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Archivo para la categoría ‘Periodismo’

¿Por qué lo mataron?

lunes, 7 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

¿Por qué mataron a Álvaro Gómez Hurtado? Es la pregunta que formula su hermano Enrique en el libro que publica al conmemorarse los quince años del magnicidio, ocurrido el 2 de noviembre de 1995, cuando unos sicarios lo acribillaron mientras salía de dictar su clase en la Universidad Sergio Arboleda.

Es la misma pregunta que se hace el país frente a este crimen político que permanece impune en la historia nacional, comparable a los de Gaitán y Galán: los tres iban camino de la presidencia de la República y fueron eliminados por oscuros criminales en el momento cenital de sus carreras. Estos y otros sucesos similares se han perpetrado para crear caos y desestabilizar la democracia, y con ellos se ha buscado acallar la voz de los líderes de mayor arraigo popular.

En el caso de Álvaro Gómez Hurtado, se trataba del dirigente más notable y más aguerrido de la oposición contra el gobierno de Ernesto Samper, cuya imagen se había deteriorado, de manera drástica, por lo que era de dominio público –y sigue siéndolo–: el ingreso a su campaña presidencial de dineros del narcotráfico. El proceso 8.000, a pesar de la absolución política que obtuvo el mandatario, se volvió figura histórica que siempre perseguirá a Samper y no lo liberará de culpa. El veredicto del pueblo, en muchos casos manejados por la política, es superior al de los tribunales o los cuerpos legislativos.

Aquella célebre frase de Samper: “De comprobarse cualquier infiltración de dineros (provenientes del narcotráfico) se habría producido a mis espaldas”, no convenció a nadie. El cardenal Pedro Rubiano ofreció el símil perfecto para esa situación salida de lógica: es como si un elefante se mete a la casa y uno no se entera.

Gómez Hurtado, que en los inicios del gobierno de Samper expresó su voz de apoyo a los programas en ejecución, cambió de actitud cuando aparecieron los graves lunares, de tipo ético y moral, que echaban a perder todo lo bueno que pudiera existir. Y pasó a la oposición seria, responsable y vigorosa, que se dejaba sentir, como eco del clamor popular, desde las columnas editoriales de su periódico y desde el Noticiero 24 Horas que él dirigía.

Manifestaba el líder conservador que la continuación de ese gobierno afectado por la corrupción representaba una deshonra para la dignidad de la República, y por lo tanto la solución estaba en la renuncia al cargo. En eso alcanzó a pensar el Presidente, pero luego cambió de parecer. Y se sintió una fuerza de intimidación contra el líder nacional de la oposición, a quien llegó a calificarse de conspirador en asocio de militares y otros sectores de la ciudadanía. Esta acción no ha podido ser demostrada.

El 30 de octubre de 1995, Gómez Hurtado dijo en su Noticiero 24 Horas: “El Presidente no se va a caer, pero tampoco se puede quedar”. Al día siguiente, el editorial de El Nuevo Siglo reprodujo la misma declaración. Dos días después, el caudillo fue asesinado a la salida de la Universidad Sergio Arboleda. Ahora, su hermano Enrique recoge en su libro el itinerario tortuoso que duerme en 150.000 folios del expediente, sin que se vea el propósito de descubrir la realidad de los hechos. Este espinoso camino de la impunidad está sembrado, como otros procesos similares de la violencia colombiana, por desviaciones de la investigación, falsos testigos, mentiras, contradicciones, encubrimientos, falsas acusaciones…

¿Por qué lo mataron? El autor de la obra, que no quiere irse del mundo sin dejar constancia de su perplejidad ante la justicia del país, aspira a que su  pregunta no continúe en el vacío y se conozca al fin la verdad.

El Espectador, Bogotá, 16-II-2012.
Eje 21, Manizales, 16-II-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-II-2012.

* * *

Comentarios:

Todo sigue tapado. Como decía Laureano Gómez: «Tapen, tapen, tapen»…, con sus frases fustigantes acerca de todas las ollas podridas que descubría en el Congreso. Y el tiempo sigue pasando, y todo lo mismo y todo igual o peor. Ironías y tristezas de nuestra querida tierra y política colombianas. Luis Quijano, Houston (USA).

Muy  interesante y precisa visión sobre este doloroso acontecimiento de nuestra vida nacional. Repito la frase que  decía  mi profesor de Historia del Arte, Francisco Gil Tovar: “El día del Juicio, de los niños y de los libros sabremos los autores”. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Impecable artículo. Siempre en busca de la verdad y la conciencia de Colombia. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Muchas cosas sentí al leer esta columna. Muchas cosas recordé de mi caminar en los medios de comunicación en Colombia. Entre ellas, las amenazas de muerte por algunos denuncios que como periodista y patriota me vi obligada a hacer. Yo podría atreverme a decir que a uno en Colombia lo matan por decir la verdad; lo matan por preguntar, lo matan por defender a inocentes; lo matan por lo que sea. Porque en Colombia se cumple lo de la canción mejicana: La vida no vale nada. Colombia Páez, periodista colombiana residente en Miami.

Mi Día del Periodista

lunes, 7 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

En octubre de 1977, cuando trabajaba como gerente de banco en Armenia y además era columnista de El Espectador y La Patria de Manizales, me escribía doña Marlén Bruce de Benito, por encargo de don Guillermo Cano, una carta donde me indicaba los trámites que debía cumplir a fin de obtener la tarjeta de periodista, para lo que debía acreditar, de acuerdo con la ley 51 de 1975, varios años de ejercicio en la prensa.

Llené la documentación, y no volví a preguntar qué había sucedido con la tarjeta. Lo lógico era pensar que si el director de El Espectador había solicitado el documento oficial de acuerdo con las reglas fijadas, este me sería otorgado. La verdad sea dicha, nunca tuve necesidad de la tarjeta. Con ella o sin ella –y sin haber estudiado la profesión en ninguna universidad–, siempre me he creído periodista. Bueno o malo, pero periodista. Periodista y escritor.

Alguna vez me acordé del esquivo título, sobre el que no volví a recibir noticia alguna, y supuse que este no había alcanzado para mí. Nunca pensé que era yo quien debía reclamarlo. Y así pasaron largos años. Ya radicado en Bogotá, en mayo de 1994 me surgió de pronto la curiosidad por averiguar qué había sucedido con el trámite que a buen seguro había adelantado doña Marlén, la secretaria de la Dirección de El Espectador.

Dando vueltas por aquí y por allá, al fin localicé en el Ministerio de Educación el bendito documento. Este había sido autorizado en agosto de 1978. Es decir, llevaba 16 años de expedido, sin que el beneficiario lo supiera. En silencio me gradué entonces de periodista, ya con la tarjeta en mi poder y  bien guardada, para cuya reposición (dado que en el ministerio no apareció el original) tuve que adelantar nuevos trámites para rescatar mi glorioso título. Ya era periodista. ¡Periodista profesional!

Como una paradoja, años más tarde la Corte Constitucional dejó sin vigencia el Estatuto Profesional del Periodista. Es decir, ya no era válido –ni lo es hoy– el título dispuesto por la ley 51 de 1975. De esta manera, mi tarjeta de periodista perdió vigencia sin que yo nunca la hubiera utilizado. Se me convirtió, eso sí, en un bello recuerdo. En una anécdota. Y se regresó a lo obvio, a lo que siempre había regido esta materia: la capacidad del periodista no la da el título universitario ni el documento oficial. Es algo intrínseco que nace de la vocación y la formación individual de la persona. Y está ligada a la libertad de expresión.

Hoy, otro Día del Periodista, yo lo festejo a mi manera. Lo celebro haciendo una evocación de don Guillermo Cano, que creyó en mi idoneidad para el bello oficio. Con las 1.800 columnas escritas en los 41 años de ejercicio periodístico, ya pasé la prueba. Y fui periodista desde el primer artículo, escrito en 1971, porque el destino y la vocación ya estaban marcados.

En 1994, al rescatar mi tarjeta refundida en los vericuetos del Ministerio de Educación, yo le manifestaba lo siguiente (y lo ratifico ahora) a doña Ana María Busquets de Cano, la viuda de don Guillermo: “Si don Guillermo estuviera vivo, le brindaría la tarjeta. Corrijo: se la brindo hoy con cariño, ya que él fue su gestor. Y sobre todo, mi patrocinador, que me abrió las puertas del periódico y me animó a escribir”.

El Espectador, Bogotá, 9-II-2012.
Eje 21, Manizales, 10-II-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 11-II-2012.

* * *

Comentarios:

Su columna deja ver la honestidad y lealtad hacia quien lo ayudó a ser un periodista de clase. Muy sentido su mensaje y una lección para muchos que jamás se le miden a hacer lo que quieren. Amparo E. López, Nueva York.

Mis congratulaciones, y  más que merecidas porque, haciendo eco de tu bella historia, tu profesión de periodista es innata, ubicándola en lo más alto del pedestal, con la independencia y pulcritud de quien hace honor y camino al andar en el ejercicio de la actividad.  Jaime Vásquez Restrepo, Medellín.

Traías la materia prima en la sangre y lo que se debía hacer era muy sencillo: escribir, escribir y «coger oficio» a través de  la autoexigencia, y lo  lograste con lujo no solo en el periodismo sino como escritor, narrador, cronista, biógrafo,  cuentista. El maestro don Guillermo Cano debió tener un ojo muy agudo para elegir, entre muchos, lo mejor. Es como la poesía: no se puede ir a la universidad para graduarse de poeta, pero sí se requiere «oficio», talento, mucha lectura y necesidad absoluta de  escribir. Inés Blanco, Bogotá.

Periodismo es más que tarjeta. Los grandes periodistas de este país no salieron de la universidad, se hicieron oliendo plomo, construyendo cuartillas y recorriendo país. Bueno es recordarlo.  valcas1234 (correo a La Crónica del Quindío).

Sí, uno es lo que es, en su esencia. Excelente la anécdota. Te felicito por tu carrera como periodista y como escritor. No es fácil, ni común, desempeñar ambas actividades con propiedad, calidad humana y eficiencia.  Hoy laboran en el periodismo hablado y escrito muchos diplomados faltos de una formación integral, de  ética, etc.  Elvira Lozano Torres, Tunja.

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El Quindío y su diario

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con motivo de los 20 años de vida de La Crónica del Quindío, que se celebran con la presencia del presidente Santos, el diario resalta esta frase que representa la piedra angular de su filosofía: “La historia se construye con la verdad de sus protagonistas”. Y acentúa su fibra regional con este lema que condensa su ideario: “El periódico de los quindianos”.

Hace 20 años un grupo de dirigentes de Armenia se reunió con el propósito de crear su diario propio, al igual que lo tenían las otras dos capitales del Antiguo Caldas. Durante muchos años, La Patria cumplió el papel de diario para toda la región y tuvo, por cierto, gran desempeño. Después, Pereira fundaría su propio periódico. Faltaba el Quindío.

Se me ocurre pensar que los mismos anhelos de autonomía administrativa que dieron origen a la segregación de Caldas en tres territorios afines, pero no iguales, primaron para la independencia periodística. Quienes conocemos de cerca este proceso histórico, sabemos que por encima de ciertas intenciones  políticas que se han aducido en el curso del tiempo para explicar aquellos hechos, estaba la legítima aspiración de manejar cada cual su propio destino.

La Crónica del Quindío, que en sus inicios era una publicación modesta a la que no se le auguraba mayor alcance, ha superado no pocos obstáculos hasta alcanzar la madurez que hoy exhibe. Muchos escépticos de la región la veían como un proyecto endeble que fracasaría en corto tiempo. Según ellos, llegaría, si acaso, al año de existencia. Pasó esta prueba, y cuatro años después recibía la Orden de la Democracia otorgada por la Cámara de Representantes por su seriedad editorial, gráfica y noticiosa; su carácter independiente; su condición de vocero de los problemas regionales y su lucha contra la corrupción y la inmoralidad.

Permítame el lector traer a cuento un hecho personal que refleja el espíritu vigilante con que el periódico ha actuado frente a los desvíos de la moral pública y la distorsión de las sanas costumbres. En septiembre de 1998, siendo director de La Crónica el exgobernador Rodrigo Gómez Jaramillo, este escribió un editorial relacionado con mi novela La noche de Zamira (que registra los desastres causados por la bonanza cafetera y la fiebre del dinero envilecedor que se vivió en aquella época), donde dice lo siguiente:

“La súbita irrupción del dinero a canastadas, provocada por la cotización exagerada de los precios internacionales del café, crea una cultura del despilfarro, del consumo irracional, de las inversiones exóticas, de la prostitución y el despilfarro. Pasada la ‘bonanza’ se inicia la época del narcotráfico con efectos más devastadores porque este flagelo distorsiona el valor real de la propiedad inmueble, crea una demanda coyuntural artificiosa y enajena la conciencia de grandes conglomerados humanos convirtiéndolos en delincuentes. Si a la sucesión de estos flagelos agregamos la corrupción que está de moda, tenemos que concluir que Colombia en los últimos años ha estado asediada por todos los males modernos”. Voz profética la suya.

Es hoy La Crónica del Quindío un periódico moderno, bien escrito y bien orientado, cuyo afán primordial ha sido el de mantenerse en sintonía con los afanes, las luchas y las esperanzas de la comarca y no decaer en la denuncia de la corrupción y del abuso de la clase dirigente. Sus creadores  de hace 20 años han hecho posible, en lo económico, que el diario subsista y prospere.

Sus directores, personas destacadas en la vida regional: Rodrigo Gómez Jaramillo, Evelio Henao Ospina, Jaime Lopera Gutiérrez y Jorge Eliécer Orozco Dávila (director actual, de amplia trayectoria en el periodismo radial y escrito), han sabido conservar el espíritu motivador de este loable empeño de la sociedad quindiana. A ellos se suma el personal de periodistas y colaboradores, lo mismo que el presidente de la entidad, Luis Carlos Ramírez Múnera, y su gerente, Sandra Cecilia Macías Palacio. La Crónica está de plácemes, y con ella, el pueblo quindiano.

El Espectador, Bogotá, 12-X-2011.
Eje 21, Manizales, 22-X-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-X-2011.

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Maestro de periodistas

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Puede decirse que José Salgar, en materia periodística, es uno de los Cano. Ningún otro periodista estuvo tan cerca de esa familia, ni libró tantas batallas por la subsistencia de El Espectador. Hoy ya han desaparecido los valerosos y brillantes conductores del diario en la antigüedad, pertenecientes a una escuela que no volverá a repetirse. Queda José Salgar.

Llega él a los 90 años con plena lucidez mental y en medio de la admiración y el aplauso de quienes todavía vivimos para dar fe de ese periodismo ejemplar que desde finales del siglo XIX y durante buena parte del XX escribió las mejores páginas en la historia de la noble profesión. Séame permitido decir que este hecho no se aprecia en los tiempos actuales, que se mueven con moldes muy distintos a los que existían cuando Fidel Cano fundó El Espectador, en 1887, en una casa destartalada de Medellín.

En reportaje de María Isabel Rueda, manifiesta José Salgar en relación con la diferencia que hay entre el periodismo de su época y el actual: “Nunca hay mejor o peor. Hay distinto. El periodismo hay que estar inventándoselo todos los días. Ahora no hay periodismo. Hay comunicaciones. En mi tiempo era un apostolado, un servicio público, la gente no pensaba en ganar ni en volverse rica, sino en decir su verdad bien dicha”.

Esas normas de oro presidieron su ejercicio en El Espectador a partir de los 13 años de edad, cuando al pie del cañón, como en las guerras, aprendió las labores más rudimentarias, escaló posiciones y se volvió figura clave del periódico. Sus maestros lo reconocieron como columna vertebral de la empresa. Y él, a su turno, se convirtió en maestro. Llegó a ser uno de los cerebros de la vida noticiosa y de la política editorial del diario. Su talento fue reconocido en la prensa nacional. Enrique Santos Castillo le propuso que se  pasara a trabajar con El Tiempo. Pero no lo hizo: era uno de los Cano. Y fue siempre leal con esa casa.

Bajo su orientación se formaron grandes periodistas, entre ellos, Gabriel García Márquez. Lujosa nómina de redactores producía con sus crónicas novedosas, y algunas magistrales, las páginas más destacadas de la prensa colombiana. Regidos por la moral y la ética, y con la sabiduría adquirida en el desempeño práctico, esforzado y productivo del “mejor oficio del mundo”, esos periodistas crearon la mejor escuela que jamás ha existido. El Espectador llegó a ser el periódico más leído del país.

En sus respuestas a María Isabel Rueda, revela José Salgar hechos secretos que solo hoy, con ocasión de sus 90 años, saca a la luz pública. Dice que uno de sus objetivos fue el de chiviar a El Tiempo, el competidor tradicional. Cuando Eduardo Santos se posesionó de la Presidencia de la República, hizo con él un pacto singular, dado el aprecio y la confianza que le tenía: las noticias de relieve se las confiaría a él, y no a su propio diario. Cuestión de ética. De esta manera, El Espectador se dio el lujo de anticipar, por ejemplo, las primicias sobre nombramientos de ministros.

Cuenta que en momento crucial de la vida de su periódico no fue nombrado director en propiedad debido a que Gabriel Cano dejó establecido que ese cargo sería ocupado siempre por alguien de la misma familia. Qué ironía. Si Gabriel Cano hubiera previsto los hechos que llevaron a la venta del periódico, habría pensado distinto.

Se encuentra en receso El hombre de la calle, la columna emblemática de José Salgar durante muchos años, en la que trató infinidad de temas del acontecer cotidiano. La última nota la publicó el 4 de junio de 2010 y lleva este que, acaso sin él pensarlo, se vuelve premonitorio: “Después de la tempestad…” Me ha dolido cerciorarme de este hecho oculto. Difícil explicarse este silencio, que no parece voluntario, sino forzado, del decano del periodismo nacional. De todos modos, su nombre pasará a la historia.

El Espectador, Bogotá, 6-X-2011.
Eje 21, Manizales, 7-X-2011.
La Crónica del Quindío, 8-X-2011.

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Comentarios:

Estupendo homenaje a todo un maestro del periodismo y a un señor en todo el sentido de la palabra. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

¿Cuántas historias más de la vida social y política del país tendrá aún José por contar? ¿Cómo es que ningún medio escrito le ofrece sus páginas para que cuente toda la cantidad de crónicas del Bogotá de antes? Con esa época política tan agitada como era la de Laureano, Gaitán, Rojas Pinilla, Ospina Pérez y tantos otros. Luis Quijano, colombiano residente en Houston (Estados Unidos).

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Carta de Hernando Giraldo

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Leí en Eje 21, de Manizales, la carta dirigida por Hernando Giraldo, el notable columnista de El Espectador en la época de los Cano, a Nicolás Restrepo, director de La Patria, de Manizales. Con este documento, Giraldo reaparece en la vida pública después de muchos años de silencio.

Es una carta de tono desolado en la que, aparte de referirse a sus años de estudio para la vida sacerdotal, y luego a su fugaz desempeño como juez de Bojacá, narra su larga carrera periodística en los diarios La Patria, La República y El Espectador. En total, cerca de medio siglo de actividad periodística. El mayor recorrido corresponde a El Espectador, durante más de 30 años.

A la edad de 13 años, como estudiante de la Escuela Apostólica de los padres lazaristas o vicentinos en Santa Rosa de Cabal, descubrió su vocación para el periodismo. A tan corta edad, ya tenía su periódico propio, El Misionero. A los 20, comenzó a escribir en La Patria. Trasladado a Bogotá, se vinculó a La República, cuyo director era su paisano caldense Silvio Villegas.

Más adelante se entrevistó con el director de El Espectador, Gabriel Cano, conocido como el “jefecito”. Llevaba como credencial una crónica que deseaba publicar en el suplemento dominical de dicho periódico. Conocido el escrito por don Gabriel, gran descubridor de periodistas (como años después lo sería Guillermo Cano), se le abrieron las puertas de El Espectador.

Tomaba impulso una de las carreras más exitosas en la prensa nacional. En principio, el “jefecito” le pidió que escribiera dos columnas semanales. Días después, conocido su estilo paisa, desabrochado, directo e irreverente, que conquistaba amplia audiencia en el país, el director le solicitó que su Columna Libre pasara a ser diaria. Además, se hicieron célebres los “grandes reportajes dominicales”, así bautizados por Gabriel Cano, en los que Giraldo sobresalía con su pluma ágil, a la vez que combativa y erudita.

Fue esta la época de oro de El Espectador. Se trataba del periódico más leído del país, autor de sonados debates y crítico vehemente de la corrupción pública y de los abusos de la clase dirigente. Uno de los principales protagonistas de este periodismo aguerrido y justiciero, donde los hechos se denunciaban con absoluta precisión y alto profesionalismo, fue Hernando Giraldo, considerado por muchos el mejor periodista de opinión pública. Se le apodaba “El Calibán de los Cano” y su ánimo de lucha y denuncia social corría parejo con el de Klim

Entregó su Columna Libre cuando el periódico cambió de dueño. No pudo aceptar la salida de la familia Cano. El asesinato de Guillermo Cano, su gran amigo y aliado de grandes combates de la época, le produjo honda perturbación. Desde entonces, el columnista estrella de El Espectador se silenció en el panorama nacional. Volvemos a saber de él con motivo de la carta dirigida al director del diario manizaleño.

Cuenta en ella que a pesar de la promesa que hizo de no volver a escribir en El Espectador por las razones aludidas, hace tres meses cambió de parecer. El periodismo que practicaba desde los 13 años lo llamaba de nuevo en el atardecer de su vida. Necesitaba la combustión espiritual del noble oficio. Necesitaba volver a opinar sobre la suerte del país. Y le escribió al director de El Espectador, “diciéndole –según palabras textuales de su carta– que anhelaba volver a mi ‘casa espiritual’ de tantísimos años, al escribir una Columna Libre cada quince días”. Pero no recibió respuesta.

Hoy tiene 83 años y vive en una finca de La Mesa (Cundinamarca). Como hombre de profunda formación humanística, es gran lector. Y abatido ermitaño, como puede inferirse por la carta en referencia. Pocos saben en la actualidad que Hernando Giraldo fue uno de los periodistas más brillantes de aquella época convulsa de la vida colombiana.

El Espectador, Bogotá, 9-IX-2011.
Eje 21, Manizales, 9-IX-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 10-IX-2011.

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Comentarios:

Excelente columna sobre el gran Hernando Giraldo, otrora bastión del «canódromo» (término acunado por el excelso don Alfonso Castillo Gómez, autor de la Coctelera, de la misma época). Extraña que El Espectador, con la dirección de un Cano, no responda a la petición de Hernando. Gustavo Valencia, Armenia.

De vez en cuando interrumpo su soledad en La Mesa llamándolo a su celular y aun cuando sigue de igual mal genio que antes, no ha perdido su espíritu de humor. Es una reliquia viviente del periodismo que ya no se da. Gardeazábal, Tuluá.

Magníficos recuerdos de Hernando Giraldo a través de esta columna, que he leído con entusiasmo. He tenido la oportunidad  de recordar a quien fue mi amigo y conocí cuando trabajaba en La República. La última vez que lo vi fue hace unos 30 años en un restaurante paisa del cual era propietario, muy concurrido, por él y por su ambiente artístico musical. La verdad que era un gran señor paisa y una pluma respetable. Ramiro Lagos, Greensbore (Estados Unidos).

Qué bueno que esta columna sirva para hacer justicia y honrar la vida y trabajo de tantas personas que pasan al olvido y a la desmemoria del país. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Muy triste lo de Hernando Giraldo, y más triste aún que en su antigua casa no le hayan siquiera respondido su carta. La hidalguía de los antiguos jefes y mecenas ya es materia obsoleta. ¡Qué tristeza! Hernando García Mejía, Medellín.

Qué dolor con la actitud de los nuevos directivos de El Espectador hacia el gran periodista  Giraldo, que sirvió con talento, compromiso, dedicación, calidad y cualidad, entre otros muchos valores. Inés Blanco, Bogotá.

Claro que Hernando Giraldo, de grata recordación, fue y muy seguramente sigue siendo un gran periodista. Lo que pasa es que en El Espectador ya no están, por desgracia, ni Fidel, ni Gabriel, ni el mártir del periodismo Guillermo Cano. jaime m arb (correo a El Espectador). 

Como leal lector de El Espectador desde tiempo ha, cuando nos acompañaban el inolvidable Guillermo Cano y hermanos, me gustaría saber la razón por la cual no se le respondió la carta al periodista, y en su defecto las razones por las cuales se omite su colaboración. La edad cronológica no necesariamente coincide con la fisiológica y para el caso el aporte del periodista Giraldo puede ser significativo.  Elanjoc (correo a El Espectador). 

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