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El viento de Aranzazu

miércoles, 23 de enero de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

¿Qué motivo tuvo José Miguel Alzate para llamar San Rafael de los Vientos a Aranzazu? Con dicho nombre bautizó su reciente novela en la que presenta una alegoría de su patria chica. Se me ocurre pensar que mediante esta poética insignia se propuso regresar a la niñez y la juventud vividas en medio de la exuberancia de la montaña y frente a la tersura de las madrugadas y el embrujo de los atardeceres de Aranzazu.

Y como parte de ese escenario edénico, el sonido del viento… El viento es un ser sobrenatural, que camina, vuela, habla, refresca el ambiente y el espíritu. El viento de Aranzazu, que desde siempre se quedó anidado en el alma del escritor, le irradia embeleso. Le produce alegría. Y él trasmite esas emociones al lector. A veces el viento se enfurece, pero luego se aplaca. Con eso, le enseña al hombre a moderar sus pasiones y obrar con serenidad.

El viento es vida, armonía, entusiasmo. Y tiene color. Eso es la novela de José Miguel Alzate: una cadena de gratas reminiscencias. Es la propia existencia la que desfila por estas páginas memoriosas. Dijo Antonio Machado: “Abril sonreía. Yo abrí las ventanas / de mi casa al viento… El viento traía / perfumes de rosas, doblar de campanas”.

Además, tiene esencia femenina. La poetisa Laura Victoria, al recordar las muchachas de su pueblo, las evoca como “compañeras del viento, / que juegan con las flores / y bajan las pestañas / cuando el aire las besa / y les alza la falda / de pespuntados vuelos”. Este viento travieso y coquetón corre por todas partes, y en Aranzazu es un emblema del contorno bucólico.

Todo lo que pasa en la historia de un pueblo ocurre en San Rafael de los Vientos. Aquí se agitan, conforme se avanzan páginas, los problemas sociales, los vicios públicos, los abusos de las autoridades. Se percibe la comunidad pacata de todas las latitudes, la que peca y reza, enamora y traiciona, se santigua y luego se olvida de las buenas intenciones. De otro lado, surgen las rectas conductas y los sueños vivificantes. Se rememoran los días de la colonización antioqueña y el esfuerzo creador de los arrieros. Nos acordamos entonces de que estamos en Aranzazu.

¿Por qué, unido al nombre del pueblo, está Rafael el santo? Supongo que el arcángel, patrono de los enfermos y los peregrinos, es, junto con el viento, un oráculo de la población. En viejas épocas, Aranzazu era conocida como “la ciudad levítica de Caldas” en razón del número de clérigos que de allí salía. Al fique, otra de sus preseas, se le rinde tributo en la Fiesta de la Cabuya que se celebra cada año.

En San Rafael de los Vientos la vida transcurre con amor, sosiego y poesía. Una nómina esclarecida de escritores y periodistas realza la historia local: César Montoya Ocampo, José Miguel Alzate, Javier Arias Ramírez, Uriel Ortiz Soto, los cuatro hermanos Zuluaga Gómez, Jorge Ancízar Mejía, Rubén Darío Toro, Pedro Nel Duque González –Crispín–, Carlos Ramírez Arcila, Juan de Dios Bernal.

Hace años, en viaje con Otto Morales Benítez hacia su finca Don Olimpo, en Filadelfia, pasé por Aranzazu y quedé fascinado con sus paisajes y la calidez de la gente. Hoy regreso a la población mítica –donde “se ama, se vive y se espera”, según el eslogan de José Miguel Alzate–. Me trae el viento seductor de esta apasionante novela.

El Espectador, Bogotá, 19-I-2019.
Eje 21, Manizales, 18-I-2019.
La Crónica del Quindío, 20-I-2019.
El Caldense, Aranzazu, 20-I-2019.

Comentarios 

San Rafael es el nombre de una vereda de Aranzazu donde ventea mucho. Era adonde yo iba en vacaciones cuando era niño. Esa misma  pregunta me la hizo Juan Gossaín. Yo le respondí lo mismo que a él le respondió García Márquez cuando le preguntó por qué en una película utilizó el nombre de San Bernardo del Viento: porque es un nombre inspirador, muy bonito. Yo le dije a Gossaín que por ese San Bernardo del Viento fue que yo titulé así mi novela. José Miguel Alzate, Manizales.

No en vano el viento es una alegoría etérea y real en la vida del hombre, del hombre sensible que lo sabe sentir y apreciar. Tampoco es  fortuito que en poesía, como lo mencionas en el caso de Laura Victoria, este se campee en los versos de ella y de muchos poetas que han sentido su caricia y su ausencia. Los libros que recogen memorias de la infancia y de la juventud, como creo es el caso del escritor Alzate, tienen el tinte del recuerdo y la nostalgia que como la llama de una vela, se mecen perennes en el recuerdo y se hacen presentes y gozosos en la edad madura.  Inés Blanco, Bogotá.

En tiempos del general

martes, 15 de mayo de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En mi artículo anterior conté dos curiosas anécdotas relacionadas con el retrato del general Rojas Pinilla, ocurridas casi al mismo tiempo en Manizales y Tunja. Anoté que dicho retrato fue elaborado por Bené en 1953, año en que el general dio el golpe de Estado. Esa foto fue colgada en todos los despachos públicos, al tiempo que se bajaba a toda prisa la de Laureano Gómez, el presidente derrocado.

 

En la época de la dictadura fui testigo en la ciudad de Tunja, donde residía, de algunos sucesos que conservo nítidos en la memoria. Uno de ellos, el de un teniente de la Policía que en el café Bolívar desenfundó su revólver y bajo los gritos de ¡Viva Laureano Gómez!, ¡Abajo Rojas Pinilla!, disparó toda la carga contra la foto del general instalada al fondo del establecimiento.

 

Uno de los disparos perforó el escudo de Colombia y la bandera nacional que el general exhibía sobre el pecho. Delicada situación, por tratarse de un ultraje a los símbolos patrios. Aquella vez estuvo a punto de ocurrir en Tunja, la tierra nativa del general, una grave perturbación del orden público. El sedicioso quedó detenido en la instalación militar, y más tarde pasó a la cárcel Modelo en Bogotá.

 

Tiempo después, Rojas Pinilla lo perdonó en gesto generoso que tuvo amplio despliegue en la prensa. Era, también, un acto publicitario, en tiempos en que el régimen militar atravesaba por serias dificultades de gobernabilidad. Para celebrar el primer año, fue decretada para los empleados públicos la “prima del 13 de junio”, que se entregó mediante la firma de un documento de adhesión al Gobierno. Hasta aquí llegó la luna de miel.

 

La llegada de Rojas Pinilla al poder fue recibida con júbilo nacional, dado el clima de violencia que azotaba a Colombia. El primer año fue excelente. A partir del segundo se desdibujó por completo el ritmo que se llevaba. La ambición por el poder y el dinero creó el estado de corrupción en que cayó la alta administración, y el hundimiento moral sepultó los postulados puestos en marcha por el general Rojas al comenzar su mandato. Esta historia funesta fue recogida por Alberto Donadío en su libro El Uñilargo.

 

En la Tunja que evoco, un hombre de pueblo que era conocido como “el loquito” entraba a los cafés y se dedicaba a vitorear a Laureano Gómez. De tanto repetir la escena, ya nadie le ponía atención. Pero una noche le dio por gritar: ¡Abajo el general Rojas Pinilla! En minutos, llegó una patrulla de la PM (Policía Militar), cuerpo que vigilaba la vida ciudadana y reprimía el desorden contra la autoridad. La patrulla lo conminó a que abandonara  con ellos el café. Sin embargo, él no se amilanó. Miró con prosopopeya a los militares, se tocó la garganta, y a pleno pulmón pregonó: ¡Viva el general… (y se detuvo).

 

Era posible que estuviera poseído por el terror, pues bien se conocía cómo actuaba la PM. Mientras tanto, el grupo militar sentía complacencia por el cambio de actitud del “loquito”. Después del suspenso, este volvió a tocarse la garganta, tomó aliento, miró a la expectante concurrencia, y así remató el grito contenido: ¡Viva el general… jefe supremo… Laureano Gómez!  

 

El Espectador, Bogotá, 11-V-2018.

Eje 21, Manizales, 11-V-2018.

La Crónica del Quindío, Armenia, 13-V-2018.

 

Comentario

 

Muy buena reminiscencia. Recuerdo que Tulio Bayer cuando era secretario de Higiene  en Manizales descolgó la efigie de Rojas que era colocada en todas las dependencias gubernamentales, y en su reemplazo colocó la fotografía de un hermoso caballo purasangre. Alberto Gómez Aristizábal, Cali.

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Violencia

miércoles, 26 de abril de 2017 Comments off
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Historia de un robo bancario

viernes, 12 de diciembre de 2014 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

 

Agosto de 1966. Hacía pocos días había llegado a Pasto desde la capital del país con el fin de reemplazar durante sus vacaciones al gerente del Banco Popular. Era la primera vez que estaba en la bella y apacible capital de Nariño, ciudad rodeada de montañas, páramos y paisajes encantadores, y cuyas carreteras hacia los otros municipios eran en verdad escabrosas.

 

Ciudad silenciosa, de gente amable y acogedora. La vida cotidiana no registraba grandes sucesos y solo de tarde en tarde ocurría algún hecho especial que en poco tiempo se esfumaba. Pasto es hoy, medio siglo después, centro populoso que ya pasó la línea de los 400 mil habitantes.

 

Varias veces he querido escribir esta historia: la historia del primer robo bancario ocurrido en la ciudad donde no pasaba nada. Hoy me propongo reconstruir el episodio con la precisión que me concede la circunstancia de haber estado en el  remolino de la noticia y haber sido testigo único de algunos pormenores que no trascendieron aquella vez al público.

 

Se trataba de una remesa de medio millón de pesos que iba a ser trasladada de Pasto a Tumaco. Para tener una idea de cuánto representaría hoy dicha cantidad, baste saber que con ella el banco de Tumaco se proveía de fondos para su flujo de caja en un mes. Su gerente era Hugo Arturo Buchelli, oriundo de Pasto, con quien había hecho amistad en Bogotá años atrás.

 

Él se desplazaba todos los meses a Cali o Pasto a efectuar el traslado de fondos para su oficina. Al saber que yo estaba en esta última ciudad, prefirió viajar allí, donde tendríamos la oportunidad de volver a vernos y reanudar nuestro diálogo. De Tumaco se vino por tierra en su propio carro, manejado por un chofer amigo suyo, en azarosa travesía de nueve o diez horas por aquella carretera de espanto, que él conocía muy bien. Y me llegó a la oficina provisto de la maleta donde siempre acarreaba el dinero. Todo el mundo conocía esa maleta y nadie ignoraba la diligencia que se iba a realizar.

 

La atracción de la esposa

 

A Tumaco pensaba regresar en su mismo vehículo dos días después. La avioneta de Avianca solo volaría allí el lunes siguiente, y él tenía afán de estar el domingo con su esposa. La noticia me preocupó. Pero Hugo Arturo me tranquilizó con el dato de que Nariño era territorio muy tranquilo donde nunca había sido asaltada una remesa bancaria. Nadie se atrevía a intentarlo en territorio tan abrupto, que tenía mínimas posibilidades de escape.

 

De hecho, él había viajado muchas veces en tales condiciones. Me contó que la misma práctica la seguían las otras entidades financieras. “No olvides que el dinero está protegido por la compañía de seguros”, me dijo. Claro que sí. ¿Y quién protegía la vida del gerente? En fin, él era el responsable de su misión.

 

Según todos los indicios, Teresa Ospina, su esposa, estaba encinta: así lo indicaba la prueba del sapo, o prueba de embarazo, tan de moda en los años 60 por donde corre esta historia. Mi amigo no cabía en sí de la felicidad: iba a ser padre después de 20 meses de casado.

 

En nuestra despedida, la noche del viernes, festejamos con gran regocijo el presagio venturoso. Y nos citamos para el día siguiente, a fin de sacar la maleta de la bóveda del banco, donde estaba lista con el medio millón de pesos. Y además, zunchada en la parte interior por un empleado de mi oficina. Creo que esta operación solo se hacía en Pasto. En mi larga trayectoria en la entidad (donde trabajé por espacio de 36 años), nunca supe de un caso similar.

 

Los asaltantes, en acecho

 

Como el carro en que mi colega se desplazó desde Tumaco había sufrido un choque inexplicable antes de llegar a Pasto y no estaba disponible para el regreso, el gerente llamaría al azar a un taxi. Mientras tanto, una banda de asaltantes vigilaba nuestros pasos. Todo parece indicar que los delincuentes le seguían la pista a la remesa que iba a salir de un banco diferente al nuestro, pero la presencia del gerente de Tumaco con su reconocida maleta hizo poner los ojos sobre nosotros. Estábamos fichados.

 

Sacado el dinero de la bóveda, me trasladé hasta el hotel en el mismo taxi que llevaba la remesa. Hugo Arturo me insistía en que me fuera con él a Tumaco y regresara en la avioneta del lunes. Desde luego, me halagaba la invitación. Descendí del vehículo para ir a sacar la maleta de mi pieza, pero luego desistí. Muy poco me faltó para dar el paso a la muerte. Algo me detuvo al borde del abismo. Conclusión: no me había llegado la hora.

 

El taxi del banco partió a las tres de la tarde, y yo lo despedí en la puerta del hotel Pacífico. No tomó la salida normal en razón de alguna corazonada de Hugo Arturo, sino una trocha por donde nadie transitaba. Los atracadores, al ver que el vehículo no aparecía en el lugar donde lo esperaban a la salida de Pasto, emprendieron su persecución en otro taxi que tenían listo. Había transcurrido más de media hora, quizás una hora, y no era fácil darle alcance al vehículo del banco. En la carretera quedó constancia de la alta velocidad que llevaba el taxi de los asaltantes.

 

Asaltada la remesa

 

A las nueve de la mañana del domingo me llamó por teléfono el secretario de mi oficina a informarme que había sido asaltada la remesa y no aparecían ni el gerente ni el taxi. Menos, por supuesto, el dinero. El chofer había logrado escapar y fue quien dio el aviso a las autoridades. El secretario de la sucursal y el empleado experto en zunchar maletas estaban detenidos.

 

Y a mí no me encontraba la policía. Cosa extraña, si no había salido de mi pieza. Se me consideraba, por tanto, sospechoso del asalto. Al fin y al cabo, yo era un solemne desconocido en la ciudad. En minutos me presenté a las autoridades y despejé las dudas.

 

Reconstruidos los hechos, se supo que hacia las 11 de la noche, después de 8 horas de viaje, el carro del banco fue alcanzado por el otro taxi, en Puente Verde, cerca de la población de El Diviso. Allí se adelantó el taxi de los asaltantes y bloqueó la entrada al puente, con el argumento de que el motor se había apagado. Ambos conductores se dedicaron a localizar la falla del vehículo. Hugo Arturo, entre tanto, no se inmutó por el percance. No llegó a sospechar que algo extraño sucedía. Buscó el periódico, prendió la luz del techo y se dedicó a leer. Consigo llevaba el revólver de dotación del banco.

 

El jefe de los atracadores, que era sargento activo del Ejército y que ese mismo día había desertado junto con un cabo que integraba la misma banda, planeaba cómo reunir al chofer del taxi con el banquero para matarlos a los dos. El sargento administraba en horas nocturnas un club social de la ciudad y era amigo de Hugo Arturo. Otro de los delincuentes, propietario de un restaurante, también lo era.

 

Después de consumir varias cajas de fósforos sin encontrar el fingido daño del motor, el chofer del banco anunció que buscaría la lámpara de extensión que guardaba en la guantera. Era el momento que buscaba el sargento. Ya con la lámpara en la mano, y muy cerca al gerente, quien viajaba en el puesto delantero y no se había preocupado por descender del vehículo, el sargento disparó todos los tiros de su revólver contra Hugo Arturo, su amigo.

 

Los costales cinematográficos

 

Despavorido, el chofer salió disparado hacia el monte, mientras el sargento cargaba de nuevo el arma y la vaciaba contra él. En la oscuridad de las once de la noche, el chofer saltaba de aquí para allá como una liebre. El sargento supuso que lo había matado. Pero falló: ninguna bala lo tocó. Muerto de pánico, el taxista abordó un camión que pasó de casualidad una hora después. Ante la policía de La Espriella relató los hechos. La mano le había quedado petrificada por el terror y no lograba desprender de ella la lámpara de extensión.

 

En la mañana del domingo se conoció la noticia fatal: el taxi fue hallado oculto en la maleza, y al lado del río Mira estaba el cuerpo de Hugo Arturo, perforado por 5 balazos. Los maleantes se repartieron el botín en los costales que habían previsto e iniciaron la fuga. Mientras tanto, un plan conjunto del DAS, la Policía y el Ejército había cerrado todas las vías de escape.

 

Cuando el grupo de facinerosos atravesaba el río Mataje, en la frontera con Ecuador, fue interceptado por las autoridades. Y vino la balacera. Dos de los asaltantes fueron dados de baja y el sargento fue herido en una pierna. Los costales quedaron a la deriva en el río, por fortuna en la parte menos caudalosa, y de ellos salían los billetes como en una escena cinematográfica.

 

Más tarde fueron entregados, aún mojados, a un juzgado de Tumaco. Se habían recuperado 416 mil pesos. Los otros 84 mil nunca aparecieron. Es posible que fuera la cuota del baquiano que condujo a los asaltantes por aquellos terrenos escabrosos.

 

Al sargento lo llevaron al hospital de Tumaco para someterlo a una cirugía urgente. La monja que lo atendía le hizo notar al médico que el hombre había extraído algo del bolsillo del pantalón y lo había guardado en la pijama. Era un fajo de banco: el saldo final de una operación demencial que no pudo tener éxito y dejó un cuadro apocalíptico, indigno de la noble tierra pastusa, donde nunca había sido asaltada una remesa bancaria.

 

La circunstancia más dolorosa de esta fatalidad fue la relacionada con el embarazo de la esposa de Hugo Arturo: se trataba de una falsa alarma. La prueba del sapo había fallado y ella no estaba embarazada. Con la ilusión de la maternidad él se fue del mundo. Dichoso con la noticia, había anticipado el viaje que debía realizar el lunes por avioneta y encontró la muerte en una carretera desierta y espeluznante. Lindo epílogo de amor que sella esta historia trágica.

 

Cuatro meses después (diciembre de 1966) regresé a Bogotá y no volví a saber nada del proceso judicial. Cuando recuerdo este episodio dantesco, se me nubla la mente y se me crispa el alma. Duré varios días dominado por la pena y el desconcierto. Pero había que seguir adelante.

 

El Espectador, 5-XII-2014.

Eje 21, Manizales, 5-XII-2014.

 

* * *

Comentarios:

 

Cuando usted describe a Pasto de aquellos años, de gentes sencillas y trabajadoras, un pueblo donde casi no pasaba nada, recordé el cuento En este pueblo no hay ladrones, de García Márquez. Álvaro Pérez Franco, París.

Excelente narrativa. Un suspense que no deja detenerse al lector. Alpher Rojas Carvajal, Bogotá.

 

Qué terrible y angustiante experiencia de la que se salvó de morir, y como usted expresa, a pesar de los muchos años transcurridos aún se le nubla la mente por esos dolorosos recuerdos. Yo también tuve una experiencia de la que milagrosamente sobreviví y la escribí hace algunos años. Se la envío: Vivo de milagro. Antonio Guihur Porto, Barraquilla.

 

Es bueno dejar constancia de que en ese entonces solo robaban los bandidos: hoy lo hace todo el mundo. Óscar Jiménez Leal, Bogotá.

 

Muy buena la remembranza sobre el viejo episodio que los mayores recordamos. Aun cuando ocurrió hace casi medio siglo, me parece un poco atrevida su presunción sobre la pérdida de los 84 mil pesos como «la cuota del baquiano que condujo a los asaltantes», cuando usted mismo detalla cómo los costales con el dinero quedaron a la deriva por el río y de ellos salían los billetes. Felicitaciones por la columna y por su afortunada decisión, de última hora, de no acompañar al confiado colega a Tumaco. Gustavo Valencia García, Armenia.

 

Respuesta. – Los billetes que salieron de los costales no fueron muy numerosos, y de todas maneras se rescataron más abajo (el río en esa parte llevaba muy poca agua y los asaltantes lo atravesaban  a pie). También se pensó que los 84 mil pesos eran la cuota del chofer del taxi de los asaltantes. Pero esto no se pudo comprobar. GPE

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El anillo del Pescador

miércoles, 18 de diciembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El mayor símbolo papal lo representa el anillo del Pescador. Lo utiliza el papa para sellar la correspondencia privada. En él se ve a San Pedro pescando en un bote. Cuando termina el período del pontífice, el anillo es destruido y se fabrica uno nuevo, con diferente diseño, para quien entra a remplazarlo.

Es un elemento personal que identifica al papa y le recuerda que él es un humilde pescador, como lo fue Pedro, el primer papa. Este símbolo se ha olvidado, y ahora viene a revivirlo Francisco, quien ha dirigido al mundo claros mensajes sobre la renovación de la Iglesia, que él se propone liderar en momentos tan oscuros como los actuales que han hecho debilitar la fe religiosa y proliferar una ola de corrupción, ambiciones clericales, concupiscencia del dinero y el poder, con olvido de los principios cristianos que constituyen la piedra angular sobre la que Pedro fundó la institución del papado.

Francisco dispuso que su anillo fuera de plata dorada y no de oro macizo, como el de su antecesor. Y aplicó la misma medida a la cruz que lleva sobre el pecho. En estos actos van implícitas no solo su sencillez y pobreza habituales, sino un llamado a la austeridad y la humildad, que contrastan con el boato y la opulencia que se viven en los recintos del Vaticano y en los palacios diocesanos. Algunas vestimentas costosas de los jerarcas de la Iglesia superan los diez millones de pesos. Jesús era pobre.

¿Acaso esa fue la organización establecida por Pedro, un modesto habitante de las riberas que para sobrevivir tenía que lanzar la red a las aguas procelosas en busca del alimento cotidiano? Él no conocía los palacios, ni las limusinas, ni los anillos de oro macizo, ni los trajes color púrpura, ni los bancos. Iba con el pie descalzo por las orillas de los ríos. Su poder estaba en la sencillez, en la vida austera, en su modelo de honradez y transparencia. “El verdadero poder es el servicio”, dice Francisco.

Este papa sorprendente viene, según sus palabras, del “último lugar del mundo”, donde no tenía vehículo propio a pesar de su alta investidura, y donde andaba en metro o en colectivo y residía en una pieza desprovista de todo lujo, por renuncia que hizo de la habitación suntuosa que le brindaba su carácter de arzobispo de Buenos Aires. Huía de la riqueza y la ostentación para seguir los caminos de Pedro y predicar la palabra sabia sin ataduras humanas. A ese lugar fue a buscarlo la Iglesia, con angustia –y su barca elemental–, para que la pusiera a flote y la salvara del naufragio que se veía llegar.

Entendió el reto y se puso el anillo del Pescador, el auténtico anillo, el anillo de los pobres, el que carece de fulgores y falsas pedrerías. El nuevo prelado sabe, no ahora sino desde siempre (según lo confirman sus elocuentes huellas pastorales), que el poder arrogante no puede producir beneficio social. Y tiene a San Francisco de Asís como su prototipo de vida. Este vivió en una época de gran prosperidad eclesiástica y abandonó su propia fortuna para irse por los campos predicando la palabra bienhechora, consintiendo a las plantas y a los animales y aliviando las penurias de los seres humildes.

Francisco, que conoce los tugurios, clama por “una Iglesia pobre y para los pobres”. Ojalá la encuentre. Le toca buscarla, porque esta ha perdido su cauce. Ojalá lo dejen trabajar. Está dispuesto a hacerlo. “Nuestra vida es un camino –dijo en su primer día como papa–; cuando nos paramos, la cosa no va. Hay que caminar siempre en presencia del Señor”.

Este sentido del camino, de andar a la vera de los ríos, como Pedro, es aplicable a este turbulento mundo moderno de tan enredados senderos. Francisco ya escogió su itinerario. “Ir adelante es conocer a dónde va el camino”, le advirtió al mundo.

El Espectador, Bogotá, 22-III-2013.
Eje 21, Manizales, 22-III-2013.
La Crónica del Quindío, 23-III-2013.
Red y Acción, Cali, 23-III-2013.

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Comentarios:

Estas apreciaciones sobre la misión de Francisco y las frases citadas de él refuerzan mis reflexiones compartidas con distintos grupos de discípulos en torno a la necesidad de distinguir entre la religiosidad y la espiritualidad. Consciente de la profundidad del tema, leí estas amenas líneas sobre El anillo del pescador, cuya extensa simbología, lejana a los dogmatismos de cualquier “ismo” religioso, conducen al universal espacio de la espiritualidad. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Sin genuflexiones, el columnista destaca a una persona muy importante y realza unas condiciones humanas con las que ha sorprendido al mundo, en medio de la crisis que vive la institución que representa. Gustavo Valencia García, Armenia.

Al papa Francisco le toca cambiar la naturaleza humana si quiere renovar la Iglesia. A su favor tiene el ejemplo propio, que es poderosa inspiración. Gloria Chávez Vásquez, colombiana residente en Nueva York.

Lo único que veo en su contra es la edad, pues aunque 76 abriles no son aparentemente muchos para una persona normal, para el que debe tener una agenda terriblemente difícil, sí pueden hacerle mella. Pero jamás conoceremos los designios de Dios. Dios le ayude a cumplir su cometido. Luis  Quijano, colombiano residente en Houston (USA).

Un buen liderazgo genera, siempre y cuando encuentre eco y tenga apoyos internos, serios cambios. Lentos, pero los genera. Francisco tiene la ventaja de que cuenta con imagen, medios de comunicación, y el uso de la palabra, que es el único bien (por ahora) que parece tiene como arma. No hay, por mucho horror que nos rodee, que subestimar el poder de un buen líder, y menos cuando en medio de la decadencia moral y ética que vive este mundo le habla al poco espíritu de unos cuantos. suesse (correo a El Espectador).  

Convertir al Vaticano en un lugar para los pobres, transformar esa opulencia que se vive allí en algo humilde, lo veo muy difícil. Esa corrupción, esas intrigas, ese poderío… es una labor  para personas valientes. El papa como persona me cae bien, pero no creo que logre mucho. Por algo lo eligieron. eradelhielo (correo a El Espectador).

Todos sabemos que, hasta ahora (tal vez, con la fugaz excepción del papa Luciani), la Iglesia y sus jerarcas han sido sumisos y muy útiles alfiles del gran imperialismo y del gran capitalismo occidentales. No le será fácil al papa hacer que los poderosos reconozcan que gran parte de las miserias de este mundo se deben a su egoísmo, su prepotencia y su voracidad. CARV (correo a El Espectador).

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