la que escribo la presente nota, está llena de este tipo de construcciones y aún conserva en gran parte su raigam­bre campesina. Además, es el país entero el que desfila por la obra de Ville­gas Editores y recibe, por consiguiente, un obsequio inestimable.

La Crónica del Quindío, Armenia, 28-XII-1997.

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La pintora Diana María Ortiz

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La mayoría de los cuadros se recrean en paisajes y casas coloniales del Quindío, de donde Diana María es oriunda. En el año de 1987 inicia en la Universidad Nacional sus estudios sobre acuarela, que  prosigue al año siguiente en la Universidad Javeriana y más tarde afianza con profesoras privadas. Como sucede con la vocación verdadera, la artista no ha cesado de perfeccionar sus acuarelas, que le han hecho ganar elogios de la crítica en las ocho exposiciones que ha realizado a partir de 1991, tanto en la capital de la república como en otras ciudades del país.

La última exposición tuvo lugar en la sala del Club El Nogal de Bogotá, donde alternó con Manuel de los Ríos, pintor de amplia trayectoria y cuyos cuadros han salido a distintos países. Antes se había presentado en la galería Skandia, otro sitio de renombre capitalino. Esto certifica el nivel profesional a que ha llegado la artista quindiana. Sus acuarelas, que tienen alta cotización en el mercado, han sido adquiridas con predilección por coleccionistas de Colombia y del exterior.

La armonía y vitalidad con que mues­tra la comarca quindiana a través de sus casas fascinantes, sus calles y caminos soñadores, sus horizontes sedosos y cie­los claros, penetrados de embrujo y so­siego, cantan el poema de su tierra y enaltecen los prodigios del arte. Ella na­ció para ser retratista de paisajes e intér­prete de las tradiciones de sus antepasados.

Pinta la realidad del ambiente con pin­celadas de magia. A la vetusta vivienda sostenida entre tablones y guaduas; a la calle empedrada que se niega a desapare­cer; al balcón abandonado que conoció de amores y confidencias, les pone alma y colorido y encanto.

Los macizos porto­nes y contraportones, las chambranas invencibles, los amplios corredores con sus añejas barandas de maderas primiti­vas, las gruesas paredes que han carga­do con varias generaciones, todo parece detenido en el pasado y en el recuerdo para testimoniar la validez de la cultura antioqueña, que es la misma caldense, risaraldense y quindiana.

Por los caminos abiertos del Quindío, que ayer fueron de nutridas arrierías y deleitosas posadas camineras, y hoy son de pavimento, velocidad y modernismo, camina una artista de la propia tierra (que nada tiene que inventarse) detrás del legado arquitectónico que le confiaron los tiempos idos. En sus cuadros cobra vida la arquitectura de la región cafetera –que ha sabido preservarse a pesar de la me­tamorfosis de la convulsa época actual–, y se recupera el ámbito quindiano como una herencia irrenunciable.

Entre luces y contrastes, entre placideces dormidas y realidades placen­teras,  Diana María Ortiz Jaramillo cons­truye y reconstruye, en sus acuarelas de vida y recordación, el hogar de sus mayo­res.

La Crónica del Quindío, Armenia, 26-VI-1996.

 

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