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Archivo para la categoría ‘Quindío’

César Hoyos, nervio de la provincia

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La elección de César Hoyos Salazar como presidente del Consejo de Estado reviste varias connotaciones. Figura notable del Quindío, allí sobresalió como brillante profesional del Derecho, catedrático universita­rio, líder cívico, director de Fenalco, Alcalde de Armenia por elección popular (1989-1992). Cuando hace tres décadas lle­gué al Quindío como gerente de un banco, él era secretario de Gobierno del municipio de Armenia y más tarde me asesoraría como abogado de la en­tidad.

Cumplido un ciclo exitoso de servicio a su tierra, resol­vió venirse a la capital del país en plan de superación y con­quista.

Aquí ocupó la dirección ju­rídica de la Federación Nacio­nal de Cafeteros, donde –como habitante de una región que siempre ha vivido comprometi­da con la suerte del que fuera producto estrella de la econo­mía nacional– supo representar a su provincia con lujo de com­petencia.

La llegada de Hoyos Salazar al Consejo de Estado no fue fá­cil. Y sí muy significativa. Su nombre, entre los aspirantes al cargo, era un nombre más que procuraba abrirse campo en los altos estrados de la magistra­tura. No había seguido la ca­rrera judicial, pero poseía clara vocación jurídica y fir­me disciplina de estudio.

A sus entrevistadores les dijo que sería una garantía para la en­tidad, porque su carácter de hijo de provincia –que está ligado a deseos de progreso en la metró­poli–, su vida moral y ética y su consagración a las leyes le per­mitían aportar buenas dosis de rendimiento. Como se dice en lenguaje apropiado, vendió bien su ima­gen.

Esta legítima vanidad le abrió las puertas de la corpora­ción. A ella se presentó sin pa­drinos y con el respaldo de sus méritos. Y triunfó. Al poco tiempo era el presidente de la Sala de Consulta, y allí mostra­ría sus dotes de riguroso inves­tigador y de acertado intérprete de jurisprudencias. El reto final en el Consejo de Estado: con­quistar la presidencia de la en­tidad, lo ganó a pulso. Su nom­bre, tras las exigentes confron­taciones a que da lugar una elección de esta naturaleza, fue ganando adhesiones entre sus colegas y a la postre fue el triun­fador.

Entusiasma este hecho como resultado del esfuerzo, la ética y la idoneidad.  Por lo general, al servicio público se llega por la fuerza de las pa­lancas y la suerte de las opor­tunidades. Mientras más padrinos, más posibilidades de éxito. La efi­ciencia no es lo que más cuen­ta. Por eso, hay tanto fracaso, a veces bochornoso, en la ad­ministración pública.

El ascenso de Hoyos Salazar honra a su tie­rra nativa. Pero también debe considerarse como un triunfo de la provincia colombiana. Y por encima de todo, como el mérito personal de quien hace pocos años se propuso conquistar la capital del país. En los últimos tiempos no ha sido afortunado el Quindío en la designación de su gente para ministerios y al­tas posiciones del Estado. En cambio, lo ha sido para el cam­po de las leyes. Los abogados, en este caso concreto, sacan la cara por el Quindío y compiten con otras regiones con la pre­sencia de sus hijos destacados. Enhorabuena.

La Crónica del Quindío, Armenia, 26-II-1999.

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Alma viajera

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Han corrido 25 años desde el día que escribí la primera línea sobre una ciudad. El descenso por el páramo de La Línea, invadida el alma con el inquieto encanto que producen las alturas y los abismos reunidos en un solo cuadro, en una sola emoción, me conmovió el espíritu. La sensación de inmensidad, y al mismo tiempo de pequeñez, que se experimenta en el punto más elevado de la cordillera, donde el viento sopla con furor y las nubes se estrellan inclementes contra la tierra, se quiebra más adelante y destruye el hechizo, cuando la arisca montaña se vuelve menos empinada y por consiguiente menos excitante.

De pronto irrumpió en una vuelta de la carretera, todavía luchando el viajero contra el vértigo de la bajada, un contorno de verdes tonalidades que le puso otro colorido al paisaje. Y otra temperatura al corazón. Más adelante apareció flotando en el panorama, como seductora silueta femenina, la ciudad presentida.

Era Armenia, iluminada y sugestiva, y clavada en la profundidad como el regazo amoroso de la cordillera. Ese contrate entre luz y sombra, entre cumbre y vacío, entre aridez y fecundidad –rasgos determinantes de la propia condición humana–, me ha llevado a lo largo del tiempo a establecer la perfecta simbiosis que existe entre el hombre y la naturaleza.

Al recoger hoy estas crónicas viajeras para formar un libro y cantar las ciudades y los pueblos de la patria, compruebo con asombro y regocijo que mis recorridos posteriores –unos laborales y otros de descanso, y todos de compenetración con el medio ambiente– cubren gran parte del territorio colombiano. He sido afortunado transeúnte de caminos. Esas andanzas, físicas y literarias, me abrieron la mente y el alma a la comprensión del hombre y al goce de la naturaleza.

Somos pueblos ambulantes

He de confesar que la vida de los pueblos, entendidos éstos como conglomerados humanos –sin considerar su importancia ni su extensión territorial–, me apasiona. Tanto la aldea más remota como la urbe más populosa, con sus pasiones y miserias, sus trabajos y esfuerzos, sus sueños y grandezas, me seducen. Todos los pueblos tienen cuerpo, historia, estilo propio, vida y espíritu. Somos pueblos ambulantes: los llevamos con nosotros mismos. Los paisajes que admiramos, y a veces destruimos, son nuestros mismos paisajes interiores.

Cuando se es capaz de descubrir la poesía del viaje, que la mayoría no logra encontrar, sabemos que viajar es un placer. Para eso se requiere el deseo de explorar y aprender, de captar lo peculiar y entender lo profundo que hay en todas partes. No es necesario abarcarlo todo ni detenerse en todos los pregones municipales, los que muchas veces, en lugar de enriquecer el conocimiento, distorsionan la realidad. Un solo ángulo, una particularidad, un matiz, percibidos con fidelidad, suelen ser superiores a grandes discursos para interpretar el carácter de los pueblos.

Viajar por viajar no tiene sentido. Disminuye el bolsillo, agota las energías y apaga el entusiasmo. No aporta ninguna experiencia vital, que es el mayor tesoro que debemos buscar en cualquier territorio. Con higiene artística es posible el hallazgo gozoso de emociones y alegrías, de personajes típicos y grandes filosofías pueblerinas a través de las cosas simples, incluso en los sitios que suponíamos menos trascendentes.

Dice Hermann Hesse: “La naturaleza es hermosa en todas partes o no lo es en ninguna”. Y agrega: “Se puede aprender del pintor o del poeta, pero también del campesino y del guarda forestal. Y en cada ser humano, por unilateral que sea su formación, dormita una olvidada fraternidad con el sol y la tierra”.

El ocio de los caminos

Para ejercer el romanticismo de los viajes –una cualidad no tanto de los enamorados cuanto de los espíritus sensibles– hay que dejar que el alma vague sin rumbo fijo en búsqueda de sorpresas, de pequeños detalles enriquecedores, y luego vuele por los paisajes como una avecilla de los montes, que es minúscula dentro de las desmesuras del mundo, pero sabe ser feliz. Hay que escaparnos a campos y veredas y aldeas ignotas, a buscar las fuentes de la vida y los misterios del mundo, provistos sólo de inquieta ansia sensual y de la lente elemental del artista.

El método de la contemplación, del diálogo interior, del ocio de los caminos, cuando sabe practicarse, eleva el espíritu y dignifica la existencia. Esto nos evita ser rastreros.

Cuando viajo por Colombia o por otros países, en mi maleta no puede faltar la libreta de apuntes. Me gusta mirar, preguntar, indagar. Y sobre todo, observar. El chofer de taxi, el vendedor de dulces, el lustrador de calzado, la humilde aseadora del hotel, en quienes reside la filosofía popular, han sido siempre mis mejores informantes. El clima de las poblaciones lo he medido a través de estos menudos personajes de la vida corriente.

Ellos son los autores de la mayoría de estas páginas. Además, en varios casos figuran como protagonistas reales de episodios memorables para mí, que yo quisiera que también lo fueran para el lector. Son moldes sociales que vale la pena exaltar.

El alma de Colombia

Estas crónicas, escritas algunas con leves dosis de humor y en tono coloquial y juguetón, persiguen una finalidad precisa: retratar a Colombia. No son pesados cuadros de costumbres ni profundos ensayos de sociología. Pinceladas, apenas, sobre el alma de la patria, con algunos rasgos humanos –en el dolor y el alborozo– de ese sinfín de personajes y sucesos que giran en torno nuestro y no siempre sabemos captarlos.

Si no soy un pintor afortunado, aspiro por lo menos a dejar constancia de mi ánimo indagador. No deseo, además, que mi pretensión vagabunda sea recriminada con las palabras de Fernando González en su libro Viaje a pie: “El hombre es un animal que suda, que digiere, que elimina toxinas, que desea la mujer ajena y todo lo ajeno, y que apenas por instantes piensa”.

Estos trabajos ocasionales, publicados casi todos en El Espectador como colaboraciones literarias, adquieren otra dimensión cuando se ponen en fila para encadenar una idea. Sin ser del todo necesario, les he dado algún orden para que mi viaje por Colombia no resulte tan emborronado como mi libreta de apuntes.

Comienzo el recorrido por las comarcas más pegadas al afecto: Boyacá, que me dio la sangre y me modeló el alma; y el Quindío, que a partir de aquel descenso por su cordillera soberana me brindó cariño y me acogió como hijo adoptivo.

Fue preciso, y lo lamento, para no hacer tediosa esta lectura que de todas maneras muchos abandonarán por insulsa, sacrificar otros escritos no menos entusiastas dentro de mi vocación andariega. Lo importante para el autor es saber que su misión de retratista de paisajes, de hombres y de estados del alma la ha desempeñado con amor. Amor por la humanidad y por el oficio de escribir. Acaso así se gane las indulgencias de los lectores benevolentes.

La Crónica del Quindío, Armenia, 14-I-1996.

* * *

Explicación necesaria:

Como habrá podido notar el lector de estas líneas, en ellas se anuncia la publicación de un libro. Así es. Pero el libro no se publicó. Un día me puso a correr el rector de la Universidad del Quindío, Henry Valencia Naranjo, al apremiarme con la oferta de un libro que deseaba publicarme en breve tiempo, sin que yo se lo hubiera pedido. Armé una obra de crónicas viajeras, sacadas de mis correrías por la geografía colombiana. Pasado el tiempo, noté que el rector (que había sido político) echaba al olvido su palabra. La vida de los libros está marcada por esta clase de percances. Ser escritor es un honor que cuesta. Cuando me convencí de la realidad, opté por echarle tierra al asunto. Sin amargura. El libro no se publicó, pero se rescatan las palabras de introducción escritas para aquella ocasión. Y también las crónicas viajeras, que quedan a salvo en este recinto seguro de la página web. GPE

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Gracias, Quindío

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

“Periodista quindiano: reconoci­miento por su necesario apoyo para la divulgación y promoción del desa­rrollo integral de nuestra región». Así reza la placa que en días pasados recibimos en Bogotá, en el Club de In­genieros,  de parte del Gobernador del departamento, Henry Gómez Tabares, y el Alcalde de Armenia, Álvaro Patiño Pulido, varios periodistas vinculados con medios de comunicación de esta capital.

Para mí, en particular, resulta altamente enaltecedora esta distinción por no ser oriundo del Quindío. Mi larga permanencia en la región, y so­bre todo mi identidad con la tierra y su gente, me han hecho ganar el títu­lo de quindiano. Siempre me he senti­do quindiano de corazón, y con esta placa me crece la vanidad.

Digna de aplauso resulta la gestión solidaria que adelantan las auto­ridades locales. Queda demostra­do que la alianza que los dos dirigen­tes exhibieron en sus recientes cam­pañas –que podría interpretarse como una fugaz insignia electoral– era verdadera.

Como principio de sus programas conjuntos, viajaron a Bogotá a realizar contactos por lo alto, a fin de solucionar, con medidas prontas y efectivas, los agudos problemas que afectan la vida regional. Comenzaron por reunirse con importantes figuras de la propia tierra residentes en esta ciudad y que pueden aportar sus lu­ces e influencias para encontrar nue­vos rumbos para el departamento.

Creo que el Quindío no ha sabido utilizar a sus hijos ilustres situados en posiciones destacadas del país.

En cambio, departamentos como el Valle, Antioquia, Caldas o Risaralda saben explotar este hecho para beneficio de sus regiones. La ausencia de quindianos en el estudio de los problemas de su tierra obedece, sobre todo, a la distancia que mantienen con ellos las auto­ridades.

Cuando llegan los comicios, en lugar de ele­gir verdaderos representantes de la región con vocería nacional, los apetitos politiqueros ha­cen desperdiciar los votos. ¿Cuánto tiempo hacía que el Quindío no tenía un senador? ¿Y cuánto que no tiene un ministro?

Hoy lo importante es que existe el propósi­to de la enmienda. El viaje a Bogotá del Gober­nador y el Alcalde, acompañados de sus ase­sores, no sólo es provechoso en sí mismo sino que augura mejores días para el futuro quindiano. Tuve oportunidad de conversar, además del gobernador y del alcalde, con Rodrigo Estrada Revéiz, presidente de la Cá­mara de Comercio, y Jorge Eliécer Orozco Dávila, director de RCN, entre otros, y ente­rarme de varias características de la vida re­gional, y también conocer algunos proyectos que buscan reactivar la economía e impulsar el bienestar social.

Grato sobremanera este encuentro con vo­ceros tan auténticos de la realidad quindiana. Alentador y promisorio el futuro que se ve llegar al Quindío gracias a la decisión que sus autoridades acometen, en buena hora, para buscar fórmulas de salvación.

La Crónica del Quindío, Bogotá, 17-III-1998.

 

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El resurgir del Quindío

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El Gobernador del Quindío y el Alcalde de Armenia, Henry Gómez Tabares y Álvaro Patiño Pulido, acom­pañados de varios de sus asesores, estuvieron en días pasados en la capital del país adelantando importantes contactos para impulsar proyec­tos básicos para reactivar la vida del departamento. Desde las campañas políticas que los llevaron a las posi­ciones que hoy ocupan, los dos fun­cionarios marchaban unidos en el pro­pósito de trabajar en equipo y con ideas claras para conseguir obras de avance para la región.

Dos meses después de ser elegidos, prueban que lo anunciado no es sim­ple promesa electoral. Con esta aso­ciación de propósitos –que sirve de ejemplo para otras regiones–, es el Quindío y su capital los que sa­len ganando. Por lo general, los man­datarios seccionales trabajan en for­ma aislada y a veces egoísta, cuando no en contravía y con rivalidades manifiestas, con lo que retrasan el desa­rrollo de sus comarcas y terminan frustrando las esperanzas colectivas. Lo que sucede hoy en el Quindío es digno de señalarse como una alianza para el progreso.

No se trata de invadir campos ajenos o disfrazar las respon­sabilidades, sino de aunar esfuerzos para propiciar mejores resultados. El Quindío, frenado en los últimos tiem­pos por una serie de antagonismos y menudos apetitos, se ha olvidado, por ejemplo, que en la capi­tal del país cuenta con altos poderes derivados de hijos ilustres de la tie­rra, de ambos partidos, que facilita­rán la consecución de fórmulas que remedien las dificultades actuales.

A eso vinieron el Gobernador y el Alcalde. Se reunieron con fi­guras notables de su tierra –como los exministros Diego Moreno Jaramillo y Hugo Palacios Mejía; el exgo­bernador Jaime Lopera Gutié­rrez; el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Luis Fer­nando Ramírez Gómez; los magistrados César Hoyos Salazar y Óscar Jiménez Leal, entre otros-, y el diálogo dejó sobre el tapete ideas po­sitivas para poner en ejecución en el futuro inmediato.

El deterioro económico que sufre la región como conse­cuencia de la crisis cafetera, es en verdad preocu­pante. Por fortuna, el quindiano, hombre de fe, de visión y trabajo, no se deja apa­bullar por los reveses. Hoy, en medio de la peor adversidad económica que ha sufrido la comarca en toda su historia, busca otros caminos para sa­lir del atolladero. Y confía en sus autoridades. Conscientes éstas del reto y animadas por sano regionalismo, buscan los sistemas nece­sarios para superar la emer­gencia.

La Crónica del Quindío, Armenia, 21-III-1998.

 

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La causa de César Augusto

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A distancia, pero con especial interés, sigo en Bogotá las noticias sobre las cam­pañas políticas que se adelantan en el Quindío para la elección de representan­tes al Congreso de la República. A algu­nos de los aspirantes los conozco perso­nalmente; a otros, de lejos; y de otros sólo he oído hablar por comentarios de los pe­riódicos.

Voy a referirme en esta nota a una persona a quien he tratado y de quien conozco sus ejecutorias: César Augusto Mejía Urrea. Cuando en 1983 partí del Quindío, él estaba al frente de la Alcaldía de Armenia. Por aquellos días iniciaba sus pasos en la vida públi­ca, pero ya eran evidentes su vocación de servicio y su preocupación por el desarro­llo del departamento.

Era un espíritu abierto a cuanto acon­tecía en el Quindío. Lo escuché en reunión de amigos, hace más de 15 años, exponiendo los problemas palpitantes del momento y aportando ideas claras para resolverlas, y a la vez destacando los valo­res de la región. No muchos sabían que Mejía Urrea era un líder cívico que se preparaba con discreción para acometer las grandes causas regio­nales en que lo hemos visto comprometi­do en los últimos tiempos.

Como profesional de la construcción ha estado vinculado a importantes proyectos que han contribuido en forma sustantiva al progreso de Armenia. En la vida pública ha dejado rastros de su áni­mo progresistas, de sus obras por el bien­estar de la comunidad y de su conducta moral.

El Quindío es su bande­ra. César Augusto piensa siempre en función de su tie­rra. Será, por lo tanto, vocero auténtico de las ne­cesidades quindianas al ser designado el próximo domin­go, como parece que habrá de ocurrir,  representante a la Cámara. Cuando en el pa­sado reciente sacrificó una prominente posición regional a fin de reservarse para el nuevo designio –donde ten­drá mayor eco nacional–, sin duda supo elegir bien. Cabe esperar que el voto popular sepa escoger este domingo fi­guras idóneas como la suya que saquen la cara por la región. De lo contrario serán votos ama­ñados que no representarán los intereses regionales.

El Quindío es para César Augusto una obsesión. Re­cuerdo un ama­ble y provechoso encuentro que tuve con él en mi último viaje a Armenia. Al enterarse de mi presencia en la ciudad, promovió una reunión de ami­gos en el Club América y en ella me expuso valiosos pun­tos de vista sobre la problemá­tica de la ciudad y del depar­tamento, análisis de induda­ble interés para el quindiano de corazón que siempre me he considerado, a quien intere­sa sobremanera el desarro­llo de su tierra afectiva.

En aquella tertulia pude apreciar no sólo su conoci­miento sobre la vida local y nacional, sino su preocupa­ción por los asuntos públi­cos. ¿Cómo no va a ser, por consiguiente, acertado personero de su comarca quien así se ha formado para la actividad pública? Me da la sensación de que la ciu­dadanía del Quindío sabrá elegir, por encima de maqui­narias y mañas políticas, sus mejores cartas para el bien común.

La Crónica del Quindío, Armenia, 4-III-1998.

 

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