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El siglo que se inicia

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El Espectador cumple este año 100 años

de fundado, lo que constituye una elocuente

demostración de nuestra fe incancelable

en Colombia. Miremos hacia el porvenir con

optimismo, sin olvidar el pasado que es

legado y patrimonio de todos. Guillermo Cano.

Cuando recibí esta tarjeta con la que el periódico invita a la misa de celebración de su primer centenario, me sentí sobrecogido. Fue como si escuchara, salida de las profundidades del vil asesinato que retumbará en las incógnitas del nuevo siglo, la voz serena y patriótica de quien, sacrificado en aras de la dignidad y la razón, prolonga su fe en Colombia más allá de las balas asesinas.

Se nos fue el capitán, pero nos queda su palabra. Con su palabra vehemente condenó los atropellos para defender al hombre y con su palabra humana y justiciera ensalzó todo cuanto merecía ser ensalzado.

El Espectador cierra con la muerte de don Guillermo Cano un siglo de epopeyas. Por eso es una muerte admirable. Pocos periódicos en el mundo acumulan tanta grandeza, lucha y heroísmo. Hoy se aglutinan en esta efemérides, como en una sola guarnición, cuatro generaciones de Canos que entendieron el servicio a la patria como el supremo ideal de sus conciencias diáfanas.

Los Canos han llenado un siglo de historia colombiana. Hombres de carácter, de combate y honor, han sido inmejorables guías de esta nación que entre desvíos, debilidades y esperanzas se ha mantenido en la cuerda floja de una crisis perma­nente.

El suelo colombiano llora desolado. Nos movemos en medio de zozobras inenarrables. Nunca se había conocido tanta corrupción ni se había sopor­tado tanto menosprecio por el hombre. El sentido de la vida está pisoteado. El narcotráfico, conver­tido en el peor lastre de esta época turbulenta, corrompe cuanto toca y pretende desvertebrar al Estado para imponer sus leyes abominables.

En medio de esta profunda diso­lución, donde son pocas las voces sensatas que se escuchan y muchos los miedos que dominan el ambiente, cayó el hombre recto, el más va­liente de los periodistas, defendiendo la verdad. Y antes de caer insistía en que no era momento de titubear sino de avanzar.

Con él no ha terminado su raza batalladora. Es apenas el inicio de otras arremetidas. Si se quiere, con su muerte brotan nuevos estímulos para responder con mayor ahínco al reto de la barbarie.

El Espectador, que ha dejado de ser una época para convertirse en una estructura nacional, sobrevivirá en el nuevo centenario por encima de las fuerzas disociadoras. Este pe­riódico, que hace cien años se pre­sentó al público en débil hoja parroquial, es hoy nervio del mejor periodismo. Se hizo fuerte en medio de los dolores. Ya nada podrá detenerlo. Bañado como ha quedado con sangre de mártir, ahora fructificará con nuevas savias. Su coraza es indestructible.

*

Con sangre joven surgen vigorosos augurios para recibir el porvenir. El futuro es de optimismo, como lo pide el capitán caído. Las causas nobles tienen siempre su propia historia por escribir. Atrás quedan cien años de elocuentes realizaciones, donde Co­lombia es la ganadora y los violentos, los perdedores. Cien años de com­bates heroicos que muestran la lec­ción de las buenas siembras.

De la adversidad nace el valor para sobrevivir. No hay lucha estéril, ni mártir inútil. Que sean ustedes, los viejos y los jóvenes que en saludable fusión de experiencia y vitalidad abren el calendario del nuevo siglo, los desafiantes galeotes que empujen la nave para ponerla en el rumbo certero de otra epopeya. Vayan con Dios.

El Espectador, Bogotá, 19-III-1987.

 

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La voz del lector

domingo, 30 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Carta de Colcultura: «Con res­pecto a la nota publicada por usted en el diario El Espectador, en la cual expresa su deseo de ver reimpresa la poesía de Laura Victoria, deseo comunicarle que solicitamos al co­mité editorial del Instituto la eva­luación de dicho trabajo y que su concepto fue negativo”. Catalina Arrubla, jefe División de Publica­ciones«.

Los comités de mampara son úti­les para muchas disculpas. Si esto sucede con la poetisa famosa que le da honor a Colombia, qué no ocurrirá con el común de los escritores.

El Espectador, Bogotá, 5-VI-1986.

* * *

Roberto Medina, de Sogamoso, desea que le amplíe el significado de Salpicón, columna que él en­cuentra «variada, agradable y crí­tica». Para el amable lector copio algunos de los enunciados con que este rincón periodístico se inició el día 15 de diciembre de 1983:

«Hay varias definiciones de la pa­labra salpicón: fiambre de carne con sal, vinagre y cebolla. O bebida fría de jugo de frutas. O algo dividido en partículas. O la acción de rociar, de esparcir en gotas. Todas estas características caben en el propósito de la columna que hoy nace en las páginas de El Espectador. Sal­picón aspira a ser un espacio ameno, ágil, cernidor de noticias, rociado de sal y pimienta, donde se le tomará el pulso a la vida valiéndose del menudo suceso cotidiano y procurando hacer de lo ordinario una fuente de inspi­ración. Será también recinto de crítica social, sensible a las des­proporciones del medio ambiente y respetuoso, sobraría decirlo, de la honra ajena».

De Pereira escribe Daniel Arbeláez: «Me emocionó profundamente su artículo sobre Germán Pardo García. Lo felicito sinceramente. Cámbiele el nombre a su columna».

E, E., 12-VI-1986.

* * *

Recibo de Méjico la siguiente conmovedora manifestación:

«Hasta el caos de sombras y de horror que ha sido mi existencia, llega el sorpren­dente mensaje de luz arrobadora que usted me envía, y siento como si por un instante yo hubiese ascendido a un Tabor de claridad, que me inviste las sienes de inmerecida gloria, a tiempo que permite ver las heridas de mis pies y de mis manos, que súbitamente dejan de sangrar y derraman sola­mente esmeraldas y zafiros. Tiene usted poderosa grandeza de alma para ver lo que está sumergido en mí bajo capas geológicas que  acumularon sobre mi alma y mi co­razón un derrumbe de amargura. ¡Cuánta generosidad en usted, qué diluvio de estrellas fugaces salidas de sus manos heroicas, proyectadas hacia mí en increíble huracán de metáforas! Decirle ¡gracias! sería empequeñecer una acción como la suya, que me coloca delante de otro yo mismo que tal vez pude ser. Germán Pardo García».

E. E., 26-VI-1986

* * *

El poeta Germán Flórez Franco me escribe:

«Complacido leí su po­pular columna dentro de la cual habla de la incineración. Porque soy soli­dario con sus planteamientos sobre los usureros de la muerte me per­mito adjuntarle el libro Escombros del olvido, en uno de cuyos apartes se encuentra el poema Que me incine­ren”.  Copio una parte de dicho poema: «Con perdón negociantes, plañideras y curas, / perdón todos aquellos que venden sepulturas, / entierros, ataúdes, responsos y co­ronas. / Aquellos traficantes del dolor y la muerte; / a mí que no me entierren, / a mí no me sepulten/ ¡a mí que me incineren!”.

Horacio Gómez Aristizábal me honra, en el libro que antes comenté, con el siguiente juicio: «Su crítica es generosa y animada, sin nada que recuerde la lección de anatomía, o, lo que es lo mismo, no sacrifica a la víctima para estudiar su cadáver, como acontece con ciertos críticos de sangre fría».

(Horacio: aunque no soy penalista, algo he aprendido del abogado-escritor humanista).

E. E., 20-X-1986. 

* * *

He recibido dos cartas que tienen que ver con hechos po­sitivos del país comentados en esta columna:

1 – «Es grato saber que la tarea que adelantamos en Carvajal S. A. para colaborar con el progreso nacional es tomada por voces autorizadas como la suya, como ejemplo para el sector empresarial colombiano. Le agradezco su mención a los libros institucionales, los cuales espe­ramos poder seguir publicando en el futuro con el propósito de des­tacar labores culturales e históricas de nuestra nacionalidad. Adolfo Carvajal Quelquejeu, presidente de Carvajal S.A.»

2 – «Nosotros, como partícipes y espectadores directos de aquel escenario tranquilo, magnífico y hermoso, que usted bien describe, felicitamos su artículo y agrade­cemos la deferencia que nos hace con sus palabras, al referirse a la hotelería de una ciudad estupenda como Pasto. Nuestro objetivo como administradores del Hotel Agualongo ha sido brindar tranquilidad y comodidad a quienes nos dan el gusto de ofrecerles nuestros ser­vicios. Ramiro Salas, gerente de Administración Hotelera Integral Colombiana».

E. E., 10-V-1988.

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Las intuiciones de Osuna

domingo, 30 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El crítico social que hay en Héc­tor Osuna no puede concebirse sino en la oposición. Ningún caricaturista de prestigio ha hecho carrera en la vida cómoda del halago. Ninguno, por otra parte, ha sobresalido con la diatriba. Osuna, permanente inconforme social —y esa es regla de oro del buen periodismo—, nunca ha empleado golpes bajos: pelea de frente, con audacia, con bizarría. Hace de sus trazos verdaderas criaturas del espíritu y les coloca talante caballeresco.

Con sus personajes simbólicos, como los caballos relinchones de Usaquén o la monja saltarina de Palacio, controla la vida de los go­bernantes. ¿Qué sería de Colombia sin estos espíritus traviesos? El país, cuando se aparta del recto camino, encuentra categórica reprobación en las líneas incisivas de este maestro convertido en catón implacable de nuestra Colombia en crisis moral. Nadie le gana como censor mordaz de las costumbres públicas, y todos le te­men.

Rendón y Chapete, en el pasado, fueron severos vigilantes de los go­biernos y las clases políticas; Osuna, en el presente, no se detiene ante los poderosos ni les perdona sus errores. Los tres han escrito páginas magis­trales en la crónica colombiana.

Osuna, discreto ciudadano que puede pasar inadvertido en cualquier salón social, es en las páginas de El Espectador el ángel furioso, un tanto celestial y un tanto demoníaco, que con espada en mano castiga los abusos del poder y destapa los caños podridos. Y es de buenos modales como los niños bien criados pero no tontos.

Se parece a los antiguos hi­dalgos que con una reverencia y de fina estocada dejaban por tierra al adversario atrevido. En Osuna de frente, el libro que recoge sus me­jores temas políticos hasta 1983, anota esta dedicatoria: «A Vicente, que dibujaba caballos, y a Tulia, que pintaba rosas, porque me enseñaron a cabalgar sin estropear las flores».

De fino instinto para localizar su campo de acción, no sólo sabe des­cifrar entre líneas el alma de las no­ticias sino que posee el olfato de los sabuesos para descubrir la presa. Su agudeza mental y su malicia sicoló­gica le permiten extraer, en el es­crutinio de los hombres y los hechos, la almendra que suele escapársele al observador ingenuo.

Se adelanta a los tiempos, porque su intuición no lo engaña. Hoy sabe, por ejemplo, que en el doctor Virgilio Barco, si llega a la Presidencia del país, hallará cuatro años de grandes caricaturas. Está jubiloso ante esta perspectiva que le permitirá extraer todo un filón artístico. Algunos de sus críticos, que le atribuyen inten­ción política, olvidan que Osuna, más allá de conservador o liberal, es ante todo censor público. Su posición es moral. Y si nos guiamos por García Márquez, «su negocio parece ser la salvación de las almas».

Las líneas iniciales sobre Barco formulan desde ahora inquietudes sobre lo que sería un Presidente sin libertad política, atado a maquinarias y cacicazgos regionales. Pregunta Osuna si las pasiones políticas es­timuladas por el triunfalismo actual garantizarán un gobierno imparcial y progresista para todos los colom­bianos. Y al poner al candidato a tartamudear y dejarlo en suspenso en las Fugas de Barco solicita defini­ciones y claridad para grandes masas todavía no convencidas política­mente.

Sor Palacio, ya próxima a aban­donar su sede tras cuatro años inestables y sufridos, buscará que su creador le conceda el justo reposo. Es posible que en la mente del cari­caturista esté tomando forma otro personaje pintoresco para entretener a la opinión pública. Todo es asunto de definiciones, o sea, de apertura de las urnas. ¿Por qué elemento se cambiarán las pepas del rosario y por qué expresión la cara mofletuda y picarona de la monja fiscalizadora?

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Osuna es canalizador de las frustraciones y las esperanzas po­pulares. Se le ve ahora algo soli­tario en las páginas de El Especta­dor (ya hasta José Salgar le pide que sea menos antibarquista), pero él sabe cuál es su destino. Su mayor habilidad es la intuición.

A los países les hacen falta estas conciencias in­dependientes. La democracia no existiría sin críticos sociales. Barco se declara, con buena dosis de filosofía elemental y aunque le duelan los dardos venenosos, osunista consumado. Buena cosa, claro está, ser receptivos a la crítica. La pelea está casada. Ahora espe­remos los rasgos y rasguños.

El Espectador, Bogotá, 28-IV-1986.

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Libreta de Apuntes

domingo, 30 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Colombia podría leerse a través de la Libreta de Apuntes de Guillermo Cano. Ningún espacio periodístico tan revelador del país en los últimos años como este almácigo de tierra fresca donde semana tras semana se siembra para el futuro, con el abono de la hora presente, la historia na­cional.

Es periodista discreto e insomne, descendiente de noble es­tirpe, el que escarba en el alma de la patria y sabe extraer el filón preciso para debatir, con la garra y el sentido crítico de los Cano, los grandes temas de la actualidad. Buena falta les ha­cen a los pueblos estas conciencias independientes y respetables.

Por eso la Libreta dominical se ha convertido en punto de referencia de nuestras costumbres y nuestros conflictos. Ya los colombianos nos hemos acostumbrado a encontrar en el ala izquierda de El Espectador, todos los domingos, el análisis del hecho más candente de la se­mana, expuesto con la certeza, la claridad y el coraje de quien aprendió a hacer periodismo cabalgando a contrapelo de los demás.

Ser periodista es ser rebelde y nunca transigente. El bien público reclama una inconformidad obsti­nada. El buen periodista no puede ser incondicional con los gobernantes ni adulador de los poderosos.

Debe ser, por el contrario, implacable con los vicios públicos y protector de los humildes. Pocos oficios demandan tanta entereza, carácter y pulcritud como este de glosador de la vida del pueblo, cuyo significado, hallán­dose atado a lo inmediato, debe trascender más allá de lo efímero y lo circunstancial para encontrar lo que podría llamarse la almendra de los tiempos.

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Guillermo Cano recibió de sus ancestros y transmite a sus descendientes la escuela de esta raza de luchadores y pensadores, que tal vez sea esa la calificación más precisa que pueda señalarse para este iti­nerario de periodistas cabales. Con los principios imprescindibles de la ética profesional, el apego a los va­lores fundamentales del hombre y la sensibilidad para interpretar los signos más destacados del momento, que luego han de convertirse en medios de orientación social, los Cano han escrito para Colombia, cada cual en su hora y en su sitio, buena parte de la historia contem­poránea.

Han estado presentes en los grandes momentos del país, por lo general sufriendo los rigores de las dictaduras y los abusos del poder; han convertido su cátedra en diario ejercicio del buen ciudadano; han criticado lo criticable, a riesgo de la propia tranquilidad, y han estimulado lo que debe estimularse como lección general. Es una cofradía de patrio­tas, de artesanos de la palabra y la noticia, de cultivadores de la inteli­gencia, que nacieron y se reproducen con el vigor de las recias personalidades.

A nadie sorprende que este año el Premio Nacional de Periodismo haya caído en la persona de Guillermo Cano, con el reconocimiento por «la atención periodística a todos los hechos básicos de la vida nacional en 1985, la anticipada denuncia del pe­ligro del Ruiz, la claridad en los conceptos y en la forma y el coraje de buen periodista». Se corrobora así, una vez más, que el periodismo auténtico es un talante, una norma de vida que corre por la sangre y sólo se aprende al pie de la trinchera.

Gabriel Cano le insinuó a su hijo —y éste dice que le ordenó, con la visión del maestro— que bautizara su columna periodística con su propio nombre para debatir los temas nacionales. El anonimato del editorialista debe despejarse eventualmente para revelar su personalidad.

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Así nació Libreta de Apuntes. Es un espacio con dueño, con sello propio, y si el triunfo es también para El Espectador —galardón que  habría que anti­cipárselo al aniversario que se aproxima—, la hazaña es personal.

Dentro de la modestia del agra­ciado, esta nota de exaltación no cabe en las páginas de El Espectador. Pero como nuestro Director se ha vuelto noticia, y las noticias son para registrarlas, no le queda otro re­medio que aceptar, así sea a rega­ñadientes, su propia categoría.

He­cho que, por lo demás, es motivador para los que directa o indirectamente estamos vinculados con la casa periodística y comprometidos con el reto de las buenas enseñanzas.

El Espectador, Bogotá, 12-II-1986.

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Comentario:

Ni una coma, ni un punto, ni una tilde faltan en su Salpicón de hoy. El país entero estará solidario con usted. Le van a sobrar a usted felicitaciones y yo sumo las mías. Esta página merece marco. Siempre se ha elogiado el periodismo de don Guillermo Cano, pero no recuerdo haber leído algo tan emotivo, tan perfecto como este Salpicón.  Carlos Vásquez Posada, Barranquilla.

 

 

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Otro periodista asesinado

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Ernesto Acero Cadena, que acaba de ser ase­sinado en Armenia, era un periodista integral. Allí lo conocí durante mi estadía en aquella ciudad, donde pude apreciar de cerca y con admi­ración su trayectoria profesio­nal tanto en la radio como en los medios escritos. Vehemente en sus planteamientos, era un comentarista serio, ágil y pe­netrante. Veedor lúcido de los problemas de la comarca, frente a los cuales actuaba con valor y claridad mental.

Su labor periodística hería la sensibilidad de quienes medra­ban –y medran– en los oscuros caminos de la corrupción pú­blica. Como era implacable en la crítica social, despertaba ex­plicables reacciones. Se le te­mía, y al mismo tiempo se le respetaba. El Quindío, que en los últimos años ha sufrido per­manentes crisis, se ha vuelto terreno abonado de fuerzas so­terradas que atentan contra la estabilidad de esta región de­bilitada en su economía y azo­tada por la inmoralidad.

Ernesto Acero Cadena se ha­bía convertido, desde su revista El Informador Socio-económico del Quindío, en vigilante de la moral pública. Denunciaba cuanto desvío sucedía en la re­gión, ya fuera de los gobernan­tes o de las organizaciones clandestinas. Con lenguaje pi­cante, entre bromista y mor­daz, llevaba a la picota a quie­nes abusaban del poder y se lucraban a expensas del era­rio.

Señalaba la transformación dañina de las costumbres y cla­maba por un Quindío sin ma­fias y una sociedad libre de concupiscencias. Su largo contacto con la gente quindiana y su percepción de los ye­rros locales le permitieron amplia visión de la realidad am­biental. No era periodista del montón sino líder de su ofi­cio. Un servidor de la comu­nidad.

Ese fue el tono de su ejercicio profesional. Había lle­gado al Quindío por los mismos días en que aparecí allí en el campo bancario, lo que equivale a decir que llevaba 27 años de vinculación a la región. Su presencia activa en los medios de comunicación hace suponer que se trata de nueva re­presalia contra el poder de la palabra.

En 1977 hice parte del jurado que escogió en Armenia al me­jor periodista del año. El elegido fue Ernesto Acero Cadena. Hoy repaso en mis archivos aquel suceso y encuentro que las pa­labras con que entonces defi­nimos la figura del ganador, pintan con exactitud lo que él continuó siendo durante los 18 años que han seguido a aquel fallo:

«Sabemos de la lucha tremen­da, noble, valerosa y desinte­resada del periodista de pro­vincia, constante y abnegado servidor del núcleo social en el cual actúa, y ese conocimiento nos lleva a palpar la dificultad que existe para la designación que ustedes buscan, porque to­dos son acreedores a ella. No obstante, sugerimos el nombre de Ernesto Acero Cadena, ras­treador tenaz de la noticia, pe­riodista de tiempo completo, buen colega, imparcial e inte­ligente».

El Espectador, Bogotá, 15-XII-1995.

 

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