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Archivo para la categoría ‘Temas literarios’

Arreola y su mundo mágico

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Juan José Arreola, lo mismo que Juan Rulfo, creó su mundo mágico. Los parecidos entre ellos son sorprendentes. Ambos nacieron el mismo año (1918) en pequeñas poblaciones del estado de Jalisco –Zapotlán y Sayula– y sus primeros años tuvieron rasgos similares. Sus orígenes sencillos y sus andanzas de camino en camino y de oficio en oficio les permitieron idear personajes de leyenda, sacados la mayoría de la revolución cristera.

Los dos son de formación autodidacta y sus breves obras son de las más prestigiosas de las letras mejicanas del siglo XX. Ambos, lectores voraces desde su infancia. Se parecen hasta en el aspecto físico y también en el manejo del humor y la ironía.

Arreola, de doce años, ya leía a Baudelaire, Walt Whitman, Papini y otros autores que moldearon su estilo. Años después, poseedor de la madurez prodigada por sus sólidas lecturas, diría: «Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor».

Antes de llegar a las cimas de la fama había tenido múltiples ocupaciones: encuadernador, tipógrafo, corrector de pruebas, mozo de cuerda, vendedor ambulante, cobrador de banco, panadero, comediante, periodista… Era el cuarto entre catorce hermanos, y las necesidades económicas apremiaban.

Junto con Rulfo, Borges y Cortázar, está considerado como uno de los renovadores del cuento latinoamericano y mueve en su obra, entre metáforas, ingenio y maestría del idioma, los temas metafísicos y sociales tan propios de su estilo. Según Borges, se parece a Franz Kafka, pero con lenguaje festivo. Confabulario (1952), su obra cumbre, revisada y aumentada en Confabulario personal (1980), donde reunió toda su producción, es mezcla admirable del cuento mágico, la fábula de animales, la sátira y la fantasía, y queda como hito universal de las letras castellanas. Una vez declaró: «Amo el lenguaje por sobre todas las cosas… Soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De ahí mi pasión artesanal por el lenguaje».

Con ocasión de su muerte, ocurrida este 3 de diciembre a los 83 años de edad, repaso frases centelleantes suyas, como las siguientes: «Todas las cosas que se me han ocurrido las recibí enfundadas en una metáfora… No cambiaría el lote de humanidad que he conocido por la clientela de un médico o de un abogado… Como todos los dichosos, Adán abominó de su gloria y se puso a buscar por todas partes la salida… Una de las causas que anticipan la muerte de las hormigas es la ambiciosa desconsideración de sus propias fuerzas».

Fue galardonado con los premios Juan Rulfo, Xavier Villaurrutia, Nacional de Periodismo y Alfonso Reyes. Su pasión por las letras lo llevó a dirigir colecciones bibliográficas y talleres literarios. Su obra es reducida en páginas, pero grande en densidad. Juan Rulfo dijo que todo lo que tenía que decir lo había escrito en Pedro Páramo. Lo mismo manifestaría Arreola respecto a su Confabulario. Obras ambas de brevedad espectacular.

A Louis Jouvet, director y actor francés de teatro y cine, le atribuye Arreola el cambio de rumbo de su vida: se lo llevó a París y allí pisó las tablas de la Comedia Francesa. A su regreso a Méjico, el Fondo de Cultura Económica lo recibió en su departamento técnico gracias a un amigo que lo hizo pasar por filólogo y gramático. De ahí en adelante, el sol de la gloria nunca lo abandonaría.

Ha muerto este inmenso escritor. Trabajador deslumbrante de la palabra, dueño de portentosa imaginación, enigmático y fascinante, Juan José Arreola entra al terreno de los mitos literarios de América.

El Espectador, Bogotá, 13-XII-2001

 

Cultura quindiana

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Varias muestras de la cultura regional llegaron a mis manos, por amable gesto de sus autores, en el acto de presentación en la Univer­sidad del Quindío de mi novela La noche de Zamira. Para quien vivió durante largos años en Armenia y siguió de cerca el proceso cultural de la comarca resulta grato encon­trarse con hechos tan positivos como los que encierran las obras a que voy a referirme.

Caminos desangelados, poemario de Laura Victoria Galle­go, la insigne directora del Institu­to de Bellas Artes, revela una voca­ción que se había mantenido ocul­ta y que ahora alza el vuelo con este libro sorpresa. Fuera de los poemas aquí recogidos he tenido oportuni­dad de conocer buena parte de su cosecha inédita, que pronto entra­rá en circulación y acrecentará la valía de la nueva escritora.

Jairo Baena Quintero, veterano en las letras quindianas, afianza su nombre poético con el título Lími­tes del corazón, hermoso can­to al amor, la añoranza, los valores de la tierra y el universo de las emo­ciones. Jairo es poeta de casta y ha estructurado una obra firme y perdurable.

Alfonso Valencia Zapata ha es­tado siempre comprometido con el proceso histórico de la comarca. Esa es su pasión. Varios estudios conforman su obra de historiador, y deja importantes fuentes de in­formación en las que se basarán las futuras generaciones para entender las luchas y logros de esta tierra laboriosa. Su último libro se titula Quindío y su departamen­to, que fue publicado con moti­vo de los 30 años de independen­cia administrativa de la región.

La revista El Niño, fundada nace 44 años por Miguel Lesmes, representa verdadero ejemplo de supervivencia. Este defensor in­cansable de la niñez no cesa en su empeño de tener siempre prendida su antorcha espiritual, que por eso mismo le mantiene joven el alma. Encomiable caso de identidad con los valores del niño como forjador de la grandeza patria.

La revista Voces, dirigida por la historiadora Olga Cadena Corra­les, es un semillero del pensamien­to universitario y da albergue a variadas corrientes de opi­nión y de creación literaria. Su es­merado diseño y la calidad de los ensayos que he tenido oportunidad de leer en sus últimas edicio­nes ponen de manifiesto esta pu­blicación de altura, que debe preservarse como insignia de la tie­rra culta y pensante.

La Crónica del Quindío, Armenia, 1-XII-1998

Sorpresa literaria

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Muchos serán los sorprendidos con la noticia que da Santiago Romero Sánchez en su co­lumna de El Tiempo sobre la postulación del escritor santandereano Jaime Álvarez Gutiérrez al Premio Nóbel de Literatura. No es una postulación cualquiera: ella procede nada menos que del director de la Real Academia Española, don Lázaro Carreter, y de otras altas dignidades de las letras, como Pedro Laín Entralgo y Luis Rosales Camacho.

Este ignorado escritor de provincia, nacido en San Gil en 1923 y que ejerce su profesión de abogado en Bucaramanga, es autor de valiosa obra que se tradu­ce en varios libros de singular creación y estilo polemista. En octubre de 1993, con motivo de la salida de su libro Carta al rey, que comenté en las páginas de El Espec­tador, me formulaba él los siguientes co­mentarios que bien vale la pena transcri­bir:

«Escribo desde tiempos inmemoria­les, pero mis libros, mis escritos, mis ideas y mis pensamientos duermen en el fondo de un arcón que hace las veces de ataúd, puesto que la mayoría de mis sue­ños han sido condenados, por mi propia decisión, a morir sin ver la luz. De ese ar­cón, cuando llega la hora de la resurrec­ción, saco mis papeles y los achico, los alargo o los destruyo».

En la misma carta me decía que por aquellos días estaba entregado a la elaboración de su novela El chispeante epitafista don Ludovico di Betto. Nada volví a sa­ber de la novela hasta cuatro años des­pués, cuando me entero por la nota de Romero Sánchez de que este libro ha me­recido los mejores elogios de las persona­lidades atrás mencionadas. Libro estelar que unido a toda su obra –la que ha pasado inadvertida para los colom­bianos– le ha hecho ganar universal reconocimiento.

Camilo José Cela, nóbel de 1989, había ponderado en la prensa española otra de las obras geniales de nues­tro escritor: Diccionario del desahogo. Mientras esto ocurría por fuera de nues­tras fronteras, Jaime Álvarez Gutiérrez era –y es– un solemne desconocido en su propia patria. O si no que diga quién ha leído sus libros. Aparte de los antes cita­dos, estos son los otros títulos: Las putas también van al cielo, La cruz trenca, Matrioshka trierótica, Par mestizos.

Álvarez Gutiérrez es escritor irreverente, parecido a Vargas Vila, que maneja una prosa mor­daz y erudita. Su palabra es enjuiciadora, implacable. Crítico agudo del estableci­miento, de los abusos del poder, de la sinrazón, del desamparo del escritor co­lombiano (ese escritor que él encarna muy bien como hijo de provincia margi­nado por la gran maquinaria de la capi­tal). Todos estos atributos de su pluma le han hecho ganar –allende los mares– la alta valoración de su obra, la que debe ser motivo de análisis y reflexión por parte de nuestros intelectuales criollos.

El Espectador, Bogotá, 20-IX-1997

 

 

Fiesta boyacense-caldense

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En el templo de San Ignacio, una de las mayores joyas coloniales de Tunja, se celebraron los 92 años de la Academia Boyacense de Historia, presidida por Pedro Gustavo Huertas Ramírez. En el evento, Javier Ocampo López, que dirigió la Academia por largos años, y es uno de los promotores de la cultura boyacense, fue exaltado por sus ejecuciones y recibió el titulo de miembro benemérito de la institución.

Fueron entregadas tres obras que cuentan con el patrocinio de la entidad: Miradas y aproximaciones a la obra múltiple de Otto Morales Benítez, de Vicente Landínez Castro; un libro sobre Carlos Arturo Torres, destacado  escritor boyacense y gloria de las letras nacionales, escrito por Gabriel Salazar Cáceres, y el titulado Las encomiendas de Santiago de las Atalayas (1588-1684), de David Rueda Méndez.

Esta Tunja de antifaz nebuloso y apacible, como en líricas palabras la definió Enrique Medina Flórez, se puso de fiesta -una solemne fiesta del espíritu- para destacar la trayectoria admirable de la Academia Boyacense de Historia; exaltar a Otto Morales Benítez como uno de los colombianos más positivos de la nación, a la par que infatigable cultor de las letras y admirador de las tradiciones y los valores boyacenses, y apoyar el talento de los escritores con la publicación de sus obras.

Medina Flórez, secretario de la entidad, en su emotivo discurso de apertura de la sesión dijo: “Aquí, en esta ciudad con destino espartano y sobrio y casi  ascético, la teoría de la historia es un desfile de figuras que han esculpido la gran leyenda de la patria. Aquí Colombia es carne, hueso y sangre. Tierra para el aula de las ideas. Tierra para el santuario meditativo. Tierra y campos y riscos para las batallas”…

Vicente Landínez Castro, el estilista más brillante con que cuenta hoy Boyacá, sobre quien el maestro Arciniegas dijo que no hay otro colombiano que escriba un castellano más perfecto, expresivo, elegante y jugoso como el suyo, se  encargó de hacer el panegírico sobre la deslumbrante personalidad de Otto  Morales Benítez, demostrada en su obra múltiple como escritor de todas las horas, y en sus vigilias patrióticas como pensador y guía de la conciencia nacional.

El libro de Landínez Castro, pergeñado en sus severos reposos en la villa de Barichara, frente a la obra monumental de Otto Morales Benítez, es un breviario minucioso sobre el tránsito humano y creador de este colombiano excepcional a quien el país, por la ceguera de sus copartidarios, según lo dijo hace poco el expresidente Belisario Betancur en la Fundación Santillana, está en mora de llevar a la presidencia de la República.

La carcajada de Otto es homérica: así la califica Landínez Castro, y agrega que es pieza imprescindible del atuendo de su personalidad. Con esta asombrosa vitalidad de siempre y con esa invencible alegría de vivir (palabras del escritor boyacense), el país notifica su energía y afianza sus esperanzas.

En el encuentro estuvo presente el departamento de Caldas en la persona de Carlos Arboleda González, director del Instituto Caldense de Cultura. Este acto  de presencia fue significativo: si Boyacá exaltaba a dos líderes de la tierra caldense –Morales Benítez y Ocampo López–, Caldas se sentía comprometido. Esta unión boyacense-caldense marca la identidad de dos pueblos cultos que se dan la mano para estrechar la suerte de sus parcelas unidas por las causas supremas del espíritu.

La Patria, Manizales, abril de 1997.
Repertorio Boyacense, N° 334, Tunja, noviembre de 1998.

 

Navidad en libros

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Generosa cosecha de libros ha entrado por estos días a enriquecer mi biblioteca. Varios de ellos, como los maravillosos de Villegas Editores, los he comentado en otras columnas. Voy a referirme hoy a los libros de cuatro amigos muy allegados con quienes realizo frecuentes tertulias literarias en el ámbito de los hogares, y que parecen haberse puesto de acuerdo para celebrar la Navidad en medio del parto jubiloso de sus propias producciones.

El exmagistrado y poeta Homero Villamil Peralta publica su sexta obra: Mi canta por Boyacá. Poema folclórico en 227 páginas, que se recrea por todos los pueblos del departamento y enaltece las virtudes más acendradas de la raza. Con grato tono costumbrista, a la altura de los grandes intérpretes del lenguaje popular, la emoción lírica de Villamil, llena de gracia y sabor picante, pinta el alma boyacense y hace el inventario de las riquezas de la tierra nativa a través de los paisajes, los accidentes geográficos, las tradiciones, la cultura y los hombres. Su libro conquista sitio de honor en la bibliografía regional, como referencia auténtica del alma de su pueblo.

Inés Blanco, alma tierna y romántica, sabe que el amor, la ausencia y el recuerdo se beben con fulgores de luna. El sólo título de su nuevo libro sugiere poesía: Piel de luna. Poetisa sensible, en plena maduración como las mieles de las campiñas, se embriaga con las delicias del amor y sufre con las penas del olvido y la distancia. Traduce la emoción humana. Su obra es un canto a los más nobles sentimientos de la vida. Fina poesía de ensoñación y arrebato, de carne y delirio, de evocación y luna. En breves versos llenos de melodía y metáforas hace surgir el encanto del amor hechizado que hincha las venas y estremece las estrellas.

Hace apenas cuatro años se reveló una gran escritora de literatura infantil, y ya lleva tres libros publicados. Se trata de la historiadora boyacense Merce­des Medina de Pacheco, cuya vena literaria se mantenía oculta y sale ahora a relucir en espléndidas ediciones llenas de originalidad, ternura y colori­do. Sus fantasías vuelan sobre la realidad de la historia colombiana y consiguen, con soplos mágicos, inflamar la mente de los niños. Su nueva obra, El palomar del príncipe, es el deambular fascinan­te por el mundo infantil de José Asunción Silva, autor, entre otros bellos poemas, de Los maderos de San Juan. El poeta lúgubre y trágico adquiere en el libro de Mercedes Medina de Pacheco, para que lo disfruten chicos y grandes, el alma pura que un día se descargó el tiro mortal en mitad del cora­zón.

Óscar Londoño Pineda, exmagistrado y exal­calde de Tuluá, su patria chica, vive enamorado de las letras. Nunca ha dejado de hacer literatura. Es su pasión creadora. Con reconocido éxito ha incursionado en los géneros del cuento, la novela y el ensayo. Tras su retiro de la magistratura, y como  testimonio fresco de sus vivencias judiciales, recoge en doce cuentos el mundo escondido de la tra­gedia humana que se ventila, y por lo general se asfixia, en el ambiente sórdido de la justicia.

Londoño Pineda, agudo observador de la hu­manidad, capta los menudos y tremendos dramas del ser anodino que a duras penas logra hacerse sentir. Y como los jueces ni lo escuchan ni lo entienden, lo hace el cuentista –cual otro Chéjov– en el volumen que titula La justicia no sonríe. Libro duro y de protesta, escrito con ágil estilo y amasado con el real nervio del cuento, ese que crea tensión y le traslada al lector la solución que debe hallarse como consecuencia del relato.

La Crónica del Quindío, Armenia, 17-XII-1996