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Archivo para la categoría ‘Quindío’

Octavio Álvarez Arango

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A finales de 1999 me encontré por última vez con Octavio Álvarez Arango  en la capital del país. Hacía varios años no lo veía, y ahora tenía el placer de volver a platicar con el viejo amigo, por quien siempre sentí admiración y aprecio dadas sus dotes de simpatía y cordialidad, unidas a su agradable conversación y a su porte de gran caballero.

Desde mi llegada al Quindío, hace más de treinta años, nació entre los dos  una cordial amistad. Octavio ejercía el cargo de contralor del departamento y yo llegaba como gerente bancario, circunstancia que dio lugar a nuestra estrecha relación personal. Durante su permanencia en dicho cargo pude apreciar el estricto cumplimiento de sus deberes fiscales, y más tarde, en otros desempeños, demostró el acendrado espíritu de rectitud y eficiencia que ponía siempre como norma invariable de su personalidad.

Su hoja de vida en el sector público es extensa y meritoria. Comienza como inspector de policía en Montenegro, y de allí pasa a desempeñar varios cargos en la Contraloría de Caldas. Fue jefe de personal del departamento  de Caldas, cuando éste no se había fraccionado. Luego es nombrado alcalde de La Dorada, y luego, de Bello (Antioquia). Dentro de la versatilidad de su temperamento, un día le da por ingresar al servicio carcelario como subdirector de La Modelo, y de allí pasa como director de La Picota, Araracuara y Acacías.

De nuevo en su tierra nativa, se le elige contralor del Quindío por varios años. Tiempo después Jesús Antonio Niño Díaz, su amigo perso­nal, es nombrado gobernador del de­partamento y le pide que escoja un cargo de su administración. Era una carta abierta que indica hasta qué grado gozaba Octavio de aprecio en la clase dirigente. Para sorpresa del gober­nador, Octavio le dice que quiere ser alcalde de Quimbaya. Y lo nombra. Más tar­de el mismo fun­cionario le ofrece la Secretaría de Go­bierno, que desem­peña con tino y ha­bilidad política, y de allí pasa a ser gobernador encar­gado durante una licencia concedi­da al titular.

Viene luego la ironía. A su retiro de la Secretaría de Gobierno vuelve a Quimbaya como notario, población por la que siente especial afecto. Por estos días sale una reglamentación para el cargo de notario, y se dispo­ne que para ejercerlo se requiere ser abogado o haber permanecido en el poder judicial o en el notarial por espacio mínimo de cinco años. Como Octavio no posee dichas con­diciones, su nombramiento es de­mandado por un señor Tarquino, y pierde el puesto. Su larga y brillan­te trayectoria no le servían de nada ante la obtusa reglamentación que lo descalifica para ser notario de un pueblo.

Como consecuencia de esta de­terminación absurda, escribo en La Patria el  artículo que titulo Iro­nías del servicio público (octubre 21/75). Octavio me dirige desde Quimbaya el siguiente mensaje: «Gratuitos enemigos, haciendo ‘tarquinada’, echaron por tierra hon­radez, moralidad, honestidad, vo­luntad de servicio, convencidos de que esto es propio de quienes ha­yan estado en universidad, así ésta no haya estado con ellos».

Octavio Álvarez Arango, que en su hoja de vida acreditaba cargos tan exigentes como los de alcalde de im­portantes ciudades, director de las mejores cárceles del país, contralor y gobernador del Quindío, no ser­vía para ser notario… Ahora, en el entrañable encuentro que tuve con mi amigo de tantos años, nos reía­mos de estas tratadas del destino. De ésta y de otras, ya que su vida estuvo matizada de graciosas ocurrencias. Octavio tuvo siempre extraordinario sentido del hu­mor, y con esa chispa ejerció su ci­clo vital y conquistó numerosos amigos.

Ahora ha llegado a su fin esta vida digna, decorosa y luchadora, que mucho tenía de quijotesca y jo­vial. Nunca les sacó prebendas a los cargos públicos, porque su premisa era la honorabilidad. Prefería llevar una vida sencilla a una riqueza oprobiosa. En este reencuentro lo vi lleno de salud y colmado de regocijo, como siempre había sido. Con su hu­mor de siempre, su dignidad a toda prueba y su don de gentes, tomaría sus maletas sin regreso y hoy se reirá de las ‘tarquinadas’ del destino.

La Crónica del Quindío, Armenia, 29-VIII-2000.
La Patria, Manizales, agosto/2000.

 

Motivos para el optimismo

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Fueron muchas las voces de in­satisfacción y protesta que se es­cucharon contra los planes de la reconstrucción de la zona cafete­ra a lo largo de este año que si­guió al terremoto. Provenientes unas de la ciudadanía, otras de los líderes cívicos y de los políti­cos de la región, y otras de los medios de comunicación.

En su mayoría, los reclamos apuntaban hacia estos puntos neurálgicos: las obras no avanza­ban, los dineros estaban enreda­dos, se comentaba que había mala utilización de ellos, se ponía en duda la capacidad gerencial del doctor Villegas, se clamaba por los auxilios individuales para levan­tar las nuevas viviendas. Dicho en lenguaje expresivo, la gente rumoraba que se iban a robar el dinero, como puede ocurrir en tra­gedias de esta magnitud.

Entre tanto, grandes núcleos de población dormían en cambuches, carentes de servicios ele­mentales y expuestos a toda cla­se de sacrificios. Hay que enten­der la desesperanza que significa para estas personas tan duro es­tado de estrechez, agudizado por la larga espera. Su protesta era y es comprensible, si bien no pue­de hablarse de desamparo, o de indolencia oficial, sino de una compleja situación de emergencia difícil de conjurar en corto tiem­po.

Desde luego, la reconstrucción de Armenia (la mayor afectada por el desastre) no podía ser asunto de poca monta. Dicho en térmi­nos reales, no se trata de recons­truir la ciudad, sino de levan­tarla de nuevo. Esto exige planeación rigurosa y consisten­cia de los planes. El apresura­miento y la falta de una dirección bien cimentada son errores cra­sos que se pagan más adelante. Es preferible ir despacio, dentro de límites razonables, para lue­go no tener que lamentar errores protuberantes.

El señor Presidente de la Re­pública, con la solidaridad admi­rable de la primera dama, ha de­mostrado no sólo su honda sen­sibilidad social, carente de toda demagogia, sino su efectiva par­ticipación en los programas de rehabilitación. Y el doctor Luis Car­los Villegas, sobre quien cayeron toda suerte de palos y agravios, que él soportó con paciencia y fir­me voluntad, exhibe hoy resulta­dos positivos que llevan en mar­cha lo que será un empeño ambi­cioso para la pujante comarca del mañana. Del mañana promiso­rio que no puede esperarse ni utó­pico ni lejano.

Puestas las cosas en orden, viene la tarea gigante de saber emplear bien los recursos. Se me dice, por opiniones respetables, que en el Quindío existen bases se­guras para el futuro. Armenia está resurgiendo de las cenizas. Lo mis­mo acontece con las demás pobla­ciones. No se ven los despilfarros ni la ineptitud que predicaban los profetas del desastre.

En este es­fuerzo ha estado comprometida no sólo la acción oficial, sino infinidad de voluntades aisladas que hacen hoy el milagro de la verdadera trans­formación.

La Crónica del Quindío, Armenia, 21-II-2000.

 

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Acción edificante

viernes, 20 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Las hermanas Bethlemitas, vin­culadas hace cerca de cien años a la ciudad de Armenia con su colegio del Sagrado Corazón de Jesús, realizan un gran aporte al reconstruir su vie­ja casa de estudios afectada en for­ma severa por el terremoto.

El trabajo fue realizado por el in­geniero Carlos Alberto Calderón Martínez, experto en sismorresistencia y patología de la cons­trucción, quien ha aplicado técnicas novedosas para salvar la construc­ción y asegurarla contra futuros sismos.

Son tantos los adelantos tecnoló­gicos a que ha llegado el mundo en este final de siglo, que ya se volvie­ron comunes y suscitan reducido interés. Sin embargo, son ma­nos expertas como las del ingeniero Calderón las que acome­ten, con responsabilidad y eficien­cia, trabajos de tanta envergadura como el ejecutado en el colegio de las Bethlemitas. Dicho en otras pala­bras, el viejo plantel educativo ha quedado exacto en su presentación externa, pero se le han cambiado los nervios para que resista otra embes­tida de la naturaleza, que ojalá nunca vuelva a ocurrir.

Aparte de aplaudir este acierto profesional, es preciso poner de re­lieve lo que significa para Armenia y el Quindío el aporte que hacen las Bethlemitas para el resur­gimiento de una región abatida por el desastre. Dice la crónica de pren­sa que el costo de este trabajo as­cendió a 1.800 millones de pesos, ci­fra considerable que debe traducirse como respuesta valiente y aleccionadora, digna de todo elogio, en esta hora de postración moral y material que agobia a la sociedad quindiana.

Ha sido el colegio del Sagrado Corazón de Jesús uno de los mayo­res elementos del progreso regional, como que en él se han educado las antiguas y las nuevas generaciones femeninas, en cuyas manos y cere­bros ha estado la suerte de la comu­nidad y de los hogares quindianos. Grandes formadoras de juventu­des, estas religiosas han ejer­cido el papel de guías de la sociedad en momentos tan conflictivos como los que determinaron la disolución moral de la región, y por consiguien­te de la familia, en la era reciente del narcotráfico.

La hermana Berenice Moreno, que dirigió la vida del plantel durante varios años, dejó en la ciudad huella perenne como excelente orientadora del estudiantado. Merced a sus especiales atributos como maestra y sicóloga fue promovida a una des­tacada posición en la capital del país. Como ella, muchas de sus herma­nas de religión y enseñanza han pa­sado por este colegio, com­prometidas siempre con la supera­ción de las alumnas y el bienestar colectivo.

La acción edificante de las Bethlemitas al reconstruir su sede será, sin duda, imitada por muchos, y así tendremos en pocos años –me­nos de los que predicen y predican los pesimistas– nuestra ciudad rejuve­necida, que volverá otra vez a ser capitana del civismo y el progreso.

La Crónica del Quindío, Armenia, 11-VI-1999.

 

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Civismo

viernes, 20 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Resulta preocupante el siguiente comentario del doctor Álvaro Patiño Pulido, aparecido en La Crónica: «Nos está viendo mejor la gente de afuera que la gente de adentro. No es la ciudad linda, tenemos problemas por la falta de civismo con que estamos viviendo». Esto, puesto en boca del Alcalde de la ciudad, es una dura crítica al comportamiento de los armenios en la hora presente.

Para mí, que viví en Armenia por espacio de 15 años, el civismo fue siempre una de las virtudes notables de la población, lo que permitió el avance significativo que alcanzó la ciudad tanto en el orden estético (una de las urbes más hermosas del país por el esmero de sus parques y avenidas) como en el compromiso de los habitantes con el progreso local.

Testigo soy de las permanentes campañas por el embellecimiento de la ciudad adelantadas por la Sociedad de Mejoras Públicas, entidad que presidió durante largos años el doctor Fabio Arias Vélez, paradigma del civismo, y de cuya junta directiva hacían parte damas tan emprendedoras como Nydia de Ramírez, Pastorita Giraldo de Garay, Eunice Restrepo Arias y Lía Giraldo Soto.

Este adalid del progreso que fue Fabio Arias Vélez dejó huella imperecedera en no pocas realizaciones de la vida capitalina, y hoy su ausencia se hace sentir cuando es el propio Alcalde quien se lamenta de la falta de mayor colaboración ciudadana en el resurgimiento de la ciudad arrasada por el cataclismo.

En mi última visita a Armenia, con motivo de la presentación de mi novela La noche de Zamira en la Universidad del Quindío, cuyos destinos estuvieron en dos oportunidades bajo el brillante desempeño de Arias Vélez, resalté con las siguientes palabras su espíritu de lucha y sus indudables logros cívicos, que hoy le reconoce la ciudadanía en pleno:

«Me constan las batallas valerosas y decisivas que Arias Vélez tuvo que librar para sortear agudas crisis económicas que frenaban la marcha de la entidad, y también sé que gracias a su esfuerzo y tenacidad, acierto administrativo y voluntad de servicio, y por encima de todo su amor por el Quindío, la Universidad registró bajo su liderazgo dos de las etapas de mayor desarrollo que haya tenido.

«Como gerente del Banco Popular durante 15 años fui aliado permanente de la Universidad, y sobre todo de Fabio, cuyas dotes cívicas se hicieron sentir, de manera sobresaliente, en diversas obras de beneficio común, entre ellas, la Universidad del Quindío y la Sociedad de Mejoras Publicas».

La marcha dinámica que llevaba la ciudad, y que fue el resultado de muchos años de trabajo, se ha visto afectada por la furia de la naturaleza, que en gran parte de la urbe no dejó piedra sobre piedra. La reconstrucción no es tarea de poca monta, sino, por el contrario, labor titánica que demandará no poco tiempo y gigantes esfuerzos oficiales y comunitarios. Es aquí donde se pone a prueba la capacidad de civismo que extraña hoy el Alcalde local.

Bien sé que los quindianos han respondido siempre a los retos de cada hora y de cada llamado que se hace hacia el progreso regional. Lo harán en este momento, cuando de lo que se trata es de redimir a Armenia de su penosa adversidad. Por la televisión, desde lejos, como es mi caso, hemos visto en todo el país la lección admirable de los líderes espontáneos que han surgido en los cambuches y en los barrios desolados, con la bandera cívica que busca superar la calamidad apabullante propinada por el terremoto.

Pero el alcalde se queja de falta de civismo. Valdría la pena que ampliara su crítica y les precisara a sus paisanos en qué aspectos están fallando.

La Crónica del Quindío, Armenia, 4-X-1999.

 

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Fortaleza quindiana

viernes, 20 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A través de la historia el pueblo quindiano se ha caracterizado por su espíritu de resistencia para derrotar las adversidades. Este talante le viene de los bravos aborígenes que aprendieron el arte de la guerra como la manera de sobrevivir en medio de escaramuzas y de terrenos hostiles, para asegurar sistemas de convivencia y prosperidad.

Los valientes guerreros, entre quienes sobresalen los quimbayas como pueblo laborioso y creativo, fueron los que prolongaron en el tiempo dos conceptos fundamentales que distinguen la raza quindiana: el de la lucha y el progreso.

Después de pasar por complicadas circunstancias, como el despoblamiento de la región debido a la disminución de los primitivos indígenas –hecho que impuso el rigor de la selva inexorable–, irrumpiría a mediados del siglo XIX el ímpetu de la colonización antioqueña que volvería a habitar el territorio y descuajaría los bosques para transformar el paisaje y hacer germinar la tierra con la bendición de los cultivos. Así nacía el café, un grano vuelto mito y realidad, que gobierna desde entonces la vida de los quindianos como dios soberano que premia y castiga, y del que es imposible prescindir.

En los tiempos de la colonia y de la naciente república, este territorio formó parte de la provincia de Popayán, y luego del departamento del Cauca. Años después pasó a integrar otras fórmulas administrativas, siempre cambiantes, como lo era el país, y en 1905, al crearse el departamento de Caldas, fue anexado a su jurisdicción.

Este rumbo itinerante, que algo se parece a la suerte nómada de los cosechadores de café, no hizo felices a los quindianos, quienes abrigaban a esperanza de redimirse de toda suerte de yugos para poder vivir su propio destino. Tras duros combates, lo consiguieron en 1966, y desde entonces respiran los aires de la independencia soñada, y fieramente perseguida, como una enseña del carácter libre que le legaron sus antepasados.

Deseo resaltar con estos antecedentes históricos el carácter recio con que el pueblo quindiano ha vencido los escollos del camino. Nunca se ha frenado ante pequeñeces, y de las dificultades y catástrofes ha aprendido que es preciso afrontarlas sin desfallecimientos para luego triunfar. Si no se poseyera ese coraje, hoy sería una región abatida bajo el cataclismo. El valor espartano de que el Quindío ha dado ejemplo ante el país, y que ha movido la solidaridad del mundo, dice hasta qué grado de paciencia y reciedumbre llega su temple invencible.

Los reveses que hoy sufre la gente en medio de privaciones y toda suerte de sacrificios hace a los quindianos más duros, resistentes y laboriosos. ¿No eran esos acaso los principales atributos de los quimbayas? Y si se agrega el poder de artistas y creadores, como fue aquel pueblo de orfebres, tendremos en pocos años el ejemplo vivo de una región mutilada que logró salir de las cenizas para levantar sus pueblos y ciudades, los que se niegan a desaparecer por estar edificados, más que con objetos materiales, con el vigor de la raza.

¡Cuánta visión tuvo Rodrigo Arenas Betancourt al erigir en la plaza de Armenia su Monumento al Esfuerzo! El artista, que comprendía muy bien la idiosincrasia quindiana, perpetuó en ese emblema la mayor virtud regional: el ánimo de lucha. Lo mismo que el quindiano no conoce de cobardías ni languideces, tampoco ignora que el esfuerzo con que ha escrito su historia será el único capaz, en esta hora adversa, de conquistar el futuro.

Un día los quindianos se empeñaron en librar la campaña de independencia que les permitiría tomar sus propias decisiones, y lo lograron. Con la pala del progreso al hombro abonaron los campos e hicieron florecer las cosechas, hasta que el infortunio de los bajos precios del café desarmó su economía básica. Sin embargo, no se intimidaron y buscaron otras alternativas.

Ahora, las fuerzas desatadas de la naturaleza han destrozado la región. Pero ahí vemos a los habitantes, cavilosos acaso, pero nunca vencidos, reconstruyendo las ruinas y mirando con optimismo al futuro. Confían en sus fuerzas y saben que saldrán adelante.

Al paso de los años, Armenia y las poblaciones quindianas serán de nuevo otro milagro de superación. Detrás de ellas, como en la vida de los grandes hombres, habrá la explicación de un pueblo valeroso que no se dejó ganar la partida de las calamidades y que, por el contrario, supo ser grande en medio del mayor desastre colombiano de este siglo.

La Crónica del Quindío, Armenia, 28-IX-1999.

 

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