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La cárcel de Lecumberri

sábado, 21 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Álvaro Mutis nace en Bogotá en agosto de 1923. Sus antepasados registran una larga tradición agrícola, y sólo él y su padre han nacido en la ciudad. El resto de la familia se desarrolló en la vida de las haciendas. Su padre, hasta hace poco secretario de la Presidencia de la República, es nombrado diplomático en Bruselas cuando el futuro escritor se encuentra en edad escolar, lo que determina que sus estudios de primaria y bachillerato los adelante en la urbe europea.

Desde muy joven se muestra lector voraz de toda clase de libros clásicos y siente especial atracción por los autores rusos y franceses, en el campo de la narrativa, y por figuras como Neruda, Rilke, Juan Ramón Jiménez y Aurelio Arturo, en las lides poéticas. Bien pronto brotará de su propia cosecha la figura de Maqroll el Gaviero, su álter ego, personaje aventurero y romántico que conducirá su obra a las cumbres de la fama.

Al mismo tiempo que el nuevo literato conquista aplausos en Colombia y en los países latinoamericanos, el dandi que hay en él –con su talante gallardo y su gran facilidad de palabra– irrumpe en los salones sociales y se vuelve miembro apetecido de los círculos sociales. No es su mayor éxito el matrimonio que contrae a temprana edad, al que habrá de seguir una serie de fracasos sentimentales, sino su figuración constante en los mundillos de la lisonja y el privilegio.

Un día ejerce la jefatura de relaciones públicas de la compañía petrolera Esso, posición que parece diseñada para él. El poeta-relacionista se mueve allí como pez en el agua. Lo que todo el mundo ve en el flamante directivo: distinción, prebenda, suerte, destreza para mover la imagen de la empresa poderosa, dista mucho de coincidir con el infortunio que ha de sobrevenirle por el manejo indelicado de los fondos a él confiados, a raíz de lo cual huye del país y se radica en Méjico. Mutis ha incurrido en el desfalco para sacar de apuros a unos amigos. Cuando la situación se torna crítica y no halla facilidad para reintegrar el faltante, toma el camino de la fuga.

Poco tiempo después es apresado en Méjico, a la edad de 36 años, y va a dar a la cárcel de Lecumberri. Presidio pavoroso para este hijo de la burguesía cuyo tránsito por los salones dorados y por los floridos jardines de las letras no dejaba presentir semejante revés.

Este hecho parte en dos su existencia, al saltar del boato y la falacia social a la cruda realidad del  presidio. Los infinitos vejámenes y humillaciones sufridos por Óscar Wilde en la cárcel de Reading, los padece ahora Álvaro Mutis en la cárcel de Lecumberri. Uno y otro son figuras sobresalientes de la sociedad, brillantes poetas, perfectos petimetres. Ambos mantienen relaciones sentimentales con personas de la nobleza, el uno como homosexual declarado, el otro como mujeriego exquisito.

Los amores de Mutis con la condesa y escritora mejicana Elena Poniatowska, de origen polaco, que se encuentra casada, discurren con discreción durante los días del encierro penitenciario (1959), y queda constancia de que la condesa lo visitaba todos los domingos. Julio César Londoño, periodista colombiano que a lo largo de los años ha seguido este idilio con ojo penetrante, expresa lo siguiente en La Revista de El Espectador (23-VI-2002), a propósito de los encuentros furtivos en la cárcel: “Ella es una mujer precozmente adulta, él un hombre mayor. Ambos están de regreso. Han amado, engañado, sufrido. Conocen los deleites y las zozobras del Paraíso y los rigores del Infierno”.

De la cruel experiencia carcelaria sale un testimonio desgarrador: Diario de Lecumberri (1960), donde el colombiano describe el mundo sórdido de los presos y muestra su propia desventura, luego de haber probado los néctares de la lisonja social. Cuando un día amanece apuñalado ‘Palitos’, su habitual amigo y frágil vecino de celda, la noticia le produce honda conmoción y le agranda el fantasma de la soledad. Con todo, la prisión le permite conocer en toda su intensidad el destino trágico del hombre y apreciar lo que hay de bueno en cada individuo, sin la careta de las falsías y los engaños.

La temperatura de este desastre la traslada Mutis a su obra futura, tras los 15 meses de reclusión en Lecumberri. Muchos años después, gozando ya de la fama de su obra perdurable, Mutis sentiría, al recibir en Italia y España los premios Cavour, Príncipe de Asturias y Cervantes, que sobre sus hombros y su alma gravita el peso de la prisión, generadora de sombras y luces. Wilde y Mutis, viajeros de la misma nave azarosa del destino, parecen caídos de la misma estrella y resultan víctimas del mismo desequilibrio de sus vidas gloriosas y al mismo tiempo desdichadas.

El Espectador, Bogotá, 27-IX-2013.
Eje 21, Manizales, 27-IX-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 28-IX-2013.

* * *

Comentarios:

La columna está escrita con la belleza de un literato y con la imparcialidad de un buen periodista. Qué golpe tan fuerte le dio la vida, o mejor, la ley del karma, la ley de causa y efecto, a nuestro querido Álvaro Mutis. El paso por la cárcel siempre deja una profunda huella en el alma. Lecumberri en México cumpliría en Mutis su misión. Colombia Páez, Miami.

Esta bella página condensa todos los elementos que marcaron al hombre en su tránsito por la vida. El cierre es bellísimo, muy poético. Me conmovió. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Magnífico artículo evocador de Álvaro Mutis, a quien conocí en Bogotá y volví a ver dos veces en España. Es lamentable para las letras latinoamericanas este fallecimiento de un escritor colombiano tan importante. Ramiro Lagos, Greensboro (USA).

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Alfonsina Storni

sábado, 21 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

 (En los 75 años de su muerte)

Poetisa argentina de origen suizo (Sala Capriasca, 29 de mayo de 1892–Mar del Plata, 25 de octubre de 1938). Alfonsina es un nombre árabe que quiere decir «dispuesta a todo». Esta regla se cumplió en la vida de Alfonsina Storni. Sus primeros años fueron sacudidos por las limitaciones económicas, que la llevaron a ganarse la vida a los trece años de edad, cuando murió su padre: primero fue fabricante de sombreros, más tarde empleada de una farmacia y luego actriz en una compañía de teatro que viajaba de pueblo en pueblo.

Cuando regresó de esta actividad, supo que su madre había vuelto a casarse y se había marchado de la ciudad. Tiempo después, Alfonsina ejerció el oficio de maestra en Rosario y Buenos Aires, y al mismo tiempo colaboraba en los principales periódicos y revistas del país. En sus artículos se mostraba decidida defensora de las causas femeninas. Y al paso de los días se reveló como una de las poetisas más destacadas de América.

En sus libros iniciales, La inquietud del rosal y Languidez, se descubre su exquisita sensibilidad erótica y tierna melancolía, y en ellos comienza a aparecer su rebeldía ante un mundo injusto. En Ocre, su obra maestra, asoma un sentimiento de desengaño amoroso, tal vez proveniente de su condición de madre soltera a los 20 años. Se había enamorado de un hombre casado que le enturbió la juventud con la amarga experiencia de un hijo bastardo. Por eso le cogió aversión al matrimonio.

El país la consideraba su mejor poetisa romántica. «Me he pasado la vida cantando al hombre», decía, y luego agregaba: «Quiero un amor feroz de garra y diente, que me asalte a traición a pleno día». El no ser amiga del matrimonio no era obstáculo para tener continuas aventuras amorosas. Juana de Ibarbourou recuerda la siguiente escena en el puerto de Montevideo, mientras su amiga se alejaba hacia Buenos Aires: un enamorado se despedía de ella desde el muelle, encendiendo luces en forma de corazón.

Y llega su larga relación con el cuentista uruguayo Horacio Quiroga, hombre casado. A los 28 años, Alfonsina ingresó al grupo literario que él dirigía con el nombre de Anaconda (el título de uno de sus libros). Fue un romance tormentoso, que le causó profundas heridas. Quiroga fue su gran frustración.

Diagnosticado el cáncer de mama en 1935, fue sometida a una mastectomía radical. Tres años después reapareció el mal, como fiera voraz, que le produjo terrible abatimiento. Días antes de su muerte escribió el poema Voy a dormir, que sirvió de fondo para la canción póstuma compuesta en su honor: Alfonsina y el mar. En el final del poema, dedicado sin duda a Horacio Quiroga, la amante decepcionada exclama: «Gracias. Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono, le dices que no insista, que he salido».

En octubre de 1938 fue descubierto su cadáver flotando en el mar. Quedaría fácil atribuir el motivo del suicidio a la enfermedad incurable. Pero a dicha circunstancia se une otro elemento de peso, que siembra la duda: fuera del desengaño con Quiroga estaba su mente desajustada por las toxinas de la vida, que le creó un peligroso estado depresivo.

El Espectador, Bogotá, 30-VIII-2013.
Eje 21, Manizales, 30-VIII-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 31-VIII-2013.

* * *

Comentarios:

Ha sido grato recordar a través de este artículo la memoria de Alfonsina. Desde muy temprana edad leía sus poemas, publicados en ese entonces en una revista que mamá acostumbraba comprar. Después, con más deleite, sabía apreciar su poesía. Elvira Lozano Torres, Tunja.

La vida de Alfonsina fue, en efecto, muy triste y tormentosa; leyendo su poesía, creo igual que dice el artículo, que todos sus dolores espirituales y físicos tuvieron que llevarla a una depresión profunda. Máxime considerando la época, demasiado  difícil para una mujer. Muy concreta y bella esta página. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Hay que resaltar la excelente versión de la canción Alfonsina y el mar en la maravillosa voz de Nana Mouskouri. Marmota Perezosa (correo a El Espectador).

Acabo de leer con placer tu artículo sobre Alfonsina Storni. Se lo acabo de enviar a varios poetas amigos, especialmente al poeta español Fernando Opere y a mi colega, también poeta, Mark Smith Soto, quien por recomendación mía publicó en Tercer Mundo un libro sobre Alfonsina. No sabía en detalles sus relaciones con Horacio Quiroga, alusión muy interesante de tu artículo. Ramiro Lagos, Greensboro (USA).

Mi conocimiento sobre su muerte es que al saber que su fin era tan próximo, ella que jamás sería una suicida, decidió adelantar el final. Con respecto a sus restos, lo que yo conozco es que nunca se hallaron, que el mar no la devolvió. Se supo porque sus ropas fueron encontradas en la  playa. Ofelia Angélica.

Respuesta. Diferentes versiones han circulado sobre la muerte de Alfonsina Storni, entre ellas la que se da en este correo. Todo esto aumenta el mito de Alfonsina. Wikipedia dice lo siguiente: «Se suicidó en Mar del Plata arrojándose de la escollera del Club Argentino de Mujeres. Hay versiones románticas que dicen que se internó lentamente en el mar. Su cuerpo fue velado inicialmente en esa ciudad balnearia y finalmente en Buenos Aires. Actualmente sus restos se encuentran enterrados en el Cementerio de la Chacarita». Leo en otra parte que dos obreros descubrieron el cadáver en la playa. Si sus restos reposan en la Chacarita, esto significa que Alfonsina regresó del mar. GPE

 

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Poetisas colombianas del siglo XX

viernes, 20 de diciembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En el año 2001, Guiomar Cuesta Escobar y Alfredo Ocampo Zamorano unieron sus destinos en sorprendente idilio que ha resistido los embates del tiempo y mantiene la misma emoción de sus inicios. En el 2005, publicaron Concierto de amor a dos voces, salido de Apidama Ediciones, empresa que ellos dirigen. Ahora dan a la estampa el Nuevo concierto de amor a dos voces. Eros maneja los hilos ardorosos de estos poemas que ambos se escriben y que evidencian la llama de su amor.

Además, Apidama editó la antología Poesía colombiana del siglo XX escrita por mujeres, a la que Guiomar Cuesta y Alfredo Ocampo dedicaron varios años de investigación. En las 767 páginas de la obra, que corresponden al primer tomo, se reseña a las poetisas nacidas hasta 1949. En poco tiempo, según anuncian sus autores, vendrá la segunda parte.

En este tomo figuran 84 nombres femeninos, con sus respectivas fichas bibliográficas (435 libros en total) y juicios sobre sus creaciones. Se hace mención no solo de las mujeres que han gozado de amplia fama, sino que se rescata a otras autoras desconocidas o poco difundidas. Tal el propósito de la obra: destacar el mérito femenino y hacer ver la marginación de que ha sido objeto la mujer a causa del machismo imperante en la sociedad. Esa situación fue cierta en épocas pasadas, pero ha dejado de existir en nuestros días. La mujer de la actualidad, liberada ya del predominio masculino, conquistó el puesto destacado que merece. Esa es mi opinión personal.

Con todo, en el campo de la poesía las mujeres siguen formando grupo aparte en los “encuentros de poetas colombianas” de Roldanillo y Medellín. Prefieren que se les llame poeta, y no poetisa, legítima palabra con que se ha designado a la mujer que escribe poesía. No todas piensan igual. Una amiga poetisa me escribe lo siguiente: “Nunca he entendido por qué a algunas de mis colegas les molesta que las denominen como poetisas. Utilizar el masculino, para tal caso, no es coherente con el buen uso gramatical”.

La poetisa Esther López Martínez nació en Filandia (Quindío). Debido a su larga residencia en Medellín, donde murió en 1992, no figura en la lista de escritores quindianos. Ahora la rescata esta antología. Por otra parte, en la obra aparecerán omisiones inevitables –como en toda antología–, y es oportuno mencionar la de Fanny Osorio (1926-1988), sobre quien Dora Castellanos expresó alto concepto.

En el caso de Laura Victoria ocurre un hecho curioso. Ella acostumbraba disminuirse la edad conforme avanzaba el calendario (yo hallé por lo menos tres edades erradas cuando escribía su biografía), lo cual permitió un error en la antología: se anota como fecha de su nacimiento el año 1908, cuando el real es el 1904. En consecuencia, dice la obra que ella falleció de 96 años, cuando su muerte ocurrió casi a los 100 (le faltaron 6 meses para cumplir el centenario).

Por fecha de nacimiento, la primera poetisa erótica es Margarita Gamboa, nacida en El Salvador en 1899. Miembro de una tradicional familia caleña, la futura escritora se radicó en Cali hacia 1908, y allí murió en 1991. Laura Victoria, el emblema mayor de la poesía erótica de Colombia, tuvo acento nacional e internacional, mientras que Margarita solo lo tuvo en el área regional (Valle del Cauca). La obra de esta poetisa fue rescatada en 1999 en el libro titulado Margarita Gamboa: cien años de amor.

Bienvenida esta antología de dulce aroma femenino que nos ofrece, a mujeres y hombres por igual, la ocasión de valorar lo que debe ser valorado. Aquí concurren figuras relevantes del bello arte poético, como Laura Victoria, Margarita Gamboa, Dora Castellanos, Maruja Vieira, Carmelina Soto, Matilde Espinosa, Meira Delmar, Beatriz Zuluaga, Sylvia Lorenzo, Inés Blanco, Emilia Ayarza, Esperanza Jaramillo, Dora Mejía… Parabienes a Guiomar y Alfredo por la estupenda labor que cumplen  con su sello editorial.

El Espectador, Bogotá, 31-V-2013.
Eje 21, Manizales, 31-V-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 1-VI-2013.
Red y Acción, Cali, 2-VI-2013.

* * *

Comentarios:

Conocí a Margarita Gamboa cuando vivía en Cali, entre 1959 y 1964; luego perdí su pista. Y desde luego a Maruja Vieira, que trabajaba en el Sena, donde yo fui director del Centro Industrial local. Y claro, a la hija de Eduardo Carranza, Mercedes. Juan Ruiz de Torres, Prometeo Digital, Madrid (España).

El tema de poetisas y poetas es como el de la poesía femenina, variaciones alrededor de nada como decía el Maestro Leo. A mí me gusta más que me digan poeta, pero no sé por qué algunas colegas no quieren oír hablar de poesía femenina. Y entonces, ¿cómo se le dice a la poesía escrita por mujeres? ¿Femenil? ¿Feminista? No vale la pena poner al idioma a hacer cabriolas… Poesía es o no es, pero eso lo dictamina el tiempo, juez único. Maruja Vieira, Bogotá.

Leí el artículo sobre la antología de poetisas de Colombia, nacidas antes de 1949, entre las que honrosamente me incluyeron. Estoy de acuerdo con que poetisa debe ser el título, sin necesitar recurrir al masculino. Mercedes Medina de Pacheco, Bogotá.

Me encantó el artículo por tratarse del mismo tema que yo ventilé en mi antología Mujeres poetas de Hispanoamérica (1991). Ahí incluí a doce poetas colombianas. Realmente, según se entiende el erotismo sin vendas, la primera mujer erótica fue Laura Victoria. No estoy muy de acuerdo en que se les llame a las poetas poetisas, porque una vez la prensa de Medellín llamó a la poeta santandereana Carmen de Gomez Mejia «pitunisa», en vez de poetisa. Ramiro Lagos, Greensboro (USA).

Me agradó enormemente el artículo. Vale la pena recordar que Sylvia Lorenzo, mi gran amiga, siempre protestó por el nombre de poetas para las mujeres que escriben poesía. El día que le leí mi poema ¿Poeta?… o ¿Poetisa?, me dijo: “ Las poetisas que afirman llamarse poetas son unas ignorantes pues desconocen que el femenino regular de poeta es poetisa». También me agrada que últimamente he oído hablar a Dora Castellanos de poetisas. Silvio Vásquez Guzmán, Bogotá.

 

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Poesía erótica

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En el reciente encuentro de escritores realizado en Calarcá, Ángel Castaño le preguntó a Piedad Bonnet su opinión sobre  el desarrollo en Colombia de la poesía amorosa y erótica, a lo cual ella respondió: “En el terreno de lo amoroso creo que tenemos cosas muy buenas, poemas y novelas, incluida la María. Creo, en cambio, que no tenemos obras eróticas verdaderamente buenas”.

Esto significa que Piedad Bonnet ignora la existencia de Laura Victoria, la pionera de este género en el país, cuyos versos estremecieron el alma  de los enamorados en los años 20 y 30 del siglo pasado. Tampoco, supongo, conoce a la caleña Margarita Gamboa (1899-1991), de quien en 1999 se publicó la antología Cien años de amor. Ni a la manizaleña Bertha López Giraldo, autora de Este es mi cuerpo, amor (1999).

Ante el brote lírico de Laura Victoria, el maestro Valencia le manifestó: “Recibió usted el don de la poesía en su forma la más auténtica, la más envidiable y la más pura”. Y Federico de Onís, uno de los críticos más notables de la literatura hispana, dijo: “Laura Victoria es una de las personalidades más salientes de Sudamérica. Su obra poética ha volado por todo el continente en alas de la fama. Hay en sus versos ardor de trópico y pureza de montañas”.

La sociedad colombiana de aquellas calendas se escandalizó con los poemas atrevidos de la joven y bella mujer, oriunda de Boyacá, que irrumpía en la capital del país con su delicada vena erótica, y que por supuesto causaba revuelo en esos tiempos mojigatos. El corazón del hombre es un cofre de emociones. La poesía de Laura Victoria era embeleso y llama que enternecía los deliquios de la pasión amorosa.

Las páginas de Cromos y El Tiempo se abrieron para Laura Victoria en forma permanente, y los lectores buscaban su palabra enamorada con la ansiedad que produce la chispa del sensualismo puro. Colombia vibraba con su magia poética, cuya voz llenaba el teatro Colón y otros escenarios del país y el exterior. Su poema En secreto la llevó a la cúspide de la gloria.

Su fama estuvo a la altura de Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Rosario Sansores. Ellas formaban el abanico de las grandes líricas latinoamericanas. Su primer libro, Llamas azules, le hizo conquistar los mejores elogios de la crítica. Sobre esta obra dijo Rafael Maya que era “el mejor libro publicado por mujer alguna en Colombia”. En 1937 fue la ganadora de los Juegos Florales, en competencia con Eduardo Carranza.

En 1939 se radicó con sus hijos en Méjico y allí permaneció por el resto de sus días, con eventuales venidas a Colombia. Murió en ese país en mayo de 2004. Ocho libros son de su autoría, entre ellos los siguientes de poesía: Llamas azules, Cráter sellado. Cuando florece el llanto, Crepúsculo y Los poemas del amor.

La lejanía hizo olvidar su nombre en Colombia. Yo busqué revivirlo con el texto biográfico Laura Victoria, sensual y mística (Academia Boyacense de Historia, 2003). Sus versos perennes, que no conoce Piedad Bonnet, la acreditan como la gran cantora del amor sensual.

El Espectador, Bogotá, 7-IX-2012.
Eje 21, Manizales, 7-IX-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 8-IX-2012.

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Comentarios:

El artículo tiene toda la razón:  se ignora que Laura Victoria fue la iniciadora de la poesía erótica. Claro que sí. Se ignora también que el poeta costeño Rasch Isla escribió el libro más venusino de la poesía erótica de Colombia. Se ignora, igualmente, que yo escribí un libro lirico-pictórico con óleos sugerentes titulado  Frutologia de Eros. Hay que tener piedad con las Piedades por ciertos fallos informativos y otros deliberados. Ramiro Lagos, Greensboro, Estados Unidos.

Bella evocación de nuestra querida y admirada Laura Victoria, a quien tuve el gusto de llevarle a México su diploma de Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. Maruja Vieira, Bogotá.

A pesar de manejar un erotismo elemental demasiado genitalista del cuerpo femenino, la poeta logró en algunas ocasiones evocaciones verdaderamente brillantes que iban al fondo del verdadero erotismo, más allá de la piel: «A pesar de no amarnos, en silencio se troncharon las manos, sin saber si acunábamos un sueño o era el sopor de algún amor lejano». Óscar Ágredo Piedrahíta, Cali.

Lo que no se entiende es el tono de reclamo del autor de este artículo, como si fuera menester de Piedad Bonnet conocer y gustarle lo que es del gusto del autor de esta columna. No obstante, no deja de ser refrescante que en un periódico de circulación nacional se escriba de estos temas tan ajenos a nuestros medios. Feliciano de Silva (correo a ElEspectador).

Qué maravilla esta columna sobre la poesía erótica y el nombre de Laura Victoria.  Ojalá la conozcan muchos de quienes ignoran la existencia no solo de ella, sino de otras mujeres que han tocado bellamente el erotismo en la poesía y son totalmente desconocidas o simplemente les duele nombrarlas. Inés Blanco, Bogotá.

Increíble la afirmación de Piedad Bonnet, pues se supone que es persona culta. Buena poesía erótica es la que abunda en nuestra literatura. ¿Qué tal  Rasch Isla?  ¿Y qué tal José Eustasio Rivera, Silva, Jorge Gaitán Durán? En mujeres están Laura Victoria, Meira Delmar, María Mercedes Carranza, entre otras.  A lo mejor, a Piedad Bonnet no le gusta esa poesía. Gustavo Valencia  G., Armenia.

Maravilloso el artículo, no por el hecho de citar uno de mis libros, sino por la valentía de decirle la verdad a una escritora «intocable». Hay personas que no reconocen los méritos de otras. Bertha López Giraldo, Milwaukee, Wisconsin.

Excelente comentario. Pontificar es un riesgo que corren quienes no han leído ni vivido lo suficiente. José Jaramillo Mejía, Manizales.

Muy bueno el artículo. Se olvidó mencionar a Beatriz Zuluaga. Augusto León Restrepo R., Bogotá. Respuesta: Claro que sí, y lo lamento. En Si preguntan por mí, Beatriz tiene poemas de marcada estirpe erótica. En el momento de escribir el artículo pensé en otros nombres de mujeres, y no me vinieron a la cabeza.  GPE

Con Laura Victoria hay un error: su poesía es amorosa, pero no es erótica. La poesía erótica es como la de Miguel Rasch Isla y como el soneto a las lesbianas de José Eustasio Rivera. La poesía de Laura Victoria es grandiosa. Sincera y profunda. El ensayo sobre ella de Páez Escobar es bueno, la enaltece con la verdad. Laura es de las mejores poetisas de Colombia y de Latinoamérica. Y el término poetisa es lindo. No necesita sino que la que lo lleve lo merezca. Piedad Bonett no lo merece, porque en sus versos no hay ni señas de poesía… Óscar Piedrahíta González, Crónicas de ocasión, La Crónica del Quindío, 18-IX-2012. (Primera noticia de que la poesía de Laura Victoria no es erótica. Fue la pionera de ese género en Colombia. Y fue reconocida como tal por los grandes críticos de la época, tanto de Colombia como del exterior. GPE)

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Tres poetas

jueves, 10 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Jorge Gaitán Duran.– La revista Mito, fundada por Gaitán Durán en 1955, sembró un hito en Colombia y en América Latina y se convirtió en brújula del talento y del quehacer literario. Conforme crecían sus páginas, el escritor enriquecía su obra en diversos campos (el cuento, el ensayo, la dramaturgia, el periodismo) y afianzaba, sobre todo, su vena lírica como cantor de la mujer, la angustia, la sensualidad, el recuerdo, el amor, la muerte. En peregrinaje por Europa, su poesía adquirió nuevos acentos y tono universal. El erotismo en su obra siempre caminó al lado de la muerte, y entrelazados estos conceptos como la savia y el final de la vida, urgió a la carne para que se fundiera con eI espíritu. Parecía como si caminara de afán por el mundo, en busca del placer estético y del goce de los sentidos. Su actitud reverencial ante la muerte –el tánatos sagrado de los griegos– marca su escritura con anuncios de predestinación y con destellos de inmortalidad. Murió joven –en 1962–, en un accidente de aviación. Apenas tenía 38 años de edad. Su muerte trágica se convirtió en ofrenda a su obra. Y creció su mito en Colombia. (Se publican los poemas Sé que estoy vivo y Quiero).

Carlos Castro Saavedra.– Su vocación literaria se manifiesta desde muy joven en Medellín, donde él nace en 1924. Diversas facetas de la poesía conforman su obra: el amor, el dolor, la patria, la naturaleza. Sus versos poseen vigor y expresión y están imbuidos de delicadeza, ternura, armonía, color y sentimiento. Vasta es su producción, y el nombre del escritor perdura en las nuevas generaciones colombianas a pesar del paso del tiempo. A veces se va por los temas de la violencia, como una incitación a la paz. No solo es polifacética su creación lírica, sino que está elaborada con lenguaje pulcro y galano. Su poema Mensaje de América fue premiado en un concurso realizado en Berlín. El nombre de la patria resuena en diversas composiciones, y el poeta es un enamorado de los campos, los ríos, los caminos y las montañas. Además, se desplaza al mundo de los niños y les enseña a soñar. (Se publican los poemas En ti beso la patria y El mundo por dentro).

Carlos Pellicer.– Desde que Pellicer apareció en Bogotá como agregado cultural de la Embajada de Méjico, a finales de la segunda década del siglo pasado –y cuando no había llegado a los veinte años de edad–, ya despertaba interés por su vivacidad intelectual. Su precoz vocación literaria se reflejó en 1921 con su primer libro, Colores en el mar, editado en la capital colombiana. Desde entonces, toda su obra literaria, que es amplia, tendería hacia el mismo objetivo: interpretar al hombre con mirada universal y recoger el concierto del mundo en la parábola de la poesía sensorial y descriptiva, que es la suya. Bajo esa óptica, captó el alma americana y escudriñó los secretos de la tierra. Es la suya una visión pluralista que se recrea en sus lares de Tabasco para luego tomar vuelo cósmico. Se le conoce como «el poeta de América» por sus raíces telúricas, pero la definición va más allá: es un poeta del orbe. Su obra lírica tiene el color de la tierra y el alma de las emociones. La maravilla del poema se la transmite la presencia de Dios en sus versos, convertidos en canto perenne al amor, la belleza, el paisaje, la magnitud, en fin, de todo lo creado. (Se publican los poemas Deseos y Al dejar un alma).

Prometeo Digital, Madrid (España), agosto de 2006.

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